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En el primer cí­rculo
  • Текст добавлен: 3 октября 2016, 22:21

Текст книги "En el primer cí­rculo"


Автор книги: Александр Солженицын



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Y hasta los que sentían sus gargantas contraerse de aprensión y que no hubieran podido comer nada en ese momento, hasta ellos, olvidando su angustia, exigían el almuerzo.

Desde la ventana veían el caminito desde el cuartel general hasta la cocina. Y un camión apoyado en la pila de leña, con el fondo de un gran abeto, ramas y copa asomando por encima del camión. El oficial de víveres bajó por adelante y un guardia por atrás.

El teniente coronel había cumplido su palabra. Mañana o pasado colocarían el árbol de Navidad en el cuarto semicircular y los zeks —padres privados de sus hijos – se convertirían a su vez en niños, colgarían adornos (no ahorrarían el tiempo de trabajo para hacerlo) que ellos mismos habían fabricado. Colgarían el cestito de Clara y la brillante luna en su jaula de vidrio; los hombres con sus bigotes y barbas formarían círculo y aullando como lobos contra su destino, bailarían alrededor del árbol con amargas risas:



“en la selva creció un abeto


Sí, en la selva creció...”

Vieron al guardia bajó la ventana, alejando a Prianchikov que trataba a los zeks sitiados y que gritaba algo, elevando los brazos al cielo.

Vieron a Nadelashin corriendo ansioso hacia la cocina y luego hacia el cuartel general, de vuelta a una y otro.

Y vieron también que habían sacado a Spiridon del almuerzo para descargar el abeto del camión. Iba limpiándose el bigote y ajustándose el cinturón.

Por fin el teniente corrió a la cocina por última vez y trajo consigo cocineras cargadas con un tarro y un cucharón. Otra cocinera iba detrás con una pila de cuencos. Temerosa de resbalar, se detuvo cerca de la puerta. El teniente volvió y cargó algunos cuencos.

La victoria hizo estremecer el cuarto.

El almuerzo apareció en el umbral. Empezaron a servir la sopa en la mesa y los zeks tomaron sus cuencos y los llevaron a sus rincones sentándose en los marcos de las ventanas y en las valijas. Algunos pudieron comer de pie, apoyados en la mesa alta, que no tenía bancos.

El teniente y los cocineros se fueron. En la habitación se hizo el silencio auténtico que siempre debería acompañar a las comidas.

Pensaban: "Esta es una rica sopa gorda, no muy espesa, claro, pero se siente el gusto a carne; me estoy llevando a la boca esta cucharada, y esta y ésta, con el ojo de grasa y fibras blancas de carne; el liquido caliente pasará por mi esófago hasta mi estómago; mi sangre y mis músculos ya están celebrando por anticipado los nuevos refuerzos y la fuerza que van a recibir".

Nerzhin recordó el proverbio: "Por el buen estofado y el plato de sopa uno se casa". Interpreto, el significado: el hombre provee la carne, pero la mujer la cocina.

La gente común nunca se atribuye motivos sublimes en sus proverbios. En los miles de proverbios del pueblo ruso hay más franqueza y sinceridad que en las confesiones de Tolstoi y Dostoievski.

Cuando casi no quedaba sopa y las cucharas de aluminio rascaban el fondo, alguien murmuró: "Sí, sí".

—Prepárense a ayunar, hermanos —vino la respuesta desde el rincón.

—Rascaron el fondo de la olla y no era bastante espeso —comento algún crítico—.A lo mejor pescaron la carne para ellos.

—Sí, pero no será pronto cuando tomemos sopa cómo esta —dijo otra voz, cansada.

Entonces, Jorobrov plantó su cuchara en el cuenco vacío y dijo con claridad, en tono de incontenible protesta:

—¡No, mis amigos! "Mejor pan con agua que torta con problemas”.

Nadie le contestó.

Nerzhih empezó a golpear la mesa exigiendo el plato principal.

El teniente primero ofreció de inmediato.

—¿Han comido? – los miró sonriendo cordialmente. Al descubrir en sus rostros el buen humor que traía la saciedad, dijo lo que su experiencia le había enseñado a no decir nunca—; No queda más del plato principal; están lavando la olla: lo siento.

Nerzhin miró a los otros para ver si harían escándalo, pero con su modo ruso de alejarse del enojo con facilidad, todos se habían calmado.

—¿Qué era el plato principal —tronó una voz debajo.

—Estofado —contestó el teniente con una tímida sonrisa.

Suspiraron.

No se les ocurrió pensar en el postre.

Se oyó un motor. Llamaron al teniente, que así pudo escapar.

En el corredor escucharon la áspera voz del Teniente Coronel Klimentiev.

Los llamaron uno a la vez.

No confrontaron sus nombres con ninguna lista; porque el guardia de la sharashkaiba a acompañarlos hasta Butirskaia y entregarlos allí.

Los contaron mientras daban el paso tan sencillo pero tan irrevocable, que los separaba de la tierra y los metía en el vagón negro, Cada zek inclino la cabeza para no golpeársela en la puerta de acero, vacilando bajo el peso de sus bultos y golpeándolos torpemente contra el vano.

Nadie los despidió. La hora del almuerzo había pasado y los otros no podían estar en el patio de ejercicios, porque los habían corrido al edificio

El vagón negro tocaba a la puerta misma por su fondo. Mientras cargaban a los zeks, aunque faltaba el ladrido salvaje de los perros de policía, había él amontonamiento y la tensión propias de un grupo en que todos querían ayudarse y no lo lograban; los prisioneros, alterados, no pensaban en darse cuenta de lo que los rodeaba.

Dieciocho se embarcaron así y ni uno levantó la cabeza para saludar a los tilos elevados y tranquilos que les habían dado sombra en los momentos felices y trágicos de sus largos años aquí.

Los dos —Jorobrov y Nerzhin– que sí pensaron en mirar, tampoco dirigieron sus ojos hacia los tilos, sino hacia el costado del vagón, para ver de qué color estaba pintado.

Su curiosidad fue recompensada.

Ya hacia mucho que los vagones gris plomo o negros no recorrían las calles sembrando el horror entre los ciudadanos. Después de la guerra algún genio había concebido la idea de construir vagones exactamente iguales a camiones de reparto de alimentos y aunque seguían llamándose “negros”, en realidad estaban pintados de anaranjado y celeste, con letras en cuatro idiomas:



PAN PAIN BROT BREAD


CARNE VIANDE FLEISCH MEAT


Antes de entrar, Nerzhin pudo leer a un costado: "Meat".

Empujo la estrecha puerta de entrada, la otra que la seguía, más estrecha aun, piso los pies de alguien y arrastrando su valija y bolsa del mismo —o de otro– pudo al fin sentarse.

El interior del vagón no estaba "boxeado": dividido en diez "boxes" de acero como otros. Era de la variedad "general", no para conducir prisioneros de investigación sino los ya sentenciados; por ello, las tres toneladas que pesaba se aprovechaban mucho más en términos de carga humana. Al fondo, dos puertas de acero con pequeños enrejados, que servían como ventilación, limitaban un incómodo espacio donde los dos guardias que escoltaban a los prisioneros, una vez cerrada la puerta interior desde afuera, y la exterior desde adentro, y una vez dadas las órdenes por un tubo especial al chófer y al guardia que lo acompañaba, se sentaron pegados uno a otro con las piernas bajo el asiento. El espacio contenía un pequeño "box" para un posible rebelde. El resto del espacio tras el asiento del chófer era una trampa de ratones comunal y única, una caja de metal enana en la cual —así decían las normas– podían caber ni más ni menos que veinte personas. Pero si la puerta de acero se cerraba a fondo con alguna palanca, cabían más de veinte, aunque no muy cómodos que digamos...

Un banco rodeaba tres de las paredes del caza-ratones, dejando muy poco lugar en el medio. Los que podían se sentaban, pero no eran los más afortunados. Cuando el vagón estaba lleno, los otros y sus posesiones les apretaban las rodillas, ya incómodas de por sí, y los pies que pronto se dormían, y en el apretón no tenía sentido ofenderse ni disculparse: durante una hora iba a ser imposible hacer el menor movimiento y mucho menos cambiar de lugar. Una vez encajado dentro el último prisionero, los guardias se apoyaron en la puerta y el cerrojo funcionó.

Pero no cerraron bien la puerta exterior del fondo y de pronto alguien golpeaba el escalón posterior y una nueva sombra bloqueaba él enrejado de las puertitas anteriores.

—¡Hermanos! – resonó la voz de Ruska—. Voy a Butirskaia para que me interroguen. ¿Quién está allí? ¿A quiénes trasladan?

Una babel de voces explotó al instante. Los veinte gritaron su respuesta. Ambos guardias, a gritos, ordenaron a Ruska que se callara, y desde el umbral de su cuartel general Kilimentiev grito a los guardias que no fueran flojos dejando comunicarse a los prisioneros.

—¡Cállate, – rugió blasfemando alguien en el vagón.

Las cosas se fueron calmando y los zeks oyeron la lucha de los guardias, que se pisaban a sí mismo al tratar de meter a Ruska al "box".

—¿Quién te entregó, Ruska? – gritó Nerzhin,

—Siromaka.

—Esa porquería...

—¡Esa porquería! otra vez —pulularon las voces.

—¿Cuántos hay allí? – gritó Ruska.

—Veinte.

—¿Quiénes son?

Pero los guardias lo habían metido en el "box”.

—¿No tengas miedo, Ruska! Nos veremos en el campo.

Mientras la puerta de atrás seguía abierta, un poco de luz se filtraba en el vagón, pero ahora la cerraron y las cabezas de los guardias bloquearon los últimos rayos inciertos que venían de los dobles enrejados.

El motor rugió, el coche se estremeció, se movió y ahora, al mecerse sólo una chispa ocasional de luz reflejada cruzaba la cara de los zeks.

Los gritos de celda a celda, la chispa vital corriendo a través de la piedra y del hierro, siempre excita a los zeks.

Al rato el vagón paró. Habían llegado a los portones.

—¡Ruska!,-gritó un zek– ¿Te están pegando? La respuesta no vino en seguida; cuando llegó pareció muy lejana: —Sí me están pegando.

—¡Maldito sea Shiskin-Mishkin! —gritó Nerzhin—. ¡No cedas, Ruska! Otras voces gritaron y volvió la confusión.

Pasaron los portones y la carga se volcó de pronto a la derecha cuando el vagón dobló a la izquierda en la carretera.

El golpe hizo chocar con fuerza entre sí a Nerzhin y Gerasimovich. Se miraron tratando en vano de reconocerse en la oscuridad. Pero, sin duda, algo más que el apretón del vagón los unía estrechamente.

Ilia Joróbrov, más animado, habló:

—No se preocupen, muchachos, no sientan que nos vayamos. ¿Acaso era vida lo de la sharashka? Hay Siromakas por todas partes; uno de cada cinco es un delator. Ni hay tiempo de tirarse un pedo en el baño y el “policía" ya lo sabe Hace dos años que no teníamos domingos libres por culpa de esos canallas. Doce horas diarias de trabajo. Uno les da todo su cerebro y a cambio recibe veinte gramos de manteca!

Ahora ni siquiera podíamos escribir a casa. ¡Que se vayan al diablo! Y el trabajo: otro infierno!

Jorobrov, ahogado por su propia indignación, dejó de hablar. En el silencio que siguió, por encima del motor que ahora corría por el asfalto de la carretera, se oyó la respuesta tajante de Nerzhin:

—No Ilia Terentich, no es un infierno. ¡Nada de eso! Ahora vamos al infierno. Volvemos al infierno. La sharashkaes el círculo más alto, el mejor, el primer círculo del infierno casi el paraíso.

No dijo nada más, porque no lo creyó necesario. Todos sabían que les esperaba era muchísimo peor que la sharashka, que en el campo sería recordada como un sueño dorado. Pero en este momento para mantener el coraje y el sentido de que tenían razón al seguir su causa, tenían que maldecir a la sharashka, para que nadie se lamentase, para que nadie se reprochara por haber cometido un error.

—No muchachos —insistió Joróbrov—, "Mejor pan con agua que torta con problemas”

Los Zeks callaron prestaban atención a las vueltas que daba el vagón.

Si los esperaba la taiga y la tundra, el frío intensísimo de Oímiakon y las excavaciones de cobre de Yezkazgan; pico y pala: raciones de hambre de pan húmedo, el hospital; la muerte. Lo peor del mundo.

Pero en sus corazones había paz.

Estaban plenos de valentía; la de quienes lo han perdido todo; el valor que no es fácil adquirir, pero que perdura siempre.

Sacudiendo su carga de cuerpos hacinados, el alegre coche anaranjado y celeste pasó por calles de ciudades, por una estación de ferrocarril; se detuvo en una intersección. Un brillante automóvil marrón esperaba a que cambiara la misma luz roja. En él iba el corresponsal del progresista diario Liberation, camino de un partido de hockey en el estadio Dynamo. El corresponsal observó la leyenda al costado del vagón:



CARNE VIANDE FLEISCH MEAT


Recordó que hoy ya había visto más de un camión igual, en diversas partes de Moscú. Y sacó, su libreta de apuntes, escribiendo con la lapicera roja oscura:

"En las calles de Moscú se ven a menudo camiones de alimentos muy limpios, higiénicos, impecables. La única conclusión posible es ésta: el aprovisionamiento de la capital es excelente".



FIN



notes

Notas a pie de página



[1] Obsérvese la abundancia, en ruso, de diminutivos del nombre propio. También se suele abreviar el patronímico (genitivo del nombre de pila del padre). Ha sido precisamente el deseo de facilitar al lector su identificación lo que nos ha inducido a publicar es índice de los personajes principales de la obra. (N. del E.).


[2] Reclusión para técnicos y científicos especializados.


[3] Pan dulce tradicional


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