Текст книги "Guerra y paz"
Автор книги: Leon Tolstoi
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Классическая проза
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XXVII
La expansión en amplios círculos de las tropas francesas por Moscú no llegó hasta la tarde del 2 de septiembre al barrio que ahora habitaba Pierre.
Los dos últimos días, tan extraordinarios y vividos en el aislamiento, condujeron a Pierre a un estado próximo a la demencia. Un solo e incesante pensamiento se había adueñado de su ser. Ni siquiera sabía cómo ni cuándo, pero ese pensamiento lo obsesionaba de tal manera que no se acordaba en absoluto del pasado, no comprendía nada del presente y todo cuanto veía y oía sucedía ante él como en un sueño.
Pierre había abandonado su casa para escapar a las complicaciones y exigencias de su propia vida, que, en su estado, le era imposible resolver. No se había dirigido a casa de Osip Alexéievich con el pretexto de revisar los libros y documentos del difunto, sino para buscar la calma; el recuerdo del bienhechor se unía en su espíritu a un mundo de ideas eternas, serenas y solemnes, completamente opuestas a la confusión que sentía. Buscaba un asilo tranquilo y lo había encontrado en el gabinete de trabajo de Osip Alexéievich. Cuando en el absoluto silencio de aquel despacho tomó asiento y se acodó en la polvorienta mesa del difunto, los recuerdos de los últimos días, y sobre todo el de la batalla de Borodinó, volvieron con claridad a su mente y con ellos la conciencia de su propia nulidad, de la mentira de su vida, en comparación con la verdad, sencillez y fuerza de aquella clase de hombres a los que llamaba en su corazón con una sola palabra: ellos.
Cuando Guerasim lo distrajo de sus meditaciones, Pierre pensó que debía tomar parte en la proyectada defensa de Moscú por el pueblo y a tal fin pidió a Guerasim que le procurara un caftán y una pistola, y le explicó su intención de quedarse en casa de Osip Alexéievich, ocultando su nombre. Después, tras un día pasado en la soledad y el ocio (Pierre intentó varias veces concentrar su atención en los manuscritos masónicos), en diversas ocasiones recordó vagamente la idea que ya había tenido antes acerca del significado cabalístico de su nombre en relación con el de Bonaparte. La idea de que él, l’Russe Bésuhofestuviera destinado a poner fin al poder de la bestiaera recordada como uno de aquellos sueños que, sin motivo alguno y sin dejar huella, atraviesan nuestra imaginación.
Cuando, vestido con el caftán (con el único propósito de tomar parte en la proyectada defensa de Moscú), Pierre se encontró con los Rostov y Natasha le dijo: "¿Se queda? ¡Oh, qué bien!”, pensó que, efectivamente, estaría bien, aunque Moscú cayera, quedarse para cumplir su propio destino.
Al día siguiente, dispuesto a toda clase de sacrificios y a no ser indigno de ellos, se dirigió a la puerta Triojgornaia. Pero cuando volvió a casa, convencido de que Moscú no sería defendido, advirtió de pronto que aquello, que antes no veía sino como una posibilidad, se convertía ahora en algo necesario e inevitable. Debía, ocultando su nombre, quedarse en Moscú, encontrar a Napoleón y matarlo: morir y poner fin a las desdichas de toda Europa, que, según él, provenían únicamente de Napoleón.
Pierre conocía todos los detalles del atentado cometido por un estudiante alemán contra Napoleón en Viena, en 1809, y no ignoraba que el estudiante había sido fusilado. Pero el peligro a que exponía su propia vida llevando a cabo el proyecto lo excitaba aún más.
Dos sentimientos igualmente intensos impulsaban a Pierre a cumplir su propósito: el primero, la necesidad de sacrificarse y de sufrir por la desventura general; era el mismo sentimiento que el día 25 lo había conducido a Mozhaisk, al centro mismo de la batalla, y que ahora le imponía el abandono de su propia casa, dormir vestido sobre un diván y comer lo mismo que Guerasim, renunciando a los lujos y comodidades habituales de su vida. El otro era ese sentimiento vago, exclusivamente ruso, de desprecio por todo lo que es convencional, artificioso y contrario a lo humano, que la mayoría considera el supremo bien del mundo. Pierre había experimentado por primera vez ese sentimiento extraño y agradable en el palacio de Slobodski, cuando comprendió inesperadamente que las riquezas, el poder, la vida y todo lo que los hombres buscan y defienden con tanto afán de valer algo, no valen más que el placer que se experimenta al abandonarlos.
Era el mismo sentimiento que impulsa al recluta voluntario a gastar su último kopek, al borracho a romper espejos y copas sin motivo aparente alguno, aun sabiendo que eso le costará todo el dinero que posee; el sentimiento que lleva al hombre a cometer actos, desde el punto de vista del vulgo, propios de un demente, para poner a prueba su propio poder personal y su propia fuerza afirmando así que hay un juez supremo de la vida al margen de las condiciones humanas.
Desde el mismo día en que Pierre experimentara por primera vez aquel sentimiento en el palacio de Slobodski siempre había permanecido bajo su influencia, pero sólo ahora encontraba el modo de satisfacerlo por completo. Además, en aquel momento lo empujaba a realizar su proyecto y le imposibilitaba renunciar a ello lo que ya llevaba hecho en ese sentido: la huida de su casa, el caftán, la pistola, el haber dicho a los Rostov que se quedaba en Moscú. Todo eso perdería su significado y hasta resultaría despreciable y ridículo (cosa a la que Pierre era muy sensible) si, después de todo ello, se fuera de Moscú como los demás.
Como ocurre siempre, el estado físico de Pierre coincidía con su estado moral. La alimentación grosera, a la que no se hallaba acostumbrado, el vodka bebido aquellos días, la falta de vino y de cigarros, la ropa sucia que no podía cambiar, aquellas dos noches, pasadas casi en vela en un diván demasiado pequeño y sin sábanas, lo mantenían en un estado de excitación próximo a la locura.
Eran casi las dos de la tarde. Los franceses habían entrado en Moscú. Pierre lo sabía y, en vez de hacer algo, se dedicaba a pensar en su plan repasando hasta los menores detalles. No se imaginaba bien la manera como daría el golpe ni la muerte de Bonaparte; en cambio veía, con gran lucidez, y sentía un triste placer pensando en ello, su propio fin y su valor heroico.
“Sí, yo solo he de hacerlo por todos o perecer —pensaba—. Me acercaré... y después, de improviso... ¿Con pistola o puñal? Es lo mismo. No soy yo el que te castiga, diré, sino la mano de la Providencia...” (se imaginó las palabras que pronunciaría en el instante de dar muerte a Napoleón). “Y bien, detenedme, matadme”, se decía después, con expresión triste y firme, bajando la cabeza.
Mientras Pierre, de pie en medio de la estancia, razonaba de esta manera, se abrió la puerta del despacho y en el umbral apareció, completamente distinta, la figura de Makar Alexéievich, hasta entonces tan reservada y tímida. Llevaba la bata suelta; su rostro estaba descompuesto y rojo. Indudablemente, estaba borracho.
Al ver a Pierre se detuvo confuso; pero al observar su turbación avanzó hasta el centro de la estancia con sus piernas vacilantes y delgadas.
–Tienen miedo– dijo con voz ronca y confidencial. —Yo les he dicho que no me rendiré... ¿no es verdad, señor?
Se quedó pensativo; y de pronto, al ver la pistola sobre la mesa, la cogió con rápido movimiento y corrió hacia el pasillo.
Guerasim y el portero, que le seguían los pasos, lo alcanzaron en el zaguán, tratando de arrancarle el arma. Pierre salió al pasillo y se quedó mirando al viejo loco con un gesto de lástima y repulsión.
Makar Alexéievich, contraído el rostro por el esfuerzo, no cedía la pistola y gritaba con voz ronca, imaginándose al parecer algo muy solemne:
–¡A las armas! ¡Al abordaje! ¡No lograréis quitármela!
–¡Basta! ¡Basta, por favor! Vamos... haga el favor... déjela... haga el favor, señor...– decía Guerasim, tratando de volverlo suavemente, sujetándolo por los codos, hacia la puerta.
–¿Quién eres tú? ¿Bonaparte?...– gritó el loco.
–No está bien, señor. Vaya a su habitación, tiene que descansar. Deme la pistola.
–¡Apártate, siervo miserable! ¡No me toques! ¿Ves esto?– siguió vociferando Makar Alexéievich, mientras blandía la pistola. —¡Al abordaje!
–¡Agárralo!– indicó Guerasim al portero.
Sujetaron a Makar Alexéievich por los brazos y lo arrastraron hacia la puerta.
El zaguán se llenó del ruido de la lucha y las voces roncas y sofocadas del borracho.
En esto, un nuevo grito, una estridente voz de mujer, resonó en el portal y la cocinera entró en el zaguán corriendo.
–¡Dios mío! ¡Son ellos! ¡Les digo que son ellos!– gritaba. —¡Vienen cuatro montados a caballo!
Guerasim y el portero soltaron a Makar Alexéievich y, ya en el pasillo, devuelto al silencio, pudo oírse claramente el ruido de unos puños que golpeaban en la puerta de la calle.
XXVIII
Pierre, que había decidido ocultar su título y su conocimiento del francés hasta la realización de sus propósitos, se quedó en la puerta semiabierta del despacho, dispuesto a esconderse en cuanto entraran los franceses. Pero los franceses entraron y Pierre no se separó de la puerta, donde lo retenía una curiosidad invencible.
Eran dos. Un oficial, hombre alto, de marcial aspecto y bien parecido, y otro que sería soldado o asistente, pequeño, delgado y moreno, de mejillas hundidas y aspecto estúpido. El oficial, que cojeaba, iba delante apoyado en un bastón. Dio unos pasos y, como diciéndose que aquel alojamiento le parecía bien, se detuvo, se volvió a los soldados que estaban aún junto a la puerta y en voz alta y autoritaria ordenó que hicieran entrar los caballos. Hecho esto, se atusó los bigotes y se llevó la mano al gorro.
–Bonjour, la compagnie!– dijo alegremente, mirando en derredor.
Nadie le contestó.
–Vous êtes le bourgeois? 487– preguntó el oficial a Guerasim, quien, asustado, lo miró con gesto interrogativo.
–Quartier, quartier, logement!– dijo el oficial con una sonrisa bondadosa e indulgente, sin dejar de mirar al hombrecillo. —Les Français sont de bons enfants, que diable! Voyons! Ne nous fâchons pas, mon vieux– añadió. 488
Y dio unas palmadas en la espalda del silencioso y asustado Guerasim.
–Ah! ça! Dites donc, on ne parle pas français dans cet-te boutique? 489
Sus ojos se encontraron con los de Pierre, que se apartó de la puerta.
El oficial se volvió de nuevo a Guerasim y exigió que le enseñara las habitaciones de la casa.
–El señor no estar... yo no entender... yo vuestra...– dijo Guerasim, tratando de deformar sus propias palabras para hacerlas más comprensibles.
El oficial francés, sonriendo, agitó los brazos ante las narices de Guerasim, haciéndole ver que tampoco él lo entendía, y se dirigió hacia la puerta junto a la que estaba Pierre, quien quiso retirarse, esconderse, pero en aquel instante vio en la puerta de la cocina a Makar Alexéievich con la pistola en la mano.
Con la astucia propia de un loco, Makar Alexéievich miró al francés. Después levantó la pistola y apuntó.
–¡Al abordaje!– gritó, tratando de encontrar el gatillo.
El oficial francés se volvió al grito y en aquel instante Pierre se echó sobre el borracho, consiguió coger la pistola y tirarla al mismo tiempo que Makar Alexéievich apretaba el gatillo; sonó atronador el disparo y todo se llenó de humo y olor a pólvora. El francés palideció y se echó hacia atrás, hacia la puerta.
Cuando Pierre hubo arrancado la pistola al loco, olvidando sus propósitos de no revelar sus conocimientos de la lengua francesa, corrió hacia el oficial.
–Vous nêtes pas blessé? 490– le preguntó en francés.
–Je crois que non– respondió el oficial, palpándose, —mais je l'ai manqué belle cette fois-ci– añadió sonriente, mirando el impacto en la pared, y después volvió el rostro severo hacia Pierre: —Quel est cet homme? 491
–Ah! je suis vraiment au désespoir de ce qui vient d’arriver– dijo Pierre, olvidando del todo su papel. —C'est un fou, un malheureux qui ne savait pas ce qu'il faisait. 492
El oficial se acercó a Makar Alexéievich y lo agarró por el cuello. Makar Alexéievich, aflojando la boca como si fuera a dormirse, se tambaleaba, apoyándose en la pared.
–Brigand, tu me le payeras!– dijo el francés, soltándolo. —Nous autres, nous sommes cléments après la victoire, mais nous ne pardonnons pas aux traîtres 493– concluyó con cara sombría y solemne y un gesto bello y enérgico.
Pierre procuraba convencer al oficial de que no castigara a un borracho loco. El francés lo oía en silencio, sin abandonar su gesto sombrío. Después, con una sonrisa, miró a Pierre y permaneció callado durante unos segundos. Su arrogante rostro adquirió una expresión trágica y tierna; le tendió la mano y dijo:
–Vous m'avez sauvé la vie! Vous êtes Français. 494
Para un francés esa conclusión era obligada. Sólo un francés podía llevar a cabo un acto generoso y grande; y salvar la vida de M. Ramballe, capitaine de 13 eléger, era sin duda el acto más grande y generoso.
Pero por muy indudable que fuera tal conjetura en que se basaba la convicción del oficial, Pierre creyó necesario desengañarlo.
–Je suis Russe– dijo, rápidamente.
–Bah, bah! à d'autres!– dijo el francés, sonriendo y moviendo un dedo bajo la nariz. —Tout à l'heure, vous allez me conter tout ça. Charmé de rencontrer un compatriote. Et bien, qu'allons-nous faire de cet homme?– agregó. 495
Hablaba a Pierre como si fuera un compatriota. Y aun cuando Pierre no fuera francés, una vez bautizado con ese título, el más grande del mundo, no podía renunciar a él. Así lo decían el rostro y la voz del oficial.
Contestando a la última pregunta, Pierre explicó de nuevo quién era Makar Alexéievich; contó al oficial que, momentos antes de su llegada, el borracho se había apoderado de la pistola cargada y no habían conseguido arrebatársela. Terminó rogándole que no lo castigara.
El francés abombó el pecho e hizo con la mano un gesto digno de un rey.
–Vous m'avez sauvé la vie! Vous êtes Français. Vous me demandez sa grâce? Je vous l'accorde. Qu'on emmène cet homme! 496– dijo rápido y enérgico. Tomó por el brazo a Pierre, ascendido a francés por haberle salvado la vida, y entró con él en la habitación.
Los soldados que se habían quedado en el patio entraron en el zaguán al oír el disparo; preguntaron qué había sucedido y se mostraban dispuestos a castigar a los culpables. Pero el oficial los contuvo severo.
–On vous demandera quand on aura besoin de vous 497– les dijo.
Los soldados salieron; el asistente, que había tenido tiempo de echar una ojeada por la cocina, se acercó al oficial:
–Capitaine, ils ont de la soupe et du gigot de mouton dans la cuisine. Faut-il vous l'apporter? 498
–Oui, et le vin 499– dijo el capitán.
XXIX
Cuando el oficial francés entró en la casa con Pierre, éste creyó un deber insistir en que no era francés y quiso retirarse. Pero el oficial francés no quería oír nada de eso. Se mostraba tan gentil, cortés y reconocido que Pierre no se atrevió a rechazar sus atenciones y se sentó con él en la sala, la primera habitación donde habían entrado. A las afirmaciones de Pierre de que no era francés, el oficial, que evidentemente no podía concebir que se renunciara a un título tan lisonjero, se encogió de hombros y dijo que si se empeñaba en pasar por ruso, estaba bien, pero que, a pesar de todo, seguiría ligado a él para siempre por un sentimiento de gratitud, puesto que le había salvado la vida.
Si aquel hombre hubiera tenido la menor capacidad de comprender los sentimientos de los demás y adivinar los de Pierre, éste, probablemente, habría podido marcharse; pero la manifiesta incomprensión del oficial hacia todo lo que no fuera su propia persona fue más fuerte que Pierre.
–Français ou prince russe incognito– dijo el francés, echando una mirada a la camisa sucia, pero finísima, de Pierre, y al anillo que llevaba. —Je vous dois la vie et je vous offre mon amitié. Un Français n'oublie jamais ni une insulte ni un service. Je vous offre mon amitié. Je ne vous dis que ça. 500
Había tanta bonachonería y nobleza (en el sentido francés) en el tono de su voz, en la expresión y en el gesto del oficial que Pierre correspondió inconscientemente a su sonrisa y estrechó la mano que le tendía.
–Capitaine Ramballe, du 13 eléger, décoré pour l'affaire du Sept– se presentó el oficial, con una sonrisa de orgullo incontenible que le contrajo los labios debajo del bigote. —Voudrez-vous bien me dire à présent à qui j'ai l'honneur de parler aussi agréablement au lieu de rester à l'ambulance avec la baile de ce fou dans le corps? 501
Pierre contestó que no podía decir su nombre, y ruborizándose mientras buscaba uno ficticio trató de exponer las razones que se lo impedían. Pero el francés lo interrumpió vivamente:
–De grâce. Je comprends vos raisons, vous êtes officier... officier supérieur, peut-être. Vous avez porté les armes contre nous. Ce n'est pas mon affaire. Je vous dois la vie. Cela me suffit. Je suis tout à vous. Vous êtes gentil homme?– preguntó de pronto. Pierre bajó la cabeza. —Votre nom de baptême, s'il vous plait? Je ne demande pas davantage. M. Pierre, dites-vous?... Parfait. C'est tout ce que je désire savoir. 502
Cuando trajeron el cordero, los huevos fritos, el samovar, el vodka y el vino, víveres proporcionados por los franceses, Ramballe rogó a Pierre que lo acompañara en la comida; y en seguida, como hombre robusto y hambriento, comenzó a devorar ávidamente, moviendo con rapidez sus fuertes mandíbulas. Repetía a cada instante:
–Excellent, exquis.
Su rostro enrojeció y se cubrió de sudor. Pierre tenía hambre y acompañó de buen grado al oficial. Morel, el asistente, trajo una cazuela con agua templada y puso allí una botella de vino tinto. Trajo también una botella de kvasque para probar había tomado de la cocina. Los franceses conocían ya esta bebida, a la que habían dado el nombre de limonade de cochon, y Morel alabó la que había encontrado. Pero como el capitán tenía vino, adquirido a su paso por Moscú, dejó a Morel el kvasy optó por el burdeos. Envolvió la botella en una servilleta, llenó su copa y la de Pierre. El hambre saciada y el vino animaron más aún al capitán, quien durante toda la comida no dejó de hablar.
–Oui, mon cher M. Pierre, je vous dois une fière chandelle de m'avoir sauvé... de cet enragé... J’en ai assez, voyez-vous, de bailes dans le corps. En voilà une– y señaló un costado, —à Wagram, et de deux à Smolensk– e indicó una cicatriz en su mejilla. —Et cette jambe, comme vous voyez, qui ne veut pas marcher. Cest à la grande bataille du 7 à la Moskowa que j'ai reçu ça. Sacre Dieu, c'était beau! Il fallait voir ça, c'était un déluge de feu. Vous nous avez taillé une rude besogne; vous pouvez vous en vanter, nom d'un petit bonhomme. Et, ma parole, malgré la toux que j'y ai gagné, je serais prêt à recommencer. Je plains ceux qui n'ont pas vu ça. 503
–Jy ai été– dijo Pierre. 504
–Bah, vraiment! Eh bien, tant mieux– continuó el francés. —Vous êtes de fiers ennemis, tout de même. La grande redoute a été tenace, nom d’une pipe. Et vous nous l'avez fait crânement payer. J'y suis allé trois fois, tel que vous me voyez. Trois fois nous étions sur les canons et trois fois on nous a culbutés et comme des capucins de carte. Oh! c'était beau, monsieur Pierre. Vos grenadiers ont été superbes, tonnerre de Dieu. Je les ai vu six fois de suite serrer les rangs et marcher comme à une revue. Les beaux hommes! Notre roi de Naples qui s'y connait a crié: bravo! Ah!, ah! soldats comme nous autres!– dijo después de un breve silencio. —Tant mieux, tant mieux, monsieur Pierre. Terribles en bataille... galants– y guiñó el ojo sonriendo —avec les belles, voilà les Français, monsieur Pierre, n'est-ce pas? 505
La alegría del capitán era a tal punto ingenua y bonachona, se encontraba tan sano y contento de sí mismo que también Pierre estuvo a punto de guiñar el ojo mirándolo alegremente. Probablemente la palabra galanthizo pensar al capitán en la situación de Moscú.
–À propos, dites donc, est-ce vrai que toutes les femmes ont quitté Moscou? Une drôle d'idée! Quavaient-elles à craindre? 506
–Est-ce que les dames françaises ne quitteraient pas Paris, si les Russes y entraient? 507
–Ah! ah! ah!...– el francés estalló en una alegre carcajada y dio a Pierre unas palmadas en la espalda. —Ah! elle est forte, celle-là... Paris?... Mais Paris, Paris... 508
–Paris, la capitale du monde...– dijo Pierre, concluyendo el pensamiento del oficial.
El capitán miró a Pierre. Tenía la costumbre de detenerse en mitad de la frase para mirar fijamente a su interlocutor con ojos alegres, sonrientes y cariñosos.
–Eh bien, si vous ne rn'aviez pas dit que vous êtes Russe, j'aurais parié que vous êtes Parisien. Vous avez ce je ne sais quoi, ce... 509– y tras ese cumplido lo miró de nuevo en silencio.
–J'ai été à Paris, j'y ai passé des années– dijo Pierre. 510
–Oh, ça se voit bien, Paris!... Un homme qui ne connaît pas Paris est un sauvage. Un Parisien, ça se sent à deux lieues. Paris, c'est Talma, la Duchésnois, Potier, la Sorbonne, les boulevards– y advirtiendo que su conclusión era más débil que lo anterior, añadió rápidamente: —Il n'y a qu'un Paris au monde. Vous avez été à Paris et vous êtés resté Russe. Eh bien, je ne vous en estime pas moins. 511
Bajo la influencia del vino y después de las jornadas vividas a solas con sus sombrías ideas, Pierre experimentaba un involuntario placer hablando con aquel hombre alegre y bonachón.
–Pour en revenir à vos dames, on les dit bien belles. Quelle fichue idée d'aller s'enterrer dans les steppes, quand l'armée française est à Moscou. Quelle chance elles ont manqué, celles-là. Vos moujiks, c'est autre chose, mais vous autres, gens civilisés, vous devriez nous connaitre mieux que ça. Nous avons pris Vienne, Berlin, Madrid, Naples, Rome, Varsovie, toutes les capitales du monde... On nous craint, mais on nous aime. Nous sommes bons à connaître. Et puis l'Empereur. 512
Pierre lo interrumpió:
–L'Empereur– repitió, y su rostro adquirió una expresión triste y confusa. —Est-ce que l'Empereur... 513
–L'Empereur! C'est la générosité, la clémence, la justice, l'ordre, le génie, voilà l'Empereur! C'est moi, Ramballe, qui vous le dis... Tel que vous me voyez, j'étais son ennemi il y a encore huit ans. Mon père a été comte émigré... Mais il m'a vaincu, cet homme. Il m'a empoigné. Je n'ai pas pu résister au spectacle de grandeur et de glorie dont il couvrait la France. Quand j'ai compris ce qu'il voulait, quand j'ai vu qu'il nous faisait une litière de lauriers, voyez-vous, je me suis dit: voilà un souverain, et je me suis donné à lui. Et voilà! Oh!, oui, mon cher, c'est le plus grand homme des siècles passés et à venir. 514
–Est-il à Moscou?– preguntó Pierre confuso, sintiéndose culpable. 515
El francés contempló el rostro culpable de Pierre y sonrió irónico.
–Non, il fera son entrée demain– dijo, y siguió hablando. 516
La conversación fue interrumpida por los gritos de varias personas en el patio y la entrada de Morel para anunciar que unos húsares de Würtemberg querían meter los caballos en el patio donde estaban los del capitán. La dificultad procedía principalmente de que los húsares no comprendían lo que se les decía.
El capitán hizo llamar al suboficial de los húsares y en tono severo le preguntó a qué regimiento pertenecían, quién era su jefe y por qué se permitían entrar en una casa que estaba ya ocupada. El alemán, que comprendía mal el francés, contestó a las dos primeras preguntas: dio el nombre de su regimiento y el de su comandante; pero la tercera no la entendió. En alemán, mezclado con palabras francesas deformadas, explicó que él era el aposentador de su regimiento y que se le había ordenado ocupar todas las casas, una tras otra. Pierre, que sabía alemán, tradujo al capitán lo que decía el würtemburgués y transmitió a éste la respuesta del capitán. El alemán, que entendió por fin lo que se le decía, cedió y se llevó a sus hombres. El capitán salió al patio y dio algunas órdenes en voz alta. Al volver a la sala Pierre estaba sentado en el mismo sitio, con la cabeza apoyada entre las manos. Su rostro expresaba un gran sufrimiento, y, en efecto, sufría.
Cuando el capitán salió y Pierre se encontró solo comprendió de pronto en qué situación se hallaba. No era el hecho de la caída de Moscú, ni que los afortunados vencedores campasen por sus respetos en la ciudad ni que lo tuvieran a él bajo su protección —por muy duro que le pareciese—; lo que lo atormentaba en esos momentos era la conciencia de su propia debilidad. Unos vasos de vino y una conversación con aquel hombre bonachón habían destruido el estado de ánimo concentrado y sombrío en el que había vivido los últimos días, y le parecían indispensables para llevar a cabo sus planes. La pistola, el puñal y el chaquetón de sayal estaban preparados. Napoleón iba a entrar al día siguiente. Pierre seguía considerando útil y digno matar al malvado, pero sentía ahora que no lo iba a hacer. ¿Por qué? Lo ignoraba. Presentía que no llevaría a cabo su propósito. Luchaba con su propia impotencia, aunque se daba vagamente cuenta de que no podría vencerla y que las sombrías ideas de otro tiempo sobre la venganza, el asesinato y el sacrificio de su persona se habían dispersado como el humo, al contacto con el primer hombre que había encontrado.
Cojeando ligeramente y silbando algo, el capitán entró de nuevo en la sala. La charla del francés, que antes divertía a Pierre, ahora se le hizo insoportable. La cancioncilla, sus posturas, sus gestos, la manera de atusarse el bigote, todo le molestaba.
“Ahora mismo me voy, sin decirle una palabra”, pensó. Pero siguió clavado en su sitio. Un extraño sentimiento de debilidad lo paralizaba. Quería levantarse y salir de allí, pero no podía hacerlo.
El capitán, por el contrario, parecía muy alegre. Recorrió la habitación dos veces; le brillaban los ojos y los bigotes le temblaban como si recordase algo divertido y sonriese a sí mismo.
–Charmant le colonel de ces Würtembergeois!– dijo. —C'est un Allemand, mais un brave garçon, s'il en fut. Mais Allemand. 517
Se sentó frente a Pierre.
–À propos, vous savez donc l'allemand, vous? 518
Pierre lo miró sin decir nada.
–Comment dites-vous asile en allemand? 519
–Asile?– preguntó Pierre. —Asile en allemand: Unterkunft.
–Comment dites-vous?– preguntó rápidamente el capitán, incrédulo.
–Unterkunft– repitió Pierre.
–Onterkoff– dijo el capitán, y con ojos sonrientes miró unos segundos a Pierre. —Les allemands sont de fières bêtes. N'est-ce pas, monsieur Pierre?– concluyó. —Eh bien encore une bouteille de ce bordeaux moscovite, n'est-ce pas? Morel va nous chauffer encore une petite bouteille. Morel!– gritó alegremente. 520
Morel trajo unas velas y la botella de vino. El capitán miró a Pierre a la luz de las velas y quedó sorprendido al ver el rostro desolado de su compañero. Con una expresión de franca tristeza y condolencia se acercó a Pierre y se inclinó sobre él.
–Eh bien, nous sommes tristes– y tocó a Pierre en el brazo. —Vous aurais-je fait de la peine? Non, vrai, avez-vous quelque chose contre moi? Peut-être, rapport à la situation? 521
Pierre, sin contestar, miró cariñosamente a los ojos del francés. Aquella expresión amistosa le era agradable.
–Parole d'honneur, sans parler de ce que je vous dois, j'ai de l'amitié pour vous. Puis-je faire quelque chose pour vous? Disposez de moi– volvió a preguntar. —C'est à la vie et à la mort. C'est la main sur le coeur que je vous le dis 522– dijo el capitán dándose un golpe en el pecho.
–Merci– contestó Pierre.
El capitán lo miró con fijeza, como lo había hecho mientras le explicaba cómo se dice asilo en alemán; de pronto su rostro resplandeció.
–Ah! dans ce cas, je bois à notre amitié!– exclamó alegremente, llenando dos vasos de vino.
Pierre tomó su vaso y lo vació de un trago. Ramballe hizo lo mismo; estrechó de nuevo la mano de Pierre y se acodó en la mesa con gesto melancólico y pensativo.
–Oui, mon cher ami, voilà les caprices de la fortune– comenzó a decir. —Qui m'aurait dit que je serais soldat et capitaine de dragons au service de Bonaparte, comme nous Tappelions jadis? Et cependant me voilà à Moscou avec lui. Il faut vous dire, mon cher– su voz se tomó triste y mesurada, como la de quien se prepara a contar una larga historia, —que notre nom est un des plus anciens de la France. 523
Y con la ingenua y ligera franqueza de un francés, el capitán contó a Pierre la historia de sus antepasados, su propia infancia, su adolescencia, los asuntos de familia y lo relativo a su fortuna. Naturalmente, “ma pauvre mère”ocupaba buena parte del relato.
–Mais tout cela n'est que la mise en scène de la vie, le fond c’est l'amour! L'amour– dijo animándose. —N'est-ce pas, monsieur Pierre? Encore un verre? 524– Pierre bebió y llenó el vaso por tercera vez.
–Oh! les femmes, les femmes!– y con ojos lascivos, fijos en Pierre, el capitán pasó a hablar del amor y de sus aventuras galantes.
Habían sido numerosas, y se le podía creer sin dificultad con sólo contemplar el rostro alegre y satisfecho y la entusiasta admiración con que hablaba de las mujeres. A pesar de que todas las historias amorosas de Ramballe se distinguían por su lascivia, que constituye, para los franceses, la poesía y el encanto del amor, contaba con tal convicción sus experiencias que parecía ser el único hombre capaz de experimentar y conocer toda la fascinación del amor. Describía a las mujeres de forma tan seductora que Pierre lo escuchaba con curiosidad.
Resultaba evidente que l'amourque tanto gustaba al francés no era aquel, de género inferior y más simple, que Pierre había experimentado en otro tiempo hacia su mujer, ni el sentimiento romántico, que él mismo avivaba, por Natasha (Ramballe detestaba por igual ambas especies de amor: el uno era l'amour des charretiers; el otro, l'amour des nigauds). 525L’amouradmirado por el francés consistía principalmente en relaciones artificiosas con las mujeres, complicadas y antinaturales, que conferían especial encanto a los sentimientos.
Así, el capitán contaba la conmovedora historia de su amor por una bella marquesa de treinta y cinco años y —al mismo tiempo– por una graciosa muchacha de diecisiete hija de la hermosa marquesa. La lucha generosa entre ambas culminó con el sacrificio de la madre, quien propuso a su amante para esposo de su hija. Semejante recuerdo, aunque lejano, aún conmovía al capitán. Después narró otra aventura en la que un marido había hecho el papel de amante y él (el amante) el de marido. Relató algunos sucesos graciosos de sus souvenirs d’Allemagne, donde asilese pronuncia Unterkunft; les maris mangent de la choucroute et les jeunes filies sont trop blondes. 526