Текст книги "En el primer círculo"
Автор книги: Александр Солженицын
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Классическая проза
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Las primeras elecciones de posguerra para el Soviet Supremo se aproximaban. En Moscú preparábanse enérgicamente para ellas. Era indeseable mantener los detenidos por el artículo 58 en Moscú. Eran buenos trabajadores por supuesto, pero podían ser embarazosos. Y la vigilancia se hacía más débil. De modo que para asustarlos, era bueno mandarlos un poco lejos, por lo menos a algunos. Los rumores amenazantes cruzaban el campo y se deslizaban entre los zeks, de que pronto habría trasporte de prisioneros hacia el norte. Los zeks que conseguían papas, las cocinaban ya para el viaje.
Para proteger a los votantes, todas las visitas al campo fueron prohibidas antes de las elecciones. Nadya envió a Gleb una toalla con una nota cosida adentro que decía:
"Mi amadísimo, no importan los años que pasen o las tormentas que estallen sobre nuestras cabezas (ella amaba expresarse en términos floridos), tu muchacha te será fiel mientras viva. Dicen que tu sección será enviada lejos. Estarás en una región distante, lejos de nuestros encuentros por largos años, lejos de nuestras miradas secretas a través de los alambrados de púa; si alguna diversión puede aliviar tus dificultades en esta vida desesperada, diviértete. Consiento, amado, y aún insisto, seme infiel, toma otra mujer. Después de todo, volverás a mí, ¿no es cierto?"
ESTO ES FÁCIL DE DECIR: AFUERA A LA TAIGA
Sin conocer una décima parte de Moscú, Nadya conocía todas las prisiones y su geografía maligna. Estaban distribuidas a través de toda la capital de modo que en ninguna parte de la ciudad faltase una. Nadya había aprendido gradualmente a conocerlas realizando visitas, llevando presentes, haciendo preguntas. Sabía distinguir la Lubyanka de la Unión de la Lubyanka provincial; había descubierto que había prisiones para interrogatorios llamadas KPZ en cada estación de ferrocarril. Más de una vez había estado en Butyrskaya y en Taganka. Sabía qué tranvías llevaban (aunque no figuraba indicado en el trayecto), cómo ir a Lefortovo o Krasnaya Presnya. Conocía la prisión Paz del Marino, que había sido destruida en 1917 y luego restaurada y por fin fortificada; vivía al lado de ella.
Desde que Gleb había retornado de un campo distante a Moscú y no a otro campo esta vez, sino a una asombrosa clase de institución, una prisión especial donde el alimento era excelente y donde trabajaba en materias científicas, Nadya había comenzado a verle de nuevo de vez en cuando. Las esposas no debían saber dónde estaban sus esposos y por eso cada vez eran llevadas a distintas prisiones.
Las más alegres visitas eran en Taganka. Era una prisión para ladrones y no para presos políticos y sus reglas eran más laxas. Las visitas se realizaban en el club de los guardias donde los carceleros entraban en contacto con las musas, tocando sus acordeones. Los prisioneros eran llevados a través de las desiertas calles de Kamenshchikov en ómnibus descubiertos. Sus mujeres los aguardaban en las veredas y cada prisionero podía abrazar a su esposa aun antes que el oficial iniciase la visita. Podían quedar cerca de ellas, decir todo lo prohibido por las regulaciones y aun pasarse algo de mano en mano. Las mismas visitas eran conducidas de una manera libre y fácil. Las parejas se sentaban uno junto al otro y había un guardia para vigilar las conversaciones de cuatro parejas.
Butyrskaya, que esencialmente era una suave y feliz prisión también, parecía maligna a las esposas. Los prisioneros que llegaban a ella desde Lubyanka se sentían atraídos inmediatamente por la disciplina relajada general. No había luz enceguecedora en los boxes, se podía caminar por los corredores sin tener la obligación de llevar las manos a la espalda y se podía hablar con voz normal en las celdas y espiar afuera por los "bozales" de las ventanas; descansar en los lechos de tablas durante el día y hasta, a veces, dormir debajo de ellos. Butyrskaya era más liberal en otros aspectos: de noche se podía conservar las manos bajo el propio saco y no le quitaban a uno sus anteojos; permitían fósforos en las celdas y no quitaban el tabaco de los cigarrillos; y cortaban el pan en sólo cuatro partes y no en pequeños trozos solamente.
Las mujeres no sabían de estas indulgencias. Veían una fortaleza con muros de cuatro estaturas humanas, abrazado en un solo bloque por la calle Novoslobodskaya. Veían portones de hierro entre poderosos pilares de cemento y otros portones que se deslizaban silenciosamente operados mecánicamente en forma insólita para dejar entrar y salir al coche celular. Y cuando las mujeres eran admitidas para sus visitas, eran introducidas por paredes de dos metros de ancho y dejadas entre altos muros circulares que rodeaban la pavorosa torre de Pugachev.
Los zeks comunes veían a sus visitas tras dos verjas. Un guardia caminaba en el espacio entre ellas, como si estuviese en una jaula. Los zeks de alta categoría —los de la sharashka– recibían a sus visitantes sentados a lo largo de una gran mesa, bajo la cual un panel sólido impedía que se tocasen con los pies o hicieran otras señales. Al final de la mesa el guardia estaba sentado como una estatua, vigilante, oyendo todas las conversaciones. Pero lo más opresivo era que el marido parecía surgir desde el fondo sombrío de la prisión, emergía durante una media hora de las densas paredes, sonreía como un fantasma, aseguraban a sus mujeres que estaban viviendo bien, que no necesitaban nada y luego volvían a sus celdas.
Esta era la primera vez que Nadya visitaba Lefortivo.
El guardia puso una marca en su lista y apuntó a Nadya en dirección a un edificio de un piso.
En un cuarto desnudo con dos largos bancos y una larga mesa, varias mujeres estaban ya esperando. En la mesa se veían canastos y bolsas para el mercado, sin duda llenas de alimentos. Y aunque los zeks de las sharashkaseran bien alimentados para que rindiesen, Nadya se sintió avergonzada que habiendo traído unos pastelitos livianos, ni siquiera podía dar a su esposo algo sabroso una sola vez por año. Había cocinado los pastelitos esa mañana temprano cuando las otras dormían en su dormitorio, con algo de harina que tenía y apenas azúcar y manteca. No había encontrado masitas en la pastelería y de todos modos tenía muy poco dinero para comprarlas si las hubiese habido. Esa visita coincidía con el cumpleaños de Gleb y no tenía nada que traerle como regalo.
Hubiera querido regalarle algún buen libro pero estaba prohibido también. En la última visita le había llevado un libro con poemas de Esenin que había obtenido por milagro. Era la misma edición que había tenido Gleb en el frente y que había desaparecido cuando lo arrestaron. Y Nadya había escrito en la primera página: "Igual que este libro, todo lo que hayas perdido volverá".
Pero el teniente coronel Klimentiev había desgarrado la página en su presencia y se lo había devuelto diciéndole que no se permitía pasar ningún mensaje escrito a los prisioneros. La inscripción debía pasar separadamente por el censor.
Cuando se enteró de esto Gleb le dijo furioso: —No me traigas nunca otro libro.
Cuatro mujeres estaban sentadas alrededor de la mesa, una de ellas era joven, con una niña de tres años. Nadya no las conocía. Las saludó y le contestaron y luego continuaron su animada conversación.
En la pared más lejana una mujer como de treinta y cinco o cuarenta años, con una chaqueta de piel muy vieja, estaba sentada en un banquito aparte de las otras. Llevaba como un pañuelo atado a la cabeza, cuya pelusa se había ido gastando. Estaba sentada con sus brazos cruzados y miraba tensamente al suelo enfrente de ella. Todo su porte expresaba la determinación de ser dejada sola y no querer hablar con nadie. No tenía nada parecido a un regalo en sus manos.
El grupo estaba listo para recibir a Nadya, pero Nadya no tenía ganas de reunirse a ellas. También estaba de un humor especial esa mañana y aproximándose a la mujer aislada le preguntó: —¿Le importa si me siento aquí?
La mujer la miró. Sus ojos eran totalmente incoloros. No había comprensión en ellos de lo que le preguntaba Nadya. Miró a través, de Nadya.
Ésta se sentó dejando su caracul artificial a su lado y también cayó en silencio.
No quería oír nada ni sentir nada que no fuese Gleb y la conversación que iban a tener; sobre lo que estaba desapareciendo para siempre en el abismo del pasado y el abismo del futuro; de lo que no concernía ni a él ni a ella sino a los dos juntos y a lo que se referían con la palabra lastimada "amor".
Pero no pudo evitar escuchar la conversación de la mesa. Las mujeres estaban discutiendo lo que sus maridos solían comer, lo que había en la mesa las noches y los mediodías y lo a menudo que eran lavadas sus sábanas. ¿Cómo sabían todo eso? ¿Era que gastaban los momentos de oro de sus visitas hablando de eso? Estaban enumerando qué alimentos y cuántos kilos y gramos de cada cosa habían traído consigo. Eran parte de las preocupaciones tenaces femeninas que hacen que una familia sea una familia y que la humanidad siga andando. Pero no era así como Nadya consideraba las cosas. En su lugar pensaba: cuan ultrajante, cuan vulgar, cuan despreciable era cambiar los grandes momentos por semejantes trivialidades. ¿Nunca se les había ocurrido pensar que lo importante era descubrir quién había hecho apresar a sus esposos? Después de todo sus maridos podrían no estar detrás de las rejas y no necesitar de esta comida carcelaria.
Tuvieron que esperar un largo rato. La visita había sido arreglada para las diez de la mañana, pero eran las once y no habían aparecido los zeks.
La séptima visitante, una mujer de cabello gris, arribó sin aliento, más tarde que el resto. Nadya la conocía de una visita previa. Había sido la primera mujer y al mismo tiempo la tercera del grabador y le había contado su historia. Siempre había admirado a su esposo y lo consideraba un genio. Pero éste le había dicho que se sentía infeliz con ella porque ella tenía un complejo psicológico y la había abandonado con su hijo por otra mujer. Vivió con esta pelirroja por tres años y luego se fue a la guerra. Fue tomado prisionero en seguida, pero vivió en Alemania una vida libre y al parecer allí halló con quién divertirse. Cuando regresó de Alemania fue arrestado en la frontera y condenado a diez años. De Butyrskaya informó a su pelirroja que estaba preso y le pidió que lo visitara. Esta le contestó: —Hubiera sido mejor que me traicionaras a mí y no a tu país. Te hubiese podido perdonar más fácilmente.
Entonces él pidió a su primera mujer que lo visitara y ella comenzó a llevarle regalos y a visitarlo y ahora él le había jurado eterno amor.
Nadya recordaba cómo la esposa del grabador le predijo amargamente que lo mejor para hacer cuando ellos estaban prisioneros, era serles infieles así, cuando salieran las apreciarían, porque si continuaban siempre fieles creerían que nadie las había deseado durante todo ese tiempo y que nadie las prefería, lo que era un desprestigio.
Para entonces la recién llegada había cambiado la conversación de la mesa. Ya estaba hablando de sus dificultades con abogados y los centros judiciales de la calle Nikolsky. Después, en el centro de "consultas modelo". Sus abogados costaban miles de rublos y se los gastaban en los restaurantes de lujo de Moscú, mientras sus clientes quedaban con sus casos exactamente donde los habían iniciado. Pero, de algún modo, al final fueron demasiado lejos y cayeron todos arrestados y tuvieron diez años ellos también y el letrero "modelo" fue removido de la calle Nikolsky. Después en el centro no modelo, los nuevos abogados que habían sido enviados como remplazantes, comenzaron a tomar millares de rublos y dejaron los casos de sus clientes como ya estaban antes. Los abogados explicaban confidencialmente que los grandes precios eran necesarios porque debían dividirlos con otros. Y era imposible saber si decían la verdad. Quizás no compartían con nadie a pesar de decir que lo hacían, pero ellos hacían entender que el asunto tenía que pasar por muchas manos. Las mujeres indefensas caminaban hacia delante y atrás, frente a las concretas paredes de la ley, como caminaban ante las paredes de seis metros de alto de la prisión Butyrskaya; no tenían alas para volar por sobre ellas y debían inclinarse ante cada puerta que se abriese. Los procedimientos legales detrás de los muros eran para ellas las vueltas clandestinas de una poderosa máquina que, a pesar de la obvia culpa de los acusados y el contraste entre ellos y quieres los habían aprisionado, a veces, como en un juego de lotería, por un milagro, podía salir el número ganador. Y de esa manera las mujeres pagaban a sus abogados no por ganar sino por la ilusión de ganar.
La mujer del grabador creía firmemente que sería recompensada por la suerte. Por lo que decía era evidente que había juntado cuarenta mil rublos por la venta de su habitación y ayuda de sus parientes y que los había entregado todos a sus abogados. Ya había tenido cuatro distintos. Tres pidieron el perdón y habían presentado cinco apelaciones con evidencias. Ella vigilaba la marcha de las apelaciones y le habían prometido tenerla en consideración en varios casos. Conocía por su nombre a todos los fiscales en ejercicio en las tres oficinas principales de fiscalías y aspiraba la atmósfera de los cuartos de recepción de la Corte Suprema y el Soviet Supremo. Como mucha gente confiada, especialmente las mujeres, exageraba el valor de cada detalle promisor y de cada mirada no demasiado hostil.
—Hay que escribir, hay que escribir a todo el mundo —repetía enérgicamente urgiendo a las otras mujeres a seguir su ejemplo—. Nuestros esposos están sufriendo. La libertad no viene sola. Hay que escribir.
Esta historia distrajo a Nadya de su humor y también perturbó su conciencia. Oyendo el inspirado discurso de la mujer del grabador, no se podía evitar creer que se había adelantado a todas y que lograría ciertamente hacer salir a su marido de la prisión y le hacía preguntarse: —¿Por qué no podría hacer yo lo mismo? ¿Por qué he sido menos leal que ella?
Nadya sólo había intentado una vez con la central modelo de consultores legales. Había compuesto una petición con la asistencia de un abogado y le había pagado 2.500 rublos. Aparentemente era demasiado poco. Se ofendió y no hizo nada.
—Sí —decía quietamente y como para sí– ¿hemos hecho todo lo posible? ¿Está limpia nuestra conciencia?
La mujer habladora no la oyó, pero su Vecina se volvió hacia ella repentinamente como si Nadya la hubiese insultado.
—¿Y qué es lo que hay que hacer? – preguntó con un tono hostil—. Todo es una pesadilla. El artículo 58 significa prisión perpetua. El artículo 58 no es para criminales sino para los enemigos. No se puede lograr sacar a nadie ni siquiera con un millón.
Su cara estaba toda exaltada. En su voz había un tono de puro sufrimiento inmitigable.
El corazón de Nadya se abrió a esa mujer vieja. En un tono compasivo por lo suave de sus palabras replicó: —Sugiero sólo que no hacemos todo lo que podemos. Después de todo las mujeres de los decembristas dejaron todo y siguieron a sus esposos sin arrepentimientos o segundos pensamientos. Quizá si no podemos obtener sus libertades, podríamos lograr que nos exiliaran en su lugar. Consentiría que lo enviasen a la taiga, a cualquier taiga en cualquier parte, en el Ártico, donde nunca hay sol; iría con él dejando todo.
La mujer que tenía el rostro severo de una monja, cuyo pañuelo gris estaba deshilachado, miró a Nadya con asombro y respeto.
—¿Tiene todavía la fuerza para ir a la taiga? ¡Qué afortunada es! A mí no me queda fuerza para nada ya. Creo que me casaría con cualquier anciano próspero que me aceptase.
Nadya tembló: —¿Y podría dejarlo, dejarlo tras las barras?
La mujer tomó a Nadya por la solapa de su casaca: —Mi querida, era fácil amar a un hombre en el siglo XIX. Las mujeres de los decembristas, ¿cree que realizaron alguna heroicidad? ¿Hubo secciones que las llamaron para llenar cuestionarios personales de seguridad? ¿Tuvieron que ocultar sus matrimonios como si fuesen enfermedades? ¿Para conservar sus empleos, para que sus últimos quinientos rublos por mes no les fueran quitados? ¿Para no ser boicoteadas en el departamento comunal? ¿Para que al ir a buscar agua al patio la gente no las silbase y las llamase enemigas del pueblo? ¿Tuvieron que resistir la presión de sus propias madres y hermanas para que se divorciasen? No, por el contrario, eran seguidas por un murmullo de admiración de la crema de la sociedad. Fueron presentadas graciosamente a los poetas para hacer leyendas de sus vidas. Yendo a Siberia en sus preciosos carruajes, no perdieron ni el derecho de vivir en Moscú, ni sus miserables y últimos nueve metros cuadrados de superficie. No tuvieron que pensar en luchar con marcas negras en sus libretas de trabajo, sin tener siquiera cacerolas ni pan negro en sus cocinas. Es muy fácil decir "¡Vamos a la taiga!" Aparentemente usted no ha esperado todavía lo suficiente.
Su voz estaba a punto de quebrarse. Los ojos de Nadya se llenaron de lágrimas al oír los apasionados argumentos de su vecina.
—Hace ya cinco años que mi marido está preso —dijo, justificándose– y estuvo antes, cinco en el frente.
—No cuente ésos —objetó violentamente la mujer—. Estar en el frente no es lo mismo. Es fácil esperar. Todo el mundo espera. Y usted puede hablar abiertamente. Leer cartas. ¡Pero si se tiene que esperar y además ocultarlo... bueno!
Se detuvo. Comprendió que no tenía que explicárselo a Nadya.
Eran ya las once y media. Por fin, el teniente coronel Klimentiev entró y con él, un sargento gordo y hostil. Éste comenzó a tomar los paquetes, abriéndolos y revisando sus pasteles y partiendo cada torta casera en dos. Rompió los pastelitos de Nadya buscando un mensaje oculto, o dinero, o veneno. Klimentiev coleccionó todos los permisos de visita, registró todos sus nombres en un gran libro y luego se cuadró en estilo militar y declaró:
—¡Atención! ¿Saben todas las reglas? Las visitas duran treinta minutos. No deben dar nada a los prisioneros ni recibir nada de ellos. Está prohibido preguntarles sobre su trabajo, o su vida, o sus programas y horarios. La violación de estas reglas es punible bajo el código criminal. Y sobre todo, desde hoy las visitas no pueden besarse ni darse la mano. En caso de violación, la visita terminará inmediatamente.
Las sumisas mujeres guardaron silencio.
"Gerasimovich, Natalya Pavlovna", leyó el primer nombre.
La vecina de Nadya se levantó y pisando firmemente en sus botas de fieltro de la preguerra entró en el corredor.
LA VISITA
Aunque había llorado mientras esperaba, Nadya tuvo un sentimiento dominical cuando al final la llamaron.
Cuando apareció en la puerta, Nerzhin ya se había levantado y la esperaba sonriendo. Su sonrisa sólo duró un instante, pero ella sintió una repentina felicidad: él permanecía tan próximo como siempre. No había ningún cambio a su respecto.
El individuo de cuello de buey con su traje gris, parecía un gángster retirado cuando se aproximó a la mesa. Su presencia dividía la estrecha pieza evitando que se tocaran los dos.
—Vamos, déjeme por lo menos tomarle la mano —dijo Nerzhin con rabia.
—Es contra las reglas —contestó el guardia, dejando que su pesada mandíbula se abriera apenas lo suficiente para que pasaran las palabras.
Nadya sonrió perpleja y aconsejó a su esposo no argüir. Se sentó en el sillón que había para ella. En algunas partes los resortes estaban saliendo por entre el cuero del asiento. Varias generaciones de interrogadores se habían sentado en ese sillón enviando a cientos de personas a sus sepulcros y luego siguiéndolos a su vez.
—Bueno, feliz cumpleaños —dijo Nadya tratando de animarlo.
—¡Gracias!
—Es una feliz coincidencia que sea hoy.
—Las estrellas.
Estaban acostumbrados a hablarse así.
Nadya trató de olvidar la presencia opresiva del guardia mirándolos. Nerzhin trató de sentarse de tal manera que la silla no lo pinchase demasiado.
La mesita que había estado enfrente de generaciones de presos bajo interrogatorio, estaba ahora entre esposo y esposa.
—Para no hablar más de esto: Yo te traje para comer, unos pastelitos de los que hace mamá. No pude traerte nada más, lo siento.
—No debías haber traído ni siquiera eso, tontuela. Tenemos todo.
—Pero no tienes pastelitos, ¿no? Y me habías dicho no traer más libros nunca. ¿Has estado leyendo Esenin?
La cara de Nerzhin se oscureció. Hacía más de un mes alguien había enviado una denuncia a Shikin sobre Esenin y éste le había quitado el libro diciendo que estaba prohibido.
Lo estoy leyendo.
Con sólo media hora no valía la pena gastarla en detalles.
Aunque no estaba nada calurosa la habitación, sino más bien fría, Nadya. se desabotonó el cuello de su casaca y la abrió, porque no sólo quería mostrarle a su esposo su nuevo saco de piel de caracul artificial —del cual no había dicho nada aún– sino también su nueva blusa. También esperó que ésta, de color naranja, le diese luz a su rostro. Temía parecer opaca en esa luz mortecina.
Con una mirada abrasadora, Gleb abarcó a su mujer, su rostro, su garganta y la abertura sobre sus pechos. Nadya se estremeció bajo esa mirada, y ese fue el momento más importante de la visita y pareció erguirse para acercársele.
—Tienes una nueva blusa, muéstrame algo más,
—¿Y mi saco de caracul? – Nadya hizo una mueca mimosa y ofendida.
—¿Qué hay con él?
—Es nuevo.
—¿De veras? – entendió por fin Gleb—; ¡el saco es nuevo! – Miró los rulos negros de la piel sin saber que era caracul, o si era artificial o auténtica, siendo el último hombre de la tierra capaz de distinguir un saco de quinientos rublos de uno de cinco mil.
Nadya se tiró el saco hacia atrás y él pudo verle su cuello finamente modelado como el de una jovencita, como siempre había sido, y los estrechos hombros que había amado tanto cuando la abrazaba, y bajo la blusa, los pechos que habían perdido un poco de su firmeza a través de los años.
El pensamiento breve y de reproche por la nueva ropa y los nuevos conocidos se trocó en una compasión aguda, viendo ese pecho caído. Comprendió que el avance del coche celular aplastó también su vida.
—Estás delgada —dijo con simpatía—. ¡Debes comer más! ¿No puedes comer mejor?
La mirada de Nadya preguntaba "¿estoy fea?". "Estás tan atractiva como siempre", contestaba la mirada de su preso.
(Aunque esas palabras no estaban prohibidas por el teniente coronel, no podían decirse en la presencia de otro intruso).
—Como bien —mintió ella—, pero mi vida está ocupada, trajinada.
—¿Por qué? Dímelo.
—No, tú primero.
—¿Qué puedo decirte? – sonrió Nerzhin—. Nada.
—Bueno, sabes... —comenzó ella con reticencia.
El carnoso guardia estaba de pie a medio metro de la mesa, como un bulldog, mirando a la pareja con un desprecio pétreo.
Ellos debían hallar justo el tono exacto, el alado lenguaje de la alusión inalcanzable para él. Sus fundamentos universitarios le sugirieron el tono.
—¿Y el traje es tuyo?
Entrecerró sus ojos y sacudió cómicamente la cabeza.
—¡Oh, que va a ser mío!, un caso Potemkin; Por tres horas, No dejes, que la esfinge te preocupe.
—No puedo evitarlo —dijo Nadya lastimosamente, como una niña, flirteando, cierta de que seguía gustándole a Nerzhin.
Nadya recordó la conversación previa en la sala de espera.
Nerzhin la tranquilizó: —Ya hemos aprendido a verle el lado humorístico.
Nadya aseguró: —:Nosotras las mujeres, no.
Nerzhin hizo esfuerzos para rozar las rodillas de su mujer con las suyas, pero la barra debajo de la mesa se lo impidió. La mesa tambaleó. Apoyado en sus codos y cerca de su mujer, Gleb dijo con hastío: —Así es siempre, trabas por todas partes.
Su mirada preguntaba: "¿eres mía, sólo mía?
"Soy la que amas. No soy peor, créeme", los ojos grises de Nadya brillaban al responder en silencio.
—¿Y tu trabajo, qué problemas tienes con él? ¿Sigues siendo una estudiante graduada? No.
—Pero ya presentaste tu tesis.
—Tampoco.
—¿Cómo puede ser?
—Bueno resulta que... —comenzó a explicar muy rápido temiendo que pasase el tiempo que quedaba—. Nadie ha hecho una disertación en tres años; las posponen. Por ejemplo, un estudiante tarda dos años preparando su examen final sobre "Problemas de la distribución de alimentos en las comunidades", y hacen que cambie su tema. ("¿Para qué hablar de eso?: no es importante"). Mi propia disertación está lista e impresa pero le están haciendo varios cambios. ("Lucha contra la adulación" —Pero, ¿cómo explicarle?...) —...está el problema de las fotocopias y fotografías...Y no sé cómo resolverlo. Hay una de dificultades.
—Pero te siguen pagando tu beca, ¿verdad?
—No.
—¿Y de qué vives?
—De mi salario.
—De modo que estás trabajando. ¿Y en qué?
—En la universidad.
—¿De qué?
—Con un cargo suplente y temporario. ¿Comprendes? Mi situación es precaria todo el tiempo. En general estoy como un pájaro en la residencia estudiantil, yo... en realidad...
Nadya miró al guardia. Lo que quería decir era que la policía tenía que haber cancelado su registro en Stromynka, pero luego, por error, lo había renovado por medio año más. El error podía ser descubierto en cualquier momento. Esa era la razón por la que no podía hablar en presencia de un sargento de la policía de inteligencia.
Nadya continuó: – Me han permitido la visita de hoy porque... esto fue lo que sucedió...
Pero si no podía contarlo todo en media hora...
—Dímelo más luego. Quiero preguntarte: ¿hay problemas en conexión conmigo?
—Algunos muy dificultosos, querido. Querían darme un tema especial que yo no quise aceptar.
—¿Qué quieres decir con un tema especial?
Ella lo miró indefensa y luego dirigió su mirada hacia el guardia. Su rostro suspicaz parecía estar a punto de ladrar o atacarla, colgado a menos de un metro de Nadya.
Ésta abrió sus manos perpleja; debía tratar de explicarle que en la universidad les exigían llenar detalladamente los nuevos cuestionarios sobre los esposos, los parientes, y los parientes de los parientes. Si uno iba a decir: "mi esposo está sentenciado por el Artículo 58", "no sólo le prohibirían trabajar en la universidad sino que tampoco le permitirían presentar su tesis. Y si mentía y decía: "Mi esposo desapareció en acción", lo mismo tendría que dar su nombre de casada y sería sentenciada por perjurio. Había una tercera posibilidad aún, pero Nadya decidió no decirla todavía ante la mirada inquisitiva de su esposo que la observaba.
Le dijo animadamente: – ¿Sabes que estoy en un grupo musical en la universidad? Me envían a tocar conciertos todo el tiempo. Hace poco toqué en el Hall de las Columnas en la misma noche que Yakov
Zak.
Gleb sonrió y meneó la cabeza como si no lo creyera.
—Bueno, era una noche de los gremios, de modo que sucedió por accidente, pero de todos modos... Y sabes, ¡qué risa! No me dejaron usar mi mejor vestido diciendo que no era suficiente para presentarse en público. Llamaron a un teatro y me trajeron otro, soberbio, largo hasta los tobillos.
—¿Y después que tocaste te lo dejaron?
—No y en general las muchachas me bromean por mi afición a la música y yo les digo que es mejor estar entusiasmada con una cosa que con una persona.
Nerzhin miró con gratitud a su mujer y luego le expresó con interés: —Háblame un minuto del tema especial;
Nadya bajó sus ojos: —Quería decirte —y no te lo tomes a pecho, ¿nicht war?—, una vez insististe que nosotros... debíamos divorciarnos... —dijo muy despacio.
(Esa era la tercera posibilidad que había callado y única que le abría el camino a la vida. Por supuesto, no podía escribir en el cuestionario, divorciada, porque los de seguridad lo mismo le preguntarían de quién, y el apellido de su anterior esposo, y su dirección y sus parientes y su fecha de nacimiento, ocupación y direcciones. En cambio ella podría escribir "soltera").
Sí, había habido un tiempo en que él había insistido, pero ahora titubeó. Sólo en ese momento se dio cuenta que el anillo de bodas no estaba en el dedo anular de Nadya.
—Sí, por supuesto —aceptó con gran determinación.
—¿Entonces no estarías contra, eso, si, si tuviese que hacerlo? – Con un gran esfuerzo Nadya lo miró. Sus ojos se ensancharon. Las bellas estrías doradas en ellos se alumbraron con un ruego de perdón y compresión—. ¡No sería real! – agregó apenas con su aliento sin voz.
—Muy bien. Lo deberías haber hecho hace mucho tiempo —Nerzhin aceptó con una voz de firme convicción aunque no sentía ni firmeza ni convicción algunas. Postergando para después de la entrevista la comprensión de todo lo escuchado.
—Quizás no tenga que hacerlo —decía con voz suplicante, poniéndose su saco sobre los hombros de nuevo. En ese momento pareció muy cansada, casi exhausta—. Quiero que en caso de necesitarlo obligadamente, estés de acuerdo previamente ya. Quizás no tenga que hacerlo.
—¿No, por qué no? Estás en lo cierto. Muy bien. – Nerzhin repetía sin sentir nada ya nada, sus pensamientos, ya buceando en lo más importante que había pensado decirle:– Es importante querida que no te hagas muchas ilusiones respecto al término de mi condena.
Nerzhin estaba preparado para un segundo término seguido de prisión perpetua, pues había sucedido así para muchos de sus camaradas. No podía mencionarlo en sus cartas y tenía que hablar de eso ahora.
Una expresión de miedo apareció en el rostro de Nadya.
—Un término es una situación condicional —explicaba él, hablando rápido y duramente, acentuando las palabras en las sílabas incorrectas para que el guardia se sintiera confundido y no pudiera seguirlo—. Puede durar siguiendo un espiral. La historia está llena de ejemplos y aun si concluyese milagrosamente no te imagines que volveríamos a nuestra ciudad ni a nuestra vieja manera de vivir. Debes entender una cosa y no olvidarla nunca: no venden boletos para el país del pasado, Lo que más lamento de todo es que no soy un zapatero. Esa habilidad sería utilísima en algunos lugares de Siberia, en Krasnoyarsk, en los bajos de Ankara. Esa es la vida a que debemos prepararnos. ¿Quién necesita allí las fórmulas matemáticas de Euler?
Tuvo éxito: el gángster retirado no comprendió y sólo parpadeó cuando los pensamientos de Nerzhin lo rozaron.
Pero Nerzhin olvidaba que —no, no lo olvidó, no lo entendió, como todos dejaban de hacerlo—, que las personas que suelen caminar por la tierra rasa y gris no pueden elevarse de golpe a las cimas heladas de las montañas. No entendió que su mujer aun ahora continuaba como al principio contando metódicamente los días y semanas de su término y condena. Para él su término era una clara y fría infinitud y para ella, era 264 semanas, 61 meses, algo más de cinco años los que faltaban, mucho menos tiempo del ya pasado, porque había ido a la guerra y no había vuelto a casa desde entonces, aunque la guerra era otra cosa...