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En el primer cí­rculo
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Текст книги "En el primer cí­rculo"


Автор книги: Александр Солженицын



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Habían muchos aspectos positivos en la profesión de Shikin. En primer lugar, después de la Guerra Civil, dejó de ser una profesión peligrosa. En cada operación había una abrumadora superioridad de fuerzas; dos o tres hombres armados contra un enemigo desprevenido y desarmado que, a menudo, recién se despertaba.

Además, también estaba bien remunerada; le daba acceso a uno a lo mejor de los centros de distribución especiales; a los mejores departamentos Confiscados a los condenados; a pensiones más altas que las que se pagaban a los militares y a sanatorios de primera clase.

No era un trabajo que agotara; no habían normas. Es verdad que los amigos, le habían dicho a Shikin que en 1937 y 1945 los oficiales de seguridad tenían que trabajar como caballos, pero Shikin jamás se había encontrado en ese tipo de situación, y en realidad no lo creía mucho. En los buenos tiempos uno podía adormilarse durante meses en el escritorio. El trabajo se caracterizaba por la falta de apuro; a la natural falta de apuro de toda persona bien alimentada, se agregaba la lentitud deliberada para trabajar en la psiquis del prisionero y sonsacar declaraciones sacar la punta al lápiz con parsimonia, elegir una lapicera, una determinada hoja de papel, el paciente registro de todo tipo de trámites tontos y datos circunstanciales. Esta deliberación penetrante era excelente para los nervios y contribuía a una larga vida.

No menos precioso para Shikin era el sistema básico de su trabajo. Consistía esencialmente en conservar el registro de todo lo que abarcaba la conservación del registro. Ninguna conversación podía terminar sólo como una conversación: tenía que terminar en la redacción de una denuncia, o en la firma de una declaración o un acuerdo, o bien en una constancia de no haber dado falsos testimonios ni para revelar secretos ni para dejar el área, o sobre la información o la entrega. Lo que se requería, en especial, era la paciente atención y esa prolijidad que distinguía la personalidad de Shikin; no dejaba que los papeles se convirtieran en un caos, sino que les daba salida, los registraba, y siempre pedía encontrar cualquier papel. (Como oficial, Shikin no podía, por sí mismo, realizar el trabajo físico de archivar; esto lo hacía la ayudante que trabajaba sólo unas horas, una muchacha desmañada y delgada, con mala vista y una especial aptitud y seguridad, que le fue enviada con ese objeto desde el personal de secretaría).

Sobre todo, el trabajo de seguridad y contraespionaje era placentero para Shikin, porque le daba poder sobre las personas, una sensación de omnipotencia, y lo aureolaba de misterio.

Shikin se sentía halagado por esa estima, esa timidez en su presencia que encontraba hasta en sus compañeros de trabajo que también pertenecían a la Cheka, aun cuando no "operaban" como personal de la Cheka en seguridad y contraespionaje. Todos ellos —incluyendo el coronel de ingenieros Yokanov– eran llamados en el momento en que Shikin lo solicitaba, para informarlo de sus actividades. Shikin, por otra parte, no tenía que presentarse a ninguno de ellos para informarles nada. Cuando con su cara morena y el pelo canoso muy corto, subía por la amplia y alfombrada escalera, con su gran portafolio debajo del brazo, y las jóvenes tenientes del MGB, tímidamente, le cedían el paso apresurándose a ser las primeras en saludarlo; Shikin se sentía orgulloso, consciente de su valor y dignidad.

Si alguno le hubiera dicho a Shikin (cosa que jamás sucedió) que inspiraba odio, que torturaba a otra gente, se hubiera sentido sinceramente indignado. Para él, torturar a la gente nunca había sido una satisfacción o fin en sí mismo. Era verdad que esa gente existía: la había visto en el teatro, en las películas; eran sádicos, los apasionados devotos de la tortura, gente que no tenía en sí nada de humano... pero siempre eran guardias blancos o fascistas. Shikin sólo llevaba a cabo su obligación, y su único propósito era que nadie pensara o hiciera nada perjudicial.

Cierta vez, en la escalera principal de la sharashka, usada, tanto por los empleados libres como los zeks, se había encontrado un paquete conteniendo ciento cincuenta rublos. Los dos tenientes que lo encontraron no pudieron ocultarlo ni localizar secretamente al propietario, porque lo encontraron juntos. En consecuencia, entregaron el paquete al mayor Shikin. Dinero, en la escalera que utilizaban los prisioneros... dinero a los pies de hombres a quienes les estaba prohibido estrictamente tenerlo... ¡esto era, después de todo, un suceso extraordinario que afectaba a todo el estado! Sin embargo, Shikin no trató en hacer mucho alboroto sobre esto: se limitó a colgar un anuncio en la pared de la escalera:

Quienquiera que haya perdido 150 rublos en efectivo

en la escalera, puede reclamarlo al mayor Shikin en

cualquier momento.

Esta no era una pequeña cantidad de dinero. Pero era tal la estima universal que se tenía por Shikin y la cortedad frente a él, que pasaron los días y las semanas, y nadie reclamó la maldita pérdida. La tinta del anuncio comenzó a desvanecerse, se llenó de tierra, y se rompió un ángulo de arriba. Finalmente, alguien escribió sobre él, con lápiz azul:



¡Comételo tú mismo, perro!


El oficial de guardia arrancó el anuncio y se lo llevó al mayor. Después de esto, Shikin anduvo durante mucho tiempo por los laboratorios comparando los tonos de azul de todos los lápices azules. La cruda y gratuita blasfemia lo ofendía. Él no tenía la intención de apropiarse del dinero de otro. Hubiera preferido que el propietario se lo reclamara; entonces podría haber formulado un caso contra él, analizarlo en las reuniones de seguridad, y desde luego, devolverle su dinero.

Por supuesto, tampoco tenía la menor intención de tirarlo. Después de dos meses se lo entregó como regalo a la larguirucha muchacha de vista deficiente que venía una vez por semana a archivar sus papeles.

Shikin, que hasta entonces había sido un modelo como hombre de hogar, se enredó endiabladamente con esa secretaria, de piernas toscas y gruesas, desdeñada durante todos sus treinta y ocho años. Él apenas le llegaba al hombro, pero descubrió en ella algo todavía no experimentado. Casi no podía esperar los días en que la muchacha venía a trabajar, y abandonó las precauciones, a tal extremo, que lo descubrieron mientras le reparan la oficina y estaba en un alojamiento temporario. Dos prisioneros, un carpintero y un yesero, no sólo los oyeron, sino que los observaron por un resquicio. La historia se difundió con rapidez, los zeks hicieron un hazmereír de su pastor espiritual y querían escribirle una carta a su esposa, pero no sabían su dirección. De manera que, en cambio, lo informaron a los jefes del instituto.

A pesar de ello, no pudieron destruir al oficial de seguridad. En esta ocasión, el mayor general Oskolupov reprendió a Shikin, no por sus relaciones con la empleada del archivo —desde que eso era cuestión de los principios morales de ella—, y tampoco por el hecho de que sus relaciones con ella tuvieran lugar durante las horas de trabajo —desde el momento que Shikin no tenía un horario fijo—, sino sólo porque los prisioneros los habían descubierto.

El lunes 26 de diciembre, habiéndose permitido tomar un día libre el domingo, el mayor Shikin llegó a trabajar poco después de las nueve de la mañana, aun cuando, si no hubiera llegado hasta la hora del almuerzo, no había nadie que pudiera censurárselo.

En el tercer piso, frente a la oficina de Yakonov, había un corredor corto y cerrado que jamás estaba iluminado por una lamparilla eléctrica; en ese corredor habían dos puertas: una que daba a la oficina de Shikin y la otra a la sala del Comité del Partido. Las dos puertas estaban recubiertas de cuero negro y no tenían inscripción o señal alguna. La proximidad de las dos puertas en el corredor oscuro le convenía a Shikin. Era imposible ver desde el vestíbulo exactamente en qué oficina entraba la gente.

Hoy, en camino a su oficina, Shikin encontró a Stepanov, el secretario del Comité del Partido, un hombre delgado, enfermizo, que usaba brillantes anteojos ahumados. Se estrecharon la mano. Stepanov propuso con tranquilidad.

—Camarada Shikin —jamás llamaba a nadie por su nombre patronímico—, entre y jugaremos un poco al billar.

Sé refería, a la mesa de billar del Comité del Partido. Shikin solía hacerlo a veces, pero hoy tenía muchos asuntos importantes qué atender, y meneó su plateada cabeza con dignidad.

Stepanov suspiró y se dirigió a jugar solo.

Entrando en su oficina, Shikin puso su portafolio con cuidado sobre el escritorio.

(Todos los papeles de Shikin eran secretos y super secretos, se guardaban en la caja fuerte y nunca se llevaban a ninguna parte, pero si Shikin saliera sin su portafolio, no causaría impresión. Por eso llevaba a su casa en el portafolio a Ogonyek, Krokodil, Vokrug y Sveta, cuando sólo le hubiera costado pocos kopeks suscribirse a ellos).

Atravesó el piso alfombrado hacia la ventana, se detuvo allí, y volvió a la puerta. Los asuntos importantes parecían haber estado acechando en la oficina, esperándolo... detrás de la caja fuerte, detrás de un armario, debajo de la cama. Ahora, de pronto, se amontonaban a su alrededor reclamando su atención.

Tenía cosas que hacer.

Frotó sus manos sobre el cabello canoso y corto.

En primer lugar, tenía que verificar un importante proyecto que había elaborado durante muchos meses y que recientemente había sido autorizado por Yakonov, adoptado por la administración, explicado a los laboratorios, pero que todavía no había sido puesto en ejecución. Era un nuevo sistema de usar libros diarios secretos. Analizando con cuidado la situación de seguridad del Instituto Mavrino, el mayor Shikin había descubierto —y se sentía orgulloso de haberlo hecho– que todavía no existía verdadera seguridad. Era cierto que las cajas fuertes de acero a prueba de incendio, de la altura de un hombre, estaban en cada habitación, cincuenta de las cuales habían sido secuestradas a una firma alemana, en alguna incautación. También era cierto que todos los papeles que eran secretos, semisecretos, o que estaban vinculados a cualquiera que fuera secreto, se guardaban en estas cajas fuertes en presencia de oficiales especiales de guardia durante el intervalo del almuerzo o de la comida y durante la noche. Pero el trágico descuido consistía en que sólo se guardaban allí los proyectos terminados y los trabajos en proceso. El primer esbozo de una idea, los primeros conceptos, las hipótesis vagas —en realidad, todo lo que sugería proyectos para el siguiente año, en otras palabras, el material más promisorio– no se guardaba en las cajas fuertes de acero. Un espía hábil que supiera algo de tecnología, podría abrirse paso por entre las alambradas de púa, encontrar un pedazo de secante con un dibujo o un diagrama en algún canasto de papeles, y luego volverse por el mismo camino por donde había venido... y en seguida el servicio de inteligencia norteamericano comprendería lo que perseguía el instituto.

Siendo un oficial consciente, el mayor Shikin había hecho que Spiridon sacara en su presencia todo el contenido de los cajones de basura del patio. Cuando hizo esto, encontró dos pedazos de papel, pegados con nieve y cenizas, en los que era evidente que se habían dibujado diagramas. Shikin no sintió repugnancia al recoger esas inmundicias, sosteniéndolas cuidadosamente por las esquinas, y las puso en el escritorio de Yakonov. Y Yakonov no pudo decir nada. Así, el proyecto de Shikin para identificar individualmente los diarios secretos, fue adoptado. Se adquirieron en seguida diarios adecuados, del depósito de librería del MGB. Contenían doscientas hojas grandes cada uno, estaban numerados y encuadernados, y podían ser sellados. El plan era distribuir los diarios a todos, excepto a los torneros y al portero. Anotar cualquier cosa en cualquier parte que no fuera en las páginas del diario de cada uno, estaba estrictamente prohibido. Además de evitar que los bocetos cayeran en manos enemigas, este plan tenía la intención adicional de proporcionar un medio para controlar el pensamiento de los prisioneros. Desde que había que anotar la fecha en el libro diario todos los días, el Mayor Shikin podría verificar cuánto había pensado el miércoles cada zek, y si había inventado algo nuevo o no el viernes. Doscientos cincuenta de esos libros diarios, significarían doscientos cincuenta Shikins, pendiendo sobre la cabeza de cada uno de los prisioneros. Los prisioneros eran siempre taimados y perezosos. Trataban de evitar el trabajar siempre que les fuera posible. Era rutina verificar el cumplimiento de un trabajo ordinario. Ahora tendrían los medios para controlar a un ingeniero, a un científico... Eso era lo que significaba el invento del Mayor Shikin.

(Y era una lástima que a los oficiales de seguridad y de contraespionaje no les dieran Premios Stalin).

Hoy tendría que constatar si ya se habían entregado los libros diarios a los zeks que debían tenerlos y también si habían comenzado a utilizarlos.

Otra tarea de Shikin ese día era completar la lista de prisioneros para el programa de trasporte a llevarse pronto a cabo, y saber precisamente para cuándo se había prometido efectuarlo.

Además, Shikin estaba absorbido por el asunto que había empezado con tanto aparato, pero que no se había llevado adelante; el "Caso del Torno Roto".

Mientras diez prisioneros trasladaban un torno desde el Laboratorio Número Tres hasta el taller de reparaciones, el torno había sufrido una rajadura en su base. Después de una semana de investigaciones, se había escrito un informe de ochenta páginas, pero la verdad no había salido a luz: ninguno de los prisioneros involucrados era un neófito ingenuo.

También tenía que descubrir cómo había aparecido y de dónde un libro de Dickens. Doronin había informado que era leído en la sala semicircular, especialmente por Adamson. Llamar a un reincidente como Adamson para interrogarlo hubiera sido una pérdida de tiempo. Eso significaba que tenía que citar a los empleados libres que trabajaban cerca de Adamson y atemorizarlos, anunciándoles que todo había sido descubierto.

¡Shikin tenía tanto que hacer hoy...!

("Y aún no conocía las cosas nuevas que le referirían sus informantes. No sabía todavía que tendría que investigar una burla a la justicia soviética; la actuación de algo llamado "El Juicio del Príncipe Igor".)

En su desesperación, se frotaba, las sienes y la frente, tratando de aquietar el enjambre de sus problemas.

Sin saber por dónde empezar, Shikin decidió mezclarse con las masas; en otras palabras, bajar al pasillo en la esperanza de encontrar algún informante que le indicara, levantando las cejas, que tenía una denuncia urgente que hacerle, que no podía ser postergada hasta la hora de las entrevistas.

Pero tan pronto llegó a la mesa del oficial de guardia, oyó que éste estaba hablando por teléfono sobre un nuevo grupo que se había creado.

¿Qué era eso? ¿Cómo podía haberse creado un nuevo grupo en el instituto, el domingo, cuando Shikin no había estado allí? ¿Cómo podían moverse las cosas tan de prisa?

El oficial de guardia se lo refirió.

¡Fue un rudo golpe! Había venido el delegado del ministro y también los generales. Shikin había estado ausente. El enfado lo estremecía. Le habría dado al delegado del ministro amplias razones para que supiera qué él estaba alerta en asuntos de seguridad. Y no le habían avisado ni pedido su consejo con tiempo; era imposible incluir al abominable Rubín en un grupo tan responsable... ¡el traicionero, falso de pies a cabeza! Juraba que creía en la victoria del comunismo, pero rehusaba convertirse en informante. Y, además, usaba esa provocativa barba, ¡el canalla!, ¡Vasco de Gama! ¡Afeitarlo!

Con sus pies pequeños calzados con zapatos para adolescentes, dando cuidadosos pasitos y con prisa deliberada, el cabeza redonda de Shikin se dirigió hacia el cuarto 21.

Había una forma de ponerse a mano con Rubín. Recientemente había elevado una petición al Tribunal Supremo para la reconsideración de su caso (la elevaba dos veces por año). Shikin podía decidir si mandar la petición con una recomendación favorable, o —como otras veces– con un comentario desagradable y negativo.

La puerta del N° 21 era sólida, sin paneles de vidrio. El mayor la empujó! Estaba cerrada con llave. Golpeó. No oyó pasos. Entonces, de pronto, la puerta se abrió ligeramente. En el intersticio de la puerta estaba Smolosidov con su amenazador copete de pelo negro. Viéndolo a Shikin, no se movió ni abrió más la puerta.

—Buenos días —dijo Shikin inseguro, poco acostumbrado a este tipo de recepción. Smolosidov era "un miembro de la Cheka" más importante que el mismo Shikin.

Smolosidov permaneció sereno como un boxeador, sus brazos inclinados y ligeramente echados hacia atrás. No dijo nada.

—Soy yo... —explicó Shikin confundido—. Déjeme entrar. Tengo que conocer su grupo.

Smolosidov retrocedió medio paso y, cubriendo todavía la habitación con su cuerpo, hizo un ademán con la cabeza a Shikin. Éste pasó a través de la estrecha abertura de la puerta y siguió el dedo de Smolosidov con los ojos. En la parte interior de la puerta pendía una hoja de papel:

Lista de personas admitidas en el cuarto N° 21:

1. Delegado del Ministro MGB – Sevastyanov

2. Jefe de Sección – Mayor General Bulbanyuk

3. Jefe de Sección – Mayor General Oskolupov

4. Jefe de Grupo – Mayor de Ingenieros Roitrnan

5. Teniente Smolosidov

6. Prisionero Rubín

Confirmado por el Ministro de Estado de Seguridad, Abakumov.

—Quisiera que llamen a Rubín —dijo en un susurro.

—¡No puede hacerlo! – respondió Smolosidov también en un susurro. Y cerró la puerta con llave.


UN SECRETARIO LIBERADO DE DUDAS



En un momento dado el sindicato había desempeñado un papel grande y significativo en la vida de los empleados libres de Mavrino. Pero entonces un camarada colocado muy alto —tan alto que era difícil llamarlo "camarada"– se había enterado de ello. Había preguntado —¿de qué se trata? – y no agregó la palabra "camarada", creyendo que no debía consentir a sus subordinados—. Después de todo, Mavrino es una unidad militar. ¿Para qué quieren un sindicato? ¿Sabe usted a qué huele eso?

Ese día se abolió el sindicato en Mavrino. Su desaparición no causó ningún trastorno.

Luego aumentó en forma extraordinaria la importancia de la organización del Partido en el instituto, que ya antes había sido considerablemente importante. El Comité de Distrito del Partido consideró necesario para la organización del Partido en Mavrino tener un secretario pagado "permanente" que no realizara ningún otro trabajo. Después de examinar algunas encuestas elevadas por la sección de personal, el Comité de Distrito del Partido recomendó para ocupar esa posición a: Stepanov, Boris Sergeyevich; nacido en 1900; nativo de la aldea de Lupachi, Distrito de Bobrovsk. Origen social: granjero sin tierra; después de la Revolución, policía rural; sin profesión. Situación social: empleado. Educación: cuarto grado de la escuela elemental; dos años en la escuela del Partido. Miembro del Partido desde 1921 hasta ahora. Activo en el trabajo del Partido desde 1923. No vacila en llevar a cabo la línea del Partido. Nunca participó en la oposición. Nunca sirvió en los ejércitos o instituciones de los gobiernos Blancos. Nunca estuvo en territorio ocupado. Nunca ha estado en el extranjero. No posee idiomas foráneos; no conoce ninguna de las lenguas nacionales de la U.R.S.S. Neurosis de guerra; se le premió con la orden de la "Estrella Roja" y la medalla "De la Victoria en la Guerra patria contra Alemania"

En el momento en que el Comité de Distrito del Partido recomendaba a Stepanov, éste estaba trabajando como propagandista en la cosecha del Distrito de Volokolamsk. Utilizaba todos los minutos cuando los labradores de la granja colectiva no estaban trabajando en los campos. Ya estuvieran sentados almorzando o simplemente disponiendo de un momento para fumar, en seguida los reunía en el campo o los citaba de noche en el edificio de la administración. Implacablemente explicaba la importancia de sembrar el campo cada año con semilla de buena calidad. Les decía que el remordimiento excedería la cantidad de semilla sembrada; que debía ser cosechada sin desperdicio ni despilfarro y tan ligero como fuera posible debía ser entregada al Estado. Sin descansar, se dirigía luego a los conductores de los tractores para explicarles la importancia de economizar nafta y no maltratar su equipo; y la absoluta inadmisibilidad de tener un momento de ocio. También respondía con reticencia a las preguntas que le hacían relativas a las reparaciones deficientes y a la escasez de ropa de trabajo.

Para entonces, la asamblea general de la organización del Partido de Mavrino había aceptado con fervor la recomendación del Comité de Distrito y elegido por unanimidad a Stepanov como su secretario a sueldo —sin haberlo visto jamás. Se eligió un nuevo propagandista y fue enviado al Distrito de Volokolamsk un oficial que había sido retirado de su puesto en las cooperativas del distrito de Yogoryevsk, porque desaparecían grandes cantidades de artículos. En Mavrino, se le dio a Stepanov una oficina vecina a la del oficial de seguridad y se hizo cargo de la dirección de los asuntos del Partido.

Comenzó por verificar dentro del partido, el trabajo realizado por el anterior secretario, que nohabía sido asalariado ni excusado de otro trabajo.

El ex-secretario era el Teniente Klykachev. Era delgado, sin duda a causa de su gran actividad y de que nunca descansaba. Se ingeniaba para dirigir el Laboratorio de Desciframiento de Códigos, y los grupos criptográficos y estadísticos, y también conducir un seminario en un Komsomol; era el alma del grupo de los "Jóvenes". Además de todo esto, había sido el secretario del Comité del Partido. Y mientras la administración consideraba al Teniente Klykachev demasiado exigente, y sus subordinados lo consideraban terco, el nuevo secretario sospechó enseguida que los asuntos del Partido en el Instituto Mavrino, habían sido descuidados.

Y esa fue la conclusión a que se llegó.

Las investigaciones de Stepanov en los asuntos del Partido continuaron durante una semana. Sin salir una sola vez de su oficina, examinó hasta el último papel y llegó a conocer a cada miembro del Partido por su ficha personal y su fotografía antes de conocerlos en carne y hueso. Klykachev sintió la pesada mano del nuevo secretario sobre él.

Salió a relucir una deficiencia tras otra. Dejando de lado los datos incompletos en interrogatorios, las inadecuadas certificaciones y recomendaciones en las fichas personales, la ausencia de características detalladas de cada miembro y candidato para miembro, aparecía una tendencia general viciosa con respecto a todos los procedimientos, una tendencia a llevarlos a cabo de hecho, pero a descuidar documentarlos, de tal manera, que los procedimientos se hacían, por así decirlo, ilusorios.

—Pero, ¿quién va a creer en ello? ¿Quién va a creer que esas medidas fueron en verdad llevadas a cabo? – preguntaba Stepanov, con la palma de la mano presionando su cabeza calva, y con un cigarrillo encendido entre los dedos.

Y pacientemente le explicaba a Klykachev que todo había sido hecho sólo en el papel (porque sólo el testimonio verbal lo confirmaba, y no en r ealidady de hecho, porque no estaba registrado en el papel).

Por ejemplo, ¿de qué servía a los atletas del instituto —sin incluirlos prisioneros, obviamente– jugar al volleyball en todos los períodos del almuerzo (hasta quitando un poco de tiempo al trabajo a causa de ello?). Quizás fuera cierto. Tal vez, en verdad, jugaron. Por su puesto que no había objeto en que Stepanov o Klykachev o ningún otro verificara esto saliendo al patio para ver si la pelota saltaba de un lado al otro. Pero, ¿por qué estos jugadores de volleyball, después de haber jugado tantos partidos y adquirido tanta experiencia, por qué no habían trasmitido esta experiencia y producido un diario especial atlético para el pizarrón del boletín: "El volleyball Rojo" o "El Honor del Miembro del Equipo Dínamo"? Y si después Klykachev hubiera quitado con cuidado ese periódico del tablero y lo hubiera guardado en el archivo de documentos del Partido, entonces ninguna inspección hubiera dudado que la tarea "Juego de Volleyball", fue realizada y que el Partido lo había supervisado. Pero, ¿quién creería ahora la palabra de Klykachev?

Así era con todo. – ¡Las palabras no pueden ser archivadas en la ficha! – y con esa profunda declaración Stepanov asumió sus funciones.

Así como un sacerdote jamás creería que nadie puede mentir en el confesionario, Stepanov jamás imaginaba que la documentación escrita pudiera mentir.

Klykachev, con su cabeza estrecha y su cuello largo, no trató de discutir con Stepanov; con franca gratitud en los ojos estuvo de acuerdo con él y aprendió de él y Stepanov pronto se suavizó con respecto a Klykachev, mostrando con ello que no era una persona mal intencionada. Escuchó con atención el recelo que tenía Klykachev con respecto al ingeniero Coronel Yakonov, que no sólo tenía un prontuario dudoso sino que era un antiguo enemigo del pueblo y ahora dirigía un instituto tan importante y secreto como Mavrino. Stepanov mismo se hizo en extremo vigilante. Hizo de Klykachev su mano derecha, le dijo que visitara más a menudo el Comité del Partido, y lo instruyó con bondad dándole el tesoro de su propia experiencia.

Así Klykachev llegó a conocer al nuevo organizador del Partido antes y con más intimidad que cualquier otro. Klykachev lo había bautizado "El Pastor" y los "Jóvenes" tomaron este nombre ponzoñoso. Y precisamente a causa de la relación de Klykachev con "El Pastor", las cosas anduvieron bastante bien para los "Jóvenes". Pronto comprendieron que era muy ventajoso para ellos tener un organizador del Partido que no estaba abiertamente en su campo, un hombre objetivo y legalista, que se mantendría al margen.

Stepanov era un hombre legalista. Ante cualquier sugerencia de que alguien merecía misericordia, de que no debía descargarse sobre él toda la severidad de la ley, que se debía mostrar piedad, arrugas de pena se marcaban en la frente de Stepanov (que era alta porque no tenía pelo en las sienes), e inclinaba los hombros como si soportara un nuevo peso. Pero, con llameante convicción, encontraría la fuerza para erguirse, y volverse abruptamente a un miembro tras otro, los pequeños reflejos blancos y cuadrados de las ventanas reproduciéndose en sus anteojos.

—¡Camaradas! ¡Camaradas! ¿Qué es lo que oigo? ¿Cómo pueden, decir esas cosas? Recuerden, ¡siempre hay que apoyar la ley! ¡Apoyen la ley con todas sus fuerzas! Esa es la única forma real de ayudar a esta persona por quien ustedes quieren violar la ley. Porque la ley se ha establecido sólo para servir a la sociedad y al hombre. Sin embargo, con mucha frecuencia no comprendemos eso y, en nuestra ceguera, queremos eludir la ley.

Por su parte, Stepanov estaba satisfecho con los "Jóvenes" y su ansiedad por las reuniones del Partido y la crítica del Partido. Veía en ellos al núcleo de la colectividad saludableque trataba de crear en cada lugar nuevo en que trabajaba. Si la colectividad no descubría antes los líderes infractores de la ley que había en su medio, si la colectividad guardaba silencio en las reuniones, Stepanov, con todo derecho, consideraba que la colectividad no era saludable. Si la colectividad como un solo hombre atacaba a uno de sus miembros, especialmente a uno que era necesario atacar, esa actividad de acuerdo con la idea compartida por gente colocada aún más arriba que Stepanov era saludable.

Stepanov tenía muchas ideas fijas que le era imposible abandonar Por ejemplo, no podía imaginar una reunión que no terminara con la adopción de una estruendosa resolución, castigando a miembros individuales, y movilizando toda la colectividad para nuevas victorias de la producción. En especial, le agradaban este tipo de cosas en las reuniones "abiertas" del Partido donde aparecían todas las personas que no pertenecían al Partido, y donde se podía despedazarlas. No tenían derecho a votar ni a defenderse. Algunas veces, antes de votar, se oían voces indignadas u ofendidas:

—¿Qué es esto? ¿Una reunión o un tribunal?

—¡Por favor, camaradas, por favor! – Stepanov utilizaba en tales casos su autoridad para interrumpir a cualquier orador, hasta al presidente de la reunión. Llevándose de prisa una píldora a la boca con mano temblorosa (después de su contusión de guerra le dolía mucho la cabeza por cualquier tensión nerviosa,-y siempre– lo ponía nervioso el que atacaran la verdad) se adelantaba hasta la mitad del salón y se colocaba exactamente debajo de las luces, por lo que grandes gotas de traspiración brillaban en su cabeza calva—. ¿Qué es estor ¿Están, después de todo, contra la crítica y la autocrítica? – Y martillando el aire con su puño, como si estuviera clavando ideas en las cabezas de los oyentes, explicaba:– ¡La autocrítica es la primera fuerza motivadora de nuestra sociedad, el primer poder detrás de su progreso! Es tiempo de que entiendan que cuando criticamos a los miembros de nuestra colectividad no es para someterlos a juicio, sino para mantener a cada trabajador, en todo momento, en constante tensión creadora. ¡Y no puede haber dos opiniones en cuanto a esto, camarada! Por supuesto, no queremos cualquier tipo de crítica, eso es verdad. Necesitamos una crítica sistemática, una crítica que no impugne a nuestros líderes experimentados. No debemos confundir libertad de crítica con una libertad anárquica de pequeños burgueses.

Entonces, se volvía a la garrafa de agua y tragaba otra píldora.

Siempre resultaba que toda la colectividad saludable votaba por la resolución en forma unánime, incluyendo aquellos miembros a quienes la resolución fustigaba y destruía con cargos de "una actitud de descuido criminal hacia el trabajo" o de "incumplimiento del plan, lindando en sabotaje"

Algunas veces sucedía que Stepanov, a quien le agradaban las resoluciones elaboradas, ampulosas, Stepanov, quien en la forma más oportuna conocía siempre de, antemano los discursos que se pronunciarían y el consenso final de la reunión, no lograba redactar la resolución íntegra antesde la reunión. Entonces, cuando el presidente declaraba:


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