Текст книги "Archipielago Gulag"
Автор книги: Александр Солженицын
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Историческая проза
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Pero lo más sorprendente fue la sentencia: «La salvaguardia del orden revolucionario no hace indispensable la aplicación de la medida suprema de castigo y, dado que el ánimo de venganza es contrario al sentido de la justicia de las masas proletarias», se conmuta la pena de fusilamiento por diez años de privación de libertad.
Esto causó revuelo y, en aquella época, conmovió muchas mentes: ¿Relajación del poder? ¿Metamorfosis? Ulrich incluso se sintió obligado a dar explicaciones y justificó en las páginas de Pravdala concesión de gracia a Savínkov. ¿Cómo vamos a tener miedo de un Savínkov cualquiera tras siete años de régimen soviético cada vez más fortalecido? (No nos lo tomen a mal si para su vigésimo aniversario al régimen le viene un achaque de debilidad y tenemos que fusilar a cientos de miles.)
Así pues, envuelto en ese primer misterio que era su regreso al país, aparecía un segundo enigma: una sentencia que no era a muerte (la cual Búrtsev explica así: a Savínkov le habían hecho creer que dentro de la GPU existían corrientes opositoras dispuestas a aliarse con los socialistas, y que acabarían poniéndolo en libertad y confiándole algún papel activo; por esto llegó a un acuerdo con los jueces de instrucción). Después del juicio, permitieron a Savínkov... enviar cartas abiertas al extranjero, entre otras a Búrtsev, y en esas cartas Savínkov intentaba persuadir a los revolucionarios emigrados de que el régimen soviético se sostenía en la voluntad popular y que era inadmisible combatir contra él.
Pero en mayo de 1925 estos dos misterios se vieron eclipsados por un tercero: sumido en la depresión, Savínkov se arrojó por una ventana no enrejada a un patio interior de la Lubianka sin que los ángeles custodios de la GPU hubieran sido capaces de agarrarlo y detenerlo. Sin embargo, por lo que pudiera ser (para que no tuvieran tropiezos en su carrera), Savínkov les dejó una carta eximitoria en la que explicaba el por qué de su decisión. Estaba escrita con tanta sensatez y coherencia, era tan fidedigna y tanto se ajustaba al estilo y a la palabra de Savínkov, que todos quedaron convencidos de su autenticidad, de que nadie que no fuera Savínkov habría podido redactar aquella carta y de que éste había puesto fin a su vida tras tomar conciencia de su quiebra política. (Hasta una persona tan sagaz como Búrtsev no vio en todo este asunto más que una traición de Savínkov, sin que la autenticidad de la carta ni del suicidio le plantearan duda alguna. Hasta el acto más perspicaz tiene sus limitaciones.)
Y nosotros, los cretinos, los presos llegados más tarde a la Lubianka repetíamos como crédulos loros que las mallas metálicas en cada hueco de escalera de la Lubianka se habían instalado a raíz de que Savínkov saltara al vacío. Hasta tal punto nos subyugaba esa bella leyenda que olvidábamos una cosa: ¡la práctica de los carceleros es internacional! Mallas como aquéllas las había ya en las prisiones estadounidenses a principios de siglo, ¿cómo podía ir a la zaga la técnica soviética?
En 1937, en uno de los campos de Kolymá, justo antes de morir, el antiguo chekista Arthur Schrübel contó a uno de sus compañeros que él fue uno de los cuatro hombres que arrojaron a Savínkov al patio de la Lubianka por la ventana del cuarto piso. (Lo cual no se contradice con lo que relata actualmente la revista Nevácuando dice que el antepecho de la ventana era bajo, casi como la puerta de un balcón. ¡Qué habitación más bien escogida! Sólo que, según el autor soviético, el hecho se debió a una distracción de los ángeles custodios, mientras que según Schrübel lo lanzaron todos a la vez.)
Y el segundo enigma, el de la sentencia desproporcionadamente clemente, queda aclarado por el tercer misterio, mucho mas rudimentario.
Se trataba de un rumor sin confirmar, pero había llegado hasta mí y yo, a mi vez, lo transmití en 1967 a M.P. Yakubóvich, quien exclamó con ese brío juvenil que conservaba, y con brillo en los ojos: «¡Ya lo creo! ¡Concuerda! ¡Y yo que no había querido creer a Bliumkin porque me parecía que se estaba pavoneando!». Esto es cuanto pudimos aclarar: a finales de los años veinte, Bliumkin contó a Yakubóvich, de manera estrictamente confidencial, que él había escrito la supuesta carta postuma de Savínkov por encargo de la GPU. Según ha podido saberse, mientras Savínkov estuvo preso, Bliumkin tuvo libre acceso permanente a la celda de aquél y le «distraía» por las tardes. (¿Presintió Savínkov que era la muerte quien lo visitaba con frecuencia, una muerte zalamera y cordial en la que no era posible advertir signos de fatalidad?) De este modo Bliumkin pudo captar de Savínkov su manera de pensar y de expresarse, hasta llegar a sus últimos pensamientos.
Habrá quien se pregunte: ¿Y por qué arrojarlo por la ventana? ¿No habría sido más sencillo envenenarlo? Quizás es que mostraron el cadáver o creyeron que podría hacerles falta.
En qué otra parte mejor que en ésta podemos contar el final de Bliumkin, intrépidamente acorralado por Mandelstam [205]en pleno cénit de su gloria en la Cheká. Ehrenburg había comenzado a escribir sobre Bliumkin, pero luego se avergonzó de ello y lo dejó. Y no es que falte qué contar. Después de haber aplastado en 1918 a la izquierda eserista, el asesino de Mirbach no sólo no fue castigado, no sólo no compartió la suerte de todos sus compañeros eseristas de izquierdas, sino que se convirtió en el protegido de Dzerzhinski (que también quiso echarle una mano a Kósyrev) y adoptó la apariencia externa de un bolchevique. Si querían conservarlo era, evidentemente, para encargarle asuntos de sangre de gran responsabilidad. En cierta ocasión, en vísperas de los años treinta, fue enviado en secreto al extranjero para cometer un asesinato. . Sin embargo, movido por su espíritu aventurero, acaso por su admiración hacia Trotski, Bliumkin se llegó a las islas de los Príncipes, para preguntarle al Doctor Jurisconsulto si tenía algún recado para la URSS. Trotski le dio un paquete para Radek, Bliumkin lo trajo y lo entregó a su destinatario, y esta visita a Trotski no se habría descubierto de no ser porque el brillante Radek ya se había convertido en un soplón. Radek hundió a Bliumkin, y éste desapareció en las fauces del monstruo que él mismo había alimentado dándole, de su propia mano, la primera leche ensangrentada.
Pero los procesos más importantes, los más célebres están aún por llegar...
10. La madurez de la ley
¿Pero dónde estaban aquellas muchedumbres que en la locura de la desesperación iban a arrojarse desde Occidente contra el alambre de espino de nuestra frontera y que nosotros íbamos a fusilar a tenor del Artículo 71 por regreso no autorizado a la RSFSR? A despecho del pronóstico científico, no había tales muchedumbres y seguía sin tener objeto el artículo que Lenin dictara. En toda Rusia, a nadie salvo al extravagante Savínkov se le había ocurrido regresar, y encima ni siquiera llegaron a aplicarle el mencionado artículo. En cambio, la pena contraria (la expulsión al extranjero como conmutación de la pena de muerte) se puso en práctica sin tardanza y en más de una ocasión.
Por aquellos días, en plena redacción del código, Vladímir Ilich seguía desarrollando su brillante proyecto y, el 19 de mayo de 1922, escribía con mano febril: «¡Camarada Dzerzhinski! A propósito de la expulsión al extranjero de escritores y profesores que hayan colaborado con la contrarrevolución, debo decir que este asunto ha de prepararse con toda cautela. Sin preparación haremos muchas tonterías... Hay que organizar el asunto de tal modo que podamos capturar a esos "espías militares", y seguir capturándolos, y enviarlos al extranjero de manera constante y sistemática. Le ruego que muestre esta carta confidencialmente a los miembros del Politburó sin sacar copias». [206] 09
El carácter confidencial, natural en este caso, venía determinado por la importancia y ejemplaridad que había de revestir la medida. La división de clases en la Rusia soviética, diáfanamente clara, sólo quedaba alterada por ese borrón gelatinoso e impreciso que representaba la antigua intelectualidad burguesa,que, en el terreno ideológico, desempeñaba un papel de verdaderos espías militares.Nada mejor podía ocurrírseles que barrer cuanto antes aquel poso de ideas y arrojarlo más allá de la frontera.
El propio camarada Lenin yacía ya enfermo, pero es evidente que los miembros del Politburó dieron su aprobación, de modo que el camarada Dzerzhinski organizó la batida. A finales de 1922, cerca de trescientos prominentes hombres de letras rusos fueron embarcados... ¿en una barcaza quizá? Nada de eso: a bordo de un vapor, y enviados al vertedero europeo. (Entre los nombres de quienes culminaron su trayectoria en Occidente y alcanzaron la fama figuraban los filósofos: N.O. Losski, S.N. Bulgakov, N.A. Berdiáyev, F.A. Stepún, B.P. Vysheslávtsev, L.P. Karsavin, I.A. Ilin; los historiadores: S.P. Melgunov, V.A. Miakotin, A.A. Kizevetter, I.L. Lapshin; los literatos y periodistas: Y.I. Aijenvald, A.S. Izgóyev, M.A. Osorguin, A.V. Peshejónov. Enviaron pequeños grupos también en 1923, por ejemplo el secretario de Lev Tolstói, V.F. Bulgakov. Por haber andado con malas compañías fueron expulsados también algunos matemáticos como D.F. Selivánov.)
Sin embargo, la batida no llegó a ser constante y sistemática.Quizá fuera el clamor de los emigrados —que agradecían ese «regalo»– quién sabe, pero el caso es que se dieron cuenta de que no era la medida más oportuna, que estaban desaprovechando un buen material para el paredón y que en aquel vertedero podían acabar creciendo flores venenosas. Y abandonaron esta medida. A partir de entonces mandarían toda la basura a juntarse con Dujonino bien al Archipiélago.
Promulgado en 1926 (y en vigor hasta la época de Jrus-chov), el Código Penal mejorado entretejió las hilachas de los artículos políticos anteriores para formar una única y sólida red, la del Artículo 58, que fue lanzada a la pesca. Las capturas se extendieron con rapidez a ingenieros y técnicos, tanto más peligrosos porque ocupaban una fuerte posición en la economía nacional y eran difíciles de controlar con la sola ayuda de la Doctrina Progresista. Ahora resultaba evidente que el juicio en defensa de Oldenborger había sido un error (¡pues menudo Centro se había formado a su alrededor!) y precipitada la declaración absolutoria de Krylenko: «en 1920-1921 ya no cabía hablar de sabotaje por parte de los ingenieros». [207] 10Ahora ya no se trataba de sabotaje, sino de algo todavía peor: empecimiento(al parecer fue un oscuro juez de instrucción del caso Shajty quien dio con esta palabra).
Apenas había quedado claro de qué andaban detrás —el empecimiento—, acto seguido, pese a lo inusitado de dicho concepto en la historia de la humanidad, empezaron a descubrirlo sin dificultad en todas las ramas de la industria y en cada una de las empresas. Sin embargo, estos hallazgos esporádicos no respondían a un plan único, a una ejecución perfecta, mientras que la naturaleza de Stalin y todo cuanto había de investigación en nuestro sistema judicial tendían manifiestamente a ello. ¡Mas la Ley por fin había alcanzado la madurez y ya podía mostrar al mundo algo realmente perfecto!: un proceso unitario, grande, bien conjuntado, esta vez contra los ingenieros. Así es como tuvo lugar
el caso Shajty(18 de mayo-15 de julio de 1928). Sesión extraordinaria del Tribunal Supremo de la URSS, presidente A.Y. Vyshinski (todavía rector de la Primera Universidad Estatal de Moscú), principal acusador N.V. Krylenko (¡un mano a mano memorable! Como si uno pasara el relevo al otro), [208] 11cincuenta y tres acusados, cincuenta y seis testigos. ¡Grandioso!
¡Mas ay!, esta grandiosidad fue precisamente el punto flaco del proceso: si había que tirar de cada acusado con tres hilos, aunque sólo fuera con tres, ya sumaban 159, frente a los diez dedos de Krylenko y los otros diez de Vyshinski. Como es natural, «los acusados se esforzaron en descubrir sus graves crímenes ante la sociedad», pero no todos, sino sólo dieciséis de ellos. Otros trece estuvieron escabulléndose y veinticuatro no admitieron en absoluto su culpabilidad. [209] 12Ello fue causa de una discordancia inadmisible que las masas no podían comprender de ninguna manera. Junto a los aspectos positivos del proceso (que, por lo demás, eran herencia de vistas anteriores) —la indefensión de los acusados y sus abogados, su incapacidad para eludir o desviar la implacable losa de la sentencia—, saltaban a la vista los defectos de este nuevo proceso, especialmente imperdonables para un hombre con la experiencia de Krylenko.
En el umbral de la sociedad sin clases éramos, por fin, capaces de emprender un proceso judicial sin conflictos(que reflejara la ausencia de conflictividad interna en nuestro orden social) de modo que no sólo el tribunal y el fiscal, sino la defensa y los acusados persiguieran colectivamente un mismo objetivo.
Además, las proporciones del caso Shajty —que sólo abarcaba la industria hullera, y sólo en la cuenca del Donets– no estaban a la altura de la época.
Sin duda fue entonces, el mismo día en que concluyó el caso Shajty, cuando Krylenko empezó a cavar una nueva fosa de mayores proporciones (en la que caerían incluso dos de sus colegas del proceso de Shajty: los acusadores públicos Osadchi y Schein). Huelga decir con qué ganas y habilidad le ayudaría todo el aparato de la OGPU, que ya había pasado a las firmes manos de Yagoda. Había que crear y descubrir una organización de ingenieros que abarcase todo el país. Para ello se necesitaban algunas figuras «empecedoras»* importantes que figuraran en primer término. ¿Acaso podía haber alguien en los círculos de los ingenieros que no conociera a semejante personaje, indiscutiblemente fuerte e insoportablemente orgulloso? Esta figura era Piotr Akímovich Palchinski. Ingeniero de minas, muy conocido ya a principios de siglo, había sido durante la guerra mundial vicepresidente del Comité de la Industria Militar, es decir, había dirigido el esfuerzo de guerra de toda la industria privada rusa. Después de la Revolución de Febrero fue viceministro de Industria y Comercio. Sufrió persecución bajo el zarismo por sus actividades revolucionarias. Después de la Revolución de Octubre había estado tres veces en la cárcel (en 1917, en 1918 y en 1922), y en 1920 había sido nombrado profesor del Instituto de Minería y asesor del Plan Estatal. (Para más detalles sobre él, véase el capítulo décimo de la Tercera Parte.)
Así pues, escogieron a este Palchinski como acusado principal para un nuevo y grandioso proceso. Sin embargo, el imprudente Krylenko se adentraba en el mundo de los ingenieros —para él desconocido– sin tener ni idea no ya sobre resistencia de materiales, sino incluso sin sospechar que también las almas pudieran ofrecer resistencia, y ello pese a sus diez años de ya célebre actividad como fiscal. La elección de Krylenko resultó un error: Palchinski resistió todos los procedimientos que conocía la OGPU y no cedió; de hecho, murió sin haber firmado ninguna idiotez. Junto a él pasaron la prueba, y al parecer tampoco cedieron, N.K. von Meck y A.F. Velichko. Seguimos sin saber si murieron a consecuencia de las torturas o si fueron fusilados, pero demostraron que era posible resistirse, que era posible mantener la firmeza, y con ello desaparecieron dejando tras de sí una ardiente estela de reproche para los ilustres reos que les sucedieron.
El 24 de mayo de 1929, para no tener que reconocer su derrota, Yagoda publicó un breve comunicado de la OGPU en el que se daba a conocer el fusilamiento de los tres hombres por empecimiento a gran escala y la condena de otros muchos cuyos nombres no se mencionaban. [210] 13
¡Y cuánto tiempo perdido en vano! ¡Casi un año entero! ¡Cuántas noches de interrogatorios! ¡Qué derroche de imaginación por parte de los jueces de instrucción! Y todo para nada. Krylenko se vio obligado a empezar de nuevo desde cero: buscar otra figura que fuera fuerte y prestigiosa, al tiempo que totalmente débil y manejable. Pero tan mal comprendía a aquella maldita raza de ingenieros, que perdió otro año en pruebas infructuosas. Desde el verano de 1929 se dedicó a Jrénnikov, pero también Jrénnikov murió sin haber aceptado tan ruin papel. Al viejo Fedótov sí consiguieron doblegarlo, pero era del rimo textil y les hubiera cundido bien poco. ¡Otro año echado a perder! El país esperaba un proceso general contra los empecedores, lo mismo que el camarada Stalin, pero Krylenko no daba pie con bola. Y así hasta el verano de 1930, cuando a alguien se le ocurrió proponer: ¡Ramzin, el director del Instituto Termotécnico! Y lo arrestaron. Bastaron tres meses para ensayar y representar un magnífico espectáculo, una verdadera obra maestra de nuestra justicia y un modelo inasequible para la justicia mundial:
Proceso contra el «Partido Industrial»(25 de noviembre-7 de diciembre de 1930), sesión extraordinaria del Tribunal Supremo, el mismo Vyshinski, el mismo Antónov-Sarátovski, el mismo Krylenko, nuestro amigo entrañable.
Ahora ya no existen «razones de índole técnica» que impidan ofrecer al lector el acta taquigráfica completa del proceso —de hecho, obra en mis manos– [211] 14o admitir corresponsales de prensa extranjeros.
Una iniciativa por todo lo grande: sentar en el banquillo de los acusados a toda la industria del país, todas sus ramas y todos sus órganos de planificación. (Sin embargo, sólo el ojo del escenificador podía advertir que había resquicios, por los cuales ya habían desaparecido la industria minera y el transporte ferroviario.) Y al propio tiempo, parquedad en el material utilizado: los acusados eran únicamente ocho (se habían tenido en cuenta los errores del proceso de Shajty).
Exclamaréis: ¿Y ocho hombres habían de representar a toda la industria? ¡Pues sí, y eran más que suficientes! Tres de los ocho representaban exclusivamente al sector textil, la más importante rama para la defensa nacional. ¿Pero será entonces que había multitud de testigos? Pues siete personas, tan em-pecedores como los acusados y también arrestados. ¿Pero habrá entonces al menos una montaña de documentos inculpatorios? ¿Planos?, ¿proyectos?, ¿normativas?, ¿extractos?, ¿propuestas?, ¿informes?, ¿notas particulares? ¡Nada de nada! O sea, ¡ n i un miserable papelucho ! ¿Pero en qué andaba pensando la GPU? ¿Detener a tanta gente y no guardarse ni un solo papel? «Había muchos», pero «todos han sido destruidos», ya que: «¿dónde íbamos a meter tantos archivos?» Se presentaron al tribunal, únicamente, unos breves artículos publicados tanto en nuestra prensa como en la de la emigración. ¿Y cómo montar la acusación? Por algo estaba ahí Nikolai Vasílievich Krylenko. Por algo habían recurrido a alguien que no era un primerizo. «En toda circunstancia, el mejor indicio continua siendo la confesión de los acusados.» [212] 15
¡Y vaya confesiones! ¡No eran forzadas, sino que salían sinceramente del alma, con ese remordimiento que arranca del pecho monólogos inagotables en que el acusado desea hablar y hablar, desenmascarar, fustigar! Al anciano Fedótov hasta tuvieron que pedirle que se volviera al banquillo: ya tenían suficiente; ¡pero él se empeñaba en dar más y más explicaciones e interpretaciones! Durante cinco sesiones seguidas el tribunal ni siquiera tuvo necesidad de hacer ninguna pregunta: los acusados hablaban, hablaban y daban explicaciones, y pedían de nuevo la palabra para completar lo que se les hubiera olvidado. Sin necesidad de ninguna pregunta se lanzaban a explicar por deducción todo cuanto necesitara la acusación. Después de sus prolijas explicaciones, Ramzin ofreció para mayor claridad hasta un breve resumen, como si se encontrara ante unos alumnos de pocas luces. Lo que más temían los acusados era que quedara algo por aclarar, alguna persona por desenmascarar, algún apellido por mencionar, alguna intención perniciosa por dilucidar. ¡Y cómo se injuriaban a sí mismos!: «Soy un enemigo de clase», «soy un vendido», «nuestra ideología burguesa». El fiscal: «¿Fue una equivocación de usted?». Charnovski: «¡Y mi crimen!». Krylenko no tuvo que trabajar nada; se pasó las cinco sesiones tomando té con pastas o lo que le trajeran.
¿Pero cómo sobrellevaron los encausados tamaño estallido emocional? No contamos con una transcripción magnetofónica de sus palabras, pero Otsep, el abogado defensor, nos da cumplida cuenta: «Las palabras de los acusados fluían diligentes, frías, con serenidad profesional». ¡Esa sí que es buena! Semejante afán de confesión ¿y nos salen ahora con que el discurso era diligente?, ¿frío? Y eso no es todo: murmuraban tan quedamente su espontáneo arrepentimiento, que a menudo Vy-shinski amonestaba a los acusados para que hablaran más alto y con más claridad, ya que no se les entendía nada.
Tampoco la defensa perturbó en lo más mínimo la elegante armonía del proceso: se mostró de acuerdo con todas las propuestas planteadas por el fiscal; calificó de histórico su discurso de acusación, y en cuanto a sus propias alegaciones, reconoció que eran muy exiguas y admitió que la defensa las formulaba contra los deseos de su corazón, pues «un defensor soviético es ante todo un ciudadano de la URSS» que «como el resto de trabajadores experimenta una sensación de indignación» ante los crímenes de sus patrocinados (Proceso contra el Partido Industrial,pág. 488). Durante la instrucción sumarial la defensa formuló alguna que otra pregunta, tímida y vacilante, que era retirada tan pronto como metía baza Vyshinski. Los abogados defendieron únicamente a dos ingenieros textiles inofensivos, pero sin atreverse a discutir la materia de los cargos ni la calificación de los actos punibles. Ésta fue su única petición: «¿No podría mi defendido evitar la ejecución? ¿Qué es más productivo, camaradas jueces, su cadáver o su trabajo?». [213]
¿Cuáles habían sido los repugnantes crímenes de estos ingenieros burgueses? Pues fíjense ustedes: planearon un ritmo de crecimiento retardado (por ejemplo, un incremento anual de la producción de tan sólo el 20-22 %, aunque los obreros estaban dispuestos a llegar hasta un 40 y un 50 %). Se retardaba el ritmo de extracción de combustibles. No habían desarrollado con suficiente rapidez la cuenca hullera del Kuz-nets. Aprovecharon los debates sobre teoría económica (sobre si era preciso suministrar a la cuencia hullera del Donets electricidad procedente de la central del Dniéper; si se debía construir un gran eje de comunicación entre Moscú y la cuenca del Donets) para postergar la solución de problemas importantes. (Todas las obras están manga por hombro, y los ingenieros, venga a discutir, venían a decir.) Retrasaban el examen de los proyectos técnicos (o sea, que no los aprobaban de buenas a primeras). En sus conferencias sobre resistencia de materialesse atenían a una postura antisoviética.Mandaban instalar maquinaria anticuada. Inmovilizaban capitales (inviniéndolos en proyectos costosos y a largo plazo). Llevaban a cabo reparaciones superfluas (!). Utilizaban mal los metales (pero era porque algunas clases de hierro no se podían conseguir). Creaban desequilibrios entre los centros de producción, la materia prima disponible y las posibilidades de procesarla (lo que se ponía especialmente de manifiesto en el sector textil, en el que se habían construido un par de fabricas más de lo que exigía la cosecha de algodón). Luego, el salto brusco de los planes mínimos a los máximos, con lo que se daba inicio a un claro y dañino desarrollo aceleradode la sufrida industria textil. Y lo más importante: se planearon actos de sabotaje (ni una sola vez fueron puestos en práctica, en ninguna parte) contra las instalaciones de suministro energético. De esta manera, el empecimiento no se traducía en daños o desperfectos concretos, sino que apuntaba contra la planificación y la capacidad productiva, y debía haber conducido en 1930 a una crisis general e incluso a la completa paralización de la economía. Y, si no se llegó a eso, fue sólo gracias a los contraproyectos de producción y financiación propuestos por las masas (¡que duplicaban siempre las cifras previstas!).
-ya oigo murmurar al escéptico
—¡Venga ya, venga ya!... lector.
¿Pero cómo? ¿Es que le parece poco? Y si además durante el juicio repetimos y machacamos cada punto de cinco a ocho veces, quizá ya no resulte tan poco, ¿verdad?
—¡Venga ya, venga ya!... —sigue en sus trece el lector de los años sesenta—. ¿Y no pudo deberse todo esto precisamente a esos contraproyectos? ¿Cómo no va a haber desequilibrios, si cualquier asamblea sindical puede trastocar todas las proporciones como le venga en gana sin consultar siquiera con el Plan Estatal?
¡Oh, qué amargo es el pan de los fiscales! Pues ¿no han decidido que se publique cada palabra? Por consiguiente, también los ingenieros van a poder enterarse de todo. ¡No era momento de salirse por peteneras! Y Krylenko se lanzó impávido a disertar y a hacer preguntas sobre detalles técnicos. Y tanto las páginas interiores como los sueltos de los enormes periódicos se llenaron de sutilezas técnicas en letra menuda. Contaban con que cualquier lector quedaría atontado, que las noches y los días festivos se le harían cortos para leerse todo aquello, de modo que lo dejaría correr, salvo acaso el estribillo introducido regularmente cada cuantos párrafos: ¡Empecimiento! ¡Empecimiento! ¡Empecimiento!
¿Y si a pesar de todo alguien empezaba a leérselo? ¿Y si seguía renglón tras renglón?
Entonces vería —a través de esa maraña de banales auto-inculpaciones, pergeñadas con tanta estulticia e ineptitud– que la Lubianka había echado su nudo corredizo en un asunto que le venía grande, en una tarea que no era de su competencia; que el pensamiento del siglo XX escapaba a ese tosco dogal batiendo fuerte sus alas. Los reos estaban ahí, cautivos, sumisos, con las cabezas gachas, sí; ¡pero su espíritu levantaba el vuelo! Y aunque extenuadas y aterrorizadas, las lenguas de los acusados conseguían contárnoslo todo y llamar a cada cosa por su nombre.
Veamos en qué ambiente habían tenido que trabajar. Kalinnikov: «Debemos reconocer que ha surgido entre nosotros un clima de desconfianza en el terreno técnico». Lárichev: «Tanto si queríamos como si no, era preciso extraer esos 42 millones de toneladas de petróleo (es decir, que habían recibido la orden desde arriba)... ya que 42 millones de toneladas de petróleo son imposibles de extraer en ninguna circunstancia». (Proceso contra el Partido Industrial,pág. 325.)
El trabajo de esta desdichada promoción de ingenieros se encontraba encajonado entre estas dos imposibilidades. El Instituto Termotécnico se enorgullecía del principal resultado de sus investigaciones: había aumentado de modo espectacular el coeficiente de rendimiento del combustible, por lo cual se habían previsto necesidades de combustible menores, ¡es decir: empecimiento,porque con ello había disminuido el nivel de extracción de combustible! El plan para el sector de transportes preveía equipar todos los vagones con enganche automático, ¡es decir: empecimiento,porque con ello estaban inmovilizando capital! (Ya que toda inversión en enganches automáticos no se amortiza sino a largo plazo, ¡pero nosotros todo lo queremos para mañana!) Para aumentar el rendimiento de los trayectos de vía única decidieron aumentar el gálibo de locomotoras y vagones. Así pues, ¿una modernización? ¡no, empecimiento!,pues habría que invertir recursos en reforzar el balasto en puentes y vías. Partiendo de un razonamiento económico tan profundo como que en Estados Unidos, al revés que en nuestro país, el capital es barato y la mano de obra cara, y que por tanto no podíamos andar siempre imitándolos como monos, Fedótov concluyó que no tenía sentido adquirir costosas cadenas de montaje norteamericanas, que en los próximos diez años sería más provechoso comprar otras inglesas menos complejas y costosas y destinar más obreros a ellas, y que dentro de diez años, cuando fuera inevitable renovar la maquinaria —cara o barata—, entonces ya podríamos permitirnos las más caras. ¡Pues era empecimiento,porque escudándose en el ahorro querían privar a la industria soviética de las máquinas más avanzadas! Comenzaron a construirse fabricas de hormigón armado, en vez de hormigón más barato, argumentando que en cien años la inversión se habría amortizado más que de sobra. ¡Pues era empecimiento!¡Inmovilización de capitales! ¡Derroche de armadura, tan escasa como era, (¿Para qué la guardaban entonces, para dientes postizos?)
En el banquillo de los acusados, Fedótov admite de buen grado:
—Naturalmente, si hoy día cada cópek cuenta, hay que ver en ello empecimiento. No en vano dicen los ingleses: no soy tan rico que pueda permitirme cosas baratas...
Le intenta explicar con amabilidad al testarudo fiscal:
—Cualquier enfoque teórico establece unas normas que siempre acaban por resultar (¡ser declaradas!) empecedoras... (pág. 365).
¿Acaso podría haberlo expuesto con mayor claridad un acusado aterrorizado? ¡Lo que para nosotros es teoría, para vosotros es empecimiento Porque vosotros necesitáis tenerlo todo hoy, sin pensar lo más mínimo en el día de mañana...
El anciano Fedótov intentaba aclarar cómo se pierden centenares de miles y hasta de millones de rublos por culpa de las prisas frenéticas del plan quinquenal: el algodón no se selecciona en origen de modo que cada fabrica reciba la calidad que precisa, sino que se envía de cualquier manera, todo mezclado. ¡Pero el fiscal no escucha! Con la terquedad de un busto de piedra, a lo largo del proceso, vuelve que te vuelve, y vuelta a repetir decenas de veces una cuestión de mucho más efecto, simple como un jueguecito de cubos de madera apilables ¿Por qué construían «fábricas como palacios», de techos altos, amplios pasillos y una ventilación excesivamente buena? ¿No era esto un claro empecimiento?¡Cuánto capital inmovilizado! ¡Irrecuperable! Los empecedores al servicio de la burguesía explican que el Comisariado del Pueblo para el Trabajo deseaba que en la patria del proletariado se construyeran para los obreros naves espaciosas y bien aireadas (por tanto, en el Comisariado del Pueblo para el Trabajo también había empecedores, ¡hay que tomar nota!). Loa médicos recomendaban que la altura de los techos fuera de nueve metros, pero Fedótov los había rebajado a seis. ¿Y por qué no a cinco? ¡Por consiguiente, empecimiento! (Y de haberlos rebajado a cuatro y medio habría sido también un flagrante empecimiento:por haber querido someter a los libres obreros soviéticos a las espantosas condiciones de las fábricas capitalistas.) Le argumentan a Krylenko que esto no representaba más que un tres por ciento del coste de toda la fabrica y equipamientos, pero él, erre que erre, ¡siempre con la dichosa altura del techo! Y además: ¿Cómo habían osado poner ventiladores tan potentes? Es que estaban calculados para los días más calurosos del verano... ¿Y por qué para los días más calurosos? ¡Pues en los días de más calor que los obreros suden un poco!








