Текст книги "Diario de la Guerra de España"
Автор книги: Михаил Кольцов
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Историческая проза
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... ¿Hace falta explicar la posición de los escritores soviéticos, así como la de todo nuestro pueblo, respecto a la lucha en España? Con orgullo para nuestro país, nosotros, escritores soviéticos, repetimos las palabras de Stalin: «La liberación de España de la opresión de los reaccionarios fascistas no es una causa particular de los españoles, sino la causa de toda la humanidad avanzada y progresiva.»
Nos enorgullecemos de estas palabras no sólo porque han sido, por sí mismas, el llamamiento de máxima autoridad dirigido a cuanto hay de honrado en el mundo para que se apoye al pueblo español, sino, además, porque cuando nuestro pueblo habla, no se limita a las palabras, sino que pasa a los hechos. Lo sabe nuestro país y lo sabe España.
El carácter antifascista de nuestro Congreso y la condición de quienes participan en él, nos exime de hablar a sus delegados sobre la necesidad de luchar contra el fascismo. Pero esta lucha, la defensa misma de la cultura frente a su más feroz enemigo, no se lleva a cabo aún con suficiente energía. Nuestra Asociación todavía no ha convencido a círculos suficientemente extensos de escritores, no les ha hecho ver cuán amplios son nuestra base y nuestro programa, cuán firme es nuestra decisión y nuestra energía en la lucha por la defensa de la cultura. El ataque ha sido siempre el mejor medio de defensa. La guerra civil en Rusia y la victoria de los pueblos de nuestro país, la dictadura del fascismo en Alemania e Italia, la guerra civil en España han convertido a los escritores de dichos países en luchadores y compañeros de sus pueblos en la lucha por sus libertades y su cultura. Escritores de Francia, de Inglaterra, de América del Norte y del Sur, de Escandinavia y de Checoslovaquia, miembros de nuestro congreso, preguntad a vuestros colegas y compañeros de oficio: ¿qué esperan? ¿Que el enemigo los agarre por el cuello y que en sus países ocurra lo que aquí, cuando los aparatos de bombardeo alemanes y la artillería italiana destruyen el hermoso, limpio y alegre Madrid? ¿Esperan que el enemigo obre del mismo modo contra Londres, contra Estocolmo y Praga?
Nunca olvidaré los terribles días de noviembre aquí, en Madrid, cuando escritores, artistas, sabios, y entre ellos viejos y enfermos, con sus hijos, abandonaban sus casas, sus estudios y laboratorios, se iban en camiones con tal de no caer en manos del enemigo, con tal de no entregarse a la represión de Hitler, Mussolini y Franco. Entonces, los milicianos del Quinto Regimiento, los combatientes del Ejército Popular —algunos de ellos campesinos que apenas sabían leer y escribir– con muchas atenciones y cariño los llevaron lejos del peligro como lo más valioso del país, como su reserva de oro.
Madrid se defiende contra la fiera fascista. Esta maravillosa ciudad está ensangrentada, torturada, pero está libre y hasta nos ofrece a nosotros, escritores de todo el mundo, su noble y modesta hospitalidad.
Mas, el peligro para Madrid aún no ha pasado. La mitad de España se ve hollada por las botas de los invasores fascistas. Éstos procuran ir más allá, e irán si no se les detiene. La inacción criminal y la denominada no intervención seguirán estimulando su bestial insolencia. En Hendaya, junto a la frontera española, he visto señales fronterizas de la República francesa arañadas por las balas de ametralladoras alemanas. El fascismo agarra al mundo por el cuello. Se acercan horas históricas decisivas.
¡Escritores e intelectuales honrados de todo el mundo! ¡Ocupad vuestros sitios, tocad a rebato, no escondáis vuestros rostros, decid «sí» o «no», «pro» o «contra»! ¡No os zafaréis de la respuesta! ¡Contestad, pues, cuanto antes!
Y a ti, noble y enternecedor pueblo español, ensangrentado caballero de la triste figura, a ti consagramos nuestros pensamientos y nuestras fuerzas. Estaremos a tu lado; lo mismo que tú, creemos que tu espalda, erguida ya una vez, nunca más volverá a inclinarse ante los opresores, nunca más dejarás que se apague la luz de tu libertad. En el escudo de don Quijote, Cervantes escribió: Post tenebras spero lucem!,«¡Después de las tinieblas, espero la luz!»
8 de julio
Por la mañana han hablado Egon Erwin Kish, María Osten, Sigward Lund, Agnia Barto, Denis Marión.
Estos últimos días, Bergamín ha tenido entre manos, sin darle descanso, el nuevo libro de André Gide. Luego ha cambiado impresiones con los españoles y con los sudamericanos. Al final de la sesión de esta mañana, ha pedido la palabra. Ha dicho:
«Hablo en nombre de toda la delegación española. También hablo en nombre de la delegación de América del Sur, en nombre de escritores que escriben en lengua española. Creo que hablo también en nombre de todos los escritores de España. Aquí, en Madrid, he leído el nuevo libro de André Gide sobre la URSS. Este libro, de por sí, es insignificante. Pero el hecho de que haya aparecido en los días en que los fascistas disparan sobre Madrid, le confiere, para nosotros, un significado trágico. Todos nosotros somos partidarios de la libertad de pensamiento y de crítica. Por esto luchamos. Pero el libro de André Gide no puede ser calificado como libro de crítica libre y honrada. Es un ataque injusto e indigno contra la Unión Soviética y contra los escritores soviéticos. No es una crítica, es una calumnia. Nuestros días han mostrado un gran valor: la solidaridad de las personas, la solidaridad del pueblo. Dos pueblos se hallan unidos por la solidaridad en días de durísima prueba: el pueblo ruso y el pueblo español. Pasemos en silencio ante la indigna conducta del autor de este libro. ¡Que el profundo y desdeñoso silencio de Madrid lleguen hasta André Gide y sea para él una viva lección!»
Con esto se han terminado las sesiones madrileñas del Congreso de escritores.
LIBRO CUARTO
De las crónicas publicadas en Pravdade julio a noviembre de 1937.
Desde hace veinte días se libran sin interrupción sobre Madrid y sus alrededores encarnizados combates aéreos. Los enormes recursos en aviación de los invasores fascistas se completan constantemente. Para el ejército alemán, no constituye ningún problema enviar aparatos de bombardeo al teatro español de las acciones militares. Como ha declarado un aviador alemán prisionero, vuelan directamente al territorio de Franco por encima del territorio francés.
Defendiendo a Madrid contra las hordas de los bandidos del aire, los aviadores republicanos combaten sin regatear sus fuerzas ni sus vidas. Esta noche, un caza republicano, por primera vez en plena noche, ha atacado y ha derribado en el sector de El Escorial a un Junker trimotor fascista. El aparato de bombardeo, envuelto en llamas que ardían en medio de las tinieblas de la noche, ha caído al suelo en el dispositivo de los republicanos. Hoy, por la mañana, se han encontrado sus restos y tres cadáveres de aviadores alemanes. El heroico aviador, Carlos Castejón, ha sido ascendido a capitán por su hazaña.
Esta mañana, la artillería antiaérea ha derribado cerca de Villanueva de la Cañada otro Junker. Su tripulación también ha perecido.
Los fascistas han respondido con un nuevo y feroz bombardeo de las aldeas de Cañada y Quijorna, en el que han participado cuarenta aparatos de bombardeo y cuarenta cazas. En un nuevo combate aéreo, los republicanos han derribado dos Fiats. En otro encuentro, un aparato de bombardeo ligero republicano ha logrado incendiar y derribar a un caza.
En la segunda mitad del día, los fascistas, después de un intervalo, han reanudado su bombardeo sobre Madrid con artillería pesada. Esta vez han elegido como blanco el barrio obrero de Cuatro Caminos. Ahí no hay absolutamente ningún objetivo militar, pero sí hay mucha carne para los cañones, mucha gente pobre, en su mayor parte viejos, mujeres y niños, que viven apretados en lamentables y frágiles casitas. Ahora, sobre Cuatro Caminos se elevan columnas de humo. Los obuses estallan sin interrupción. Las ambulancias se llevan de las estrechas calles cuerpos ensangrentados, muertos y medio vivos.
3 de agosto
En el frente de Madrid hay relativa calma. En cambio, los fascistas han vuelto a dirigir el fuego directamente sobre la ciudad. Hoy, por la noche, su artillería ha disparado como no lo había hecho durante dos meses por lo menos. Desde la medianoche hasta las dos y media de la madrugada he contado más de doscientas cincuenta explosiones, esta vez en el centro de la ciudad. Muchas veces los disparos de la artillería se hacían simultáneamente; el número de obuses dirigidos a la ciudad puede ser fijado en cuatrocientos. Nunca los artilleros habían tenido ante sí un blanco tan enorme y favorable como en España en el año 1937. Disparen como disparen, siempre dan en alguna casa... Un obús ha estallado muy cerca de la nuestra, varias ventanas han salido volando; por la mañana, las imperturbables mujeres de la limpieza madrileñas han recogido los cascotes del estucado poco firme.
En los hospitales y depósitos de cadáveres de Madrid, hay un nuevo centenar de heridos y muertos. Víctimas inocentes, han dado su sangre y su vida sólo porque se han atrevido a vivir y respirar en el Madrid republicano antifascista. Hay también algunos que se han salvado por milagro. He hablado con la numerosa familia de un conductor de tranvías la cual ha quedado cubierta, mientras dormía, por los ladrillos que caían desde arriba. En los tres pisos superiores, estalló un obús de cañón de ciento setenta y cinco milímetros. Cuando los miembros de esta familia, compuesta de nueve personas, han salido de los escombros, se ha visto que todos habían quedado vivos e ilesos, incluso un niño de pecho.
En una de las calles centrales, cinco explosiones han desfigurado un gran edificio cubierto de banderas inglesas. ¡Qué incorrectos, esos obuses!
12 de agosto
No hace mucho vieron la película Golpe por golpe—maniobras en Bielorrusia– y cambiaron impresiones muy tumultuosamente.
—¡No te digo nada!
—¡Allí deberíamos de ir nosotros, donde los tanquistas soviéticos, a ver y aprender!
—¡Y qué terreno!
Explican filosóficamente y con sentido del humor:
—Se diga lo que se quiera, pero nosotros, tanquistas españoles, luchamos en condiciones difíciles. Aquí todo es antitanque. El terreno, el clima, los cañones y la gente.
Es difícil discutírselo. Seguramente no se encontraría en ninguna parte un relieve tan poco propicio para la actuación de los tanques. Bien estaría que se tratase de auténticas montañas, en este caso no habría de qué hablar. El tanque no está obligado a subir por una pared y basta. Pero aquí, sobre todo en el frente del centro, el terreno es rocoso —ondulado—, boscoso y demás. Se encuentra un valle de medio kilómetro; luego, el valle se estrecha formando un desfiladero como una rendija; después, se abre un campo dilatado, llano, pero entrar en ese campo tampoco es cosa fácil: hay que dar vueltas por las laderas y descensos a la vista del enemigo. Luego se presenta en seguida otra pendiente que ni siquiera es muy alta, pero sí terriblemente empinada. Mientras la doblas, ofreces al enemigo toda la barriga del tanque. No hay que abrir muchos fosos antitanque. La naturaleza los ha excavado con gran abundancia, como no habría podido hacerlo ninguna unidad de zapadores. El conductor ha de hacer gala de un extraordinario arte y aun de mayor paciencia.
El clima de España es de lo más antitanque. De esto se ha escrito mucho en la prensa europea y distinguidos especialistas militares presagiaban que desde comienzos del verano a este lado de los Pirineos se interrumpirían por completo las acciones de los tanques. Se aducía como ejemplo Abisinia, donde con la llegada del calor, los tanques dejaron de funcionar: no lo resistían ni las personas ni las máquinas. Aquí resisten personas y máquinas. ¡Pero lo que ello cuesta! La temperatura en el tanque, cuando está en marcha, se eleva hasta los sesenta y cinco grados; la del aceite, ¡hasta los ciento cinco! Ya pesar de todo, el mecanismo trabaja sin fallos y los hombres en las máquinas atacan las líneas fascistas, las rompen, llegan hasta las posiciones de fuego y las liquidan. Y téngase en cuenta que la simple conducción del tanque, la simple permanencia en ese sofocante aire metálico, candente, es ya un acto digno de admiración.
Mi interlocutor cuenta:
—Hablando con sinceridad, una vez, de todos modos, no lo soportamos. Sentimos que, un poco más y nos desmayamos, pues, la verdad, no se podía respirar. Lo experimentamos todos, pero individualmente. Y para que lo sintiéramos a la vez, hacía falta que lo dijera el comandante. Y he aquí que, después de haber disparado una dotación de municiones, el jefe dice: «Vamonos a repostar de aire.» Nos apartamos unos ochocientos metros, bajo un olivo, salimos del tanque y venga a respirar. ¡Pero cómo respirábamos! En mi vida había respirado de aquel modo. Respirábamos, en verdad espléndidamente. Cerca de nosotros, a muy poca distancia, cayeron dos obuses, pero ello no influyó para nada en nuestra respiración. Luego, de vuelta, ocupamos nuestro lugar y volvimos al combate. Claro, perdimos en aquello dieciocho minutos, pero, se lo aseguro, el resultado fue de todos modos muy útil...
La artillería antitanque no constituye, desde luego, en lo más mínimo, una peculiaridad española. Pero es, precisamente, en la campaña española donde este tipo de arma ha aparecido por primera vez. Pequeños cañones casi del todo imperceptibles para la aviación y las tropas de tierra, transportables con mucha facilidad hasta las líneas más avanzadas, saben clavar sus aguijones dolorosamente. Ponerse al abrigo de esta artillería es difícil, sobre todo en las condiciones que ofrece el relieve español. Uno de los recursos de lucha más eficientes contra el cañón antitanque, según ha demostrado la experiencia de combate, es que una máquina atraiga sobre sí el fuego de los cañones y los otros dos tanques, con ayuda de la infantería o sin ella, tomen como en tenaza, desde dos partes, los cañones antitanques, disparen contra ellos y los aniquilen.
En el transcurso de algunos meses, los tanquistas republicanos de España han experimentado sobre sí toda la suma de los recursos de fuego antitanque de que dispone hoy la técnica militar.
—¿Y qué efecto les producen los ataques de la aviación?
—Por suerte, casi no nos producen ningún efecto. Las tres cuartas partes del miedo que provoca a los soldados en el combate, para nosotros no existen. A la aviación no la vemos, y cuando nuestro motor está en marcha, no la oímos. Los cascotes de las bombas no atraviesan nuestro blindaje. La bomba en sí, naturalmente, hace daño, mas para esto primero ha de hacer blanco, lo cual, en toda la guerra, ha sucedido sólo una o dos veces. Con frecuencia nos atacan cazas fascistas. Notas que por la tapa de hierro parece como si cayera granizo. En general, esto resulta perfectamente aceptable...
Durante largo tiempo, los tanquistas, en son de broma, también denominaron antitanque a su propia infantería: no había modo de coordinar la acción con ella. En los ataques, las unidades de infantería a menudo se rezagaban, no era raro que llegaran incluso a perder de vista el tanque. No sabían fortificarse en los lugares donde los tanques habían abierto brecha, no comprendían el sentido de la movilidad y de la capacidad de maniobra de la máquina, y la entendían sólo como batería que iba con ella, con la infantería: a donde iba la máquina, allí debían ir los infantes. Si una sección de tanques o incluso una sola máquina volvía a la retaguardia para repostar gasolina o municiones, se tomaba eso por una retirada, y la infantería marchaba animosa siguiendo al tanque, hacia atrás. El tanque repostaba, y la infantería otra vez le seguía animosa hacia adelante...
Ahora la situación ha cambiado, si no totalmente, por lo menos de manera radical. En los combates y en los ejercicios tácticos, cuando hay un respiro, infantes y tanquistas se han hablado y se han comprendido. Ahora, en las operaciones de tanques, la infantería a menudo va pegada a las máquinas.
Los tanquistas hablan de sus preocupaciones y necesidades medio en broma, como si se tratara de las diversiones más inocentes. En realidad, estos héroes han vivido decenas y centenares de horas de peligro mortal. Después de penetrar en la profundidad del dispositivo fascista, con el riesgo de quedar cercados a cada instante o simplemente de atascarse en algún obstáculo natural, embotellados en su caja metálica, los tanquistas regresan a su punto de partida sanos y salvos (por desgracia no siempre) sólo merced a su valentía sin límites, a su sangre fría y a su ingenio. Hay momentos en cada combate en que al soldado o al jefe no pueden acudirle en ayuda ni las instrucciones ni las indicaciones ni los reglamentos ni las enseñanzas. Son, sólo, el propio arrojo y entendimiento lo único que pueden asegurar el éxito del ataque o sacar al combatiente, a sus camaradas o a la máquina, de un mal paso. Y en estos momentos, se muestra la naturaleza del hombre, su fidelidad a la causa por la que lucha, su educación revolucionaria.
Se han distinguido muy brillantemente los tanquistas republicanos, en un aspecto, al parecer secundario, como es el de sacar y restablecer las máquinas que quedan fuera de combate. Combatientes y jefes valoran y tienen en mucha estima su parte material, sus preciosas máquinas, creadas con tanto trabajo en las condiciones de la guerra y del bloqueo fascista. Si en el campo de batalla se atasca un tanque o queda averiado por el fuego de artillería, los combatientes se esfuerzan por sacarlo, cueste lo que cueste. El enemigo mantiene bajo su puntería, inmediatamente, todo tanque que se para. Por esto el mejor tiempo para sacarlo es, desde luego, el atardecer o la noche. Los tanquistas tienen un grupo permanente de cazadores. Éstos se arrastran imperceptiblemente desde centenares de metros hasta el tanque. Colocan la cadena que ha saltado, reparan, a ser posible sin hacer ruido, la avería del motor, otros en seguida empuñan el cañón o la ametralladora para responder al fuego del enemigo en el momento en que el tanque regresa.
Pero no siempre es posible esperar a que llegue la noche para efectuar esta operación. Y entonces, arriesgándose diez veces más, los tanquistas se arrastran hacia el tanque en pleno día. A veces, después de invertir horas enteras en su lento avance, logran penetrar en la máquina, y entonces el lagarto de acero totalmente muerto por su aspecto, de súbito revive. Los fascistas le acribillan furiosamente, pero el tanque, respondiendo, llega hasta sus líneas para lanzarse de nuevo al ataque, al día siguiente, después de la reparación.
El pueblo español, su ejército, respetan y quieren a sus tanquistas, estiman en mucho su trabajo, atormentadoramente difícil y heroicamente arrojado. Con todo, los tanquistas son más modestos que la modestia. Es probable que la tensión misma, la seriedad y la dureza habitual de la lucha, eche a un lado todo pensamiento de afectación, el griterío y la jactancia. Cuando esos días habituales quedan interrumpidos por raros días de descanso entre las operaciones, los tanquistas se alegran y divierten con modestia y sencillez, como niños.
En un prado, bajo plátanos enormes, ante largas mesas, están cenando parlanchines y alegres. Muchos de los combatientes tienen sus pupilos gorrones. El de uno es un gato, el de otro es un conejo, el de un tercero es un perro de impresionantes dimensiones. La amistad queda consagrada por el peligro. Los cuadrúpedos educados viajan junto con los tanquistas en las máquinas y los acompañan al combate. Después de la cena, se organiza una competición en cantos y danzas. Las donosas cancioncitas madrileñas alternan con el impetuoso bolero andaluz y con la vigorosa y rauda jota aragonesa. En esta armonía animosa e indestructible de las audaces voces juveniles, se percibe la condena indiscutible, irrevocable y aniquiladora del enemigo, que no podrá escapar a su perdición, más tarde o más temprano.
19 de agosto
Se ha dado un nuevo e importante paso en el camino de la unión de la clase obrera y de todos los trabajadores de España. Se ha firmado y publicado un importantísimo documento político: el programa de acción conjunta entre los partidos Socialista y Comunista. El documento ha sido elaborado por el comité nacional de enlace entre ambos partidos.
El primer punto del programa común reclama que se intensifique la capacidad combativa del Ejército Popular republicano, que se establezca una disciplina de hierro, que se efectúe una enérgica limpieza en el ejército y se expulse a los elementos hostiles, que se ayude práctica y moralmente a los comisarios de guerra, que se organice la instrucción militar de los jóvenes antes de que entren en quintas y que se creen potentes reservas de tropas.
En los siguientes puntos, el programa exige la nacionalización de la industria de guerra, que se ponga orden en el transporte automóvil y ferroviario, que se creen unidades de zapadores y antiaéreas modelo en el frente y en la retaguardia.
El sexto punto señala la necesidad de luchar ahora mismo, durante la guerra, por el mejoramiento de las condiciones del trabajo y de la existencia del proletariado urbano y rural.
Respecto a los campesinos, el programa preconiza la observación de los derechos tanto de los labradores individuales como de las colectividades agrícolas, teniendo en cuenta que la elección del sistema de trabajo ha de ser por entero voluntaria.
El programa exige que se luche con toda decisión para sanear la retaguardia republicana limpiándola de espías, provocadores, saboteadores y enemigos del pueblo.
Varios puntos del programa están consagrados a la consolidación del Frente Popular y a la unidad de las organizaciones sindicales y juveniles.
En el punto dedicado a la unidad internacional, los dos partidos declaran que lucharán por la acción conjunta con el fin de que, en último término, dicha lucha conduzca a la unificación de las Internacionales, lo cual constituye la más sólida garantía de la paz y de las conquistas revolucionarias de los trabajadores.
El punto decimosexto del programa conjunto indica que los pueblos de la Unión Soviética prestan ayuda al movimiento obrero internacional, en particular a España. La política de paz de la URSS, dirigida al bien de toda la humanidad, le ha conquistado el cariño de todos los auténticos españoles que ven en la Unión Soviética al luchador más fiel contra el fascismo internacional y por la democracia, por la libertad de todos los pueblos. De ahí que los partidos Socialista y Comunista de España consideren que la defensa de la Unión Soviética, del país del socialismo, es un deber sacrosanto no ya de socialistas y comunistas, sino de todos los antifascistas honrados. Ambos partidos lucharán con toda energía contra los enemigos de la URSS, los desenmascararán públicamente y obstaculizarán sus viles campañas antisoviéticas, francas o encubiertas.
Las fracciones parlamentarias, sindicales y demás, de ambos partidos, los comités provinciales deberán actuar, desde ahora, de común acuerdo al dar vida al nuevo programa.
El comité de enlace prosigue con actividad su trabajo y ha tomado ya medidas prácticas para cumplir el programa elaborado.
El nuevo programa será acogido con gran alegría por todos los trabajadores de España. Sólo encontrará la oposición del grupo de Largo Caballero, quien procura con todas sus fuerzas obstaculizar la política de unidad de las masas trabajadoras, y, desde luego, actúa en favor de su enemigo más encarnizado: el fascismo. Pero las maniobras de los caballeristas están condenadas al fracaso desde hace ya mucho tiempo.
Amplios círculos del Partido Socialista español apoyan a su Comité Nacional en su tendencia a unirse con el Partido Comunista.
24 de agosto
Es necesario asaltar y conquistar el sector fortificado de Quinto. Ésta es la misión de combate de la división N. De su cumplimiento dependen muchas cosas. Sin dominar Quinto, no es posible acercarse a las proximidades de Zaragoza y batir esta ciudad, que se considera fuera de todo peligro hace ya diez meses de los trece de guerra civil.
Después de un enorme intervalo, se ha alterado la calma en las desérticas extensiones de Aragón. De nuevo resuenan los disparos, otra vez van por los caminos soldados blancos de polvo, con los rostros acarminados por el sol, de nuevo son arrastrados cañones y pasan furgones sanitarios con heridos.
Aquí es difícil combatir. Ásperas elevaciones arenosas, a veces como montañas. En esas elevaciones, la hierba queda requemada, más descolorida que un estropajo. Y eso es todo. Ni un árbol, ni un arbusto, nada que salve del calor. No hay agua. La traen aquí en cisternas, de un riachuelo repulsivo, caliente y turbio, a veinte kilómetros de distancia. La teñimos con vino, pero el vino no puede disimular todos los desagradables resabios, salados y terrosos. ¡Pero al diablo con ellos, con los resabios! Que hubiera por lo menos un sorbo de esta agua cuando todo ha quedado reseco, dentro y fuera, cuando todos los poros del cuerpo están llenos de arena. Esta caliente capa de arena se mete por la nariz, la garganta y las orejas; te frotas los ojos con los dedos sucios, los ojos se irritan, el sol los cauteriza y todo cuanto ves se ofrece con manchas anaranjadas y violáceas.
Todos envidian a la Brigada N: la han mandado de noche a forzar el río Ebro, vadeándolo. ¡De noche, a vado! Esto significa que habrá frescor, que habrá agua, ¡agua hasta el cuello! Se ha aclarado también que los zapadores tienen tiempo de tender un puente. Lo han tendido. Pero ningún infante lo ha utilizado. Por el puente han pasado los cañones y demás impedimenta de guerra. Pero toda la brigada, incluidos sus jefes, ha vadeado el río con gran satisfacción.
Por la noche, de no pasar el río a vado, no se nota alivio. Para dormir es necesario tumbarse en la manta directamente sobre el polvo. El cansancio hace indiferente a todo. Pero cuando llega el sueño, empieza lo más infame. Enormes mosquitos rabiosos pican el cuello, la nariz y los tobillos, donde les parece más sabroso. Envidias a los que están en las tiendas, aunque allí el aire es sofocante, teclean las máquinas de escribir, hay hombres, bañados en sudor, que gritan por el teléfono de campaña.
En esta noche nadie puede dormir. El combate se inicia inmediatamente después de la marcha, las unidades apenas tienen tiempo de situarse en las posiciones de partida. A algunas no les quedan ni una hora o dos para descansar antes del ataque.
Una luna inmensa, irreal, alumbra sobre las pálidas colinas. Las columnas en marcha levantan nubes de polvo que, poco a poco, se mezclan. ¡Qué lugar más apartado, cuánto vacío y silencio en torno! ¿Es posible que no nos encontremos en África, en el Asia central, es posible que estemos en la Europa occidental, a tres horas de vuelo de París?
Amanece antes de la preparación artillera. Quinto se encuentra frente a nosotros mismos a dos kilómetros y medio, en una meseta, como en una escena. En el primer plano, el tercer grupo de fortificaciones: amplios fortines de cemento con dos filas de troneras abiertas en duro asperón. Entre estas filas, un grupo de casas; después, las largas paredes de piedra del cementerio y una iglesia medieval, con un alto campanario. Detrás, en las colinas, aún otras dos hileras de fortificaciones. Todo esto domina una gran llanura, desde la que atacan los republicanos. Todo movimiento, todo mecanismo suelto y cada hombre son perceptibles a simple vista.
Los cañones, desde nuestra espalda, hacen los primeros disparos. Delante empiezan a hervir las columnas de humo, negras y blancas, de las explosiones.
El sol comienza a calentar los montículos. Fatigosa espera. Quinto calla. Aún no ha respondido con un solo disparo.
Por fin, el ruido de los obuses se hace ininterrumpido. Los obuses caen en torno a los fortines, en el cementerio, cerca de la iglesia. Todo el poblado y las fortificaciones quedan envueltos por el humo. Éste es el momento del ataque a las trincheras. Pero ha sucedido una cosa desagradable. La brigada que daba la vuelta por el flanco izquierdo, ha quedado con un batallón prendido en una finca fortificada. Resulta que ahí había un cañón y varias ametralladoras. Ha sido necesario rodear la finca, se ha entablado un fuerte tiroteo. En los muros de piedra de la casa de dos plantas chocan como granizo y rebotan las balas. Llevan a la ciudad a algunos heridos.
Ha transcurrido más de media hora. El humo sobre Quinto se ha desvanecido hace rato. La pausa queda interrumpida por el vuelo de la aviación. Cinco aparatos republicanos de bombardeo, ligeros, descargan sus bombas sobre los fortines. Luego llega desde el suroeste un destacamento de cazas para cubrir la caballería republicana y la columna motorizada que cumplen la otra parte de la operación.
Después del mediodía, se desarrolla un pequeño episodio. Desde la retaguardia avanza por la llanura un camión con un remolque. Sin apresurarse mucho, salta tranquilamente por los terrones y se va aproximando a las líneas avanzadas. Al principio nadie se fija en él. Luego todo el mundo empieza a mirarlo. En el camión, una pieza de artillería; en el remolque, obuses.
Mirando con los gemelos, reconocemos este sorprendente combinado de la batería Táhlmann: un viejo cañón del setenta y cinco del siglo xix tomado del museo —sí, sí, del Museo Histórico militar de Madrid– al principio de la guerra civil. Ahora los republicanos tienen buena artillería, moderna. Pero los jóvenes artilleros franceses no quieren separarse de su viejo. Han pedido conservar el cañón en combate mientras no se venga abajo.
El camión sigue avanzando más y más. Todos esperan, sorprendidos, a ver hasta dónde llegará aún. Los fascistas también esperan —por lo visto, quieren achicharrar a los insolentes de un solo disparo—. Del camión se apartan dos figuras. Hacen un reconocimiento, luego regresan. El camión se para en un montículo —ahora ya se encuentra a unos quinientos metros delante de la vanguardia de infantería– y la venerable pieza de artillería empieza a disparar furiosamente en tiro directo contra las troneras de los fortines fascistas.