Текст книги "Archipielago Gulag"
Автор книги: Александр Солженицын
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Историческая проза
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Y entretanto: «las desproporciones eran inherentes..., tenían su origen en la negligencia de los superiores, mucho antes de que hubiese un "centro de ingenieros"» (pág. 204). «No había necesidad de ninguna actividad empecedora..., bastaba con atenerse a lo previstopara que todo llegara a término por sí solo» (pág. 202). ¡Charnovski no podía expresarse con mayor claridad! Téngase en cuenta que había pasado ya muchos meses en la Lubianka y que pronunciaba estas palabras desde el banquillo de los acusados. Bastaba con atenerse a lo previsto(es decir, a las indicaciones de los negligentes de arriba)para que el absurdo plan se desmoronara por si solo.Este era su empecimiento: «Teníamos capacidad para producir, por ejemplo, mil toneladas, pero nos exigían (según el estúpido plan) tres mil, y no hicimos nada por cumplir esta obligación».
Convendrán ustedes que no es poco para un acta taquigráfica oficial, revisada y censurada, de aquellos años.
Muchas veces, Krylenko fatigaba tanto a sus actores que el tono de sus voces denunciaba cansancio por los sinsentidos que les obligaba a machacar una y otra, vez, y hasta sentían vergüenza por el autor, pero tenían que seguir representando su papel si querían alargar un poco más sus vidas.
KRYLENKO: ¿Está usted de acuerdo?
FEDÓTOV: Estoy de acuerdo..., aunque en general no creo que... (pág. 425).
krylenko: ¿Lo corrabora usted?
fedótov: A decir verdad..., en algunos detalles... creo que en general... sí (pág. 356).
Los ingenieros (los que aún estaban en libertad, los que no habían sido todavía encarcelados y tenían que trabajar con afán después de la injuria judicial inferida a su profesión) no tenían salida alguna. Todo estaba mal. Mal si decían sí,mal si decían no.Mal si avanzaban, mal si retrocedían. Si trabajaban apresuradamente, era una precipitación empecedora; si trabajaban metódicamente, una empecedora alteración de los ritmos. Si se actuaba con prudencia durante el desarrollo de un sector de la industria, se trataba de un retraso premeditado, un sabotaje; si se sometían a los saltos caprichosos, una empecedora desproporción. Las reparaciones, las mejoras, la preparación afondo eran inmovilización de capitales; aprovechar los equipos hasta el fin de su vida útil ¡era sabotaje! (Además, los jueces instructores se enteraban de todo esto por los propios acusados: tras haber estado sometido al insomnio y al calabozo, hasta usted mismo citaría ejemplos convincentes de dónde pudo empecer.)
—¡Déme usted un ejemplo bien evidente! ¡Déme un ejemplo evidente de su actividad empecedora! —apremiaba Krylenko impaciente.
(¡Y vaya si os van a dar ejemplos evidentes! ¡Pronto hasta habrá quien escriba una historia de la técnica de aquellos años! Él os dará todos los ejemplos, buenos y malos. Os dará testimonio de todas las convulsiones de vuestros epilépticos planes quinquenales a cumplir en cuatro años. Entonces sabremos cuántas riquezas y fuerzas nacionales se dilapidaron en vano. Sabremos que se desecharon los mejores proyectos y que se ejecutaron los peores, con los peores medios. ¿Cómo va a salir nada bueno si unos ingenieros puros como diamantes se hallan a las órdenes de unos Hun-vei-bin* cualesquiera? Los entusiastas advenedizos causaban más estragos que sus aún más estúpidos jefes.)
Ya ven, mejor no entrar en detalles. Un exceso de detalles hace que estas fechorías sean menos dignas del paredón.
¡Pero esperen, esto aún no es todo! ¡Todavía faltan los crímenes más importantes! ¡Ahí están, ahí están, tan claros y evidentes que hasta un analfabeto los comprendería! El Partido Industrial: 1) preparaba una intervención extranjera; 2) recibía dinero de los imperialistas; 3) practicaba el espionaje; 4) había repartido las carteras de un futuro Gobierno.
¡Punto final! Todas las bocas se cerraron. Todos los que protestaban agacharon la cabeza. Sólo se oían el ruido de pasos de los manifestantes y su rugir al otro lado de la ventana: «¡Al paredón!, ¡Al paredón!, ¡Al paredón!».
¿Y no es posible dar más detalles? ¿Para qué hacen falta más detalles? Bueno, está bien, si usted se empeña... Aunque va a ser todavía peor. Todos estaban bajo el mando del Estado Mayor francés. ¡Como si Francia no tuviera sus propias preocupaciones, ni otras dificultades, ni conflictos entre partidos, como si le bastara con silbar para que las divisiones marcharan hacia la intervención! Primero la habían previsto para 1928. Pero no se pusieron de acuerdo, no estaban coordinados. De acuerdo, la aplazaron para 1930. De nuevo no hubo acuerdo. Bueno, pues para 1931. En realidad, iba a tratarse de lo siguiente: Francia no lucharía, sólo se reservaría (a cambio de asumir la organización general de la intervención) una parte de Ucrania occidental, la orilla derecha del Dniéper. Inglaterra, con mayor razón, tampoco lucharía, pero prometía enviar su flota al mar Negro y al mar Báltico como intimidación (a cambio, obtendría el petróleo del Cáucaso). Los principales combatientes serían los siguientes: primero, cien mil emigrados rusos (desperdigados desde hacía tiempo por diversos lugares, pero listos para reunirse al instante al primer toque de silbato); después, Polonia (que se quedaría con la mitad de Ucrania), Rumania (conocida por sus brillantes victorias en la primera guerra mundial, un temible adversario), ¡Letonia!, ¡y Estonia! (Estos dos pequeños países abandonarían con gusto las preocupaciones propias de un joven Estado aún por estructurar y se lanzarían en masa a la conquista.) Y lo más terrible era la dirección de la ofensiva principal. ¿Pero cómo? ¿Ya se sabía? ¡Pues claro! La intervención empezaría en Besarabia y, apoyándose en la orilla derecha del Dniéper, [214] 16seguiría directamente hasta Moscú. Y en este momento crucial, en todos los ferrocarriles... ¿habría voladuras? No, ¡se producirían congestiones!Y en las centrales eléctricas, el Partido Industrial desenroscaría los plomos, de suerte que toda la Unión quedaría sumida en las tinieblas y todas las máquinas se pararían, ¡incluidas las de la industria textil! Se producirían actos de sabotaje por doquier. (Atención, acusados. ¡Hasta que se excluya al público no mencionen los métodos de sabotaje! ¡No mencionen las fábricas! ¡No mencionen los puntos geográficos! ¡No mencionen apellidos, ni extranjeros ni rusos!) ¡A todo esto hay que añadir el golpe mortal que para entonces ya habrán asestado contra la industria textil! ¡Añadir que en Bielorrusia los empecedores ya están construyendo dos o tres fabricas textiles para que sirvan de base logística a los intervencionistas!(pág. 356, no es ninguna broma). Ya en posesión de las fabricas textiles, ¡los intervencionistas avanzarían inexorablemente hasta Moscú! Pero su más taimada conspiración era la siguiente: habían previsto (pero les faltó tiempo) desecar las tierras bajas del Kubán, las marismas de Polesie y los pantanos cercanos al lago limen (Vyshinski ha prohibido dar nombres concretos, pero uno de los testigos se ha ido de la lengua) y así tender caminos más cortos a las tropas intervencionistas para que llegasen a pie enjuto hasta Moscú, sin que sus caballos se mojasen tampoco los cascos. (¿Por qué a los tártaros se les hizo tan difícil? ¿Por qué Napoleón se quedó a las puertas de Moscú? Pues precisamente por las marismas de Polesie y de limen. ¡Drenarlas era tanto como dejar expuesta la ciudad de piedra blanca!*) Y añadan, añadan además, que se levantaron unos hangares so pretexto de construir unos aserraderos (¡no revelen el lugar, es secreto!), para que los aviones de los intervencionistas no estuvieran bajo la lluvia y pudieran guarecerse. Y que se construyeron también (¡nada de nombres!) ¡albergues para las tropas intervencionistas!(y en todas las guerras anteriores, ¿cómo se las apañaba el invasor para cobijarse?). Los acusados habían recibido todas las instrucciones pertinentes de dos misteriosos caballeros extranjeros: K. y R. (¡Y sobre todo, nada de nombres! ¡Y mucho menos países!) (pág. 409). Más recientemente, hasta habían pasado a «preparar movimientos de traición en unidades aisladas del Ejército Rojo». (¡No digan en qué arma del Ejército! ¡No mencionen en qué unidades! ¡Ni un solo apellido!) Aunque es verdad que no llegaron a materializar ninguno de estos proyectos, tenían, no obstante, un plan (también infructuoso) para infiltrar en algún organismo central del Ejército una célula de economistas que habían sido oficiales del Ejército Blanco. (¿Ah, sí? ¿Del Ejército Blanco? ¡Tomen nota! ¡Arrestadlos!) Y una célula de estudiantes de tendencia antisoviética... (¿Conque estudiantes? ¡Tomen nota! ¡Arrestadlos!)
(De todos modos, hay que saber tirar de la cuerda sin llegar a romperla. No vaya a ser que los obreros se desmoralicen y crean que todo está perdido, que han pillado dormido al régimen soviético. Pero también esto queda aclarado: fue mucho lo que se tramó, pero poco lo perpetrado. ¡Ninguna de las industrias había sufrido pérdidas considerables!
Entonces, ¿por qué no se produjo la intervención extranjera? Pues por diversas y complejas razones. Una vez porque, en Francia, Poincaré no había salido elegido, otra porque nuestros industriales emigrados consideraban que los bolcheviques todavía no habían reconstruido del todo sus antiguas empresas: ¡que sigan trabajando los bolcheviques! Y para colmo, no había forma de entenderse con Polonia y Rumanía.
Muy bien, no había habido intervención, ¡pero existía el Partido Industrial! ¿Oís ese ruido de pisadas? ¿No oís el murmullo de las masas trabajadoras?: «¡Al paredón!, ¡Al paredón!, ¡Al paredón!».Ahí abajo desfilan «aquellos que, en caso de guerra, deberán pagar con su vida, con privaciones y sufrimientos los atropellos de estos sujetos» (pág. 437 – del discurso de Krylenko).
(Era como si lo hubiera visto en una bola de cristal: ¡en 1941 serían esos crédulos manifestantes quienes pagaran con sus vidas, privaciones y sufrimientos los atropellos de estos sujetos!¿Pero dónde señala usted con el dedo, fiscal? ¿A quién?)
¿Por qué un PartidoIndustrial? ¿Por qué precisamente un partido y no un Centro de técnicos e ingenieros, si ya estábamos acostumbrados a hablar de «centros»?
Pero es que también había habido un «Centro». Lo que ocurre es que decidieron transformarse en un «partido», que tiene mucho más empaque. Así también les resultaría más fácil batirse por las carteras ministeriales en el futuro Gobierno. Con ello se «movilizaba a las masas de ingenieros y técnicos en su lucha por el poder». ¿Luchar, pues, contra quién ? ¡Pues contra los demás partidos! En primer lugar, ¡contra el Partido Obrero y Campesino, que ya tenía doscientos mil militantes! ¡En segundo lugar, contra el Partido Menchevique! ¿Y qué había entonces del centro? Pues que los tres partidos debían juntarse para formar un Centro Unificado. Pero la GPU lo desmanteló todo. ¡Y qué suerte que nos desmantelara! (Los acusados se alegran todos.)
(¡Para Stalin era un halago haber desmantelado otros tres partidos! ¿Acaso hubiera habido mucha gloria en desarticular tres simples «centros»?)
Y si había un partido, entonces había un comité central, sí, ¡un comité central propio! Cierto que nunca se celebró una sola conferencia, ni elecciones de ningún género. Había entrado en el comité central todo el que había querido, unas cinco personas en total. Entre ellos se deshacían en cortesías, Y hasta se cedían por turno el sillón presidencial. Tampocco hubo reuniones, ni en el Comité Central (nadie puede acordarse de eso, pero Ramzin sí se acuerda muy bien, ¡ya nos dará él todos los nombres!), ni en los grupos sectoriales. Resultaba hasta despoblado... Charnovski: «No, no hubouna constitución formal del Partido Industrial». ¿Y cuántos militantes había? Lárichev: «Es difícil calcularlo, el número exacto de afiliados se desconoce». ¿Y cómo empecían? ¿Cómo se transmitían las consignas? Pues muy sencillo: según cada cual coincidiera con alguien en una administración, le transmitía las directivas de palabra. Y después cada uno empecía según su conciencia. (Ramzin adelanta sin pestañear una cifra de dos mil militantes. Y por cada dos militantes arrestarán a cinco ingenieros. Según datos del tribunal, en la URSS hay de treinta a cuarenta mil. Por lo tanto, uno de cada siete acabará entre rejas y los otros seis muertos de miedo.) ¿Y sus contactos con el Partido Obrero y Campesino? Pues cuando coincidíamos con ellos en el Gosplán* o en el VSNJ «se planificaban acciones sistemáticas contra los comunistas rurales»...
¿Dónde habremos visto esto? Ah, sí, naturalmente: en Aída.Radamés parte en campaña entre vítores, retumba la orquesta, alrededor hay ocho guerreros con casco y picas, y otros dos mil pintados en el fondo de lienzo.
Eso era el Partido Industrial.
¡Pero no importa, ya está bien así, la obra es representable! (Hoy día nadie creería lo serio y amenazador que todo aquello parecía entonces, cómo nos atosigaba.) Y además nos lo inculcaban todo a base de repetir, cada episodio nos lo escenificaban varias veces. Y con ello se multiplicaban las horribles visiones. Además, para que no resultara tan soso, los acusados «olvidaban» de vez en cuando alguna futesa o «intentaban eludir testimonio», pero enseguida los «cercaban con pruebas entrecruzadas» y al final conseguían un espectáculo vivo, digno del Teatro del Arte de Moscú.
Pero Krylenko forzó la nota. Se le ocurrió emprenderla contra el Partido Industrial bajo otro aspecto: pretendía desenmascarar su base social. Moviéndose en el terreno de la lucha de clases, el análisis no podía fallar; y así Krylenko se apartó del método Stanislavski, no asignó papeles y se puso en manos de la improvisación. Para entendernos: que cada uno cuente su vida, su actitud hacia la Revolución y cómo llegó al empecimiento.
Y esta imprudente apuesta, esta única escena humana, dio al traste de un soplo con los cinco actos de la obra.
En primer lugar, nos enteramos con asombro de que estos ocho pilares de la intelectualidad burguesa proceden todos de familia humilde. El hijo de un campesino, el hijo de un oficinista con prole numerosa, el hijo de un artesano, el hijo de un maestro rural, el hijo de un buhonero... Los ocho estudiaron con cuatro cuartos en el bolsillo, la educación se la pagaron con su trabajo. ¿Desde qué edad? ¡Desde los doce, los trece o los catorce años! Unos dando clases, otros en una locomotora. Y he aquí lo monstruoso: ¡Nadie, bajo el zarismo, les impidió el acceso a la educación! Terminaron con toda normalidad la enseñanza media en las Reales Academias, y tras ingresar en escuelas técnicas superiores se convirtieron en importantes y reputados profesores. (¿Cómo es posible? Si siempre nos han dicho que... sólo los hijos de los hacendados y de los capitalistas... ¿Cómo van a mentir las lecturas divulgativas en el reverso de los almanaques?)
En cambio ahora , en época soviética, los ingenieros sí que estaban pasando grandes apuros: casi les era imposible procurar a sus hijos una enseñanza superior (recordemos que los hijos de los intelectuales eran la última categoría). El tribunal no lo niega. Krylenko tampoco. (Los acusados se apresuran a matizar con espontaneidad que, naturalmente, teniendo en cuenta todos los logros alcanzados, esto carece de importancia.)
Empezamos también a distinguir entre los acusados (hasta entonces todos habían dicho más o menos lo mismo). La línea de edad que los separa es también el umbral de la decencia. Las explicaciones de quienes rondan los sesenta o más inspiran compasión. En cambio Ramzin y Larichev, de cuarenta y tres años, y Ochkin, de treinta y nueve (el mismo que en 1921 había denunciado a la Dirección General de Combustibles), son los más gallardos y desvergonzados y todas las declaraciones importantes sobre el Partido Industrial y la intervención extranjera salen de sus labios. Ramzin era un individuo de tal ralea (con sus precoces y desproporcionados éxitos), que toda la profesión le había retirado el saludo, ¡y no se le caía la cara de vergüenza! Ahora, en el juicio, coge al vuelo cualquier alusión que haga Krylenko y la arropa con formulaciones precisas. A fin de cuentas, todas las acusaciones se basan en la memoria de Ramzin. Tiene tanto dominio de sí mismo y energía, que bien podría haber sido capaz (por encargo de la GPU, claro está) de viajar a París con plenos poderes para entablar conversaciones sobre la intervención. También a Ochkin le había sonreído el éxito: a los veintinueve años ya «gozaba de la ilimitada confianza del Consejo de Trabajo y Defensa* y del Sovnarkom».
Del profesor Charnovski, de sesenta y dos años, no podía decirse lo mismo: unos estudiantes anónimos lo calumniaron en el periódico mural; después de veintitrés años dando clase, lo convocaron a una asamblea general de estudiantes para que «rindiera cuenta de su trabajo». No se presentó.
El profesor Kalínnikov había encabezado en 1921 una rebelión abierta contra el régimen soviético: en concreto ¡una huelga de profesores! Recordemos cómo defendían los estudiantes la autonomía de la universidad. [215] 17En 1921 los catedráticos de la Universidad Técnica Superior de Moscú reeligieron a Kalínnikov como rector para un nuevo mandato, el Comisariado del Pueblo no lo aceptó y nombró un candidato propio. Entonces se declararon en huelga tanto los estudiantes (no había aún auténticos estudiantes proletarios) como los profesores, y Kalinnikov ejerció de rector un año entero a despecho del régimen soviético. (Hasta 1922 no consiguieron suprimir su autonomía y ello después de muchas detenciones.)
Fedótov tiene sesenta y seis años, y once de antigüedad como ingeniero en una fabrica, más que los que tiene de existencia todo el POSDR. Ha trabajado en todas las fabricas de hilados y tejidos de Rusia. (¡Qué odiosas resultan personas así! ¡Qué ganas dan de deshacerse de ellas cuanto antes!) En 1905 abandonó el puesto de director de la fabrica Morozov, sin que le importara su sustancioso salario, y prefirió unirse al «funeral rojo» que acompañaba el ataúd de los obreros asesinados por los cosacos. Ahora está enfermo, anda mal de la vista, no puede salir de casa por las noches, ni siquiera para ir al teatro.
¿Y éstos son los que habían preparado una intervención extranjera? ¿El desmoronamiento de la economía?
Durante muchos años, Charnovski no había tenido una sola tarde libre, tan ocupado estaba con la enseñanza y con el desarrollo de nuevas disciplinas (organización de la producción, principios científicos de la racionalización del trabajo). Desde la infancia conservo en la memoria la imagen de esos ingenieros-profesores exactamente así: asendereados cada tarde con memorias de fin de carrera, proyectos o tesis doctorales del alumnado, no volvían a casa hasta dadas las once de la noche. Y es que al principio de los planes quinquenales no eran más que treinta mil en todo el país, ¡tenían que trabajar hasta el límite!
¿Y éstos son los que habían querido provocar una crisis? ¿Los que espiaban por una propina?
La única frase honesta de todo el juicio la pronunció Ramzin: «El camino del empecimiento es ajeno a la estructura internadel ingeniero».
Durante todo el proceso, Krylenko obliga a los acusados a humillarse pidiendo excusas por ser «poco versados» en política, cuando no «analfabetos» ¡La política es algo mucho más difícil y elevado que cualquier metalurgia o construcción de turbinas! En política de nada sirve tener cabeza ni estudios. Conque dígame usted, acusado, ¿cuál fue su actitud ante la Revolución de Octubre? De escepticismo. O sea,¿hostil desde el primer momento? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Krylenko los acosa con sus preguntas teóricas, pero gracias a los lapsus simples y humanos de los acusados, que se salen de unos papeles aprendidos de memoria, vislumbramos el núcleo de la verdad, qué había ocurrido realmente , a partir de qué habían llegado a hinchar tod aquella pompa de jabón.
Lo primero que los ingenieros vieron en el golpe de Estado de Octubre fue la ruina del país. (Y, efectivamente, años y años de ruina se abatieron sobre nosotros.) Vieron también la supresión de las libertades más elementales. (Libertades que ya nunca más habrían de volver.) ¿Cómo iban a aceptar lo ingenieros la dictadura de los trabajadores,de sus propios subordinados en la industria, menos cualificados, que no dominaban las leyes físicas y económicas de la producción, pero que sin embargo ahora ocupaban los principales despachos y dirigían a los ingenieros? ¿Por qué los ingenieros no habrían de considerar más natural una estructura social en la que tuvieran el mando aquellos que pueden dirigir de forma racional su actividad? (Y excluyendo únicamente la dirección ética,¿no tiende a esto, hoy día, toda la cibernética social? ¿No son los políticos profesionales unas pesas colgadas al cuello de la sociedad que impide a ésta mover con libertad la cabeza y agitar los brazos?) ¿Y por qué habían de renunciar los ingenieros a tener opiniones políticas? Pues la política ni siquiera constituye una disciplina científica, sino que es un terreno empírico que no puede ser descrito por medio de ningún sistema matemático y, además, está sometida al egoísmo humano y a las ciegas pasiones. (Charnovski lo dice incluso ante el tribunal: «Pese a todo, la política debe regirse hasta cierto punto por las enseñanzas de la técnica».)
La desmedida presión del comunismo de guerra no podía sino repugnar a los ingenieros. Un ingeniero no puede tomar parte en algo que carece de sentido, y por esta razón, hasta 1920 la mayoría de ellos estuvieron de brazos cruzados, a pesar de que ello los sumiera en una pobreza digna del hombre de las cavernas. Comenzó la NEP, y los ingenieros se pusieron de buen grado manos a la obra: entendieron la NEP como un síntoma de que el régimen había entrado en razón. Mas ¡ay!, las condiciones ya no eran las de antes: los ingenieros no sólo eran considerados una capa socialmente sospechosa, privada incluso del derecho a dar una educación a sus hijos, no sólo sus sueldos estaban muy por debajo de lo que representaba su aportación productiva, sino que se les exigían éxitos en la producción y también disciplina, al tiempo que se les privaba del derecho a hacer respetar dicha disciplina. Ahora, cualquier obrero podía no sólo incumplir las instrucciones de un ingeniero, sino también ofenderle de forma impune e incluso pegarle, y como representante de la clase dirigente tendría siempre razón
Objeta KRYLENKO: ¿Recuerda usted el proceso contra Oldenborger? (Es decir: ¿acaso no recuerda usted cómo lo defendimos?)
FEDÓTOV: Sí, para dirigir vuestra atención hacia la situación de los ingenieros, uno de ellos hubo de perder la vida.
KRYLENKO (decepcionado):Bueno, no fue así como se planteó la cuestión.
FEDÓTOV: Murió, y no fue el único. El se quitó la vida voluntariamente, pero a muchos otros los mataron. (Proceso contra el Partido Industrial,pág. 228.)
Krylenko guardó silencio. Por tanto era verdad. (Volved a hojear las actas del proceso contra Oldenborger e imaginad el acoso que sufrieron los ingenieros. Y para rematar, la frase: «a muchos otros los mataron».)
Así pues, el ingeniero es culpable de todo, aun antes de cometer falta alguna. Y si alguna vez, en efecto, se equivoca —a fin de cuentas, es un ser humano, ¿no?– acaba siendo despedazado, a menos que sus colegas encubran su error. ¿Cómo van a tenerles en cuenta ellosla sinceridad? Por tanto, ¿se ven forzados quizá los ingenieros a mentir a los jefes del partido?
Para restablecer la autoridad y el prestigio de la profesión, los ingenieros necesitaban ciertamente unión y apoyo mutuo, pues todos estaban amenazados. Sin embargo, para alcanzar esa unión, no se requerían asambleas ni carnets. Como sucede siempre que se produce un entendimiento entre personas inteligentes, que razonan con lógica, bastaban unas pocas palabras lanzadas en voz baja, quizás hasta fortuitamente. Las votaciones eran del todo superfluas. Sólo las mentes mediocres necesitan de resoluciones y de la vara del partido. (¡Esto era lo que de ninguna manera podían comprender ni Stalin, ni los jueces de instrucción, ni toda esa taifa! Nunca habían experimentado relaciones humanas parecidas, [jamás se había visto nada semejante en toda la historia del partido!) Esta unidad entre los ingenieros rusos en el seno de un enorme país analfabeto venía de muy antiguo y durante muchas décadas había resistido cualquier embate. Ahora, al darse cuenta de ello, el nuevo régimen se sentía alarmado.
Y llegó el año 1927. ¿Qué había quedado de la sensatez de la NEP? Quedó bien patente que toda la NEP había sido un cínico engaño. Se empezaron a proponer proyectos delirantes e irreales para alcanzar de un salto la superindustriali-zación, se dieron a conocer planes y objetivos imposibles. En tales condiciones, ¿qué debía hacer la sensatez colectiva de los ingenieros, la cúpula de ingenieros del Gosplán y del Consejo Supremo de Economía Nacional?* ¿Someterse a la locura? ¿Hacerse a un lado? A ellos poco les importa: sobre un papel puede escribirse cualquier cifra, pero «a nuestros camaradas, que trabajan en el terreno de lo concreto, jamás les será posible realizar lo que se les exige». Por lo tanto, había que intentar moderar dichos planes, someterlos al control de la razón y suprimir por completo los proyectos más descabellados. Los ingenieros tenían que contar, por así decirlo, con un Gosplán propio que paliara la estupidez de los dirigentes en propiointerés de la clase en el poder (esto es lo más gracioso) y también de toda la industria y el pueblo, pues ello permitiría obstaculizar toda decisión ruinosa y recuperar los millones tirados por la ventana. Tenían que defender la calidad, que es «el alma de la técnica», en medio del clamor general que no hacía sino hablar de la cantidad, del plan y el superplán. Y educar a los estudiantes en este espíritu.
Éste era el sutil y delicado lienzo de la verdad.
¿Pero cómo expresar esto en voz alta en 1930? ¡Si ello conducía al paredón!
¡Y al mismo tiempo, era demasiado poco, demasiado imperceptible para provocar la ira de las masas!
Por eso era necesario repintar este consenso de los ingenieros —tan tácito como redentor para toda la nación– con óleos mas burdos de conjura empecedora e intervención extranjera.
Así pues, con este cuadro falsificado se nos brindó una imagen de la verdad descarnada, ¡y falta de propósito! Toda la labor del director de escena se viene abajo: a Fedótov se le escapa algo acerca de noches de insomnio (¡!) durante los ocho meses que ha pasado en prisión; y también acerca de cierto alto funcionario de la GPU que le ha estrechado la mano(¿?) hace poco (así pues, ¿habían llegado a un pacto: haced bien vuestro papel, que la GPU mantendrá su palabra?). Y los testigos, aunque su papel es muchísimo menos importante, empiezan a mostrarse confusos.
KRYLENKO: ¿Formaba usted parte de ese grupo?
El testigo KIRPOTENKO: Asistí a las reuniones dos o tres veces, cuando se trató sobre la intervención extranjera.
¡Esto es justo los que necesitamos!
KRYLENKO: (animándole):¡Continúe!
KIRPOTENKO (tras una pausa):Aparte de esto, no sé nada más.
Krylenko le apremia, intenta hacerle recordar.
KiRPOTENKO (cortante):Aparte de la intervención extranjera no sé nada más (pág. 354).
Y luego, durante un careo con Kupriánov, los hechos ni siquiera concuerdan. Krylenko se enfurece y grita a los ineptos acusados: «¡Pues entonces, hagan porque sus respuestas coincidan!»(pág. 358).
Pero en el entreacto, entre bastidores, todo vuelve a la normalidad. De nuevo cada acusado pende de su respectivo hilo y queda a la espera de que tiren de él. Y Krylenko tira de los ocho a la vez: los industriales emigrados han publicado
un artículo según el cual no sostuvieron negociaciones de ninguna clase con Ramzin ni con Lárichev, que no saben nada de ningún «Partido Industrial», y que lo más probable es que las declaraciones de los acusados hayan sido arrancadas mediante tortura. Bueno, y vosotros ¿qué tenéis que decir a esto?
¡Dios mío! ¡Cómo se indignan los acusados! ¡Sin respetar los turnos de palabra, piden todos que se les deje hablar cuanto antes! ¿Qué ha sido de aquella atormentada resignación con la que durante día a día han estado humillándose a sí mismos ya sus colegas? ¡Su indignación contra los emigrados se desborda! ¡Arden en deseos de hacer una declaración por escrito dirigida a los periódicos! ¡Una declaración colectiva en defensa de los métodos de la GPU!(¿Qué? ¿No me dirán que no queda bonito? ¿Que no es una verdadera perla?)
ramzin: ¡Nuestra sola presencia en esta sala demuestra que no hemos sido sometidos a torturas ni suplicios!
¿De qué serviría torturar si después la víctima no estuviera en condiciones de comparecer ante el tribunal?
fedótov: Mi estancia en prisión me ha resultado provechosa,y no sólo a mí... Hasta me siento mejor en prisión que en libertad.
ÓCHKIN: ¡Y yo! ¡Yo también me siento mejor!
Fue necesaria toda la nobleza de Krylenko y Vyshinski para renunciar a esa carta colectiva. ¡Porque la habrían escrito! ¡La habrían firmado!
Y por si aún hay alguien que albergue alguna duda, Krylenko nos brinda una muestra de su brillante lógica: «Supongamos, aunque sólo sea por un segundo, que estas personas estén mintiendo, pero entonces ¿por qué las han arrestado precisamente a ellas?y ¿por qué de pronto todos ellos se han decidido a hablar?»(pág. 452).
¡Oh, la fuerza del intelecto! Ni en mil años se les había ocurrido a los acusadores: ¡El hecho mismo de la detención ya es prueba de culpabilidad! Si los acusados fueran inocentes, ¿por qué los habrían detenido? ¡Y si los han detenido, señal de que son culpables!
Y realmente: ¿por qué se han decidido a hablar?
«¡Dejemos al margen la cuestión de la tortura! Planteemos mejor la cuestión psicológicamente: ¿Por qué confiesan? A lo que yo contesto: ¿y qué otra cosa les queda?»(pág. 454).
¡Qué cierto es! ¡Qué psicológico! Quienes hayan estado encerrados en este establecimiento, hagan memoria: ¿y qué otra cosa quedaba?
(Ivanov-Razúmnik relata [216] 18que en 1938, cuando compartió celda con Krylenko, en Butyrki, el lugar de Krylenko estaba bajo los catres. Puedo imaginármelo muy vivamente [yo mismo me vi obligado a meterme allí debajo]. Los catres son tan bajos que sólo sobre la barriga puede uno arrastrarse por el sucio piso asfaltado, pero al principio, el novato no da con la postura adecuada e intenta meterse a gatas. Puedes llegar a meter la cabeza, desde luego, pero el trasero no entra y se te queda ahí fuera levantado. Creo que para el Fiscal Supremo debió de ser especialmente difícil encontrar la postura adecuada, y que debió de permanecer mucho tiempo con el trasero, aún no enflaquecido, erguido, a mayor gloria de la justicia soviética. Pecador que soy, me imagino con malsana alegría ese trasero atascado bajo el catre, y la estampa hasta cierto punto me consuela mientras escribo la larga crónica de estos procesos.)