Текст книги "En el primer círculo"
Автор книги: Александр Солженицын
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Классическая проза
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Observar á los prisioneros en su vida diaria también le proporcionaba a Myshin cierta cantidad de material. Observando emboscado quién caminaba con quién, si hablaban con vehemencia o con naturalidad, podía complementar la información recibida de los informantes. Luego, más tarde, al entregar una carta o al aceptar otra para ser enviada, de pronto preguntaba: —Incidentalmente, ¿de qué estaban hablando usted y Petrov ayer durante el intervalo del almuerzo?
Algunas veces sonsacaba una información útil del confundido prisionero.
Hoy, durante el intervalo del almuerzo, Myshin le dijo al zek que seguía en la fila del correo, que esperara, mientras él observaba él patio. Pero no vio la "cacería" de informantes. Se llevaba a cabo en el otro extremo del edificio.
A las tres en punto, cuando terminó el intervalo del almuerzo y el oficioso Sargento Mayor había despedido a todos los zeks que todavía estaban esperando entrar a la oficina de Myshin, el Mayor dio orden de admitir a Dyrsin.
Ivan Selivanovich Dyrsin había sido dotado por la naturaleza con una cara hundida, pómulos prominentes y hablar confuso. Hasta su apellido sugiriendo "agujero"... parecía haberle sido dado con espíritu de burla. En un tiempo había sido llevado a un instituto de entrenamiento, sacándolo directamente de su torno a una escuela nocturna de trabajadores, donde había estudiado duro y sin destacarse. Tenía cierto talento, pero nunca fue capaz de usarlo para su conveniencia, y toda su vida había sido dejado de lado y maltratado. Eh él Laboratorio Siete, cualquiera lo explotaba. Y porque su condena de diez años, apenas reducida, estaba tocando a su fin, en este período se sentía particularmente tímido frente a las autoridades. Su mayor temor era recibir una segunda condena. Había visto a muchos prisioneros recibirla durante los años de la guerra.
Hasta la forma en que fue sentenciado la primera vez era absurda. Lo apresaron al comienzo de la guerra por "propaganda antisoviética", resultado de una denuncia urdida por algunos vecinos que deseaban su departamento (y que lo obtuvieron luego). Se aclaró más tarde que no había estado envuelto en tal propaganda, aun cuando podía haber estado, desde que oía la radio alemana. Luego resultó que no escuchaba radio alemana, pero podía haberla escuchado, desde que tenía un receptor de radio prohibido en su casa. Y cuando se supo que no tenía tal receptor de radio, seguía siendo verdad que podía haberlo tenido desde que su profesión era ingeniero en radio. Según la denuncia, también habían encontrado en su apartamento dos lámparas de radio en una caja.
Dyrsin había agotado su cuota completa en los campos de concentración durante la guerra, en aquellos donde les zeks comían granos crudos, robados a los caballos y donde mezclaban la harina con nieve debajo de un letrero que decía "campamento", el letrero había sido clavado años atrás en un pino en el extremo de la taiga. En los ocho años que Dyrsin había pasado en la tierra de GULAG, su esposa se había convertido en una mujer vieja y huesuda y sus dos hijos habían muerto. Entonces recordaron que él era ingeniero y lo trajeron a la sharashkay le dieron manteca... sí, y hasta le pudo enviar a su esposa 100 rublos por mes.
De pronto, inexplicablemente, dejaron de llegar cartas de su mujer. Quizás se hubiera muerto.
El Mayor Myshin estaba sentado con las manos cruzadas sobre el escritorio. El escritorio no tenía papeles, el tintero estaba cerrado, la pluma seca, y no había expresión alguna (como jamás la había habido), en su cara regordeta, que era lila con un toque de rojo. Su frente era tan carnosa que ni las arrugas de los años ni los surcos de la meditación podían marcarse en ella. Sus mejillas también eran regordetas. El rostro de Myshin era como el de un ídolo hecho de arcilla refractaria a la cual se le ha agregado al barro tintes rosados y violetas. Sus ojos sin vida, con una peculiar vacuidad arrogante.
Nunca había sucedido antes: Myshin le dijo que se sentara. Dyrsin trató de imaginar en qué desgracia había caído, – qué cosa diría el informe en contra de él. El Mayor guardó silencio, de acuerdo a las instrucciones.
Al fin, dijo:
—De manera que usted se ha estado quejando, al venir acá, de no recibir cartas hace dos meses.
—¡Más de tres, Ciudadano Jefe! – interpuso con timidez Dyrsin.
—Bien, tres... ¿cuál es la diferencia? ¿Y ha pensado usted qué tipo de persona es su esposa?
Myshin hablaba sin prisa, pronunciando las palabras distintamente y guardando una larga pausa entre las frases.
—Qué tipo de persona es su esposa,¿eh? – apremió.
—No comprendo —murmuró Dyrsin.
—¿Qué es lo que no comprende? ¿Cuáles son las ideas políticas de. su esposa?
Dyrsin se puso pálido. Era increíble, pero no se había acostumbrado a todo. Su esposa debía haber escrito algo en una carta y precisamente ahora antes de su liberación ella...
Y, secretamente, rezó por su esposa. (Había aprendido a rezar en el campo).
—Es una plañidera, y no necesitamos plañideras —exclamó el Mayor con firmeza– y tiene una extraña ceguera, no ve el lado bueno de nuestra vida, sólo el malo.
—Por el amor de Dios, ¿qué le ha sucedido a ella? – exclamó Dyrsin suplicante, bamboleando la cabeza en su angustia.
—¿A ella? – y Myshin se detuvo aún más tiempo—. ¿A ella? Nada —Dyrsin suspira—. Hasta ahora...
Procediendo con mucha deliberación, el Mayor sacó una carta de una caja y se la tendió a Dyrsin.
—¡Gracias! – dijo Dyrsin, ahogándose—. ¿Puedo retirarme ya?
—No. Léala aquí. No puedo dejarle llevar una carta como esa al dormitorio. ¿Qué pensarán los otros prisioneros de la libertad tomando como base tales cartas? Léala.
Y guardó silencio, como un ídolo liláceo, preparado para aceptar todo el peso de sus responsabilidades.
Dyrsin sacó la carta del sobre. El no se daba cuenta pero una persona de afuera hubiera recibido muy mala impresión de su apariencia. Parecía reflejar la imagen de la mujer que la había escrito: estaba redactada en un papel ordinario, casi un papel de envolver, y ni una sola línea era horizontal. Cada línea bajaba hacia el margen derecho. La carta estaba fechada en septiembre 18:
¡Querido Vanya!:
Acabo de sentarme a escribir pero en verdad quiero dormir. No puedo. Vuelvo a casa del empleo y salgo a la huerta en seguida. Mamyushka y yo estamos cosechando papas. No hay más que papas muy menudas. En las vacaciones no fui a ninguna parte, no tenía nada que ponerme, todo estaba hecho pedazos. Quería ahorrar un poco de dinero para ir a verte, sí... ¡para ir a verte! pero nada sale bien.
Entonces Nika fue a visitarte y le dijeron que no había nadie de ese nombre allí, y su madre y su padre la reprendieron... "¿Por qué fuiste? ¡Ahora anotarán tu nombre, y te vigilarán!" En general, nuestras relaciones con ellos son tensas y ellos y L. V. no se hablan.
Vivimos mal. Abuela ha estado enferma desde hace tres años; no se levanta; se secó; no se muere ni se mejora, y nos está agotando a todos. Huele muy mal y hay discusiones todo el tiempo. Yo no le hablo a L. V..., Mamyushka se ha separado de su marido para siempre; su salud es mala; sus hijos no la obedecen. Cuando volvemos del trabajo es terrible; lo único que se oye son maldiciones. ¿Adonde se puede huir? ¿Cuándo terminará?
"Te beso. Cuida tu salud."
No tenía firma ni siquiera la palabra "tuya".
Esperando pacientemente hasta que Dyrsin hubiera leído y releído su carta, el Mayor Myshin retorció sus cejas canosas y humedeciéndose los labios violetas, dijo:
—No le entregué esa carta cuando llegó. Pensé que sería un estado de ánimo pasajero de ella, y usted tiene que mantener alto su espíritu para trabajar. Esperé que enviara una carta mejor. Pero ésta es la que envió el mes pasado.
En silencio Dyrsin miró al mayor, pero su cara desmañada no expresaba reproche, sólo pena. Tomó el segundo sobre abierto y extrajo la carta con dedos temblorosos; habían las mismas líneas desparejas y deprimentes. Esta vez estaba escrita en una hoja arrancada de un cuaderno:
30 de octubre.
"¡Querido Vanya!
"Estás ofendido porque escribo rara vez. Pero vuelvo del trabajo tarde y casi todos los días voy al bosque en busca de leña, y entonces ya es de noche y estoy tan cansada que simplemente me tiro en la cama. De noche duermo mal. Abuela no me deja dormir. Me levanto temprano, a las cinco de la mañana, y a las ocho tengo que estar en el trabajo. Todavía, gracias a Dios, el otoño está templado, ¡pero el invierno se está acercando! No se puede conseguir carbón en el depósito; sólo lo consiguen los jefes o la gente con conexiones. No hace mucho una pila de leña se cayó de mi espalda, la arrastré sobre la tierra detrás de mí, no tenía fuerzas para levantarla y pensé: ¡Una vieja arrastrando una carga de leña! Me hernié a causa del peso. Nika vino para las vacaciones; se está convirtiendo en una mujer atractiva, y ni siquiera me visitó. No puedo pensar en ti sin pena. No cuento con nadie. Trabajaré mientras tenga fuerzas, pero tengo miedo de caer enferma como abuela. Abuela ha perdido por completo el uso de las piernas. Está toda hinchada; no puede acostarse ni levantarse sola. Y no admiten personas tan enfermas en el hospital porque, según ellos, no vale la pena. L. V. y yo tenemos que levantaría todas las veces; se hace de todo en la cama; hay muy mal olor, esta no es vida sino trabajo de presidario. Por supuesto, ella no tiene la culpa, pero no tengo fuerzas para soportarlo más. A pesar de tu consejo de no maldecir, maldecimos el día entero. De L. V. lo único que oigo es: miserable, ramera... y lo mismo les dice Mamyushka y sus hijos ¿Los nuestros hubieran crecido así también? Sabes, con frecuencia me alegra que no estén aquí. Valerik entró a la escuela este año; necesita muchas cosas pero no hay dinero. Es verdad que por decreto le pasan a Mamyushka dinero para alimentos del salario de Pavel. Bien, no hay nada más que escribir. Deseo que estés bien de salud; Te beso.
"Si hubiera una oportunidad para dormir los días feriados... pero tenemos que arrastrarnos a la demostración...¡"
Dyrsin se iba helando a medida que leía esta carta. Puso la palma de su mano en la frente y la frotó como si estuviera tratando de levantarse.
—Bien. ¿La leyó? No parece estar leyendo. Usted es una persona adulta, alfabeta. Ya ha estado preso, usted comprende qué tipo de carta es esa. Durante la guerra se aplicaban sentencias por cartas semejantes. Una demostración... es una alegría para todo el mundo... ¿Y para ella? ¿Carbón? El carbón no es sólo para los jefes sino para todos los ciudadanos; hacen "cola" para obtenerlo, ¡por supuesto! Considerando todo eso, no sabía si darle esa carta o no, pero luego llegó una tercera del mismo, tenor. Y decidí que todo debe terminar. Tiene que terminarlo usted mismo. Escríbale algo en tono optimista... usted sabe... dándole ánimos, préstele alguna ayuda a esta mujer. Dígale que no debe quejarse, que todo saldrá bien. Verá, se han hecho ricos, han recibido una herencia. Léala.
Las cartas estaban en orden cronológico. La última tenía fecha 8 de diciembre:
"¡Querido Vanya!
"Voy a darte una noticia triste. El 26 de noviembre de 1949 a las 12.5 murió abuela. Murió y no teníamos un kopeck. Felizmente, Misha nos dio 200 rublos, y todo era barato, pero, por supuesto, el funeral fue muy pobre. Sin sacerdote. Sin música. Al féretro lo llevaron en una carreta al cementerio y lo pusieron en la sepultura. Ahora las cosas están un poco más tranquilas en casa, pero hay una especie de vacío. Yo estoy enferma, traspiro mucho de noche, y empapo las almohadas y las sábanas. Una gitana predijo que moriría este invierno, y me alegrará liberarme de semejante vida. Parece que L.V. está tuberculosa. Tose y tiene sangre en la garganta. Cuando vuelve del trabajo empiezan las maldiciones... es malévola como una bruja. Ella y Mamyushka me están volviendo loca. Soy una persona arruinada... otros cuatro dientes se me han estropeado y dos se me han caído. Tendría que hacerme poner postizos pero no tengo dinero y además hay que hacer cola también para eso.
"Tu salario de tres meses, 300 rublos, llegó justamente cuando lo necesitábamos; comenzábamos a helarnos. Nos estaba llegando el turno en el depósito... yo era N° 4.576, y sólo dieron polvo de carbón. Bien, ¿para qué llevarlo? Mamyushka agregó, 200 rublos de ella a los 300 tuyos y le pagamos a un hombre que nos trajo algo de carbón en grandes trozos. Pero nuestras papas no durarán hasta la primavera. Dos huertas, ¿puedes imaginarlo... y no cosechamos nada. Sin lluvia. Sin cosecha.
"Hay constantes disputas con los niños. Valery sigue fracasando en la escuela... saca 2 y 1... y después de la escuela pierde tiempo sabe Dios dónde. El director la citó a Mamyushka... ¿qué clase de madre es usted que no puede manejar a sus hijos? Y Zhenka, de seis años... los dos blasfeman como carreteros; en una palabra, son un desastre. ¡Todo mi dinero va a parar a ellos, y Valery hace poco me maldijo llamándome perra, ¡y tengo que oír eso de un niño tan inservible!. ¿Qué será cuando crezcan? Dicen que en mayo recibiremos la herencia, y que nos costará 2.000 rublos. ¿Dónde lo conseguiremos? Yelena y Misha están yendo a los tribunales... quieren quitarle la habitación de la abuela a L. V. ¡Cuántas veces en la vida abuela les dijo que no quería decidir quién recibiría qué! Misha y Yelena también están enfermas.
"Te escribí en el otoño, sí creo que hasta dos veces, ¿será que no te llegan las cartas? ¿Se habrán perdido?
Te adjunto una estampilla de 40 kopecks. ¿Qué es lo que se dice por allá? ¿Te van a libertar o no?
"En la tienda se vende una batería de cocina muy bonita, sartenes y tazones de aluminio.
"Te beso y te deseo salud."
Una gota que se derramó sobre la carta disolvió la tinta.
Nuevamente era imposible decir si Dyrsin todavía estaba leyendo o si había terminado.
—Así que... —preguntó Myshin—, ¿está todo claro? Dyrsin no se movió.
—Contéstele. Una respuesta alegre. Le permitiré más de cuatro páginas. Usted le escribió cierta vez que debía creer en Dios. Bien, será mejor que crea en Dios... ¿por qué no? De otra manera ¿qué es todo esto? ¿Adonde lleva? tranquilícela, dígale que usted volverá pronto. Que va a recibir buenos salarios.
—¿Pero en verdad me dejarán volver a casa? ¿No me exiliarán?
—Eso depende de las autoridades. Su obligación es ayudar a su esposa. Después de todo, es la compañera de toda su vida. – El Mayor guardó silencio durante un momento.– O, quizás usted desee ahora una mujer joven —sugirió con comprensión.
El Mayor no hubiera permanecido sentado allí tan tranquilo si hubiera sabido que afuera en el corredor, loco de impaciencia por verlo, saltando de un pie a otro, estaba su informante favorito, Siromakha.
EL REY DE LOS INFORMANTES
En esos raros momentos en que Arthur Siromakha no estaba absorbido por la lucha por la existencia, cuando no estaba haciendo un esfuerzo por complacer a las autoridades o por trabajar, cuando se relajaba de su constante tensión parecida a la del leopardo, se convertía en un joven marchito, con un cuerpo bastante esbelto, el rostro de un actor agotado, y los ojos azul grisáceos empañados, humedecidos con un velo de tristeza.
Cierta vez dos hombres perdieron el control y llamaron "informante" a Siromakha. Pronto los dos habían sido trasladados al campo de concentración y nadie volvió a decírselo en voz alta. Los zeks le temían. Después de todo, a ninguno se le permitió jamás confrontar y desafiar al informante que lo acusaba, quizá de preparar una huida... de terrorismo... o de revuelta. El prisionero no se entera. Le dicen que reúna sus cosas. ¿Lo envían a un campo de concentración?.¿Lo llevan a una prisión especial para ser investigado...?.
Es una característica humana, ampliamente explotada en todo tiempo, que cualquier hombre, mientras tiene esperanza de sobrevivir, mientras cree que sus problemas tendrán una solución favorable y mientras todavía tiene la oportunidad de desenmascarar la traición o de salvar a alguien sacrificándose, continúa aferrado a los lastimosos restos de consuelo y permanece silencioso y sumiso. Cuando ha sido encarcelado y destruido, cuando ya no tiene nada más que perder, y está, en consecuencia, preparado, ansioso para una acción heroica, su cólera tardía sólo puede golpearse contra las paredes de piedra de la celda de confinamiento solitario. Entonces, también el hálito de la sentencia de muerte lo deja indiferente a los asuntos terrenos.
Así ciertos zeks, sin dudar de que Siromakha era un informante, consideraban menos peligroso ser amigo de él, jugar al volleyball, hablar con él de mujeres que tratar de desenmascararlo en público, o de atraparlo mientras hacía una denuncia. Esa era la forma en que también se manejaban con los otros informantes. Como resultado de todo esto, la vida en la sharashkaparecía pacífica cuando, en realidad, en todo momento, se desarrollaba una mortal lucha subterránea.
Pero Arthur podía hablar de otras cosas además de mujeres. The Forsyte Saga (La Saga de los Forsyte) era uno de sus libros favoritos, y lo analizaba con mucha agudeza. También podía sin el menor embarazo cambiar de Gaslworthy a esa vieja historia de detectives, The House Without a Key(La casa sin una llave). Arthur también tenía oído para la música, y le gustaban las melodías españolas e italianas. Podía silbar trozos de Verdi y de Rossini con mucha afinación, y cuando estuvo en libertad sentía que algo le faltaba en la vida si no asistía a un concierto en el conservatorio, por lo menos una vez al año.
Los Siromakhas habían sido una familia noble aunque pobre. A principios de siglo uno de los Siromakha había sido compositor; otro, enviado a trabajos forzados por una acusación criminal, mientras que un tercero abrazó francamente la Revolución y sirvió en la Checa.
Cuando Arthur llegó a su mayoría de edad, sus inclinaciones y exigencias no dejaron dudas de que necesitaba disponer de recursos propios permanentes. No había sido hecha para él la vida sencilla, sucia, ni sudar el día entero de la mañana a la noche, ni contar con cuidado dos veces por mes cuánto queda del sueldo después de pagar impuestos y préstamos. Cuando iba al cinematógrafo, seriamente se medía con todos los artistas más famosos del cine y se imaginaba huyendo a la Argentina con Diana Durbin.
Por supuesto, ninguna carrera, ya fuera en un instituto o en otra rama de la enseñanza lo conduciría a tamaña vida. Arthur buscó en la otra área del servicio de gobierno, un empleo con posibilidades de correr de aquí para allá, y este trabajo lo buscaba a él; así se encontraron y aun cuando el empleo no le daba los fondos que hubiera deseado, lo salvó del servicio militar durante la guerra; es decir, le salvó la vida. Mientras los tontos estaban pudriéndose en las trincheras llenas de barro, Arthur, con sus lisas mejillas color crema en la cara alargada entraba desenvueltamente al restaurante Savoy. (¡Oh...! ese momento en que se entraba al restaurante y lo envolvía a uno el aire tibio saturado con los aromas de la cocina y la música, y se veía la sala brillante, y la sala podía verlo a uno... ¡y uno podía elegir su mesa...!) ¡Todo en el interior de Arthur le decía que estaba en la buena senda! Se indignaba cuando la gente consideraba que su ocupación era vil. Sólo podía deberse a falta de comprensión y envidia. Su rama de servicio necesitaba personas bien dotadas. Se requería poder de observación, memoria, recursos, un talento para simular, actuar... había que ser artista. Y también tenía que mantenerse en secreto. No podía existir sin secreto... por razones técnicas, lo mismo que un soldador necesita una máscara protectora cuando trabaja. De otra manera, Arthur jamás hubiera ocultado lo que hacía para ganarse la vida... no había nada vergonzoso en ello.
Cierta vez, no habiendo podido mantenerse en los límites de su presupuesto, Arthur se enredó con un grupo tentado por la propiedad estatal. Lo atraparon y lo encarcelaron. Pero de ninguna manera se sentía ofendido. Sólo se culpaba a sí mismo; nunca debió dejarse atrapar. Desde los primeros días, detrás de las alambradas de púa, sintió con toda naturalidad que estaba ejerciendo su anterior profesión, y que el tiempo de su condena era una nueva fase de ella.
Los oficiales de seguridad no lo abandonaron; no lo enviaron al norte, a los bosques, ni a las minas, sino que fue asignado a una sección cultural-educacional. Éste era el único punto luminoso en el campo, el único rincón a donde los prisioneros podían acudir durante media hora antes que se apagaran los luces y sentirse humanos otra vez... hojear un diario, tomar una guitarra entre las manos, recordar poemas o sus propias vidas tan irreales... "Aneto Pamidorovich", como llamaban los ladrones a los intelectuales incorregibles, se congregaban allí, y Arthur se sentía muy a gusto, con su alma artística, sus ojos comprensivos, sus recuerdos de la capital, y su capacidad de hablar en forma ligera y natural de cualquier tema.
Arthur elaboró sus casos con rapidez contra algunos individuos propagandistas; un grupocon orientación antisoviética; dos inexistentes complotspara escapar; y el caso de los médicos, en el que los médicos del campamento eran acusados de tardar en curar a sus pacientes con fines de sabotaje... en otras palabras, permitiendo a los prisioneros que descansaran en el hospital. Todas estas ovejas recibieron segundas condenas y Arthur, a través de los canales de la Tercera Sección, vio disminuida la suya en dos años.
Cuando llegó á Mavrino, Arthur no descuidó sus probadas y verdaderas actividades. Se convirtió en el favorito de los dos Mayores "policías", y en el informante más temido de la sharashka.
Pero, en tanto que los Mayores hacían uso de sus denuncias, no le revelaban sus secretos a él, y ahora Siromakha no sabía a cuál de los dos debía darle las noticias sobre Doronin; no sabía de cuál de los dos era informante Doronin.
Se ha escrito mucho para probar que la gente, en general, es ingrata y desleal. Pero también suele ocurrir lo contrario. Con una absurda falta de precaución, una prodigiosa falta de tino, Ruska Doronin había confiado su intención de convertirse en un agente doble no sólo a uno, dos o tres zeks, sino a más de veinte. Cada uno que lo supo se lo dijo a algunos otros, y el secreto de Doronin se había convertido en propiedad de casi la mitad de la población de la sharashka. Poco faltaba para que se hablara abiertamente de ellos en las habitaciones; y aun cuando uno de cada cinco o seis de la sharashkaera un informante, ninguno de esos zeks lo supo; o si lo supo no lo informó. Hasta el más observador, el más sensible, el rey de los informantes, Arthur Siromakha, no lo había sabido hasta hoy.
Era una afrenta para su honor como informante, ¿qué importaba si los oficiales de seguridad se habían perdido toda la escena... cómo pudo perdérsela él? ¿Y qué pasaba con su seguridad personal? ¡Podían haberlo atrapado con la orden de pago lo mismo que atraparon a los otros! Para Siromakha, la traición de Doronin era un disparo que por casualidad no había dado en su cabeza. Doronin había resultado ser un poderoso enemigo; en consecuencia, tenía que ser golpeado con fuerza a su vez. Arthur todavía no comprendía la extensión del desastre.
(Pensaba que Doronin recién hoy o ayer sé había revelado a los otros informantes).
Siromakha no podía abrirse paso hacia las oficinas. No debía perder la cabeza; no debía golpear la puerta cerrada de Shikin, ni siquiera, subir las escaleras con demasiada frecuencia. ¡Y para la de Myshin había una fila! Había sido disuelta al dar las campanadas de las tres, pero durante un tiempo los más tenaces y porfiados de los zeks se quedaron discutiendo con el oficial de guardia en el corredor. Siromakha, tomándose el estómago con una expresión de sufrimiento, se acercó a ellos como, si se encaminara a ver a la ayudante del médico, quedándose allí en la esperanza de que el grupo se diseminara. Ya habían llamado a Dyrsin para ver a Myshin. De acuerdo a los términos de referencia de Siromakha, no había razón para que Dyrsin se demorara en la oficina del mayor, y él se demoró, se demoró y se demoró! Arriesgando el desagrado de Mámurin por su prolongada ausencia del Laboratorio Siete, de los humeantes hierros y resina para soldadura, Siromakha esperó en vano que Myshin despidiera a Dyrsin.
Pero no podía permitirse aclarar su situación a los guardias que vigilaban el corredor. Perdiendo la paciencia, Siromakha subió otra vez hasta el tercer piso buscando a Shikin. Por fin tuvo suerte. Ocultándose en el oscuro retrete próximo a la puerta de Shikin, oyó a través de la madera la peculiar voz aguda del portero, única en la sharashka.
Hizo un llamado especial. La puerta se abrió y Shikin apareció en la estrecha abertura.
—¡Muy urgente! – dijo Siromakha en un susurro.
—Un minuto —respondió Shikin.
Con un paso ligero Siromakha se alejó por el largo corredor lo bastante como para no encontrar al portero cuando éste saliera. Luego volvió con aire formal y abrió la puerta de Shikin sin golpear.
EN CUANTO A FUSILAR
Después de una semana de investigación del "Caso del Torno Roto", la esencia del accidente permaneció siendo un enigma para el Mayor Shikin. Todo lo, que había podido establecerse era que este torno, fabricado durante la primera guerra mundial en 1916 con su polea dentada y de sistema manual, había sido desconectado de su motor eléctrico por orden de Yakonov, y trasladado desde el Laboratorio Número Tres al taller de reparaciones. Desde que no había acuerdo en cuanto a quién había de trasladarlo, el personal del laboratorio recibió la orden de llevar el torno hasta el corredor del sótano, y desde allí el personal del taller de reparaciones tendría que arrastrarlo a mano, empujándolo por la rampa, y entregarlo al taller de reparaciones del otro lado del patio. (En verdad, había una ruta más corta, con lo que se hubiera evitado bajarlo al sótano, pero en ese caso los zeks hubieran tenido que cruzar el patio principal, visible desde la carretera y del parque, y eso, por supuesto, no podía permitirse desde el punto de vista de la seguridad).
Como ya había pasado lo irreparable, Shikin también podía reprocharse no haber reconocido la importancia de este eslabón vital en la cadena de la producción y, en consecuencia, el no haberlo supervisado personalmente. Pero, después de todo, con perspectiva histórica, los errores de las figuras públicas son siempre lo más aparentes... ¿y cómo pueden eliminarse?
El Laboratorio Número Tres —cuyo personal consistía en un jefe, un hombre, un inválido y una muchacha– estaba incapacitado para trasladar el torno por sí mismo. Por lo tanto, con una total falta de responsabilidad, fueron reunidos al azar, de varias secciones, diez zeks auxiliares.
(y nadie hizo una lista de quiénes eran. El resultado fue que, más tarde, pasados quince días, el Mayor Shikin tuvo que consagrar muchos esfuerzos a comparar los testimonios con el fin de reconstruir la nómina completa de los que estaban bajo la sospecha).
Los diez zeks habían bajado el pesado torno por la escalera, desde el primer piso hasta el sótano. Sin embargo (desde que el jefe del taller de reparaciones no quería tomar en custodia este torno por razones técnicas) su personal no sólo no llego a tiempo al sótano para hacerse cargo del torno, sino que hasta omitió enviar a alguien a ese lugar para que sé hiciera cargo formal del torno. Nadie estuvo dirigiendo a los diez zeks que arrastraron el torno hasta el sótano y éstos se diseminaron. De manera que el torno quedó en el corredor del sótano durante varios días obstruyendo el pasillo. (En realidad, el mismo Shikin tropezaba con él). La gente, del taller de reparaciones vino a buscarlo por fin, pero encontraron una rajadura en la base, se quejaron de ello y rehusaron llevarse el torno hasta que los obligaron a hacerlo tres días después.
Ahora la funesta rajadura de la base, provocó la iniciación del "caso".
Quizá la tajadura no era la razón por la cual no se usaba el torno. (Shikin había oído expresar esa opinión). El significado de la rajadura era mucho más amplio que la misma rajadura. La rajadura significaba que fuerzas hostiles ocultas estaban operando dentro del instituto. La rajadura también significaba que los jefes del instituto eran ciegamente crédulos y criminalmente negligentes. Una investigación exitosa, que diera por resultado descubrir el criminal y los verdaderos motivos detrás del crimen, haría posible que se castigara a alguien, se advirtiera a otro, y hasta encarar un adoctrinamiento en gran escala dentro de la colectividad. Por último, pero no por ello menos importante, el honor profesional del Mayor Shikin exigía que esta detestable red fuera desenmarañada.
Pero no era fácil. Había pasado demasiado tiempo. Los prisioneros que trasportaron el torno, desarrollaron la exitosa técnica de encubrirse unos a otros... ¡confabulación criminal! Ni uno solo de los empleados libres (horrible ejemplo de negligencia) había estado presente mientras se lo trasladaba. Entre los diez que llevaban el torno, sólo había habido un informante, el que, por añadidura, era incompetente, siendo su mayor hazaña el informe sobre una sábana que fuera cortada para la confección de pecheras. En este caso, el único aspecto en que sirvió de ayuda fue en la reconstrucción de la lista completa de los diez hombres. En todo lo demás, todos los zeks comprometidos, insolentemente confiados en que eran inmunes al castigo, juraban que habían entregado el torno en el subsuelo, intacto y sin daño alguno y que no lo habían dejado caer ni golpeado al bajar las escaleras. De acuerdo con su testimonio, nadie había estado sosteniendo el torno por donde se produjo la rajadura, en la parte de atrás de la base debajo del mandril posterior. Todo el mundo lo había sostenido desde debajo de las poleas y del eje. En persecución de la verdad, el Mayor había dibujado algunos diagramas del torno y la posición de cada uno de los zeks que lo llevaban. Pero hubiera sido más fácil convertirse en un calificado operario de torno que encontrar la persona culpable de la rajadura. La única persona que podía ser acusada, sino de sabotaje, por lo menos de intención de cometer sabotaje, era el ingeniero Potapov. Colérico por las tres horas de interrogatorio, había dicho: