Текст книги "Diario de la Guerra de España"
Автор книги: Михаил Кольцов
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Историческая проза
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LIBRO TERCERO
En la pequeña estación, no había nadie. Hasta el único mozo de cuerda se había metido en el bar a echarse al coleto un vasito. El tren correo para aquí sólo un minuto, y muchas veces inútilmente. Frau Marta se dispuso a llevar la maleta. Y hasta Feuchtwanger alargó hacia esta maleta la mano. Eso ya era demasiado.
—¡Se lo suplico, déjenla! La llevaré yo mismo.
—Si no pesa nada, es muy ligera. Tiene usted una maleta muy agradable. Blanquita.
—No es nada cara. Imitación de piel de cerdo. Una igual de piel de cerdo auténtica cuesta cuatro veces más, pero en realidad no hay diferencia. De todos modos, démela, la llevaré yo mismo.
—No, no se la doy. Es ligera como una pluma. Soy una deportista. Le hemos recibido mal, reconózcalo. ¡Qué tontería haber dejado marchar a la cocinera precisamente poco antes de su llegada! ¡Me imagino lo que pensará usted de mis guisos!
Era muy hermosa, alta, bronceada, con su vestido blanco y sus zapatillas de baño.
—Es usted la mejor cocinera del mundo y el mejor chófer. Estos dos días han sido para mí un paraíso. Soy yo quien ha de disculparse por haber estorbado. ¿Cuántas páginas del «José» les ha costado mi visita?
—Diecisiete. No se ofenda. Con la misma sinceridad le digo que estoy muy contento de estos dos días. Me han remozado. Es más divertido escribir acerca de las ruinas de la fortaleza de Jerusalén sabiendo que en nuestros días la gente se lanza al asalto de los muros del Alcázar fascista.
—Aún no se han ganado «la corona del muro».
—Todos ustedes la tendrán. A veces siento envidia y se me hace intolerable permanecer en este pacífico nido literario...
—Es la cándida envidia del artillero por la infantería. Desde su batería a cubierto, dispara más lejos y con mayor fuerza que diez tiradores con sus fusiles.
—El éxito del combate lo decide, de todos modos, la infantería y no... y no el cañón de biblioteca. Viene el tren. Lleva dos minutos treinta segundos de retraso. Y otros veinte segundos hasta que se pare. ¡Feliz viaje! ¡Le estoy muy agradecido!
—¡Gracias a usted!
Aún vi a los Feuchtwanger otro instante. Luego me quedé solo, con el revisor, en el desierto vagón.
—Tiene usted billete hasta Hendaya. ¿Va usted a Burgos?
—¡Oh, no! A Bilbao.
—Eso de quién es, ¿de los gubernamentales o de los nacionalistas?
—De los gubernamentales.
—Aquí casi todos van a Burgos. Este tren viene de Italia. Pero, naturalmente, también se puede ir a otro sitio. Cada uno va a donde le hace falta. Para esto, en realidad, existen los ferrocarriles.
Filosofía revisoril... Bueno, pasado mañana estaré en Bilbao.
24 de mayo
Perpiñán ha quedado inmóvil y mudo en la calurosa languidez. Los viejos habitantes de la ciudad dormitan con los ojos abiertos en las terrazas de los bares provincianos. Asnos y mulos arrastran lentamente pesados carros. El mercado está perfumado por montones de verduras, fruta, carne y pescado. ¿Será verdad que en algún lugar, aquí al lado, haya guerra, hambre y muerte?
Pero hace pocos días una escuadrilla de aviones italianos voló hacia aquí. Bombardeó Cerbere, a cuarenta y cinco kilómetros de Perpiñán. Hubo casas destruidas, muertos y heridos, ciudadanos de la República francesa muertos y heridos por aviadores militares extranjeros, italianos.
Desde Perpiñán se trasladó a Cerbere el fiscal del departamento acompañado de su ayudante. Recorrieron todos los lugares destruidos, asistieron al sepelio de las víctimas, conversaron con los heridos y con testigos oculares. Después de ello, el fiscal perpiñanés empezó a instruir una causa contra el desconocido que había bombardeado Cerbere.
Los «desconocidos» se dejan sentir mucho en el extremo meridional de Francia. Hace poco aún, estos parajes se consideraban profunda retaguardia francesa en caso de guerra. Ahora se ciernen por ahí los «desconocidos».
La frontera francoespañola se extiende aproximadamente en una longitud de quinientos kilómetros. Empieza aquí, cerca de Perpiñán, en la orilla del mar, se eleva hasta la minúscula República de Andorra, pasa por las nevadas cúspides de los Pirineos Orientales y de los Altos Pirineos, recorre las verdes laderas de los Bajos Pirineos.
Frontera de la paz y de la guerra, de la muelle paz y del estruendo de los cañones. Por la parte media se divide. La mitad oriental pertenece al gobierno español; la occidental está en manos de los facciosos.
Aquí, en esta parte media, dormita el acogedor poblado de Tarbes. Entre las polícromas flores y los famosos vinos de la localidad, en un castillo viejo pero magníficamente conservado, se ha instalado el coronel Lunn, danés, jefe del cordón de control internacional.
Un Estado Mayor numeroso, un auténtico Estado Mayor, por lo menos en apariencia: mapas militares, esquemas, mecanógrafas, ordenanzas, conmutador telefónico, urgentes conversaciones con Londres, con París, con Ginebra, con los puestos fronterizos y con las gendarmerías de campo. El propio coronel Lunn es atento, pero severo, amable con los periodistas, si bien con un elevado concepto de la importancia y de la responsabilidad de su misión. Tiene a disposición suya ciento cincuenta oficiales de quince ejércitos europeos, ¡cuándo y quién pudo mandar semejante constelación castrense, desde los tiempos napoleónicos!
El coronel explica que ha dividido toda la frontera francoespañola en cinco sectores: Perpiñán, Foix, Saint-Gaudens, Tarbes y Pau. Como jefes de los sectores ha nombrado a un oficial sueco, a un noruego, a un finlandés, a un lituano y a un holandés. Dichos oficiales tienen a sus órdenes a los demás controladores militares quienes, a su vez, vigilan a la guardia fronteriza. El trabajo es muy difícil y, naturalmente, no puede cumplirse por entero. Es evidente, considera el coronel, que algunas personas aisladas, algunos voluntarios, pueden cruzar la frontera por la noche —hasta con armas– y entrar en España. Pero el paso de grandes grupos, el envío de convoyes con armas, eso no; el coronel considera que esto ahora es imposible.
¿Son ciertas las declaraciones de muchos periódicos franceses del sur, en el sentido de que en la parte occidental, frente al campo de los facciosos, la frontera se custodia y se vigila con menos rigor, y que la parte oriental, la que corresponde al gobierno de la República española, se vigila con mucha más atención?
El coronel niega semejante posibilidad. Desde luego, es difícil igualar y hasta precisar la pericia y la capacidad de trabajo de los señores oficiales de países distintos que se encuentran en los diversos puestos del control. Pero en lo fundamental, no es como se dice; el coronel responde de que el control se efectúa en consonancia exacta con la posición del comité de Londres... Por lo visto, ateniéndose al mismo estilo londinense, el señor Lunn llama a los facciosos fascistas «nacionalistas españoles».
25 de mayo
En la estación de Bayona dejé la maleta en la consigna, crucé el puente y me dirigí andando a la parte central de la ciudad. Necesitaba encontrar la representación de los vascos. Pregunté a los viandantes, no lo sabían. Por fin uno, con indiferente amabilidad, me dijo: «Diríjase a la avenida del mariscal Foch; allí, ante una gran casa, se ha formado una larga cola. Es allí.» En la avenida de Foch, junto al local de una tienda, forman cola mujeres vestidas de negro. Parecían más pobres, de capas más sencillas del pueblo, que las francesas que por allí pasaban. Se acercaban a dos ventanillas: a una, para recibir el subsidio de refugiados; a la otra, para preguntar por sus maridos e hijos. El representante de los vascos en Bayona, el señor Oruezabala, resultó ser un joven simpático e incapaz. De ningún modo podía ayudarme a llegar a Bilbao, nada dependía de él. No hay dificultad alguna para tomar el avión, aquí existe la compañía Aire pirenaico,hay aviones que hacen el servicio regular entre Bayona y Bilbao. En realidad, no necesitaba otra cosa. Oruezabala se ofreció para mostrarme el camino a las oficinas de Aire pirenaico.Yo empecé a protestar contra tan extraordinaria amabilidad por parte del representante vasco, pero él porfió en su empeño. Por todo resultaba claro que el señor representante se alegraba de encontrar un pretexto para salir y descansar de las lágrimas de refugiados, de la tensión, del pesado rótulo de mármol —como para que dure cien años– con letras doradas: «Delegación del gobierno autónomo del país vasco.»
Durante más de cien años, desde los tiempos de las guerras napoleónicas, la pequeña ciudad ha estado durmiendo, como olvidada por el mundo. No hace mucho sufrió una sacudida, saltó al centro de los chismorreos mundiales: se trataba del escándalo Staviski; fue precisamente aquí, en Bayona, donde tuvo lugar el último y el más grandioso de los sucios negocios del famoso truhán; ahora, es la guerra civil de España con todas sus repercusiones internacionales.
Bayona es el principal cruce de caminos, un punto de observación internacional. Aquí se han aposentado los periodistas, ingleses y americanos, que desde hace diez meses y desde esta ciudad, mandan a sus diarios telegramas acerca del curso de las operaciones militares. Estos corresponsales ni una sola vez han cruzado la frontera: ¡auténticos héroes de su seguridad!
Además del representante de los vascos, está aquí el cónsul del gobierno español. Pero estos dos despachos no son más que minúsculas islitas. Bayona está repleta de fascistas españoles. Son ellos los que definen el estilo de la ciudad —llenan todas las mesitas de los cafés, vociferan en los bulevares, con sus altaneras jetas de degenerados, sus orgullosas cabezas, sus macizas sortijas en los dedos—. Forman grupos ante los quioscos, cogen el periódico recién llegado de San Sebastián y ahí mismo, gritando, sin escrúpulos, lo declaman. El periódico comunica noticias pasmosas, mata, tritura, hace papilla a los republicanos... Revista de la prensa alemana e italiana recién salida, crónica deportiva de Berlín y de Lisboa. La ebria charlatanería del general Queipo de Llano, que ya estomaga y va en la última página. En cambio, en la primera página, en un puesto de honor del periódico, figura la declaración de Trotski de que los días del Kominterny de la Unión Soviética están contados. En la orquesta de la prensa fascista, el fagot chillón de Trotski ejecuta arias cada vez de mayor responsabilidad.
No es casual que los facciosos españoles se encuentren en Bayona como en su propia casa. La ciudad está en manos de las ligas fascistas de Francia. Formalmente, están disueltas; de hecho, aquí son omnipotentes. Todo el suroeste, región de balnearios, de turismo, de extranjeros y de parásitos que los rodean, está cubierto por una tupida red fascista. Aquí los fascistas ocupan los puestos dirigentes, administrativos. En la pequeña ciudad aparecen tres periódicos fascistas. De todos modos, el cuarto periódico, de izquierdas, por su tirada supera a los tres primeros. Es el periódico que leen con agrado los obreros de Bayona, los pescadores y los empleados. El periódico es de oposición, ataca y condena los usos imperantes en la localidad. En efecto, aquí, en Bayona, en Biarritz, no hay modo de creer que en Francia haya un gobierno basado en el Frente Popular. Hasta aquí, su influjo no llega.
... Aire pirenaicoha resultado ser una minúscula tiendecita apretujada entre un taller de sombreros para señora y una expendeduría de tabacos. Tras el mostrador se veía una báscula, y estaba sentada una hermosa dama, no muy joven. La dama dijo que lo sentía, pero el avión de turno para Bilbao acababa de partir hacía una hora, el siguiente avión saldrá únicamente mañana por la mañana. Esto era, en efecto, muy lamentable. Pero nada podía hacer, compré billete para el avión del día siguiente. El billete era grande, bonito, todo un documento artísticamente impreso, con el nombre de la compañías iré pirenaico.La madame me hizo pasar al otro lado del mostrador y me pesó en la báscula. Se anotó —y anotó en el billete– el número de kilogramos. Además, prometí dejar pesar mi maleta al día siguiente por la mañana. Todo lo que pase de diez, deberá pagar como bagaje. «Las bombas pesan poco, madame», dije en son de broma. Ella sonrió cortésmente. «Esto conmigo no reza. De esto se ocupa el Comité de no Intervención. Su representante le registrará a usted el equipaje.» En un papel aparte firmé además una garantía de que en caso de ocurrir algo, ni mi viuda ni otros parientes o albaceas presentarán a Aire pirenaicoreclamación material alguna.
Es una pena perder veinticuatro horas, pero, a fin de cuentas, esta tarde, fresca, tranquila, pasada en soledad, me ha tranquilizado. En la terraza de un café desierto un pequeño grupo de artesanos ha estado largo rato jugando al dominó; luego se han separado. La calma ha sido absoluta, no había nadie. Me he dirigido al hotel a dormir. Mañana estaré lejos de esta calma, estaré en el interior del cinturón de defensa de Bilbao, entre las llamas, el humo y el estruendo.
26 de mayo
A las nueve de la mañana, según lo convenido, ya estaba ante la puerta de Aire pirenaico.La tiendecita se hallaba cerrada, un «Pikap» de media tonelada se encontraba allí sin chófer. Alarmado e irritado, esperé hasta las once. Por fin acudieron madame y otras dos personas, de aspecto preocupado. Se pusieron a cuchichear en un ángulo del local. Madame me dijo que el avión de Bilbao aún no había regresado, haría falta esperar más.
—¿Acaso éste es el único avión que ustedes tienen?
—No, no es el único, pero todos los demás están en reparación.
—¿Todos en reparación?
—Sí, todos están en reparación.
Se presentó aún otro señor, totalmente vestido de negro, con sombrero negro, con guantes y bastón en la mano, con botines y polainas blancas, con bigotes grises retorcidos y con la roseta de la Legión de Honor. También cuchicheó un poco con la madame y se alejó majestuosamente después de haberme mirado como quien mira a un objeto inanimado. Yo había visto un tipo exactamente igual en Astrajan, en el teatro municipal, en un melodrama sobre la vida francesa.
—¿Cuándo volaré, madame?
—Es difícil decirlo. Venga a ver al caer de la tarde o mañana por la mañana.
—¿Por qué tan tarde? El avión puede regresar de un momento a otro, ¿no es así?
Se rió:
—Es difícil que vuelva tan pronto. El tiempo se ha estropeado...
Era inútil insistir. Fui a comer. A la entrada del pequeño restaurante El pagayo compré un periódico de París recién llegado en tren, y entonces todo se aclaró. Los telegramas daban cuenta de que ayer, a la hora tal, el avión civil de la línea Aire pirenaicoal volar entre Bilbao y Francia fue atacado por los cazas fascistas y derribado. El piloto Gali y los viajeros se encuentran gravemente heridos.
Después de comer, regresé inmediatamente a las oficinas de la línea. Estaban cerradas. Esperé hasta que regresó madame. Le pregunté cuáles eran las perspectivas...
—La verdad, no lo sé, monsieur. Es difícil que el tiempo mejore hoy. Tenga en cuenta que nuestra compañía devuelve al pasajero el importe del billete si el vuelo no ha podido realizarse en el transcurso de veinticuatro horas.
—Madame, no es el dinero lo que me preocupa. Ya ha visto que he firmado un documento por mí y por mi viuda. Aire pirenaicoaún no había tenido nunca un pasajero tan modesto. Madame, vamos a hablar como de hombre a hombre. Espero que el pobre Gali sobreviva, pero no estará tan pronto en condiciones de volar. ¿Qué planes tienen ustedes en cuanto a otro piloto y a otro avión?
En seguida se turbó y hasta las lágrimas se le asomaron a los ojos. Era muy agradable, la verdad, en ese momento. Me sentía inclinado ya a pasarle la mano por el hombro o por la cabeza; cuando una mujer llora, quienquiera que sea, acepta esto como algo debido.
—¡Ah, monsieur, me es todo tan difícil! Mi marido está en París, no encuentra modo de acabar con las formalidades, y aquí ahora ¡es todo tan terrible! Detectives, espías, reporteros, provocadores, «cruces de fuego», todo se retuerce alrededor. ¡Yo pierdo la cabeza!
Me explicó que la flota aérea de que dispone la compañía pirenaicono puede llamarse ni mucho menos poderosa. Aparte del aparato bueno y potente que ayer los fascistas derribaron, disponen sólo de un viejo Lokjid, pequeño y de un solo motor. Este avión realizaba un servicio auxiliar, desde París hasta Bayona. Lo conduce el piloto Laporte. Y esto es todo. La dirección, es decir, el marido, está haciendo gestiones para comprar un Air-Spid nuevo inglés, ¿no podría yo esperar a que este avión llegara? Es un avión espléndido.
—Sí, madame, ya sé que el Air-Spid es un avión magnífico —suspiré.
—¿Quiere usted decir que hay que esperar demasiado?
—¡Usted lee mis pensamientos, madame/
—¿Qué hacer?
—¿Y el Lokjid con el piloto Laporte?
—Es muy arriesgado. Hay que volar sobre el mar, la costa, casi hasta el mismo Bilbao está ocupado por los facciosos. Ése es un aparato viejo y tampoco sé si Laporte estaría de acuerdo. ¡Pobre Gali, volaba con tanta valentía por esta ruta! Los fascistas le habían advertido varias veces que le derribarían. ¡Canallas, se han salido con la suya!
—¿No podría hablar yo mismo con Laporte?
—¡Oh, no! A usted no le conoce, no se fiará de usted. Le hablaré yo misma. Quizá haga aunque sólo sea un viaje mientras llega el Air-Spid. Naturalmente, le ofreceré otras condiciones, las mismas que hacíamos a Gali. Debe acceder. La compañía pasa por un momento difícil, está obligado a sacarnos del apuro, a sustituir al compañero herido. Además de ofrecerle las condiciones de Gali, se le puede premiar. El caso es que vuele. Naturalmente, esto depende de su valentía. ¡Los fascistas derribando a Gali, advierten a todos los demás! ¡Pero aún veremos! En ausencia de mi marido, yo soy aquí el director. ¡Laporte está obligado a obedecerme!
En ese momento, aún era más agradable. No parecía tener más de veinticinco años. No le estaría bien ser más joven.
—Pobres vascos, ¡cuánta correspondencia se me ha amontonado! Medicamentos, gasa para los hospitales, todo está parado, todo espera turno para ser mandado. Los heridos de Bilbao esperan. ¡Haré que Laporte vuele!
—Madame, es magnífico lo que usted dice.
—Venga al atardecer, a eso de las siete. Si antes hay alguna noticia, le mandaré el chófer al hotel.
—¡Madame, es usted una auténtica francesa!
—Oh...
Quise añadir aún muchas otras cosas, pero a la puerta se presentó el noble padre del teatro municipal de Astrajan. Toda su atención estaba dirigida, entonces, hacia mí. El hombre extendió ambas manos, una con el bastón y los guantes, la otra con el sombrero negro.
—¡Monsieur, le he estado buscando en el hotel! El instinto y la experiencia profesional me han encaminado hacia aquí. ¡Le felicito por su dichosa salvación!
Su aspecto era impecable, excepción hecha de la caspa sobre el cuello de la chaqueta negra.
—¿Se refiere a mí, monsieur?
—¡Sí, sí, monsieur, naturalmente que me refiero a usted, precisamente a usted! ¿A quién más puedo referirme? Como representante de la agencia Hayas estoy muy contento de poder felicitar a mi respetable colega por haberse librado de un peligro inmensoy, quizá, de la muerte. Fue verdaderamente la mano del destino la que le hizo llegar con una hora de retraso a la partida del aeroplano, derribado ahora en circunstancias tan trágicas. Creo que una pequeña entrevista sobre las impresiones que ha experimentado usted...
—No he experimentado nada. No he volado a ninguna parte. Usted se ha equivocado, monsieur. Yo no tengo ninguna impresión.
—Monsieur, usted es demasiado modesto. Esto le hace mucho honor, pero a mí, viejo periodista de Bayona, no me libra de la agradable necesidad de fijar en el papel los pensamientos y los sentimientos que han surgido en un colega extranjero en el momento dramático en que él...
—Perdón, monsieur, pero tengo mucha prisa. ¡Hasta la vista, madame, monsieur!
La huida quizá resultó hasta excesivamente precipitada. Pero fue beneficiosa para todos. Para el Aire pirenaico,para mí mismo y para el propio noble padre. ¡Me imagino la reprimenda que el viejo habría recibido de sus jefes si hubiera transmitido por telégrafo mis pensamientos y sentimientos acerca del ataque de los fascistas a un avión civil francés!
27 de mayo
Madame se portó valientemente. Encontró mecánicos y obreros que revisaron el Lokjid y le apretaron las tuercas, buscó a Laporte y le convenció de que hiciera un viaje de ida y vuelta a Bilbao. No sé con qué le embrujó, es posible que con cinco mil francos de premio. Por lo demás, Laporte dijo que no volaba por el dinero —no hay dinero para pagar el peligro a que se expone—. Vuela porque es francés y, como tal, no tiene miedo a nada. Ya que los fascistas han derribado a su camarada de trabajo, por cuestión de principio y en interés de la compañía Aire Pirenaicole sustituye en el puesto. En el avión volaremos yo y la gasa.
Veinte fardos de gasa de ocho kilos cada uno; además, yo: sesenta y cinco kilos; además, una caja con medicamentos: veinte kilos; además, mi maleta: doce kilos. Total, doscientos cincuenta y siete kilos.
Madame me dijo que iría a buscarme personalmente, sin chófer, a las tres de la madrugada al hotel. De allí iremos a presentarnos al oficial finlandés, representante del Comité de no Intervención; de allí, al aeródromo. Hay que emprender el vuelo no más tarde de las cinco de la madrugada, mientras duerme el jefe del campo. ¡No quiera Dios que tenga noticia del vuelo aunque sea media hora antes de partir!
—¿Acaso hacemos algo contra la ley? ¿Acasos/re pirenaicono es una organización legal?
—¡Oh, monsieur! ¡No es ésa la cuestión! El jefe del aeródromo es un fascista, miembro de la liga Cruces de Fuego. Formalmente, no puede ponernos ningún obstáculo, porque nuestra compañía está registrada y posee su patente. Pero hace todo el daño que puede y como puede. Los trabajadores del aeródromo están todos de nuestra parte, simpatizan con la España republicana y nos ayudan. Han comprobado con toda certeza que ha sido el jefe del aeródromo quien ha perdido a Gali. Vive en el mismo aeródromo, y cada vez que el avión de nuestra línea se elevaba con rumbo a Bilbao, la criada del jefe corría al ambigú del aeródromo y allí, desde la cabina, llamaba a Biarritz, a la villa Fragata, residencia del español conde de los Andes. Allí tienen montada una emisora de radio. Los fascistas llamaban a los cazas para que salieran al encuentro de nuestro avión. Varias veces fue posible eludirlos, pero anteayer la señal dio resultado. ¡Canalla, traidor, asesino de aviadores franceses! ¡Y se llama francés!... En el aeródromo se encuentra el denominado Aeroclub Vasco, en realidad escuela de aviación militar para los fascistas. Pero creo que esta vez usted llegará. Este bribón se figura que nos hemos asustado y que no volveremos a volar hacia Bilbao. Hemos explicado la reparación del Lokjid diciendo que hace su viaje a París. A la salida estarán presentes sólo dos obreros. Volará usted sin mecánico de a bordo. Naturalmente, el canalla puede despertarse por el ruido del motor, pero entonces ya será demasiado tarde. No se arriesgará a mandar a la criada en plena noche a llamar por teléfono, además, el ambigú estará cerrado.
—Una pregunta ingenua: ¿acaso no puede llamar sencillamente desde su vivienda?
—No tiene más que teléfono adicional. La telefonista de la centralita es partidaria del Frente Popular, y de noche, por el conmutador sólo da la línea el mecánico de turno. No olvide que, a pesar de todo, estamos en provincias, monsieur.
—No está mal. Pero aún otra pregunta, la última. ¿El representante del Comité de no Intervención, lo sabrá?
—Ya lo sabe. Le he advertido que pasaríamos a verle de noche. No es posible presentarse sin advertirle. Pero no... ino lo creo! Al fin y al cabo, es neutral. Es un oficial del ejército finlandés.
—¿Finlandés?
—Sí, finlandés.
Suspiré casi imperceptiblemente.
—A usted, de todos modos, le parece que...
—¡Usted lee mis pensamientos, madame!
Pasé el resto del día como un turista ocioso. Visité el museo de los vascos franceses y el del pintor Bonnat, natural de la localidad. ¡Bravo por el pintor! Hombre rico, construyó un espléndido edificio, adquirió cuadros de los mejores artistas y lo regaló todo a sus paisanos. Entre los cuadros de los mejores pintores colgó los suyos, muy mediocres. ¡Pero quién va a tomar a mal semejante pequeñez! Los visitantes permanecen largo rato ante las telas de los mejores maestros y también echan una benevolente mirada a las telas de Bonnat.
En un prado, a las afueras de la ciudad, se ha instalado el famoso circo Medrano, con toda su pequeña ciudad de tiendas y furgones. Un excelente domador de fieras, checo, Trubka de apellido, los encantadores payasos Fratellini, conocidos en todo el mundo, el corredor Ladumeg, campeón del mundo. Propaganda ensordecedora, carteles en todo Bayona y en todo Biarritz. El circo da para las dos ciudades tan sólo dos representaciones el sábado y el domingo. Y a pesar de todo, la sala está medio vacía. Un joven de frac presentó al tímido Ladumegy explicó cuáles eran sus méritos. El público respondió con escasos aplausos. El corredor se desprendió de su vestido, se quedó con calzón de deporte y zapatillas de tela e hizo una exhibición de su gimnasia matinal. Los espectadores observaban los ejercicios con indiferencia; entre nosotros, la demostración habría despertado enorme interés, discusiones, críticas, entusiasmo... Luego Ladumeg trepó a una compleja construcción en el interior de una rueda-tambor giratoria. El anunciador explicó cuál es la rapidez con que se mueve el tambor. Esta velocidad es igual a la velocidad récord que vahó a Ladumeg el título de campeón del mundo; de este modo el respetable público, sin salir del circo, presenciará la carrera del estadio cuando se ganó la primacía mundial en carreras. La rueda empezó a girar, el hombre, en su interior, empezó a moverse rápida y acompasadamente. Transcurrió medio minuto, brotó el sudor y al instante, bajo los rayos de los reflectores, pareció que se cubría de laca cada redondez, cada músculo del magnífico cuerpo viril, elegantemente delgado. Rápidas, cada vez más rápidas, corrían las piernas, unas piernas largas, plásticamente enjutas, de forma perfecta; apenas sacudiendo los hombros, dentro de aquel estúpido tambor de hierro, eléctrico, actuaba una máquina animada finísimamente regulada: un hombre. Una divinidad del deporte, con todo su encanto y esplendor, cautiva y encerrada en una jaula. ¡Una ardilla en la rueda! Ladumeg ahora no tiene otro sitio donde actuar, su trabajo deportivo no encuentra apoyo en nadie, no encuentra quien le pague, no es solicitado en Francia. El atleta sólo puede vivir actuando en el circo, corriendo en la rueda. Ladumeg no tienes dónde correr. ¡Corre hacia nuestro país!
La rueda se detuvo, la orquesta empezó a tocar un vals; acompañado de débiles aplausos, saludando al público con unos movimientos de cabeza, el campeón se fue a toda prisa tras los bastidores. Le pasaron una felpuda toalla. Por lo visto estaba cansado.
No es posible confiar en el secreto del vuelo; en torno pululan los fascistas y los espías, de mi llegada se ha enterado toda la ciudad, ha bastado ese negro espantapájaros de la agencia Hayas para agitarlo todo y a todos. El oficial del ejército finlandés... El que está de turno en el conmutador... El aeroclub vasco... El ambigú... La criada... Aquí no es posible creer a nadie, excepto a madame y al propio Laporte.
Si no se puede creer a nadie, no hay que volar. Pero yo quiero volar y volaré. Hay que ser atrevido, por lo menos en la guerra. Ni en una sola guerra desde que el mundo es mundo han vencido los hombres mansos, cordiales, condescendientes. Este caso no se ha dado nunca. Desde luego, volaré, necesito estar mañana en Bilbao y mañana estaré en Bilbao o no estaré en ninguna parte.
28 de mayo
Madame se presentó a las tres de la madrugada en punto. Puse mi maleta en su pequeño Renault. Fuimos luego a una pequeña y hermosa villa en el fondo de un jardín. A la señal del claxon, salió el oficial finlandés con chaqueta, con lentes, con aspecto de contable. En el automóvil hablamos cortésmente de Finlandia, de los lagos, de las cascadas. La cascada Imatra está en Finlandia. La cascada Kivach, en Rusia. La cascada del Niágara, en América. La cascada Victoria, según parece, en África del Sur. Sí, sí, en África, en la ecuatorial.
El aeródromo Parm se encuentra a medio camino entre Bayona y Biarritz. Oscuros hangares, hierba, rocío, algunas sombras en torno al avión. Ahí está Laporte, sin sombrero, joven, callado; parece de mal humor.
El representante del comité examinó el avión e hizo constar en el acta que el aparato es civil. Comprobó los documentos, los del piloto y los míos. Alumbró la maleta con una linterna.
—Perdone, pero formalmente estoy obligado...
—Por favor, por favor, tenga la bondad...
—Merci.Ya lo veo. No lo dudaba... Puede cerrarla. Nunca había creído que iba a cumplir funciones de aduanero... Es una maleta muy bonita. Blanca.
—No es cara. Imitación de piel de cerdo. Una maleta igual de piel de cerdo cuesta cuatro veces más, pero, en realidad, no hay ninguna diferencia.
Subí al avión. Empezaron a cargar la gasa. Grandes fardos, sin embalaje alguno, ya levemente polvorientos. Han traído demasiados, sobran tres fardos. Es una pena dejarlos, dicen que en Bilbao no hay ningún material para vendar a los heridos. Dije: descarguen la maletita y carguen otros dos fardos.
—Se la dejo a usted para que me la guarde, madame. La recogeré cuando esté de vuelta.
—Estará bien guardada. Es usted muy simpático. Tendré que devolverle el dinero que ha pagado usted por el equipaje.
—¡Eso es una pequeñez!
Pusieron el motor en marcha. Laporte se acomodó en el sillón del piloto y estuvo largo rato examinando los instrumentos como si los viera por primera vez. Quise decir adiós con la mano a madame, pero en la oscuridad no se veía a los que nos habían acompañado.
El piloto levantó la mano y apretó un botón de hueso. En la caja del avión empezaron a producirse ruidos como a borbotones, se iluminó la lamparita roja de la pantalla. Hizo la prueba otra vez. De nuevo la misma prueba. Otra vez. Otra.