Текст книги "Diario de la Guerra de España"
Автор книги: Михаил Кольцов
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Историческая проза
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Anuncios: «Visitad el taller de modas Gutiérrez.» «Casa Donato: vinos, licores, vermut. Calle de Galileo, número 18.» «Bar Benito: café con leche, café exprés.»
Informaciones: «La reunión de guardas y porteros de los ministerios civiles se celebrará mañana a las diez de la mañana en la calle de Abad, número 9.» «Se han encontrado una cartera y dos certificados a nombre de Timoteo Luna. Pregúntese en el Sindicato de los Trabajadores de Banca y Bolsa.»
Un poco aguado, la verdad... De todos modos, no está mal que el periódico haya salido. Al mismo tiempo, en las calles se vende otro número de Mundo Obrero,impreso con anterioridad, de treinta y dos páginas, un número especial, con ilustraciones, dedicado al decimonono aniversario del poder soviético.
¿Y de nosotros, qué saben, en Moscú? Los fascistas han proclamado que han entrado en Madrid el 7 de noviembre. Desde aquí no se ha dado ninguna información. Voy a telégrafos —está cerrado, no funciona—. Desde el comisariado llamo a la central telefónica internacional. Pregunto con quién había comunicación. Sólo con Barcelona. ¡Magnífico! ¡Venga la comunicación! Pido el hotel Majestic —me enlazaron con él—. Llamo a Liza Koltsova, que ha llegado a Barcelona hace unos días.
—¿Aún estas ahí, en Madrid?
—Sí. Y te felicito con motivo de la fiesta.
No me pregunta nada más.
—Tengo el lápiz en la mano. Dicta.
Dicto brevemente un comunicado de lo sucedido durante las últimas dieciocho horas, hora por hora.
No me pide que repita nada. Al final dice:
—Ahora mismo lo transmitiré a Moscú.
La redacción ahora no trabaja, es fiesta. Pero hay personas de guardia. Quien necesite saberlo, llamará por teléfono al que esté de guardia y sabrá que Madrid, el 7 de noviembre, ha estado en manos del pueblo.
Vuelvo a los puentes. Escaso fuego de artillería. El número de combatientes, en todas las barricadas, ha aumentado sensiblemente. No se nota que haya pánico. Al contrario, los hombres, diligentes y tranquilos, preparan nidos de ametralladora, acarrean sacos llenos de tierra. Han aparecido algunos cañones, para los que se construyen reductos. Parte de los combatientes, envueltos en mantas, duermen sobre la acera.
En el Estado Mayor, la excitación era extraordinaria. Resulta que el tanque italiano del que se habían apoderado era la máquina del jefe. Al oficial fascista muerto, español, se le encontró una orden de operaciones del general Varela sobre la toma de Madrid. El teniente coronel Rojo, con sosegada voz, la leía por segunda vez, deteniéndose y trazando al margen de cada punto con lápices rojo y azul pequeñas señales. Los jefes de las columnas estaban sentados sobre mesas y sillas, escuchando ávidamente.
Varela indica el «objetivo para el día "D": situarse en las posiciones de partida para el ataque y asalto a Madrid, ocupar y mantener la línea que cubre nuestro flanco izquierdo».
Formula la idea de la maniobra como sigue: «Atacar al enemigo en el frente comprendido entre los puentes de Segovia y de Andalucía para inmovilizar allí las fuerzas enemigas. Trasladar el grupo de choque al noroeste con la misión de ocupar el sector comprendido entre la Ciudad Universitaria y la plaza de España, punto de partida para el ulterior movimiento hacia el interior de Madrid.»
Con este fin, Varela señala los objetivos:
A su flanco izquierdo: «bajo el mando directo del coronel de la legión extranjera» asegurar el flanco de la operación contra «el posible ataque de las unidades rojas desde el norte y noroeste», avanzando en dirección al «campamento de ingenieros —puerta de Rodajos—, monte de Garabitas —Puente nuevo (pasarlo)—, plaza Redonda —hospital clínico de la Ciudad Universitaria—. Iniciación del movimiento: a las seis horas».
A su grupo de choque: atacar de frente la parte central de la ciudad, para lo cual:
La columna n.° 1 entrará en la Casa del Campo por brechas abiertas en el muro, atacará cubierta por la columna n.° 4 (del flanco izquierdo), vadeará el río, proseguirá el ataque a través del parque del Oeste, ocupará la cárcel Modelo y los cuarteles. Luego proseguirá el ataque hasta la calle del marqués de Urquijo. Desde la cárcel Modelo asegurará la colaboración de fuegos con el flanco izquierdo cuando éste alcance la Ciudad Universitaria. Mantendrá bajo su fuego todas las calles situadas frente a su dispositivo.
La columna n.° 3 entrará en la Casa del Campo desde el aeródromo de Cuatro Vientos. Una compañía de ametralladoras reconocerá el parque hasta el muro meridional, ocupará la puerta del Ángel y el puente del Rey. La columna cruzará el Manzanares después de construir un puente de pontones. Atacará los cuarteles de la Montaña, ocupará la iglesia de las Carmelitas en la plaza de España, mantendrá bajo el fuego de ametralladoras y artillería el palacio Real y la Gran Vía.
La columna n.° 2 atacará Carabanchel Bajo para distraer la atención del enemigo. Una vez ocupado Carabanchel Bajo, avanzará en dirección al puente de Segovia, que no rebasará sin la correspondiente orden. No entrará en combates encarnizados para evitar grandes pérdidas, sino que se limitará a atraer la atención del enemigo para facilitar el ataque de las tres columnas primeras.
La columna n.° 5 atacará el puente de Toledo con un objetivo análogo al de la columna n.° 2 (demostrativo).
Varela mantiene como reservas dependientes directamente de él mismo, las columnas n.° 9 y n.° 6, compuestas de tiradores marroquíes y ametralladores de Ifni, guardia civil y destacamentos del requeté.
Esta parte de la orden contiene muchos detalles topográficos, que no he tenido tiempo de anotar mientras Rojo efectuaba su lectura en voz alta.
Para la artillería de acompañamiento y apoyo directos, se remite a una orden especial. Al grupo centralizado de artillería se le confía la misión de realizar el fuego de contrabatería, el de prohibición sobre la carretera que sale de Madrid y sobre las salidas desde el puente de Andalucía; se le asigna también la tarea de intensificar el apoyo directo de las columnas de choque y de hacer fuego contra objetivos imprevistos. Se indican los sectores de su emplazamiento: Villaverde, monte de Garabitas y aeródromo de los Cuatro Vientos. Los grupos formados por cañones de ciento cincuenta y cinco milímetros abren el fuego por orden de Varela o del coronel Yagüe; los demás, a requerimiento directo de los jefes de las columnas.
Para la aviación, tanques y autos blindados, se remite a órdenes especiales.
Cada grupo de artillería recibe una sección de ametralladoras antiaéreas.
Siguen indicaciones detalladas acerca del enlace: direcciones de los puntos de mando para el abastecimiento de artillería y otros tipos de pertrechos de guerra, para los servicios de intendencia, sanidad y demás detalles.
La orden es pavorosa. No contiene vacilaciones ni variantes de ninguna clase. Se trata del asalto y conquista de Madrid por completo —hasta el edificio en que nos encontramos está incluido en el objetivo militar del día—. Y casi no hay nada para contraponer a este alud de hierro. Columnas desparejadas, de composición heterogénea, incompletas, hechas de retazos. Sobre todo en dirección a la Casa de Campo. Ahí se encuentra la columna de Escobar, conglomerado de grupos ocasionales, casualmente reunidos en su huida hacia los muros de la capital.
A pesar de todo, el haberse apoderado de la orden militar enemiga ha elevado los ánimos. Ahora por lo menos se sabe lo que nos espera.
Alguna demora se debe de haber producido en el campo enemigo. Sus columnas n.° 2 y n.° 5 son las únicas que han cumplido hoy su misión de atacar para inmovilizar nuestras fuerzas en los puentes de Segovia y de Toledo. Y aún es mucho decir afirmar que la han cumplido. Han tomado muy al pie de la letra la frase «no entrar en combates encarnizados para evitar grandes pérdidas». ¿De qué se han asustado? ¿De nuestros dos coches blindados y nuestros tres tanques?... Las demás columnas casi no han efectuado ningún movimiento.
Pero en la orden de Varela el asalto no se señala con exactitud para el 7 de noviembre. Se dice: «objetivo para el día «D». No hay duda de que el día "D".» ha sido trasladado al día de mañana.
Rojo pidió que no le estorbaran. Se sentó a una mesita, cara a la pared, y empezó a meditar la orden, llamando de vez en cuando a los jefes de las columnas para cambiar impresiones con ellos. Señalaba con el lápiz la orden del general Varela. De todos modos, para todos resultaba agradable que los obreros milicianos hubieran apabullado el tanque italiano y hubieran pescado esa insolente orden en la que el enemigo dispone ya de las calles madrileñas como si fueran suyas.
Salí, tomé el coche y subí hacia la plaza de España. La Gran Vía aún no estaba bajo el fuego de las ametralladoras y de la artillería de la columna n.° 3, como se preveía en la orden de Varela. Al final de esta calle, frente a la entrada del Capitol, ardía una farola, pintada de color azul, había gente.
—¿Qué pasa?
Ponen la película rusa Chapáiev.
Era difícil contenerse, no entrar. El inmenso local estaba repleto a más no poder. Había muchas mujeres y aún más milicianos. En realidad, éstos deberían de hallarse ahora en las barricadas; pero bueno, no importa...
La tensión es extrema. Acaban de sorprender a Vasili Ivánovich. Crepita una ametralladora; en la sala, por la fuerza de la costumbre, empuñan los fusiles —hasta tal punto se ha agudizado en todos el reflejo a los disparos...—. Empiezan a lanzar obuses sobre la casa en llamas, hasta el intrépido Pietka se siente atemorizado.
«Leche, Vasilivánich... ¡Hay que retroceder!»
«Chapai... nunca ha retrocedido.»
Y tres mil hombres gritan, en respuesta:
—¡Viva Rusia! ¡Viva!
Exactamente del mismo modo gritaban los aragoneses pobres, al ver Chapáiev, hace tres meses, en Tardienta. Los partisanos rusos, los marinos rusos, aun después de su muerte alientan a los pueblos del mundo en su lucha contra los opresores.
Desde el comisariado llamé otra vez a Barcelona, transmití el último telefonema del día para Moscú:
«Dentro de veinte minutos será medianoche. Podemos decir, en verdad, que también en Madrid el día ha sido de fiesta. Las bandas fascistas han querido penetrar hoy en la capital. Pero los obreros madrileños han frustrado las órdenes de los generales fascistas. Aunque a costa de sangre, hoy han defendido Madrid. ¡La fiesta de los trabajadores de todo el mundo no ha sido ensombrecida! Para mañana, según algunas noticias, el enemigo prepara un gran ataque mediante numerosas columnas y con el apoyo de poderosos recursos de fuego. Pero también la capacidad combativa de Madrid aumenta de hora en hora.»
Rojo ya ha preparado la orden. Se ha decidido que entre en acción la Brigada Internacional, sin esperar la llegada de otras reservas, prometidas por el gobierno. No importa que sea un despilfarro y deshaga la idea de poseer un potente grupo, concentrado en algún lugar, para acudir en ayuda de la capital —¿es así, en verdad?—, no es posible esperar más.
La orden del mando de Madrid para el día de mañana es mucho más breve y modesta que la del general Varela:
«Datos acerca del enemigo. El enemigo ha efectuado hoy ataques demostrativos preparando el asalto general a Madrid.
«Idea de la maniobra: las columnas del centro y de la Casa de Campo mantendrán con todas sus fuerzas el frente que ocupan a fin de contener el ataque del enemigo.
»Las columnas laterales, del flanco derecho (Barceló) y del flanco izquierdo (Bueno y Líster), atacarán al enemigo de flanco y por la retaguardia.
»Las columnas de reserva (Brigada Internacional y Álvarez Cove) cerrarán el acceso del enemigo a las alturas de la Ciudad Universitaria, del parque del Oeste y de Rosales.
«Objetivos de las columnas:
»Barceló. Atacar de flanco y por la retaguardia a las columnas del enemigo que ataca hacia la Casa de Campo. Se pone a disposición del jefe de la columna la tercera brigada mixta (Galán).
»Clairac. Antes del amanecer, desplegar la columna a lo largo de la carretera desde la estación de Pozuelo hasta Carabanchel, teniendo como flanco derecho la ramificación de dicha carretera desde Pozuelo de Alarcón hacia Carabanchel. Por el flanco izquierdo, mantener contacto con la columna de Escobar. En caso de repliegue forzoso, se conducirán las unidades, ordenadamente, por la puerta de Rodajos hacia el puente de la República, que se defenderá tenazmente.
«Escobar, Mena, Prada. Las tres columnas se unen bajo el mando del coronel Alsugaray. Mantener a cualquier precio el sector ocupado y contener el ataque del enemigo.
»Líster. Desde la parte oriental del sector del puente de Vallecas, atacar hacia Villaverde.
»Bueno. Desde la parte occidental del sector del puente de Vallecas, atacar hacia Carabanchel Bajo.
»Enciso. Situarse en el interior de la Casa de Campo teniendo como objetivo el de aniquilar al enemigo que se introduzca en ella.
«Brigada Internacional. Cubrir los accesos a las alturas de la Ciudad Universitaria y del parque del Oeste.
«Álvarez Cove. Con un batallón de la guardia de asalto, cubrir el paseo de Rosales y los cuarteles de la Montaña.
"Tanques. Se ponen a disposición de la columna Barceló.
"Artillería. Quince minutos de preparación, empezando a las seis horas cuarenta y cinco minutos. Apoyo inmediato —a requerimiento de los jefes de las columnas, a través del jefe de artillería—. El punto de mando del jefe de artillería estará en el edificio de la central telefónica.»
... Hay que acomodarse donde sea para dormir un poco. Aunque se trate sólo de tres o cuatro horas. De lo contrario, puede uno caer rendido. Podría dormir aquí, en el Estado Mayor, o en el comisariado, sobre un diván. Dorado, el nuevo chófer, me propone ir a su casa, en un extremo de la ciudad. Allí hay poco sitio, pero está limpio.
—No vale la pena, camarada Dorado, inquietar y alarmar a su familia. ¿Y si probáramos en el Palace?
Nos dirigimos al Palace.
El portero, desamparado, se había quedado triste detrás del mostrador, entre un caos de camillas, escupideras y orinales, que llenaban el vestíbulo. Sonríe pálidamente, se siente algo apenado por el lujoso hotel.
—¿Se puede pasar esta noche, aquí?
Lo pregunto como si me presentara en este lugar por primera vez en la vida.
—Probablemente... Se ha dejado libre el ángulo izquierdo del segundo piso por lo que pueda suceder. Son algunos apartamentos.
¿Qué entiende por lo que pueda suceder? No vamos a descifrarlo.
—Está bien, denos un apartamento. ¿Qué precio tiene?
—Ahora no lo sé con exactitud. Ya no hay administración... Ni siquiera sé si hace falta pagar, ahora, ni a quién.
Elegí el apartamento ciento diez: despacho, salón comedor y dormitorio con dos enormes camas.
—Camarada Dorado, dormiremos juntos. En la puerta pondremos un parapeto de sillas. Acercaremos las camas. Pondremos las armas en la cama, entre los dos. Que no nos durmamos —a las cinco hay que estar otra vez en los puentes—. Espero que hasta las cinco no nos inquietará nadie.
—Tengo un sueño muy ligero, puedo despertarle a la hora que quiera.
Llamaron cuidadosamente a la puerta. El portero me trajo la maleta que dejé para que me la guardaran ayer, 6, de noviembre. ¿Había sido realmente ayer? Parece que hace un año. ¡Y qué día, ostras verdes!
—No hacía falta, por ahora no necesito la maleta... Bueno, déjela.
Empezamos a desvestirnos, luego lo pensamos mejor, sólo nos quitamos los zapatos, nos desabrochamos el cuello. Será mejor dormir vestidos.
—Usted aún no sabe —me dijo Dorado– que yo soy comunista, miembro del Partido; no se lo había dicho. Antes era socialista, no hace mucho ingresé en el Partido Comunista.
—¡Es magnífico! ¡Esto me alegra mucho, camarada Dorado! Es una agradable sorpresa. ¡Sí, espere, vamos a brindar para celebrarlo!
Él sonrió cortésmente.
—¡No se ría, brindaremos, y lo haremos con un vino que nunca ha visto usted ni en sueños! Ni lo he visto yo.
Abrí la maleta y saqué la botella, cuidadosamente envuelta, de vino de Borgoña, cosecha de 1821, la valiosa botella de las cavas del duque de Alba, cuyo linaje es más noble y famoso que el de la casa real española de los Borbones.
Había prometido a la guardia obrera del palacio de Alba destapar la botella para celebrar la primera victoria de las tropas republicanas. ¿No será un poco pronto?... No, no vamos a poner a prueba por más tiempo el destino.
Pasamos al cuarto de baño y tomamos dos vasos mate para enjuagar los dientes.
—Bebamos, camarada Dorado, comunistas los dos, con motivo de la fiesta del 7 de noviembre. Y también porque el día de hoy no ha sido el día «D».
Él no comprendió. Yo añadí:
—Bebamos en el sentido de que este día lo hemos pasado, a pesar de todo, en Madrid, en el sentido de que no tememos los combates del día de mañana, de pasado mañana ni ninguno de los combates futuros.
Chocamos los vasos para el lavado de dientes y el chófer dijo, amistosamente:
—Estoy muy contento de haberle conocido.
8 de noviembre
No nos despertó la explosión de una bomba ni el golpe de las culatas de fascistas infiltrados en la ciudad, contra los cuales habíamos parapetado la puerta, sino el canto de un gallo. Al principio me pareció un sueño. Por un instante me pasó por la imaginación el koljós, el distrito de Pugachov, el aprovisionamiento de cereales, la isba del presidente del Soviet de la aldea; luego pasé a la granja avícola Rossoshil; la joven zootécnico —¿cómo se llamaba? ¿Polikárpova? ¿Polikánova?—. Lloraba: las gallinas habían enfermado de difteria, el centro zootécnico del distrito no le había prestado ayuda —era una buena muchacha...—. El gallo cantaba a más no poder... Es España. ¿Por qué España? Un apartamento... Un tocador, estúpida palabra. Un gallo en un apartamento —muy estúpido—. Pero ¿dónde está el gallo?
Dorado ya se había levantado, se movía sin hacer ruido por el gran dormitorio, arreglándose los escasos cabellos con un trozo de peine.
El gallo vociferaba realmente aquí, en el lujoso hotel Palace, y no cantaba uno solo, cantaban varios. El hospital había trasladado consigo su base de aprovisionamiento, las aves para la dieta de los heridos. El gallinero lo habían instalado, provisionalmente, en el salón del primer piso.
Ante la puerta había ya ambulancias con heridos recientes; esto significaba que el combate se había reanudado; eran algo más de las seis.
Al otro lado de los puentes de Toledo y de Segovia, el tiroteo era furioso. Los milicianos se mantienen bien, se han situado firmemente en los edificios. Hasta llegan a avanzar un poco, reconquistando en breves carreras y lanzando granadas de mano a algunos solares, pequeños edificios y corrales. La composición habitual de las columnas se ha modificado algo. Entre los milicianos del tipo anterior —jóvenes con gorros de soldado– han aparecido obreros de edad media y hasta de edad avanzada, algo torpones, pero muy serios y diligentes. Han acudido a las barricadas como acude la gente a apagar un incendio, como en nuestro país acudían los obreros a descargar troncos durante los subbótniks [15]—no a divertirse ni a matar el tiempo, sino a hacer algo necesario—. De ahí que las pérdidas se hayan elevado sensiblemente desde la mañana. Hoy, la mayor parte de los muertos y heridos son, precisamente, obreros de más edad, que acudieron ayer a pelear. Pero eso ha hecho subir en gran medida el espíritu combativo. La juventud sigue a la generación más vieja, va haciendo suya la sensatez y la intencionalidad de la lucha: el hecho es que hasta ahora esta masa de jóvenes milicianos se había empapado sólo de congoja por la retirada sin fin, por la estupidez de órdenes absurdas y contradictorias, por las incomprensiones y los conflictos con comandantes inexperimentados o sospechosos. Aquí, en cambio, todo está claro, no hay adonde huir: si se entrega esta calle y luego ésa y después aún esas otras dos, llegará el fin de todo.
Otra ventaja tienen ahora los madrileños: están en su casa, conocen, sobre todo aquí, en los barrios obreros del extrarradio, cada callejuela, cada casa, cada desván, mientras que los sitiadores —campesinos acomodados de Navarra, hijos de propietarios gallegos, africanos, soldados de la legión extranjera– no están acostumbrados a luchar contra los muros de una ciudad que les es ajena y en realidad desconocida, ni ven muy claro cómo han de efectuar esta lucha. Sólo el alto mando fascista y parte de la oficialidad ha vivido en la capital y se orientan en el laberinto de sus calles.
No obstante aquí, según la orden de Varela (es poco probable que la haya modificado), actúa contra nosotros un grupo de sujeción y de demostración. El golpe principal va dirigido a través de la Casa de Campo. Me traslado a dicha parte y tampoco ahí la situación es mala. La artillería —cuatro baterías, verdad es que compuestas de viejos cañones– mantiene a los fascistas en sus posiciones de partida. Nuestras unidades se atrincheran muy enérgicamente, baten con fuego de ametralladora las avenidas y los senderos. En dos sectores he encontrado combatientes de la Brigada Internacional. Van bien vestidos, con guerreras nuevas, con gorros de color sufrido, con bandas o polainas, con fusiles nuevos; en su mayor parte son alemanes y franceses. Aquí forman el primer escalón, y detrás, en el parque del Oeste y en el extremo meridional de la Ciudad Universitaria, forman el segundo. Un batallón ha sido enviado a Villaverde, en ayuda de Líster. Por su aspecto externo, no hay entre ellos tantos soldados con experiencia de la primera guerra mundial como se había dicho. Son hombres, por término medio, de veinticinco a treinta y cinco años. Algunos se dan muy poca maña en el manejo de las armas, se quedan confusos y desconcertados contemplando la ametralladora incluso cuando se encalla por los motivos más fútiles.
Poco antes del mediodía se ha logrado realizar aquí un pequeño contraataque. Españoles y voluntarios internacionales, después de una preparación artillera, se lanzaron en dos grupos entre los árboles, rodearon dos pabellones con moros. Desde luego, habría sido posible cogerlos prisioneros o acabar con ellos, pero faltó destreza. Los moros, con gritos aterradores, arrojando a su alrededor granadas de mano, saltaron de los pabellones y se abrieron paso hacia sus filas. De todos modos, el enemigo ha sido contenido, incluso ha retrocedido un poco.
En el Estado Mayor, las noticias que llegan de todos los sectores son por ahora satisfactorias. Los milicianos resisten. Sólo Barceló no ha iniciado aún su golpe de flanco. De repente, toca la sirena. Vuelan sobre la ciudad siete Junkers acompañados de cazas. Los «chatos» no se ven. Los fascistas se mueven por el cielo sosegado, impunemente. Bueno, ahora lanzan su carga en el centro mismo de la ciudad. Resuenan las explosiones, que desgarran los oídos. En torno, sobre los tejados de las casas, se ven columnas de humo. Los aviones se dirigen hacia aquí, hacia el Ministerio de la Guerra. Sí, sueltan sus bombas hacia aquí. Otra explosión, al lado mismo, por lo visto en el paseo de Recoletos... Los cristales vibran, algunos caen tintineando. El Ministerio de la Guerra no tiene refugio antiaéreo... A Miaja y a Rojo procuran convencerlos de que bajen al sótano, donde los archivos. Pero los Junkers ya han pasado. Se han ido. En el cielo han aparecido los cazas republicanos —demasiado tarde. Los han avisado con cinco minutos de retraso; estos cinco minutos son decisivos– para regresar a su territorio, la aviación fascista sólo necesita un instante. Tienen el aeródromo de Getafe, defendido por artillería antiaérea. Por ahora el mando prohibe a los «chatos» volar lejos; no hay más que un puñado; cada hombre, cada aparato, son de un inestimable valor.
Esta vez las destrucciones causadas por la incursión aérea son grandes, las víctimas son muchas. Han muerto muchas mujeres, niños, personas indefensas e inofensivas. La muerte los ha alcanzado en poses casuales, inocentes. Una anciana estaba colgando ropa; la han encontrado tendida sobre las sábanas y los pañales chamuscados, con una cuerda en la mano, sin cabeza. La explosión que oímos tan cerca del Ministerio de la Guerra se produjo en un gran garaje. La bomba atravesó el tejado —¡de cristal!– y encendió numerosos camiones y coches. Ahora todo ello está ardiendo, envuelto en llamas de gasolina.
En el momento culminante de la confusión provocada por los Junkers, me llaman al teléfono... ¡desde Moscú! Me llamaban por el teléfono del comisariado. El Estado Mayor de la Defensa de Madrid ha ordenado desconectar todos los demás teléfonos, particulares, para evitar que puedan sostenerse conversaciones con los barrios conquistados por los fascistas.
Al aparato habla otra vez el comité de la radio. Felicitaciones con motivo de las fiestas, me han hablado de la parada militar y del desfile, me han pedido que, en respuesta, les comunique mis impresiones.
¡Impresiones!...
He explicado en breves palabras de qué modo se mantiene Madrid, lo que he visto en los combates de hoy junto al río y en la Casa de Campo, les he comunicado que en aquel mismísimo instante, mientras hablábamos por teléfono los Junkers estaban bombardeando. ¿Es cierto que ha sido tomado Toledo? —me ha preguntado el Comité de la radio—. ¡¿Tomado por quién?! Por los republicanos. ¿Toledo conquistado por los republicanos? No, no es verdad. Cómo se lo pueden imaginar, no lo entiendo...
El Partido Comunista trabaja magníficamente. No será ni mucho menos una exageración afirmar que entre todos los partidos, el comunista es el único cuya presencia se nota ahora en Madrid. Todos los antifascistas, hasta los grupos más moderados y «de la charca», obedecen de buen grado a la dirección del Partido, aceptan todas las indicaciones que el Partido da sobre la defensa de Madrid ellos mismos acuden en solicitud de dichas indicaciones. Los miembros del Comité Central y del comité provincial de Madrid pasan el día entero en los frentes de combate con las unidades, participan en los contraataques, construyen nuevas barricadas y fortificaciones.
Al atardecer, los altavoces y los chiquillos vendedores de Mundo Obrero,con no menos potencia que los altavoces, convocan al pueblo a un «mitin grandioso, sensacional y admirable» en el cine Monumental.
El cine está lleno a rebosar, la sala se ve adornada con banderas, con consignas en honor del XIX aniversario de la gran revolución socialista de Octubre, con retratos de Marx, Lenin, Stalin, José Díaz y Thálmann.
Suben a la presidencia del acto los miembros del comité de Madrid, luego Pedro Checa y Antonio Mije, después —la sala se levanta llena de entusiasmo y aplaude clamorosamente– ¡Dolores!
El presidente de la reunión declara que ésta se dedica al decimonono aniversario de la gran revolución socialista y a la defensa de Madrid. Ovaciones, música... ¡ah, qué bien, que haya música! ¡Hacía falta! En estos días, sobre todo cuando en el alma se elevaba un sentimiento profundo, a la vez amargo y majestuoso, se notaba cierta sequedad en los oídos, de modo análogo a como suele notarse sequedad en la garganta. Ahora, cuando la orquesta —¡todavía hay orquestas en Madrid!– ha lanzado al aire la majestuosa y sonora melodía de la Internacional,el pecho ha exhalado alegremente, por primera vez en todo este tiempo, henchido de alegría todo cuanto le acongojaba —el deseo de escuchar una canción de combate—. Y si en esto terminara todo el mitin del cine Monumental, bastaría para que pudiera considerarse, en justicia, «grandioso, sensacional y admirable». Las lágrimas en los ojos, los luminosos rostros de los obreros, de los militares, de la juventud, de las mujeres revelan que para todos ellos constituye una ayuda inmensa, un regalo de fiesta, tener la posibilidad, en el momento más difícil de sus vidas, en estas horas catastróficas y decisivas, tener la posibilidad de reunirse aquí en una grandiosa congregación combativa de Partido y cantar juntos, firmes, anhelantes, acompañados por la música, la impresionante canción de la lucha proletaria y de la victoria.
Antonio Mije pronuncia un discurso; Mije es un buen orador, pero esta vez describe magistralmente, con fuerza y sinceridad, la crítica situación de Madrid, la ausencia, en el momento dado, de toda ayuda exterior, la necesidad vital, revolucionaria, inapelable, de luchar y mantenerse hasta que lleguen refuerzos. Enumera brevemente, con toda precisión, de manera concreta, las condiciones sin las cuales la defensa de Madrid, hasta por poco tiempo, es imposible: creación de nuevos y nuevos destacamentos de combate, resistencia tenaz, lucha por cada casa, fortificaciones, trincheras, barricadas, rigurosísima disciplina militar, orden en los barrios de la retaguardia, castigo implacable contra la «quinta columna», contra todos los terroristas, provocadores, espías, recogida de todas las armas, producción de pertrechos de guerra, rigurosa economía de víveres. La reunión escucha atentamente, interrumpe con aplausos y exclamaciones de «muy bien». La segunda parte de su discurso la consagra Mije a la Unión Soviética, a la revolución de octubre, a la guerra en Rusia, a las victorias del socialismo, a la lucha contra los trotskistas y derechistas, a los planes quinquenales, a la dirección del Partido, a la política del Komintern. Exhorta a los bolcheviques madrileños a ser dignos de su nombre, a no ceder Madrid a los fascistas ni hoy ni mañana ni pasado mañana ni nunca, ¡como no fue cedido ayer, el día 7 de noviembre!
Luego habla Dolores.
Ha adelgazado, está muy pálida; ahora parece aún más alta, más imperiosa y, en cierto modo, más joven. Como siempre, vestida de negro y, pese a la sencillez de su vestido, elegante.
—¡Camaradas obreros de Madrid! No se da crédito a los ojos al ver que, en este momento, cuando los obuses del enemigo han comenzado ya a derruir los edificios de nuestra capital, cuando en el cielo de Madrid vuelan los aviones facciosos sembrando la muerte entre las mujeres indefensas y los niños, no se da crédito a los ojos al ver que nos hemos congregado hoy en una reunión semejante... Pero, de todos modos, nos hemos reunido aquí y no sólo, ni mucho menos, para levantar nuestros ánimos. Nuestro espíritu de lucha es ya bien alto en estos días de durísimas pruebas. Nos hemos reunido aquí para observar nuestra costumbre predilecta, nos hemos reunido aquí para honrar como es debido al maravilloso país que se denomina Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Honrarlo como es debido por la magnífica ayuda que dicho país ha prestado al pueblo español. Por su firme posición en Ginebra y por su actos, que permiten al pueblo español reunir fuerzas para el contraataque, para rechazar y arrojar al enemigo.