Текст книги "Diario de la Guerra de España"
Автор книги: Михаил Кольцов
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Историческая проза
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El 27 de marzo de 1937, Koltsov le dijo a Dolores Ibárruri que debía regresar a Moscú para informar sobre la situación política y militar en España, pero que confiaba en volver pronto. La necesidad de que Koltsov fuera requerido para acudir a Moscú a informar en persona resta aún mayor credibilidad a la idea de que mantuviera conversaciones telefónicas diarias con Stalin. Cruzó la frontera franco-española el 2 de abril y se quedó en Moscú hasta la tercera semana de mayo. 40De todas formas, que Koltsov era una figura importante lo demuestra el hecho de que la noche del 15 de abril fuera recibido por Stalin. Fue interrogado durante casi dos horas por el mismo dictador junto con Lazar Kaganóvich; el primer ministro soviético, Viacheslav Molótov; el mariscal Voroshílov; y Nikolái Yezhov, sucesor del despiadado Genrikh Grigorevich Yagoda al mando de la NKVD 41Ése era el estrecho círculo en el que se tomaban las decisiones más importantes en lo que respecta a política exterior. Con el frente vasco de la República a punto de caer, el panorama que le tocó describir a Koltsov no era precisamente alegre. Sin embargo, y para sorpresa del propio Koltsov, Stalin pareció darse por satisfecho con el relato y le dijo, en tono de aparente desaliento, que estaba consternado por el creciente número de traidores descubiertos en la URSS y que su único consuelo era la actuación de la misión soviética en España. 42
Esa misma noche, Koltsov le relató a su hermano el extravagante final del encuentro: Stalin se había puesto a hacer el payaso. «Se me plantó delante y, cruzando un brazo sobre el pecho, hizo una reverencia y me preguntó: "¿Cómo lo llaman a usted en España? ¿Miguel?" Le dije: "Miguel, camarada Stalin." "Muy bien, don Miguel. Nosotros, nobles españoles, le estamos muy agradecidos por su interesantísimo informe. Nos veremos pronto, camarada Koltsov. Buena suerte, don Miguel." "Estoy al servicio de la Unión Soviética, camarada Stalin." Cuando ya me dirigía hacia la puerta, me volvió a llamar y mantuvimos una extraña conversación: "¿Tiene usted un revólver, camarada Koltsov?" Desconcertado, repliqué: "Sí, camarada Stalin." "¿No estará usted pensando en suicidarse, verdad?" Más perplejo aún, respondí: "Claro que no. Jamás se me ha ocurrido tal posibilidad." Stalin se limitó a decir: "Estupendo. Estupendo. Gracias otra vez, camarada Koltsov. Nos veremos pronto, don Miguel."» Koltsov le preguntó entonces a su hermano: «¿Sabes qué leí con absoluta certeza en la mirada de Stalin? "¿Qué?" Leí: es demasiado listo.» Al día siguiente, uno de los presentes en el encuentro —probablemente Yezhov– le dijo: «No olvides, Mijaíl, que te apreciamos, te valoramos y confiamos en ti.» Koltsov, sin embargo, no podía dejar de pensar en la desconfianza de Stalin. 43
La tarde del 14 de mayo tuvo lugar otro encuentro, al que también acudió Molótov. 44El 23 de mayo, Koltsov estaba en Francia, de camino hacia España. Entre el 24 de mayo y el 11 de junio pasó dos peligrosas semanas tratando de entrar en el País Vasco e informando sobre la cada vez más desesperada situación en Bilbao. En una nueva muestra del valor y temeridad que lo caracterizaban, voló desde Francia hasta la capital vasca, donde entrevistó al presidente José Antonio Aguirre. 45
Poco después de su regreso a España, Koltsov fue testimonio de las sucesivas y dolorosas caídas no sólo del País Vasco, sino también de Santander y Asturias. Era consciente también de las catastróficas pérdidas que habían supuesto para la República las victorias pírricas de Brúñete y Belchite. A pesar de ello, mantuvo su optimismo y entusiasmo por la República, si bien lo que estaba sucediendo en España y lo que les estaba pasando a sus amigos en Moscú pesaba cada vez más en su mente. El 6 de noviembre de 1937 le ordenaron que volviera y supo de inmediato que la situación había empeorado. 46A su regreso a Rusia, mantuvo breves encuentros con Stalin los días 9 y 14 de noviembre. Es de suponer que no tuvieron mucho tiempo para analizar con detalle la situación en España, pues casi tres semanas después Koltsov escribió para solicitar una entrevista con Stalin durante la cual quería revisar una larga lista de cuestiones relativas a la España republicana. 47La ocupación inmediata de Koltsov consistió en editar sus crónicas de Pravdapara convertirlas en un libro. La primera parte de su diario de la guerra civil española se publicó en Novyi Mir,la muy difundida revista de la Unión de Escritores Soviéticos, entre abril y septiembre de 1938: los artículos, bajo el título genérico de Ispanskii dnevnik,alcanzaron un considerable éxito de crítica. 48
Atemorizado por la situación imperante, Koltsov trató de presentarse a sí mismo como un defensor de la ortodoxia estalinista. Sin embargo, y a pesar de sus crecientes temores, ciertos asuntos sacaban a relucir la valentía que Jo caracterizaba. Cuando Louis Fiseher, quien estaba rompiendo todos los vínculos con la Unión Soviética, visitó Moscú a finales de 1938, ninguno de sus amigos fue a visitarlo. Todos estaban demasiado asustados. Koltsov, sin embargo, asumió el riesgo de presentarse en casa del periodista norteamericano porque ansiaba con desesperación obtener noticias de España. Fiseher dijo lo siguiente: «Koltsov se mostraba muy emotivo en relación con España.» 49Según Boris Efimov, durante las últimas semanas antes de su arresto, Koltsov «trabajó con frenesí, con obsesión, casi sin respiro, como si quisiera huir de sus atormentados pensamientos».
A finales de septiembre de 1938, Koltsov viajó a Praga en calidad de corresponsal de Pravdapara informar sobre la situación checa inmediatamente después del tratado de Munich pero antes de la llegada de las tropas alemanas. Lo que Koltsov interpretaba como la pérdida de la última oportunidad de detener a Hitler, lo deprimió profundamente y fue un amargo revés a su fe antifascista. 50Koltsov temía que aquel fuera el fin del antifascismo y que Stalin buscara a partir de entonces algún tipo de acercamiento hacia Hitler. De hecho, Stalin jamás había compartido el antifascismo a ultranza de viejos bolcheviques como Bujarin o el mismo Koltsov. 51Es fácil, pues, entender la amargura de Koltsov. Su sensación de fracaso inminente contrastaba con su éxito y prestigio público, aparentemente al alza.
Aunque Koltsov siguió manteniendo contactos ocasionales con Stalin, cada vez era mayor la sensación de que algo no iba bien: esa sensación se incrementó cuando Ignacio Hidalgo de Cisneros, jefe de la aviación republicana, acudió a Moscú a negociar con Stalin una partida de suministros bélicos y Koltsov no fue invitado a las reuniones de alto nivel. Ignacio y Koltsov eran amigos y habían colaborado en España. Por tanto, habría sido lógico que Koltsov, como experto en España y en aviación, hubiera estado presente en las negociaciones de la ayuda soviética. El 9 de diciembre, Hidalgo de Cisneros y Koltsov cenaron juntos. Koltsov se alegró mucho cuando Ignacio le contó que el encuentro con Stalin había sido un éxito y que el líder soviético había reaccionado positivamente a la petición española de ayuda. Pero el periodista ruso seguía preocupado por el desaire de Stalin. 52
Sin embargo, y a pesar de los temores de Koltsov, Stalin lo había invitado a su palco del Bolshoi unas cuantas semanas antes y lo había felicitado cordialmente por el diario de España. Fue en ese momento cuando el líder soviético invitó a Koltsov a dar una charla sobre la recién publicada Historia del Partido Bolchevique,que había dirigido el mismo Stalin. Koltsov había aceptado con entusiasmo, con la esperanza de que aquello significara un cambio para mejor. Desde luego, no faltaban los motivos para el optimismo, pues el periódico Pravdapublicó dos días antes de la charla la noticia de que Koltsov había sido nombrado miembro correspondiente de la Academia de las Ciencias, lo cual se consideraba un gran honor. A última hora del 12 de diciembre, un alegre y sonriente Koltsov protagonizó su última aparición pública. Tras dirigirse al entusiasta auditorio que abarrotaba la sede de la Unión de Escritores, regresó a su despacho en Pravdapara trabajar un rato. Poco después de su llegada, lo detuvieron varios agentes de la NKVD. Se registró su apartamento y los agentes se llevaron varios sacos llenos de «sustanciosos escritos» que más tarde fueron quemados. 53
Nunca se han aclarado los verdaderos motivos de la detención de Koltsov. Existen muchas posibilidades, la más verosímil de las cuales tiene que ver, en términos generales, con los servicios prestados en España. Koltsov, como otros muchos oficiales del ejército, pilotos, diplomáticos, policías y periodistas que habían servido en la guerra civil española, era un objeto de sospecha. De todos ellos se suponía que, en cierta manera, se habían contaminado con las ideas trotskistas durante su estancia en España o, peor aún, que habían contaminado a otros con su ideología trotskista. El desencadenante inmediato del arresto fue, casi con total seguridad, una denuncia escrita enviada por André Marty, político francés dirigente del Partido Comunista de ese país y encargado de la organización de las Brigadas Internacionales en España. Marty se saltó los procedimientos habituales de la Komintern y envió la denuncia directamente a Stalin. Las cualidades de Marty —un tipo mediocre, envidioso, servil y cruel– le garantizaban una posición privilegiada en la jerarquía del comunismo mundial. 54La paranoia antitrotskista de Marty y sus sospechas acerca de la creatividad y la vehemente energía de Koltsov eran muy similares a las del mismísimo Stalin. Marty era famoso por sus denuncias de presuntos «trotskistas» en España. Además de su prepotente forma de actuar con los brigadistas internacionales, Marty también envió directamente a Stalin demoledoras acusaciones sobre varios miembros del personal soviético. Hemingway describe, con bastante verosimilitud, una escena en la que Karkov (Koltsov) descubre un estúpido y prepotente error de Marty. Según el relato de Hemingway, Koltsov amenaza a Marty diciéndole: «Pienso averiguar hasta qué punto eres intocable» y Marty lo observa con «una mirada de rabia y aversión en un rostro por lo demás inexpresivo. En su mente sólo había espacio para una idea: que Karkov/Koltsov había hecho algo para perjudicarle. Pues muy bien, ya se podía ir preparando Koltsov, por mucho poder que tuviera». No existen pruebas de que este incidente tuviera realmente lugar, pero resulta interesante destacar que uno de los contactos más útiles de Hemingway era un intérprete de la plantilla de Marty, que le pasaba información acerca de los contactos del francés con los rusos. 55En su carta, Marty denunciaba la injerencia de Koltsov en cuestiones militares y sus contactos con el POUM. Aunque esas acusaciones eran absurdas, se recibieron con gran interés en Moscú. 56
Según el general Dimitri Volkogonov, quien cita una fuerte anónima pero «destacada» de la NKVD, antes de que Marty escribiera su carta alguien ya había denunciado verbalmente los supuestos contactos de Koltsov con los servicios de inteligencia extranjeros, si bien Stalin aún no se había decidido a tomar medidas. Al parecer, fue la entrega de un dossier de denuncias escritas, entre las cuales figuraba la carta de Marty, lo que impulsó al dictador a ordenar finalmente la detención de Koltsov. 57El destino de Koltsov debemos entenderlo en el contexto general del encarcelamiento o ejecución de muchos de los hombres destacados que habían actuado como asesores en España: el general Vladimir Efimovich Gorev, quien ofreció cruciales consejos durante la defensa de Madrid; Vladimir Antónov-Ovséyenko, cónsul en Barcelona; Marcel Rosenberg, embajador en Madrid; o el general Emilio Kléber (Manfred Stern), que estuvo brevemente al mando de las Brigadas Internacionales, por nombrar sólo unos pocos. Todos ellos habían participado en una ejemplar aventura revolucionaria en el marco de la lucha antifascista en España. Probablemente los motivos fueran distintos en cada caso aunque, en lo que respecta a las ejecuciones, Stalin no necesitaba muchos motivos: la experiencia de esos hombres en occidente le bastaba para considerarlos sospechosos. En el caso de Koltsov, sin embargo, existe un motivo más específico: su libro, que había alcanzado una inmensa popularidad, narraba la historia de un país en el que aún prosperaban el idealismo y el fervor revolucionario, lo cual contrastaba abiertamente con una Unión Soviética en la que Stalin estaba aplastando la revolución. 58La situación española había inspirado en los jóvenes soviéticos sueños que reflejaban la antítesis de la política de Stalin... y Koltsov se había convertido en el cronista de esos sueños. Tal y como dijo Louis Fischer: «La causa española despertó un gran entusiasmo en toda Rusia. Muchos comunistas y no comunistas deseaban que los acontecimientos de España insuflaran nueva vida a la llama agonizante de la revolución rusa. Stalin no. Había accedido a vender armas a la República española, pero no para hacer una revolución. Lo que pretendía a corto plazo era apagar la llama con sangre rusa.» 59Sin embargo, tanto Koltsov como otros muchos que fueron a España quizá confiaran en que la victoria en España provocara un cambio en Rusia.
La noticia de la detención de Koltsov corrió como la pólvora. En los círculos intelectuales, la idea de que un hombre como él, en teoría un leal héroe patriótico que difundía las ideas del partido, pudiera tener problemas con las autoridades provocó primero incredulidad y después, pánico. La principal acusación contra Koltsov era que él y Evgeni Gnedin, jefe de prensa del Comisariado para Asuntos Internos, eran los cabecillas de una conspiración antisoviética en la cual estaban implicados intelectuales y diplomáticos. Supuestamente, Koltsov había sido reclutado por los servicios de inteligencia de Estados Unidos, Francia y Alemania. Su relación extramarital con Maria Osten, su amante alemana, se consideraba una prueba. También lo acusaron de ser agente de Trotski y de haber colaborado con el POUM en España. Koltsov fue torturado hasta que finalmente firmó declaraciones en las que admitía haber mantenido contactos con una larga lista de sospechosos, algunos de ellos ya ejecutados por entonces, otros bajo arresto y otros todavía en el ejercicio de altos cargos. También admitió haber sido amigo de Karl Radek; haberse acostado con la esposa de Yezhov, a la cual dijo haber «seducido»; haber sido reclutado por André Malraux para colaborar con el servicio francés de inteligencia; y haber trabajado en España con Aleksandr Orlov, célebre desertor de la NKVD. Esto último no deja de resultar irónico, ya que a Orlov lo habían enviado a España en 1936 como agregado militar: su única función era, al parecer, combatir el trotskismo, tarea que llevó a cabo con la más despiadada eficacia. Koltsov llegó incluso a confesar, por absurdo que parezca, haber mantenido contactos con el POUM. 60
En 1 de febrero de 1940, durante un juicio de apenas veinte minutos, Koltsov se retractó de sus «confesiones» alegando para ello que se las habían arrancando con espantosos métodos de tortura. 61Lo declararon culpable y lo fusilaron esa misma noche o a primera hora del día siguiente. El cuerpo de Koltsov fue incinerado y abandonado en una fosa común de cadáveres no reclamados en el Monasterio de Donskoi, en Moscú. 62No se sabe si le devolvieron las gafas antes de que se enfrentara al pelotón de fusilamiento.
Paul Presión
NOTA DEL EDITOR (1963)
El Diario de la guerra de España, de Mijaíl Koltsov, es un documento escrito día a día por un testigo directo, por un actor apasionado, de quince meses de guerra civil española.
Mijaíl Koltsov fue un periodista excepcional. Nacido en 1898, a los veinte años se enrola en el Ejército Rojo. Desde 1920, colabora regularmente enPravda y funda, algo más tarde, el semanarioOgokek. Viaja por Asia, Hungría, Alemania y Yugoslavia, y deja magníficos reportajes de estos viajes. Al estallar la guerra civil, viene a España y en ella permanece desde el 8 de agosto de 1936 hasta el 6 de noviembre de 1937. Después del tratado de Munich, visita Checoslovaquia. Éste será el último viaje fuera de su país. Detenido por la policía soviética, muere en circunstancias desconocidas en 1942. Su memoria ha sido recientemente rehabilitada y sus obras completas publicadas.
El acceso a los textos impresos en vida del autor nos ha sido imposible. ElDiario de la guerra de España es la traducción directa del libro publicado en Moscú en 1957, que recoge también las crónicas publicadas enPravda por Koltsov entre julio y diciembre de 1937.
Testimonio inmediato, elDiario carece de la perspectiva histórica, de la «serenidad» que confiere la recreación metódica. De ahí vienen su espontaneidad, su frescura, la autenticidad del ambiente descrito.
Veraz en la narración, justo en la interpretación de los hechos, Mijaíl Koltsov no ha podido escapar a ciertos determinismos, a «modas» más o menos efímeras que se imponen fuertemente a su personalidad de militante. Cae, en contados momentos de su libro, en lugares comunes de la campaña de deformación de ciertos hechos que alcanzó una extraordinaria virulencia en la época en que Koltsov escribía sus crónicas de España. Nos referimos concretamente a los pasajes en que el autor alude al POUM.
Pero a pesar de ello, hemos preferido dar al lector una edición exenta de comentarios aclaratorios sobre puntos de historia. Las notas del traductor se limitan a extremos de carácter lingüístico o cultural relacionados con la vida rusa y están encaminadas a facilitar la comprensión de algunas palabras o giros de lenguaje.
El innegable valor histórico y literario del texto publicado hoy en la. colecciónEspaña contemporánea, justifica plenamente este punto de vista. ElDiario, tal como se halla presentado por la edición rusa de 1957, es inestimable, por su gran riqueza informativa, para el estudio de la guerra civil española; constituye, además, un documento revelador del clima espiritual que animó a gran número de hombres durante el sangriento conflicto español, clima que había de influir considerablemente en la vida política europea de la época, y cuyos ecos —amortiguados—perduran todavía en nuestros días.
En la selección de los documentos fotográficos que ilustran esta edición delDiario, ha prevalecido el criterio de tener en cuenta a un tiempo los hechos narrados y las reacciones emotivas del autor. Expresamos aquí nuestra gratitud a las personas que nos han comunicado generosamente gran parte de estas ilustraciones.
Ruedo Ibérico
DIARIO DE LA GUERRA DE ESPAÑA
LIBRO PRIMERO
3 de agosto de 1936
Los manifestantes avanzaban risueños, endomingados con sus ropas de verano, casi todos vestidos de blanco. Seis esbeltas muchachas, tostadas por el sol, han acudido con cortas túnicas de deporte —por lo visto, llegaban directamente del estadio—. Iban cogidas de la mano y gritaban, silabeando: «¡Fue-ra Fran-co! iFue-ra Fran-co!»
El mitin de la plaza Roja ha empezado a las cinco de la tarde. Mucho calor y apretujada muchedumbre. He llegado tarde y no me ha sido posible acercarme a la tribuna, pero se oían perfectamente los altavoces. El orador exhortaba a los pueblos de la Unión Soviética a prestar ayuda material a los combatientes de España. Antes ya de este llamamiento, desde hacía varios días, en muchas fábricas se venían haciendo colectas para España.
Al terminar, el orador ha dicho:
—Los trabajadores de la Unión Soviética, millones de obreros, unidos en sindicatos profesionales, forjadores de la sociedad socialista, manifiestan su fraternal solidaridad con el pueblo español, que defiende heroicamente las conquistas democráticas contra las enfurecidas bandas del fascismo.
La manifestación no había sido preparada, tan sólo hoy por la mañana se ha decidido llevarla a cabo. ¡Y cuántos carteles, inscripciones y enormes caricaturas de los facciosos españoles se han logrado hacer en pocas horas! Franco está representado con una larga barba blanca y uniforme de general ruso; a su lado lleva a unos curas-jesuitas y a un fascista italiano, cuyas fauces se abren y castañetean.
A los oyentes les alarma que aviones y cañones alemanes sean enviados a los facciosos. Obreros de una fábrica de chocolate que estaban a mi lado, se preguntaban: ¿no será esto el comienzo de la guerra mundial?
La obrera Bistrova ha dicho desde la tribuna:
—Nuestros corazones están con aquellos que ahora ofrendan sus vidas en los montes y en las calles de España defendiendo la libertad de su pueblo. Enviamos nuestro fraternal mensaje de solidaridad, nuestro saludo proletario a los obreros y obreras españoles, a las mujeres y madres españolas, a todo el pueblo español. Declaramos: recordad que no estáis solos, nosotros estamos a vuestro lado.
Después del mitin, las ciento cincuenta mil personas se han dispuesto a tomar algún refresco. En dos kilómetros a la redonda han quedado invadidos todos los cafés, todos los quioscos con gaseosas y helados. Hasta en la plaza de Pushkin había que pasarse largo rato esperando una limonada.
Estos días, todo el mundo empieza la lectura de los periódicos por las noticias de España. Mas los telegramas no permiten comprender nada. Desde Londres transmite la agencia TASS que las tropas gubernamentales han ocupado cierto Sástago, en el norte del país. En Sevilla, los obreros han volado un puente. En medio del estrecho de Gibraltar se encuentra un gran navio italiano ocupado, dicen, en la reparación de un cable. ¿Qué población será Sástago? ¿Tendrá importancia? ¿Quién domina en Sevilla, los fascistas o los obreros? Los facciosos se han plantado a cincuenta kilómetros de Madrid, ¿dónde está el gobierno de la República?
5 de agosto
En la fábrica Stalin, el cerrajero IClevechko ha dicho:
—En los años de la guerra civil, cuando nosotros, proletarios rusos, rechazábamos las avalanchas de los guardias blancos y de los intervencionistas, nos ayudaron los proletarios de Occidente. Nuestro deber sagrado es, ahora, ayudar moral y materialmente a los hermanos españoles, que defienden heroicamente su libertad. Propongo que se nos descuente de nuestro salario mensual un medio por ciento en beneficio del pueblo español y que se mande un caluroso saludo, en nuestro nombre, a quienes ahora, con las armas en la mano, están luchando contra el fascismo.
En seis días, las colectas de los obreros para ayudar a los combatientes españoles de la República han alcanzado la suma de doce millones ciento cuarenta y cinco mil rublos. En nombre del Comité Central de los Sindicatos Profesionales de la Unión Soviética, Shvernik ha girado esta suma en francos, es decir: treinta y seis millones cuatrocientos treinta y cinco mil francos, a nombre del presidente del Consejo de Ministros de España, Giral, a disposición del gobierno español.
6 de agosto
Junto al aeródromo, en la carretera de Leningrado, segaban la alta hierba, que empezaba ya a ponerse amarilla debido al mucho calor.
El tiempo era nuboso, pero seco. En Rzhev, los espléndidos campos koljosianos de lino luchaban con los ardores del sol. En Veliki Luki, en la blanca casita del aeródromo, nos han servido leche tibia recién ordeñada, maciza mantequilla dorada y pan de centeno, con la corteza color de oro. He recogido unas florecillas silvestres junto al avión. Tenían sed. Casi sobre la misma raya de la frontera nos ha alcanzado la tormenta, la azulina masa de nubes, la torcida red de generosa lluvia, tanto tiempo esperada.
8 de agosto
El avión ha rozado la tierra, ha dado un leve saltito y ha rodado por la verde pradera levemente rugosa. Unos hombres han corrido a nuestro encuentro agitando las manos en señal de bienvenida. Una calina pesada y densa nos ha quemado los ojos y nos ha apretado la garganta.
Aquí, en el campo, son vecinas —y, de hecho, se han mezclado– la aviación militar y la civil, la española y la extranjera. Directamente desde el aparato nos han conducido al pabellón del jefe de las fuerzas aéreas militares de Cataluña. En el elegante pabellón, entre empujones y barullo, descansan los aviadores sobre amplios divanes; las mesas están cubiertas de mapas, de aparatos fotográficos, de armas; un ordenanza sirve sin cesar bebidas y café. Frente a la puerta misma del jefe, el coronel Sandino, se halla el mostrador de un bar improvisado donde, sentados en altos taburetes, con los vasos en las manos, vocean pilotos y mecánicos.
El propio coronel Felipe Sandino, ministro de la Guerra de Cataluña y jefe de aviación, hombre de pequeña estatura y cabello gris, con mono azul y las mangas recogidas, no permanece sentado en su gabinete, sino que recorre, bastante presuroso, todo el pabellón, habla ora con un grupo de personas, ora con otro; intenta concentrarse, examinar el mapa que le presentan, pero en seguida le distraen con otra conversación y se dirige a otra persona. Hemos convenido en hablar mañana.
Salgo en coche del Prat, donde se halla el aeródromo, a diez kilómetros de Barcelona. A la salida del Prat, sobre la carretera, una enorme tela con la inscripción: Visca Sandino!(en catalán: ¡Viva Sandino!) En la carretera, cada vez son más frecuentes las barricadas, levantadas con pacas de algodón, piedras y sacos terreros. En las barricadas, banderas rojas y rojinegras; a su alrededor, hombres armados que se cubren la cabeza con grandes sombreros de paja terminados en punta, con boinas, con pañuelos, y que van vestidos cada uno a su modo o están medio desnudos. Unos se acercan al chófer y piden la documentación, otros se limitan a saludar y a agitar los fusiles. En algunas barricadas comen; las mujeres han traído la comida, han colocado los platos sobre piedras; los pequeñuelos, entre cucharada y cucharada de sopa, se suben a las troneras, juegan con cartuchos y con bayonetas.
Cuando estamos más cerca de la ciudad, al alcanzar las primeras calles de los suburbios, entramos en el torrente de la abrasadora lava humana, en la inaudita efervescencia de la enorme ciudad que vive días de arrebatado entusiasmo, de felicidad y exaltación.
¿Ha habido nunca una Barcelona igual, tan llena de frenesí, como la que está festejando ahora su victoria? Barcelona es la Nueva York española, la ciudad más hermosa y engalanada del Mediterráneo, con deslumbrantes bulevares de palmeras, gigantescas avenidas y paseos de mar, con villas fantásticas, que rememoran el lujo de los palacios bizantinos y turcos en el Bosforo. Interminables barrios fabriles, enormes naves de los astilleros, de los talleres mecánicos, de fundición, eléctricos, de la construcción de automóviles; fábricas textiles, de calzado, de confección; imprentas, depósitos de tranvías, garajes gigantescos. Rascacielos de bancos, teatros, cabarets, parques de recreo. Negros tugurios espantosos, donde anida el hampa, siniestro «barrio chino» —estrechas hendeduras entre pared y pared, en el centro mismo de la ciudad, más sucias y peligrosas que las cloacas portuarias de Marsella y Estambul—. Todo, ahora, se halla inundado, invadido, absorbido por una densa y agitada masa humana, todo se encuentra ahora sacudido, vertido al exterior, llevado hasta el punto máximo de tensión y efervescencia. Contagiado cada vez más por esta emoción decantada en el aire, percibiendo los fuertes latidos de mi propio corazón, avanzando con dificultad entre la compacta muchedumbre, entre jóvenes con fusiles, mujeres con flores en los cabellos y sables desenvainados en las manos, viejos con cintas revolucionarias cruzadas en el pecho, entre retratos de Bakunin, de Lenin y de Jaurés, entre canciones, orquestas y gritos de los vendedores de periódicos, pasando junto a una reyerta con tiroteo a la entrada de un cine, junto a mítines en plena calle y un solemne desfile de la milicia obrera, junto a las ruinas carbonizadas de las iglesias, ante chillones carteles en la mezclada luz de los anuncios luminosos, de la enorme luna y de los faros de automóvil, tropezando a veces con el público de los cafés, cuyas mesitas, después de haber ocupado toda la anchura de la acera, salen hasta los adoquines, he llegado, por fin, al hotel Oriente, en la Rambla de las Flores.
En el vestíbulo, al lado del portero con levita de galones dorados, monta la guardia un destacamento armado. Es la guardia del sindicato que ha requisado el hotel. De todos modos, no controla a nadie, se limita a saludar a todo el mundo con el puño en alto. Hay muchas habitaciones vacías; el portero ha explicado que los extranjeros y los que estaban de viaje en Barcelona, en su mayoría abandonan la ciudad. La cena ha sido servida con el ceremonial de los hoteles lujosos, pero en torno a una mesa vecina alborotaban, sin sentirse cohibidos en lo más mínimo, un grupo de jóvenes obreros. Una numerosa familia inglesa: el papá, con pechera almidonada, la mamá con un collar de brillantes, y tres hijas, las tres con iguales mandíbulas salientes, observaban con mudo horror cómo los jóvenes se arrojaban bolitas de pan. Un francés enorme, operador cinematográfico, se estaba emborrachando a toda prisa, el rostro encarnado se le había vuelto azulino. En un ángulo, erguido tras una mesita, se hallaba sentado un viejecito solitario que se sonreía con vaga sonrisa cortés. Ha pedido una botella de Viehy catalán para acompañar la cena y se ha quedado contemplando cómo desde la superficie del agua vuelan al aire burbujitas de gas. Terminada la cena, se me ha acercado con la misma vaga sonrisa y ha inclinado su blanca cabeza cuidadosamente peinada con raya en medio.
—Julio Jiménez Orgue. Y en ruso, Vladimir Konstantínovich Glinoiedski. Aún no había tenido el honor de presentarme a usted.
El balcón del cuarto da a las Ramblas. Esto es lo mismo que vivir en la calle. Después de escribir unas notas, me acuesto, apago la luz. En el amplio marco de las enormes puertas abiertas, esperando el aire fresco de la madrugada, se va fundiendo, fosforescente, el elemento revolucionario humano. La muchedumbre no se marcha, permanece en la calle días enteros escuchando los altavoces y discutiendo. De vez en cuando, cantan a coro acompañados de acordeón o disparan. A las tres de la madrugada aún pasa un desfile con orquesta, pero no hay fuerzas ya para levantarse, ni siquiera para mover una mano o un pie.