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Guerra y paz
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Текст книги "Guerra y paz"


Автор книги: Leon Tolstoi



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En la segunda categoría era donde Pierre se incluía y colocaba a los hermanos que se le parecían, a los que buscaban y vacilaban, sin haber encontrado aún en la hermandad el camino recto y comprensible que esperaban descubrir.

En la tercera categoría estaban los que no veían en la masonería más que las formas exteriores y los ritos; eran mayoría y estimaban en mucho el severo cumplimiento de tales formalidades, sin pararse a pensar en su sentido ni en lo que simbolizaban. A él pertenecían Villarski y el propio gran maestro de la logia principal. Y, por último, en la cuarta categoría se hallaba buena cantidad de hermanos ingresados recientemente. Eran hombres que, según pudo observar Pierre, no creían en nada ni deseaban nada; entraban en la masonería sólo para estar cerca de los hermanos jóvenes y ricos, influyentes por sus buenas relaciones y su linaje. Este grupo era muy numeroso en la logia.

Pierre empezaba a estar disgustado de su propia actividad. La masonería, al menos tal como él la conocía allí, le parecía, a veces, basarse tan sólo en lo exterior. No es que dudara de la masonería en sí, pero sospechaba que la masonería rusa seguía un camino falso, abandonando sus verdaderas fuentes. Por dicha causa, a finales de año salió al extranjero para consagrarse al estudio de los grandes misterios de la Orden.

Pierre regresó a San Petersburgo en el verano de 1809. Por la correspondencia que mantenían los masones rusos con los de otras naciones, se sabía que Bezújov había logrado conquistar en el extranjero la confianza de muy altos dignatarios, que se había iniciado en muchos misterios, que fue promovido al más alto grado y traía buenas nuevas para el bien general de la masonería rusa. Todos los masones de San Petersburgo acudían a verlo, lo adulaban y estaban convencidos de que algo ocultaba y algo preparaba.

Se había convocado una tenida solemne de la logia de segundo grado, en la cual Pierre, según sus promesas, iba a comunicar a los hermanos de San Petersburgo cuanto le encargaran los jefes supremos de la Orden. La logia estaba abarrotada. Después de las ceremonias de rigor, Pierre se levantó y dio comienzo a su discurso:

–Queridos hermanos– empezó a decir, poniéndose colorado y tartamudeando. Tenía en la mano el discurso escrito, —no basta con observar nuestros misterios en la quietud de la logia, hay que actuar... actuar. Estamos dormidos, y es menester poner manos a la obra.

Pierre tomó su cuaderno y comenzó a leer:

"Para difundir la verdad pura y lograr el triunfo de la virtud, debemos librar a los hombres de sus prejuicios y difundir reglas conformes con el espíritu de nuestros tiempos, ocuparnos de educar a la juventud, unirnos con lazos indisolubles a los hombres más inteligentes, vencer valerosa y prudentemente la superstición, la incredulidad y la ignorancia, formar entre los hombres, que nos son afectos, un grupo de personas ligadas por la unidad del fin y poseedoras del poder y la fuerza.

"Para cumplir este objetivo es necesario que la virtud triunfe sobre el vicio, es necesario contribuir a que el hombre honesto consiga aquí, en esta vida, la recompensa eterna a sus virtudes. Pero las actuales instituciones políticas son un obstáculo importante para la realización de estos grandes proyectos. ¿Qué debemos hacer, pues, frente a tal estado de cosas? ¿Ayudar a las revoluciones, derrocarlo todo, expulsar la fuerza por la fuerza? No. Estamos muy lejos de eso: toda reforma llevada a cabo mediante la fuerza merece nuestra repulsa, porque no se corregirá el mal mientras los hombres sigan siendo lo que son, y porque la sabiduría no necesita de la violencia.

"Todo el plan de la Orden debe asentarse en la formación de hombres íntegros, virtuosos, ligados por la unidad de convicciones, por la convicción de que debe perseguirse en todas partes y con todos los medios el vicio y la ignorancia, proteger el talento y la honestidad; hay que rescatar del olvido a los hombres dignos e incorporarlos a nuestra hermandad. Sólo entonces tendrá nuestra Orden el poder de impedir que los partidarios del desorden consigan sus fines y dirigirlos, sin que se den cuenta de ello. En una palabra, es necesario formar un gobierno universal, poderoso, capaz de expandirse por todo el mundo sin quebrantar lazos civiles, bajo los cuales los demás gobiernos seguirían su acostumbrada existencia, haciéndolo todo menos aquello que se opone al gran objetivo de nuestra Orden: el principio de la virtud sobre el vicio. Éste era el fin que se propuso el cristianismo, que enseñaba a los hombres a ser sabios y buenos y a seguir, en beneficio propio, las enseñanzas de los mejores entre los sabios.

"Cuando todo estaba sumido en las tinieblas, bastaba, claro es, la prédica: la verdad revelada le infundía una fuerza especial; pero ahora necesitamos medios mucho más eficaces, necesitamos que el hombre, guiado por sus sentimientos, encuentre en la virtud un atractivo sensible. No es posible destruir las pasiones; hay que tratar de dirigirlas hacia un objetivo noble. Es necesario que cada uno pueda satisfacer sus propias pasiones dentro de los límites de la virtud, y que nuestra hermandad le proporcione los medios.

"Tan pronto como haya en cada Estado un cierto número de personas dignas de semejante tarea, cada una de ellas formará a otras dos y todas se unirán estrechamente entre sí; entonces todo será posible para nuestra Orden, que tanto ha hecho ya en secreto por el bien de la humanidad."

Este discurso produjo no sólo gran impresión, sino también fuerte conmoción en la logia. La mayoría de los hermanos, que veían en las palabras de Pierre una peligrosa desviación hacia el iluminismo, acogieron el discurso con una frialdad que asombró al orador. El gran maestro comenzó a contradecirlo. Pierre, con ardor cada vez mayor, volvió a desarrollar sus propias ideas. Hacía tiempo que no se daban tenidas tan borrascosas. Se formaron partidos: unos acusaban a Pierre de iluminismo; otros lo apoyaban. Pierre, por primera vez, quedó sorprendido en aquella asamblea de la infinita diversidad de la mente humana, debido a la cual ninguna verdad se ve del mismo modo por dos personas. También los hermanos que estaban a su favor lo comprendían a su manera, con restricciones y cambios que él no podía aceptar, ya que su propósito principal era, precisamente, comunicar a los demás sus ideas tal como él las entendía.

Al término de la tenida, el gran maestro, con malévola ironía, reprochó a Bezújov su ardor, diciendo que no sólo el amor a la virtud lo impulsaba a discutir, sino su espíritu combativo. Pierre se abstuvo de contestar y preguntó brevemente si su propuesta era o no aceptada. Le dijeron que no y él, sin esperar a las acostumbradas formalidades, salió de la logia y se fue a su casa.

VIII

El tedio, que tanto temía, invadió de nuevo a Pierre. Después del discurso en la logia se encerró durante tres días en su casa, echado en un diván, sin recibir a nadie ni salir a ningún sitio.

Durante ese tiempo recibió una carta de su esposa, que le suplicaba una entrevista; le decía que estaba triste sin él y que deseaba consagrarle toda la vida.

En las últimas líneas le anunciaba su próxima llegada a San Petersburgo, de vuelta del extranjero.

Tras la carta, la soledad de Pierre fue interrumpida por la visita de un hermano masón, de los que menos estimaba, quien, llevando la conversación hacia el tema de la vida conyugal de Pierre, le indicó, en forma de fraternal consejo, que aquella severidad para con su mujer era injusta y se apartaba de las reglas fundamentales de la masonería al no perdonar a la que se arrepiente.

Al mismo tiempo, su suegra, la esposa del príncipe Vasili, mandó a buscarlo, suplicándole que la visitara unos minutos siquiera para tratar de un asunto sumamente importante. Pierre comprendió que estaban tramando una conjura y querían reconciliarlo con su mujer. En el estado en que se hallaba, aquella idea no le era ni siquiera desagradable. Todo le daba igual: Pierre no veía en la vida nada que tuviera verdadera importancia y bajo la influencia de aquel tedio que lo dominaba no tenía en estima ni su propia libertad ni la voluntad firme de castigar a su mujer.

"Nadie tiene razón, nadie es culpable —pensaba—; luego tampoco ella es culpable." Y si Pierre no dio entonces mismo su consentimiento para la reconciliación fue sencillamente porque debido al estado de postración en que se hallaba carecía de energías para emprender cosa alguna. Si en aquel instante hubiera entrado en la casa su mujer, Pierre no la habría echado. En comparación con lo que le interesaba ahora, ¿qué importancia tenía vivir o no vivir con ella?

Sin responder a su mujer ni a su suegra, una noche salió para Moscú a fin de entrevistarse con Osip Alexéievich.

En su diario escribió lo siguiente:

Moscú, 17 de noviembre

Acabo de regresar de la casa del bienhechor y me apresuro a escribir todo cuanto he sentido.

Osip Alexéievich vive pobremente y desde hace tres años padece una dolorosa enfermedad de la vejiga. Nadie ha oído de sus labios una queja ni una palabra de lamentación. De la mañana a la noche, excepto en las horas de la comida (que es de lo más corriente), se dedica a las ciencias. Me ha recibido cariñosamente invitándome a tomar asiento en la cama donde yace; le hice la señal de la Orden de los Caballeros de Oriente y de Jerusalén y me respondió con el mismo gesto y me preguntó con una dulce sonrisa por lo que yo había visto y aprendido en las logias prusianas y escocesas. Le conté todo como buenamente supe, exponiendo en líneas generales mis propuestas a nuestra logia de San Petersburgo y manifestándole la mala acogida que se me hizo y la ruptura con los hermanos. Después de una larga reflexión en silencio, Osip Alexéievich me expuso su opinión con palabras que aclararon instantáneamente todo lo pasado y el camino que se me abría en el futuro. Me sorprendió preguntándome si recordaba cuál era el triple objetivo de la Orden: primero, conservar y conocer en profundidad los misterios; segundo, purificarse y corregirse, a fin de asimilarlos mejor; tercero, mejorar al género humano mediante ese deseo de perfección. ¿Cuál es el principal, el primero, de estos tres fines? Sin duda el perfeccionamiento y purificación personal; tan sólo a ese objetivo podemos aspirar siempre, independientemente de cualquier circunstancia. Pero, al mismo tiempo, ese objetivo exige de nosotros la mayor cantidad de esfuerzo. Por ello, cuando pecamos por orgullo, perdemos de vista ese fin; o bien deseamos estudiar un misterio del que somos indignos, puesto que no somos puros, o bien nos lanzamos a corregir al género humano cuando nosotros mismos somos un evidente ejemplo de vileza y perversión. El iluminismo no es una doctrina pura porque lo atrae la actuación social y está lleno de orgullo. Por estas razones, Osip Alexéievich condenó mi discurso y toda mi actividad. En el fondo de mi alma estuve de acuerdo con él. A propósito de mis asuntos familiares, me dijo: “El principal deber del verdadero masón, como le dije, consiste en el propio perfeccionamiento. Pero a menudo pensamos que, alejando de nosotros todas las dificultades de la vida, conseguimos con mayor prontitud este fin; por el contrario, señor mío, sólo en medio de las preocupaciones mundanas podemos alcanzar los tres objetivos principales; primero, el conocimiento de uno mismo lo alcanzamos tan sólo por la comparación; segundo, el perfeccionamiento se obtiene mediante la lucha únicamente; tercero, la virtud esencial: el amor a la muerte. Sólo las adversidades de la vida pueden manifestamos su vanidad, y ayudamos así en nuestro amor innato a la muerte, o sea, al renacer en una nueva vida". Palabras tanto más notables ya que Osip Alexéievich, a pesar de sus terribles sufrimientos físicos, nunca siente el peso de la vida y ama la muerte, para la que no se considera suficientemente preparado, a pesar de su pureza y elevación espiritual. El bienhechor me explicó después el sentido completo del gran cuadrado del universo haciéndome saber que los números 3 y 7 son la base de todo. Me aconsejó que no me alejara de los hermanos de San Petersburgo, que en la logia ocupara sólo las funciones de segundo grado, que intentara apartar a los hermanos del orgullo y conducirlos por el verdadero camino del conocimiento propio y de la perfección. Me aconsejó, además, en cuanto a mí mismo, que me observara atentamente, para lo cual me dio este cuaderno donde anoto y seguiré anotando en adelante todos mis actos.

San Petersburgo, 23 de noviembre

Vivo de nuevo con mi mujer. Mi suegra vino hecha un mar de lágrimas para decirme que Elena estaba aquí y me suplicaba que la escuchara; añadió que era inocente, que sufría por mi abandono y otras muchas cosas. Yo sabía que si cedía y volvía a verla no tendría fuerzas para negarme. En semejante duda, no supe a qué ayuda recurrir. Si el bienhechor hubiera estado aquí, me habría guiado. Me encerré en mi despacho, releí las cartas de Osip Alexéievich, recordé mis charlas con él y, de todo ello, saqué la conclusión de que no debía rechazar a quien suplica, que debía tender la mano a todos y especialmente a personas tan ligadas a mí y que debía llevar mi cruz. Pero si la perdono por amor a la virtud, es preciso que mi unión con ella no tenga más que un objetivo espiritual. Así lo he decidido y así he escrito a Osip Alexéievich; he rogado a mi mujer que olvide el pasado, que perdone mis posibles culpas para con ella y le he dicho que yo no tenía nada que perdonar. Me sentía feliz al hablarle así. Que no sepa lo penoso que me resultaba volver a verla. Ahora vivo en el piso alto de la casa grande y me siento feliz y renovado.

IX

Entonces, como siempre, la alta sociedad que se reunía en la Corte y en los grandes bailes estaba dividida en varios grupos, cada uno de los cuales presentaba un matiz especial. De todos, el más numeroso era el francés, favorable a la alianza con Napoleón, del conde Rumiántsev y de Caulaincourt. Desde su regreso a San Petersburgo y su vida en común con Pierre, Elena ocupaba una de las más destacadas posiciones en ese grupo. Frecuentaban sus salones los miembros de la embajada francesa y buen número de personas de las mismas tendencias, conocidas por su inteligencia y amabilidad.

Elena estuvo en Erfurt, durante la famosa entrevista de los Emperadores, donde se relacionó con todos los personajes napoleónicos de Europa. Su éxito en Erfurt había sido brillantísimo. El mismo Napoleón, que la había visto en el teatro, preguntó por ella y alabó su belleza. Su éxito como mujer hermosa y elegante no asombró a Pierre, ya que, con los años, Elena embelleció aún más; lo que sí lo dejó perplejo es que en esos dos años hubiera ganado la reputación “d'une femme charmante, aussi spirituelle que belle”. El famoso príncipe Ligne le escribía cartas de ocho páginas; Bilibin guardaba sus motspara ofrecer las primicias a la condesa Bezújov. Ser admitido en los salones de la condesa equivalía a certificado de inteligencia. Los jóvenes, antes de ir a una velada de Elena, procuraban leer algún libro para tener tema de conversación en sus salones y los secretarios de embajada y los mismos embajadores le confiaban secretos diplomáticos, por lo cual Elena era, en cierto modo, una potencia. Pierre, que conocía su estupidez, asistía a veces a sus fiestas y comidas, donde se hablaba de política, de poesía y de filosofía, con un extraño sentimiento de perplejidad y miedo. En aquellas veladas experimentaba un sentimiento parecido al de un ilusionista que teme a cada instante que su engaño quede al descubierto. Pero, ya fuese que para dirigir un salón así era precisa la estupidez, o porque los propios engañados sintieran un verdadero placer en el engaño, la falsedad no se revelaba nunca y la reputación d’une femme charmante, aussi spirituelle que belle, 296conquistada por Elena Vasílievna Bezújov, era tan sólida, que podía decir las cosas más triviales y absurdas sin que nadie dejara de entusiasmarse con sus palabras ni de buscar en ellas un sentido profundo y recóndito que ni ella misma sospechaba.

Pierre era precisamente el marido adecuado para una brillante mujer de mundo como Elena. Era un hombre extravagante y distraído, un marido grand seigneurque a nadie estorbaba y que lejos de empañar la impresión general sobre el alto nivel intelectual de la velada, en contraste con la discreción y elegancia de su mujer, contribuía a darle mayor realce. Durante aquellos dos años, gracias a su incesante preocupación por temas abstractos y a su sincero desprecio por todo lo demás, había adoptado, en medio de la sociedad que no le interesaba y rodeaba a su mujer, el tono indiferente, negligente y bonachón en su trato con todos que no se adquiere de manera artificial y por ello inspira un involuntario respeto. Entraba en el salón de su mujer como en un teatro; conocía a todos, se alegraba por igual al verlos y sentía la misma indiferencia hacia todos. A veces se mezclaba en una conversación que le interesaba y entonces, sin preocuparse de si les messieurs de l’ambassade étaient là ou non 297, expresaba opiniones con frecuencia contrarias al tono del instante político. Pero la opinión general sobre el extravagante marido de la femme la plus distinguée de Pétersbourg 298era tan firme, que nadie tomaba au sérieuxsus ocurrencias.

Entre los numerosos jóvenes que frecuentaban diariamente la casa de Elena estaba Borís Drubetskói. Había progresado ostensiblemente en su carrera y a la vuelta de Elena de Erfurt pasó a ser un íntimo de la casa. Elena lo llamaba mon pagey lo trataba como a un niño. Le sonreía como a los demás, pero esa sonrisa resultaba a veces desagradable a Pierre. Drubetskói mostraba hacia Pierre un especial respeto, digno y melancólico, respeto que lo inquietaba. Pierre había sufrido tanto hacía tres años a causa de la ofensa que le había infligido su mujer que ahora evitaba cualquier posibilidad de otra ofensa semejante, ante todo porque él no era el marido, y después porque no se permitía sospechar de ella.

"No, ahora que se ha convertido en bas-bleu, habrá renunciado a las aventuras de otros tiempos —se decía—. No hay ni un ejemplo de mujeres bas-bleuque se dejen llevar por las pasiones”, y se repetía esta regla cuya procedencia ni él mismo conocía pero que consideraba indudable. Sin embargo, era extraño que la presencia de Borís en el salón de su mujer (y estaba casi siempre) actuara físicamente sobre Pierre; parecía agarrotar todos sus miembros, poniendo fin a su espontaneidad y libertad de movimientos.

"Es rara esta antipatía —pensaba Pierre—. Antes llegaba a serme muy agradable.”

A los ojos del mundo, Pierre era un gran señor, marido un tanto ciego y cómico de una mujer célebre, un hombre original e inteligente que no hacía nada ni dañaba a nadie: una excelente persona. Durante aquel tiempo, en el alma de Pierre iba desarrollándose un complejo y difícil trabajo interior que le revelaba muchas cosas y le deparaba numerosas dudas y alegrías espirituales.

X

Pierre continuaba su diario. He aquí lo que escribía en aquel entonces:

24 de noviembre

Me he levantado a las ocho. He leído las Sagradas Escrituras y seguidamente fui a la oficina —de acuerdo con el consejo de su bienhechor, Pierre había empezado a trabajar en uno de los comités—. Volví a la hora de comer y lo hice solo (la condesa tenía muchos invitados que me son antipáticos). He comido y bebido con moderación y después copié algunos documentos para los hermanos. Al atardecer bajé al salón de la condesa y conté una divertida historia sobre B.; sólo cuando todos se echaron a reír a carcajadas me di cuenta de que no debía haberlo hecho.

Me retiro en un estado de ánimo tranquilo y feliz. Dios mío, ayúdame a caminar siguiendo tu senda: 1) vencer la cólera con la mesura y la paciencia; 2) vencer la lujuria con la abstinencia y la repulsión; 3) alejarme de la vanidad, pero no apartarme: a) del servicio al Estado; b) de los cuidados de la familia, c) de las relaciones amistosas; d) de ocupaciones económicas.


27 de noviembre

Hoy me he levantado tarde. Me quedé largo rato en el lecho, abandonado a la pereza. ¡Dios mío!, ayúdame; dame fuerzas para poder seguir tu camino. He leído las Sagradas Escrituras, pero sin el ánimo conveniente. Después vino el hermano Urúsov y hemos hablado de la vanidad del mundo. Me ha contado los nuevos proyectos del Emperador. Empecé a criticarlos, pero me acordé de los preceptos y palabras de nuestro bienhechor: el verdadero masón debe ser un agente activo del Estado cuando éste exige su colaboración y debe contemplar con ojos tranquilos aquellas cosas a las que no fue llamado. La lengua es mi peor enemigo. Me han visitado los hermanos G. V. y O.; hablamos de la admisión de un nuevo hermano. Me imponen las obligaciones de “rector”, pero me siento débil e indigno. Hablamos después de la interpretación de las siete columnas y gradas del templo: siete ciencias, siete virtudes, siete vicios, siete dones del Espíritu Santo. El hermano O. fue muy elocuente. Por la noche tuvo lugar la iniciación. El arreglo del local ha contribuido mucho a la magnificencia de la solemnidad. Fue admitido Borís Drubetskói. Yo propuse su admisión y he sido rector. Un extraño sentimiento me inquietó durante todo el tiempo que permanecí con él en la oscura estancia; noté en mí odio por él y me esforcé en vano en vencerlo. Precisamente por eso desearía sinceramente salvarlo del mal y conducirlo al camino de la verdad. Pero los malos pensamientos referentes a él no me abandonan. Me parece que su propósito, al ingresar en nuestra hermandad, es el de acercarse a ciertas gentes y lograr el favor de los que pertenecen a nuestra logia. Además me ha preguntado en varias ocasiones si N. y S. estaban en nuestra logia (preguntas a las que yo no podía responder); según mis observaciones, no es capaz de sentir respeto por nuestra santa organización: está demasiado ocupado y satisfecho de su persona y apariencia para desear la perfección de su yo espiritual. No tenía razones para dudar de él, pero no me pareció sincero, y durante todo el tiempo que estuvimos a solas en la estancia oscura me pareció que sonreía con desprecio al oír mis palabras, y le habría atravesado gustosamente el pecho desnudo con la espada que, según el rito, apoyaba en él. No pude hablar con elocuencia y tampoco pude comunicar sinceramente mis sospechas al gran maestro y a los demás hermanos. ¡Gran Arquitecto de la Naturaleza, ayúdame a encontrar los verdaderos caminos que nos conducen fuera del laberinto de la mentira!

Después de esas anotaciones, dejó tres páginas en blanco y escribió lo siguiente:

He tenido una conversación larga e instructiva a solas con el hermano V., quien me ha aconsejado que mantuviera amistad con el hermano A. Me ha revelado muchas cosas, aunque yo no fuera digno de que lo hiciera. Adonaí es el nombre de aquel que ha creado el mundo; el nombre del que lo gobierna es Eloím y el tercer nombre, que no puede pronunciarse, significa Todo. Las conversaciones con el hermano V. me fortifican, refrescan y me afirman en el camino de la virtud. Hablando con él, dudar es imposible. Veo claramente la diferencia que hay entre la pobre doctrina de las ciencias sociales y nuestra doctrina, que lo abarca todo. Las ciencias humanas fraccionan todo para comprender y matan todo para conocerlo mejor. En la santa ciencia de la Orden todo está unificado, comprendido en su totalidad y tal como es. La trinidad —los tres principios de las cosas– son el azufre, el mercurio y la sal. El azufre posee las propiedades del óleo y del fuego, que unidas a la sal provocan, debido al fuego que contiene, un intenso deseo, mediante el cual atrae el mercurio, lo apresa, lo retiene y producen conjuntamente diversos cuerpos. El mercurio es la esencia espiritual en estado líquido y volátil: Cristo, el Espíritu Santo, Él.


3 de diciembre

Me he despertado tarde. He leído las Sagradas Escrituras, pero sin sentir emoción. Después he paseado un rato por la sala. Quería meditar, pero la imaginación me ha hecho rememorar cierto acontecimiento de hace cuatro años. El señor Dólojov, cierta vez que me lo encontré en Moscú después del duelo, me dijo: "Espero que goce de una perfecta calma de espíritu, a pesar de la ausencia de su esposa”. Entonces no le contesté. Ahora he recordado todos los detalles y mentalmente le he dicho las cosas más atroces y agresivas, pero conseguí no pensar en ello cuando ya estaba dominado por la cólera, aunque el arrepentimiento no fue completo. Después vino Borís Drubetskói y se puso a contar diversas aventuras. Yo, que estaba de mal humor desde que vino, le dije algo desagradable. Él me replicó. Me enfurecí y le dije un cúmulo de cosas molestas y hasta groseras. Él se calló y yo me di cuenta de lo que había hecho cuando ya era tarde. ¡Dios mío! No sé comportarme con él. La causa de todo es mi amor propio. Me creo superior y eso me hace mucho peor que él, porque él es indulgente con mis intemperancias y yo, por el contrario, lo desprecio. ¡Dios mío, concédeme que en su presencia comprenda mejor mi bajeza y pueda portarme de manera que le sea útil también a él! Después de la comida he dormido un poco y, mientras me adormecía, pude oír una voz clara que murmuraba a mi oído izquierdo: “Es tu día”.

He soñado que caminaba en tinieblas y, de pronto, me vi rodeado de perros. Pero yo caminaba sin temor. Poco después, un perro pequeño me clava los dientes en el muslo izquierdo y no me suelta. Intento ahogarlo con las manos, pero cuando consigo liberarme de él se me echa encima otro perro mayor, que me muerde. Lo levanto, pero a medida que lo hago, el perro se hace más pesado y más grande. Y de pronto, el hermano A. me coge del brazo y me conduce a un edificio para llegar al cual debo pasar por una tabla muy estrecha. Cuando pongo el pie en la tabla, ésta se comba y cae; pretendo subir a una valla a la que apenas llego con las manos. Tras grandes esfuerzos, consigo subir de manera que mis piernas cuelgan en el aire por una parte y el cuerpo por otra. Miro y veo al hermano A., de pie en la valla, que me señala una amplia avenida y un jardín, donde se levanta un edificio hermoso. Entonces me desperté. ¡Oh Dios, Gran Arquitecto de la Naturaleza! Ayúdame a separar de mí a los perros, mis pasiones, y a la última de ellas, que reúne en sí la fuerza de todas las demás. Ayúdame a entrar en el templo de la virtud que he contemplado en sueños.

7 de diciembre

He soñado que Osip Alexéievich estaba en mi casa y yo, contentísimo, deseaba obsequiarlo.

Soñaba que me había puesto a charlar con unos extraños y, de pronto, me di cuenta de que eso no podía gustarle y quise acercarme a él para abrazarlo. Pero en cuanto me acerqué vi que su rostro había cambiado; estaba rejuvenecido y, en voz baja, me decía algo sobre la doctrina de la Orden, pero tan baja que me fue imposible oírlo. Luego salimos todos de la habitación y entonces sucedió algo extraño: estábamos sentados o tendidos en el suelo. Él hablaba conmigo, y yo, queriendo demostrarle cuán sensible era, comencé, sin escucharlo, a imaginar el estado de mi yo íntimo y la gracia de Dios que me había esclarecido. Las lágrimas asomaron a mis ojos y quedé contento de que él pudiera verlas. Pero Osip Alexéievich me miró con despecho y se apartó de mí, cesando de hablar. Esto me intimidó y le pregunté si lo que estaba diciendo se refería a mí. No respondió nada, pero se mostró cariñoso y en seguida, de improviso, nos vimos de nuevo en mi dormitorio, donde hay una cama de matrimonio. Se acostó a un lado y yo estaba acuciado por el deseo de acariciarlo y tumbarme a su lado. Y soñé que me preguntaba: "Diga la verdad: ¿cuál es su pasión principal? ¿Lo sabe ya? Creo que ya debe saberlo". Turbado por su pregunta, contesté que mi defecto principal era la pereza. Movió la cabeza como si dudara, y yo, más turbado aún, le dije que, siguiendo su consejo, vivía con mi mujer pero no era un marido para ella. Me respondió que no debía privar a mi esposa de mi cariño y me dio a entender que ése era mi deber. Pero repliqué que me avergonzaría de ello; y en ese instante todo desapareció. Al despertarme, recordé este texto de las Sagradas Escrituras:

La vida era la luz de los hombres. Y la luz brilló en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron.

El rostro de Osip Alexéievich era joven y resplandeciente. Ese mismo día recibí una carta del bienhechor en la que me hablaba de los deberes conyugales.

9 de diciembre

He tenido un sueño del que desperté con el corazón palpitante. Soñé que estaba en el diván de mi casa de Moscú; Osip Alexéievich salía de la sala. Comprendí inmediatamente que el gran proceso de renovación se había operado ya en él y corrí a su encuentro. Lo abracé, le besé las manos y él me dijo: “¿Has observado que tengo otra cara?”. Yo lo miré sin dejar de abrazarlo; su rostro era el de un joven, pero no tenía cabellos y sus rasgos eran muy distintos. Le dije: “Lo habría reconocido aunque lo hubiese encontrado por casualidad”. Y al decir esas palabras, pensé: “¿He dicho la verdad?”. De pronto me pareció que yacía como un cadáver. Después, poco a poco, volvió a la vida y entró conmigo en el despacho grande; tenía un libro voluminoso, como un códice alejandrino; le dije: “Lo he escrito yo”, y él hizo con la cabeza una señal afirmativa. Abrí el libro; cada página estaba ilustrada con bellísimos dibujos que representaban las amorosas aventuras del alma con su amante; también vi la figura de una hermosa doncella, de ropa y cuerpo transparentes, que subía al cielo. Me pareció saber que la doncella era una representación del Cantar de los Cantares. Pensé que no obraba bien, contemplando los dibujos, pero no podía apartar mis ojos de ellos. ¡Dios mío, ayúdame! Si es esto lo que quieres, que se cumpla tu voluntad; pero si yo mismo soy el causante, enséñame lo que debo hacer. Mi depravación me hará sucumbir si tú me abandonas del todo.

XI

La situación financiera de los Rostov no se había arreglado a pesar de los dos años pasados en el campo.

Aunque Nikolái, firme en su propósito, continuaba sirviendo en un oscuro regimiento y gastara relativamente poco dinero, la vida en Otrádnoie seguía siendo la misma y Míteñka, en particular, administraba de tal modo que las deudas aumentaban cada año. La única solución que le quedaba al viejo conde era trabajar en algo, y con esa intención se trasladó a San Petersburgo en busca de un empleo, y, al mismo tiempo, según decía, para divertir a las muchachas por última vez.


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