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Diario de la Guerra de España
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Текст книги "Diario de la Guerra de España"


Автор книги: Михаил Кольцов



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Por el barrio de Buena Vista, los republicanos han ocupado dos grandes calles y la plaza de toros. Ahora se inicia un nuevo ataque: la unidad de esta parte quiere alcanzar la calle de la Argañosa, por callejuelas, y unirse con el primer grupo en la plaza de América.

En espera de la señal, Juan Ambou sueña:

—Pronto terminaremos con Oviedo. Entonces dirigiremos nuestras tropas de mineros a Galicia, a León, a Burgos. Irrumpiremos en Castilla...

Es necesario creerle. En Asturias saben combatir. Sólo que no tienen ropa de abrigo —Juan tirita en su mono de lona—. No tengo con qué protegerle del frío: hace tres días me permití dar mi abrigo de París a un mozo que había quedado empapado en una sucia zanja de Lugones.

... Después del combate han vuelto, muy excitados, a la misma casa de ayer, a la del marqués. De nuevo han acudido todos, han comido y después de comer nos han enseñado a beber la famosa y excelente sidra asturiana. La gente de aquí sabe verterla con singular habilidad formando un largo chorro —bajan el vaso con una mano y con la otra inclinan la botella a una altura superior a la cabeza—. De este modo se forma más espuma. Yo me apliqué con mucho tesón para aprender y luego no podía encontrar de ningún modo mi cuarto.

Karmen asegura, jurándolo, que recorrí tres veces toda la casa, sus dos pisos, que rebusqué en todos los armarios de cada habitación, abrí todos los cajones, a la vez que soltaba toda clase de denuestos contra el marqués. No lo recuerdo. Entretanto, acudió un aparato de bombardeo y, por lo visto, estuvo largo rato buscando nuestra casa; pasó muchas veces por encima de nosotros, a escasa altura, pero no arrojó ninguna bomba —probablemente tenía miedo de soltarlas sobre el centro de la ciudad, sobre sus propias tropas, facciosas—. Quizá les estuvo arrojando víveres. Al parecer, esta circunstancia me llevó también a proferir horribles blasfemias, y los asturianos, riéndose, decían que con semejante sidra no hay bombardeo que asuste.

Karmen aún logró captar aquí, en Oviedo, con la radio del marqués, la emisora de la Unión de Sindicatos Soviéticos, y oí los dulces trinos de No hay modo de contar los diamantes en las cuevas de piedra... [11]


12 de octubre


El chófer Nicanor se ha desquitado bien con nosotros. Todos esos días, para no perdernos de vista, en vez de dejarle donde el coche, le llevábamos a donde íbamos. Ayer, al correr bajo el fuego de las ametralladoras de San Pedro, ante el revoltijo de los Junkers, al ver la casita destrozada, con la familia muerta, al ver cómo cargaban a heridos y muertos en los autobuses y otras escenas desagradables, perdió su digno aspecto, apenas podía seguirnos, tenía el rostro pálido, los brazos como zurriagos, la espalda encorvada. Alguien le tomó el pelo en voz alta y esto acabó de apabullarle.

Hoy, cuando nos ha tenido acomodados en el coche, ha arrancado con tal ímpetu que nos hemos mirado muy significativamente. Después, ha comenzado una carrera fantástica por espirales de montaña, con espantosos virajes en las curvas, con el alocado vuelo de las ruedas traseras sobre precipicios y abismos, con lo que el estómago se desplazaba hacia arriba y se ponían frescos los sobacos. A Karmen el rostro le había quedado infinitamente más pálido que a Nicanor en el día de ayer, y el mío por lo visto tenía el mismo color. De lo que no cabe la menor duda es de que hoy hemos estado mil veces más cerca de la muerte que ayer, ante los recursos más nuevos de la técnica militar. Hasta la propia entrada de Gijón, Nicanor no ha pronunciado ni una sola palabra. Fumaba, displicente, una hedionda porquería. Únicamente a la entrada del comité del Partido, al dejar el coche libre de sus atontados pasajeros, ha hecho que en sus labios se dibujara una leve sonrisa.

Ha sido muy penoso separarse de estos hombres que enseguida se nos han hecho tan entrañables como si hubiéramos vivido y trabajado juntos durante muchos años. Estrechan así sus lazos de amistad tan sólo las personas que desde hace mucho tiempo, sin verse, han estado unidas por unas mismas ideas y una misma percepción de la vida, una misma educación, aunque se haya efectuado en distintos idiomas y en diferentes países, por un mismo odio a unos mismos enemigos, por el mismo amor a la clase obrera, por la fidelidad al comunismo, por el amor y la fe en el Partido... Al despedirnos quizá por un mes, quizá por un año, quizá para siempre, nos han abrazado y con tosco gesto nos han dado unas palmadas en el hombro Angelín, Juan Ambou, Agripina, Juan José Manso, Pin (al despedirse, nos ha dicho: «Pin es mi apodo, me llamo Juan García»), Lafuente, Damián. Querían acompañarnos hasta Llanes, pero Angelín no se lo ha permitido.

Al caer la tarde estábamos ya en Santander, y después de un breve descanso, hemos cambiado de coche y hemos proseguido nuestra ruta hacia los vascos, a Bilbao.



13 de octubre


Ciudad extraña, que no se parece a nada. Y a lo que menos se parece es a una ciudad española. No se ven, aquí, ni la chillona elegancia de los rascacielos americanizados de Madrid y Valencia ni la llamativa pobreza de los barrios obreros de estas últimas ciudades. Todos los colores son apagados; los contrastes, limados; todo presenta un aspecto uniforme de color negro o gris oscuro: las casas, las tiendas, los puentes sobre el Nervión (en vasco llbaisabal!),consistentes aunque no de grandes dimensiones; todo se ve fuerte, sólido, de buena calidad, pesado. La riqueza no se expone a la vista, como en Madrid y Barcelona, pese a que es aquí, precisamente, donde se encuentran las principales fortunas de España: la burguesía minera, siderometalúrgica, comercial y financiera, y aquí es donde ésta ha sido menos afectada por la guerra, donde conserva sus posiciones fundamentales.

Bilbao se parece más bien a una vieja ciudad portuaria inglesa, con mucho tráfico de mercancías, con el hollín de las estufas de antracita y la honorable suciedad de las calles. Sólo una sombría nota exótica ofrece la muchedumbre de la ciudad: absolutamente todos, ministros y vendedores de periódicos, soldados y profesores, todos, todos, llevan boinas negras, como se lleva el fez o el turbante. No se ve ni un sombrero y casi ninguna cabeza descubierta. Las mujeres, como los hombres, van tocadas de negro, con pañuelos negros. Son esbeltas y hermosas; en cambio, los hombres son de tipo bajo, robusto, pícnico.

Con rostros bastante tristones, los bilbaínos, en estos días de barro y humedad, están sentados en las terrazas de los cafés tras las vidrieras. La taza de café no es su ideal, pero ahora no están abiertos los célebres figones vascos: santuarios bien caldeados de grasientos embutidos, empanadas y foie gras,de criadillas de cordero hervidas, de pesada cerveza oscura y embriagadora sidra.

A menudo se encuentran sacerdotes, también bajitos y carigordos, de mirada pesada y soñolienta debajo de los párpados semicerrados. En Castilla no había visto ni uno, excepto el pálido canónigo Camarasa en Toledo, con chaqueta de paisano.

Nos hemos instalado en el hotel Inglaterra, en mal estado y sucio, junto con los refugiados de Irún y de San Sebastián. He ido volando a telégrafos, en busca de la compañía inglesa Direct-Spanish.Resulta que el cable con Londres funciona bien. Me he sentado a la mesa y hasta las cuatro de la madrugada he ido dibujando con lápiz tinta y empleando papel de copia, con letras latinas de imprenta, una crónica sobre Asturias; Lina ha ido llevando el texto, por partes, al telégrafo. El alma se me había caído a los pies al tener que recurrir a semejante técnica carcelaria, pero ya antes de haber terminado la crónica me han traído un telegrama «urgente» de Moscú comunicándome que habían recibido la primera parte sin omisiones. ¡Esto significa que pasado mañana por la mañana en Pravdaya aparecerá una crónica sobre Asturias!



14 de octubre


Juan Astigarrabía es el secretario general del Partido Comunista de Vasconia. Al mismo tiempo, es el ministro de Transportes en el nuevo gobierno regional. Reservado, poco hablador, nervioso y muy delgado para un vasco. Me ha presentado a Aguirre.

La residencia del jefe del gobierno se encuentra en el antiguo edificio de un banco. La guardia presidencial, también con boinas, si bien rojas, y con escarapelas doradas, presenta armas. El comandante nos conduce solemnemente por la escalinata de mármol.

Pero esta escalinata de mármol está cubierta por dos capas de toscos y pesados sacos de tierra. Se ven sacos a lo largo de un corredor abovedado. Con sacos terreros están defendidas las enormes ventanas. Los cristales de los espejos tienen pegadas en forma de cruz tiras de papel de periódico, para preservarlos de las explosiones.

Han pasado treinta días desde que el Parlamento español aprobó por unanimidad el estatuto vasco, por el que este pueblo ha luchado durante tres cuartos de siglo. La región goza del primer mes de autonomía, pero no hay tiempo para disfrutarlo.

Después de haber recibido en Madrid el documento oficial de su independencia, los vascos tuvieron que defenderla inmediatamente con las armas en la mano. Los fascistas respondieron a la concesión del estatuto con un implacable bombardeo de Bilbao. Por sus resultados, éste ha sido el bombardeo aéreo más efectivo de una ciudad de la retaguardia entre todos los conocidos hasta hoy. Durante una sola incursión, fueron muertas doscientas veinte personas, hombres, mujeres y niños. Una bomba de trescientos kilos destrozó las cinco plantas superiores de un gran edificio. En otras casas quedaron destruidos dos y tres pisos superiores. Esta vez los aviadores alemanes y los Junkers no tuvieron nada que ver con el bombardeo; éste corrió a cargo de los italianos con sus aparatos Caproni. Desde entonces, la población de Bilbao no conoce el descanso, día y noche, desde detrás de los sacos terreros y de las ventanas con tiras de papel pegadas en cruz, espera la señal para bajar a los sótanos y aguardar el nuevo ataque aéreo.

El presidente Aguirre es joven, elegante, amable. Por su aspecto parece un artista, pero su especialidad es la producción de chocolate. Creo que es así. En su partido —partido burgués de los nacionalistas vascos– es considerado como de extrema izquierda. Sobre la mesa tiene un pequeño crucifijo de marfil; Aguirre es un católico convencido, como es católico todo su partido. Y con el mismo convencimiento y no menos dureza habla del papel destructor y letal del fascismo, que está en contradicción con el humanismo cristiano suyo y de sus amigos.

Aguirre describe las atrocidades de los facciosos en San Sebastián; habla de la ayuda extranjera que reciben los reaccionarios, sobre todo del Vaticano; está entusiasmado con la nota soviética al comité de no intervención de Londres.

—Lo que más nos admira de esta nota es la firmeza de tono y la plenitud de voz de la democracia soviética. Ésta es la única manera de hablar con los perturbadores fascistas de la paz. Es muy lamentable que la timidez del tono empleado por otros Estados democráticos ha comenzado a habituar a los gobiernos fascistas al sentido de irresponsabilidad y a la impunidad completa de cualquiera de sus actos.

Astigarrabía está presente en nuestra conversación y asiente con la cabeza. Resulta insólito ver sentados en torno a una misma mesa a un católico creyente, nacionalista, y a un ateo, marxista, obrero. La amenaza de la peste fascista ha de ser espantosa para inducirlos a que se unan.

Pese a la enorme diferencia de criterio de los partidos políticos, la coalición se ha realizado, existe y no tiene un carácter defensivo, sino un carácter ofensivo contra los fascistas. Pero no ha sido fácil lograrlo. Los nacionalistas vascos constituyen el flanco más derechista del frente contra el fascismo. Están unidos por numerosos lazos con el gran capital industrial y financiero del lugar. Las ideas religiosas y el nexo con el clero los aproxima a los reaccionarios clericales de la Navarra vecina y facciosa, la Vendée española.

Estuvieron dudando, pero acabaron eligiendo el Frente Popular. Desde luego, aquí hay muchas fuerzas que les son hostiles: comunistas, socialistas. Pero la cuestión la decidió la propia vida; la economía y las inclinaciones políticas de la población dictaron la actitud que se debía tomar. Los agrarios de Navarra y de Andalucía se proponían alcanzar una expansión exterior para exportar los productos agrícolas. El partido católico de Gil Robles pugnaba por la centralización económica de España al estilo del Tercer Reich hitleriano. Todo esto frustraba los planes de autonomía administrativa de Vizcaya; su poderosa industria pesada cuenta casi por entero con el mercado interior de España. En torno a Bilbao hay grandes minas de hierro, fábricas siderometalúrgicas, químicas, de vulcanización y construcción de maquinaria.

Entre los trabajadores hay muchos católicos adheridos al partido de los nacionalistas. Su sentido de clase los ha orientado certeramente contra el fascismo. Si la dirección del partido nacionalista no se hubiera unido al campo antifascista, su parte obrera se habría indignado y el partido se habría quedado sin una base de masas. Y, al fin, ¿no había sido de manos de las Cortes antifascistas, del Parlamento del Frente Popular de quienes habían recibido los vascos su autonomía? Franco la negaba, exigía una España «única e indivisible». La elección se hizo, pese a lo que esperaba la reacción, a despecho de las exhortaciones y de las intrigas del Vaticano.



15 de octubre


Desde luego, el complicado entretejido político dificulta en alto grado la labor de defensa del gobierno local. Los partidos se observan recelosos; el cumplimiento de las órdenes y disposiciones que emanan del miembro de un partido es frenado cautelosamente por otro partido, mientras no han llegado a comprenderlas con claridad. En tiempo de guerra, esto, a veces, equivale a la muerte.

Ésta es la causa de que haya aquí mucha desorganización. Existe una aguda falta de pan, azúcar, carbón para las fábricas, cerillas. Se han puesto en circulación mecheros de fabricación casera, de gasolina y pedernal. ¡El pedernal y el eslabón, lo que entre nosotros se hizo común después de año y medio de guerra civil, se usa aquí, en Bilbao, a pocas horas de viaje de Francia, al cuarto mes de lucha! Verdad es que el gobierno de Vizcaya no dispone de divisas y los países contendientes prefieren ahora entregarles mercancías contra pago al contado; incluso por cinco mil abrigos que la Confederación General del Trabajo facilitó magnánimamente a los vascos hubo que pagar con dinero del escuálido bolso de la región. Sin embargo forman parte de la coalición gubernamental comerciantes e industriales poderosísimos y de extraordinaria experiencia. ¡No se trata de un doctor en ciencias químicas como Giral o de un albañil como Uribe! Las autoridades vascas poseen un sinfín de relaciones comerciales con el extranjero, reservas de divisas, el potente Banco de Bilbao, dedicado al comercio exterior, con grandes sucursales en Francia, Inglaterra y América. Cada tres o cuatro días, del puerto de Bilbao zarpan barcos con mineral de hierro hacia Inglaterra, en cumplimiento de viejos contratos. ¿Por qué regresan vacíos, sin trigo ni harina, sin azúcar, sin ropa de abrigo? Hasta ahora no se ha organizado el transporte de carbón de Asturias por ferrocarril.

Visitamos el puerto —enorme ensenada, dársena, astilleros, decenas de barcos y centenares de pequeñas embarcaciones de pesca fondeadas—; las embarcaciones llenan todo el Nervión, hasta su desembocadura en el mar; todas están paradas, temen a los cruceros fascistas que, al parecer, navegan a lo largo de la costa.

Cruzamos Portugalete, viejo barrio de pescadores, y llegamos hasta Las Arenas, lugar de veraneo marítimo de Bilbao. De súbito, en medio de una calle, una enorme bandera blanca con una inscripción: «Zona internacional.»

Más allá de la bandera, una playa y un gran barrio de lujosas casas de recreo con garajes y toda clase de servicios. Gran surtido de banderas de todos colores, hasta de los países más exóticos. En cada casa de recreo y en la playa, a pesar de no hallarnos ni mucho menos en la estación de los baños, se ve gran animación, numerosa gente, rebaños enteros de automóviles sobre la hierba verde.

Las paredes de las casas y de las empalizadas aún están adornadas con insolentes carteles fascistas. Y los ingenuos mozos con fusil, la guardia de la zona internacional, no se deciden a arrancar esa porquería. El mando les ha ordenado mantener con todo rigor la intangibilidad del barrio neutral. El mando nada ha dicho acerca de la entrada en dicho barrio, y la salida de coches y camiones, acerca de lo que contienen, acerca de personas y cosas.



16 de octubre


En un viejo monasterio de capuchinos se ha instalado el cuartel de las milicias comunistas. Los capuchinos no se oponen, han declarado que están de acuerdo teniendo en cuenta las necesidades de la guerra. Los milicianos, por su parte, después de haber organizado un dormitorio para quinientas personas en la iglesia principal del monasterio han dejado en su sitio, sin tocar en lo más mínimo, todas las estatuas, lámparas, flores y velas. Únicamente a los pies de mármol de una Madona algún diligente soldado ha colocado un letrero que dice: «¡Muerte a los fascistas!»

Los batallones comunistas de la milicia popular desempeñan aquí aproximadamente el mismo papel que el Quinto Regimiento en el frente central. Son reconocidos como batallones modelo por su disciplina, por su capacidad militar y por su intervención en los combates. Aquí se encuentran algunas unidades evacuadas de las inmediaciones de Irún, donde lucharon con una tenacidad y un heroísmo ejemplares. Los «capuchinos» —como los llaman, en broma, por el nombre de su cuartel general—gozan de buena reputación lo que, en parte, es un mal: a los combatientes recién instruidos se los llevan a los distintos sectores por compañías y a veces hasta por secciones. Esto fortalece el sector, pero impide que se constituya un regimiento entero de alta y homogénea cualidad. Se repite aquí lo que ha ocurrido con el Quinto Regimiento de Madrid.

Pero —es necesario hacer honor a la verdad– los combatientes vascos son mucho más organizados y mucho más tenaces que los otros. Son, como los asturianos, mucho menos impresionables que los castellanos y los andaluces, no se entregan tan rápidamente al desaliento ni al despreocupado entusiasmo, no son tan sensibles a las inclemencias del tiempo, son más sosegados y sufridos. ¡Qué pueblo más singular, más original! Ha llevado una vida aparte y ha conservado su antigua cultura, comenzando con su lengua peculiar, emparentada sólo con la de los abjasios y armenios. Los obreros vascos tienen en mucha estima su nacionalidad y esto ha hecho religiosos a muchos de ellos, pues en su modo de ver las cosas, la Iglesia vasca se halla estrechamente vinculada a la cultura nacional, a las peculiaridades éticas, a los usos y costumbres del país. Los obreros católicos ingresan ahora en el Partido Comunista porque éste, rectificando sus antiguos errores, apoya el sentimiento nacional de los vascos contra el españolismo de gran potencia de la altanera nobleza...

El sector del frente más próximo se encuentra sólo a ochenta kilómetros de aquí. Pero el frente está en calma, no pasa nada —lluvia, nieblas—. Mejor es volver cuanto antes a Madrid. Las noticias que de allí llegan son bastante malas. Karmen, el pobre, ha caído enfermo y se encuentra abatido; guarda cama con fiebre; el tiempo es tan desastroso que no puede filmar nada.

De nuevo, hasta bien entrada la noche, he estado dibujando los infantiles trazos de las letras de imprenta para telégrafos. Luego, aprovechando la oscuridad, nos hemos trasladado a Santander; quizá encontremos avión.



17 de octubre


Hemos tenido una suerte extraordinaria. Precisamente hoy, precisamente dos horas después de nuestra llegada a Santander, ha emprendido el vuelo hacia Madrid un Douglas. El aparato estaba aquí inmovilizado por el mal tiempo desde el 7 de octubre. La correspondencia que habíamos dejado ahí al pasar procedentes de Gijón, ahí estaba.

Otra vez en el avión había sólo un pasajero: el ex gobernador civil de Bilbao, cargo abolido por la formación del gobierno autónomo.

Esta vez hemos volado más a la izquierda, formando un arco hacia el este, por delante de Vitoria y Soria, a través de Guadalajara. Tan sólo en un lugar, no lejos de Sigüenza, apareció a lo lejos un caza. Pero ya estábamos llegando al término de nuestro viaje.

Cuando entré en el Comité Central, comenzaron literalmente a dejarme sin aliento entre abrazos. Pedro Checa, el más reservado de todos, exclamó: «¡Una alegría semejante no nos la esperábamos!» Esto ya era excesivo... Pero cuando José Díaz, brillantes los ojos, añadió: «Nada nos da miedo en el mundo», comprendí que aquella alegría no se debía ni mucho menos a mi llegada.

Resulta que ayer se recibió de Moscú un telegrama a nombre de José Díaz en respuesta al saludo del Comité Central del Partido Comunista de España.

He aquí el telegrama: «Al Comité Central del Partido Comunista de España. Camarada José Díaz: Los trabajadores de la Unión Soviética se limitan a cumplir su deber al prestar ayuda en la medida de sus posibilidades a las masas revolucionarias de España. Se dan perfecta cuenta de que la liberación de España del yugo de los reaccionarios fascistas no es una causa privada de los españoles sino una causa común a toda la humanidad avanzada y progresiva. ¡Fraternal saludo! I. Stalin.»

Ayer por la noche ya se publicó en Mundo Obrero.Hoy, por la mañana, aparece en todos los periódicos de Madrid. El telegrama ha producido una impresión enorme. Llegan felicitaciones a la dirección del Partido.

Los miembros del Comité Central responden que el telegrama, tanto por su contenido como por su sentido, va dirigido a todo el pueblo español, a todos los luchadores contra el fascismo.

Es difícil imaginarse otro momento en que el pueblo, el gobierno y las tropas estuvieran tan necesitados como ahora de esas alentadoras palabras. La atmósfera se había enrarecido no tanto por los reveses militares cuanto por las noticias que llegaban del extranjero, que reflejaban el aislamiento casi completo de la España republicana.

El pueblo se sentía profundamente solo y ello le entristecía, le llenaba de amargura.

Y en ese momento llegan unas palabras firmes, alentadoras y fraternales...

He pasado el resto del día recorriendo la ciudad, he visitado fábricas, el Quinto Regimiento, la Alianza de los escritores, a los anarquistas, los sindicatos socialistas. El telegrama de Moscú es el tema general de conversación, en todas partes se redactan telegramas de respuesta, cartas, resoluciones y saludos de agradecimiento.

Yo mismo, al pasar por las inquietas calles de Madrid, me he sentido aún más ligado a la lucha de este pueblo, he percibido en mí una gota de esa oleada de simpatía, solidaridad y apoyo que ha llegado hasta aquí de lejos, desde mi propio pueblo.

... Por resolución del gobierno y orden del ministro de la Guerra se ha creado el cuerpo de comisarios del ejército, con un comisariado de guerra en cabeza. El comisario general es Julio Álvarez del Vayo. Los vice-comisarios son Crescenciano Bilbao (socialista), Antonio Mije (comunista), Angel Pestaña (sindicalista), Roldán (anarquista) y Pretel (socialista, segundo secretario de la Unión General de Trabajadores).

Objetivo del comisariado: «Establecer un control de carácter político-social sobre los soldados, milicianos y otras fuerzas armadas al servicio de la República, hacer eficiente la coordinación entre el mando militar y las masas combatientes a fin de utilizar mejorías posibilidades de las fuerzas citadas» (primer punto de la orden de Largo Caballero).

«El ministro de la Guerra en cualquier momento puede dar las instrucciones que estime oportunas al Comisariado General y a todos los comisarios» (punto sexto).

Han sido nombrados unos doscientos comisarios de batallones y brigadas.



18 de octubre


He aquí el aspecto que ofrece el estreno de un nuevo film en octubre de 1936 en Madrid.

Sobre el frontispicio del Capítol, una inscripción luminosa que dice: «Ministerio de Instrucción Pública, sección de propaganda cultural.» Ante la puerta no hay quien pase, ni a pie ni en coche. Entre la tupida muchedumbre han quedado inmovilizados decenas de automóviles. En los postes de las farolas acaban de fijar llamativos carteles. De vez en cuando, la música toca unos compases, los gritos de saludo y los aplausos avanzan como en reguero por la plaza del Callao. La muchedumbre se aparta, abre paso a los miembros del gobierno, a los líderes de los partidos republicanos, a los diputados más populares.

—iViva Azaña! ¡Viva Prieto! ¡Viva Dolores! ¡Viva Rusia!...

El joven ministro de Instrucción Pública, en calidad de anfitrión, recibe a los huéspedes en el vestíbulo. El Ministerio de Instrucción Pública también ha tomado sobre sí el trabajo político y de enseñanza en el frente y en la retaguardia.

En un vestíbulo pequeño, detrás del palco de honor, Manuel Azaña conversa brevemente con Giral y con el ministro vasco Irujo. Luego guarda silencio y se sume en sus pensamientos.

Estos meses le han envejecido sensiblemente. Los rasgos de su cara redonda, blanda, que recuerda un poco el rostro de una dama, se le han hecho más graves y agudos. Antimilitarista, el pasar a ser el primer ministro de la Guerra de la República, redujo el ejército, y con su famoso decreto dejó en situación de retirados a ocho mil oficiales. Desde el exterior, razonaba Azaña, nadie amenaza al país. En el interior de España, la inmensa langosta de la oficialidad se traga el presupuesto del Estado y, al mismo tiempo, constituye una base permanente para la restauración monárquica. Tenía razón, pero no fue consecuente hasta el fin. La reacción se recuperó a pasos de gigante en la República de abril. Azaña y sus amigos, arrojados del poder, reorganizaron su partido y se aproximaron a la pequeña burguesía urbana, al campesinado medio. Pero ahora, los problemas de la guerra y de la paz han tomado un nuevo giro en España.

El presidente y los ministros entran en el palco. El enorme anfiteatro les tributa una ovación.

La luz se apaga poco a poco, una orquesta sinfónica toca un melancólico preludio. Luego la cortina se separa y flotan lentamente las primeras escenas del film. El Ministerio de Instrucción Pública ha dedicado esta película a la memoria de los marinos españoles caídos en defensa de la patria y de la República. En el film se ven marinos. Pero el mar y el paisaje no son españoles. Una barca motora lleva, rauda, a un hombre de cabello gris desde el paseo marítimo de la capital hacia el severo y dilatado espacio del mar Báltico. ¿Cómo le van a recibir allí, en la isla fortaleza, la partida de marineros revolucionarios, pero todavía sin organizar?

Malos vientos otoñales soplan sobre el Báltico. Bandadas de aves rapaces acuden dispuestas a clavar sus garras en la gran ciudad que a ellos les parece moribunda. Es necesario reunir todas las fuerzas para defenderla, llevar la lucha a todos los combatientes, hasta el último hombre. Pero no es tan fácil hacerlo. Los combatientes han olvidado lo que es disciplina, se quejan de las dificultades, alborotan, se divierten.

Unos marinos medio golfos asedian a una joven y triste mujer, la llaman con todo descaro:

—iSeñorita!...

Unos soldados rojos liberan a la mujer de aquellos importunos. Esto provoca en un relajado marino anarquista profunda irritación contra la modesta y disciplinada infantería.

El comisario penetra audazmente entre el grupo de marinos. Convierte aquella masa sin forma, turbulenta, pero con sentido revolucionario y de clase, en un destacamento de combate que lucha valientemente contra los blancos. El relajado y desorganizador de unos días antes participa en esta lucha y en ella se regenera... He aquí a los fascistas rusos que cercan a los marinos por dos partes. He aquí la estremecedora escena de la ejecución... En Madrid se ve el film de Vishnievski por primera vez. ¡Y cómo lo miran!

Se percibe cómo la sala sigue el drama de Kronstadt. Se ve en la penumbra cómo lo vive. A mi lado, los ojos abiertos a más no poder de la juventud en lucha; por encima de la baranda del palco, el atento perfil del presidente. Pero ¿dónde está el ministro de la Guerra, dónde están los demás? Alguien sale silenciosamente del salón y vuelve agitado.

—Malas noticias. ¡Ha caído Illescas! Las tropas siguen retrocediendo. Al parecer, ha caído Sesefta.

Un espectador, sentado a la vera, pregunta sin apartar los ojos de la pantalla:

—Decidme, ¿a cuántos kilómetros están ellos?

—¿Quiénes son «ellos»? ¿Yudénich o Franco?

—¿A cuántos kilómetros de qué: de Madrid o de Petrogrado?

El frente ya había llegado hasta aquí, hasta Madrid; luego lo hicieron retroceder cincuenta kilómetros y se ha mantenido firmemente durante tres meses, lo siguen manteniendo ahora. Al mismo tiempo, el ejército fascista, por el suroeste, en un mes ha avanzado trescientos kilómetros. Está llamando a las puertas de la ciudad.

La aviación de los intervencionistas cubre de bombas las unidades republicanas, las riega con lluvia de ametralladora, las quema, las fulmina con artillería pesada. Es necesaria una inmensa cohesión, disciplina, audacia, audacia desesperada, una audacia como la de esos marinos de Kronstadt y esos proletarios petersburgueses. ¿Será suficiente la del pueblo de Madrid?

La faz de la milicia popular cambia de día en día. Un poco más y ésta constará de unidades firmes, magníficas. Pero ¿no es ya tarde? ¿No estará ya perdida la capital?

La gente busca la respuesta en la pantalla. Acoge con una ovación cada éxito de los rojos, con un penoso silencio cada nuevo avance de los guardias blancos. Oigo en la sala llantos y a continuación el estallido de la alegría triunfante, victoriosa.

No sabemos todavía cuál será el destino de Madrid. Pero conocemos el final del espléndido film acerca de los marinos de Kronstadt. Nadie ayudó al pueblo soviético en su lucha a muerte contra la burguesía rusa y mundial. Se ayudó a sí mismo: los marinos rojos ayudaron a la infantería roja; los comunistas, a los sin partido; la ciudad, al campo; el norte, al sur; Donbass, a Tsaritsin; Tsaritsin, a Moscú. Y aquí, ahora, cuando rodeado por una neutralidad fría y hostil el pueblo español defiende su vida y su libertad, cuando únicamente un pueblo hermano apoya desde lejos sus fuerzas morales y físicas, sólo una cosa puede salvarle y le salvará: la cohesión, la organización de sí mismo, y, sobre todo —esto es lo más importante– la fe en sus propias fuerzas. Así ocurrirá, más tarde o más temprano, cualquiera que sea el destino de Madrid...


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