355 500 произведений, 25 200 авторов.

Электронная библиотека книг » Александр Солженицын » Archipielago Gulag » Текст книги (страница 27)
Archipielago Gulag
  • Текст добавлен: 20 сентября 2016, 17:34

Текст книги "Archipielago Gulag"


Автор книги: Александр Солженицын



сообщить о нарушении

Текущая страница: 27 (всего у книги 55 страниц)

Al mismo tiempo que se fundaba el Centro Nacional, se había fundado, más a Ja izquierda, la Unión del Renacimiento (formada básicamente por eseristas, reacios a unirse a los kadetés: volvían a surgir las tendencias e ideas propias de los partidos políticos), que se proponía luchar tanto contra los alemanes como contra los bolcheviques. Pero como les parecía imposible organizar esta lucha en territorio bolchevique, se limitaron a enviar emisarios al sur. Sin embargo, cuando llegaban a los distritos dominados por el Ejército Voluntario,* eran rechazados por el espíritu reaccionario de dichas tropas.

En la primavera de 1919 las tres organizaciones —la Unión de Activistas Sociales (reducida ahora a Consejo), el Centro Nacional y la Unión del Renacimiento—, sofocadas por el aire enrarecido del comunismo de guerra,* decidieron mantener una coordinación sistemática, y para ello designaron a dos hombres cada una. El sexteto se reunió algunas veces en el curso de 1919 y posteriormente quedó paralizado hasta dejar de existir. Las detenciones de estos hombres no empezaron hasta 1920, y fue entonces, durante la instrucción del sumario, cuando el sexteto recibió el pomposo nombre de «Centro Táctico».

Las detenciones se debieron a la denuncia de un anodino miembro del «Centro Nacional», N.N. Vinogradski, que más tarde continuó desempeñando una fructífera labor como «clueca» en la celda de la Sección Especial. Por ella pasaron muchos de sus compañeros, los cuales, con la ingenuidad propia de aquellos años dignos de un Krylov, contaban abiertamente entre sus cuatro paredes lo que pretendían ocultar a los jueces de instrucción.

El conocido historiador ruso S.P. Melgunov, que se encontraba entre los detenidos y era uno de los más importantes (como integrante del sexteto), escribió, ya desde el exilio y muy a su pesar, sus memorias sobre el proceso, notas que quizá nunca hubiera escrito de no haberse publicado el libro de Krylenko con ese impetuoso discurso acusador. [190] 9Airado consigo mismo y con sus compañeros de banquillo, Melgunov nos describe el conocido cuadro de la instrucción judicial soviética: la acusación no disponía de ninguna prueba, «en el sumario no figuraba ningún documento. Todos los argumentos de la acusación salieron de las declaraciones de los propios acusados... Durante la instrucción previa, ninguno de los futuros acusados mantuvo la táctica del silencio... Me parecía que si me negaba a hablar por principio estaba comprometiendo sin necesidad mi propia suerte y quizá la de los demás... Cuando se está ante la posibilidad del paredón no siempre se piensa en la Historia».

El Libro Rojo de la Vecheká(tomo II, Moscú. 1922) cita textualmente muchas declaraciones de los acusados, y éstas, ay, son deplorables.

Sin ánimo de mostrarse irónico, Melgunov reprocha al juez de instrucción Yákov Agránov (el que los hizo pasar a todos por el aro) el engañoque usó con él y con los demás acusados, su hábil forma de tomarle el pelo, que él considera «el más bajo ultraje que podía haberme hecho», algo peor, según dice, que cualquier presión física. Y Melgunov, un historiador que más tarde analizaría con tanta perspicacia numerosas figuras de la Revolución, se dejó echar el lazo: confirmó que eran miembros de la Unión del Renacimiento una serie de personas cuya supuesta confesión por escrito le dieron a leer. Y acto seguido empezó a hacer «unas declaraciones más o menos hilvanadas» casi en forma de relato, sin ceñirse a las preguntas del juez. (Estas declaraciones dejaron atónitos y desmoralizados a sus compañeros cuando les fueron mostradas: parecía que tuviera unas ganas incontenibles de contarlo todo, sin necesidad de que se lo sonsacaran.)

Agránov consiguió que todos «picaran» diciéndoles también que aquello era «agua pasada», que todos estos centros ya no se reunían desde hacía tiempo, y que por lo tanto los acusados no corrían ningún peligro, que si la Cheká quería esclarecer el caso era sólo por su interés histórico. Yákov Saúlovich, el juez instructor, sedujo a muchos con su amabilidad, pero a otros les planteaba de modo abrupto la igualdad «régimen soviético = Rusia», y añadía que era un crimen luchar contra el primero si se amaba a la segunda. Y de este modo obtuvo de algunos unas declaraciones humillantes y serviles. (En parte, el artículo de Kotliarevski que hemos reseñado a pie de página trata de la instrucción de un detenido por orden de Agránov.)

¿Y qué pasó ante el tribunal? Escuchemos a Melgunov: «La tradición revolucionaria [de la intelectualidad] exigía este heroísmo, pero no había en mi alma el ardor necesario. Convertir el juicio en una demostración de protesta habría significado agravar no sólo mi propia situación, sino también la de los demás».

Ya ven con qué facilidad mordía el anzuelo de la Cheká, se rendía y perecía la intelectualidad rusa, otrora tan amante de la libertad, tan intransigente, tan inflexible... cuando los zares, cuando nadie la emprendía con ella.

Otro éxito de Agránov, aun más fulgurante y terrible, fue el «caso Tagántsev» de 1921 (aunque no tiene relación con este capítulo, pues no hubo juicio ) .El profesor Tagántsev se mantuvo heroicamente callado durante cuarenta y cinco días de interrogatorios. Pero después, Agránov lo convenció para que firmara el siguiente pacto:

«Yo, Tagántsev, me comprometo conscientemente a prestar declaración sobre nuestra organización sin ocultar nada [...], ni ninguna persona que haya tomado parte en dicho grupo,en el bien entendido de que con ello aliviaré la suerte de todos los encausados.

»Yo, Yákov Saúlovich Agránov, delegado de la Vecheká, con la ayuda del ciudadano Tagántsev me comprometo a poner fin con prontitud a la instrucción sumarial y, una vez concluida la misma, hacer que el sumario sea visto en juicio público . . . Doy mi palabra de que ninguno de los acusados será condenado a la pena suprema».

Resultado del caso Tagántsev: 87 personas fusiladas por la Cheká.

Así salía el sol de nuestra libertad. Así fue creciendo, traviesa y bien cebada nuestra Ley, hija de Octubre.

Pero hoy ya lo hemos olvidado todo por completo.

9. La adolescencia de la ley


Nuestro esbozo se ha alargado demasiado. Y sin embargo puede decirse que ni siquiera hemos empezado. Los procesos más importantes y célebres están aún por llegar. Pero ya han empezado a perfilarse unas lineas maestras.

Nuestra ley aún es joven, está en edad de pertenecer a la Organización Juvenil de Pioneros.* Sigamos sus pasos.

Empecemos por mencionar un proceso hace tiempo olvidado, y ni siquiera tuvo carácter político,

el proceso contra la Glavtop(Mando supremo de Combustibles) en mayo de 1921, que afectó a ingenieros, o spets*como decían entonces.

Había terminado el más cruel de los cuatro inviernos de la guerra civil, ya no quedaba combustible alguno, los trenes quedaban detenidos entre estaciones y sobre las ciudades se cernían el frío, el hambre y una oleada de huelgas en las fabricas (huelgas ahora borradas de la Historia). Y la célebre pregunta: ¿quién tiene la culpa? [191]

Bueno, por descontado, no la tenía la Dirección General. ¡Ni siquiera los dirigentes locales! Esto era lo importante. ¡Mientras que «los camaradas con frecuencia procedentes de otras actividades» (es decir: los dirigentes comunistas) no tenían una idea exacta de cuál era su cometido, a los especialistas se les exigía en cambio que «abordaran correctamente la cuestión»! [192] 00En suma: «La culpa no es de los altos cargos... sino de quienes calculan, recalculan y establecen el plan» (cómo alimentar y dar calor a la gente cuando sobre el papel no hay más que ceros). ¡El culpable no era el que imponíael plan sino el que se encargabade realizarlo! ¿Que el plan resultaba un fracaso? ¡La culpa era de los spets!¿Que no cuadraban los números? «Es culpa de los spets,y no del Consejo del Trabajo y Defensa», y ni siquiera de los «cargos responsables de la Glav-top». ¿Que faltaba carbón, leña y petróleo? Era «porque los spetshabían creado una situación confusa y caótica». Y eran culpables además de no haberse resistido a los urgentes mensajes telefónicos de Rykov, de haber cedido y haber abastecido combustible, fuera de plan, a determinadas personas.

¡Los especialistas tienen la culpa de todo! Pero el Tribunal Proletario se muestra clemente con ellos y las sentencias son benignas. Naturalmente, a los proletarios les queda en el pecho cierto rencor contra esos malditos especialistas, pero no se puede prescindir de ellos, todo se iría abajo. Por tanto, el Tribunal no los acosa. Krylenko llega incluso a decir que desde 1920 «no puede hablarse de sabotaje». Los spetstienen culpa, sí, pero no obran por malicia, sino simplemente porque son unos incompetentes que no saben más, que no pudieron aprender más cuando el capitalismo, o quizá simplemente por egoísmo y corrupción.

Así pues, a comienzos del periodo de reconstrucción se observa una sorprendente condescendencia con los ingenieros.

El año 1922, el primer año de paz, fue pródigo en procesos judiciales públicos, tanto que vamos a dedicar este capítulo casi por entero a este único año. (Ello puede sorprender a más de uno: ¿Por qué esta animación en los tribunales justo después de la guerra? Pero es que también en 1945 y 1948 iba a resurgir de manera extraordinaria la actividad del Dragón. ¿Se trata quizá de una ley natural?)

Aunque, en diciembre de 1921, el IX Congreso de los Soviets dispuso «limitar las competencias de la Cheká» [193] 01—y atenor de este proyecto redujo sus atribuciones y pasó a llamarse GPU—, en octubre de 1922 fueron ampliados de nuevo los derechos de la GPU, y en diciembre, Dzerzhinski declaraba a un reportero de Pravda(17.12.1922): «ahora debemos vigilar con especial celo a los grupos y tendencias antisoviéticos. La GPU ha reducido su aparato pero lo ha fortalecido cualitativamente».

A comienzos de aquel año, no debemos pasar por alto:

el caso del suicidio del ingeniero Oldenborger(Tribunal Revolucionario Supremo, febrero de 1922); un proceso que nadie recuerda, insignificante y nada característico. No es nada característico porque abarca una sola vida humana y porque ésta ya había terminado. Pero de no haber muerto, en el banquillo de los acusados se habría sentado aquel ingeniero, y con él una decena de hombres más, con quienes habría constituido un centro,y entonces el proceso se habría ajustado de lleno a los cánones. En cambio, quienes estaban ahora sentados en el banquillo eran el camarada Sedelnikov —un preeminente miembro del partido—, dos inspectores de la Rabkrin* y un par de sindicalistas.

A pesar de todo, como ocurre con la cuerda que se parte a lo lejos en la pieza de Chéjov, [194]hay algo inquietante en este proceso contra ese precoz precursor de los acusados en el caso Shajty o en el proceso contra el «Partido Industrial».

V.V. Oldenborger había trabajado treinta años en la Compañía de Aguas de Moscú y según parece, a principios de siglo ya era su ingeniero jefe. El país había conocido la Edad de Plata del arte, [195]cuatro Dumas estatales, tres guerras y tres revoluciones, y a pesar de ello, todo Moscú seguía bebiendo el agua que suministraba Oldenborger. Acmeístas y futuristas, reaccionarios y revolucionarios, junkers y guardias rojos, SNK, Cheká y RKI, todos bebían el agua pura y gélida de Oldenborger. No estaba casado, no tenía hijos, en toda su vida no había más que aquella red de suministro de aguas. En 1905 no había consentido que los soldados enviados a montar guardia se acercaran a las instalaciones porque «al no ser entendidos, los soldados podrían dañar las cañerías o las máquinas». (Y en aquel entonces, nadie pudo impedir que la red se declarara en huelga; en 1905 Moscú estuvo sin agua, por tanto, ¿fue Oldenborger en persona quizás el que cerró los grifos?) A la mañana siguiente de la Revolución de Febrero, dijo a sus obreros que la revolución había terminado, que ya era suficiente, que cada cual volviera a su trabajo, que el agua debía correr. Durante los combates de Octubre en Moscú, su única preocupación fue mantener el suministro de agua. Sus empleados, en huelga en respuesta al golpe de Estado de los bolcheviques, le pidieron que se uniese a ellos. Pero él respondió: «Perdonen ustedes, pero hay cuestiones técnicas que me impiden sumarme a la huelga. Por lo demás..., por lo demás, yo estoy con ustedes...». Tomó en custodia los fondos del comité de huelga, extendió un recibo, eso sí, pero una vez hecho esto, corrió en busca de una junta para una tubería averiada.

Mas poco importa: ¡era un enemigo! He aquí lo que le había dicho a un obrero: «El régimen soviético no se mantendrá ni dos semanas». En la nueva situación que precede a la NEP, Krylenko se permite una indiscreción ante el Tribunal Revolucionario Supremo: «No eran los especialistas los únicos que entonces lo pensaban, también nosotros lo creíamos a veces»(pág. 439, la cursiva es mía. – A.S.).

Mas poco importa: ¡era un enemigo! Como nos enseña el camarada Lenin: para vigilar a los especialistas burgueses necesitaremos al perro guardián de la RKI.

Desde entonces Oldenborger contó con dos de esos perros guardianes que no lo dejaban ni a sol ni a sombra. (Uno de ellos, Makárov-Zemlianski, un vivales empleado de oficinista en la Compañía de Aguas y más tarde despedido por «conducta improcedente», ingresó en la RKI porque «pagaban más», ascendió hasta llegar a la sede del Comisariado Popular en Moscú porque «la paga era todavía mejor», y tuvo así ocasión de controlar a su antiguo jefe y vengar su afrenta con toda su alma.) Pensemos que además el Comité Sindical, como es de suponer, tampoco dormía, por algo era el mejor defensor del obrero. Y que los comunistas se habían hecho los amos de la Compañía de Aguas. «Los altos cargos deben ser desempeñados exclusivamente por obreros, sólo los comunistas deben detentar el mando en toda su plenitud. Este proceso confirma la validez de esta afirmación» (pág. 433). Añadamos que la organización del partido en Moscú tampoco le quitaba la vista de encima a la Compañía de Aguas. (Y detrás de ella, estaba además la Cheká.) «Con sana hostilidad de dasesentamos, en su día, las bases de nuestro Ejército; y en nombre de esta misma hostilidad, no confiaremos ahora ni un sólo puesto de responsabilidad a personas ajenas a nuestro bando, sin poner a su lado a un [...] comisario» (pág. 434). Inmediatamente empezaron a enmendarle la plana al ingeniero jefe, a darle orientaciones, a reprenderle y cambiarle el personal técnico sin su consentimiento («limpiaron a fondo aquel nido de negociantes»).

¡Mas no lograron salvar la Compañía de Aguas! ¡El suministro, en lugar de mejorar, empeoraba! Así de astuta era la camarilla del ingeniero, que de forma artera seguía adelante con sus malévolos designios. Es más, abandonando su naturaleza intermedia de intelectual, que hasta entonces le había impedido elevar el tono, Oldenborger se atrevió a calificar de despotismo la actuación del nuevo director del servicio, Ze-niuk («una figura enormemente simpática —según Krylenko– por su estructura interna»).

Para entonces no cabía ya duda de que «el ingeniero Oldenborger traicionaba deliberadamente los intereses de los trabajadores y que era enemigo directo y declarado de la dictadura de la clase obrera». Empezaron a desfilar por la red de distribución de agua las comisiones de control, pero se encontraban con que todo estaba en orden y que el agua circulaba con normalidad. Pero los de la Rabkrin no se daban por satisfechos y no dejaban de enviar denuncias a la sede de la RJCI: Oldenborger no busca sino «entorpecer, dañar y destruir el suministro de aguas con fines políticos». Pero no se salió con la suya porque le estaban asediando sin cesar y no le permitían derroches como reparar las calderas o reemplazar los depósitos de madera por unos de hormigón. En las asambleas, los guías del proletariado empezaron a decir sin recato alguno que el ingeniero jefe era «el alma del sabotaje técnico organizado», que no debían confiar en él, sino pararle los pies.

¡Y pese a todo el trabajo no marchaba mejor, sino peor!

Lo que más hería «la psicología proletaria hereditaria» [196]de los miembros de la Rabkrin y del sindicato era que en las centrales de bombeo la mayoría de obreros estuviera «contagiada por la psicología pequeñoburguesa», que se hubieran puesto de parte de Oldeborger y no vieran sabotaje alguno. En esto llegaron las elecciones al Consejo Municipal de Moscú y los obreros de la Compañía de Aguas postularon como candidato a Oldenborger, al que la célula del partido opuso, como es natural, un contrincante. Sin embargo, el candidato del partido no tenía la menor posibilidad, debido a la autoridad que el ingeniero jefe había sabido usurpar ilegítimamente entre los trabajadores. Con todo, la célula del partido informó al comité de distrito y a todas las demás instancias del partido de una moción que también proclamó en la asamblea: «Oldenborger es el eje y el alma del sabotaje. ¡En el Consejo Municipal de Moscú será nuestro enemigo político!». Los obreros respondieron con alboroto, al grito de «¡Embusteros!», «¡Mentira!». Entonces, el secretario del Comité del Partido, el camarada Se-delnikov, declaró abiertamente a la cara de aquellos miles de proletarios: «¡Con gente de las Centurias Negras yo no me trato!», que era tanto como decir: ya tendremos ocasión de hablar más adelante.

El partido tomó las siguientes medidas: el ingeniero jefe Oldenborger fue expulsado de... la Junta Directiva de la Compañía de Aguas, y luego, rodeado de una atmósfera de continua vigilancia, lo citaron una y otra vez ante numerosas comisiones y subcomisiones, lo interrogaban y le encargaban tareas que debía cumplir con plazos mínimos. Cada incomparecencia se anotaba en un expediente «en previsión de un futuro proceso judicial». Por mediación del Consejo del Trabajo y Defensa (presidido por el camarada Lenin) consiguieron que se constituyera una «Troika Extraordinaria» para la Compañía de Aguas (Rabkrin, Consejo de Sindicatos y camarada Kuibyshev).

Pero el agua hacía cuatro años que continuaba corriendo por las cañerías como si nada. Y los moscovitas la bebían y no advertían lo que pasaba...

El camarada Sedelnikov publicó entonces en el diario Vida Económicaun artículo «Acerca de los rumores sobre el estado catastrófico de la red de distribución de aguas y la alarma que originan en la opinión pública». En él sembraba una serie de nuevos rumores no menos inquietantes y decía incluso que la Compañía bombeaba agua subterránea «erosionando deliberadamente los cimientos de todo Moscú» (que databan de los tiempos de Iván Kalita). Se constituyó una comisión del Consejo Municipal de Moscú que dictaminó: «el estado de la red es satisfactorio y su dirección técnica, racional». Oldenborger refutó todas las acusaciones. Tras esto, Sedelnikov se mostró magnánimo: «Yo sólo me había propuesto levantar la liebre,pero desde luego, se trata de un asunto que compete en exclusiva a los spets».

¿A qué podían recurrir entonces los guías de la clase obrera? ¿A qué último, pero infalible recurso? ¡Una denuncia a la Cheká! ¡Y eso es lo que hizo Sedelnikov! Él «estaba viendo con sus propios ojos la consciente destrucción de la red de suministro por parte de Oldenborger», no tenía duda de que «en la Compañía de Aguas, en el corazón del Moscú rojo, existía una organización contrarrevolucionaria». Y para colmo, ¡había que ver en qué estado catastrófico se encontraba la torre de aguas de Rubliovo!

Pero en este punto, Oldenborger se permitió una falta de tacto, un paso en falso digno de una capa intermedia e invertebrada como es la intelectualidad: se le habían «cargado» un pedido de nuevas calderas extranjeras (las viejas era imposible repararlas en Rusia) y él se suicidó. (Eran demasiadas cosas para un hombre solo, al que, además, le faltaba preparación.)

Pero no dieron carpetazo al asunto.; incluso sin Oldenboger sería posible descubrir a la organización contrarrevolucionaria, ya se encargarían de desenmascararla los de la Rabkrin. Y así transcurren dos meses entre sordas maniobras. Pero el espíritu de la incipiente NEP exige «una de cal y otra de arena», de modo que cuando el caso llega al Tribunal Revolucionario Supremo, Krylenko se muestra severo, pero moderado a la vez; implacable, pero moderado a la vez. Y también comprensivo: «Naturalmente, el obrero ruso tenía razón al ver un enemigo más que un amigo en todo el que no era su igual»,pero «habida cuenta de las modificaciones que va a seguir experimentando nuestra política, tanto en la práctica como en términos generales, tal vez nos veamos obligados a hacer mayores concesiones, a retroceder y a pactar; es posible que el partido se vea obligado a optar por una línea táctica a la que se opondrá la primitiva lógica de quienes han sido luchadores sinceros y dispuestos a todo sacrificio (pág. 458)».

Ciertamente, el tribunal prefirió «no tomarse a la tremenda» las declaraciones contra el camarada Sedelnikov, formuladas tanto por los obreros como por los de la Rabkrin. Y tampoco el acusado Sedelnikov parecía amedrentado cuando replicaba a las amenazas del acusador: «¡Camarada Krylenko! Conozco esos artículos; mas eso se refiere a enemigos de clase y aquí no se está juzgando a enemigos de clase».

Pero en cambio, ahora Krylenko se complace en cargar las tintas. Denuncias contra organismos estatales intencionadamente falsas... con circunstancias agravantes (rencor personal, ajuste de cuentas)..., abuso de las atribuciones del cargo..., irresponsabilidad política..., uso indebido del poder y de la autoridad de funcionarios soviéticos y miembros del RKP(b)..., desorganización del trabajo en la Compañía de Aguas..., perjuicio al Consejo Municipal de Moscú y a la Rusia Soviética dada la escasez de especialistas en suministro de aguas... que resultan insustituibles... «Por no hablar ya de la pérdida personal...En nuestra época, en la que la lucha constituye el contenido esencial de nuestras vidas, en cierto modo nos hemos acostumbrado a no conceder importancia a las pérdidas, por irreparables que éstas sean... (pág. 458). El Tribunal Revolucionario Supremo debe hacer oír su voz con fuerza... ¡Debe imponerse con todo rigor el castigo previsto por la Ley! ¡No estamos aquí para bromas!»

¿Dios mío, qué va a ser de ellos? ¿Será posible que la sentencia sea...? El avezado lector susurra ya: fu ...

Exacto: fu-nambulesca: en vista de su sincero arrepentimiento, se impone a los acusados... ¡una amonestación pública!

Dos raseros diferentes...

Sedelnikov, según dicen, fue condenado a un año de prisión.

Permítanme ustedes que no me lo crea.

¡Oh, trovadores de los años veinte, que nos los pintabais como un radiante estallido de alegría! Mas nosotros, aunque sólo los vimos de refilón y con ojos de niño, ¿cómo habremos de olvidarlos? Aquellas jetas, aquellos morros que acosaban a los ingenieros empezaron a criar grasa precisamente en los años veinte.

Pero ahora sabemos que todo había empezado en 1918...

* * *

En los dos procesos siguientes tendremos que arreglárnoslas sin nuestro queridísimo acusador general: está ocupado con los preparativos del gran proceso contra los eseristas. (En provincias ya se habían visto procesos contra socialistas revolucionarios, como por ejemplo el de Sarátov de 1919.)

Este grandioso proceso había despertado desde el primer momento cierta inquietud en Europa, y el Comisariado del Pueblo para la Justicia de pronto reparó en que contaba con tribunales desde hacía cuatro años, eso sí, pero que aún no tenía un Código Penal, ni viejo ni nuevo. Seguramente, Krylenko también andaba preocupado con esto del Código: antes de ponerse manos a la obra había que dejar todos los cabos bien sujetos.

En cambio, los procesos eclesiásticos en ciernes eran de índole internay carecían de interés para la progresista Europa. Así pues, podían seguir adelante, aunque no hubiera código.

Ya hemos visto que según entendían las autoridades la separación entre Iglesia y Estado, todos los templos y todo cuanto había en ellos colgado, expuesto o pintado, pasaba al Estado, y que a la Iglesia la única casa de Dios que le correspondía era la que, según las Sagradas Escrituras, llevaban los hombres en el alma.Y en 1918, cuando parecía haberse alcanzado la victoria política —más rápida y fácilmente de lo que se esperaba– se dispuso la confiscación de los bienes de la Iglesia. Sin embargo, este primer asalto provocó demasiada indignación popular. En plena vorágine de la guerra civil hubiera sido una imprudencia abrir otro frente interior, esta vez contra los creyentes. No hubo más remedio que aplazar el diálogo entre comunistas y cristianos hasta mejor ocasión.

Al final de la guerra civil, y como consecuencia natural de la misma, hubo en la región del Volga la peor ola de hambre de todos los tiempos. Como esta situación no es precisamente una perla en la corona del vencedor, no suele dedicársele más que un par de líneas. Y sin embargo, fue una hambruna que llevó a los hombres a la antropofagia, hubo padres que se comieron a sus propios hijos, fue un hambre como Rusia no había conocido ni en el Periodo de los Desórdenes* (pues entonces, según atestiguan las crónicas, las gavillas de trigo pasaron varios años bajo la nieve y el hielo sin que nadie las tocara). Bastaría una sola película sobre esta hambre para arrojar luz sobre todo cuanto hemos visto y sobre todo cuanto sabemos de la Revolución y la guerra civil. Pero no hay películas, ni novelas, ni estadísticas: es mejor olvidar, no es una visión agradable. Además, cuando hablamos de oleadas de hambre y de sus causas , estamos acostumbrados a echarle la culpa a los kulaks,¿pero cómo iba a haber kulaks si todo el mundo estaba muriéndose de hambre? V.G. Korolenko, en sus Cartas a Lunacharski(que a pesar de la promesa del destinatario, nunca se publicaron en nuestro país), [197] 02explicaba que el hambre y la miseria generalizados se debieron al total desmoronamiento de la producción (los obreros habían sido llamados a filas) y a la pérdida de confianza de los campesinos, que no contaban con poder conservar ni siquiera una parte de la cosecha. Además, ya llegará el día en que alguien calcule cuántos fueron los interminables trenes cargados de alimentos que —en virtud del Tratado de Brest-Litovsk– estuvimos enviando durante meses desde una Rusia privada hasta del derecho a protestar, vagones procedentes de las regiones que sufrirían el hambre, a la Alemania del Kaiser, que libraba sus últimos combates en Occidente.

Estamos ante una cadena de causas y consecuencias concisa y directa: si en el Volga llegaron a comerse a sus hijos fue porque antes los bolcheviques se habían apoderado del poder por la fuerza provocando una guerra civil.

Pero el político de talento ha de saber sacar partido de las desgracias del pueblo. Fue como un arrebato de inspiración, como matar tres pájaros de un tiro: ¡Pues que los popes den de comer a las gentes del Volga!¿O es que no son almas cristianas y compasivas?

1) Si se niegan, les cargamos a ellos toda la culpa del hambre y acabamos con la Iglesia.

2) Si acceden, dejamos limpios los templos.

3) De un modo o de otro, llenamos de divisas las arcas del Estado.

Es probable que este plan se inspirara en el comportamiento de la propia Iglesia. Como atestigua el patriarca Tijon, ya en agosto de 1921, cuando empezaba el hambre, la Iglesia creó unos comités diocesanos y panrusos de auxilio a los hambrientos e inició una cuestación. Pero permitir la ayuda directa de la Iglesia a las bocas hambrientas era tanto como poner en entredicho la dictadura del proletariado. Se prohibieron los comités y el dinero pasó al erario público. El Patriarca recurrió hasta al Papa de Roma y al Arzobispo de Canterbury, pero también en esto le cortaron las alas, pues sólo el régimen soviético tenía potestad para mantener negociaciones con extranjeros. Además, ¿a qué venía ir dando voces de alarma?: el régimen —decían los periódicos– disponía de recursos propios y suficientes para atajar el problema del hambre.

Pero en el Volga la gente estaba comiendo hierba y suelas de zapato, y royendo los marcos de las puertas. Al final, en diciembre de 1921, el Pomgol* (Comité Estatal de Auxilio a los Afectados por el Hambre) propuso a la Iglesia que hiciera donación de sus tesoros a beneficio de los hambrientos —no todos, sino de los que no fueran canónicamente necesarios para la liturgia—. El Patriarca accedió y el Pomgol dictó una normativa: ¡Toda donación debía ser voluntaria! El 19 de febrero de 1922 el Patriarca hizo pública una carta pastoral que autorizaba a los consejos parroquiales a donar los objetos no sacramentales.

Una vez más, todo podía irse al garete y acabar en un compromiso conciliador que neutralizara la voluntad proletaria.

¡Idea: fulminarlos con un rayo! ¡Idea: lanzarles un decreto! Decreto del VTsIK de 26 de febrero: ¡Incautar todos los tesoros de la Iglesia para socorrer a las víctimas del hambre!

El Patriarca escribió a Kalinin y éste no le respondió. El 28 de febrero el Patriarca publicó una nueva epístola que resultaría fatal: la Iglesia consideraba semejante acto un sacrilegio y no podía consentir la requisa.

Hoy, medio siglo después, es fácil reprochárselo al Patriarca. Posiblemente los altos dignatarios de la Iglesia no debieran haberse detenido a pensar en cosas como: ¿es que acaso el régimen soviético no dispone de otros recursos, ¿ quién había provocado, a fin de cuentas, el hambre en el Volga?; no debieron haberse aferrado a sus riquezas, pues ellas no podían ser la base sobre la que renaciera una fe con renovado vigor (si es que ello llegaba a ocurrir). Pero imaginemos la situación del infeliz Patriarca, elegido justo después de Octubre, y que en los pocos años que habría de estar al frente de la Iglesia no conocería sino acosos, persecuciones y fusilamientos. Y era él quien tenía que protegerla.

Acto seguido, seguros de su éxito, los periódicos iniciaron una campaña contra el Patriarca y los altos dignatarios de la Iglesia, que estaban ¡estrangulando la región del Volga con la descarnada mano del hambre! Y cuanto más se empecinaba el Patriarca en su negativa, tanto más difícil se hacía su situación. En marzo surgió en el seno del clero un movimiento que abogaba por la entrega de los tesoros y la negociación de un acuerdo con las autoridades. Los temores que aún había que vencer se los manifestaba a Kalinin el obispo Antonin Granovski, que había entrado a formar parte del Comité Central del Pomgol: «los fieles temen que los tesoros de la Iglesia puedan ser utilizados para otros fines,mezquinos y ajenos a sus corazones». (El versado lector, conocedor ya de los principios generales de la Doctrina Progresista, convendrá que ello era más que probable. Y es que las necesidades de la Komintern y de un Oriente que sacudía sus cadenas no eran menos acuciantes que las de la cuenca del Volga.) En Petrogrado, el metropolita Benjamín daba también muestras de firmeza: «Esto es de Dios y lo entregaremos de buen grado». Pero sin confiscación, como una ofrenda voluntaria. También él pedía cierto control por parte del clero y de los fieles: quería la custodia de los objetos hasta el momento en que éstos se convirtieran en pan para los hambrientos. Le atormentaba pensar que, a pesar de todo, su postura pudiera poner en entredicho la enérgica condena del Patriarca.


    Ваша оценка произведения:

Популярные книги за неделю