Текст книги "Narrativa Breve"
Автор книги: Leon Tolstoi
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—Es tan elevada, que no puedo pagarla; nadie podría hacerlo. He perdido dieciséis mil rublos. Debería huir, pero, ¿cómo?
Miró a su mujer; y, cosa que no podía esperar, ésta lo atrajo hacia sí. "¡Qué hermosa es!», pensó, cogiéndola de la mano; pero ella lo rechazó.
—Misha, habla en debida forma. ¿Cómo has podido hacer eso?
—Esperaba recuperarme —sacó la pitillera y empezó a fumar con avidez—. Desde luego, soy un canalla. No te merezco. Abandóname. Perdóname, por última vez. Me marcharé.
Desapareceré, Katia. No he podido evitarlo; me ha sido imposible. Estaba como en sueños;
fue sin querer… —frunció el ceño—. ¿Qué hacer? Estoy perdido. Perdóname.
Quiso abrazarla, pero ella se apartó en actitud enojada.
—¡Oh! Son dignos de compasión los hombres. Cuando las cosas van bien, se envalentonan; pero en cuanto algo no marcha, ya están sumidos en la desesperación y no sirven para nada —se sentó al otro lado del tocador—. Cuéntamelo todo, por orden.
El marido obedeció. Dijo que cuando iba a llevar el dinero al banco, se había encontrado con Nekrasov. Este le propuso que fuera a su casa, a jugar una partida. Así lo hicieron; perdió todo el dinero; y en aquel momento estaba decidido a poner fin a su vida. A pesar de sus afirmaciones, la esposa comprendió que no había decidido nada: estaba desesperado sencillamente. Escuchó su relato hasta el final y dijo:
—Todo esto es una estupidez, una infamia. ¿Cómo has podido perder el dinero sin querer? Es absurdo.
—Ríñeme y haz lo que quieras conmigo.
—No pretendo reñirte; lo que quisiera es salvarte, como lo he hecho siempre, por muy vil y lamentable que aparezcas ante mis ojos.
—Sigue, sigue; poco falta ya…
—Me parece que por desesperado que estés, es cruel por tu parte atormentarme de este modo. Estoy enferma. Hoy he tenido que volver a tomar… Y de pronto me llegas con esta sorpresa. Por si fuera poco, esa actitud de impotencia… Me preguntas qué debes hacer. Pues muy sencillo. Son las seis. Ve inmediatamente a casa de Frim y cuéntaselo todo.
—¿Acaso se va a apiadar de mí? No se le puede contar eso.
—¡Qué tonto eres! ¿Acaso te aconsejo que digas al director del banco que perdiste en el juego el dinero que te confió…? Le vas a decir que ibas a la estación de Nikolaievsky… ¡No, no! Es mejor que vayas a la policía, ahora mismo. ¡No! Ahora mismo, no. Irás a las diez y vas a decir que cuando ibas por el callejón Nechioesky te asaltaron los bandidos, uno con barba y el otro un verdadero chiquillo; iban armados de un revólver y te arrebataron el dinero.
Después irás a casa de Frim, para contarle lo mismo.
—Sí, pero… —encendió un cigarrillo—. Se pueden enterar por Nekrasov.
—Iré a verlo, le hablaré y lo arreglaré todo.
Misha se tranquilizó; y, hacia las ocho de la mañana se durmió con un sueño profundo. Su mujer fue a despertarlo a las diez.
* * * Esto había ocurrido por la mañana en el piso de arriba. En el de abajo, habitado por la familia Ostrovsky, sucedía lo siguiente, a las seis de la tarde.
Habían acabado de comer. La princesa Ostrovskaya, joven madre, llamó al lacayo, que acababa de pasar en torno a la mesa, sirviendo tarta; pidió un plato, y después de servir una ración, se volvió hacia sus hijos. El mayor, llamado Voka, tenía siete años, y la pequeña, Tania, cuatro años y medio. Ambos eran muy hermosos; Voka tenía un aspecto sano, grave y serio, y su encantadora sonrisa dejaba al descubierto sus dientes disparejos; Tania, con sus ojos negros, era una criatura vivaracha, llena de energía, charlatana, divertida, siempre alegre y cariñosa con todo el mundo.
—Niños, ¿cuál de los dos va a llevar la tarta a la niania?
—Yo —exclamó Voka.
—Yo, yo, yo —gritó Tania, saltando de la silla.
—La llevará el que lo ha dicho primero —intervino el padre, que solía mimar a Tania y por eso se alegraba de toda ocasión que le permitiera demostrar su imparcialidad—. Tania, esta vez tienes que ceder.
—No me importa. Voka, coge la tarta, anda. Por ti lo hago con gusto.
Los niños solían dar las gracias después de comer. Todos esperaron a Voka mientras tomaban el café. Pero éste tardaba en volver.
—Tania, corre a ver qué le pasa a tu hermano.
Al saltar de la silla, Tania enganchó una cuchara, que cayó al suelo. Se apresuró a recogerla y la puso en el borde de la mesa, pero la cuchara volvió a caer; la recogió de nuevo y, echándose a reír, corrió con sus piernecitas gordezuelas, enfundadas en las medias. Salió al pasillo y se dirigió a la habitación de los niños, contigua a la de la niñera. Iba a entrar en ella, cuando de pronto oyó unos sollozos. Volvió la cabeza. Voka, de pie junto a su cama, miraba un caballo de juguete, llorando amargamente, con el plato vacío en las manos.
—¿Qué te pasa? ¿Dónde está la tarta?
—Me… me… la he comido sin querer. ¡No iré, no iré…! Tania…, de veras que ha sido sin querer. Sólo quise probarla; pero luego me la comí toda.
—¿Qué haremos?
—Ha sido sin querer…
Tania se quedó pensativa. Voka seguía llorando, desconsoladamente. De pronto, la cara de la niña se tornó resplandeciente.
—Voka, no llores; ve a decir a la niania que te has comido la tarta sin querer y pídele perdón. Mañana le daremos nuestra ración. La niania es buena.
Voka dejó de llorar y se enjugó las lágrimas con las palmas de las manos.
—¿Cómo se lo voy a decir? —balbuceó, con voz temblorosa.
—Vamos juntos.
Los niños fueron a ver a la niñera; y volvieron al comedor, felices y contentos. También se sintieron felices y contentos la niania y los padres cuando ésta les contó, emocionada y divertida, lo que habían hecho los pequeños.
El poder de la infancia
—¡Que lo maten! ¡Que lo fusilen! ¡Que fusilen inmediatamente a ese canalla…! ¡Que lo maten! ¡Que corten el cuello a ese criminal! ¡Que lo maten, que lo maten…! —gritaba una multitud de hombres y mujeres, que conducía, maniatado, a un hombre alto y erguido. Este avanzaba con paso firme y con la cabeza alta. Su hermoso rostro viril expresaba desprecio e ira hacia la gente que lo rodeaba.
Era uno de los que, durante la guerra civil, luchaban del lado de las autoridades.
Acababan de prenderlo y lo iban a ejecutar.
"¡Qué le hemos de hacer! El poder no ha de estar siempre en nuestras manos. Ahora lo tienen ellos. Si ha llegado la hora de morir, moriremos. Por lo visto, tiene que ser así», pensaba el hombre; y, encogiéndose de hombros, sonreía, fríamente, en respuesta a los gritos de la multitud.
—Es un guardia. Esta misma mañana ha tirado contra nosotros —exclamó alguien.
Pero la muchedumbre no se detenía. Al llegar a una calle en que estaban aún los cadáveres de los que el ejército había matado la víspera, la gente fue invadida por una furia salvaje.
—¿Qué esperamos? Hay que matar a ese infame aquí mismo. ¿Para qué llevarlo más lejos?
El cautivo se limitó a fruncir el ceño y a levantar aún más la cabeza. Parecía odiar a la muchedumbre más de lo que ésta lo odiaba a él.
—¡Hay que matarlos a todos! ¡A los espías, a los reyes, a los sacerdotes y a esos canallas!
Hay que acabar con ellos, en seguida, en seguida… —gritaban las mujeres.
Pero los cabecillas decidieron llevar al reo a la plaza.
Ya estaban cerca, cuando de pronto, en un momento de calma, se oyó una vocecita infantil, entre las últimas filas de la multitud.
—¡Papá! ¡Papá! —gritaba un chiquillo de seis años, llorando a lágrima viva, mientras se abría paso, para llegar hasta el cautivo—. Papá ¿qué te hacen? ¡Espera, espera! Llévame contigo, llévame…
Los clamores de la multitud se apaciguaron por el lado en que venía el chiquillo. Todos se apartaron de él, como ante una fuerza, dejándolo acercarse a su padre.
–¡Qué simpático es! —comentó una mujer.
—¿A quién buscas? —preguntó otra, inclinándose hacia el chiquillo.
—¡Papá! ¡Déjenme que vaya con papá! —lloriqueó el pequeño.
—¿Cuántos años tienes niño?
—¿Qué van a hacer con papá?
—Vuelve a tu casa, niño, vuelve con tu madre —dijo un hombre.
El reo oía ya la voz del niño, así como las respuestas de la gente. Su cara se tornó aún más taciturna.
—¡No tiene madre! —exclamó, al oír las palabras del hombre.
El niño se fue abriendo paso hasta que logró llegar junto a su padre; y se abrazó a él.
La gente seguía gritando lo mismo que antes: "¡Que lo maten! ¡Que lo ahorquen! ¡Que fusilen a ese canalla!»
—¿Por qué has salido de casa? —preguntó el padre.
—¿Dónde te llevan?
—¿Sabes lo que vas a hacer?
—¿Qué?
—¿Sabes quién es Catalina?
—¿La vecina? ¡Claro!
—Bueno, pues…, ve a su casa y estáte ahí… hasta que yo… hasta que yo vuelva.
—¡No; no iré sin ti! —exclamó el niño, echándose a llorar.
—¿Por qué?
—Te van a matar.
—No. ¡Nada de eso! No me van a hacer nada malo.
Despidiéndose del niño, el reo se acercó al hombre que dirigía a la multitud.
—Escuche; máteme como quiera y donde le plazca; pero no lo haga delante de él – exclamó, indicando al niño—. Desáteme por un momento y cójame del brazo para que pueda decirle que estamos paseando, que es usted mi amigo. Así se marchará. Después…, después podrá matarme como se le antoje.
El cabecilla accedió. Entonces, el reo cogió al niño en brazos y le dijo:
—Sé bueno y ve a casa de Catalina.
—¿Y qué vas a hacer tú?
—Ya vez, estoy paseando con este amigo; vamos a dar una vuelta; luego iré a casa. Anda, vete, sé bueno.
El chiquillo se quedó mirando fijamente a su padre, inclinó la cabeza a un lado, luego al otro, y reflexionó.
—Vete; ahora mismo iré yo también.
—¿De veras?
El pequeño obedeció. Una mujer lo sacó fuera de la multitud.
—Ahora estoy dispuesto; puede matarme —exclamó el reo, en cuanto el niño hubo desaparecido.
Pero, en aquel momento, sucedió algo incomprensible e inesperado. Un mismo sentimiento invadió a todos los que momentos antes se mostraron crueles, despiadados y llenos de odio.
—¿Sabéis lo que os digo? Debíais soltarlo —propuso una mujer.
—Es verdad. Es verdad —asintió alguien.
—¡Soltadlo! ¡Soltadlo! —rugió la multitud.
Entonces, el hombre orgulloso y despiadado que aborreciera a la muchedumbre hacía un instante, se echó a llorar; y, cubriéndose el rostro con las manos, pasó entre la gente, sin que nadie lo detuviera.
El salto
Un navío regresaba al puerto después de dar la vuelta al mundo; el tiempo era bueno y todos los pasajeros estaban en el puente. Entre las personas, un mono, con sus gestos y sus saltos, era la diversión de todos. Aquel mono, viendo que era objeto de las miradas generales, cada vez hacía más gestos, daba más saltos y burlábase de las personas, imitándolas.
De pronto saltó sobre un muchacho de doce años, hijo del capitán del barco, quitóle su sombrero, púsoselo en la cabeza y gateó por el mástil. Todo el mundo reía; pero el niño, con la cabeza al aire, no sabía que hacer: si imitarlos o llorar.
El mono tomó asiento en la cofa, y con los dientes y las uñas empezó a romper el sombrero. Hubiérase dicho que su objeto era provocar la cólera del niño al ver los signos que le hacía mostrándole la prenda.
El jovenzuelo le amenazaba, le injuriaba; pero el mono seguía su obra.
Los marineros reían. De pronto el muchacho púsose rojo de cólera; luego, despojándose de alguna ropa, lanzóse tras el mono. De un salto estuvo a su lado; pero el animal, más ágil y más diestro, se le escapó.
—¡No te irás! – gritó el muchacho, trepando por donde él. El mono le hacía subir, subir…;
pero el niño no renunciaba a la lucha. En la cima del mástil, el mono, sosteniéndose de una cuerda con una mano, con la otra colgó el sombrero en la más elevada cofa y desde allí se echó a reír mostrando los dientes.
Del mástil donde estaba colgado el sombrero había más de dos metros; por lo tanto no podía cogerle sin grandísimo peligro. Todo el mundo reía viendo la lucha del pequeño contra el animal; pero al ver que el niño dejaba la cuerda y poníase sobre la cofa, los marineros quedaron paralizados por el espanto. Un falso movimiento y caería al puente. Aun cuando cogiera el sombrero no conseguiría bajar.
Todos esperaban ansiosamente el resultado de aquello. De repente alguien lanzó un grito de espanto. El niño miró abajo y vaciló. En aquel momento el capitán del barco, el padre del niño, salió de su camarote llevando en la mano una escopeta para matar gaviotas. Vió a su hijo en el mástil y apuntándole inmediatamente, exclamó:
—¡Al agua!… ¡Al agua, o te mato!… – El niño vacilaba sin comprender. – ¡Salta, o te mato!… ¡Uno, dos!… – Y en el momento en que el capitán gritaba:
—¡Tres!… – , el niño se dejó caer hacia el mar.
Como una bala penetró su cuerpo en el agua; mas apenas habíanle cubierto las olas, cuando veinte bravos marineros le seguían.
En el espacio de cuarenta segundos, que parecieron un siglo a los espectadores, el cuerpo del muchacho apareció en la superficie. Trasportósele al barco y algunos minutos después empezó a echar agua por la boca y respiró.
Cuando su padre le vió salvado, exhaló un grito, como si algo le hubiese tenido algo ahogado, y escapó a su camarote.
notes
Notes
1
Mujík: campesino.
2
Barín: noble
3
La superstición popular suponía que los diablillos o espíritus malignos habitaban en los pantanos.
4
Isba: casa de labranza.
5
Babás: mujeres de los campesinos.
6
Khorovods: rueda o corro de chicas.
7
Babuchka: abuela.
8
Zarevna: princesa, hija del Zar.
9
Lapti: Calzado trenzado de los mujiks
10
Onutchi: Tiras de tela que los mujiks se arrollan a los pies en lugar de calcetines.
11
Voivoda: Jefe de ejercito.
12
Chtof : Medida de capacidad.
13
Elisa, mira a la derecha, es él.
14
¿Dónde, dónde? Pues, no es tan hermoso.
15
Neurasténica.
16
Praskovia es el nombre de pila; Páshenka, su diminutivo familiar.
17
Los peregrinos.
18
Pregúnteles si están firmemente convencidos de que su peregrinación es agradable a Dios.
19
¿Qué ha dicho? No responde.
20
Dígales que no se lo doy para velas, sino para que se agasajen con té… para ti, viejecito.
21
Puede usted echarme; pero no me iré, se lo digo de antemano
22
Dios me libre… ¿No le molesta?
23
Dejemos esto. Y buenas noches.
24
Por los bellos ojos de un granuja.
25
Diminutivo de Serguei.
26
Una versta equivale a 1.067 metros
27
Staretzi: ermitaño.