Текст книги "Diario de la Guerra de España"
Автор книги: Михаил Кольцов
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Историческая проза
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7 de marzo
Nueva animación. Los fascistas atacan por el sector de Guadalajara. Pero no sólo se trata de este hecho en sí. Aquí se han descubierto tropas italianas. Hay una división de camisas negras. Se ha hecho prisionero a un sargento y a varios soldados de dicha división. Los prisioneros han declarado, al ser interrogados, que su división desembarcó en Cádiz el 22 de febrero y desde allí fue mandada al frente de Guadalajara.
Ésta es ya la 2. a división de tropas regulares italianas llegada a España.
La ofensiva, al parecer, es muy seria. Las tropas del enemigo se hallan magníficamente motorizadas y mecanizadas. En el frente de Guadalajara, los republicanos casi no tenían unidades en condiciones de combatir. De un empujón, los facciosos han recuperado las aldeas de Algora y Mirabueno, que perdieron en enero. Los fascistas se acercan a Brihuega. Dirigen un golpe complementario en dirección a Cifuentes.
Ha aparecido también en gran cantidad la aviación de los facciosos, pero el mal tiempo le impide actuar.
En Valencia ha cundido el pánico. Los estrategas de allí consideran que esta vez Madrid no podrá resistir. También aquí la confusión es bastante grande. Las unidades se encuentran muy fatigadas después de la batalla del Jarama, van rotas, están extenuadas, hace tiempo que se les ha prometido descanso.
10 de marzo
... Todo ha resultado de una sencillez extrema. Tres soldados italianos prisioneros se hallan ante nosotros vestidos con su habitual uniforme italiano, tal como lo llevaban en su tierra y en Abisinia, con todos los galones y distintivos. A preguntas sencillas dan sencillas respuestas.
Los han mandado a España casi directamente desde Abisinia. Uno recibió un mes de permiso en Italia; otros, dos meses cada uno. Antes de partir, a finales de enero, la división fue reunida en el cuartel de Avelina donde a los batallones del ejército regular se añadieron batallones de reserva de una división fascista. A estos italianos de la reserva, el gobierno los reunió también de manera muy sencilla: estableciendo un reclutamiento proporcional por las regiones y los distritos del país. Los comités locales del partido fascista permitieron a los movilizados librarse de su servicio pagando una determinada cantidad de dinero. En consecuencia, a la nueva guerra colonial se ha mandado un público bastante pobre, como se hace siempre.
Las dos divisiones mandadas a España han conservado sus estados mayores, y su oficialidad es la misma que tenían en Abisinia. Lo único que se ha hecho ha sido darles nuevos nombres: a la división «Veintiuno de abril», la han denominado división «Intrépida»; a la otra, la han rebautizado con el nombre de «Alas negras». Los batallones han sido designados por números: 751, 530, 636, 638, 730, etc. Artillería, tanquetas y demás también han conservado su anterior personal, de Abisinia. Las divisiones han traído a España sus propias banderas, italianas. Obvia decir que al frente de las tropas italianas ha llegado a España un general italiano. Se llama Soppi, hombre muy astuto, ex inspector general de infantería.
Se me ha olvidado preguntar si el barco Lombardiaen que las divisiones italianas han navegado hasta Cádiz, es el mismo que las llevó a Abisinia.
Hicieron la travesía, según cuentan los soldados, sin la menor reserva. Por el camino se cruzaron con otros barcos. Ir a una nueva guerra no era muy dulce... Aunque los prisioneros a menudo se sienten muy inclinados a lamentarse, en este caso es posible creerles, es posible comprender cómo les debía de sentar al barbero de pueblo Pascuale Speranza y al albañil Marrone jugarse de nuevo el pellejo en Castilla después de haberlo salvado en África Oriental. Mario Stopini quería echarse de cabeza al mar. También a él le creemos.
Pregunto a un soldado italiano prisionero qué diferencia ve entre la guerra de Abisinia y la guerra de España, y el soldado me contesta con mucha seriedad y sencillez:
—El clima, aquí, es incomparablemente mejor. En cambio, la comida es algo peor. Nuestros oficiales roban aquí más dinero en los suministros que en África.
—¿Y aparte del clima, hay alguna diferencia entre la expedición militar de Mussolini a Abisinia y la que ha emprendido en España?
Los soldados se estrujan el cerebro largo rato. No, no pueden encontrar diferencia.
En efecto, ¿puede orientarse un hombre sencillo en este mundo de bandidos? Al hombre sencillo lo mandan a pillar y a matar a un país, luego lo mandan a otro país. Le obligan a obtener colonias para sus amos fascistas. Al que se niega a obedecer, le matan, qué más da que sea en el frente o en la retaguardia.
Por todo el mundo —en África, en China, en la península ibérica– merodean bandas de salteadores fascistas y de personas por ellos movilizadas. Y las que se denominan grandes potencias democráticas de Occidente, no se atreven a detener a los bandidos.
Las divisiones de Mussolini fueron a Addis-Abeba y nadie intervino, nadie lo impidió. ¿Qué tiene de sorprendente que las unidades dislocadas en las inmediaciones de Addis-Abeba sean trasladadas a las inmediaciones de Madrid? Nadie detuvo la guerra italoabisinia, nadie se opone a la guerra italoespañola, germanoespañola...
12 de marzo
No, no se trata ni mucho menos de una división ni de dos divisiones, como parecía ayer. Se trata de un cuerpo de ejército.
iUn cuerpo de ejército expedicionario italiano completo y dos brigadas mixtas hispanogermanas, concentrados en el frente de Guadalajara, se lanzan en alud, con golpe cuidadosamente preparado, contra Madrid!
Italianos y alemanes han comenzado con un tropezón. Las unidades republicanas, al volver en sí después de recibir el inesperado golpe, han pasado al contraataque, han puesto fuera de combate más de veinticinco tanquetas italianas, han destrozado varios camiones de infantería y han capturado treinta y siete prisioneros, entre ellos un mayor, un capitán y dos tenientes. De ellos y aún de tres italianos evadidos, se han obtenido datos exactos acerca de la composición del cuerpo de ejército y de sus cuatro divisiones.
El cuerpo de ejército está dotado de todo cuanto se necesita para una batalla moderna de ofensiva en un frente corto: un regimiento de artillería, más de cien tanques, divisiones especiales antitanques y antiaéreas, unidades de enlace, unidades de zapadores y, finalmente, unidades para la guerra química. ¡Sí, por si acaso, los intervencionistas han trasladado cerca de Madrid tropas para la guerra química! Al mando del cuerpo de ejército se encuentra el general Manzini. Manda la 4. a división el general Bergonzoli, que dirigió la operación motorizada para la toma de Addis-Abeba. Ayer, Addis-Abeba; hoy, el general quiere tomar Madrid.
A la vista de todo el mundo, las tropas fascistas han penetrado en España y se acercan a su capital. Nadie se lo impide. Se calla la Sociedad de las Naciones. Se mantienen flemáticos y hasta orgullosos los funcionarios del comité de Londres.
Hace ya medio año que el pueblo español, inocente e inexperimentado, lucha, desangrándose, contra los pérfidos maestros de la guerra. Desde hace cuatro meses se defiende contra los invasores el Madrid republicano. ¡Y no bien las hordas fascistas acaban de ser rechazadas a costa de inmensos esfuerzos en los durísimos combates del Jarama, surge como de bajo tierra un nuevo cuerpo expedicionario, trasladado directamente del extranjero! ¿De dónde sacar nuevas fuerzas para la defensa, para la lucha contra la hidra a la que, en una noche, vuelven a crecerle las cabezas seccionadas?
13 de marzo
Llueve a cántaros todo el día. Las nubes bajas cubren los valles y desfiladeros, no hay modo de ver el cielo. La tierra está empapada y fangosa, los hombres están calados hasta los huesos. Todos se envuelven en sus mantas, pero las propias mantas son como esponjas empapadas de agua.
Tres días con barro hasta la rodilla, casi sin comida en caliente, sin un cobijo seco por la noche. Pero nunca, en muchos meses, había visto a las unidades republicanas con tanto entusiasmo.
¡Qué cosas ocurren, qué cosas ocurren! Me da miedo decirlo, me da miedo pronunciar la palabra, ¡pero esto es una victoria!
¡Palabra de honor, una victoria!
Pasado Torija, avanza, en sentido contrario al nuestro, por la carretera, una procesión bastante insólita. Los tanques republicanos que se dirigen a sus bases a reposar, llevan cuidadosamente a remolque cañones nuevecitos de diferentes calibres y sistemas. Hay Vickers pesados, cañones antitanques de tipo medio y cañones ligeros para la infantería. En todos estos bienes, se ven frescas inscripciones italianas.
Más allá arrastran en hilera a ocho tanques ligeros. Montan en ellos, en indolentes poses, como si en toda la vida no hubieran hecho otra cosa que capturar tanques italianos, muchachos madrileños.
Tres kilómetros más adelante, a la izquierda de la carretera, Trijueque. Ha sido tomado por los republicanos hace sólo una hora. En la aldea aún se oye tiroteo —los soldados hacen salir de los sótanos a los fascistas escondidos—. Ora ahí, ora aquí, estalla un desesperado gemido y sale al exterior, en alto las manos, una persona mortalmente pálida vestida con un uniforme nuevecito, con las insignias de la dinastía real de Saboya en la bocamanga.
—¡Fratelli!
Los españoles ya saben desde los últimos tres días que fratelli,en italiano, significa «hermanos». Al invadir Mallorca, al ametrallar desde los aviones a los fugitivos y a sus hijos, los enviados de Mussolini no pronunciaban esta palabra. En sus labios, la palabra ha aparecido en el momento del peligro, ante la faz de un serio enemigo. Ahora sí creemos que los nobles romanos, al caer prisioneros de los abisinios, también gritaban en alta voz: «¡Hermanos!»
Pasado Trijueque, en la lluviosa penumbra, se está consumiendo el combate del día. La artillería republicana ha trasladado el fuego al cruce de caminos por el que retroceden los italianos. Los tanques, por cuarta vez en el día de hoy, apoyan a la infantería, que persigue a los fascistas. Una batería italiana responde flojamente con un solo cañón. Por lo visto, cubre la retirada de los demás.
Aquí, en la carretera, sucede algo increíble. Postes de telégrafo rotos, maraña de cables, embudos de los obuses, centenares de cadáveres italianos semiabsorbidos por el agua y el barro.
En la pequeña plaza de Trijueque, se reúne toda una muchedumbre de hombres que gesticulan. En este momento, parando una motocicleta cubierta por completo de barro, un enlace comunica al jefe que sobre el bosque situado en el dispositivo de la brigada republicana han sido derribados tres cazas Fiat. El jefe republicano grita:
—¡Abajo el fascismo!
Tras él, un coro entero de soldados con uniformes italianos, gritan ante el micrófono:
—¡Abasso ilfacismo!
Es poco probable que Mussolini esperara semejante efecto de su expedición militar a España.
Es de noche. La oscuridad se ha hecho aún más negra. Llueve. Los fascistas baten la carretera con fuego de artillería y de ametralladora. Cubren la retirada. ¡Ah, si hubiera aún otro batalloncito, sólo uno, el último, cuántos soldados podrían capturarse prisioneros ahora, persiguiéndolos!
El general De Pablo lo comprende, corre de un lado a otro, ruge, busca lo que aún pueda ser lanzado adelante. Pero no hay más tropas, se ha utilizado todo, hasta la última gota. Los combatientes están al límite de sus fuerzas; calados, fatigados, a esta hora ya no reaccionan ni a la retirada del enemigo ni a la vista del botín ni a nada.
Junto con el serbio Kiril, avanzamos a pie, al lado de los tanques, casi hasta el siguiente cruce de caminos. De día esto significaría sencillamente ir al dispositivo del enemigo; ahora, en esta infame oscuridad lluviosa, difícilmente nos verá nadie. El fuego se intensifica. Habría que echarse al suelo, sí, pero no apetece echarse una vez más en el agua y en el barro.
Por la carretera de Brihuega, en abatida caravana, se mueven vehículos italianos. ¡Qué lástima, ante nuestras propias narices! Vemos la cegadora luz de los faros, nos llegan sordamente las voces de los hombres. ¡Qué pena, con las manos vacías no hay modo de capturarlos! Los tanques sueltan una ráfaga; pánico en la carretera, los faros se apagan, gritos, gemidos, los vehículos retroceden.
De Pablo, cual alta sombra, surge a nuestro lado.
—¿Dónde os habéis metido? ¡Aquí está prohibido el paso a los peatones sin blindaje!
Está furioso. No ha podido rebañar nada, ni siquiera para un breve ataque complementario. Están exhaustos, sentados y tumbados en Trijueque, rendidos de fatiga. Se deja sentir el débil aguante de las unidades poco experimentadas, incluso en el ataque, a perseguir al enemigo. De Pablo rezonga diciendo que en los ejércitos bien preparados, a los soldados los entrenan con ejercicios físicos. Él mismo apenas se tiene en pie de fatiga. Es inútil dar cabezazos contra la pared, no hay más remedio que meterse en las máquinas y dormitar en ellas hasta que amanezca.
14 de marzo
Durante estos días, las tropas italogermanas han emprendido en la carretera de Aragón cuatro grandes ataques. Las unidades de Líster y de Lukács los han rechazado por completo. Hace una hora, después de rechazar por cuarta vez al enemigo, los republicanos los han perseguido y han avanzado casi dos kilómetros.
La aviación republicana, a despecho del tiempo pésimo, ha efectuado dos vuelos de asalto y ha castigado duramente a las unidades de infantería enemigas. Se han destruido muchos camiones de infantería y coches.
Se acaba de traer al puesto de mando de la brigada, la oficina de campaña del regimiento italiano: documentos, libros, listas y órdenes.
El éxito obtenido en los días de ayer y de hoy ha elevado en alto grado el ánimo y la capacidad combativa de los soldados y de los jefes republicanos.
15 de marzo
¡Qué no han arrojado los intervencionistas y los facciosos al retirarse desordenadamente de Trijueque! La carretera está obstruida por tractores Fiat para el arrastre de cañones, por enormes camiones Lancia, por coches Isoto Frasquini, está cubierta de macutos, cargadores y cartuchos.
En los camiones hay cantidades extraordinarias de toda clase de bastimentos, es sencillamente asombroso ver de qué modo se han pertrechado los guerreros italianos en su expedición contra Madrid. Por la noche, todo esto se evacúa a la retaguardia, en algunos camiones y tractores ha habido gasolina suficiente para llegar hasta la propia Guadalajara, los conductores de las máquinas, llenos de pavor, han dejado hasta las llaves de los motores. Un enardecido muchacho invita a los que pasan a que cada uno se lleve media docena de granadas de mano y una buena cantidad de bizcochos. Los soldados se llenan los macutos con granadas y bizcochos.
—¡Caramba! ¡Por fin Mussolini ha tenido la idea de invitarnos!
Pasan de cuarenta mil las granadas que los italianos han abandonado. Son unas granadas muy ligeras. ¿Por qué? Porque no están llenas de duras sustancias explosivas, sino de gases asfixiantes. Cada granada está cuidadosa y lindamente envuelta en papel de cera como si fuera un huevo de chocolate, con una inscripción en italiano y una detallada explicación ilustrada acerca de su uso. Los antifascistas italianos del batallón Garibaldi traducirán a sus compañeros dichas instrucciones.
Para los italianos antifascistas éste es un día de gran fiesta. Están radiantes. Sea o no casualidad, esos obreros revolucionarios que se salvaron de la negra dictadura apenina huyendo al extranjero, han tenido ocasión de participar en el primer encuentro con el cuerpo de ejército de los invasores y le han asestado la primera derrota, que es de esperar no sea la última. Es necesario estimar en todo su valor su aguante y su elevada comprensión: a su enemigo prisionero, le dispensan un trato humano y magnánimo. Los soldados del ejército italiano, sobre todo los jóvenes, campesinos y obreros, recobrados de su miedo inicial, de muy buena gana y con mucho detalle dan cuenta circunstanciada del reglamento y de la organización de sus unidades. Toman ávidamente la prensa italiana antifascista y por ella se enteran de cuál es la verdadera situación de su país. Es más, ellos mismos se ofrecen para hablar por radio a sus amigos y camaradas que han quedado en las divisiones fascistas. A nuestra vista, Andrea Pipitoni se acerca al micrófono del altavoz de campaña y dice, con firme voz:
—¡Escuchad, soldados del cuerpo expedicionario! Os habla vuestro camarada Andrea Pipitoni. He caído prisionero de aquellos a quienes entre nosotros llaman rojos, y me siento muy feliz de encontrarme entre ellos. Son gente noble, honrada y valiente. Aquí hay también italianos que han venido voluntariamente, y no como nosotros, a la fuerza y con engaños, para luchar contra los fascistas y los invasores extranjeros. ¡Camaradas! A los prisioneros, aquí, no los fusilan, sino que los acogen muy amistosamente, a los heridos les prestan ayuda. ¡Amigos, arrojad las armas, unios a nosotros! ¡Comunicad a mis padres que estoy vivo, sano y salvo, y que considero que es mi deber, el deber de un obrero honrado decir lo que digo!
Mientras él habla, junto al micrófono se forma una verdadera cola de soldados que desean hablar. Los soldados de Mussolini, después de sufrir un miedo cerval, convencidos de que su vida está a salvo, se sienten entusiasmados y lo expresan con mucho alborozo. Es sobre todo grande su alegría cuando los combatientes los invitan con cigarrillos cogidos en su propio convoy...
Los duros golpes asestados al cuerpo expedicionario italiano en los primeros días de su aparición ante Guadalajara son fruto de la estrecha colaboración entre todas las clases de armas de los republicanos. La invasión en masa de tropas extranjeras en España ha obligado al mando del sector de Guadalajara a hacer un esfuerzo y a demostrar la precisión y la coordinación con que pueden actuar las unidades cuando sienten la responsabilidad y la gravedad del momento. Es difícil decir quién ha actuado mejor estos días, los tanquistas, que han batido sin cesar los recursos de fuego de los italianos, los vuelos de asalto de la aviación contra el enemigo bajo la lluvia a raudales, los batallones de choque de la infantería, que se han lanzado abnegadamente al ataque con jefes y comisarios en cabeza. Es interesante: ¡las pérdidas de los republicanos, en Guadalajara, han sido mínimas!
Desde luego, sería una ligereza sacar conclusiones de largo alcance partiendo de la experiencia que proporcionan tres días de lucha en Guadalajara. El mando italiano y el propio gobierno de Roma tomarán todas las medidas necesarias para poner orden en sus tropas desconcertadas y tan mal paradas. Los invasores poseen muchos recursos de fuego, gran número de baterías y medios para la guerra química.
Madrid sigue estando amenazado, como antes. De todos modos, las tropas de Mussolini, que tanto se jactan de sus victorias en África Oriental, han recibido un fuerte bofetón.
16 de marzo
Durante todo el día de ayer y desde la mañana del día de hoy, la situación en las montañas es algo más tranquila. Después del fracaso y de las pérdidas de estos últimos días, los italianos han creído conveniente atrincherarse, poner orden en sus filas y esperar refuerzos.
Los nuevos prisioneros —han sido capturados cincuenta y nueve hombres– declaran que el mando italiano ha recabado para su sector tropas moras de choque. Los oficiales, ayer, reanimaban a los soldados: «Pronto vendrán los moros, los colocaremos delante, iremos detrás de ellos y entonces veremos quién gana.»
Avanzar a la retaguardia de los batallones africanos, ¡qué honor para los orgullosos fascistas romanos y para los guerreros de pura raza aria a las órdenes de Hitler!
Los tanques de los italianos, por ahora, han dejado de asomarse. Trabaja con mucha intensidad su poderosa artillería —hasta un centenar de cañones de diferentes calibres– y, como el tiempo ha mejorado, su aviación. Desde el mismísimo amanecer y durante todo el día ni por un instante se calma a lo largo de todo el frente el zumbido de los motores ni cesan las explosiones. Junkers, Heinkels y Fíats vuelan en grupos de tres, de ocho, de nueve, por todo el horizonte, bombardean sin cesar las aldeas, los campanarios y las casas aisladas, los campos de olivos, donde es costumbre buscar las unidades militares, los automóviles por las carreteras. La aviación republicana no se ocupa especialmente de los aviones enemigos, ella misma se dirige a volar sobre la retaguardia de los italianos. Hace un momento que ha pasado por encima de nuestras cabezas una escuadra entera setenta aviones republicanos y ya nos llega el ruido de las explosiones desde el otro lado de las líneas fascistas.
Los combatientes no se quejan en lo más mínimo del tiempo. Están contentos de poderse tumbar, por fin, al sol, aunque sea con los Junkers encima, secarse la ropa y el calzado.
17 de marzo
Los Estados Mayores aún están ocupados con el botín de guerra capturado al enemigo, distribuyen por las brigadas los cañones y las ametralladoras, estudian los documentos, las listas de personal y las órdenes de los generales italianos. He aquí una cartilla militar del ejército italiano, tomada al acaso:
«Ejército italiano, cartilla militar de Bottini Francesco, año de nacimiento 1915. Número de matrícula 1424 (63).»
En una de las órdenes, impresas tipográficamente, el general Manzini felicita a las tropas por la toma de Málaga y declara:
«Os hago llegar el agradecimiento y la admiración no sólo del mando y mía personal, sino, además, de " aquel" (la palabra "aquel" va impresa en negritas) que os ha mandado aquí.»
18 de marzo
Por la noche, en Guadalajara, de vuelta de Trijueque, oigo por radio las aseveraciones del cuartel general de Franco en Salamanca sosteniendo que Trijueque se halla aún en las manos de sus tropas, y que en el frente no hay italianos de ninguna clase.
Estoy otra vez en Trijueque; la verdad es que no resulta muy cómodo este lugar, batido por la artillería enemiga; pero sin gemelos, ya no se ve a los fascistas.
Por lo que respecta a los italianos, sólo con los prisioneros capturados estos días, y por iniciativa suya, se forma en Madrid un batallón antifascista completamente italiano.
Hoy mismo hemos visto al capitán prisionero Giuseppe Volpi. Este honorable oficial tuvo tiempo de arrancarse las charreteras y durante largo rato se ha negado a reconocer su verdadera graduación, asegurando que sólo era sargento. El comisario le ha escuchado pacientemente, y luego le ha presentado una fotografía que le habían encontrado en la cartera de bolsillo. En la fotografía, el capitán Volpi luce su uniforme, con charreteras, con el brazo levantado haciendo el saludo fascista, bajo un árbol del que cuelga el cadáver de un abisinio. El capitán ha palidecido levemente y ha dicho: «Mi romanticismo me ha perdido.»
He asistido asimismo a la ceremonia, pequeña y modesta, pero, sin duda alguna, muy agradable para el corazón de «aquel» que desde lejos observa al cuerpo expedicionario. El jefe de división Enrique Líster y el comisario Carlos, en el frente, han entregado en persona al general Miaja la bandera fascista italiana capturada a una de las unidades mandadas para conquistar Madrid.
19 de marzo
Esto, en realidad, no es ya simplemente un éxito, sino una victoria auténtica e importante del ejército republicano. Esta noche, después de una breve preparación artillera y de aviación, los republicanos han atacado por dos partes la ciudad de Brihuega; después de ocuparla y de haber hecho más de doscientos prisioneros italianos, han arrojado a las divisiones expedicionarias italianas más allá de las crestas de las elevaciones circundantes.
A primera hora de la mañana, bajo la lluvia torrencial, me he dirigido a Brihuega. De nuevo la carretera, como el día anterior, está obstruida con cañones, morteros y camiones (setenta) italianos, con alambre espinoso, cajas de obuses, de cartuchos, de bombas de mano y otros pertrechos de guerra. Se han cogido cien mil litros de gasolina. Los republicanos ahora han experimentado en la práctica lo que significan los trofeos: varias brigadas se han armado, vestido y calzado totalmente a costa de los italianos.
No lejos de la entrada de la ciudad, en un recodo de la carretera, vemos un cuadro impresionante. Unas bombas de los aviones republicanos, lanzadas con una precisión asombrosa, volaron cuatro camiones con obuses y cartuchos. Voló todo y después las municiones se dispararon por sí mismas en todos sentidos.
En el propio Brihuega, en esta pequeña y poética ciudad medieval, sólo ahora empieza a notarse una tímida animación. La gente se asoma a la calle, mira cautelosamente alrededor y al oír los saludos de los soldados de la República, en seguida se sienten reconfortados. Dos mujeres cejinegras y de grandes ojos, interrumpiéndose mutuamente y sollozando, cuentan con mucha pasión cuánto han tenido que sufrir durante los ocho días de dominio fascista en la pequeña ciudad. Los italianos han dejado vacías todas las despensas, todas las cavas, han degollado todo el ganado y todas las aves de corral, han violado a algunas mujeres, han fusilado a treinta y seis personas, entre ellas a dos viejos maestros de escuela, acusados de simpatizar con el Frente Popular. En la localidad, quien daba las órdenes era el comandante militar italiano y a él se subordinaba también la organización falangista de aquí. Cuando ocuparon la ciudad, algunas familias que antes se habían declarado republicanas, sacaron de sus casas banderas monárquicas y acogieron con flores a los fascistas. Ahora, claro está, han huido, pero en dos balcones aún se mojan los pedazos de las banderas enemigas.
Los italianos han huido de Brihuega literalmente despavoridos, casi sin tener tiempo de evacuar nada. Se han olvidado de llevarse incluso doce caballos, que instalaron en la vieja iglesia —un admirable edificio de primitivo estilo románico– convertida en cuadra.
Entramos en el edificio del seminario monacal, aquí se había alojado el Estado Mayor de la 2. a división italiana. Todo está revuelto: muebles, papeles, mapas, restos de comida.
Entre los documentos del Estado Mayor de la división se ha encontrado la orden que reproducimos literalmente, sin comentarios de ninguna clase:
«13 de marzo de 1937, año decimoquinto de la era fascista. Acerca del telegrama del Duce. Transmito el siguiente telegrama, que me ha mandado el Duce: "A bordo de la nave Pola, en que me dirijo a Libia, he recibido el comunicado acerca de la gran batalla que se está librando en dirección de Guadalajara. Sigo con ánimo tranquilo el desarrollo de esta batalla porque estoy seguro de que el entusiasmo y la tenacidad de nuestros legionarios vencerán la resistencia del enemigo. El aniquilamiento de las fuerzas internacionales será un éxito de enorme trascendencia y, sobre todo, un éxito político. Comunique a los legionarios que sigo hora a hora su actuación, que se verá coronada por la victoria.
«"Mussolini. General de división Manzini."» (Sello.)
Sobre la mesa de escribir hay un periódico. Es el Giornale d'ltaliadel 9 de marzo del año en curso. En el lugar más destacado de la primera página, bajo unos provocadores titulares, se da cuenta de la ofensiva «nacional» sobre Guadalajara. En el comunicado no se dice qué unidades nacionales —españolas o italianas– efectúan la ofensiva. En cambio se subraya que Brihuega se encuentra bajo el duro fuego de cien cañones.
El periódico, aunque reciente,ya ha envejecido. De los cien cañones que disparaban contra Brihuega, a los italianos les faltan muchos. Les falta también la propia Brihuega.
20 de marzo
Una y otra vez converso con los prisioneros. Es difícil hartarse.
Los italianos confirman el carácter regular de sus unidades militares, la obligatoriedad y el carácter forzoso de su destinación a España, la ausencia total del más pequeño elemento de voluntariedad, o sea, totalmente lo contrario de lo que procura asegurar la prensa italiana, cogida in fraganti.
El mayor italiano Luciano Silvia, hecho prisionero por los republicanos, al ser preguntado «¿por qué ha venido a España?», ha respondido sin ambages:
—Yo obedezco las órdenes de mi gobierno y combato por mi país. Soy un italiano que lucha por su Italia.
—¿Sabía usted que venía a España, al zarpar de Italia?
—Sí, lo sabía. Lo sabían todos nuestros jefes, todos los mandos de regimiento y de batallón. Se trataba de una orden militar. Embarcamos en Sabaudia y desembarcamos en Cádiz.
—¿Cómo ve usted la guerra de España? ¿Quién la lleva a cabo?
—Es una guerra de españoles contra españoles.
—¿Por qué se mezclan ustedes en esta guerra?
—Nos hemos mezclado en interés de Italia. Lo que aquí nos interesa es que por una parte luchan los fascistas y, por otra, los antifascistas. Lo que a nosotros nos mueve son los intereses de Italia.
—Pero ¿en beneficio de qué intereses de Italia han venido ustedes aquí?
—Esto no se lo puedo decir. He venido aquí por disciplina militar y en cumplimiento de órdenes recibidas de la superioridad. Yo, ante todo, soy italiano y militar.
He aquí otro prisionero, el alférez Sacci Acille. Dice lo mismo:
—Yo sabía que venía a España. Únicamente se me prohibió comunicarlo a mi familia. Mis parientes y mi novia creen que se me ha mandado al África.
—¿Es usted fascista?
—Sí, soy fascista porque en Italia todo el que quiere vivir en paz ha de pertenecer al fascismo. Soy un militar profesional y he venido a España obedeciendo órdenes del gobierno italiano y del rey.
—¿De qué manera cumplió usted tales órdenes? ¿Con entusiasmo?
—Yo vine aquí para defender a mi patria y cumplir la orden que se me había dado.
—Pero ¿cómo entiende usted que defiende a su patria, aquí? ¿Acaso España ha atacado a Italia?
El alférez calla y, al fin, llega a decir:
—He cumplido una orden. Soy un militar del ejército italiano y estoy obligado a obedecer a mis superiores. No pertenezco ni he pertenecido a la milicia fascista, no soy más que un alférez del ejército italiano y he cumplido mi deber militar.
Exactamente del mismo modo habla el soldado de filas Romano Salvatore, de la LXXV brigada italiana de infantería. También declara que ha sido mandado por orden del mando, como soldado del ejército. No se ha enterado ni se da cuenta de quién lucha contra quién en España ni por qué motivo. Sólo sabe que ha sido mandado a España a pelear en interés de Italia.