Текст книги "Diario de la Guerra de España"
Автор книги: Михаил Кольцов
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Историческая проза
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El combate ha sido muy encarnizado durante todo el día. En la Ciudad Universitaria se lucha por cada decena de metros. Los internacionales derrochan sus fuerzas, pero las pérdidas de los fascistas son muchísimo más elevadas. Ahora Franco ha adoptado una nueva táctica: en vez de lanzar a la carnicería a sus diezmadas unidades de choque, a los moros y a la legión extranjera, mezcla con estoscombatientes, los mejores, soldados de filas y movilizados. Esto le da ventaja en cuanto a la masa.
Después de cambiar impresiones con sus ayudantes en Leganés, Franco ha declarado por radio que mañana, 25, entrará definitivamente en Madrid.
Para el mando de la II (al mismo tiempo XII) Brigada Internacional, ha sido designado Mate Zalka, quien ha aceptado el difícil puesto con decisión y optimismo. En unos cuantos días se ha granjeado la simpatía de los combatientes de dieciocho nacionalidades, unidos en la brigada. No es un hombre duro ni singularmente autoritario, pero su influencia en la unidad es muy grande; Zalka es, más bien, el tipo de jefe-padre, jefe-hermano, valiente, cordial, alegre y animoso. Para todos encuentra unas palabras, a veces en un dialecto, muy indefinido, hispano-francoalemán-húngaro-ruso. Pero nadie se queja de no entenderle: después de oírle, hasta la gente díscola, aunque rezongue, hace precisamente lo que quiere Zalka, que es, al mismo tiempo, el general Pavel Lukács. Después de semejantes explicaciones se vuelve hacia mí y me hace un guiño con uno de sus ojos grandes, azules y bondadosos.
—¡La cosa marchará! ¡La cosa marchará, querido Mijaíl Efimovich!
Las bajas le estremecen. Ante los demás aún se mantiene animoso, pero encerrado conmigo, deja caer la cabeza en las manos, se le sacuden los hombros, de sus labios salen maldiciones y lamentos, maldiciones y lamentos.
25 de noviembre
Tampoco hoy ha entrado Franco en la capital, como había prometido. A los madrileños les ha costado esto muy caro. Ha sido necesario batirse en todos los sectores. A primera hora de la mañana han sido sobre todo furiosos los ataques desde el sur. Aquí han resistido heroicamente las unidades de Líster y de Prada. El segundo ataque ha ido dirigido contra la cárcel Modelo. Lo apoyaban el fuego concentrado de la artillería y nueve tanques. Los republicanos han rechazado este ataque con gran maestría y valor. Han avanzado hasta las mismas posiciones de artillería, han destruido los cañones con granadas de mano y han vuelto. Aquí han perecido hoy dos alemanes antifascistas: Willi Wille, teniente del batallón Táhlmann, y Gustav Kern. Éstos son días en que se han perdido numerosos jefes excelentes, socialistas, comunistas, anarquistas y republicanos. Caen en el combate al atacar al frente de sus unidades. Desde el punto de vista táctico, esto es una locura. Pero la situación exige tales actos de autosacrificio y heroísmo. ¡Se está formando una nueva moral combativa, la moral de los defensores de Madrid!
Por la noche he intentado sintonizar mi receptor con Moscú, no lo he conseguido de ningún modo.
«El 13 de noviembre, en la ciudad de Uja, en el Palacio de Cultura, se ha abierto el Congreso extraordinario de la República Autónoma Soviética de Bashkiria. El Congreso ha discutido el informe del presidente de la Junta de Bashkiria sobre el proyecto de la nueva constitución y lo ha aprobado por unanimidad. El Congreso ha mandado un saludo a la heroica República democrática de España.»
Esto se escribe en el periódico madrileño El Liberal,en su hoja única, pálidamente impresa, hoja única porque el bloqueo fascista ha dejado a Madrid sin papel para periódicos y los aviadores alemanes han arrojado sobre la imprenta de El Liberaluna bomba de ciento veinte kilogramos.
No todo es formalmente exacto en el telegrama. Pero en Uja reconocí sin dificultad Ufa, y en la Junta de Bashkiria, el Comité Central Ejecutivo de Bashkiria. Además, ¿desde qué otro lugar del extranjero, si no es desde Ufa, desde Nalchik, desde Moscú, un poder estatal puede mandar ahora un saludo a la República democrática de España?
Los liberales de Madrid lo saben muy bien. La información extranjera de su periódico casi no rebasa el marco de los telegramas recibidos de la URSS. Hubo Europa, hubo un Lloyd George en Londres y un Delbos en París, viajaban las delegaciones, resonaban los discursos en los banquetes interparlamentarios, tintineaban las copas en señal de amistad y fidelidad, pero cuando el general Franco, con otros amigos, berlineses y romanos, ha puesto en marcha, en España, batallones para instalar su comandancia en el Parlamento, en seguida se han esfumado todos los amigos ilustres, han desaparecido de las mesas las copas, han cesado las conversaciones acerca del recíproco apoyo de los países democráticos. En cambio, los liberales madrileños se han enterado de que existe la República Autónoma de Bashkiria y de que ésta simpatiza activamente con la República democrática española, se han enterado de lo que antes que ellos sabían, hacía mucho, los obreros españoles.
El Congreso se ha celebrado en la época en que en el mundo capitalista se pisotean hasta las más raquíticas libertades democráticas, conquistadas por siglo y medio de revoluciones burguesas y lucha parlamentaria.
En una época en que se han abolido hasta los derechos que sobre el papel se asignaba a los ciudadanos del estamento proletario y campesino.
En la época en que en varios países se ha convertido plenamente en realidad la teoría de Benjamín Constant sobre la diferencia entre los habitantes y los miembros de un Estado: sólo se consideran miembros con plenos derechos del Estado las personas que poseen determinado grado de instrucción y ocio para su cultivo intelectual, así como la propiedad, el capital que les permite gozar de dicho ocio.
En la época en que los estados capitalistas han retrocedido del régimen democrático al régimen de los patricios romanos, de caballeros, de clientes y esclavos.
La democracia burguesa ha sido puesta boca arriba por el fascismo en varios países. Tenía que acabar suicidándose, como en Alemania, o empezar una auténtica lucha armada buscando sus aliados en los proletarios y campesinos, como hoy en España.
Pero la clase obrera, en semejante alianza, no es el pariente pobre y sin cobijo. Tiene fuerzas y valentía, tiene unidad, tiene su ideal de régimen democrático, y este ideal se ha hecho ya una realidad, se presenta hoy como un hecho en Moscú, en el gran palacio del Kremlin, en el perfil de la nueva constitución soviética.
En un brillante círculo, al pie del faro soviético, todo es luz y calor, pero ¡cuánto más fuerte y cegadora es la luz, cuánta mayor es la alegría que despiden sus rayos, cuando se mira desde lejos, desde la profundidad de la oscura noche!
Es difícil imaginarse una noche más oscura que la de hoy, aquí. En la calle, hasta las patrullas de guardia cubren con la mano sus pequeñas linternas, fuman escondiendo el pitillo en la bocamanga. Están cerrados los postigos de las ventanas, están bien bajadas las cortinas. Al otro lado del tabique de mi habitación, gimen los heridos. Los cañones destruyen Madrid. Son cañones de Krupp, el viejo armero del kaiser Wilhelm y —ahora– de su heredero Adolf Hitler. Los aviones de bombardeo zumban sobre nuestros tejados, son aparatos de bombardeo Junkers, pájaros rapaces del imperialismo alemán. Los tanques se esfuerzan por atravesar los puentes y llegar al corazón de Madrid, son los tanques del negro soberano de Italia, Mussolini. Todas las fuerzas de la reacción mundial se han abocado sobre esta ciudad y la ahogan con un anillo de hierro y de fuego, ¿por qué lo han hecho? Únicamente porque Madrid, lo mismo que todo el país, desea vivir libremente, sin violencias contra la personalidad humana y sus derechos, sin arrastrarse ante quienes oprimen a sus propios países y a países ajenos.
Ante esta apasionada noche de bacanales, ante el feroz torbellino de las oscuras fuerzas, Europa ha agachado la cabeza, asustada. Los gobiernos, los líderes de los estados y de los partidos, aquellos a quienes mañana les espera el mismo huracán fascista, no luchan, no discuten, no se oponen, se tapan medrosamente las cabezas con la ingenua esperanza de poderse librar del fascismo haciendo concesiones, comprándose la libertad, ofreciendo regalos. Únicamente los proletarios del mundo han acudido a la oscura y fría noche madrileña, velan y tiritan de frío en las barricadas, aprietan incansables los mojados fusiles e incansables fijan sus miradas en las impenetrables tinieblas. Ellos ven claro lo que no pueden o no quieren ver los famosos políticos y ministros de su país. Defendiendo Madrid, defienden París, Londres, Copenhague, Ginebra, porque si se vence hoy a la democracia española, al pueblo español, los bandidos fascistas intentarán mañana agarrar por la garganta a los pueblos francés, inglés, checoslovaco y a otros pueblos de Europa y del mundo, como ayer torturaron a los pueblos abisinio y de la China.
Desde la lejanía, a través de la bruma, nos alumbra aquí el gran faro, Moscú, con su collar de luces diamantinas, y el alto Kremlin, bajo las estrellas de rubíes de sus torres, y la blanca sala del palacio y la gente que en ella se encuentra. Sólo allí, en ese palacio, en esa ciudad, en ese país, no se han asustado del vendaval fascista. Sólo allí se preparan, con sangre fría y confianza en sí mismos, para enfrentarse con él, las armas en la mano. Y allí, hoy, será desplegada la Carta de las libertades y de los derechos de los trabajadores.
Este documento es el único de cuantos existen hoy en la tierra que puede infundir ánimos y tran quilizar a las personas fatigadas y que se desesperan en su lucha contra el imperialismo. Y no sólo porque este documento muestra con una claridad meridiana los resultados a que lleva la lucha consecuente por la libertad, por la felicidad del hombre, contra la opresión y la explotación. Sino, además, porque no se limita a ser una bandera y un programa de lo que se ha de lograr: es, al mismo tiempo, una firme lista de todo lo que ya se ha hecho, de lo que ya existe. Se ha hecho todo, existe todo lo que figura en la nueva constitución soviética. Antes de declarar que se conceden los derechos del ciudadano soviético, el pueblo los ha conquistado y los ha consolidado. Antes de proclamar la democracia soviética en todo su alcance, el pueblo la ha creado, la ha cultivado y la ha educado con la conciencia de su derecho y de su fuerza, la ha armado contra los ataques del enemigo.
«Así, pues, es posible vencer —se dice el obrero, el campesino, el intelectual, sorprendido cara a cara con el monstruo del fascismo. Así, pues, todo esto existe. Así, pues, esto no es sólo un sueño.»
Sí, es posible vencer. Sí, todo esto existe, y existe sin permiso de Hitler y Mussolini, sin haber preguntado cuál era su opinión. Todo cuanto se describe en la nueva constitución soviética vive y respira. Vive y florece una fuerza invencible: la democracia soviética. Está a la vista de todos —es posible acudir, mirar, oír, estudiar, tocar con las manos—. Esta democracia no sólo piensa en sí misma. Los bashkirios en su Congreso no sólo han hablado de sus problemas, han hablado, además, de las cuestiones españolas. Han mandado un saludo a Madrid —y no sólo un saludo—. Las madres y los niños madrileños se nutren con pan, con carne y con leche mandados por el pueblo de Bashkiria y por todos los pueblos de la Unión Soviética. Cuando los mineros asturianos, vencidos hace dos años por la reaccionaria casta militar, se vieron obligados a abandonar su patria, encontraron una nueva patria, pan y trabajo al amparo de la democracia soviética. Dicen que esto no es del agrado de los hitlerianos y de los generales de Franco. Es posible...
El obrero español, alemán y chino tienen una sola alegría, pero es una gran alegría. Existe el País Soviético, existe la democracia soviética, y a ella nada le asusta, con ella nada es espantoso, a esa democracia nada es capaz de destruirla... Así, pues, se puede combatir y vale la pena combatir, en cierto lugar la victoria existe y existen también sus frutos. Una sola luz atraviesa con sus rayos la noche madrileña, cerrada, peligrosa y mortal. Pero esta luz no se debilita, nadie ni nada podrá apagarla nunca.
26 de noviembre
Hoy ha sido un día de calma total. Por lo visto, el día de ayer dejó muy rendidos a los fascistas. Tienen muchas pérdidas.
También la aviación nos deja hoy completamente tranquilos. Ello se debe, sin duda, a que ayer los aviadores republicanos atacaron el aeródromo de Talavera y lo destrozaron.
Las agencias telegráficas fascistas y las que con ellas simpatizan, difunden desgarradoras noticias acerca de una pretendida toma de la embajada alemana, efectuada, dicen, por anarquistas de la milicia popular.
En realidad se ha producido algo completamente distinto.
Después de que el gobierno alemán reconoció de manera oficial la junta facciosa de Burgos, los republicanos dieron a la embajada alemana de Madrid un determinado plazo para su marcha y evacuación.
Cuando dicho plazo hubo vencido, representantes del ministerio se lo recordaron a la embajada. En pleno día, los funcionarios de la embajada partieron de Madrid formando una caravana entera de automóviles y camiones. Al salir de la ciudad no fueron registrados, no los hicieron objeto de ninguna inspección, solamente les examinaron los documentos.
Cuando el personal de la embajada se hubo marchado, se presentaron en el edificio funcionarios del Ministerio de la Gobernación y policía para sellar las puertas de entrada. Se quedaron asombrados al ver que la embajada aún se hallaba habitada y en no poca medida.
A las llamadas de la policía, salió de la casa una muchedumbre de personas con las manos en alto en señal de rendición. Resultó que había allí treinta fascistas de mucha nota y muy conocidos, a los que o bien se buscaba o se creía que habían huido hacía tiempo al campo de los facciosos. Hoy se publican sus nombres.
Antes de evacuar, la embajada, en sus automóviles, bajo bandera diplomática, se apresuró a meter en todas partes, por las otras misiones diplomáticas, a algunos de sus inquilinos de más relieve, entre ellos el teniente coronel Avia, el marqués de Urquijo, la condesa de Los Moriles y otras personalidades de alto copete. Los demás aquí quedaron atascados.
Al entrar, siguiendo a los fascistas, en el edificio de la embajada, los madrileños han visto una auténtica fortaleza. Puertas, pasillos, escaleras, todo está defendido con sacos terreros, con obra de cemento, con troneras y parapetos para fusiles y ametralladoras.
La embajada se ha llevado consigo la mayor parte de las armas, pero algo ha quedado: veintiún revólveres, tres ametralladoras portátiles y siete culatas de otras ametralladoras de la misma clase, pistolas automáticas, siete fusiles, doce escopetas de caza, un fusil antiaéreo, un mortero, tres cajas de granadas de mano, caretas antigás, cuatro puñales, una bandera monárquica española y un montón de emblemas fascistas españoles de todas clases. Miguel Martínez, que recorrió las estancias del edificio junto con la policía, pedirá para sus comisarios las pistolas y las ametralladoras portátiles.
En el patio de la embajada habían quedado siete automóviles y un camión. La policía, por toda una serie de indicios, ha reconocido en esos automóviles los «autos fantasma» que por las noches tiroteaban a los viandantes y a las patrullas de la milicia sembrando el pánico por la ciudad.
¡La embajada alemana era el refugio de los bandidos nocturnos motorizados!
Los detenidos han declarado que los funcionarios de la embajada Meyer y Alies, oficiales de reserva, habían formado con ellos una auténtica unidad de combate. Cada uno tenía su propia arma, a cada uno se le habían asignado funciones militares y un determinado puesto. ¡Oficiales alemanes se dedicaban aquí a instruir y a provocar alarmas!
Para constituir en todos sentidos una copia del «tercer imperio», la embajada alemana había organizado aquí, además, un pequeño campo de concentración. Muy pequeño, para una persona. Metieron en él a un judío. Jakob Voos suministraba carne para la mesa de la embajada. Un día dijo en la cocina que simpatizaba con la República española. Al día siguiente le detuvieron en la embajada, le encerraron en la trastera y le tuvieron allí cuarenta y tres días, hasta la misma evacuación, vigilado por dos fascistas españoles, sin interrogarle, pero sometiéndole a burlas y golpes. ¡Por qué no había de ser en Dachau! Ahora Voos está en libertad, loco de alegría. Miguel se ha quedado largo rato contemplándolo con sentimientos encontrados, viendo a ese hombre sencillo, de rala barbita pelirroja y gris, escuálido, a ese pobre viejo del Dvina-Moguilov-Madrid, con quien no puede vivir en armonía, en un mismo planeta, el Reichkanzlery Führer Adolf Hitler.
27 de noviembre
La conversación que sostuve con Rafael Alberti y María Teresa León el 7 de noviembre se ha repetido sobre una base más amplia. En la casa del Quinto Regimiento se han reunido los hombres de ciencia más destacados de la capital española. Ahí se encontraban el doctor Río Ortega, el profesor de la Universidad de Madrid Enrique Moles, el escritor Antonio Machado, el doctor Sánchez Coviza, don Antonio Madinaveitia, el doctor Sacristán, Arturo Duperier y muchos otros. Las blancas cabezas estaban rodeadas de los jóvenes rostros de comunistas, milicianos y jefes de la milicia popular. La reunión ha sido organizada por el Comité Central del Partido Comunista. El Partido procura convencer a la intelectualidad madrileña en la figura de sus representantes más destacados —sabios famosos, escritores, artistas– de que abandonen temporalmente Madrid para poder proseguir su labor en la retaguardia, en una situación más tranquila.
La proposición ha conmovido muy hondamente a los invitados. Ha comenzado un debate acerca de lo que es más justo e importante: permanecer ahora en Madrid o evacuar mientras no cesen los horrores del bombardeo y de los incendios.
Han discutido largo rato. Antonio Machado ha dicho:
—Yo no quería irme. Soy viejo y estoy enfermo. Pero quiero luchar a vuestro lado, quiero acabar mi vida con honor, deseo morir con dignidad, prosiguiendo mi trabajo. Esto es, precisamente, lo que me convence de que he de estar de acuerdo con vosotros. Saldré de Madrid, lucharé a vuestro lado por la obra común que estáis llevando a cabo.
El Quinto Regimiento se ha encargado de todos los trabajos de evacuación de los sabios, facilitará automóviles para sus familias, camiones para bibliotecas y laboratorios.
La conversación terminó muy tarde, todos estaban emocionados; los académicos, con lágrimas en los ojos, abrazaban a los obreros y daban las gracias a la clase obrera por su defensa de la cultura española.
Desde allí, fuimos con Rafael Alberti y María Teresa León a su casa, a la Alianza. El guarda se negó a abrir durante mucho rato.
—¡¿Quién es?! —gritaba.
En respuesta nos pusimos a cantarlos alegres muchachos. [16]
—¡No abriré! —juraba el guarda tras la puerta. El camarada Alberti me ha dicho que no dejará entrar a ningún extraño, y mucho menos a los fascistas.
—¡Mientes, nos dejarás entrar! ¡Quien va por el mundo cantando, nunca ni en ninguna parte se pierde!
Por fin nos reconoció y nos abrió. En el frío comedor, María Teresa sacó la vajilla de plata y el cristal del marqués del Duero. Puso en los platos de los marqueses garbanzos, aliñados con aceite de oliva rancio, frío. Añadimos pan y naranjas, que habíamos conseguido en el Quinto Regimiento. Resultó estupendo.
Ahora en la Alianza reina otra atmósfera. A los viejos, enfermos y llorones los han mandado a Valencia y a Barcelona. Han quedado los jóvenes; de día van a los sectores de combate, hablan a los combatientes; al anochecer se reúnen aquí, a leer versos y a soñar juntos.
El guarda se unió a nuestra frugal pero aristocrática cena, bajo los retratos de los grandes de la más alta alcurnia. Dijo que unos parientes de los marqueses preguntan en secreto si está entera la vajilla de plata, si no se la han llevado los escritores, si no se la llevarán antes de la vuelta del marqués.
—Tardará en volver —dijo displicentemente Rafael, echando vinagre y sal a cada garbanzo por separado. ¡Tardará!
Y yo también pensé: ¡El marqués tardará, maldita sea su estampa!
28 de noviembre
El frente dibuja un entrante muy profundo hacia el suroeste, casi hasta la misma Talavera. Ésos son los lugares donde en septiembre se perdió y por poco cae prisionero de los blancos, Miguel Martínez. Hacia allí se han dirigido las columnas de Burillo y de Uríbarri, con artillería y coches blindados. La intención era cruzar por sorpresa el Tajo, cortar las comunicaciones del enemigo y, a ser posible, apoderarse de Talavera.
Las columnas se han puesto en marcha bien, pero el mando no ha tenido paciencia para esperar a que llegara la noche y efectuar entonces su avance. De día, casi al final de su recorrido han sido descubiertas por la aviación de reconocimiento fascista y luego bombardeadas durante siete u ocho horas seguidas. Esto ha perjudicado mucho al grupo, pero no ha detenido la maniobra. Los republicanos se han acercado a la mismísima orilla del río, han batido con fuego de artillería el aeródromo, el cementerio y la propia ciudad de Talavera. El pánico de los facciosos ha sido extraordinario; a toda prisa han retirado tropas de las líneas de Madrid, unos ocho batallones, y los han lanzado a la defensa de Talavera. ¡De haber tenido los republicanos un poco más de decisión y de experiencia, habrían podido adueñarse de la ciudad, sin ninguna duda! Pero incluso tal como ha sido hecha, la maniobra ha resultado de gran utilidad: ha alejado de Madrid a una parte de las fuerzas enemigas, ha debilitado la presión sobre la capital.
¡Qué doloroso, de todos modos, que sean los propios madrileños quienes deban emprender maniobras de diversión! Leemos algunos partes de guerra y se nos cierran los puños de ira. El mando de uno de los frentes no siente escrúpulos para escribir en su parte que «ayer se procedió a la revista de nuestras tropas y a la limpieza de las armas». ¡Esto, ahora, en los días de grandiosa tensión a las puertas de la capital! Los mismos jefes que escriben semejantes partes, obstruyen sin cesar el telégrafo de Madrid con saludos y declaraciones de que «ven entusiasmados la desigual y heroica defensa d^ Madrid».
Hoy se cumplen los veinte días de esta defensa. Veinte días desde el momento en que el fascismo armado llegó al corazón mismo de España y comenzó el asalto a la capital. Veinte días de resistencia del Madrid republicano, popular. ¡Veinte días! Difícilmente creía nadie que Madrid iba a defenderse de este modo. Lo digo con toda honradez: tampoco yo lo creía mucho.
Veinte días y noches de combates furiosos, de fuego de artillería, de bombardeos aéreos, de encuentros en las barricadas, de ataques y contraataques de tanques, de incendios, de lucha a la bayoneta y cuerpo a cuerpo.
Millares de hombres han caído en las puertas de Madrid como mueren los valientes. Han muerto magníficos jefes y comisarios, experimentados dirigentes de las masas y héroes de filas. Han muerto Durruti, Heredia, Willi Wille, el aviador Antonio, el tanquista Simón, el antitanquista Coll y otros, y otros... Pero Madrid ha resistido, se defiende e incluso ya asesta golpes.
En el momento de la rápida ofensiva de las tropas fascistas, cuando aparecieron éstas ante los muros de la capital, al mando faccioso y también, si se quiere, al mando republicano, la toma de Madrid les parecía inevitable. La tendencia era a considerarla más bien como un hecho político que militar: icómo podía librarse la batalla aquí, ante una indefensa ciudad, sin fortificaciones! Ambas partes consideraban que el duelo decisivo de los dos ejércitos se produciría ya más allá de la capital. Los aficionados a los paralelos históricos recordaban Borodino. Los pseudo Kutúzov españoles se olvidaban de que el capitán ruso poseía aquello por lo que valía la pena sacrificar temporalmente la capital. Al abandonar Moscú, Kutúzov conservaba para la maniobra un ejército numeroso, bien organizado, unido por el impulso patriótico. En cambio aquí, con la pérdida de Madrid, se perdía todo cuanto poseía el ejército republicano de más o menos combativo y moralmente firme; quedaban retazos heterogéneos de unidades más cinco o seis brigadas nuevas, formadas a toda prisa, sin foguear.
Pero el pueblo, la clase obrera con los comunistas en cabeza, intervino por sí mismo en la lucha; con su decisión y con su voluntad claramente expresada rectificó los errores dictados por el pánico del mando. La defensa de Madrid, en primer lugar, se ha efectuado. Difícilmente se encontrará hoy quien se atreva a negarlo. En segundo lugar, esta defensa se ha convertido en un combate general y, quizá, decisivo de la guerra civil. Y el combate se libra, por ahora, con buenos resultados para los republicanos.
En los veinte días que precedieron al 7 de noviembre, los fascistas recorrieron en el camino de Madrid unos ciento veinte kilómetros, con una media de seis kilómetros al día. En los subsiguientes veinte días, Franco ha avanzado dos kilómetros, es decir, no ha avanzado nada. Madrid ha detenido al ejército fascista. Y no sólo lo ha detenido. Al defender su ciudad, las unidades madrileñas han ido atrayendo gradualmente hacia sí toda la masa fundamental de las fuerzas militares del enemigo. Franco se encuentra aquí casi con todo su ejército. La lógica de la lucha le ha obligado a desplazar también hacia aquí nuevas reservas, una y otra vez, y hasta unidades de nueva formación. Los defensores de Madrid, al encajar los golpes de las fuerzas sitiadoras, asestan además grandes golpes al enemigo.
En ninguna parte ha sufrido Franco pérdidas tan grandes y tan sensibles como ante Madrid. La Casa de Campo es un verdadero molino, millares y millares de fascistas han sido aquí triturados por el fuego de las tropas republicanas. Los facciosos se ven obligados a cambiar incesantemente las tropas mandadas al parque, ninguna resiste aquí más de tres días.
Después de haber atraído hacia sí las fuerzas básicas del enemigo, manteniéndolas en constante tensión, Madrid las encadena, las priva de su anterior movilidad, las arranca de otros sectores y frentes, con lo cual ayuda a los demás frentes y sectores republicanos. Por esto resulta tan doloroso que en algún lugar estén descansando, se ocupen de revistas de tropas, en vez de pelear, ¡en vez de ayudar a Madrid y ayudarse a sí mismos!
Aquí, en el fuego, en la lucha, se regeneran las propias tropas republicanas. Ahora ya se puede decir con fundamento de causa que éstas son unidades valientes, firmes, fogueadas. Visita uno las columnas conocidas y no sale de su asombro al ver de qué modo han cambiado los soldados y los oficiales. Un batallón de anarquistas lucha magníficamente en Villaverde. En cuatro días ha tenido veinte muertos y cincuenta heridos —¡es el mismo batallón que tanto alborotaba y desertaba en Aranjuez, el que procuró apoderarse del tren para huir del frente!—. En los combatientes han aparecido la sangre fría, el aguante bajo el fuego, el espíritu de iniciativa y la pericia. Hasta por la noche —de lo que antes ni siquiera se hablaba– se busca al enemigo, se hacen servicios de descubierta y, como regla general, al regresar, los combatientes traen consigo no sólo impresiones, sino, además, algo de peso: una ametralladora enemiga, fusiles, algún prisionero.
Ante Madrid, los republicanos han aprendido a manejar tipos de armas nuevos para ellos, desde los cazas y tanques hasta los simples morteros y pozos de lobo. Aquí mismo han aprendido a defenderse con los mismos tipos de armas que las del enemigo. En el telegrama del 25 de noviembre, en cinco líneas hablé de los ataques fascistas contra la cárcel Modelo, ¡y aquello fue un gran asalto, con intensa preparación artillera, con diez tanques, ametralladoras y granadas de mano! Lo rechazó con arrojo y pericia, sin recabar refuerzos, una brigada de las Juventudes Socialistas. Antes, un combate así habría constituido un enorme acontecimiento. Ahora se considera como algo muy natural.
La resistencia de Madrid ya ha hecho que a alguien se le suban los humos a la cabeza, y ello no entre los mismos madrileños, que sienten a cada instante el contacto de la espada enemiga contra su pecho, sino entre gentes que observan la lucha desde lejos. Algunos periódicos declaran que Madrid está fuera de peligro. Esto es una estupidez. Aunque la ciudad se defienda dos años, aunque disponga de un ejército de medio millón de hombres, no será posible afirmar, de ningún modo, que no corre el peligro de ser conquistada; esto no se podrá afirmar mientras el enemigo no sea rechazado a cien o ciento cincuenta kilómetros de distancia.
Los comentaristas militares elaboran hipótesis muy hermosas, pero por completo gratuitas. Uno de ellos representa a Franco como un alocado jugador que se lo juega todo en una baza. «La cuña que deja de moverse hacia adelante —escribe el comentarista– siempre se corta fácilmente por un golpe de flanco en cualquier dirección.»
¡No siempre ni con tanta facilidad! El autor del artículo está absolutamente convencido de que «la correlación de fuerzas permite que las mejores unidades de Franco, en los suburbios de Madrid y en sus arrabales occidentales, puedan ser encerradas como en una ratonera». Tiene, empero, una idea muy vaga de dicha correlación de fuerzas. Cree, como muchos otros, que las fuerzas de los fascistas junto a Madrid son numéricamente insignificantes en comparación con las de los republicanos. Esto no es verdad. Las fuerzas de infantería son casi iguales en ambas partes. En artillería y aviación, los fascistas poseen una gran superioridad cuantitativa. Franco no se pone en peligro, ni mucho menos en un «inmenso» peligro. Ni es forzoso, ni mucho menos, para él, caer en una ratonera. Desde luego, los casos de cerco inesperado con aniquilamiento absoluto del ejército atacante, no son raros en la historia de las guerras. Pero, al procurar comprender una situación militar, no hay que tomar a ciegas los ejemplos históricos, sino que se ha de buscar y hallar en cada situación lo nuevo y aleccionador. En el presente caso, Franco y sus consejeros alemanes, que también conocen la historia militar, observan vigilantes, yo diría hasta nerviosos, sus flancos, han reforzado esos flancos y sus comunicaciones con artillería, ametralladoras y barreras de alambre espinoso. Procuran no arriesgarse, no precipitarse, y precisamente es esto, el miedo a quedar cercados, lo que frena a la tropa que ataca a Madrid. Ello es, en parte, lo que ha dilatado la batalla de Madrid. Los republicanos algo preparan para los golpes de flanco, pero es ingenuo creer que Franco va a esperar sumisamente veinte días la ratonera que le asigna un manual de historia militar.