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La Comunidad del Anillo
  • Текст добавлен: 5 октября 2016, 02:20

Текст книги "La Comunidad del Anillo"


Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien



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—Quizá esté en lo cierto —dijo Frodo, evitando los ojos del granjero, y mirando las llamas.

Maggot lo observó pensativamente.

—Veo que tiene usted sus propias ideas —dijo—. Es claro como el agua que ni usted ni el jinete vinieron en la misma tarde por casualidad; y quizá mis noticias no son muy nuevas para usted, después de todo. No le pido que me diga algo que quiera guardar en secreto, pero me doy cuenta de que está preocupado. Tal vez piensa que no le será muy fácil llegar a Balsadera sin que le pongan las manos encima.

—Así es —dijo Frodo—, pero tenemos que intentarlo, y no lo conseguiremos si nos quedamos aquí sentados pensando en el asunto. Así pues, temo que debamos partir. ¡Muchas gracias por su amabilidad! Usted y sus perros me han aterrorizado durante casi treinta años, granjero Maggot, aunque se ría al oírlo. Lástima, pues he perdido un buen amigo, y ahora lamento tener que partir tan pronto. Quizá vuelva un día, si me acompaña la suerte.

—Será bien recibido —dijo Maggot—. Pero tengo una idea. Ya está anocheciendo y cenaremos de un momento a otro, pues por lo general nos vamos a acostar poco después que el sol. Si usted y el señor Peregrin y todos quisiesen quedarse a tomar un bocado con nosotros, nos sentiríamos muy complacidos.

—¡Nosotros también! —dijo Frodo—. Pero tenemos que partir en seguida. Será de noche cuando lleguemos a Balsadera.

—¡Ah!, pero un minuto. Iba a decir que después de cenar sacaré una pequeña carreta y los llevaré a todos a Balsadera. Les evitaré una larga caminata y quizá también otras dificultades.

Frodo aceptó agradecido la invitación, para alivio de Pippin y Sam. El sol se había escondido ya tras las colinas del oeste, y la luz declinaba. Aparecieron dos de los hijos de Maggot y las tres hijas, y sirvieron una cena generosa en la mesa grande. La cocina fue iluminada con velas y reavivaron el fuego. La señora Maggot iba y venía. En seguida entraron uno o dos hobbits del personal de la granja; poco después eran catorce a la mesa. Había cerveza en abundancia y una fuente de setas y tocino, además de otras muchas suculentas viandas caseras. Los perros estaban sentados junto al fuego, royendo cortezas y triturando huesos.

Terminada la cena, el granjero y sus hijos llevaron afuera un farol y prepararon la carreta. Cuando salieron los invitados, ya había oscurecido. Cargaron bultos en la carreta y subieron. El granjero se sentó en el banco del conductor y azuzó con el látigo a los dos vigorosos poneys. La señora Maggot lo miraba de pie desde la puerta iluminada.

—¡Ten cuidado, Maggot! —exclamó—. ¡No discutas con extraños y vuelve aquí directamente!

—Eso haré —dijo Maggot, cruzando el portón.

La noche era apacible, silenciosa y fresca. Partieron sin luces, lentamente. Luego de una o dos millas llegaron al extremo del camino, cruzaron una fosa profunda, y subieron por una pequeña cuesta hasta la calzada.

Maggot descendió y miró a ambos lados, norte y sur, pero no se veía nada en la oscuridad y no se oía ningún sonido en el aire quieto. Unas delgadas columnas de niebla flotaban sobre las zanjas y se arrastraban por los campos.

—La niebla será espesa —dijo Maggot—, pero no encenderé mis faroles hasta dejarlos a ustedes. Oiremos cualquier cosa en el camino, antes de tropezarnos con ella esta noche.

Balsadera distaba unas cinco millas de la casa de Maggot. Los hobbits se arroparon de pies a cabeza, pero con los oídos atentos a cualquier sonido que se elevase sobre el crujido de las ruedas y el espaciado clop-clopde los poneys. El carro le parecía a Frodo más lento que un caracol. Junto a él, Pippin cabeceaba somnoliento, pero Sam clavaba los ojos en la niebla que se alzaba delante.

Por fin llegaron a la entrada de Balsadera, señalada por dos postes blancos que asomaron de pronto a la derecha del camino. El granjero Maggot sujetó los poneys y el carro se detuvo. Empezaban a descargar cuando oyeron lo que tanto temían; unos cascos en el camino, allá adelante. El sonido venía hacia ellos.

Maggot bajó de un salto y sostuvo firmemente la cabeza de los poneys, escudriñando la oscuridad. Clip-clop, clip-clop; el jinete se acercaba. El golpe de los cascos resonaba en el aire callado y neblinoso.

—Es mejor que se oculte, señor Frodo —dijo Sam ansiosamente—. Acuéstese en la carreta y cúbrase con la manta. ¡Nosotros nos ocuparemos del jinete!

Bajó y se unió al granjero. Los Jinetes Negros tendrían que pasar por encima de él para acercarse a la carreta. Clip-clop, clip-clop.

El jinete estaba casi sobre ellos.

—¡Eh, ahí! —llamó el granjero Maggot.

El ruido de cascos se detuvo. Creyeron vislumbrar entre la bruma una sombra oscura y embozada, uno o dos metros más adelante.

—¡Cuidado! —dijo el granjero arrojándole las riendas a Sam y adelantándose—. ¡No dé ni un paso más! ¿Qué busca y adónde va?

—Busco al señor Bolsón, ¿lo ha visto? —dijo una voz apagada: la voz de Merry Brandigamo. Se encendió una linterna y la luz cayó sobre la cara asombrada del granjero.

—¡Señor Merry! —gritó.

—¡Sí, por supuesto! ¿Quién creía que era? —exclamó Merry acercándose.

Cuando Merry salió de la bruma, y los temores de los otros se apaciguaron, pareció que la figura se le empequeñecía hasta tener la talla común de un hobbit. Venía montando un poney, y llevaba una bufanda al cuello y sobre la barbilla para protegerse de la niebla.

Frodo saltó de la carreta para saludarlo.

—¡Así que aquí estás por fin! —dijo Merry—. Comenzaba a preguntarme si aparecerías hoy, y ya me iba a cenar. Cuando se levantó la niebla fui a Cepeda a ver si habías caído en un pantano. Maldito si sé por dónde has venido. ¿Dónde los encontró, señor Maggot? ¿En la laguna de los patos?

—No. Los descubrí merodeando —dijo el granjero—, y casi les suelto los perros, pero sin duda ellos le contarán toda la historia. Ahora, si me permiten, señor Merry, señor Frodo, y todos, lo mejor es que vuelva a casa. La señora Maggot estará preocupada, con esta cerrazón.

Hizo retroceder la carreta, y dio media vuelta.

—Buenas noches a todos —dijo el granjero Maggot—. Ha sido un extraño día, y no me equivoco. Pero todo está bien cuando termina bien. Aunque quizá no podamos decirlo hasta que estemos de vuelta en casa. No negaré que me sentiré feliz entonces.

Encendió los faroles y se levantó. De pronto sacó de debajo del asiento una canasta grande.

—Casi lo olvidaba —dijo—. La señora Maggot lo preparó para el señor Bolsón, con sus recuerdos.

Tendió la canasta y se alejó, seguido por un coro de gracias y buenas noches.

Los hobbits se quedaron mirando los cálidos halos de luz de los faroles, que se perdían en la noche brumosa. De repente, Frodo se echó a reír; de la canasta cubierta que tenía en las manos subía un olor a hongos.


5



CONSPIRACIÓN DESENMASCARADA



—Lo mejor que podemos hacer es irnos también a casa —dijo Merry—. Hay algo extraño en todo esto, me doy cuenta, pero habrá que esperar a que lleguemos.

Doblaron por el sendero de Balsadera, que era recto y bien cuidado, bordeado con grandes piedras blanqueadas a la cal. Unos cien metros más allá desembocaba en la orilla del río, donde había un ancho embarcadero de madera. Una balsa grande estaba amarrada en él. Los bolardos blancos brillaban a la luz de dos linternas instaladas sobre unos postes. Detrás, la bruma de los llanos se alzaba por encima de los matorrales; pero delante el agua era oscura, y unas espirales como de vapor flotaban entre las cañas de la orilla. Parecía haber menos niebla del otro lado.

Merry llevó al poney a la balsa por una pasarela, y los otros fueron detrás. Luego impulsó lentamente la balsa con un largo bichero. El Brandivino fluía ante ellos lento y ancho. Del otro lado la orilla era escarpada, y un camino tortuoso ascendía desde el embarcadero. Allí unas linternas parpadeaban. Detrás, asomaba la Colina de Los Gamos, y en la ladera, entre jirones de niebla, brillaban muchas ventanas redondas, rojas y amarillas. Eran las ventanas de Casa Brandi, antiguo hogar de los Brandigamo.


Mucho tiempo atrás, Gorhendad Gamoviejo, cabeza de familia de los Gamoviejo, uno de los más viejos en Marjala o en la Comarca, había cruzado el río, límite original de las tierras orientales. Edificó (y excavó) Casa Brandi, tomó el nombre de Brandigamo, y se estableció allí hasta llegar a ser el señor de lo que podía llamarse un pequeño país independiente. La familia Brandigamo aumentó y aumentó, y luego de la muerte de Gorhendad continuó creciendo, hasta que Casa Brandi ocupó todo el pie de la colina y tuvo tres amplias puertas principales, muchas laterales y cerca de cien ventanas. Los Brandigamo y la numerosa gente que dependía de ellos comenzaron a excavar y más tarde a construir alrededor. Éste fue el origen de Los Gamos, una faja de tierra densamente poblada, entre el río y el Bosque Viejo, una especie de colonia de la Comarca. La villa principal era Gamoburgo, que se apretaba en los terraplenes y lomas detrás de Casa Brandi.

La gente de Marjala era amiga de la de Los Gamos, y los granjeros entre Cepeda y Junquera aún reconocían la autoridad del Señor de la Casa (como llamaban al jefe de familia de los Brandigamo), pero la mayoría de los habitantes de la vieja Comarca consideraba a la gente de Los Gamos como singular y algo extranjera, por así decirlo, aunque en realidad no se diferenciaba mucho de los hobbits de las Cuatro Cuadernas. Excepto en un punto: eran muy aficionados a los botes y algunos de ellos hasta sabían nadar.

El lado este de aquellas tierras no tenía en un principio ninguna defensa, pero los Brandigamo levantaron allí una empalizada que llamaron Cerca Alta. Había sido plantada muchas generaciones atrás, y ahora era elevada y tupida pues la cuidaban constantemente. Corría a lo largo de la orilla desde el Puente del Brandivino siguiendo una amplia curva hasta el Fin de la Cerca (donde el Tornasauce salía del Bosque y se unía al Brandivino): unas veinte millas de extremo a extremo. Por supuesto, la protección no era completa, pues el Bosque crecía junto a la cerca en muchos sitios. La gente de Los Gamos cerraba las puertas con llave al oscurecer, y esto tampoco se acostumbraba en la Comarca.


La balsa se movía lentamente en el agua. La ribera de Los Gamos iba acercándose. Sam era el único que aún no había cruzado el río. Miraba las aguas lentas y gorgoteantes y tuvo una curiosa impresión: su vida anterior quedaba atrás entre las nieblas; delante lo esperaban oscuras aventuras. Se rascó la cabeza y durante un momento deseó que el señor Frodo hubiera podido continuar viviendo apaciblemente en Bolsón Cerrado.

Los cuatro hobbits dejaron la balsa. Merry estaba amarrándola y Pippin guiaba el poney sendero arriba, cuando Sam (quien había mirado atrás, como despidiéndose de la Comarca) dijo en un ronco murmullo:

—¡Mire atrás, señor Frodo! ¿No ve algo?

En el otro atracadero, bajo lámparas distantes, alcanzaron a vislumbrar apenas una figura; parecía un bulto negro abandonado allí. Pero mientras miraban les pareció que se movía de un lado a otro, como escudriñando el suelo. Luego se arrastró, o retrocedió agachándose, de vuelta a la oscuridad, más allá de las lámparas.

—Pero ¿qué es eso? —exclamó Merry.

—Algo que nos sigue —dijo Frodo—. Pero no hagas ahora más preguntas. ¡Alejémonos, en seguida! Se apresuraron sendero arriba hasta la cima del barranco, pero cuando miraron atrás, la orilla opuesta estaba envuelta en niebla, y no se veía nada.

—¡Por suerte no hay botes en la ribera oeste! —dijo Frodo—. ¿Pueden cruzar el río los caballos?

—Pueden ir veinte millas al norte hasta el Puente del Brandivino, o pueden nadar —respondió Merry—, aunque nunca oí de ningún caballo que cruzara a nado el Brandivino. Pero ¿qué importan ahora los caballos?

—Te lo diré más tarde. Vayamos a tu casa y allí podremos hablar.

—Bien. Conocéis el camino, tú y Pippin. Yo me adelantaré a caballo para avisar a Gordo Bolger. Nos pondremos de acuerdo sobre la cena y otras cosas.

—Ya tuvimos una cena temprana, con el granjero Maggot —dijo Frodo—, pero podríamos tener otra.

—¡Así será! Dame esa canasta —dijo Merry, y partió adelantándose en la oscuridad.


Entre la nueva casa de Frodo, en Cricava, y el Brandivino había alguna distancia. Dejaron la Colina de Los Gamos y Casa Brandi a la izquierda, y en las afueras de Gamoburgo tomaron el camino principal de Los Gamos, que corría desde el puente hacia el sur. Media milla al norte, encontraron un sendero que se abría a la derecha. Lo siguieron un par de millas, subiendo y bajando por los campos.

Al fin llegaron a una puerta estrecha, en un seto. Nada podía verse de la casa en la oscuridad; se levantaba lejos del sendero en medio de un círculo de césped rodeada por un cinturón de árboles bajos, dentro del cerco exterior. Frodo la había elegido porque el sitio era apartado y no tenía vecinos próximos. Se podía entrar y salir sin que nadie lo viera a uno. La habían construido los Brandigamo mucho tiempo atrás, para uso de invitados o miembros de la familia que deseasen escapar por un tiempo a la tumultuosa vida de Casa Brandi. Era una antigua casa de campo, lo más parecida posible a la cueva de un hobbit. Larga y baja, de un solo piso, tenía techo de paja, ventanas redondas, y una gran puerta redonda. Mientras subían por el sendero verde, desde la puerta en el cercado, no vieron ninguna luz. Las ventanas estaban oscuras y con las persianas cerradas. Frodo golpeó la puerta y Gordo Bolger vino a abrir. Una luz acogedora se derramó hacia fuera. Los hobbits se deslizaron rápidamente en la casa, y se encerraron junto con las luces. Vieron que estaban en un vestíbulo amplio con puertas a los lados; delante de ellos corría un pasillo, hacia el centro de la casa.

—¿Qué te parece? —preguntó Merry, viniendo por el pasillo—. Hemos hecho lo imposible en este poco tiempo. Queríamos que te sintieras en casa. Al fin y al cabo, Gordo y yo no llegamos aquí hasta ayer con el último cargamento.

Frodo miró alrededor. Todo era allí hogareño, de veras. La mayoría de sus muebles preferidos, o mejor los de Bilbo (le recordaban vivamente a Bilbo en aquel nuevo ámbito) habían sido ordenados todo lo posible de acuerdo con la disposición de Bolsón Cerrado. Era un sitio agradable, cómodo, acogedor, y se encontró deseando haber venido a instalarse realmente en ese retiro tranquilo. Le pareció injusto haber expuesto a sus amigos a todas estas molestias, y se preguntó de nuevo cómo podría decirles que los abandonaría muy pronto, en seguida, en verdad. Ya no le quedaba otro remedio que hablarles esa misma noche, antes que todos se acostaran.

—Maravilloso —dijo con un esfuerzo—. Apenas noto que me he mudado.


Los viajeros colgaron las capas y apilaron los bultos sobre el piso. Merry los llevó por el pasillo y en el otro extremo abrió una puerta. El resplandor de un fuego salió al pasillo, junto con una bocanada de vapor.

—¡Un baño! —exclamó Pippin—. ¡Oh, bendito Meriadoc!

—¿En qué orden entraremos? —preguntó Frodo—. ¿Primero los más viejos o los más rápidos? De cualquier modo tú serás el último, señor Peregrin.

—Confiad en mí para arreglar mejor las cosas —dijo Merry—. No podemos comenzar nuestra vida en Cricava discutiendo por el baño. En esa habitación hay tres tinas y una caldera de agua hirviendo. Hay también toallas, esteras y jabón. ¡Entrad y de prisa!

Merry y Gordo fueron a la cocina, en el otro extremo del corredor, y se ocuparon de los preparativos finales para una cena tardía. Trozos de canciones que competían unas con otras venían desde el cuarto de baño, mezcladas con el chapoteo y el sonido del agua que desbordaba las tinas. La voz de Pippin se elevó por encima de las otras en una de las canciones de baño favoritas de Bilbo:


¡Oh, el baño a la caída de la tarde,

que quita el barro del cansancio!

Tonto es aquel que ahora no canta.

¡Oh, el agua caliente, qué bendición!


Oh, dulce es el sonido de la lluvia que cae

y del barro que baja de la colina al valle,

pero mejor que la lluvia y los arroyos rizados

es el agua caliente humeando en la tina.


Oh, el agua fresca, échala si quieres

en una garganta abrasada y complácete,

pero mejor es la cerveza si hay ganas de beber,

y el agua caliente que corre por la espalda.


¡Oh, es hermosa el agua que salta hacia arriba

en una fuente blanca bajo el cielo,

pero no ha habido nunca un sonido más dulce

que mis pies chapoteando en el agua caliente!


Se oyó un terrible chapoteo y una interjección de Frodo. Parecía que buena parte del baño de Pippin había imitado a una fuente, saltando hacia arriba.

Merry se acercó a la puerta.

—¿Qué os parece una cena y una cerveza en las gargantas abrasadas? —llamó.

Frodo salió enjugándose los cabellos.

—Hay tanta agua en el aire, que terminaré de secarme en la cocina —dijo.

—¡Cielos! —exclamó Merry, mirando dentro. El piso de piedra estaba todo inundado—. Tendrás que secarlo si quieres que te den algo de comer, Peregrin —dijo—. De prisa, o no te esperaremos.


Cenaron en la cocina, sentados en una mesa próxima al fuego.

—Supongo que vosotros tres no comeréis hongos de nuevo —dijo Fredegar, sin mucha esperanza.

—¡Sí, comeremos! —gritó Pippin.

—¡Son míos! —dijo Frodo—. Me los dio a mí la señora Maggot, una perla entre las esposas de los granjeros. Quita tus ávidas manos de encima, que yo los serviré.

Los hobbits tienen pasión por las setas, una pasión que sobrepasa los gustos más voraces de la Gente Grande. Hecho que explica en parte las largas expediciones del joven Frodo a los renombrados campos de Marjala, y la ira del perjudicado Maggot. En esta ocasión había en abundancia para todos, aun de acuerdo con las normas de los hobbits. Había también otras muchas cosas, que vendrían después, y cuando terminaron de cenar, Gordo Bolger exhaló un suspiro de satisfacción. Retiraron la mesa y pusieron sillas alrededor del fuego.

—Limpiaremos todo más tarde —dijo Merry—. Ahora ¡cuéntame! Me imagino que habrás tenido aventuras, y sin mí, lo que no me parece justo. Quiero que lo cuentes todo; y lo que más deseo es saber qué ocurrió con el viejo Maggot y por qué me habló de ese modo. Parecía asustado, si eso es posible.

—Todos hemos estado asustados —dijo Pippin al cabo de un rato. Frodo clavaba los ojos en el fuego y no decía una palabra—. Tú también lo habrías estado si los Jinetes Negros te hubiesen perseguido durante dos días.

—¿Quiénes son?

—Figuras negras que cabalgan en caballos negros —respondió Pippin—. Si Frodo no quiere hablar, yo te contaré la historia desde el principio.

Pippin relató entonces todos los incidentes del viaje desde la partida de Hobbiton. Sam cooperó con gestos y exclamaciones de aprobación. Frodo permaneció silencioso.

—Podría pensar que todo es un invento —dijo Merry– si no hubiese visto aquella forma negra en Balsadera, y si no hubiese oído el extraño tono de la voz de Maggot. ¿Qué sacas en conclusión, Frodo?

—El primo Frodo se ha mostrado muy cerrado —dijo Pippin—, pero es tiempo de que se abra. Hasta ahora no tenemos otra pista que las suposiciones del granjero Maggot, para quien se trataría de algo relacionado con el tesoro del viejo Bilbo.

—Es sólo una suposición —se apresuró a decir Frodo—. Maggot no sabe nada.

—El viejo Maggot es un sujeto perspicaz —dijo Merry—. Detrás de esa cara redonda pasan muchas cosas que no aparecen en la conversación. He oído decir que hace un tiempo acostumbraba internarse en el Bosque Viejo, y que sabe bastante de cosas extrañas. Pero al menos tú podrías decirnos, Frodo, si es una buena o una mala suposición.

—Me parece —respondió Frodo lentamente– que es una buena suposición, hasta cierto punto. Hay en efecto alguna relación con las viejas aventuras de Bilbo y es cierto que los Jinetes andan detrás de él, o quizá debiera decir que andan buscándolo, o que andan buscándome. Temo además que no sea cosa de broma, y que yo no esté seguro, ni aquí ni en ningún otro sitio.

Miró alrededor las ventanas y las paredes, como si temiese que desaparecieran de pronto. Los otros lo observaron en silencio, cambiando entre ellos miradas significativas.

—Ahora saldrá la verdad a la luz —murmuró Pippin a Merry, y Merry asintió.

—¡Bien! —dijo Frodo al fin, enderezándose en la silla, como si hubiese tomado una decisión—. No puedo mantenerlo en secreto por más tiempo. Tengo que deciros algo, a todos vosotros. Pero no sé cómo empezar.

—Creo que yo podría ayudarte contándote una parte de la historia —dijo Merry con calma.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Frodo, echándole una mirada inquieta.

—Sólo esto, mi viejo y querido Frodo: te sientes desdichado porque no sabes decir adiós. Querías dejar la Comarca, por supuesto; pero el peligro te alcanzó más pronto de lo que esperabas, y ahora has decidido partir inmediatamente. Y no tienes ganas. Lo sentimos mucho por ti.

Frodo abrió la boca y la volvió a cerrar. La expresión de sorpresa era tan cómica que los otros se echaron a reír.

—¡Querido viejo Frodo! —dijo Pippin—. ¿Realmente pensaste que nos habías echado tierra a los ojos? ¡No tomaste las precauciones necesarias, ni fuiste bastante inteligente! Todo este año, desde el mes de abril, estuviste planeando la partida, y despidiéndote de los sitios queridos. Te hemos oído murmurar constantemente: «No sé si volveré a ver el valle otra vez» y cosas parecidas. ¡Y pretender que se te había acabado el dinero y venderles tu querido Bolsón Cerrado a los Sacovilla-Bolsón! Y esos conciliábulos con Gandalf.

—¡Cielos! —dijo Frodo—. Y yo que creía haber ido tan cuidadoso y astuto. No sé qué diría Gandalf. Entonces, ¿toda la Comarca discute mi partida?

—¡Oh, no! —dijo Merry—. ¡No te preocupes! El secreto no se mantendrá mucho tiempo, claro está, pero por ahora sólo lo conocemos nosotros, creo, los conspiradores. Al fin y al cabo no olvides que te conocemos bien y pasamos largas jornadas contigo. No nos cuesta mucho imaginar lo que piensas. Yo conocía a Bilbo también. A decir verdad, te he estado observando de cerca desde la partida de Bilbo. Pensé que lo seguirías, tarde o temprano, aunque esperaba que lo harías antes, y en los últimos tiempos estuvimos muy preocupados. Nos aterrorizaba la idea de que nos dejaras de pronto y partieras bruscamente, solo, lo mismo que Bilbo. Desde esta primavera mantuvimos siempre los ojos bien abiertos, y elaboramos nuestros propios planes ¡No te escaparás con tanta facilidad!

—Pero es necesario que parta —dijo Frodo—. Nada puede hacerse, mis queridos amigos. Es una desdicha para todos nosotros, pero es inútil que tratéis de retenerme. Ya que habéis adivinado tantas cosas, ¡por favor, ayudadme y no me pongáis obstáculos!

—¡No entiendes! —dijo Pippin—. Tienes que partir, y por lo tanto nosotros también. Merry y yo iremos contigo. Sam es un sujeto excelente. Saltaría a la boca de un dragón para salvarte si no tropezara con sus propios pies, pero necesitarás más de un compañero en tu peligrosa aventura.

—¡Mis queridos y bienamados hobbits! —dijo Frodo, profundamente conmovido—. No podría permitirlo. Lo decidí también hace tiempo. Habláis de peligro, pero no entendéis. No se trata de la búsqueda de un tesoro, ni de un viaje de ida y vuelta. Iré de peligro mortal en peligro mortal.

—Por supuesto que entendemos —afirmó Merry—. Por eso hemos decidido venir. Sabemos que el Anillo no es cosa de broma, pero haremos lo que podamos para ayudarte contra el Enemigo.

—¡El Anillo! —exclamó Frodo, completamente atónito ahora.

—Sí, el Anillo —dijo Merry—. Mi viejo y querido hobbit, no has tenido en cuenta la curiosidad de los amigos. He sabido de la existencia del Anillo durante muchos años; en verdad desde antes de la partida de Bilbo; pero como él guardaba el secreto, me callé lo que sabía, hasta que armamos nuestra conspiración. No conocía a Bilbo tan bien como a ti; yo era demasiado joven y Bilbo más cuidadoso, aunque no lo suficiente. Si quieres saber cómo lo descubrí, voy a decírtelo ahora.

—¡Continúa! —dijo Frodo débilmente.

—Los culpables fueron los Sacovilla-Bolsón, como podría esperarse. Un día, un año antes de la fiesta, yo andaba paseando por el camino cuando vi a Bilbo adelante. Casi en seguida, a lo lejos, aparecieron los Sacovilla-Bolsón, que venían hacia nosotros. Bilbo aminoró el paso, y de pronto, ¡eh, presto!, desapareció. Me quedé tan estupefacto que casi no recordé que yo también podía esconderme, de un modo más ordinario. Me metí entre los setos del camino y anduve por el campo. Eché una mirada al camino, luego que pasaron los Sacovilla-Bolsón, y observaba el lugar donde había estado Bilbo, cuando él reapareció de pronto.

”Luego de ese incidente, mantuve los ojos bien abiertos. En pocas palabras, confieso que espié. Pero admitirás que había motivos para sentirme intrigado. Y yo no tenía todavía veinte años. Pienso que soy el único en la Comarca, excepto tú, Frodo, que ha visto el libro secreto del viejo Bilbo.

—¡Has leído el libro! —exclamó Frodo—. ¡Cielos! ¿No hay nada seguro?

—Yo diría que no demasiado —replicó Merry—. Pero sólo le eché una rápida ojeada, y aun esto me costó bastante. Bilbo nunca abandonaba el libro. Me pregunto qué se hizo de él. Me gustaría echarle otro vistazo. ¿Lo tienes tú, Frodo?

—No, no estaba en Bolsón Cerrado. Bilbo se lo llevó, seguramente.

—Bueno, como iba diciendo —continuó Merry—, mantuve en secreto lo que yo sabía, hasta esta primavera, cuando las cosas se agravaron. Armamos entonces nuestra conspiración, y como además éramos serios y el asunto no nos parecía cosa de risa, no fuimos demasiado escrupulosos. No eres una nuez fácil de pelar, y Gandalf menos. Pero si quieres conocer a nuestro investigador principal, puedo presentártelo ahora mismo.

—¿Dónde está? —preguntó Frodo, mirando alrededor, como si esperase que una figura enmascarada y siniestra saliera de un armario.

—Adelántate, Sam —ordenó Merry. Sam se levantó, rojo hasta las orejas—. ¡He aquí a nuestro informante! Nos dijo muchas cosas, te lo aseguro, antes que lo atraparan. Después se consideró a sí mismo como juramentado, y nuestra fuente se agotó.

—¡Sam! —exclamó Frodo, sintiendo que su asombro llegaba al máximo e incapaz de decidir si se sentía enojado, divertido, aliviado o simplemente aturdido.

—¡Sí, señor! —dijo Sam—. ¡Le pido perdón, señor! Pero no quise hacer daño, ni a usted ni al señor Gandalf. Él es persona de buen sentido, recuérdelo, pues cuando usted le habló de partir solo, él le respondió: ¡No! Lleva a alguien en quien puedas confiar.

—Pero parece que no puedo confiar en nadie —dijo Frodo.

Sam lo miró tristemente.

—Todo depende de lo que quieras —intervino Merry—. Puedes confiar en que te seguiremos en las buenas y en las malas hasta el fin, por amargo que sea, y en que guardaremos cualquier secreto, mejor que tú. Pero no creas que te dejaremos afrontar solo las dificultades, o partir sin una palabra. Somos tus amigos, Frodo. De cualquier modo, el caso es claro. Sabemos casi todo lo que te dijo Gandalf. Sabemos muchas cosas del Anillo. Estamos terriblemente asustados, pero iremos contigo, o te seguiremos como sabuesos.

—Y después de todo, señor —agregó Sam—, tendría que seguir el consejo de los Elfos. Gildor le dijo que llevase voluntarios que lo acompañaran, no lo puede negar.

—No lo niego —dijo Frodo, mirando a Sam, que ahora sonreía satisfecho—. No lo niego, pero ya nunca creeré que duermes, ronques o no. Para asegurarme, te patearé con fuerza. ¡Sois un par de pillos solapados! —dijo, volviéndose a los otros—. ¡Pero que el cielo os bendiga! —rió levantándose y agitando los brazos—. Acepto; seguiré el consejo de Gildor. Si el peligro fuera menos sombrío, bailaría de alegría. Sin embargo, no puedo evitar sentirme feliz, más feliz de lo que me he sentido en mucho tiempo. La perspectiva de esta noche me aterraba.

—¡Bien! Decidido. ¡Tres hurras por el capitán Frodo y sus compañeros! —gritaron los otros mientras bailaban alrededor.

Merry y Pippin entonaron una canción que habían preparado aparentemente para esta oportunidad. La habían compuesto tomando como modelo la canción de los enanos que había acompañado la partida de Bilbo, tiempo atrás. Y la melodía era la misma:


Adiós les decimos al hogar y a la sala.

Aunque sople el viento y caiga la lluvia

hemos de partir antes que amanezca,

lejos, por el bosque y la montaña alta.


Rivendel, donde los Elfos habitan aún,

en claros al pie de las nieblas del monte,

cruzando por páramos y eriales iremos deprisa

y de allí no sabemos adónde.


Delante el Enemigo y detrás el terror,

dormiremos bajo el dosel del cielo,

hasta que al fin se acaben las penurias,

el viaje termine, y la misión concluya.


¡Hay que partir, hay que partir!

¡Saldremos a caballo antes que amanezca!


—¡Muy bien! —dijo Frodo—. En este caso hay mucho que hacer antes de irnos a la cama. Dormiremos bajo techo, aunque sólo sea esta noche.

—¡Oh! ¡Eso era poesía! —dijo Pippin—. ¿Realmente piensas partir antes que amanezca?

—No lo sé —respondió Frodo—. Temo a esos Jinetes Negros y estoy seguro de que es imprudente quedarse mucho tiempo en un mismo sitio, especialmente en un sitio adonde se sabe que yo iría. También Gildor me aconsejó no esperar. Pero me gustaría tanto ver a Gandalf... Me di cuenta de que el mismo Gildor se turbó cuando supo que Gandalf no había aparecido. La partida depende de dos cosas. ¿Cuánto tiempo necesitarían los Jinetes para llegar a Gamoburgo? ¿Y cuándo podremos partir? Tendremos que hacer muchos preparativos.

—Como respuesta a esa segunda pregunta —contestó Merry—, te diré que podemos partir dentro de una hora. Prácticamente he preparado todo. Hay seis poneys en un establo al otro lado del campo; provisiones y enseres están todos empaquetados, excepto unas pocas ropas de uso y los alimentos perecederos.

—Parece haber sido una conspiración muy eficiente —dijo Frodo—. Pero ¿y los Jinetes Negros? ¿Habría peligro si esperamos a Gandalf un día más?

—Todo depende de lo que pienses que harán los Jinetes, si te encuentran aquí —respondió Merry—. Podrían haber llegado ya, por supuesto, si no los hubiesen detenido en la Puerta Norte, donde el seto desciende hasta el río, de este lado del Puente. Los guardias no les habrían permitido cruzar de noche, aunque ellos hubiesen podido abrirse paso a la fuerza. Aun a la luz del día, tratarían de no dejarlos pasar, por lo menos hasta mandarle un mensaje al Señor de la Casa, pues no les agradaría el aspecto de los Jinetes, y seguramente estarían asustados. Por supuesto, Los Gamos no podría resistir mucho tiempo un ataque decidido. Y es posible que en la mañana se permita pasar a un Jinete Negro que llegue preguntando por el señor Bolsón. Es bastante conocida tu idea de regresar y establecerte en Cricava.


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