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Archipielago Gulag
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Автор книги: Александр Солженицын



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A juzgar por los documentos oficiales, la pena capital fue restablecida en toda su extensión a partir de junio de 1918, aunque mejor dicho no es que fuera «restablecida», sino que se instauró como una nueva era de ejecuciones. Si damos por supuesto que Latsis [229] 30no calcula por lo bajo, sino que simplemente dispone de datos incompletos, y que los tribunales revolucionarios trabajaron en el terreno judicial como mínimo con tanta intensidad como la Cheká en el extrajudicial, llegamos a la conclusión de que en dieciséis meses (de junio de 1918 a octubre de 1919) en las veinte gubernias centrales de Rusia se fusiló a más de 16.000 personas, (lo que equivale a más de mil personas al mes ). [230] 31 (Por cierto, fueron fusilados entonces el presidente del primer soviet ruso de diputados [el de Petersburgo, 1905], Jrustaliov-Nosar, y el pintor que diseñó el uniforme medievalizante que llevaron los soldados rojos durante toda la guerra civil.)

Tenemos, además de todo esto, los tribunales revolucionarios militares, con sus cifras de millares de condenados por mes. Y los tribunales revolucionarios de ferrocarriles (véase el capítulo 8, pág. 358.)

En cualquier caso, quizá no fueran estos fusilamientos aislados —precedidos o no por una sentencia—, y que luego ascendieron a millares, los que abrieran en 1918 esa nueva era de ejecuciones que habría de dejar a Rusia ebria y helada.

Más espantosa se nos antoja la práctica, puesta de moda por ambos bandos combatientes y después por los vencedores, de hundir gabarrascargadas con centenares de personas sin recuento, sin registro ni listas, especialmente oficiales y otros rehenes, en el golfo de Finlandia, en los mares Blanco, Caspio y Negro, y también en el lago Baikal. Aunque ello no forme parte estrictamente de nuestra crónica judicial, es la historia de unos usos de los que deriva todo lo demás. ¿En qué otro siglo ruso, desde el primer Riurik, se dio algún periodo con tal sinnúmero de crueldades y asesinatos como cometieron los bolcheviques tanto durante como acabada la guerra civil?

Estaríamos pasando por alto un característico altibajo si no citáramos la abolición de la pena capital... en enero de 1920. ¡Sí! Algún historiador puede quedarse atónito ante esta muestra de credulidad e indefensión por parte de una dictadura que prescinde de su espada justiciera en unos momentos en que De-níkin todavía estaba en el Kubán; Wrangel en Crimea, y cuando la caballería polaca comenzaba a ensillar los caballos para lanzarse a la campaña. Pero, en primer lugar, hay que decir que con este decreto estaban curándose en salud porque no se extendía a los tribunales revolucionarios militares,sino tan sólo a la Cheká y a los tribunales de la retaguardia. Por ello, los que estaban destinados al paredón podían ser trasladados previamente a zona militar. Así, por ejemplo, se ha conservado este documento para la Historia:

«Confidencial. Circular.

»A los presidentes de las chekás locales, y de la Cheká de

la URSS.

»A la atención de las Secciones Especiales. »En vista de la abolición de la pena capital, se sugiere que todos aquellos individuos a los que, por razón de los distintos delitos que les hayan sido imputados, corresponda aplicar la medida suprema sean trasladados a las zonas de combate, en las que no está en vigor el decreto de abolición de la pena de muerte.

»15 de abril de 1920.

»n° 325/16.756

»El jefe de la Sección Especial de la Cheká de la URSS, «/firmado/

»Yagoda».

En segundo lugar, el decreto fue preparadomediante una purga previa de las cárceles(numerosos fusilamientos de reclusos que podrían haberse beneficiado del «decreto»). Se ha conservado en los archivos una declaración de los presos de Butyrki hecha el 5 de mayo de 1920:

«En la cárcel de Butyrki, donde estamos recluidos, después de firmado el decreto de abolición de la pena de muerte, han sido fusiladas de noche 72 personas. Ha sido una ruindad horrorosa.»

Pero en tercer lugar, y esto es lo más consolador, el decreto estuvo en vigor por corto plazo: cuatro meses (hasta que las cárceles volvieron a llenarse). Un decreto del 28 de mayo de 1920 devolvía a la Vecheká el derecho a fusilar.

La Revolución se apresuró a cambiar el nombre de las cosas para que así todo pareciera nuevo. Así, la «pena de muerte» fue rebautizada con el nombre de medida suprema,y no ya «de castigo», sino de protección social.Por los fundamentos del Derecho penal de 1924 nos enteramos de que dicha medida suprema se establece de manera transitoria hasta su total abolición por el Comité Ejecutivo Central.

Y, efectivamente, en 1927 empezaron con la abolición:la empleaban sólopara los delitos contra el Estado y el Ejército (Artículo 58 y Código Castrense), y también, cierto es, se aplicaba por bandolerismo (aunque ya se sabe la amplia interpretación política que daban al término «bandolerismo» en aquellos años, y aun ahora: desde el basmach*centroasiático hasta el guerrillero lituano de los bosques, todo nacionalista armado disconforme con el régimen central era un «bandido». ¿Cómo iban a pasarse sin ese artículo del código? Tanto el que se amotinaba en un campo penitenciario como el que participaba en una algarada urbana era un «bandido»). En el décimo aniversario de la Revolución abolieron la pena de muerte en todos los artículos del código relacionados con la protección del individuo: asesinato, pillaje, violación.

Y en el decimoquinto aniversario de la Revolución se añadió un nuevo supuesto de pena capital: la ley «siete del ocho», piedra angular del socialismo incipiente, una ley que prometía una bala a cada subdito que se apropiara de una migaja perteneciente al Estado.

Como ocurre siempre, al principio, en 1932-1933, se echó mano de esta ley con especial avidez, y con especial encono se fusiló a mucha gente. En este tiempo de paz(aún en vida de Kírov...), en diciembre de 1932, sólo contando en la lenin-gradense prisión de las Cruces, había doscientos sesentay cinco condenados que esperaban la muerte. [231] 32 Es posible, pues, que en todo un año, en dicha prisión, su número pasara del millar.

¿Qué criminales eran ésos? ¿De dónde habían salido tantos conspiradores y alborotadores? Por ejemplo, se encontraban encerrados en aquella prisión seis campesinos de un koljós cercano a Tsárskoye Seló cuyo crimen había sido el siguiente: después de la siega colectiva (¡hecha con sus propios brazos!) fueron al campo e hicieron una segunda siega para sus vacas repasando al ras los terrones. ¡Ninguno de los seis koljosianos fue indultado por el VTsIK y se cumplió la sentencia!

¿Qué Saltychija,* qué repugnante y repulsivo enemigo de la liberación de los siervos habría sido capaz de matar a seis campesinos por unas briznas de heno? Con sólo que les hubiera soltado un vergajazo nos lo hubieran hecho estudiar en la escuela y habríamos maldecido su nombre. [232] 33Pero ahora, ojos que no ven, corazón que no siente. Sólo queda la esperanza de que algún día se confirme documentalmente el relato de este testigo vivo. ¡Aunque Stalin no hubiera matado a nadie hasta entonces, ni matara a nadie en adelante, sólo por estos seis campesinos de Tsárskoye Selo yo lo consideraría digno de ser descuartizado! Y aún se atreven a gritarnos: «¿Cómo osáis acusarle?», «¿Cómo osáis turbar su magno recuerdo?», «¡Stalin pertenece al movimiento comunista mundial!». Sí. Y también al Código Penal.

¿Qué más da un Lenin que un Trotski? ¿En qué es mejor uno que otro? Con ellos empezó todo.

Sin embargo, volvamos a la moderación, a la objetividad. Qué duda cabe que el VTsIK habría acabado por «abolir totalmente» la medida suprema —¿o es que acaso no lo había prometido?—, pero desgraciadamente en 1936 el Padre y Maestro lo que decidió «abolir totalmente» fue... al propio VTsIK. Y el Soviet Supremoque lo reemplazó seguía más bien los pasos de aquel que había cuando Anna Ioánnovna. Y a partir de este punto la medida suprema dejó de ser una verborreica «medida de protección» para convertirse a las claras en medida de castigo.Los fusilamientos de 1937-1938 no podría haberlos entendido ya como «protección» ni siquiera el oído de Stalin.

¿Habrá algún jurista o algún historiador criminalista que pueda aportarnos una estadística rigurosa de estos fusilamientos? ¿Dónde estará ese archivo secretoen el que podamos penetrar y calcular las cifras? No existe ni existirá jamás. Por esto sólo podemos atrevernos a repetir las cifras que una vez alcanzamos a oír como un susurro, como rumores que no hace tanto tiempo, en 1939-1940, corrían de primera mano bajo las bóvedas de Butyrki, cifras aportadas por importantes y no tan importantes sicarios de Ezhov caídos en desgracia, que poco antes habían pasado por aquellas mismas celdas (¡no iban a saberlo ellos!). Decían esos esbirros que en dos años se había fusilado en toda la URSS a medio millón de «políticos» y a 480.000 delincuentes comunes (que entraban en el Artículo 59-3: fusilados «por apoyar a Yagoda»; con ello asestaron un golpe mortal a la «antigua y noble cofradía de los ladrones»).

¿Les parece inverosímil? Si tenemos en cuenta que los fusilamientos no duraron dos años, sino año y medio, podemos calcular (por el Artículo 58) un promedio de 28.000 fusilados al mes. En toda la Unión Soviética. ¿Pero cuántos lugares había donde se llevaran a cabo fusilamientos? Pongamos como cifra muy modesta unos ciento cincuenta. (Aunque había más, naturalmente. Por hablar sólo de Pskov, en muchas iglesias el NKVD utilizó las antiguas celdas de ermitaños que había en las criptas como cámaras de tortura y de ejecución. En 1953 dichas iglesias seguían cerradas al turismo: decían que «eran archivos», cuando de archivos, lo único que tenían era que en diez años nadie había quitado las telarañas. Antes de empezar los trabajos de restauración tuvieron que llevarse los huesos en camiones.) De lo cual se desprende que en cada lugar habrían sido llevadas al paredón seis personas por día. ¿Resulta acaso tan fantástico? ¡Pero si es hasta una cifra baja! En Krasnodar atestiguan que, en el edifico central de la GPU de la calle Proletárskaya, en 1937-1938, ¡cada noche fusilaban a más de doscientas personas! (Según otras fuentes, el 1 de enero de 1939 habían ejecutado ya 1.700.000 personas.)

En los años de la gran guerra patria la aplicación de la pena de muerte fue extendiéndose por diversas razones (por ejemplo, al militarizar los ferrocarriles) y se enriqueció con nuevas formas (el decreto de abril de 1943 que instauraba la horca).

Todos estos acontecimientos iban postergando en cierta medida la prometida abolición total y definitiva de la pena capital, pero la paciencia y la fidelidad de nuestro pueblo acabaron siendo recompensadas: un día de mayo de 1947, losif Vissariónovich se probó una pechera almidonada ante el espejo, le gustó, y dictó al presidium del Soviet Supremo la abolición de la pena de muerte en tiempos de paz (que quedaba reemplazada por los veinticinco años: el cuartillo).

Pero nuestro pueblo es ingrato, criminal e incapaz de apreciar un gesto magnánimo. Por ello, entre gemidos y lamentos, nuestros dirigentes, privados dos años y medio de la pena de muerte, publicaron el 12 de enero de 1950 un decreto en sentido opuesto: «en vista de las peticiones recibidas de las repúblicas nacionales (¿Ucrania?), de los sindicatos (¡benditos sindicatos!, siempre sabían lo que era necesario), de las organizaciones campesinas (esto lo escribiría un sonámbulo, pues el Magnánimo había pisoteado todas las organizaciones campesinas ya en el año de la Gran Ruptura*), y también de las personalidades de la cultura (eso sí es perfectamente verosímil)» se volvía a restablecer la pena de muerte para los «traidores a la patria, espías y saboteadores», cuyo número iba en aumento.

Una vez restablecido nuestro habitual corte de pescuezos, la cosa ya vino rodada: en 1954, por homicidio premeditado; en mayo de 1961, también por robo de bienes del Estado, por falsificación de moneda y por terrorismo en los lugares de reclusión (esto para el que mataba chivatos o amedrentaba a la administración del campo penitenciario); en julio de 1961, por infracción de la legislación en materia de operaciones con divisas extranjeras; en febrero de 1962, por tentativa (levantar la mano) contra la vida de policías y milicianos; y en esta misma época, por violación; y acto seguido también por prevaricación.

Todo esto transitoriamente, hasta la abolición definitiva.Así es como continúa escrito hasta hoy día.

Resulta, pues, que el periodo más largo sin pena de muerte fue el reinado de Elizabeta Petrovna.

* * *

Desde nuestra existencia ciega y acomodada, los condenados a muerte se nos antojan unos pocos seres aislados en manos de la fatalidad. Tenemos el convencimiento instintivo de que nosotrosjamás podremos ir a parar a la celda de los condenados, de que para ello es preciso, si no una culpa muy grave, por lo menos haber llevado una vida excepcional. Por tanto, si antes no nos replanteamos a fondo todo cuanto hay en nuestra mente, es imposible que podamos concebir que en las celdas de los condenados han estado multitud de personas de lo más vulgar, por actos de lo más cotidianos, que han corrido distinta suerte, si bien las más de las veces no han obtenido clemencia, sino la supre(así es como llaman los presos a la medida suprema, pues no pueden sufrir las palabras altisonantes y todo lo nombran de la manera más ruda y concisa posible).

Un agrónomo, responsable agrario de un distrito, fue condenado a muerte ¡por haberse equivocado al analizar el trigo del koljós! (¿No sería porque los resultados de su análisis no complacieron a sus superiores?) Sucedió en 1937.

Mélnikov, presidente de una cooperativa de artesanos (¡fabricaban canutillos para hilo!), fue condenado a muerte porque en el taller una máquina de vapor soltó una pavesa y se declaró un incendio. Fue en 1937. (Aunque lo cierto es que le conmutaron la pena por diez años.)

En la referida prisión de las Cruces esperaban la muerte: Feldman, por posesión de divisas; Faitelevich, alumno del conservatorio, por vender flejes de acero para fabricar plumillas. ¡El comercio ancestral, pan y pasatiempo de los judíos, también se había hecho merecedor de la muerte!

Así pues, ¿cómo maravillarnos de que condenaran a muerte a un joven como Gueraska? El día de San Nicolás, en primavera, este joven campesino de Ivánovo había andado de juerga en un pueblo vecino, bebió más de la cuenta y golpeó con una estaca el trasero... ¡no de un policía!, sino del caballo de un policía. (Cierto que, para mayor indignación del agente del orden, desclavó un listón de la fachada del soviet rural y arrancó el cable del teléfono al grito de: «¡Mueran esos diablos!».)

El que uno dé con sus huesos en la celda de los condenados a muerte no depende de lo que haya hecho o dejado de hacer, sino del giro de una gran rueda movida por poderosas circunstancias externas. Por ejemplo, cuando el cerco de Leningrado. ¿Qué iba a pensar el jefe supremo de la ciudad, el camarada Zhdánov, si en unos meses tan duros no constaban penas de muerte en las actas de la Seguridad del Estado? Pues que los Órganos estaban de brazos cruzados, ¿o qué si no? ¿No debían haberse descubierto grandes conjuras dirigidas desde fuera por los alemanes? ¿Cómo podía ser que en 1919, bajo el mando de Stalin, se descubrieran tantas conjuras y que ahora, en 1942, con Zhdánov, no las hubiera? Y de este modo, ni cortos ni perezosos, ¡se descubren diversas e intrincadas conspiraciones! Mientras uno duerme en su habitación de Leningrado, en la que hace tanto frío como en la calle, una zarpa negra de largas uñas desciende ya sobre su persona. Y desde ese momento nada depende de él. Se designa a una persona cualquiera, al teniente general Ignatovski, por ejemplo. Sus ventanas dan al Nevá, ha sacado un pañuelo blanco para sonarse: ¡es una señal! Además, Ignatovski, como ingeniero que es, gusta de hablar con los marineros sobre el material náutico. ¡Ya es nuestro! Detienen a Ignatovski. ¡Ha llegado el momento de pasar cuentas! Diganos el nombre de cuarenta miembros de su organización. Y los desembucha. De modo que si uno es acomodador del teatro Alexandra,* pongamos por caso, no tiene muchas probabilidades de que salga su nombre, pero si es profesor del Instituto Técnico Superior tiene todos los números para aparecer en la lista. ¿Usted qué hubiera hecho? Así que todos los de lista van derechitos al paredón.

A todos los fusilan. Pero veamos cómo logra conservar la vida Konstantín Ivánovich Strájovich, un destacado ingeniero ruso del campo de la hidrodinámica: cierto personaje de la Seguridad del Estado situado en un escalafón aún más alto anda descontento porque la lista es demasiado corta y son pocos los fusilados. Y se fijan en Strájovich porque les puede servir como centro de una nueva organización que desenmascarar. Lo llama a comparecer el capitán Altschuller: «¿Qué se ha creído usted? ¿Es que cree que vamos a tolerar que confiese todo rápidamente para poder largarse cuanto antes al otro mundo y encubrir a su gobierno clandestino? ¿Qué cargo ostentaba usted en él?». ¡Y así, sin salir de la celda de los condenados, Strájovich entró en un nuevo ciclo de interrogatorios! Les propone que le consideren ministro de Instrucción Pública (¡con tal de terminar cuanto antes!), pero Altschuller no se da por satisfecho. Mientras la instrucción del sumario sigue su curso, van fusilando a los de la lista de Ignatovski. En uno de los interrogatorios, Strájovich monta en cólera: no porque quiera vivir, sino porque está cansado de esperar la muerte y sobre todo, porque la mentira le produce ya náuseas. De modo que en un interrogatorio cruzado en presencia de un oficial de alta graduación, descarga un puñetazo sobre la mesa: «¡A vosotros es a quien acabarán fusilando! ¡No voy a mentir más! ¡Me retracto de todas mis declaraciones!». Y este estallido sirvió de remedio, no sólo dejaron de interrogarle sino que lo tuvieron olvidado durante mucho tiempo en la celda de los condenados.

Sin duda, un estallido de desesperación en medio de tanta sumisión siempre sirve de algo.

Ya ven lo mucho que se fusiló: primero miles, luego centenares de miles. Dividimos, multiplicamos, suspiramos, maldecimos. Y pese a todo, se trata sólo de cifras, que al principio estremecen, pero que más tarde caen en el olvido. Mas si algún día los parientes de los ajusticiados llevaran a una editorial las fotografias de los ejecutados, si se editara un álbum con esas fotografías, un álbum de varios tomos, entonces podríamos pasar las hojas y de esa última mirada de sus ojos apagados quedaría en nosotros algo muy útil para lo que nos resta de vida. Esta lectura, casi sin letras, se depositaría sobre nuestros corazones como una capa perenne.

Una familia que conozco, en la que hay varios antiguos zeks, observa el siguiente rito– cada 5 de marzo, el día en que murió el Asesino Supremo, ponen por las mesas las fotografías de quienes fueron fusilados o cayeron en los campos. Son unas cuantas docenas, tantas como han podido reunir. Y el día entero reina en la casa un ambiente solemne: a veces recuerda un templo, a veces un museo. Suena música fúnebre. Vienen los amigos, contemplan las fotografias, guardan silencio, escuchan, conversan en voz baja; se van sin despedirse.

Si hicieran así en todas partes... Al menos quedaría en nuestros corazones una pequeña cicatriz.

¡Y así, todas estas muertes no habrían sido en vano!

¿Cómo sucede todo esto?¿Cómo es la esperade esos hombres? ¿Qué sienten? ¿En qué piensan? ¿Qué decisiones maduran en ellos? ¿Cómo van a buscarlos?¿Cuáles son las sensaciones en los últimos minutos? ¿Y cómo..., bueno, cómo los... exactamente?

Es natural ese enfermizo afán de los' hombres de mirar tras la cortina (aun estando convencidos de que a ninguno de no-sotrosjamás nos ha de ocurrir esto). Es natural también que los relatos de los supervivientes acaben siempre antes de llegar a los últimos instantes, puesto que fueron indultados.

Lo que ocurre en los últimos instantes lo saben los verdugos. Pero ellos no hablarán. (¿Para qué va a querer contar nada el famoso tío Liosha, de la prisión de las Cruces, que retorcía para atrás los brazos de los condenados, que les ponía las manillas, y que embutía un trapo en la boca del desgraciado si éste gritaba al cruzar de noche el pasillo «¡Adiós, hermanos!»? Seguramente ande todavía por Leningrado, muy bien vestido él. ¡Si os lo encontráis en una cervecería de las islas* o en el fútbol, preguntadle!)

Pero tampoco los verdugos lo conocen todo hasta el final. Cuando descarga en la nuca del condenado la bala de su pistola, silenciada por el estruendo de motores de automóvil que siempre acompaña a las ejecuciones, el verdugo está estúpidamente condenado a no entender lo que está haciendo. ¡Ni siquiera él sabe lo que ocurre en el último instante!Eso sólo lo saben los muertos; por tanto, nadie.

A decir verdad, tenemos al escritor, que, aunque de manera vaga y confusa, algo sabe de lo que ocurre hasta el momento mismo en que se descerraja el tiro, en que el dogal ahoga.

Y con ayuda de los indultados y de los literatos nos hemos formado un cuadro aproximado de la celda de los condenados. Sabemos, por ejemplo, que de noche no duermen, sino que esperan.Que sólo se sosiegan por la mañana.

Narokov (Márchenko), en su novela Las grandezas imaginarias,muy perjudicada por haberse impuesto el autor la tarea de escribir al estilo de Dostoyevski —y aun de desgarrar y conmover el corazón del lector más que el propio Dostoyevski—, sin embargo, describe muy bien, a mi entender, la celda de los condenados y la escena misma del fusilamiento. [233] 34No es algo que hayamos podido comprobar, claro está, pero tiene visos de verosimilitud.

En cambio, las conjeturas de literatos anteriores, por ejem ploLeonid Andréyev, tienen ahora, lo quieran o no, un resabio de los tiempos de Krylov. Pero es que por otra parte ninguna persona, por desbordada que fuera su imaginación, habría podido imaginarse, por ejemplo, las celdas de los condenados de 1937. No hay duda de que en caso de intentarlo, el escritor habría recurrido a procedimientos psicológicos: ¿cómo era la espera?, ¿cómo aguzaban el oído? Pero nadie habría podido prever —ni mucho menos describir– las inesperadas sensaciones de quienes esperan la muerte:

1. Los condenados padecen frío.Tienen que dormir sobre un suelo de cemento, y esto, si te toca junto a la ventana, significa estar a tres grados bajo cero (Strájovich). Mientras esperas que vengan a por ti, te hielas de frío.

2. Los condenados a muerte padecen estrechez y sofoco.En una celda individual embuten a siete (menos no suelen ser) , cuando no diez, quince y hasta veintiocho condenados (Strájovich, Leningrado, 1942). ¡Y allí los tienen apretujados durante semanas y meses! ¡Valiente pesadilla, pues, la de tus siete ahorcados! [234]Los reos ya no piensan en la ejecución, ya no les atormenta la muerte, sino cómo estirar las piernas, volverse del otro lado, cómo conseguir un poco de aire.

En 1937 en las cuatro prisiones de Ivánovo —la Interior, la n° 1, la n° 2 y la KPZ– había llegado a haber hasta cuarenta mil presos al mismo tiempo, siendo así que estas cárceles estaban calculadas, como máximo, para tres o cuatro mil. En la prisión n° 2 estaban mezclados: los reclusos en prisión preventiva, los condenados a campo penitenciario, los condenados a muerte, los condenados a muerte ya indultados, y, además, los simples rateros. Y todos ellos pasaban varios díasen una gran celda, de pie, unos contra otros, tan apretujadosque era imposible levantar o bajar el brazo, y el que se encontraba presionado contra los catres podía romperse la rodilla. Era invierno, pero los presos rompieron los cristales de las ventanas para no asfixiarse. (En aquella celda esperaba la muerte Alaly-kin, de cabellos blancos como la nieve, militante del partido socialdemócrata desde 1898 y que abandonó el partido bolchevique en 1917, después de promulgarse las tesis de abril.*)

3. Los condenados a muerte padecen hambre.Tanto tiempo esperan la ejecución de la sentencia que su máximo tormento ya no es el miedo al pelotón, sino las punzadas del hambre: ¿de dónde van a sacar algo para comer? En 1941, en la cárcel de Krasnoyarsk, Alexandr Bábich pasó en la celda de los condenados a muerte... ¡setenta y cinco días! Se había resignado ya completamente y no esperaba más que el fusilamiento como el único final posible a su desgraciada vida. Y entonces le conmutaron la pena por diez años, pero estaba hinchado por la desnutrición, y en este estado empezó su periplo por los campos. ¿Y cuál es el récord de días pasados esperando la muerte? ¿Quién podría saberlo? Vsévolod Petróvich Golitsyn, síndico* electo por los reclusos (!) de su celda, permaneció en ella ciento cuarenta días (1938). ¿Es éste, sin embargo, el récord? El académico N.I. Vavílov, orgullo de nuestra ciencia, esperó el fusilamiento varios meses, quién sabe si no un año entero; como condenado a muerte fue evacuado a la cárcel de Sarátov, donde estuvo encerrado en un calabozo subterráneo sin ventanas, y cuando en el verano de 1942 lo indultaron y lo trasladaron a una celda común, era incapaz de andar. A la hora del paseo había que sacarlo en brazos.

4. Los condenados a muerte padecen la privación de asistencia médica.Tras una larga permanencia en la celda de los condenados (1938), Ojrimenko cayó gravemente enfermo. No sólo no lo ingresaron en el hospital, sino que la doctora se hizo esperar. Y cuando por fin acudió, no entró siquiera en la celda: le tendió unos polvos a través de las rejas sin practicarle un reconocimiento ni hacerle pregunta alguna. Strájovich estaba aquejado de una hidropesía en los pies, así se lo dijo al celador y le enviaron... a un dentista.

Y aunque el médico intervenga, ¿debe curar al condenado a muerte, es decir, prolongar su espera? ¿O actuaría quizá de forma más humana si insistiera en que lo fusilen cuanto antes? He aquí otra escena vivida por Strájovich: entró el médico, y conforme hablaba con el oficial de guardia apuntaba con el dedo a los condenados diciendo «¡Difunto! ¡Difunto! ¡Difunto!». (Así indicaba insistentemente al oficial qué reclusos estaban distróficos, como diciéndole que no se podía llevar a la gente hasta ese punto, ¡que ya era hora de fusilarlos!)

Eso mismo, ¿por qué los retenían tanto tiempo? ¿Es que andaban cortos de verdugos? Habría que tener en cuenta este otro hecho: a muchos condenados les proponían, e incluso les rogaban,que firmaran una petición de indulto, y si se obstinaban en su negativa, hartos ya de trapicheos, entonces las firmaban en su nombre. Y claro, es natural que transcurrieran meses hasta que los papeles pasaran por todos los recovecos de la máquina.

Seguramente sucedía lo siguiente: se trataba del punto en que confluían dos organismos oficiales. La administración encargada de la investigación penal y la función procesal (como hemos podido saber por los miembros de la Sala de lo Militar, se trata de un mismo organismo) se desvivía por descubrir crímenes espantosos y no podía por menos de imponer a los criminales el castigo que merecían: la muerte. Pero así que las sentencias se habían pronunciado, así que las condenas a muerte obraban ya en los estadillos de la autoridad investigadora-procesal, esos mamarrachos —alias condenados– dejaban de interesarles: en realidad, no se había perpetrado ninguna sedición, y el hecho de que los condenados siguieran con vida o murieran en nada iba a alterar la marcha del Estado. De modo que quedaban a la entera disposición de las autoridades penitenciarias. Y éstas, estrechamente vinculadas con el Gulag, contemplaban a los presos desde un punto de vista económico: las cifras que debían alcanzar ya no se referían a personas fusiladas, sino a mano de obra mandada al Archipiélago.

Justo así es como vio Sokolov, jefe de la prisión interior de la Casa Grande, a Strájovich cuando éste, que había acabado por aburrirsede esperar en su celda, pidió papel y lápiz para dedicarse a los estudios científicos. Primero llenó todo un cuaderno, al que puso por título La interacción entre un líquidoy un cuerpo sólido que se mueve en él,después vino Cálculo de ballestas, resortesy amortiguadores,y más tarde Fundamentos de la teoría de la estabilidad.Entonces lo trasladaron a una celda «para científicos» separada de las demás, donde daban mejor de comer y empezaron a llegarle encargos desde el frente de Le-ningrado. Y les elaboró un sistema de «defensa antiaérea con armas volumétricas». Al final, Zhdánov le conmutó la pena de muerte por quince años de reclusión (pero como el correo entre Leningrado y el territorio fuera del cerco iba lento, antes le llegó el acostumbrado indultode Moscú, que, aunque común y corriente, fue más generoso que el de Zhdánov: una decena nada más).

Todos los cuadernos de Strájovich se han conservado en buen estado. Su fcarrera científica» entre rejas no había hecho más que empezar. Más adelante dirigiría uno de los primeros proyectos soviéticos sobre motores de turborreacción.

Por su parte, el juez de instrucción Kruzhkov (sí, sí, el mismo, el que robaba) decidió explotar con fines particulares a N.P., un profesor de matemáticas condenado a muerte: ¡y es que Kruzhkov seguía cursos por correspondencia! Así pues, sacaba a N.P. de la celda y lo ponía a resolver los problemas de teoría de funciones con variable compleja que figuraban en sus hojas de examen (y sin duda, no sólo las suyas).

Así pues, ¿qué podrá saber la literatura universal de los sufrimientos que preceden a la ejecución?

Por último (relata Chavdarov), la celda de los condenados podía ser utilizada como elemento de la instrucción sumarial,como medio de persuasión. A dos reclusos de Krasnoyarsk que no habían querido confesar los llevaron súbitamente ante un «tribunal», los «condenaron» a muerte y fueron recluidos en la susodicha celda (decía Chavdarov: «su juicio no fue sino una puesta en escena». Pero dado que todo juicio era de por sí una puesta en escena, ¿qué palabras podríamos utilizar para distinguir este pseudo-juicio de los restantes? ¿Decir quizá que era un escenario dentro de otro escenario, una representación dentro de otra representación?). Y luego hicieron que tragaran una buena ración del vivir cotidiano del condenado a muerte. Más adelante introdujeron unas cluecas que también eran «condenados a muerte». Los nuevos empezaron a manifestar su arrepentimiento por haber sido tan tozudos durante los interrogatorios, y a través del celador hicieron saber al juez que estaban dispuestos a firmarlo todo. Les dieron a firmar una declaración y luego se los llevaron de la celda. Los fueron a buscar de día, es decir, que no iban al paredón.


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