355 500 произведений, 25 200 авторов.

Электронная библиотека книг » Михаил Кольцов » Diario de la Guerra de España » Текст книги (страница 31)
Diario de la Guerra de España
  • Текст добавлен: 24 сентября 2016, 01:10

Текст книги "Diario de la Guerra de España"


Автор книги: Михаил Кольцов



сообщить о нарушении

Текущая страница: 31 (всего у книги 47 страниц)

El ingeniero se vuelve y en voz muy baja me explica muy tranquilo:

—Aquí tenemos un respiradero. Para que penetre aire puro en la galería de mina.

—¡¿Cómo, un respiradero?! ¡Pero si esto se encuentra delante mismo de las líneas de los facciosos!

—No, delante no. Ya estamos debajo de la zona fascista. Qué le vamos a hacer, de algún modo hay que respirar...

—Pero desde arriba pueden verlo... Además, ¿cómo se las han arreglado para salir a la superficie? ¡Esto es una locura!

El ingeniero no está del todo de acuerdo:

El agujero lo hemos abierto de noche, mientras llovía. Es muy poco probable que desde arriba se note mucho. Y aunque se vea, la calle, de todos modos, está por completo cubierta de agujeros y embudos de los obuses de día, no van a ponerse a estudiar cada agujero de la tierra. Que intenten meterse, ¡los agasajaremos con ametralladoras!

En esta respuesta se refleja una psicología de guerra característica, aquí, de mucha gente: la comodidad es más importante que la seguridad. Es mejor arriesgar la vida que padecer un calor sofocante. Mejor es esperar días enteros la muerte, que molestarse unas horas y tender una manguera con aire puro.

Continuamos arrastrándonos. Ahora ya nos hallamos a bastante profundidad del dispositivo enemigo. Unas cuantas decenas de metros más bajo tierra y estaremos ya debajo del edificio que ha de ser volado. Pero el oído atento capta delante una voz humana. Ahora es el ingeniero quien se alarma:

—¡Quieto! No pueden ser los nuestros. En esta galería el trabajo ya se ha terminado hoy, todos nuestros hombres han salido.

Nos quedamos escuchando otra vez largo rato conteniendo la respiración. Sólo se oye una voz. ¿Con quién estará hablando? No, por lo visto canta. El ingeniero saca el revólver.

—Procuraremos acercarnos un poco más. Hay que poner en claro lo sucedido.

Seguimos arrastrándonos.

—¿Qué está cantando? Me parece que La cucaracha.

—A mí también me lo parece.

Un suspiro de alivio. La cucarachaestá categóricamente prohibida en el ejército fascista, Franco considera revolucionaria esta canción. ¿No será, a pesar de todo, algún republicano? Pero ¿por qué canta? ¿Se ha vuelto loco? También esto sucede a veces. En efecto, tras un recodo, a la brillante luz de una lámpara eléctrica de minero, hay un hombre ocupado en algún trabajo.

—¡Pedro! ¿Tú aquí? ¡Si yo he ordenado a todo el mundo que saliera arriba!

—Sí, comandante, pero he decidido bajar aquí una vez más para nivelar la cámara de la mina. Es un poco apretada para la carga.

Pedro es un viejo picador de las minas de Río Tinto. El rostro le brilla de sudor, lo tiene sucio de tierra; mechones de pelo canoso le salen por debajo de la boina.

—¿Por qué estás cantando? Si la vida no te importa, por lo menos piensa en la mina.

—¿Acaso cantaba? No me he dado cuenta. Cuando trabajo suelo cantar, por la fuerza de la costumbre. Naturalmente, esto es una tontería. El sonido se transmite en la tierra hasta muy lejos. Pero me he olvidado de que no estoy en mi mina. ¿Quieren escuchar a los fascistas?

Ahora nos encontramos debajo de los mismísimos cimientos de una gran casa, de muchos pisos, convertida en fortín por los fascistas en los arrabales de Madrid. Las voces y risas de los soldados pueden oírse sin dificultad. Cuando mejor puede abrirse la galería debajo de ellos es cuando disparan con las ametralladoras y quedan ensordecidos por sus propios disparos. El ingeniero por última vez calcula la carga. Su volumen se calcula fundamentalmente según la fórmula gW, donde g es el coeficiente de la densidad y composición del suelo y Hla longitud de la línea de menor resistencia. La magnitud puede modificarse de manera muy sensible debido a la presencia en el suelo de elementos al parecer sin ninguna importancia e inexplosivos. Por ejemplo, la presencia de agua, aunque sea tan sólo hasta el grado de la humedad del suelo, aumenta la fuerza de la explosión en ocho, nueve o diez veces. La magnitud de H(línea de menor resistencia) suele calcularse por la distancia más corta hasta la superficie de la tierra, hasta el aire. No obstante, la longitud de la onda explosiva siempre es más larga que el radio de la destrucción. La onda va apagándose paulatinamente en longitud; en su comienzo, en el centro, convierte en polvo el granito y el acero; al final, se percibe sólo como un sonido.

El ingeniero sonríe no sin amargura.

—Yo mismo he construido este edificio. ¡Habría podido creer que cuatro años más tarde iba a estar aquí, debajo de él, calculando cómo puedo hacerlo volar!... En el sexto piso tengo mi vivienda, con mi estudio, con proyectos, con calcos, con medidas de edificios antiguos... ¡Qué le vamos a hacer! Cerramos el camino a los bandidos fascistas con cuerpos humanos —¿podemos sentir pena por los trabajos hechos con nuestras propias manos?—. Cuando hayamos echado al enemigo, construiremos edificios diez veces mayores, y no serán los feos rascacielos de los bancos. Nosotros, arquitectos, estamos muy satisfechos de que precisamente durante el asedio de la capital, el gobierno del Frente Popular haya sacado de los archivos y haya aprobado un plan para la reconstrucción de Madrid, con prolongación del paseo de la Castellana, edificación de viviendas, escuelas, teatros...

Al volver, somos tres. Aguzamos el oído por si el enemigo construye una contramina. Esto ocurre a cada paso. Con frecuencia, los trabajos subterráneos se efectúan simultánea y paralelamente, con la particularidad de que, a veces, ambas partes tienen noticia de lo que el enemigo hace. Vence en el sector quien antes hace volar la mina. Pero efectuar la voladura antes de tiempo significa perder un golpe, destruir una galería vacía y ponerse al descubierto. Y así yacen bajo tierra, casi uno al lado del otro, dos jugadores, que aumentan arrojados sus puestas, y las puestas estriban en la vida de varios centenares de hombres y una nueva posición en la prolongada lucha. Hemos presenciado varias explosiones. Casi siempre se producen muy entrada la noche, al amanecer. Después del trueno y de la llama, una enorme nube de negro humo, de hollín, de polvo y arena envuelve el edificio; éste es el momento en que las unidades preparadas de antemano se lanzan al ataque. Si la mina se ha colocado con mucha exactitud, hace volar por los aires los nidos de ametralladora y los compartimentos en que, según los datos obtenidos por los servicios de observación y de exploración, duermen los soldados fascistas. Quien ha quedado ileso casi al instante comienza a disparar, pero sus disparos son inútiles mientras no se sedimenta la nube de polvo. Todo el arte de la unidad atacante estriba en aprovechar este momento (la nube se sedimenta en el transcurso de ocho a diez minutos) para penetrar en el edificio. Si se incurre en el más pequeño retraso, el éxito del ataque queda en seguida disminuido o hasta se pierde por entero. En este caso, el resultado de la explosión se calcula sólo por las bajas hechas al enemigo y por la destrucción de sus fortificaciones.

Durante todo el tiempo de la defensa de Madrid, los fascistas han efectuado seis explosiones de minas. Casi todas ellas han resultado infructuosas, se han producido en edificios y trincheras abandonados. Los republicanos han volado varias decenas de minas y con ello han hecho retroceder a los facciosos en Carabanchel, en la Ciudad Universitariayjunto a la cárcel Modelo. A los republicanos les resulta más fácil la lucha subterránea, ellos tienen obreros muchísimo más calificados para ese tipo de lucha y todos los planos de los edificios de la ciudad.

Todo esto parece muy pasado de moda. En la época de los aparatos de bombardeo de vuelo rápido y de los poderosos tanques, en la época de las bombas de gases asfixiantes, ¿qué importancia puede tener abrir galerías durante semanas enteras, ese tráfago ratonil bajo tierra, esas decenas de miles de horas de trabajo gastadas para hacer saltar a un centenar de soldados y una casa? ¿Vale la pena ocuparse de semejantes cosas y estudiarlas ante la faz de la futura técnica militar, rauda y demoledora? Sí, vale la pena, y mucho. Los caprichos de la guerra son incontables. Hay que estar preparado para cada uno de ellos. Además, ¿cuándo y dónde se ha dicho que la guerra imaginada por los teóricos y descrita en sus elucubraciones estrictamente científicas e hipotéticas es la única que se considera auténtica y que «no es auténtica» la que se produce en la realidad, en cada momento dado? Estoy convencido de que la guerra futura, «según todas ¡as reglas», pondrá de manifiesto la vitalidad de muchos tipos de armas y formas de operar.

Un ejército de vanguardia ahora ha de ser, naturalmente, un ejército de maniobra, móvil, motorizado, alado. Pero no puede prescindir de la trinchera, y la trinchera no será trazada siempre, ni mucho menos, por un abrezanjas ni vaciada por un zapador de división. La pala modesta y honrada aún salvará no pocas vidas. Es útil que se ejercite en su uso hasta el habitante del cielo, el paracaidista. El enemigo no se para en barras, lo mismo se aprovecha de las debilidades minúsculas e inocentes que de los errores grandes, fundamentales. A él le da lo mismo herir en un sitio que en otro. Aquiles no tenía que haber hecho el tonto, sino, simplemente, debía haber llevado una plantilla metálica en su sandalia derecha.



21 de enero


La primera habitación estaba completamente vacía, sin muebles.

En la segunda, había dos mesas de oficina, una pila de mantas en un rincón y un cesto. En la pared, bajo un cristal, colocado en un marco desproporcionadamente grande, de otra fotografía, colgaba un retrato de Trotski, recortado de un periódico extranjero. Resultaba más que extraño ver esta fotografía en Madrid, hoy.

Miguel Martínez y José Quesada entraron en la tercera y última habitación. Ahí, en un diván muy largo arrimado a la pared, con las cabezas dirigidas una a la otra, dormían dos muchachos.

En realidad, la hora no era muy temprana: la una y media. Pero una botella de anís que había en el suelo explicaba por qué los dos muchachos estaban acostados tan tarde. Después de despertarlos y de disculparse por la molestia, Miguel les preguntó dónde estaba la dirección del POUM de Madrid. Vueltos en sí, los muchachos explicaron que la dirección estaba en otro lugar.

—Aquí sólo hay el buró de propaganda. El comité madrileño del POUM se halla instalado en la calle de Goya, número 17.

Bien. Miguel y Quesada, conocido suyo, periodista argentino, se dirigieron a la calle de Goya número 17.

Ahí la situación era completamente distinta. En una rica vivienda burguesa, iban de un lado para otro coquetas señoritas, tecleaba una máquina de escribir, tocaba la radio. Tras la puerta tintineaban los platos, se percibía el sabroso olor de la comida.

Miguel y Quesada manifestaron su deseo de hablar con alguien de la dirección. Una figura como la de un enano salió del comedor; dijo que se llamaba Enrique Rodríguez y que era el secretario del comité madrileño del POUM. Dijo que estaba dispuesto a facilitar cualquier información a los dos visitantes sudamericanos. Preguntó sobre todo Quesada. Miguel, sombrío, tomaba notas en un cuadernito. Habría sido mejor, desde luego, haber acudido con una taquígrafa o con dos: Enrique era parlanchín como un riachuelo de montaña, como un jilguero retozón, como una vieja. Comunicó en seguida un montón de novedades. Resulta que en España se está librando una guerra civil. El enemigo es muy fuerte. Madrid se defiende heroicamente desde hace ya... Rodríguez se quedó cortado, se puso a recordar cuántos días hace que Madrid se defiende heroicamente.

—Setenta y cuatro —dijo Miguel, fruncido el entrecejo.

—Eso es, setenta y cuatro.

Comunicó a continuación que los alemanes y los italianos ayudan a Franco, pero que el movimiento revolucionario internacional, a su vez, ayuda a la clase obrera española.

Quesada indicó que todo esto, en realidad, ya era conocido. Tanto a él como a su colega, les interesan más los datos acerca de la actividad de la organización política en cuyo edificio se encontraban.

El locuaz Rodríguez en seguida se hizo reservado. Entonces hubo que arrancar con sacacorchos cada una de sus palabras.

—¿De qué se ocupa el POUM en Madrid y en sus alrededores?

—Efectuamos trabajos de distinta clase.

—¿Por ejemplo?

—Por ejemplo, sindical, de organización, militar, de propaganda.

Tenemos un buró especial de propaganda. Lo hemos instalado en otro edificio.

—¿En qué estriba su trabajo militar?

—Ahora se ha reducido sensiblemente. Antes teníamos nuestras propias unidades junto a Sigüenza, en Cataluña y en otros frentes. Pero el gobierno ha decidido tomar en sus manos el ejércitoy une las unidades al margen de los caracteres de partido. En cambio, ahora hacemos más hincapié en el trabajo cultural y político entre los soldados. Editamos el periódico El compañero rojo, mandamos agitadores. Esto también a través del buró de propaganda. Lo tenemos montado con mucha amplitud.

—¿Y qué consignas presenta el POUM en su propaganda?

—Revolucionarias, desde luego. Desenmascaramos el verdadero sentido del Frente Popular. En general, desenmascaramos distintas cosas.

Rodríguez tomó un aire de persona importante.

—¿Qué cosas son las que desenmascaran?

—¿Cuál es el verdadero sentido del Frente Popular, según ustedes?

—De esto habría que hablar largo rato. Pero en lo fundamental, el Frente Popular significa, desde luego, la entrega por parte del proletariado de todas las posiciones revolucionarias.

—¿Sí? ¡Qué interesante!

Rodríguez añade, como quien recita una lección de memoria:

—Como resultado de la política del Frente Popular, España será dividida entre los imperialistas franceses y soviéticos.

—¡Esto es terriblemente interesante! Pero si es así, ¿por qué los imperialistas franceses no ayudan a la España republicana? Algunos de ellos, a mi parecer, hasta están inclinados a ceder España a Franco y a los alemanes.

—¡Esto es un juego, un juego! ¡Un juego diplomático! Además, no lo olviden, los franceses tienen mucho miedo a Hitler. Por esto son tan neutrales...

Rodríguez calla torpemente. Se da cuenta de que no ha ido por donde debía. Continuar desarrollando esta conversación, tan rica de contenido, es superior a sus fuerzas. Por lo visto, se trata de una figura para cubrir las apariencias. No es él quien mueve los asuntos del POUM en Madrid. El infatigable argentino continúa interrogándole:

—Esto que acaba usted de comunicar, ¿es la opinión de Trotski?

—Sí... Pero en general, he de decirles que no en todo estamos de acuerdo con él. En vano se nos tiene por trotskistas incondicionales. Nosotros tenemos en cuenta su opinión en los problemas internacionales, pero exigimos que él tenga en cuenta la nuestra en las cuestiones españolas. Por esto hemos tenido que mandar de vuelta la misión militar que él envió. Hablando sinceramente —pero esto, por favor, no lo publiquen– sin el POUM Trotski no tendría ninguna cuarta internacional. El hecho es que fuera de nosotros no cuenta con nadie.

—¿Y cuántos miembros del POUM hay ahora en Madrid?

—En otoño llegábamos al millar y medio. Ahora, naturalmente, somos menos. No olvide que se está procediendo a la evacuación.

Rodríguez se compromete a preparar para la próxima visita de los sudamericanos una colección completa de las publicaciones del POUM. Sigue mostrándose amable, pero su rostro se ensombrece evidentemente cuando Miguel, después de consultar su libro de notas y de citar los nombres de Florencio López, Mariano Salas y Fernando Salvadores, pregunta si esos personajes siguen formando parte de la dirección del POUM.

—Sí, forman parte. Mejor dicho, formaban parte. ¿Por qué?

—Por nada. Para precisar.

Esta última pregunta recarga pesadamente la atmósfera. Rodríguez se despide con expresión hostil, desconcertado.

Al salir a la calle, Miguel y Quesada examinan allí mismo periódicos madrileños del 17 de diciembre de 1935, obtenidos de antemano. Así es, en efecto. Es un hecho. Florencio López, Mariano Salas y Fernando Salvadores fueron los principales autores del robo con fractura de millón y medio de pesetas destinadas al pago de salarios para los obreros de las empresas comunales madrileñas. En los periódicos se insertan las declaraciones que hicieron al ser detenidos y fotografías tomadas junto a una mesa, ante un gran montón de billetes de banco.

El POUM requisó numerosas viviendas ricas y hotelitos abandonados, con preferencia los que tenían buenas cavas, eligió los mejores automóviles, tomó bajo su control político teatros, establecimientos de diversión, empresas gastronómicas y papelerías. En torno a la organización, se ha agrupado un buen número de individuos expulsados de diferentes partidos por corrupción, estafa y robo.

Se proveyeron también de tropas propias. En Barcelona y en Lérida era muy frecuente encontrar automóviles con jóvenes amenazadoramente hoscos y señoritas cubiertas de pies a cabeza con correajes, revólveres y distintivos.

Los poumistas fueron ampliando su economía. En las páginas de su periódico comenzaron a aparecer rebuscadas resoluciones firmadas de manera sospechosa por «Los campesinos marxistas del distrito de Barbastro».

En general se podía vivir.

Pero luego las cosas tomaron mal cariz. Tres jefes que encabezaban a tres columnas poumistas convirtieron en regla de conducta partir del frente con sus unidades en el momento mismo en que era necesario pelear. Un destacamento de ochocientos hombres del POUM abandonó antes del mismísimo combate una posición clave en el frente de Aragón.

El pequeño destacamento que lleva el nombre de Táhlmann se vio obligado a ocupar precipitadamente el lugar abandonado por los desertores, y al rechazar el ataque del enemigo, perdió la mitad de sus efectivos.

En otro sector del mismo frente una ofensiva de los republicanos recién empezada fracasó también por abandono de las unidades del POUM.

En el frente del centro, en el sector de Sigüenza, los poumistas, inesperadamente y a despecho de las protestas de los milicianos, se llevaron de allí a sus unidades. En su lugar se colocó un batallón de ferroviarios, los cuales, parapetados en la catedral, cubrieron heroicamente la retirada en dicho sector.

En su hojita El compañero rojo(editada no se sabe dónde), el POUM asegura que los trotskistas combaten por la república en las filas de la Brigada Internacional. Los jefes de las Brigadas Internacionales XI y XII, Hans y Lukács, niegan categóricamente que en sus unidades haya compañeros de esta clase.

Tales hechos han infundido en los círculos militares una natural desconfianza respecto a todo cuanto sucede bajo signo trotskista. Las unidades poumistas se han disgregado. A sus jefes los han echado del frente. Ello ha coincidido por cierto, con la llegada a Barcelona, en plan conspirativo, de tres sujetos que se denominaban a sí mismos «misión militar» de Trotski en ayuda del POUM. Después de haber pasado una semana en Barcelona, la «misión» se ha retirado silenciosamente de España.

Todo esto aún no sería nada. Todo esto aún podría pasar. En el revuelto entretejido de los acontecimientos, en la tempestuosa situación política española, los poumistas aún podrían mantenerse y nutrirse durante largo tiempo. Quien los ha metido en un mal paso y los ha perdido ha sido su propio jefe al imponerles unas obligaciones que son en verdad inauditas y que no pueden cumplirse de ningún modo. En el país en que el Frente Popular encabeza la lucha armada por la libertad y la independencia, en el país en que el nombre de la Unión Soviética está rodeado literalmente de la veneración y cariño generales, Trotski ha dado a sus partidarios dos directrices: primera, manifestarse contra el Frente Popular, y segunda, manifestarse contra la Unión Soviética.

Desde ese momento, el POUM se ha organizado, al estilo trotskista, en dos filas. En la primera fila, el propio Nin (ex secretario de Trotski, ahora secretario del POUM) y unos cuantos individuos más, intervienen en las reuniones con ataques y provocaciones contra el Frente Popular, con calumnias contra el gobierno de la República, oponiéndose a la transformación de la milicia popular en una fuerza armada regular. En un mitin convocado por los trotskistas en Lérida, Nin, que entonces aún formaba parte del gobierno de Cataluña, se lanzó contra los decretos de dicho gobierno por los que él mismo había votado. Esto acabó mal. Por exigencia de todos los partidos y organizaciones de Cataluña, Nin, por su doble juego, fue excluido de la composición del nuevo gobierno catalán.

El periódico del POUM, La Batalla,ha encontrado un objeto único de su odio y de sus diarios ataques. No se trata del general Franco ni del general Mola ni del fascismo italiano o alemán, sino de la Unión Soviética. Acerca de la Unión Soviética, en La Batallase publican las mentiras más feroces y venenosas. Cada día comunica dicho periódico que en Moscú ha estallado una sublevación, que el Komintern se ha liquidado y que Dimitrov ha sido detenido y desterrado a Siberia, que la prensa soviética se manifiesta contra el Frente Popular, que en Leningrado se pasa hambre... No existe un solo periódico de los facciosos que no haya publicado extractos de La Batalla.



28 de enero


Verdadero bosque embrujado. Sobre todo por la noche. Extraviarse de noche en la Casa de Campo es lo más fácil del mundo. Desde luego, de humanos es el errar. Pero no se recomienda hacerlo en la Casa de Campo en la primavera de 1937. Este bosque —en el pasado, parque de excursiones para los madrileños– está ahora densamente poblado por gentes en alto grado heterogéneas. Caperucita Roja, si se equivoca de sendero, puede encontrarse a los cincuenta pasos con el lobo gris con casco de acero alemán o con un pomposo marroquí, algo remojado, con un hermoso fez y un fusil ametrallador.

Éste es el motivo de que el jefe del sector se fije repetidamente en las siluetas de los árboles y de que una y otra vez compruebe el camino en los recodos. Todas las veredas han perdido su configuración debido a la lluvia, los puntos de referencia han desaparecido entre la niebla, por los escasos disparos, no hay modo de comprender de dónde viene el fuego. Son sobre todo engañosas las balas explosivas de los facciosos: chasquean como si procedieran de nuestra parte. Una de estas traidoras balas mató ayer por la noche, con muerte instantánea, al valiente y simpático capitán Aríza, joven maestro asturiano.

Por fin, se ha instalado en una elevación, entre los árboles, un camión con un altavoz. Lo han colocado de día. Para el amplificador trabaja un motor complementario. La pequeña Gabriela Abad, propagandista del Comisariado de Guerra, es la primera en acercarse al micrófono. Exclama, en medio de la oscuridad:

—¡Soldados que combatís por orden de Franco, Mola y Cabanellas, escuchad, escuchad!

Gabriela habla rápida, precisa y apasionadamente de las mujeres que ayudan a sus maridos a defender Madrid, invita a los soldados engañados a abandonar las trincheras y pasarse al campo del gobierno legal, republicano, a reintegrarse a sus familias, que los están esperando.

Después de ella habla el jefe del sector, un oficial del antiguo ejército. Subraya su fidelidad a la patria y al pueblo, su confianza en la victoria.

Gabriela lee el llamamiento de don Ricardo Belda López, célebre mayor fascista, predilecto de Franco, hecho prisionero en el asalto al cerro de los Ángeles. Belda exhorta a los oficiales y soldados a arrojar las armas y entregarse a los republicanos.

Los oyentes están en las trincheras, a trescientos metros de aquí. Dos veces han disparado con mortero, pero a un lado: el sonido se dispersa mucho. Aguzamos el oído en la oscuridad: ¿no se acercará alguien? Por ahora, nadie... Al tercer día, los evadidos se presentaron durante la misma emisión. Llegaron a tiempo de acercarse al micrófono y decir sus nombres.

—Nosotros ya estamos aquí, fumamos cigarrillos con los republicanos, nos han recibido magníficamente. ¡Venid con nosotros!

Cada vez hay más prisioneros y evadidos. No puede decirse que se pasen en torrente, pero el hecho está ahí: de manera regular, cada día, casi en todos los sectores del frente madrileño, los republicanos capturan a soldados, clases y oficiales del ejército faccioso. Durante el asalto al cerro de los Ángeles, se hizo prisionero casi a todo el batallón, incluido su jefe. Y cada día, cada noche, se levanta ante las trincheras alguien con las manos arriba, con el fusil boca abajo, gritando: «¡No disparéis, me paso a vuestro lado!»

Es espantoso ver cómo se comportan, mejor dicho, como se sienten los prisioneros durante las primeras horas. La espera de la muerte cierra sus consciencias y su psique con un espasmo macizo y tardo. Los párpados se les ponen azulinos, las piernas se les doblan, les tiemblan los brazos y hasta los hombros. Los prisioneros responden como en sueños: «Sí, señor...», «No, señor...» Se les enturbia la vista, a veces hasta les dan náuseas. No es ridículo ni mucho menos. Sienten aún cernida sobre sí la muerte.

Los facciosos no cogen prisioneros. O matan a bayonetazos a los republicanos en las trincheras o los fusilan inmediatamente después del combate. El ejército gubernamental trata humanamente a los prisioneros. Pero no hay que olvidar el momento en que éstos son capturados. El soldado ve frente a sí al enemigo, aunque sea cogido por sorpresa, con las armas en la mano; es un enemigo que se defiende y que aún es peligroso. En pleno combate es más fácil, menos peligroso y hasta más agradable disparar contra un soldado enemigo que desarmarle y llevarlo consigo. Para esto hace falta una enorme presencia de ánimo, aguante, sentido de superioridad frente al enemigo. Incluso si el soldado o el oficial se entregan, incluso si han dado sus armas, son necesarios trabajo y riesgo para sacarlos del combate. Si los prisioneros reciben ayuda a tiempo, pueden cambiar de conducta al instante y matara quienes los escoltan. Está claro que los soldados de escolta tampoco van a andarse con distingos ni están obligados a hacerlo en tales momentos. Todo ello hace que el proceso de coger prisioneros resulte muy impresionante. En el sector de Majadahonda vimos a un grupo de jóvenes combatientes republicanos que por primera vez participaban en el combate, contraatacar y coger a tres facciosos. Estaban tan excitados como sus propios prisioneros.

En el Estado Mayor del batallón o de la brigada, se somete a los prisioneros a un primer interrogatorio. Esto no se hace aún con toda la pericia necesaria. Al soldado enemigo le preguntan largo rato de dónde es, cuándo ha sido movilizado, qué estado de ánimo hay en Marruecos o en Galicia, en vez de enterarse en seguida de dónde tienen los nidos de ametralladoras, cuál es el objetivo militar de la bandera fascista y dónde tiene ésta escondido su puesto de mando. Durante los últimos tiempos, el servicio de exploración de las tropas ha puesto cierto orden en esta tarea. A las unidades se les ha cursado instrucciones acerca de cómo interrogar a los prisioneros. De todos modos, el servicio de exploración y la exploración en combate andan aún muy cojos en el ejército republicano.

Los evadidos se presentan en su mayor parte por la noche, aprovechando la oscuridad. Se pasan de las unidades más diversas, según sea el lugar en que estén situadas, según sean los puntos y senderos por los que pueda huir imperceptiblemente. En un mismo sector se han pasado a los republicanos soldados de distintas unidades que se han relevado en un determinado lugar. También han acudido soldados de las unidades inmediatas al enterarse de que ahí existe un vado. Los últimos soldados que se han pasado cuentan que en algunas posiciones los fascistas han colocado alambre espinoso no con vistas a la defensa, sino especialmente para impedir a sus soldados la evasión al campo republicano. La noticia es muy consoladora, pero necesita confirmación y reiteración.

De creer a los evadidos, los facciosos han llegado al último grado de descomposición y desmoralización, basta empujarlos con el dedo y se entregarán todos como un solo hombre. Pero tales declaraciones han de ser tomadas con espíritu crítico, a veces más aún que respecto a los datos proporcionados por los prisioneros. El que se pasa, lo ve todo de un determinado color, habla sólo de los aspectos débiles del enemigo, sin darse cuenta de sus posibilidades y grado de seguridad o callándolos. A menudo lo hace con la mejor de las intenciones, pero sin reportar mucha utilidad.

Existen, eso sí, excelentes tipos de soldados. En su mayor parte se trata de obreros, revolucionarios consecuentes, que han entrado con toda conciencia en el ejército faccioso con el fin único de llegar por este camino al campo republicano. Así son, por ejemplo, dos que se pasaron ayer. Prepararon con mucho cuidado su evasión y no se presentaron con las manos vacías. Se hicieron con un montón de importantes informes militares, muy exactos y recientes, y trajeron, además, un sistema novísimo de ametralladora antiaérea alemana con todo su utillaje, incluso el trípode, con cápsulas de recambio y munición. Desde luego, a estos muchachos los han premiado generosamente, los han mandado a sus casas, que están en la retaguardia republicana, y les han concedido un mes de permiso.

Los prisioneros, por lo común, dan menos datos, pero en general son bastante veraces. Ello depende de su cargo y graduación. Los sargentos y oficiales dan noticias de mayor amplitud, pero son mucho más reservados. El mayor Belda López, por ejemplo, en el interrogatorio se mostró muy parlanchín. La mejor manera de llegar a conclusiones exactas acerca del enemigo es comparar las declaraciones de varios prisioneros y evadidos interrogados aproximadamente al mismo tiempo, pero por separado. ¿Qué nos dicen tales datos?

El proyecto operativo inmediato de Franco consiste en un nuevo ataque en el frente de Madrid, esta vez en el flanco derecho de los fascistas, para cortar las comunicaciones entre la ciudad y Valencia, aislar de este modo de manera definitiva la capital y obligarla a rendirse por el hambre. El mando de esta nueva operación se confía al teniente coronel Asensio, uno de los ayudantes de más confianza de Franco. Oficiales y soldados ven con muy buenos ojos la dirección del nuevo golpe considerando que, de otro modo, resulta imposible tomar Madrid; así lo ha demostrado la amarga experiencia de los ataques precedentes.


    Ваша оценка произведения:

Популярные книги за неделю