Текст книги "Archipielago Gulag"
Автор книги: Александр Солженицын
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Историческая проза
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Si el velo de la soledad se extendió sobre ellos, también se debió en parte a que, tras haber aceptado en los primeros años que siguieron a la Revolución que la GPU les obsequiara con el título de políticos—por otra parte bien merecido—, con la misma naturalidad accedieron a que la GPU considerara a todos quienes quedaban a su «derecha», [250] 44empezando por los kadetés, no como políticos, sino como contrarrevolucionarios —KR, contras—, la hez de la Historia. Y el que sufría por su fe en Cristo también era un KR. Y el que no sabía de «derechas» ni de «izquierdas» (¡en el futuro esto nos ocurriría a todos nosotros!), también resultaba ser un KR. Así pues, a fuerza de ponerse al margen y marcar las distancias, en parte queriendo y en parte sin querer, los socialistas bendijeron de antemano el futuro artículo cincuenta y ocho, una grieta en que también ellos habrían de desaparecer.
Los objetos y los actos cambian totalmente de aspecto según desde donde se miren. En este capítulo hemos descrito la resistencia de los socialistas en prisión desde supunto de vista, y como hemos podido ver, está iluminada por una luz pura y trágica. Pero aquellos KR de Solovki, a quienes los políticostrataban con desdén, los recuerdan de otra manera: «¿Los políticos?¡Vaya una gente desagradable! Miraban a todos por encima del hombro, siempre estaban en un grupo aparte, exigiendo raciones especiales y privilegios. Y peleándose entre sí a todas horas». ¿Cómo no ver que aquí hay también verdad? Y esas disputas infructuosas, interminables y hasta ridículas. ¿Y ese exigir raciones suplementarias cuando la mayor parte de prisioneros padecía hambre y miseria? En la época soviética, el honroso título de «político» se había convertido en un regalo emponzoñado. Y de pronto, surge aún otro reproche: ¿Por qué los socialistas, que en tiempos del zar se fugabanpor las buenas se habían aplacado tanto en las cárceles soviéticas? ¿Qué había sido de sus fugas? En general, no es que hubiera pocas evasiones, ¿pero quién recuerda haber oído que tomara parte en ellas un socialista?
Y a su vez, los trotskistas y los comunistas guardaban las distancias con los socialistas, de quienes estaban más a la «izquierda», y los consideraban tan contrarrevolucionarios como a los demás, y así cerraban en círculo el foso de su aislamiento.
Trotskistas y comunistas estaban convencidos de que su orientación política era la más pura y noble y por tanto desdeñaban e incluso odiaban a los socialistas (así como se odiaban entre sí), por más que todos estuvieran encerrados tras las mismas rejas y pasearan por los mismos patios. Recuerda E. Olitskaya que en 1937, en la prisión de tránsito de la bahía de Va-nino, los socialistas gritaban por encima de la tapia que separaba las secciones de hombres y de mujeres preguntando por los suyos o comunicándose noticias. Las comunistas Liza Kótik y María Krútikova estaban indignadas, pues creían que este comportamiento irresponsable de los socialistas podía atraer sobre todos el castigo de la administración. Esto es lo que decían: «Todos nuestros males vienen de esta chusma socialista (¡vaya una profunda explicación, y además qué dialéctica!). ¡Habría que estrangularlos a todos!». Y si aquellas otras dos muchachas que en 1925 se pusieron a cantar en la Lubianka habían elegido una coplilla sobre las lilas, era sólo porque una era socialista revolucionaria y la otra de la «oposición» (trotskista), y por tanto no tenían himnos en común. Además, en teoría, la oposicionista no tendría que haberse unido a una socialista revolucionaria en una protesta conjunta.
Y si en las prisiones zaristas los partidos a menudo habían hecho causa común (recordemos la evasión de la Casa Central de Sebastopol), en las cárceles soviéticas cada corriente creía defender la pureza de su bandera manteniéndose apartada de las demás. Los trotskistas luchaban al margen de los socialistas y de los comunistas, y los comunistas simplemente no luchaban, pues, ¿no hubiera sido intolerable luchar contra su propio régimen, contra sus propias cárceles?
Por esa misma razón, en cada izoliator,en cada cárcel, los comunistas fueron oprimidos antes y en mayor medida que los demás. En 1928, en la Central de Yaroslavl, la comunista Nadezhda Súrovtseva salía al paseo en una fila india de presos sin derecho a conversar, mientras los socialistas aún formaban ruidosos corrillos en el patio. Ya no se le permitía cuidar las flores que habían plantado en el patinillo los reclusos anteriores, los que habían luchado por sus derechos. Y también la privaron de los periódicos. (En compensación, la Sección Política Secreta de la GPU le permitía tener en la celda las obras completas de Marx, Engels, Lenin y Hegel.) Le concedieron una entrevista con su madre en una sala casi a oscuras. Desmoralizada, la madre murió al poco tiempo. (¿Qué podía pensar de las condiciones en que su hija cumplía condena?)
Esta diferencia en el trato penitenciario duró muchos años y se profundizó hasta llegar a convertirse en una diferencia en las recompensas. En 1937-1938 a los socialistas los encerraban como a todos los demás y también les caían los diez años de rigor. Pero por lo general, no les obligaban a autoinculparse, ya que ellos jamás habían ocultado que pensaban de manera diferente, y eso bastaba para que les cayera una condena. Pero a un comunista que no tenía ideas propias,¿de qué iban a acusarlo si antes no le arrancaban una confesión?
* * *
Aunque el gran Archipiélago ya se extendía por todo el país, no por ello se marchitaron las antiguas penitenciarías de reclusión mayor. La larga tradición del ostrogzarista no quedó sin celosos continuadores. Todo lo que de bueno y valioso había en el Archipiélago para la edificación de las masas no era suficiente. Había que alcanzar mayor plenitud y ésta se consiguió con las Cárceles de Régimen Especial (TON) y, de manera más general, con las prisiones de reclusión mayor.
No todo el que era engullido por la Gran Máquina debía mezclarse con los nativos del Archipiélago. Los extranjeros de renombre, las personas demasiado conocidas y los recluidos en secreto o incluso los chekistas degradados de ninguna manera podían ser exhibidos en los campos: todas las carretillas que hubieran sido capaces de empujar no habrían compensado la divulgación ni el perjuicio moral-político [251] 45 ocasionado. Igualmente, de ningún modo podía consentirse que los socialistas, con su lucha constante por sus derechos, se fundieran con la masa; al contrario, so capa de preservar sus derechos y privilegios, había que encerrarlos y ahogarlos aparte. Como veremos más adelante, posteriormente, en los años cincuenta, las Cárceles de Régimen Especial servirían para aislar a quienes alborotaban en los campos. En los últimos años de su vida, cuando ya había desistido de «enmendar» a los ladrones, Stalin dispuso que a los pachasse les condenara sólo a penas de reclusión y no a los campos. Finalmente, el Estado hubo también de velar por aquellos que dada su debilidad hubieran muerto enseguida en un campo penitenciario, con lo cual se habrían librado de purgar su pena. Y también por aquellos que en modo alguno eran aptos para el trabajo en los campos, como Kopeikin, un invidente de setenta años, que se pasaba el día en el mercado de Yurevets (a orillas del Volga). Sus coplas y chascarrillos le valieron diez años por KRD, pero hubo que conmutarle el campo por una pena de reclusión. La antigua herencia penitenciaria, legada por la dinastía de los Románov y a la cual se añadían ahora los monasterios, se conservaba, renovaba, reforzaba y perfeccionaba según las necesidades. Algunas de las casas centrales, como la de Yaroslavl, tenían una dotación tan sólida y adecuada (puertas chapadas de hierro, mesa, banqueta y catre fijados al suelo de cada celda) que sólo hizo falta poner bozales en las ventanas y vallar los patios de paseo para reducirlos a las medidas de una celda (para 1937 talaron todos los árboles de las prisiones, arrasaron las huertas y zonas ajardinadas y las inundaron de asfalto). Otros establecimientos, como el de Súzdal, requirieron la renovación de unas dependencias que habían sido concebidas como monasterio, aunque en realidad la mortificación de la carne por voto monacal o por ley estatal buscan propósitos físicamente análogos, y por ello el acondicionamiento de estos edificios nunca presentó grandes dificultades. Del mismo modo fue adaptado como centro de reclusión mayor uno de los edificios del monasterio de Sujánov: de algún modo había que compensar las pérdidas que había sufrido el legado zarista, pues las fortalezas de Pedro y Pablo, así como la de Schlisselburg, habían sido abiertas al público. Ampliaron y remozaron la Casa Central de Vladímir (se edificó un gran bloque en tiempos de Ezhov), y fue de las más frecuentadas. ¡La de gente que pasó por ahí en aquellas décadas! Ya hemos hablado antes de la Central de Tobolsk, y de cómo se inauguró la de Verjne-Uralsk en 1925, fecha a partir de la cual tendría un uso tan continuado como abundante. (Para nuestra desgracia, en el momento en que se escriben estas líneas todos estos establecimientos todavía funcionan,continúan abiertos como izoliators.)En cuanto a la Central de Alexandrovsk, del poema de Tvardovski Una lejanía tras otrase deduce que en tiempos de Stalin tampoco estuvo vacía. Menos noticias tenemos acerca de la de Orel, aunque es de temer que resultara muy dañada durante la gran guerra patria. Pero de todos modos, siempre ha contado con un anexo bien cerquita: el centro de reclusión mayor de Dmitrovsk, estupendamente equipado.
En los años veinte, en los izoliatorspolíticos (o chiqueros políticos,como los llamaban los presos) la comida aún era decente; al mediodía siempre daban carne, la verdura cocida era fresca y en el economato hasta se podía comprar leche. La alimentación empeoró drásticamente en 1931-1933, pero es que fuera de la cárcel tampoco se comía mejor. En esa época, en los chiqueros el escorbuto y los desvanecimientos por hambre no eran nada raro. Después volvió a haber comida, pero ya nunca fue como antes. En 1947 en la TON de Vladímir, I. Kornéyev recuerda haber pasado hambre cada día: 450 gramos de pan, dos terrones de azúcar y dos platos calientes de un caldo de poco alimento; lo único que servían «a discreción» era el agua hirviendo (de nuevo habrá quien objete diciendo que éste fue un año fuera de lo común, porque también pasaba hambre todo el país y que precisamente por eso ese año se permitió de forma magnánima que los de fuera alimentaran a los de dentro, pues no hubo limitaciones a la recepción de paquetes). La luz en las celdas siempre estuvo racionada, tanto en los años treinta como en los cuarenta. Gracias a los bozales y a los cristales esmerilados reforzados con rejilla metálica las celdas estaban en una penumbra constante (la oscuridad es un factor importante para inducir la depresión). Y por si fuera poco, a menudo ponían encima de los bozales una tela metálica, que en invierno se cubría de nieve y cerraba del todo el paso a la luz. La lectura se convertía en un suplicio y estropeaba la vista. En la TON de Vladímir, esta falta de luz se compensaba por las noches: dejaban encendida una potente bombilla que impedía dormir. En cambio, en la prisión de Dmitrovsk (N.A. Kózyrev), en 1938, a partir de la tarde había por toda luz un candil en un estante a ras de techo que consumía el escaso aire; en 1939 aparecerían las bombillas a medio voltaje que desprendían una luz rojiza. El aire también estaba racionado: los ventanucos de ventilación, cerrados con candado, se abrían tan sólo cuando los presos salían a la letrina, según recuerdan quienes estuvieron en las prisiones de Dmitrovsk y Yaroslavl (cuenta E. Guinzburg que el pan repartido por la mañana se había enmohecido ya a la hora del almuerzo, que las mantas se humedecían y las paredes se cubrían de verdín). En Vladímir, por el contrario, no había en 1948 restricción de aire: el cuarterón de la ventana estaba abierto día y noche. El paseo, en diferentes prisiones y en diferentes años, oscilaba entre los quince y los cuarenta y cinco minutos. Se había suprimido todo contacto con la tierra: como en Schlisselburg o en Solovki, no había planta que no hubiera sido cortada, pisoteada o cubierta con cemento o asfalto. Incluso se prohibió levantar la cabeza hacia el cielo durante los paseos: «¡La vista en los pies!», recuerdan Kózyrev y Adámova (prisión de Kazan). Las entrevistas con los parientes quedaron prohibidas en 1937 y ya no volvieron a autorizarse. Las cartas: se podían enviar o recibir dos al mes y sólo si se trataba de parientes próximos. Esto fue así la mayoría de años (pero en Kazan, las cartas recibidas, una vez leídas, había que entregarlas a las veinticuatro horas a los celadores). El economato se podía visitar también dos veces al mes y gastar en él el poco dinero que autorizaban a recibir. El mobiliario también era una parte nada desdeñable del régimen penitenciario. Adámova describe muy emotivamente su alegría cuando retiraron los catres y las sillas atornilladas al suelo, y descubrió, de vuelta en la celda (en Súz-dal), una modesta cama con jergón de heno y una sencilla mesa, ambas de madera. En la TON de Vladímir, I. Kornéyev pasó por dos regímenes diferentes: en 1947-1948 se podían conservar en la celda los objetos personales, era posible acostarse de día y el vertujáino estaba a cada momento con el ojo en la mirilla; pero en 1949-1953 la celda tenía dos cerraduras (la del vertujáiy la del oficial de guardia), estaba prohibido tenderse y hablar en voz alta (¡en la prisión de Kazan, sólo se podía susurrar!), había que entregar todos los objetos personales y era obligatorio llevar un uniforme a rayas confeccionado con tela de colchón; cartas, sólo dos veces al año, en las fechas fijadas por el alcaide sin previo aviso (si se dejaba pasar ese día ya no había posibilidad de escribir) y sólo podía llenarse una hojita que hacía la mitad de un papel de carta normal; se hicieron frecuentes los registros , incursiones violentas, durante las cuales había que enseñarlo todo y quedarse completamente desnudo. La comunicación entre celdas estaba tan vigilada que después de cada turno de letrinas los carceleros inspeccionaban el retrete iluminando cada agujero con una lámpara portátil. Por una inscripción en la pared metían a toda la celda en el calabozo, el azote de las Prisiones de Régimen Especial. Se podía ir a parar al calabozo por una tos («si quiere toser, échese una manta sobre la cabeza!»), por deambular por la celda (que se consideraba «alborotar», como ocurrió con Kózyrev), por el ruido que hacía el calzado (en Kazan a las mujeres les habían dado zapatos de hombre del n° 44). Guinsburg deduce acertadamente que no se condenaba al calabozo por las faltas cometidas, sino ateniéndose a un programa: uno tras otro, todos debían pasar por él, para saber lo que era. La normativa incluía además un punto de gran flexibilidad: «En caso de indisciplina en el calabozo, el alcaide se reserva el derecho de prolongar la estancia hasta veinte días». ¿Y qué se entendía por «indisciplina»? Veamos lo que le sucedió a Kózyrev (en todas las fuentes la descripción de los calabozos y muchos otros detalles coinciden hasta tal punto que el régimen penitenciario deja traslucir un único cuño de fábrica). Pues bien, por pasear por la celda le habían echado cinco días de calabozo. Era otoño, en esa ala no había calefacción y hacía mucho frío. Lo habían dejado en paños menores y descalzo. El suelo era de tierra batida, polvorienta (pero a veces era de barro húmedo, y en la prisión de Kazan incluso estaba encharcado). Kózyrev disponía de una banqueta (pero Guinsburg no). Al principio Kózyrev estaba convencido de que se moriría de frío. Pero poco a poco empezó a sentir un misterioso calor interno y ésa fue su salvación. Aprendió a dormir sentado en la banqueta. Tres veces al día le traían una jarrita de agua hirviendo que se le subía a la cabeza. Un día encontró en su ración de trescientos gramos de pan un terrón de azúcar que el celador de guardia le había puesto a escondidas. Kózyrev llevaba la cuenta del tiempo por las raciones que le iban entrando y por la luz de una minúscula ventana que daba al dédalo de pasillos. Los cinco días habían pasado, pero no lo soltaban. Se le había aguzado el oído y advirtió unos cuchicheos en el pasillo: hablaban de seis días o quizá decían algo de un sexto día. Era una provocación: esperaban que protestara, que dijera que los cinco días ya habían terminado, que ya era hora de que lo sacaran de allí, y entonces, por indisciplina, prolongarle el castigo. Pero aguantó un día más, sumiso y en silencio, y entonces lo sacaron como si nada hubiera ocurrido. (¿Sería que el director de la cárcel, también por turno, ponía a prueba la docilidad de los presos? Porque si te mandan al calabozo es que todavía no te has doblegado.) Después del calabozo, la celda le parecía un palacio. Kózyrev estuvo durante medio año sordo y le salieron abscesos en la garganta. Uno de sus compañeros de celda perdió el juicio después de repetidas estancias en el calabozo, y Kózyrev estuvo más de un año encerrado con él. (Nadezhda Súrovtseva recuerda muchos casos de locura en los izoliatorpolíticos. Ella sola enumera tantos como Novorrusski en su crónica de Schlis-selburg, que cubre veinte años.)
¿No tiene el lector la impresión de que gradualmente hemos llegado a la punta de la segunda asta, quizá más larga y afilada que la primera?
Pero hay opiniones diversas. Los veteranos de los campos coinciden todos en que en los años cincuenta la TON de Vla-dímir era un balneario.Así lo creen Vladímir Borísovich Zel-dóvich, que llegó a Vladímir desde el punto kilométrico de Abez, y Anna Petrovna Skrípnikova, que fue a parar allí (1956) procedente de los campos de Kemerovo. A Skrípnikova le impresionó, en especial, que las peticiones se recogieran con regularidad cada diez días (ella empezó a escribir una... a la ONU) y la magnífica biblioteca, en la que hasta había libros en lenguas extranjeras: te traían a la celda el catálogo completo y podías pedir para todo el año.
Y no olvidemos lo flexible de nuestra Ley. Habían condenado a reclusión a miles de mujeres (arrestadas en calidad de «esposas»), pero de pronto, como a toque de silbato, todas vieron transformadas sus penas por la de campos de trabajo. (¡Hacía falta gente en los lavaderos de oro de Kolymá!) Y ahí las mandaron a todas. Sin que hubiera un nuevo juicio.
Visto todo esto, ¿podemos decir que existe el tiurzakcomo tal? ¿O es la reclusión penitenciaria sólo una antesala de los campos?
En este punto precisamente y en ningún otro debiéramos haber empezado el capítulo. Hubiéramos debido hablar de ese halo —como aura de santidad– que siempre acaba irradiando del alma del preso incomunicado, tan absolutamente apartado del ajetreo mundanal que le basta con medir los minutos que fluyen para entrar en íntima comunión con el Universo. El preso incomunicado debe purificar toda imperfección, todo cuanto en su vida anterior enturbiaba su ser y le impedía sedimentar el alma con nítido poso. ¡Cuánta grandeza en esos dedos que palpan la tierra del huerto y estrujan los terrones! (¡Pero si es asfalto!) ¡Cómo se alza sola la cabeza hacia los Cielos Eternos! (¡Pero si está prohibido!) ¡Cómo le conmueve ese pajarillo que avanza a saltos por el alféizar! (¡Pero si hay puesto el bozal y la tela metálica, eso sin contar el ventanuco de ventilación, que está cerrado con candado!) ¡Qué lúcidos pensamientos, qué asombrosas a veces las ideas plasmadas en esas cuartillas que le han entregado! (¡Pero si papel sólo hay en el economato y una vez usado se lo queda para siempre la administración...)
Mas no permitamos que tanta objeción quisquillosa nos haga perder el hilo. No dejemos que cruja y se desmorone el objeto de este capítulo, porque si no, ya no podremos estar seguros: ¿en la Prisión de Nuevo Modelo, en la Prisión de Régimen Especial (¿y por qué «especial»?), el alma del hombre se purifica o se destruye definitivamente?
Si lo primero que ves cada mañana son los ojos de tu compañero de celda que ha perdido el juicio, ¿con qué auxilio vas a sobrellevar el día que empieza? Para Nikolái Alexándrovich Kózyrev, cuya brillante carrera de astrónomo se vio truncada por el arresto, el único socorro fue elevar su pensamiento hasta lo eterno y lo infinito: el orden del universo y su Espíritu Supremo; las estrellas y su composición interna; la noción de tiempo y su curso.
Y así se abrió ante él un nuevo campo de la Física. Sólo gracias a esto pudo sobrevivir en la cárcel de Dmitrovsk. Pero sus razonamientos se atascaron por unas cifras que había olvidado, no podía seguir construyendo su sistema, necesitaba una gran cantidad de cifras. ¿Cómo iba a procurárselas desde aquella celda iluminada de noche por un pequeño candil en la que no podía entrar ni un gorrión? Y el sabio suplicó: ¡Señor! Yo ya he hecho cuanto he podido. ¡Ayúdame! ¡Ayúdame a seguir adelante!
En aquel entonces tenía derecho a un libro cada diez días (ya se había quedado solo en la celda). En la modesta biblioteca de la prisión había varias ediciones del Concierto Rojo,de Demián Bedni, que no cesaban de llegarle una y otra vez. Media hora después de que pronunciara su oración entraron para cambiarle el libro. Sin preguntar, como siempre, le arrojaron... ¡un Curso de astrofísica!¿De dónde habría salido? ¡Nunca hubiera imaginado que tuvieran un libro así en la biblioteca! Presintiendo que este encuentro no duraría mucho, Nikolái Alexándrovich se lanzó sobre el libro y empezó a aprenderse de memoria todo lo que necesitaba inmediatamente y todo lo que pudiera precisar más tarde. Habían pasado sólo dos días —disponía, pues, de ocho más– cuando de forma inesperada el alcaide pasó revista a las celdas. Con su mirada de lince no tardó en caer en la cuenta: «¿No es usted astrónomo de profesión?». «Sí.» «¡Pues fuera ese libro!» Sin embargo, con la enigmática aparición de aquel volumen el camino quedó desbrozado y Kózyrev continuaría su labor en el campo de Norilsk.
De manera que ahora tendríamos que empezar el capitulo hablando del alma que se enfrenta a las rejas.
¿Pero qué es esto? Chirría insolente la llave del carcelero en la cerradura. Aparece un siniestro jefe de bloque con una larga lista: «¿Apellido? ¿Nombre y patronímico? ¿Fecha de nacimiento? ¿Artículo penal? ¿Plazo de reclusión? ¿Fecha en que expira la pena? ¡Recoja sus efectos!¡Aprisa!».
¡Ay, amigos, el traslado! ¡El traslado por etapas! ¡A saber adonde nos llevan! ¡Bendícenos, Señor! ¿Quién sabe si dejaremos allí los huesos?
¡Ea, pues! Si aún estamos vivos, ya acabaremos de contarlo en otra ocasión. En la cuarta parte. Si aún estamos vivos para entonces...
FIN DE LA PRIMERA PARTE
Segunda parte. Perpetuum mobile [252]
Tampoco las ruedas se detienen, Las ruedas...
Giran y danzan las muelas, Y ruedan...
Wilhelm Miiller
1. Las naves del Archipiélago
Del estrecho de Bering hasta el Bósforo, o poco menos, miles de islas diseminadas forman un Archipiélago encantado. Son invisibles, mas existen, y del mismo modo imperceptible pero constante, hay que trasladar de isla en isla a los esclavos, también ellos invisibles, por mucho que tengan cuerpo, volumen y peso.
¿Por dónde se les conduce? ¿Con qué?
Hay para ello grandes puertos —las prisiones de tránsito—, y también puertos menores —los campos de tránsito—. Hay para ello naves cerradas de acero —los uagones-zak—. En las ensenadas, en lugar de chalupas y lanchas, los reciben los cuervos,asimismo de acero, cerrados y raudos. Los vagones-zaksiguen un escrupuloso horario, pero en caso de necesidad se expiden también vagones de ganado que cruzan el Archipiélago formando trenes encarnados, caravanas enteras que unen los puertos como trazos diagonales.
¡Todo un sistema perfectamente sincronizado! No en vano se emplearon décadas para crearlo, sin premura alguna. No en vano se encomendó su creación a hombres de uniforme, bien alimentados y parsimoniosos. Los días impares a las 17.00 horas el tren con destino a Kíneshma debe recibir en la estación del norte de Moscú los cuervos de las cárceles de Butyrki, Presnia y Taganka. A su vez, el convoy de Ivánovo debe estar en la estación los días pares a las seis de la mañana para recibir y escoltar a quienes deban trasladarse a Nérejta, Bezhetsk y Bo-logoye.
Y todo esto sucede junto a ti, rozándote, como quien dice, pero te resulta invisible (aunque también podrías cerrar los ojos). En las grandes estaciones este sórdido cargamento se descarga y reexpide lejos de los andenes; sólo lo ven los guardaagujas y el personal de vía. En las estaciones de menor importancia también se prefiere un lugar perdido entre dos tinglados, de manera que los cuervos puedan arrimarse por atrás, estribo contra estribo con el vagón-zak. El preso nunca tiene tiempo de ver la estación, ni de verle a usted, ni de echar una ojeada al tren; sólo consigue ver los estribos (a veces, el más bajo llega hasta la cintura del preso, que carece de fuerzas para encaramarse), y a los hombres de la escolta que flanquean el estrecho pasillo entre cuervo y vagón rugiendo y aullando: «¡Aprisa! ¡Aprisa! ¡Venga! ¡Venga!». Y uno puede darse por contento si no hacen uso de las bayonetas.
Y usted, que se apresura por el andén con los niños, asiendo maletas y bolsas de malla, no está como para fijarse: ¿por qué habrán enganchado al tren un segundo furgón de equipajes? No lleva rótulo alguno y se parece mucho a cualquier otro coche de equipajes, con esa misma reja de varillas] oblicuas tras las que sólo se ve oscuridad. ¿Pero por qué van montados en él unos soldados, los defensores de nuestra Patria? ¿Por qué en cada parada, dos de ellos se pasean silbando a ambos lados, mirando bajo el vagón con el rabillo del ojo?
El tren se pone en marcha y cientos de destinos cautivos y apretujados, cientos de corazones mortificados, empiezan a discurrir por los mismos serpenteantes raíles que usted, siguiendo el mismo penacho de humo, pasando ante los mismos campos, postes y almiares, incluso algunos segundos por delante de usted. Pero el pasajero no puede ver nada de eso: el sufrimiento pasa veloz ante la ventanilla y de él queda en] el aire menos rastro que de unos dedos hundidos en el agua. Y en la consabida rutina del tren —el paquete de sábanas para la litera, el té servido en vasos con asa metálica– ¿cómo imaginar que tres segundos antes haya pasado por ese mismo punto de espacio euclidiano que ahora usted atraviesa semejante horror, sombrío y opresivo? Usted, que se queja de las estrecheces en el compartimiento porque las cuatro plazas van ocupadas, ¿cómo podría creer —o es que acaso creerá cuando" lea esta línea– que en cabeza de tren, en un compartimiento como el suyo, van catorce personas? ¿Y si le digo que veinticinco? ¿O treinta?
«Vagón-zak», ¡qué horrible abreviatura! Como todas las que inventan los verdugos. Con ella quieren decir que se trata de un vagón de presos, de zakliuchónie.Pero el vocablo no ha cuajado en ninguna parte, como no sea en la documentación penitenciaria. Para referirse a este vagón los presos han hecho suyo el nombre de «vagón Stolypin» o simplemente «stolypin».
A medida que el transporte ferroviario fue implantándose en nuestro país, el traslado de presos adquirió nuevas formas. En el siglo pasado, hasta la década de los noventa los presos todavía eran trasladados a Siberia a pie o en coche de caballos. Pero en 1896 Lenin ya iba al destierro siberiano en un vagón ordinario de tercera clase (entre simples pasajeros) aunque, eso sí, se quejaba a gritos al revisor de que se estaba estrecho, de que aquello era insoportable. El cuadro de Yaroshenko Vida por doquier,conocido por todos, nos muestra un coche de cuarta clase transformado en vagón de prisioneros cuyo acondicionamiento hoy nos parece de una ingenuidad infantil: todo se había dejado como estaba y los presos viajaban como cualquier pasajero; la única diferencia era que el vagón llevaba rejas a ambos lados. Estos coches circularon durante mucho tiempo por los tendidos rusos y algunos aún recuerdan haber sido trasladados en ellos en 1927, los hombres separados de las mujeres. Por otra parte, el socialista revolucionario Trushin asegura que en tiempos del zar él ya había sido trasladado en un «stolypin», sólo que —de nuevo con la inocencia propia de aquellos años dignos de un Krylov– a la sazón sólo metían a seis por compartimiento.
La historia del vagón es la siguiente: fue puesto en servicio durante el mandato de Stolypin, efectivamente, pero es que había sido construido en 1908 para los colonos que iban a poblar las regiones orientales del país, en un momento en que estaba desarrollándose un fuerte movimiento migratorio y escaseaba el material rodante. Este tipo de vagones era más bajo que un coche de pasajeros convencional, pero mucho más alto que uno de mercancías y disponía además de compartimientos auxiliares para guardar aves o enseres (los «semi-compartimientos» actuales, que sirven de calabozo), pero, como es natural, no tenía rejas ni en el interior ni en las ventanillas. Las rejas seguramente se deban a alguna mente inventiva que me inclino a creer sería bolchevique. Y a este vagón le pusieron «stolypin», como el ministro que retara en duelo a un diputado por haber dicho aquello de «la corbata de Stolypin».* Sin embargo, como quiera que ya había muerto, esta vez no pudo detener esa calumnia.
Realmente, no se puede acusar a las autoridades del Gulag de emplear el término «stolypin», porque ellos siempre han dicho «vagón-zak». Fuimos los zekslos que, por instinto de contradicción, rechazamos el nombre oficial, y por querer llamarlo a nuestra manera, de la forma más grosera posible, nos dejamos atraer de forma equivocada por el mote que habían acuñado los presos de las generaciones anteriores, los de los años veinte, como es fácil de calcular. ¿Quiénes pudieron haberse inventado el mote? No serían los «contras», desde luego, pues nunca se les habría ocurrido asociar al primer ministro del zar con los chekistas. Desde luego, sólo pudieron ser los «revolucionarios», que se vieron inesperadamente atrapados en el matadero chekista: o los socialistas revolucionarios, o los anarquistas (siempre que el apodo surgiera a principios de los años veinte), o bien los trotskistas (si es que fue a finales de la década). Después de haber asesinado al gran hombre de Estado, esas víboras ultrajaron su memoria con una infame mordedura postuma.