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Diario de la Guerra de España
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Текст книги "Diario de la Guerra de España"


Автор книги: Михаил Кольцов



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Otra vez estamos en la planta superior. Barreira nos muestra el comedor, duchas y baños para los trabajadores, el club. Al despedirse, señala enfrente, al otro lado de la calle, una gran casa de seis pisos, aún no terminada del todo.

—Pensamos ocuparla y darla a los trabajadores para vivienda. Nosotros mismos, claro está, la estucaremos, la terminaremos. ¿Qué le parece a usted?

No tengo derecho a aconsejar nada a Barreira. Está claro que él y sus camaradas la ocuparán, sin que necesiten para ello consejo alguno. El antiguo propietario, probablemente, está lejos, al otro lado de las trincheras. Y en la España democrática, antifascista, difícilmente habrá quien discuta esa casa a unos obreros que, frente a ella, sin recursos ni inversiones, a base de desechos, han creado una potente fábrica de guerra y proporcionan al Estado una producción industrial de guerra que vale muchos millones.

... Después de un largo recorrido por fábricas y talleres, llegamos al montaje y expedición de los proyectores. En los grandes talleres ferroviarios, viejos obreros, temporalmente separados de su trabajo habitual, con mucho cuidado y cariño, embellecen las grandes máquinas luminosas.

La carne de aluminio de los rapaces Junkers derribados se ha convertido en monturas para enormes espejos, que ayudarán a rechazar y derribar a otros pájaros fascistas.

Con decenas de proyectores madrileños se defiende ya el cielo de Valencia y de Barcelona.



1 de octubre


La apertura de la sesión ordinaria de las Cortes ha ido precedida de no poco ruido tanto en el campo de Franco como en el extranjero. Los facciosos han declarado infatigablemente en la prensa y por radio que el Parlamento español ha dejado de existir hace tiempo, que una parte de él apoya al poder de Burgos, otra parte ha huido al extranjero, un tercer grupo ha sido muerto y del cuarto grupo, del «rojo», hay que hacer caso omiso. Por otra parte, el Parlamento lleva ya mucho tiempo sin reunirse, el gobierno no le rinde cuentas y aunque esto sucediera, la aprobación del gobierno por parte del Parlamento carece de toda fuerza legal.

Todo esto es pura falacia. Sabido es que el gobierno del Frente Popular ascendió al poder precisamente porque el país eligió un Parlamento cuya aplastante mayoría era democrática y de izquierdas, y en el que los fascistas constituían un puñado de unas decenas de individuos. Excepción hecha de ese puñado, literalmente todos los miembros del Parlamento de la República española, independientemente de las contradicciones políticas entre los partidos, mantiene el punto de vista de su competencia y legalidad, incluidos varios diputados moderados de los partidos de derecha. Algunos de ellos, como por ejemplo el ex presidente del Consejo de Ministros, Pórtela Valladares, han venido incluso del extranjero para asistir a la sesión del Parlamento para subrayar que considera constitucional el régimen de la España de hoy. Algunos han mandado telegramas justificando su ausencia por enfermedad o —como los asturianos– por la imposibilidad física de trasladarse a Valencia. Dichos telegramas contienen también saludos al Parlamento y al gobierno. Y las Cortes se han reunido exactamente en el plazo previsto por la Constitución.

Desde la mañana, en torno al edificio de la antigua Lonja, se reúne una enorme muchedumbre. Los diputados y ministros populares son acogidos con clamorosas ovaciones y vítores; a los que no son populares o que acaban de llegar de la emigración, los rodea una curiosidad fría, pero atenta. Nadie los ataca, nadie se dispone a despedazarlos, como afirmaba la prensa fascista intentando convencerlos de que no acudieran a Valencia. En el palco diplomático, representantes de Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, URSS, Bélgica, Suecia, Checoslovaquia y Argentina, la delegación parlamentaria británica y otros invitados de honor.

Desde la mañana, por los pasillos se habla mucho del gran discurso de oposición que, al parecer, ha preparado para hoy Largo Caballero. Pero al iniciarse la sesión se pone en claro que Caballero hoy no va a hacer uso de la palabra. Tiene otras preocupaciones. Hoy debía reunirse el Comité Nacional de la Unión General de Trabajadores. Los miembros del comité pensaban condenar la actuación de Caballero —que ha carcomido la organización– y destituirle del puesto de secretario general.

Al terco y enfurecido viejo no se le ha ocurrido nada mejor que encerrarse en el local del secretariado y no dejar entrar a nadie. El Comité Nacional se ha reunido en otro lugar y al atardecer ha destituido a Largo Caballero del puesto de secretario general.

Al abrir la sesión de las Cortes, su presidente, Martínez Barrio, dirige las primeras palabras al ejército republicano que por tierra, mar y aire heroica y tenazmente defiende la independencia y la libertad de España.



17 de octubre


De nuevo se libran batallas duras, encarnizadas, en los accesos a la Zaragoza fascista. Veinte veces hemos hablado ya de batallas «duras, encarnizadas». Pero no nos repetimos en lo más mínimo. Cada nueva etapa de la guerra de España aporta un mayor encarnizamiento en la lucha, una mayor densidad de fuego y de maquinaria bélica, un número mayor de víctimas.

No sé cómo conceptuará el día de hoy el parte del Ministerio de la Guerra. Los periódicos de Valencia llegarán aquí pasado mañana; primero los conducirán en coche por las carreteras anchas; luego, en motocicleta, por los caminos vecinales; después, en mulos, por las montañas.

Entonces, el día de hoy se habrá fundido con otros días, será difícil recordarlo con todos sus detalles entre los cuatrocientos días de guerra ya vividos. Ahora, cuando acaba de quedar cerrado por la oscura cortina de la noche, aún se mantiene ante los ojos...

Ahora ya no es necesario agitar a nadie, aquí, acerca de la necesidad de las fortificaciones. La aviación ha enseñado a cada individuo a ser zapador de sí mismo. Las palas se miran con envidia, las piden a préstamo y en cola. Quienquiera que haya de permanecer en un mismo lugar más de una hora, rebusca en torno con la mirada si no hay algún agujero o alguna grieta en la tierra. Si no hay, empieza a cavar, a rascar, a arañar, si no con la pala, con la navaja o con el plato de aluminio —algunos lo han afilado por un canto, como si fuera una navaja—. Ahora nadie cree que es perder el tiempo cavar la tierra. También hoy, no bien han traído el perol con el café, han aparecido ya los aviones.

No son muchos —cuatro Junkers con doce Fiats—. En seguida han sido recibidos por los republicanos. Combate aéreo. Los aparatos de bombardeo escapan. Finalmente, uno cae como una piedra; de otros tres, saltan en paracaídas: muy cerquita... Una hora más tarde, conducen al barranco uno tras otro, a dos aviadores italianos prisioneros. Llaman desde la brigada vecina, dicen que allí han capturado al tercero: cayó tras unas rocas e intentó disparar. El cuarto quedó muerto en el acto.

A las 11, los republicanos inician su primer ataque. Hay que entrar en Fuentes de Ebro, uno de los grandes distritos en las inmediaciones de Zaragoza. De por sí, Zaragoza es también una fortaleza, antigua y famosa. Pero ahora los alemanes la han completado con un grupo entero de puntos fortificados en un sistema de defensa circular —Belchite, Mediana, Quinto, Villamayor, Fuete—. Parte de esos puntos ha sido tomada; parte, se defiende, reforzada con artillería, con nuevas fortificaciones y unidades complementarias.

El primer ataque no ha tenido éxito. A las 13.30 horas ha de comenzar el segundo. Exactamente a las 13.20 horas se oye ruido de motores; todo el mundo se esconde en las grietas, pero en seguida saltan al exterior: los aviones son gubernamentales. Vuelan bajos, mostrando sus signos distintivos, luego se elevan y un minuto* después vemos, conteniendo la respiración, todo el horizonte, sobre las trincheras fascistas, cubierto de humo.

En seguida avanza el grupo de tanques. Algunos llevan sobre su blindaje, sentados, soldados de infantería, son soldados de choque, de la intrépida juventud española.

Desde aquí, desde la roca, se ven todos los detalles del ataque. Los tanques se acercan a las alambradas. Las rompen. Ahí, la infantería subida a los tanques debería saltar instantáneamente y echarse al suelo. Pero esos locos muchachos siguen avanzando. ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! Los siegan con fuego de ametralladora y de cañón antitanque. No es posible mirarlo. Caen como las manzanas del árbol. ¿Es posible que también ese joven de dieciséis años, voluntario, con la cabeza descubierta, que subió al tanque hace media hora, también?...

Los facciosos reciben al grupo de tanques con una nube de fuego.

Las explosiones acompañan el camino de los tanques formando un estrecho círculo. Parte de los proyectiles antitanque llegan hasta aquí. No silban, rechinan, con un rechinar repugnante, espeso, como el de la piedra de afilar, y el estallido al chocar contra la roca es agudo y fuerte.

En las trincheras fascistas, cunde el pánico. La gente sale levantando en alto los fusiles y pidiendo clemencia. Pero cuando el tanque ha rebasado las trincheras y ha avanzado en profundidad, los enemigos que han quedado con vida se recobran y reanudan el tiroteo. Esto no puede evitarse y el resultado es que la línea de fuego, aunque no densa, se cierra tras los tanques. Los soldados de infantería, tras ellos, han logrado infiltrarse poco. Pero por el flanco izquierdo, los republicanos se han apoderado de la trinchera enemiga y la conservan firmemente.

En primera línea, atacan los españoles junto con los americanos. Los soldados españoles pelean en silencio. Dan puñetazos, como niños, a su fusil o ametralladora si éstos fallan o si no tienen cartuchos. Los americanos combaten sin dejar de echar pestes entre dientes con expresiones largas y enrevesadas. Sólo uno de ellos, un obrero de cabellos grises, de mejillas hundidas, con gafas anticuadas, suavemente, sin decir palabra, se arrastra de ametralladora en ametralladora y repara las averías. Los españoles le llaman «yanqui»y le dan cariñosas palmadas en la espalda. En respuesta él sólo menea la cabeza. Y a qué hablar, todo está claro sin palabras: la ametralladora no funcionaba y ahora funciona.

Pasan tres horas. El ataque ora se reanuda ora se debilita. Los soldados comienzan a atrincherarse en la franja de terreno que han conquistado. Entretanto, los tanques siguen luchando ininterrumpidamente en el círculo de fuego. Ya se dirigen a su punto de reunión; los que tienen las cadenas averiadas por los obuses son abnegadamente remolcados por sus compañeros. Sólo tres tanques no pueden abrirse paso; dos de ellos arden. Columnas de humo negro.

El sol comienza a bajar a su ocaso; aquí, en la montaña, en otoño, llega la oscuridad muy rápidamente. Los fascistas siguen disparando contra los tres tanques solitarios; así, pues, ¿esos tanquistas aún resisten?

Una hora más. Todo queda sumido en la oscuridad. Los tanquistas han repostado de gasolina en el punto de reunión, pero no piensan descansar. Su tensión, su excitación llega a los grados extremos. Hay que acudir en ayuda de los que se han quedado. Es preciso arrastrar los tanques, hallar a los camaradas.

Se han formado varios grupos de voluntarios, tanquistas y soldados de infantería. Avanzarán a rastras para explorar el terreno. El viejo americano también pide permiso para ir. Se lo niegan. El hombre inclina la espalda y se mete en un agujero hecho en la tierra; allí, resguardando la vela con su cazadora, limpia ametralladoras.

De súbito, en la hondonada en que se encuentran los tanques, se oyen gritos de alegría. Todo el mundo acude hacia allí. En medio de una apretada muchedumbre, hay tres mozos: la tripulación de uno de los tanques cercados, el que no ha ardido. Todos los abrazan, todos los besan, con lágrimas en los ojos. De los tres, dos están heridos. Cuentan: unos impactos directos sobre el tanque, en el lugar escarpado, inutilizaron los mecanismos de marcha de los cañones y ametralladoras, hirieron al jefe de la torreta y al jefe de la máquina. Los fascistas se acercaron a pocos pasos del tanque —gritaban, querían persuadirlos de que se rindieran, les prometían la vida, los amenazaban diciéndoles que los quemarían vivos o los despedazarían—. Los tanquistas disparaban con sus pistolas, el conductor mató a dos fascistas. Decidieron resistir hasta los tres últimos cartuchos —los tres últimos serían para ellos mismos—. Pero luego los fascistas se calmaron, decidieron dejar el asunto hasta la mañana. Los servidores del tanque quitaron los cerrojos de los cañones y de la ametralladora, salieron con ellos y se arrastraron hasta una acequia. Con agua hasta el cuello y, a veces, sumergiéndose, se dirigieron hacia las posiciones de los suyos. Por fin llegaron a la parte de las trincheras conquistadas por los republicanos.

Los soldados escuchan con mucha emoción y deciden ir inmediatamente a rescatar los tanques. Tantas veces los han sacado, también ahora podrán hacerlo.

El jefe, alumbrándose con una linterna de mano, escribe el parte. Se ha avanzado 1700 metros en la profundidad del sector fortificado de los fascistas. La noche aragonesa, en septiembre, es fría y ventosa. La guerra no terminará mañana ni pasado mañana. La victoria se engendra con tenacidad, paciencia y víctimas.



18 de octubre


Hoy se ha salvado la tripulación de otro tanque republicano, otro de los tres que, como escribimos ayer, se atascaron en el dispositivo de los fascistas, en los accesos a Zaragoza. El milagro no se ha efectuado por sí mismo, es fruto del heroísmo ilimitado de los combatientes, de su tenacidad y de la fe en sus fuerzas.

Los tres valientes acaban de llegar a las líneas avanzadas de las unidades republicanas. Los abrazamos, están llenos de rasguños y quemaduras. Cuentan lo sucedido lentamente, fatigados, contentos.

El tanque fue tocado por varios obuses. Los fascistas lo rodearon. Se defendió disparando durante doce horas, pero, poco a poco, los enemigos se acercaron y arrojando granadas contra la máquina, llegaron hasta ella.

La tripulación se encerró y decidió no entregarse viva. Los fascistas subieron al tanque, se pusieron a llamar a los que había dentro. Los muchachos permanecían quietos, se fingían muertos.

Los facciosos, junto con unos italianos, decidieron abrir el tanque. Empezaron a subir y bajar, a dar golpes de martillo, a hurgar con barras de hierro. La máquina estaba herméticamente cerrada, como una caja fuerte. Cerrojos y pernos no cedían.

Después de varias horas de forcejeo, los fascistas, cansados, decidieron reposar y comer en el mismo tanque. Después de comer, se tumbaron a descabezar un sueño. En aquel momento, uno de los tanquistas hizo ruido en el interior de la máquina. Los facciosos se desparramaron instantáneamente y reanudaron su ataque.

Empezaron a arrojar granadas incendiarias contra la parte inferior de la máquina, se encendió la goma. «Nosotros permanecíamos sentados, callábamos y fumábamos —cuenta el comandante—, llevábamos casi diecinueve horas cercados.»

El fuego ardió cierto tiempo y se apagó. No llegó hasta los depósitos de gasolina. Los tanquistas oían cómo los facciosos cambiaban impresiones: decidieron acabar con la tripulación de una vez para siempre, no creer en nada mientras no vieran con sus propios ojos los cadáveres y no los sacaran de la máquina.

Comenzó un nuevo ataque contra el tanque. No cabía confiar en nada. Los tres combatientes decidieron suicidarse en el mismísimo momento en que los enemigos penetraran en el interior de la máquina.

De súbito, oyeron al lado la explosión de un obús, después otra, y otra, gritos de heridos. La artillería republicana y, luego, los tanques, después de la exploración nocturna de la infantería establecían una cortina de fuego en torno a la máquina.

Cesó el tiroteo. Los fascistas, por lo visto, se habían apartado corriendo y estaban escondidos. Llegó el momento decisivo. Había que aprovecharlo sin vacilar ni un segundo. Era la última y única posibilidad de salvación.

El jefe del tanque a duras penas logró hacer girar el cañón y lanzó tres disparos. Luego quitó el cerrojo, lo entregó al jefe de la torreta y le ordenó que huyera. Los fascistas dispararon contra el fugitivo, que se echó al otro lado de una elevación. El jefe colocó la ametralladora en el orificio, disparó una ráfaga y ordenó huir al conductor. El último en huir fue él mismo.

Los facciosos dirigieron contra ellos un verdadero alud de balas. Los tres combatientes estuvieron echados al otro lado de la elevación, apretándose contra el suelo, hasta que los fascistas se hartaron de disparar. Luego corrieron otro trecho, después otro... Se habían cumplido exactamente las veinticuatro horas de su resistencia.

Están de pie, fuman, beben agua. Dan indicaciones con todo detalle a otros combatientes quienes ahora, cubiertos por una cortina de fuego, en un remolque blindado, sacarán la máquina...

¿Qué ha salvado a estos tres hombres, mil veces perdidos? Los ha salvado su odio al enemigo, su decidido propósito de no ceder al fascismo ni siquiera la última hora de sus vidas, el último suspiro, la última bocanada de aire de sus pulmones, la última mirada de sus honrados y jóvenes ojos.



20 de octubre


No es posible seguir la lucha de los heroicos mineros asturianos sin sentir una grandísima alarma.

Un ejército imponente aprieta con su anillo de hierro el sector asturiano de la España republicana, el último que queda en el frente del norte.

Centenares de cañones, aviación, tanques, varias divisiones italianas, todo ha sido lanzado por los fascistas contra ese sector. La ayuda del exterior es imposible; el pequeño ejército asturiano, desangrándose, no tiene más remedio que defenderse solo.

Gijón, la principal ciudad de la Asturias antifascistas, se encuentra bajo una amenaza inmensa y muy próxima. No hace falta decir lo que espera a los asturianos, a la población civil de Gijón y de los pueblos mineros —no hablamos ya de los combatientes y jefes– cuando irrumpan las tropas fascistas. Todos son obreros, campesinos pobres y, por consiguiente, antifascistas, es decir, objeto del odio más feroz de los facciosos y de los intervencionistas. La represión monstruosa, la matanza general en los pueblos de Asturias ya conquistados por el enemigo, muestran lo que ocurrirá sí las tropas de Franco-Mussolini llegan hasta Gijón y hasta la zona minera más importante.

Todavía no se ha organizado verdaderamente ni se ha asegurado la evacuación de la población civil de Gijón. Para ello se necesitan barcos, se necesita escolta para los barcos, en una palabra, es indispensable tomar medidas que no pueden llevarse a cabo sin la participación de los estados vecinos.

Si las humanas declaraciones de los estadistas británicos y franceses por lo menos en sus más remotos motivos arrancan de intenciones en verdad sinceras, esos hombres han de evitar en seguida la sangrienta matanza de Gijón.

Los trabajadores de Francia, la prensa antifascista de dicho país, viene exigiendo de su gobierno, desde hace varios días, el envío a Gijón de una caravana de barcos custodiados por la flota de guerra para la evacuación de los asturianos, en primer lugar de las mujeres y niños.

La clase obrera inglesa apoya dichas manifestaciones. Las apoyan la opinión pública y los hombres honrados de todo el mundo.

En Gijón se encuentran varios miles de prisioneros fascistas, capturados en combate. Las autoridades republicanas los han tratado humana y magnánimamente. La República tiene todos los motivos para exigir, aunque sea como canje por tales prisioneros, garantías de vida y posibilidad de partir para los trabajadores antifascistas. El más simple deber moral obliga al comité de Londres y a los gobiernos que están en él representados, a garantizar dicha operación.

No puede perderse ni un solo día, ni una sola hora. Es necesario salvar de un monstruoso aniquilamiento a decenas de miles de vidas honradas.



1 de noviembre


Hoy ha comenzado en Madrid la Semana de la Unión Soviética. Terminará el 7 de noviembre.

Estos días aquí, en la capital de la España republicana, no son simplemente días de amistad con nuestro país, no son tan sólo un tributo de respeto a la gran revolución socialista. Esta amistad, ese tributo, están aquí plenos de un contenido especial y concreto. La victoria del pueblo soviético infunde esperanzas al pueblo español en lucha. Sin querer, cada uno compara la defensa de Madrid contra el fascismo con la defensa de Leningrado contra los guardias blancos y los invasores.

En la línea de fuego, en las trincheras, en los barrios obreros, en las fábricas, en los comedores populares, en todas partes, se habla del vigésimo aniversario del Estado soviético.

Hoy, al acto de apertura de la exposición en honor de la URSS, han asistido el alcalde y el gobernador civil de Madrid, distinguidos jefes del frente central, delegados de todos los partidos y de todas las organizaciones antifascistas y mucho público.

La propia exposición está instalada en dos grandes salas; consta de numerosos tableros enormes, con fotografías, mapas y diagramas sobre la economía, la cultura y la instrucción pública de la Unión Soviética, así como de los regalos aún no enviados a la URSS.

Mañana, por todo Madrid y por el frente central, empezarán reuniones y charlas consagradas al aniversario soviético. También se celebrarán, mañana, visitas colectivas a la exposición y se proyectará el film Campesinos.

El 3 de noviembre, velada solemne en honor del Ejército Rojo, en el teatro de la Zarzuela; se representará la Tragedia optimista yhabrá un recital de poesía, con intervención de los poetas.

El 4 de noviembre se celebrará un concierto especial consagrado a la música soviética.

El día 5 de noviembre se dedicará a la mujer soviética: mítines y charlas sobre este tema.

El 6 de noviembre, día del cine soviético.

El 7 de noviembre, por la mañana, la juventud de Madrid efectuará un desfile deportivo militar y una manifestación. Se celebrará, de día, una reunión solemne en el cine Capítol, y luego tendrá lugar la ceremonia para dar el nombre de Avenida de la Unión Soviética a una de las principales calles de Madrid.

Pero incluso al margen de este programa oficial, por todo el Madrid antifascista se prepara, por iniciativa particular, una enorme ola de festejos y manifestaciones en honor de la Unión Soviética. Desde la mañana hasta la noche, acuden soldados, obreros, jóvenes y mujeres con cartas, saludos y enternecedores regalos para Moscú; vienen a preguntar cómo es el dibujo del escudo soviético, cómo es la bandera de la flota soviética. Entre estas personas sencillas, valientes y honradas, al ver su fe y su cariño por nuestro país, por nuestro Partido, no se siente uno tan lejos de la patria que se prepara para celebrar esta gran fiesta.



4 de noviembre


Hace un año, el 4 de noviembre, las tropas del general Franco, su legión extranjera y sus regimientos de moros avanzaban sin parar hacia Madrid, desde el oeste y suroeste. Ocuparon Campamento, Leganés, se acercaron al aeródromo madrileño de Getafe, comenzaron a penetrar en la Casa de Campo, parque de la ciudad.

Las unidades republicanas casi no se defendían; perdidos la dirección y todo enlace, retrocedían, retrocedían, retrocedían, y a veces sencillamente, como una multitud desordenada, en camiones y a pie, se iban del frente.

Durante la noche del 6 de noviembre, los fascistas ocuparon los alrededores de la ciudad. El gobierno tuvo que evacuar. Se formó una interminable cadena de automóviles por la única carretera que quedaba libre, la de Valencia. Tras ella, siguió un compacto torrente de evacuados en mulos, asnos, con los bártulos a la espalda.

El 6 de noviembre, toda la defensa efectiva de la ciudad se redujo a los disparos de contención de once tanques. Agotados por la fatiga, un puñado de tanquistas, con frecuencia heridos, se pasaron las veinticuatro horas del día circulando en torno a la ciudad presentándose como poderosa artillería y asustando al enemigo en cuanto a las dificultades de un ataque a Madrid.

Durante la noche del 6 al 7, recorrí la ciudad callada, oscura, escondida y, según parecía entonces, condenada. Las trincheras y los puentes estaban casi vacíos. Una calle estaba obstruida por un carro blindado, fuera de combate, y allí, dos manzanas de casas más allá, en Carabanchel, los fascistas ya fusilaban a los obreros, a sus mujeres ya sus pequeños hijos. Sí, y en el centro, los facciosos de la «quinta columna» ya disparaban desde las ventanas, arrojaban bombas a los viandantes y a los automóviles. Los edificios gubernamentales estaban abandonados, vacíos. El portalón del Ministerio de la Guerra estaba abierto de par en par, sin centinelas; todas las puertas del interior también estaban abiertas, todas las lámparas encendidas, había mapas sobre las mesas, sin que se viera una alma en ninguna parte, como en un reino encantado,y sólo dos viejos servidores estaban sentados tranquilamente, esperando que sonara un timbre y los llamara el jefe, lo mismo daba cuál...

Pero en el Madrid indefenso, en el instante mismo en que se extinguían unas fuerzas y las posibilidades de su defensa, nacían impetuosamente otras fuerzas, nuevas. El Ministerio de la Guerra estaba vacío, pero los locales de las organizaciones obreras, los comités del Partido Comunista, en aquella noche de noviembre, estaban llenos de madrileños. Ahí no dormían, ahí se armaban, ahí reunían fuerzas y las distribuían. La «última noche» del Madrid de noviembre se convirtió en la primera noche de su gloriosa epopeya. Lo que era considerado como el fin, resultó ser el comienzo. Cuando por la mañana del 7 de noviembre llegaron al desierto edificio del ministerio los dirigentes de la defensa de Madrid, de reciente nombramiento, las organizaciones obreras pudieron poner ya a su disposición varias unidades constituidas por los milicianos del Quinto Regimiento y por la juventud madrileña.

Miles y miles de obreros abrían trincheras, construían barricadas, obstruían los pasos de las calles. Un oficial fascista, adelantándose a los acontecimientos, se metió demasiado adentro de Madrid, fue muerto, y se le encontró la orden de Franco sobre la disposición de las unidades para efectuar su entrada en la capital; aprovechando esta orden, los defensores de Madrid fortificaron, ante todo, los sectores por los que los facciosos tenían la intención de atacar en primer término.

Después —todos lo recordamos– hubo la batalla en los puentes del Manzanares, el combate en la Casa de Campo, la llegada de la Brigada Internacional, los veinte días de combate en la Ciudad Universitaria, entre los edificios de las facultades y de los institutos, los contraataques republicanos en Carabanchel, los monstruosos bombardeos de la aviación fascista y su interrupción después de que la aviación republicana rechazó a los piratas del aire y se adueñó del cielo de Madrid.

Con esto se pararon las tentativas de Franco para conquistar la ciudad de frente, por ataque directo. Luego, Franco emprende varios golpes de maniobra, complicados y potentes; primero, desde el noroeste, hacia Majadahonda, Las Rozas y Aravaca, intenta apoderarse de El Escorial. Después, procura cortar Madrid por el este, aislarlo de Valencia —con este fin organiza la operación en el río Jarama—. En todas estas batallas fracasa.

El pequeño grupo de defensores de Madrid, nacido el 7 de noviembre, creció y se convirtió en el ejército del frente central, ejército básico de la República. Los soldados y jefes de Madrid, educados en duros combates, se convirtieron en la mejor parte de las fuerzas armadas de la España antifascista.

La ofensiva emprendida en marzo por las fuerzas motomecanizadas de los intervencionistas y de los facciosos en Guadalajara, debía de acabar definitivamente con Madrid. En vez de esto, se convirtió en una gran derrota de la intervención fascista, en una especie de nuevo Caporetto para los italianos. Con Guadalajara se han terminado hasta ahora las operaciones ofensivas de gran estilo contra Madrid. Los fascistas han pasado a la guerra de posiciones y de minas subterráneas, disparan sobre la ciudad con artillería alemana de largo alcance. En cambio, se activó el propio Madrid, y en julio rompió el cinturón fortificado de asedio, conquistó Brúñete. Quijorna y Villanueva de la Cañada.

Ahora a la heroica ciudad antifascista le esperan nuevas y duras pruebas. Las tropas que la defienden, han crecido y han ganado en fortaleza, pero el ejército del enemigo ha aumentado en proporción mucho mayor. Además, después de haber estrangulado a la parte septentrional y aislada de la España antifascista, los intervencionistas han recobrado unas cien mil bayonetas y pueden lanzar ahora contra Madrid un ejército casi de trescientos mil hombres, mil quinientos cañones, trescientos aviones. No pueden pasar por alto la batalla ante Madrid: sin tomar el centro y la capital de España, no es posible ganar la guerra. Por esto, el nuevo ataque sobre Madrid se prepara con gran cuidado en Salamanca, en Roma y en Berlín; mientras prosigue la impúdica charlatanería en el comité de Londres, el mando de los intervencionistas, aprovechando el tiempo, desembarca en los puertos del sur nuevas divisiones de infantería italianas, nuevas baterías y escuadrillas germanas.

Hace exactamente un año que, sin conocer el descanso ni el sueño, se mantiene esta ciudad asombrosa, saturada de una fuerza magnética, la fuerza del odio al fascismo, la de no querer doblegar la cerviz ante él. Todo el mundo, hasta los enemigos, rinde tributo a esta incomparable intrepidez de los antifascistas armados y a la viril firmeza de los pacíficos habitantes de Madrid, de sus mujeres, viejos y niños. En todo el mundo no se ha encontrado más que un pequeño grupo de heces de la humanidad, trotskistas, bastante ruines para crear hasta en el Madrid asediado un nido de traidores y espías, para hurtar y pasar al enemigo planes militares y secretos sobre la defensa de Madrid, hacer agitación en la ciudad contra los dirigentes de dicha defensa, contra la República, contra la democracia. Estas personas son mezquinas y despreciables. A despecho de ellas, el Madrid antifascista puede enorgullecerse de la ayuda prestada por los antifascistas avanzados de todos los países, de los héroes a toda prueba, de los internacionales de las brigadas de infantería, aviadores y tanquistas. Por esto es tan grande, entre los madrileños, el sentimiento de solidaridad y su reconocimiento hacia los pueblos que los han apoyado en este magnífico año, inolvidable y atormentador.


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