Текст книги "Archipielago Gulag"
Автор книги: Александр Солженицын
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Историческая проза
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En Petrogrado todo parecía indicar que se había alcanzado un acuerdo amistoso. En la reunión del Pomgol en dicha ciudad, el 5 de marzo de 1922, imperó, según cuenta un testigo, un ambiente cordial. Benjamín manifestó: «La Iglesia ortodoxa está dispuesta a darlo todo en ayuda de las víctimas del hambre», y sólo ve sacrilegio en la confiscación forzosa. ¡Pero si no va a ser necesaria ninguna requisa! El presidente del Pomgol, Kanátchikov, declaró que esta actitud suscitaría la benevolencia del régimen soviético hacia la Iglesia. (¡Faltaría más!) Todos los presentes se pusieron en pie emocionados. El metropolita dijo entonces: «Nada puede pesarnos más que la discordia y la hostilidad. Pero llegará el día en que todos los rusos vuelvan a convivir en paz. Yo personalmente, al frente de mis fieles, tomaré en mis manos el icono de la Virgen de Kazan, desprenderé su montura y la entregaré, bañada en nuestro dulce llanto». Dio la bendición a los bolcheviques miembros del Pomgol y éstos lo acompañaron hasta la puerta con la cabeza descubierta. El periódico Petrográdskaya Pravdadel 8, 9 y 10 de marzo [198] 03confirmó que las negociaciones habían llegado a buen puerto pacíficamente y dedicó amables palabras al metropolita. «En Smolny se acordó que los cálices y las monturas de las imágenes sean fundidos en presencia de los fieles».
¡De nuevo está urdiéndose un pacto! El hálito pestilente del cristianismo envenena la voluntad revolucionaria. ¡Los hambrientos del Volga no necesitan esaconcordia ni esadonación! El equipo del Pomgol en Petrogrado es objeto de depuración por su falta de vertebración, mientras los periódicos arremeten contra los «malos pastores» y los «príncipes de la Iglesia» hasta acabar diciéndoles muy claramente: ¡No necesitamos vuestras dádivas! ¡No necesitamos pactar con vosotros! Todo es del Estado,y éste tomará lo que estime necesario.
Y empezó en Petrogrado, como en todas partes, la requisa forzada y los incidentes.
Ahora ya se disponía de fundamento legal para dar inicio a los procesos eclesiásticos. [199] 04
Proceso eclesiástico de Moscú(26 de abril-7 de mayo 1922), en el Museo Politécnico, Tribunal Revolucionario de Moscú, presidente: Bek; fiscales: Lunin y Longuinov; acusados: diecisiete arciprestes y seglares, inculpados todos ellos de haber difundido la epístola del Patriarca. Esta acusación pesa más que la entrega o no de los objetos preciosos. El arcipreste A.N. Zaozerski había entregado de forma voluntaria los tesoros de su templo, aunque, por principios, respaldaba la proclama del Patriarca y consideraba sacrilegio los actos de confiscación. Se convirtió en la figura central del proceso y, acto seguido, fue fusilado . (Lo que demuestra que lo importante no era dar de comer a los hambrientos, sino aprovechar la ocasión para destruir la Iglesia.)
El 5 de mayo se cita como testigo al Patriarca Tijon. Aunque el público había sido convenientemente cribado y repartido por la sala (en esto, el año 1922 no se diferenciaba mucho de 1937 y de 1968), el fermento de la vieja Rusia estaba aún tan arraigado y tan delgado era el barniz de la sovietización, que más de la mitad de los presentes se pusieron en pie cuando entró el Patriarca, para recibir su bendición.
El Patriarca asume toda la responsabilidad por la redacción y distribución de la epístola, pero el presidente del tribunal intenta llevar más lejos el asunto: ¡Pero esto no puede ser! ¿No querrá hacerme creer que la escribió de su puño y letra, de cabo a rabo? Usted seguramente no hizo más que firmarla, pero ¿quién la escribió? ¿Quienes le asesoraron?Y después: ¿A qué viene mencionar en su proclama la campaña de la prensa contra usted? (Si, como dice, se trata de una campaña contra usted , ¿qué tenemos que ver con ella nosotros ? ) ¿Qué ha querido decir con eso?
EL PATRIARCA: Habría que preguntar a quienes la iniciaron, saber qué objeto persiguen.
EL PRESIDENTE: ¡Eso nada tiene que ver con la religión!
EL PATRIARCA: Reviste carácter histórico.
EL presidente: ¿Acaso no dice usted textualmente que durante sus negociaciones con el Pomgol, se publicó un decreto «a sus espaldas»?
EL PATRIARCA: Sí.
EL presidente: Por tanto, ¿opina usted que el régimen soviético ha obrado de manera irregular?
¡Imputación fatal! ¡Nos la repetirán aún millones de veces en los interrogatorios nocturnos con los jueces de instrucción! Pero nosotros nunca osaremos responder con tanta sencillez:
EL PATRIARCA: Sí.
EL PRESIDENTE: ¿Se considera usted o no sujeto a las leyes vigentes en el Estado?
EL PATRIARCA: Sí, me considero sujeto a ellas en todo lo que no contravenga las reglas de la piedad.
(¡Si todos hubieran respondido así! ¡Cuan distinta hubiera sido nuestra Historia!)
Sigue una discusión sobre cuestiones canónicas. El Patriarca puntualiza: no hay sacrilegio si la Iglesia entrega voluntariamente sus tesoros, pero si éstos le son arrebatados contra su voluntad, entonces hay sacrilegio. En la epístola no se dice que no deban entregarse en ningún caso, sólo se condena la incautación forzosa.
EL PRESIDENTE DEL TRIBUNAL, EL CAMARADA BEK (expresando sorpresa):A fin de cuentas, ¿qué es más importante para usted, los cánones de la Iglesia o el punto de vista del Gobierno soviético?
(¿qué respuesta les hubiera gustado oír?: ...del Gobierno soviético.)
—Muy bien, admitamos que sea sacrilegio según los cánones de la Iglesia —exclama el ACUSADOR—, pero ¿qué sería desde el punto de vista de la caridad?
(Por primera y última vez en cincuenta años, un tribunal se acuerda de nuestra tullida caridad...)
Seguidamente emprenden un análisis filológico. «Sviato-tatstvo» (sacrilegio) viene de «sviato» (sacro) y «tat» (ladrón).
EL ACUSADOR: ¿O sea que nosotros, los representantes del régimen soviético, somos ladrones de objetos sagrados?
(Alboroto en la sala. Se interrumpe la sesión. Los alguaciles cumplen su cometido.)
EL ACUSADOR: ¿De manera que usted tacha de ladrones a los representantes del régimen soviético y al VTsIK?
el PATRIARCA: No hago más que remitirme a los cánones.
Acto seguido se discute sobre el término «profanación». En la requisa de la iglesia de San Basilio de Cesárea la montura del icono no cabía en la caja y la doblaron a puntapiés. Pero el Patriarca no estaba allí, ¿no es así?
EL ACUSADOR: ¿Entonces cómo lo sabe? ¡Comuníquenos el nombredel sacerdote que se lo ha contado! (= ¡que enseguida lo metemos entre rejas!)
El Patriarca no da el nombre.
O sea, ¡que es mentira!
EL acusador (insiste triunfante):Entonces, ¿ quién ha difundido esa vil calumnia?
EL PRESIDENTE: ¡Díganos cómo se llaman quienes pisotearon la montura! (Porque sin duda dejarían una tarjeta.) ¡De lo contrario el tribunal no puede dar crédito a sus palabras!
el patriarca: No puedo dar sus nombres.
el presidente: O sea, ¡que sus acusaciones carecen de fundamento!
Falta aún demostrar que el Patriarca pretendiera derribar el régimen soviético. He aquí cómo queda demostrado: «la propaganda es una tentativa de preparar a la opiniónpara que de este modo sea posible derrocarel poder».
El tribunal decide incoar una causa penal contra el Patriarca.
El 7 de mayo se dicta sentencia: de los diecisiete acusados, once fueron condenados a muerte. (Fusilaron a cinco.)
Como había dicho Krylenko: «¡No estamos aquí para bromas!».
Una semana después, el Patriarca es desposeído de su cargo y detenido. (Pero esto no es todo. De momento lo conducen al monasterio Donskoi, donde lo mantendrán en rigurosa reclusión hasta que los fieles se acostumbren a su ausencia. ¿Recuerdan ustedes el asombro de Krylenko poco antes?: «¿De qué peligro pretendían defender los fieles al Patriarca?». Y tiene razón: cuando el peligro acecha, no hay campanas ni teléfonos que valgan.)
Al cabo de dos semanas, en Petrogrado, le llega el turno al metropolita Benjamín. Lo arrestaron, aunque no era un alto dignatario de la Iglesia y aunque no había sido investido por designación, como ocurría con los demás metropolitas. En la primavera de 1917, por primera vez desde los tiempos de la antigua república de Ñóvgorod, se había elegidoa los metropolitas de Moscú (Tijon) y Petrogrado (Benjamín). Accesible a todo el mundo, afable, visitante asiduo de fábricas y talleres, querido entre el pueblo y el bajo clero, Benjamín salió elegido con los votos de todos. Sin comprender los tiempos que corrían, Benjamín se planteó como misión mantener a la Iglesia apartada de la política «pues en el pasado había sufrido mucho por culpa de ésta». Contra este metropolita se instruyó el
Proceso eclesiástico de Petrogrado(9 de junio-5 de julio de 1922). Los acusados (por haberse resistido a la requisa de los tesoros de la Iglesia) eran unas cuantas docenas de personas, entre ellas profesores de teología, de derecho canónico, archimandritas, sacerdotes y seglares. Preside el tribunal Semiónov (según rumores, un panadero), de veinticinco años de edad. El acusador principal es P.A. Krásikov, miembro de la Dirección Colegial del Comisariado del Pueblo para la Justicia, de la misma edad de Lenin y amigo suyo, primero en el destierro en Krasnoyarsk y más tarde en la emigración. A Vladímir Ilich le gustaba escucharle cuando tocaba el violín.
En la Avenida Nevski, y en la esquina por donde debía girar la comitiva, no había día que no se congregara una densa multitud; cuando traían al metropolita muchos se postraban de rodillas y cantaban «¡Salva a tu pueblo, Señor!». [200](Como es natural, tanto en la calle como dentro del edificio se detenía a todo el que demostrara excesiva devoción.) El grueso del público en la sala estaba compuesto por soldados, pero hasta ellos se ponían de pie cuando entraba el metropolita con su mitra blanca. Sin embargo, para el acusador y el tribunal se trataba de un enemigo del pueblo(observemos, por cierto, que ya habían empezado a emplear esta palabreja).
De proceso en proceso los abogados defensores habían ido perdiendo terreno y ahora podía advertirse cuan precaria era su situación. Krylenko nada nos dice de esto, pero nos lo cuenta un testigo presencial. El tribunal amenazó airadamente a Bobrishchev-Pushkin, primer abogado de la defensa, con encerrarlo también a él.Hasta tal punto entraba esto en los usos de la época y era una posibilidad tan real, que Bobrischev-Pushkin se apresuró a confiar su reloj de oro y su cartera a su colega Gurovich... Al profesor Egórov, uno de los testigos de la defensa, el tribunal decidió ponerlo de inmediato bajo custodia por haber declarado en favor del metropolita. Resultó, sin embargo, que Egórov venía preparado: traía un abultado portafolios con comida, ropa interior y hasta una pequeña manta.
Como habrá advertido el lector, el aparato judicial va adquiriendo poco a poco las formas que nos resultan familiares.
Se acusa al metropolita Benjamín de haber obrado con alevosía al entablar negociaciones con... el régimen soviético y de pretender con ello la suavización del decreto de confiscación de los tesoros de la Iglesia; de haber difundido aviesamente entre el pueblo el texto de su llamamiento al Pomgol (¡sa-mizdat!), y de haber actuado en connivencia con la burguesía mundial.
El sacerdote Krasnitski, uno de los principales representantes de la Iglesia Viva y agente de la GPU, declaró que el clero se había conjurado para provocar un levantamiento contra el régimen soviético aprovechando el hambre como pretexto.
Sólo se escucharon los testigos de cargo. Los de la defensa no fueron admitidos. (¡Cómo se parece! Cada vez más y más...)
El acusador Smirnov pidió «dieciséis cabezas». El acusador Krásikov exclamó: «Toda la Iglesia ortodoxa es una organización contrarrevolucionaria. En realidad, ¡habría que meter en la cárcel a toda la Iglesia!».
(Un programa plenamente realista que bien pronto casi llegaría a materializarse. Una excelente base para el diálogo entre comunistas y cristianos.)
Aprovechemos la rara oportunidad que se nos brinda para citar algunas de las frases que han quedado del abogado defensor (el letrado S.Y. Gurovich):
«No existen pruebas de culpabilidad, no existen hechos, ni existe una acusación... ¿Qué dirá la Historia? —(¡fíjate tú, qué miedo! ¡Nadie recordará, nadie dirá nada!)– En Petrogrado la incautación de los tesoros de la Iglesia se ha llevado a cabo sin el menor incidente y, sin embargo, el clero de la capital se halla en el banquillo de los acusados y hay voces que exigen su muerte. El principio fundamental en que ustedes hacen hincapié es la salvaguarda del régimen soviético. Pero no olviden que la Iglesia crece con la sangre de sus mártires —(¡menos en este país!)—. No tengo nada más que decir, y sin embargo me cuesta ceder el uso de la palabra. Mientras duren los debates, los acusados seguirán con vida. Pero cuando éstos terminen, terminarán sus vidas...».
El tribunal condenó a muerte a diez de los acusados. La ejecución se hizo esperar más de un mes, hasta que concluyera el proceso contra los eseristas (como si quisieran fusilarlos a todos juntos). Más tarde, el VTsIK indultaría a seis y los otros cuatro (el metropolita Benjamín, el archimandrita Sergui, ex delegado de la Duma estatal; el profesor de derecho Y.P. No-vitski y el abogado Kovsharov) serían fusilados en la noche del 12 al 13 de agosto.
Rogamos encarecidamente al lector que no olvide el principio de la multiplicación a escala provincial. Si hemos consignado aquí dos procesos eclesiásticos, es que hubo veintidós.
* * *
Urgía disponer de un Código Penal para juzgar a los eseristas: ¡Ya iba siendo hora de esculpir la Ley en moles de granito! El 12 de mayo, como se había previsto, se inaguró la sesión del VTsIK, pero el proyecto de código aún no estaba terminado. Aún tenía que revisarlo Vladímir Ilich, que se encontraba en Gorki. Seis de los artículos del código preveían el fusilamiento como pena máxima, pero a Lenin le sabía a poco. El 15 de mayo Ilich añadió en los márgenes del proyecto otros seis artículos punibles con pena de muerte (entre ellos el Artículo 69: propaganda y agitación..., en particular la incitación a la resistencia pasiva ante el Gobierno y a la objeción colectiva frente a los deberes militares y fiscales). [201] 05Y otro caso más de pena de muerte: por regresar del extranjero sin autorización (como antaño, cuando todos los socialistas entraban y salían del país a su antojo). Y aun se agregaba otra pena equiparable a la de muerte: la expulsión al extranjero. (Vladímir Ilich estaba convencido de que en un día no muy lejano de toda Europa llegarían sin cesar gentes en busca de cobijo, una época en que ya no sería posible conseguir que alguien abandonase de forma voluntaria nuestro país para irse a Occidente.) Veamos cómo expone Ilich su principal conclusión al Comisario de Justicia:
«Camarada Kurski:
»A mi entender, hay que ampliar la aplicación de la pena de muerte... (conmutable por la expulsión al extranjero) para penar todo género de actividad menchevique, eserista, etc.; debemos hallar una fórmula que establezca una relación entre estos hechos delictivos y laburguesía internacional » (La cursiva y el espaciado son de Lenin). [202] 06
¡Ampliar la aplicación de la pena de muerte!¿Tan difícil es de entender? (¿Es que acaso expulsaron a muchos al extranjero?) El terror es un medio de persuasión, [203] 07 ¡parece que está bien claro!
Pero Kurski no acababa de comprender. Seguramente, lo que no llegaba a ver claro era cómo hallar la fórmula, cómo establecer esa relación.De manera que al día siguiente se fue a ver al presidente del SNK para que se lo aclarase. No conocemos el contenido de dicha conversación pero sí sabemos que el 17 de mayo, de resultas de ésta, Lenin le envió desde Gorki una segunda carta:
«Camarada Kurski:
»A modo de complemento a nuestra conversación le envío un bosquejo del párrafo que hay que añadir al Código Penal... Espero que pese a todas las deficiencias del borrador, la idea fundamental quede clara: se trata de exponer abiertamente una tesis, políticamente válida (más allá de lo meramente jurídico), que motive la esencia y la justificacióndel terror, su necesidad y sus límites.
»La justicia no debe abolir el terror; prometer tal cosa sería engañarse a sí mismo y a los demás. Hay que fundamentarlo y legitimarlo, de manera clara, sin falacias ni adornos. Hay que hallar una fórmula lo más amplia posible, ya que sólo la noción de justicia revolucionaria y la conciencia revolucionaria pueden establecer las condiciones idóneas para una más o menos extensa aplicación práctica.
»Un saludo comunista, »Lenin». [204] 08
No osamos comentar tan importante documento. Aquí se imponen el silencio y la reflexión.
Este documento es especialmente importante por ser una de las últimas instrucciones dadas por Lenin en este mundo, cuando aún no estaba postrado por la enfermedad, una parte significativa de su testamento político. Nueve días después de esta carta sufrió su primer ataque, del que se recuperó parcialmente y por poco tiempo, en los meses de otoño de 1922. Posiblemente, ambas cartas a Kurski fueron escritas en esa luminosa estancia de mármol blanco utilizada a medias como despacho y aposentos, situada en una esquina del primer piso, donde ya estaba preparado el futuro lecho mortuorio del Guía.
A continuación, se incluye el borradoren cuestión y dos variantes del párrafo adicional, del que con los años surgirían tanto el Artículo 58-4 como el Artículo de los Artículos: el 58. Es imposible leerlo sin exclamarse: ¡Ahora ya sabemos qué quiere decir hallar una fórmula lo más amplia posible!¡Eso es lo que significa la más extensa aplicación práctica!Al leerlo, te acuerdas de lo mucho que abarcaba nuestro querido 58...
«[...] propaganda y agitación, o bien militancia en organizaciones o respaldo (manifiesto o potencial) [...)a organizaciones o personas cuyas actividades tengan carácter [...]»
¡Tráiganme ustedes aquí a san Agustín, que con un artículo así lo meto entre rejas en un santiamén!
Todo fue debidamente agregado al texto y pasado a limpio, la pena de muerte quedó ampliada y en la segunda quincena de mayo el VTsIK, reunido en sesión, lo aprobó, hecho lo cual, dispuso que el Código Penal entrara en vigor el 1 de junio de 1922.
Y ahora, ya con una base requetelegal, dieron comienzo los dos meses del
Proceso contra los eseristas(8 de junio-7 de agosto de 1922). Tribunal Revolucionario Supremo. Su presidente habitual, el camarada Karklin (¡menudo apellido para un juez!), fue substituido, en este trascendental proceso, por el astuto Piatakov.
Si el lector y yo no estuviéramos suficientemente avisados de que en todo proceso judicial lo más importante no es lo que se ha dado en llamar «culpabilidad» del acusado, sino la utilidad del castigo, quién sabe si de buenas a primeras no habríamos acogido este proceso con reservas. Pero cuando uno se guía por la utilidadnunca hay sorpresas: a diferencia de los mencheviques, los socialistas revolucionarios todavía eran considerados peligrosos, aún no estaban dispersos ni exterminados, por lo cual había utilidad en rematarlos y fortalecer así la recién creada dictadura (del proletariado).
Sin conocer este principio, uno podría creer equivocadamente que este proceso fue una venganza del partido.
Se quiera o no, las acusaciones formuladas en este juicio dan mucho que pensar si las proyectamos sobre la larga historia de los Estados, que se prolonga hasta nuestros días. Con excepción de contadas democracias parlamentarias, y en contadas décadas, la historia de las naciones no es más que una sucesión de golpes de Estado y usurpaciones de poder. Quien logra hacerse con el poder con más agilidad y afianzarse más sólidamente en él se ve arropado desde ese mismo instante por el brillante manto de la Justicia, y sus actos, tanto pasados como venideros, serán legítimos y encomiables, mientras que los del adversario vencido aparecen como criminales, enjuiciables y punibles.
El Código Penal llevaba tan sólo una semana en vigor, pero ya pesaban sobre él los cinco años transcurridos desde la Revolución. Hacía veinte años, o incluso menos: diez o cinco años atrás, el PSR había sido un partido revolucionario, hermano en la lucha contra el zarismo, un partido que cargó sobre sus hombros (debido a las tácticas terroristas que le eran propias) el peso principal de los presidios, que apenas hicieron mella en los bolcheviques.
Veamos cuál era ahora el principal cargo contra ellos: ¡los socialistas revolucionarios habían instigado la guerra civil! ¡Sí, ellos la empezaron! Se les acusaba de haberse enfrentado con las armas al golpe de Estado de Octubre. Cuando el Gobierno Provisional —que ellos sostenían y en parte habían ayudado a formar– fue legítimamente barrido por las ametralladoras de los marineros, los eseristas, despreciando la legalidad, intentaron defenderlo. (Que sólo hubieran presentado una débil resistencia, que enseguida mostraran vacilaciones, o que bien pronto renunciaran, eso ya era harina de otro costal. No por ello quedaba atenuada su culpa.) E incluso respondieron a los disparos abriendo fuego y hasta llegaron a movilizar a los junkers,* que estaban al servicio del gobierno amenazado.
Aunque derrotados por las armas, no mostraron el menor arrepentimiento político. No se hincaron de rodillas ante un Consejo de Comisarios del Pueblo autoproclamado como Gobierno. Se obstinaron en afirmar que el único Gobierno legítimo había sido el precedente. Se negaron a reconocer de inmediato el fracaso de una línea política que habían estado siguiendo durante veinte años (no hay duda de que había resultado un fracaso, pero por entonces aún no era patente), no pidieron clemencia, ni ser disueltos o dejar de ser considerados un partido. (Según este mismo principio, también serían considerados ilegales los gobiernos locales y de las regiones fronterizas: Arjánguelsk, Samara, Ufa u Omsk, Ucrania, Don, Ku-bán, Urales o Transcaucasia, ya que se constituyeron en gobiernos después de que el Sovnarkom se erigiera como tal.)
Veamos la segunda acusación. Habían abierto aún más la brecha de la guerra civil al manifestarse en las calles los días 5/18 y 6/19 de enero de 1918, en abierta rebelión contra el poder legítimo del Gobierno obrero-campesino: habían defendido su ilegal Asamblea Constituyente (elegida por sufragio universal, indistinto, secreto y directo) ante unos marinos y guardias rojos que, con pleno derecho, arremetieron tanto contra la Asamblea como contra los manifestantes. Por eso había empezado la guerra civil, porque no toda la población se había sometido obedientemente y a la vez a los legítimos decretos del Sovnarkom.
Tercera acusación: no reconocían la paz de Brest-Litovsk, una paz legítima y redentora que no había descabezado a Rusia, que tan sólo le había arrancado un trozo de su cuerpo. Concurren pues —decía el pliego de acusaciones– «todas las circunstancias de alta traición al Estadoy actos criminales tendentes a empujar al país a la guerra».
¡Alta traición al Estado! La traición es una peonza, no importa las vueltas que dé... siempre acaba cayendo del mismo lado.
Y de ahí dimanaba otra grave acusación, la cuarta: en verano y otoño de 1918, cuando la Alemania del Kaiser sostenía a duras penas sus últimos meses y semanas de combates contra los aliados, cuando el Gobierno soviético, fiel al Tratado de Brest-Litovsk, respaldaba a Alemania en esa dura lucha con trenes de víveres y entregas mensuales de oro, los socialistas revolucionarios prepararon a traición (a decir verdad no prepararon nada, porque lo que más se avenía con su modo de obrar era, en todo caso, estudiar qué pasaría si...) un plan para volar las vías al paso de uno de los convoyes, de modo que el oro no saliera de la patria. O lo que es lo mismo: «tentativa de destrucción criminal del patrimonio del pueblo: las vías férreas». (Todavía no les daba vergüenza: no ocultaban que, efectivamente, estaba enviándose oro ruso hacia el futuro imperio de Hitler, y no se le ocurrió a Krylenko, con sus dos carreras, la de historia y la de derecho —ni ninguno de sus colaboradores se lo insinuó—, que si los raíles de acero eran bienes del pueblo, ¿qué no serían entonces los lingotes de oro?)
Este cuarto cargo de la acusación conducía de forma inexorable al quinto: los socialistas revolucionarios esperaban hacerse con los medios técnicos para volar las vías gracias al dinero recibido de los representantes de los aliados (para no entregar el oro a Guillermo tomaban dinero de la Entente). ¡Eso era ya el colmo de la traición! (Por lo que pudiera venir después, Krylenko dejó caer algo sobre ciertas relaciones entre los socialistas revolucionarios y el Estado Mayor de Ludendorff, pero la piedra no dio en el blanco y hubo que dejar el tema.)
De ahí a la sexta acusación no había más que un paso: ¡en 1918 los eseristas habían sido espíasde la Entente! ¡Ayer revolucionarios y hoy espías! En aquel entonces, esta acusación debió de sonar como una bomba. Pero ahora, después de tantos procesos, ya estamos de ella hasta la coronilla.
En fin, del séptimo al décimo punto de la acusación se hablaba de colaboración con Savínkov, o con Filonenko, o los kadetés, o la «Unión para el Renacimiento», o con los del forro blanco* o hasta con los Guardias Blancos.
Hasta aquí la cadena de acusaciones, desgranadas con minucia por el fiscal (le habían restituido esta denominación con ocasión del proceso). Ya fuera a fuerza de cavilar a solas en su despacho, o fruto de súbitas inspiraciones en el estrado, el caso es que supo dar con un tono cordial y compasivo, amistosamente reprobador, que iría cultivando en los procesos siguientes con más aplomo y profusión, y que en 1937 habría de proporcionarle un éxito apoteósico. Su tono buscaba una comunión entre jueces y acusados frente al resto del mundo. Era una melodía que se tocaba con la cuerda más sensible del acusado. Desde el estrado de la acusación, decían a los socialistas revolucionarios: ¡A fin de cuentas tanto nosotros como vosotros somos revolucionarios!(¡Vosotros y nosotros es como decir sólo nosotros!) ¿Cómo pudisteis caer tan bajo para uniros a los kadetés? (¡A uno se le parte el corazón!) ¿O para uniros a los oficiales? ¡E iniciar a los del forro blanco en vuestra elaborada y brillante técnica de lucha clandestina! (Es éste un rasgo peculiar del golpe de Estado de Octubre: declarar, de buenas a primeras, la guerra a todos los partidos a la vez e impedir acto seguido que unan sus fuerzas: «si la cosa no va contigo, no te metas donde no te llaman».)
¡Cómo no había de rompérseles el corazón a algunos de los acusados!: ¿cómo habían podido caer tan bajo? Y es que la compasión del fiscal en una sala iluminada impresiona mucho al preso recién sacado de la celda.
Krylenko encontró aún otro derrotero lógico (que resultaría muy útil a Vyshinski contra Kámenev y Bujarin): al entrar en alianzas con la burguesía aceptasteis su ayuda financiera. Primero la tomasteis por la causa, de ningún modo para los fines del partido, pero ¿dónde está la frontera? ¿Quién puede trazar la línea divisoria?¿No es también la causa un objetivo de partido? Así, pues, ved adonde habéis llegado: ¡Vosotros, el partido de los socialistas revolucionarios, vivís mantenidos por la burguesía! ¿Qué se ha hecho de vuestro orgullo revolucionario?
Tantas acusaciones colmaban ya con creces la medida y el tribunal habría podido retirarse a deliberar, a cargarle a cada uno el castigo merecido, pero se habían metido en un embrollo:
—todos los hechos imputados al partido eserista habían tenido lugar en 1917 y 1918;
—en febrero de 1919, el consejo del PSR dispuso el cese de hostilidades contra el régimen bolchevique (ya fuera porque estaban agotados por la lucha o persuadidos por la conciencia socialista). Tras lo cual, el 27 de febrero de 1-919 el gobierno soviético decretó la amnistía de los socialistas revolucionarios por todo su pasado. El partido fue legalizado y salió de la clandestinidad, pero al cabo de dos semanas empezaron las detenciones en masa y le echaron el guante a toda la cúpula del partido (¡eso sí es hacer las cosas a la soviética!);
—desde aquellos tiempos los eseristas no habían vuelto a la lucha en la calle, y menos aún tras ser puestos en prisión (su Comité Central se encontraba encerrado en Butyrki y por alguna razón no se había fugado, como era costumbre en tiempos del zar), de modo que después de la amnistía no habían hecho nada hasta el presente 1922.
¿Cómo salir del atolladero?
¡Por si fuera poco, no sólo habían renunciado a la lucha, sino que habían reconocido al régimen soviético! (Es decir, que habían abjurado del extinto Gobierno Provisional y también de la Asamblea Constituyente.) Sólo pedían que se celebraran elecciones a los soviets y que los partidos tuvieran libertad para hacer campaña. (Y todavía ante el tribunal, el acusado Hándelman, miembro del Comité Central, se atrevería a pedir: «Dadnos la posibilidad de gozar de toda la gama de lo que se conoce como derechos civiles y nosotros no infringiremos ninguna ley». ¿Pero qué se habrán creído?, ¡Vamos, hombre! ¡Y además «toda la gama»!)
¿Pero han oído ustedes? ¡Por ahí se ve despuntar el repugnante morro de la burguesía! ¿Pero será posible? ¡En un momento tan grave! ¡Estando como estamos rodeados de enemigos!(Y sería lo mismo dentro de veinte, cincuenta o cien años.)
¿Y encima queréis que los partidos tengan libertad para hacer campaña, hijos de perra?
Toda persona políticamente sensata —afirma Krylenko– no podía sino responder echándose a reír o encogiéndose de hombros. De ahí esta justa decisión: «impedir inmediatamente, con todos los medios represivos de que dispone el Estado, que dichos grupos tengan la posibilidad de hacer propaganda contra el régimen» (pág. 183). ¡Por esto, todo el Comité Central del PSR (al menos los que habían podido agarrar) estaban en la cárcel!
¿Pero de qué acusarlos ahora? «La instrucción judicial no ha investigado este periodo en igual medida», se lamenta nuestro fiscal.
De todos modos, existía una acusación plenamente fundada: la de que, en febrero de 1919, los socialistas revolucionarios habían adoptado la resolución (que no se llevó a la práctica, aunque con el nuevo Código Penal esto carecía de importancia) de dedicarse a la propaganda encubierta en el Ejército Rojo para que los soldados se negaran a tomar parte en las expediciones de castigocontra los campesinos.








