Текст книги "Guerra y paz"
Автор книги: Leon Tolstoi
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Классическая проза
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Cuando alguien dice: No soy libre, y yo levanto y bajo mi brazo, todos comprenden que esta ilógica respuesta es la prueba indiscutible de la libertad y la manifestación de una conciencia no sometida a la razón.
Si esta conciencia de la libertad no fuese una fuente de autoconocimiento separada e independiente de la razón, estaría sometida al razonamiento y a la experiencia. Pero en realidad, tal dependencia no se produce nunca ni es concebible.
Una serie de experiencias y de razonamientos demuestran a cada hombre que él, como objeto de observación, está sometido a determinadas leyes, a las que obedece y contra las que una vez conocidas nunca lucha: la ley de la gravitación universal o de la impenetrabilidad. Pero esa misma serie de experiencias y razonamientos le demuestra que la libertad absoluta de la cual tiene conciencia es imposible, que cada acto suyo depende de su organismo, de su carácter y de los factores que actúan sobre él. Mas el hombre no se somete nunca a las deducciones de estas experiencias y razonamientos.
El hombre sabe por la experiencia y la razón que la piedra cae de arriba abajo; lo cree indiscutiblemente y, en todos los casos, espera el cumplimiento de la ley que ha conocido.
Pero, aun sabiendo de modo igualmente indiscutible que su voluntad está sometida a diversas leyes, no lo cree ni puede creerlo.
Por muchas veces que la experiencia y la razón le demuestren al hombre que, en las mismas circunstancias, si su carácter no ha cambiado, volverá a hacer lo que hizo; cuando por milésima vez aborde en las mismas circunstancias y con el mismo carácter una acción que terminará siempre del mismo modo; se sentirá seguro, como antes de cualquier experimento, de poder actuar como quiera. Todo ser humano, salvaje o culto, pese a todas las pruebas irrefutables presentadas por el razonamiento y la experiencia de que es imposible proceder de modo diferente en las mismas condiciones, siente que sin esa absurda idea (que es la esencia misma de la libertad) no puede imaginarse la vida.
Y no podría vivir porque todas las aspiraciones de los hombres, todas sus exigencias, no son más que aspiraciones a incrementar su libertad. La riqueza y la pobreza, la gloria y el anonimato, el poder y la sumisión, la fuerza y la debilidad, la salud y la enfermedad, la instrucción y la ignorancia, el trabajo y el ocio, la saciedad y el hambre, la virtud y el vicio, no son más que un grado mayor o menor de libertad.
No podemos imaginarnos a un hombre privado de libertad, a menos que esté privado de vida.
Si el concepto de libertad es para la razón una contradicción carente de sentido, como la posibilidad de realizar dos actos diversos al mismo tiempo y en las mismas condiciones o como un fenómeno sin causa, esto prueba solamente que la conciencia no está sometida a la razón.
Esa conciencia de la libertad inquebrantable, irrefutable, no sometida a la experiencia ni a la razón, reconocida por todos los pensadores y sentida por todos los hombres sin excepción, conciencia sin la cual es imposible concebir al ser humano, constituye por sí sola otro aspecto del problema.
El hombre es una criatura del Dios todopoderoso, infinitamente bueno y omnisciente. ¿Qué es, entonces, el pecado, cuyo concepto se deriva de la libertad del hombre? Se trata de un problema de la teología.
Los actos del ser humano están sometidos a las leyes generales, inmutables, estudiados por la estadística. ¿En qué consiste la responsabilidad del hombre frente a la sociedad, concepto bajo el cual reconocemos que el hombre es un ser libre? Se trata de un problema del derecho.
El hombre actúa de acuerdo con su carácter innato y las influencias que recibe. ¿Qué es, pues, la conciencia y el conocimiento del bien y del mal de los actos que se derivan de su libertad? Se trata de un problema de ética.
El hombre, en relación con la vida común de la humanidad, está sometido a las leyes que determinan esa vida. Pero ese mismo hombre, al margen de tal vínculo, parece libre. ¿Cómo ha de considerarse la vida pasada de los pueblos y de la humanidad: como resultado de la actividad libre o no libre de los hombres? Se trata de un problema de la historia.
Sólo en nuestra época, tan segura de sí misma por la divulgación de la ciencia, gracias a un arma poderosa contra la ignorancia como la difusión de la imprenta, el problema del libre albedrío se ha situado en un terreno donde no puede existir como problema. En nuestros días, la mayoría de los hombres calificados como progresistas, es decir, una muchedumbre de ignorantes, considera que los trabajos de los naturalistas, que se ocupan de un solo aspecto del asunto, es la solución de todo el problema.
No hay alma ni libertad porque la vida de un hombre se manifiesta en movimientos musculares, condicionados por la actividad nerviosa; no hay alma ni libertad porque, en un cierto período desconocido de tiempo, el hombre descendió del mono. Así dicen y escriben esos hombres, sin sospechar siquiera que hace miles de años todas las religiones y todos los pensadores no sólo reconocieron, sino que ni siquiera negaron, esa ley de la necesidad que tan celosamente intentan probar ahora por medio de la fisiología y de la zoología comparada. No ven que en esta cuestión el papel reservado a las ciencias naturales se reduce a servir de instrumento para esclarecer un solo aspecto de esa cuestión, ya que desde el punto de vista de la observación, la razón y la voluntad no son más que secreciones cerebrales y el hombre, según leyes generales, pudo descender de animales primitivos en un período desconocido; todas esas teorías se limitan a esclarecer una faceta del problema reconocido desde hace miles de años por todas las religiones y teorías filosóficas: que el hombre, desde el punto de vista de la razón, está sometido a la ley de la necesidad. Pero nada de eso supone el menor progreso hacia una solución del problema, que tiene un lado opuesto basado en el conocimiento de la libertad.
Que los hombres han descendido del mono en un período incierto es tan comprensible como el decir que fueron hechos con un puñado de barro en determinada época (en el primer caso la incógnita es el tiempo; en el segundo, el origen). Y la pregunta acerca de cómo concuerda la conciencia de libertad en el hombre con la ley de la necesidad a la que está sometido no puede tener respuesta adecuada ni en fisiología ni en zoología comparada, porque en la rana, en el conejo o en el mono no podemos observar más que actividad muscular y nerviosa, y en el hombre es evidente, además de ello, la conciencia.
Los naturalistas y sus seguidores, que creen poder resolver este problema, se parecen a los albañiles que, llamados para estucar un muro de la iglesia, en ausencia del capataz y llevados por su celo cubrieron de yeso las ventanas, las vidrieras e imágenes, las columnas y hasta los muros sin terminar, contentos de que, desde el punto de vista de su oficio, todo hubiera quedado uniforme y bien alisado.
IX
La solución del problema de la libertad y la necesidad en la historia tiene, sobre las otras ramas del saber científico que habían tratado de resolverlo, la ventaja de que la historia no se refiere a la esencia misma de la voluntad humana, sino a cómo se explica y manifiesta dicha voluntad en el pasado bajo condiciones determinadas.
Desde el punto de vista de la solución del problema, la historia está, con respecto a las demás ciencias, en una relación igual a la de una ciencia experimental con respecto a las especulativas.
El objetivo de la historia no es la voluntad del hombre, sino la idea que tenemos de ella.
Por esta razón no existe para la historia —como para la teología, la ética y la filosofía– el misterio insoluble del nexo de unión entre la libertad y la necesidad. La historia estudia la vida humana donde la coexistencia de las dos contradicciones ya es una realidad.
En la vida real, todo hecho histórico, todo acto humano se comprende claramente y en forma muy definida sin sentir la menor contradicción, a pesar de que cada hecho parezca en parte libre y en parte necesario.
Para conocer cómo se une la libertad y la necesidad y cuál es la esencia de estos dos conceptos, la filosofía de la historia puede y debe ir por un camino contrario al de las demás ciencias. En vez de buscar primero la definición de los conceptos de libertad y necesidad por sí mismos, aplicándolos luego a los fenómenos de la vida, la historia, entre el enorme número de hechos que maneja, siempre dependientes de la libertad y la necesidad, debe definir esos conceptos.
Sea como fuere la actividad de uno o muchos individuos, no se comprende sino como producto de la libertad, por una parte, y de las leyes de la necesidad, por otra.
Da lo mismo que hablemos de la migración de los pueblos o la invasión de los bárbaros, ya de las órdenes de Napoleón III o del acto de un hombre que una hora antes había escogido tranquilamente, entre varias, una dirección para el paseo; en ninguna de esas manifestaciones vemos contradicción alguna. La medida de la libertad y de la necesidad que ha guiado los actos de aquellos hombres está, para nosotros, claramente definida.
Con mucha frecuencia la idea que nos hacemos de la libertad puede ser mayor o menor según el punto de vista desde el cual examinamos el fenómeno; pero en cada acto humano aparecen siempre unidos libertad y necesidad. Y siempre, cuanto mayor es la libertad en un acto, tanto menor es la necesidad que en él hallamos, y viceversa.
La relación entre libertad y necesidad aumenta o disminuye según el punto de vista desde el cual se considera, pero permanece siempre inversamente proporcional.
El hombre que se está ahogando y se aferra a quien intenta salvarlo y lo ahoga; la madre hambrienta, extenuada por amamantar al hijo, que roba alimentos, o el soldado que sometido a una disciplina mata, porque se lo ordenan, a un hombre indefenso, son, para quien conoce las condiciones en que se hallan estas personas, menos culpables, es decir, menos libres y más subordinadas a la ley de la necesidad. Pero a quien ignora que el náufrago estaba a punto de ahogarse, que la madre tenía hambre, que el soldado estaba en filas, etcétera, semejantes actos parecen más libres. De la misma manera, el hombre que veinte años antes cometió un asesinato y después ha vivido tranquilamente sin hacer daño a la sociedad nos parece menos culpable; es decir, que su acto parece más sometido a la ley de la necesidad cuando se considera veinte años después y más libre si se examina al día siguiente de realizarlo. De la misma manera, cada acto de un loco, de un borracho o de un hombre presa de gran excitación nos parece menos libre y más influido por la ley de la necesidad si conocemos su estado anímico; y más libre, menos necesario si no lo conocemos.
En todos estos casos, la noción de libertad aumenta o disminuye según aumenta o disminuye el concepto de necesidad, que depende del punto de vista desde el cual se considera el hecho. De manera que, cuanto mayor nos parece la necesidad, menor es la libertad, y viceversa.
La religión, el sentido común del hombre, la ciencia del derecho y la propia historia entienden de la misma manera esta relación entre necesidad y libertad.
Todos los casos, sin excepción, en los cuales aumenta o disminuye nuestra noción de la libertad y la necesidad tienen en total tres bases: la relación del autor del hecho.
1) con el mundo exterior;
2) con el tiempo;
3) con las causas que han producido el hecho.
La primera base es la relación de ese hombre con el mundo exterior, relación más o menos visible por nosotros, y la idea más o menos clara del lugar que cada hombre ocupa con respecto a todo lo que coexiste con él. Ésta es la base por la cual resulta evidente que el hombre que se está ahogando es menos libre y depende más de la necesidad que el hombre que está en tierra firme; es la base que nos explica la razón de que los actos de un hombre que vive en un país muy poblado, en relación estrecha con otros hombres, con su familia, con su trabajo o con otros asuntos, se consideran como menos libres y más sometidos a la ley de la necesidad que los de un hombre que vive solo y aislado.
Si analizamos al individuo aislado, sin relacionarlo con el mundo que lo rodea, todos sus actos nos parecen libres. Pero si advertimos la más pequeña relación entre ese hombre y el mundo circundante (con otro hombre que habla con él, con el libro que lee, con el trabajo que realiza y hasta con el aire que lo envuelve y la luz que cae sobre los objetos vecinos), vemos que cada una de esas condiciones influye sobre él y rige por lo menos un aspecto de su actividad.
Y en relación con esas influencias disminuye nuestra idea sobre su libertad y aumenta la idea de la necesidad a que está sujeto.
La segunda base consiste en la relación temporal, más o menos visible, entre el hombre y el mundo; la idea más o menos clara del lugar que ocupan en el tiempo los actos de ese hombre. Según esta base, la caída del primer hombre —que tuvo por consecuencia el origen del género humano– nos parece menos libre que el matrimonio de un hombre coetáneo nuestro; en virtud de esta base, la vida y la actuación de hombres que vivieron hace siglos y están ligados a nosotros por el tiempo no pueden parecemos tan libres como la vida moderna, cuyas consecuencias desconocemos todavía.
La idea sobre la libertad y la necesidad —su gradualidad– depende del tiempo mayor o menor que transcurre entre la realización de un acto y nuestra opinión sobre el acto.
Si examino un acto que acabo de realizar, en unas circunstancias parecidas a las que me encuentro ahora, ese acto me parece indudablemente libre. Pero si analizo un acto realizado hace un mes en circunstancias distintas de las actuales, deberé reconocer que de no haberse llevado a cabo aquel acto no existirían muchas cosas útiles, gratas y hasta necesarias, derivadas de él.
Si con el recuerdo me traslado a un acto más lejano aún, de hace diez años o más, entonces me parecerán más evidentes sus consecuencias y me será difícil representarme qué habría ocurrido si aquel acto lejano no se hubiera realizado. Cuanto más retroceda en mi recuerdo o, lo que es lo mismo, cuanto más retrase mis opiniones sobre las consecuencias de mi acto, tanto más inseguras serán mis opiniones acerca de su libertad.
La historia confirma la participación cada vez mayor del libre albedrío en las acciones comunes de la humanidad. El acontecimiento moderno nos parece, una vez cumplido, el resultado indiscutible del esfuerzo de todos los hombres famosos. Pero en los hechos más alejados de nosotros podemos observar ya sus inevitables consecuencias, fuera de las cuales no podemos imaginar nada. Y cuanto más retrocedamos en el examen de los hechos, menos libres nos parecen.
La guerra austro-prusiana la vemos como consecuencia indudable de las maniobras del astuto Bismarck, etcétera.
Las guerras napoleónicas, aunque con muchas reservas, nos parecen aún el resultado de la voluntad de los héroes. Pero con respecto a las Cruzadas, acontecimiento que ocupa un lugar determinado, sin el cual sería imposible concebir la historia moderna de Europa, para los historiadores de la época de las Cruzadas no parecen más que el resultado de la voluntad de algunos individuos.
Y por lo que respecta a las migraciones de los pueblos, a nadie de nuestra época, por ejemplo, se le ocurriría pensar que de la voluntad de Atila dependía la renovación del mundo europeo. Cuanto más alejamos el objeto de nuestra observación, tanto más dudosa se hace la libertad de los hombres que han realizado los acontecimientos y más evidente resulta la ley de la necesidad.
La tercera base es la mayor o menor posibilidad de conocer la infinita relación de causas que exige imperiosamente la mente, y en la cual cada fenómeno comprendido —y, por tanto, cada acto humano– debe tener un lugar determinado, como consecuencia de hechos precedentes y causa de los sucesivos.
Es la base en virtud de la cual nuestros actos y los de otros hombres nos parecen tanto más libres y menos sujetos a la ley de la necesidad cuanto mejor conocemos las leyes psicológicas, fisiológicas e históricas, deducidas de la observación a las cuales el hombre está sujeto, y cuanto mejor las comprendemos. Y, por otra parte, cuanto más sencillo es el hecho observado, menos complejos son el carácter y la mentalidad del hombre cuyo acto examinamos.
Cuando no comprendemos en absoluto las causas del acto, lo mismo si se trata de un crimen, de una buena obra o de una acción que nada tiene que ver con el bien o el mal, le atribuimos una mayor parte de libertad; si se trata de un crimen, pedimos más que nada el castigo; si de una buena obra, la apreciamos sobremanera. En el caso de que nada la relacione con el bien o el mal, consideramos que el acto revela individualidad, originalidad y libertad mayores. Pero si conocemos tan sólo una de las innumerables causas del hecho, admitimos cierta parte de necesidad y exigimos menos al castigo del crimen, no reconocemos tanto mérito al acto virtuoso y vemos menos libertad en el acto que nos parecía original. El hecho de que un delincuente haya crecido entre criminales disminuye su culpa. La abnegación del padre o la madre —abnegación con posibilidad de recompensa– nos resulta más comprensible que la abnegación inmotivada y, en consecuencia, nos parece menos meritoria, menos libre. Los fundadores de sectas y partidos y los inventores nos asombran menos cuando conocemos cómo y con qué medios prepararon su actividad. Si tenemos un buen número de experimentos, si nuestra observación va siempre dirigida a la búsqueda de relaciones entre causas y efectos de los actos humanos, estos actos nos parecen tanto más necesarios y tanto menos libres cuanto más certera es la relación entre causa y efecto. Si los hechos analizados son sencillos y observamos gran cantidad de ellos, nuestra idea de su necesidad será todavía más completa. El acto deshonroso del hijo de un padre deshonesto, la desvergonzada conducta de una mujer en un determinado ambiente, la recaída de un borracho en la embriaguez, etcétera, son actos que nos parecen tanto menos libres cuanto mejor comprendemos sus causas. Y si ese hombre cuyos actos analizamos está en el ínfimo estadio de la evolución, como un niño, un loco o un imbécil, al conocer las causas del acto y la simplicidad de su carácter y mentalidad conocemos ya tal abundancia de necesidad y tan poca libertad, que tan pronto como conocemos la causa que origina el acto podemos pronosticarlo.
Sobre estas tres bases se fundamenta la irresponsabilidad del delincuente, reconocida en todas las legislaciones, así como las circunstancias atenuantes. La responsabilidad parece mayor o menor según el mayor o menor conocimiento de las condiciones en que se halla el hombre cuyo acto se juzga, según el tiempo más o menos largo transcurrido desde que el acto se realiza hasta que lo sometemos a juicio, y según la comprensión, más o menos grande, de las causas que lo originan.
X
Por consiguiente, nuestra idea de la libertad y de la necesidad aumenta y disminuye gradualmente según sea su lazo de unión mayor o menor con el mundo exterior, la distancia, más o menos dilatada en el tiempo, y la dependencia, más o menos grande de las causas en cuyo contexto analizamos el fenómeno.
Así pues, si observamos al hombre cuando su lazo de unión con el mundo exterior es sobradamente conocido, cuando el tiempo transcurrido desde la realización del hecho es el mayor posible y sus causas son del todo comprensibles, consideramos que la necesidad es máxima y mínima la libertad. Pero si observamos al hombre cuando su dependencia del mundo exterior es mínima y el acto fue realizado en un momento inmediato al tiempo presente y las causas de la acción son inasequibles para nosotros, llegaremos a pensar que la necesidad fue mínima y máxima la libertad.
Pero tanto en un caso como en el otro, por mucho que cambiemos nuestro punto de vista, por mucho que nos expliquemos el vínculo que lo relaciona con el mundo exterior, por muy accesible que esa relación nos parezca, por mucho que alarguemos o acortemos el período de tiempo, por muy comprensibles o inaccesibles que nos parezcan las causas, nunca podremos representarnos ni una libertad ni una necesidad completa.
1) Por mucho que procuremos imaginarnos a un hombre al margen de las influencias del mundo exterior nunca comprenderemos el concepto de la libertad en el espacio. Todo acto humano se halla inevitablemente sometido a determinadas condiciones por todo cuanto lo rodea, inclusive por su propio cuerpo. Cuando levanto y bajo el brazo, ese acto me parece libre, pero al preguntarme si me sería posible alzarlo en todas las direcciones, me doy cuenta de que lo hice donde había menos obstáculos para llevarlo a cabo, obstáculos que se encuentran en los cuerpos que me rodean y en la conformación del mío. Si de todas las posibles direcciones elijo una, lo hago porque en ella hay menos dificultades. Para que mi acto sea libre es preciso que no encuentre impedimentos. Para que un hombre sea libre debemos imaginarlo fuera del espacio, lo que evidentemente es imposible.
2) Por mucho que aproximemos el momento en el cual juzgamos la realización del acto, nunca conseguiremos el concepto de libertad en el tiempo, puesto que, al examinar un hecho realizado un segundo antes, debo reconocer ante todo la falta de libertad del acto, ya que está circunscrito al momento en que se hizo. ¿Puedo levantar el brazo? Lo levanto. Pero me pregunto: ¿podía no haberlo hecho en aquel momento ya pasado? Para comprobarlo, dejo de levantarlo en el instante siguiente. Pero eso no sucede ya cuando me preguntaba si obraba libremente. Ha pasado tiempo, que yo no pude detener, y el brazo que levanté entonces no es ya el mismo que empleo ahora, ni el aire en que lo movía es idéntico al que ahora me rodea. El instante en que hice aquel primer movimiento es irreversible, y en aquel momento fui capaz de hacer un movimiento no más, y cualquiera que hiciese no podía ser más que uno; el hecho de que en el momento siguiente no haya levantado el brazo no prueba que podía haber dejado de levantarlo entonces. Y puesto que mi movimiento no podía ser más que uno en aquel instante de tiempo, forzosamente había de ser ése. Para considerar ese acto como libre hay que imaginarlo en el presente, en el límite del tiempo pasado y futuro, es decir, fuera del tiempo, lo que es imposible.
3) Por mucho que aumente la dificultad para comprender la causa, jamás llegaremos a la idea de la libertad total, es decir, a la ausencia de causa. La primera exigencia de la razón es la de suponer la existencia de una causa y buscarla. La causa que expresa la voluntad de un acto nuestro o ajeno es incomprensible para nosotros, pero sin causa no puede existir ningún fenómeno. Levanto el brazo para realizar un acto independiente, pero el hecho de que quiera realizar un acto sin causa es la causa de mi acto.
Y aunque imaginemos a un hombre libre de toda influencia y no examinemos más que su momentáneo acto, no provocado por causa alguna, y admitamos que en el tiempo presente el infinitamente pequeño residuo de necesidad es igual a cero, ni aun entonces llegaríamos al concepto de la libertad absoluta, puesto que un ser que no se encuentra bajo la influencia del mundo exterior, que se halla fuera del tiempo y no depende de causa alguna, ya no es un ser humano.
De la misma manera, nunca podemos representarnos los actos de un hombre sujeto solamente a la ley de la necesidad sin que participe la libertad.
1) Por grande que sea nuestro conocimiento de las condiciones espaciales en que se halla el hombre, ese conocimiento nunca puede ser completo, porque el número de tales condiciones es infinito, lo mismo que el espacio. Por eso, desde el momento en que no están determinadas todas las condiciones e influencias a que está sometido el hombre, tampoco hay necesidad completa y existe cierta parte de libertad.
2) Por mucho que prolonguemos el tiempo transcurrido desde que se realizó el fenómeno analizado hasta el momento en que se emite el juicio sobre él, ese período será finito, pero el tiempo es infinito. Por esta razón, aun desde ese punto de vista, jamás puede existir una necesidad completa.
3) Por accesible que nos sea la serie de causas de un acto cualquiera, nunca la conoceremos del todo, porque es infinita, por lo cual tampoco llegaremos nunca a la necesidad total.
Pero además de lo dicho, aun cuando admitiéramos que la libertad puede llegar a cero y reconociéramos en algún caso —por ejemplo, en un moribundo, un embrión o un idiota– la falta absoluta de libertad, acabaríamos, si lo hacemos, con el concepto de hombre, pues desde el momento en que no hay libertad tampoco existe el hombre. Por eso la idea de que el hombre puede vivir y actuar sólo sujeto a la ley de la necesidad, sin un ápice de libertad, se nos hace imposible como la idea de un acto humano absolutamente libre.
Así, para representarnos la actividad de un hombre sujeto únicamente a la ley de la necesidad, sin libertad alguna, debemos admitir el conocimiento de una cantidad infinitade condiciones espaciales, de un período infinitamentegrande de tiempo y de una serie infinitade causas.
Para concebir al hombre absolutamente libre, no sujeto a la ley de la necesidad, debemos imaginarlo solo, fuera del espacio, del tiempo y sin depender de causa alguna.
En el primer caso, si la necesidad fuese posible sin libertad, llegaríamos a definir la ley de la necesidad por la necesidad misma, es decir, como una forma sin contenido.
En el segundo caso, si la libertad fuese posible sin necesidad, llegaríamos a una libertad completa, fuera del espacio, del tiempo y de las causas; libertad que, precisamente por ser absoluta e ilimitada, no sería nada o sería un mero contenido sin forma.
Llegaríamos, en general, a las dos bases sobre las que se asienta toda la concepción del mundo vista por el hombre: el carácter incomprensible de la esenciade la vida y las leyes que la definen.
La razón dice: 1) El espacio con todas las formas que lo hacen perceptible —la materia– es infinito y no puede concebirse de ninguna otra manera. 2) El tiempo es un movimiento infinito sin un solo momento de reposo, y no puede concebirse de otro modo. 3) El vínculo de causas y efectos no tiene principio ni puede tener fin.
La conciencia, por su parte, afirma: 1) Estoy solo y todo cuanto existe es únicamente yo, por consiguiente mi yo incluye el espacio. 2) Yo mido el tiempo que fluye y fijo en un instante inmóvil del presente cuando me siento vivo; por consiguiente, estoy fuera del tiempo. 3) Como carezco de causa, considero por ello que soy la causa de toda manifestación de mi vida.
La razón expresa las leyes de la necesidad; la conciencia, expresa la esencia de la libertad.
La libertad ilimitada es la esencia de la vida en la conciencia del hombre. La necesidad sin contenido es la inteligencia humana y sus tres formas.
La libertad es lo que se juzga; la necesidad es quien lo juzga.
La libertad es el contenido; la necesidad es la forma.
Sólo separando las dos fuentes del conocimiento, que se relacionan entre sí como la forma con el contenido, se llega a conceptos que se excluyen recíprocamente y no pueden ser comprendidos: los conceptos de necesidad y libertad.
Y solamente gracias a su unión se consigue comprender la vida del hombre.
Fuera de esos dos conceptos, que, unidos, se relacionan como la forma y el contenido, no puede existir representación alguna de la vida.
Todo cuanto sabemos de la vida de los hombres no es más que esa relación entre libertad y necesidad, es decir, entre la conciencia y las leyes de la razón.
Todo lo que conocemos del mundo exterior de la naturaleza no es más que la relación entre las fuerzas naturales y la necesidad, o entre la esencia de la vida y las leyes de la razón.
Las fuerzas que determinan la vida de la naturaleza están fuera de nosotros y de nuestro entendimiento (no somos conscientes de ellas); las llamamos fuerza de gravitación, inercia, electricidad, fuerza animal, etcétera. Pero comprendemos la fuerza de la vida humana y la llamamos libertad.
Y así como la gravitación, percibida por cada individuo, pero incomprensible en sí misma, es entendida por nosotros en la medida de nuestro conocimiento de las leyes que rigen la necesidad (desde la primera noción de que todos los cuerpos pesan hasta la ley de Newton), la fuerza de la libertad es también incomprensible en sí misma, aunque la percibimos y la entendemos en la medida en que conocemos las leyes de la necesidad, de las cuales depende (a partir del hecho de que todo hombre muere hasta el conocimiento de las leyes más complejas de la economía y la historia).
Todo conocimiento nuestro no es más que la adaptación de la esencia de la vida a las leyes de la razón.
La libertad del hombre se diferencia de todas las demás fuerzas por el hecho de que el hombre es consciente de ella, aunque desde el punto de vista de la razón no se distingue en nada de las demás fuerzas. La gravitación, la electricidad o la afinidad química sólo se diferencian entre sí porque la razón las designa de diversos modos. La libertad del hombre se diferencia de otras fuerzas de la naturaleza solamente por la definición que la razón les adjudica. Y la libertad sin necesidad, es decir, sin las leyes de la razón que la definen, no se diferencia en nada de la gravitación, del calor o de la fuerza de la vida vegetal. Para la razón no es más que una sensación de vida momentánea e indefinida.
Y así como la esencia indeterminada de la fuerza que mueve los cuerpos celestes, la esencia indefinida de la fuerza del calor, de la electricidad o de la afinidad química o de la misma fuerza vital son el contenido de la astronomía, la física, la química, la botánica, la zoología, etcétera, así la esencia de la libertad constituye el contenido de la historia. Como el objetivo de toda ciencia es descubrir la esencia ignorada de la vida, esa esencia, en sí, sólo puede ser objeto de la metafísica, como la libertad en el espacio, en el tiempo, en dependencia de las causas, es objeto de estudio de la historia y, también, de la metafísica.