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La Comunidad del Anillo
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Текст книги "La Comunidad del Anillo"


Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien



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En ese momento llamaron a la puerta. El señor Mantecona había traído velas, y detrás venía Nob, con jarras de agua caliente. Trancos se retiró a un rincón oscuro.

—He venido a desearles buenas noches —dijo el posadero, poniendo las velas sobre la mesa—. ¡Nob! ¡Lleva el agua a los cuartos!

Entró y cerró la puerta.

—El asunto es así —comenzó a decir, titubeando, perturbado—. Si he causado algún mal, lo lamento de veras. Pero todo se encadena, como usted sabe, y soy un hombre ocupado. Esta semana, primero una cosa y luego otra me despertaron poco a poco la memoria, como se dice, y espero que no demasiado tarde. Pues verá usted, me pidieron que buscase a unos hobbits de la Comarca, a un tal Bolsón sobre todo.

—¿Y eso qué relación tiene conmigo? —preguntó Frodo.

—Ah, usted lo sabe sin duda mejor que nadie —dijo el posadero con aire de estar enterado—. No lo traicionaré a usted, señor, pero me dijeron que ese Bolsón viajaría con el nombre de Sotomonte, y además me hicieron una descripción que se le ajusta bastante, si me permite.

—¿De veras? Bien, ¡venga entonces esa descripción! —dijo Frodo interrumpiéndolo imprudentemente.

Un hombrecito rollizo de mejillas rojas—dijo con solemnidad el señor Mantecona.

Pippin rió entre dientes, pero Sam pareció indignado.

Esto no te servirá de mucho, Cebadilla, pues conviene a casi todos los hobbits, me dijeron —continuó el señor Mantecona echándole una ojeada a Pippin—, pero éste es más alto que algunos y más rubio que todos, y tiene un hoyuelo en la barbilla; un sujeto de cabeza erguida y ojos brillantes. Perdón, pero él lo dijo, no yo.

—¿Él lo dijo? ¿Y quién era él? —preguntó Frodo muy interesado.

—¡Ah! Era Gandalf, si usted sabe a quién me refiero. Un mago dicen que es, pero cierto o no cierto, es un buen amigo mío. Pero ahora no se que me dirá, si lo veo otra vez me agriará toda la cerveza o me cambiará en un trozo de madera, no me sorprendería. Es de temperamento vivo. Sin embargo, lo que está hecho no puede deshacerse.

—Bueno, ¿qué ha hecho usted? —dijo Frodo impacientándose ante la lentitud con que se desarrollaban los pensamientos de Mantecona.

—¿Dónde estaba? —preguntó el posadero haciendo una pausa y castañeteando los dedos—. ¡Ah, sí! El viejo Gandalf. Hace tres meses entró directamente en mi cuarto sin llamar a la puerta. Cebadilla, me dijo, salgo a la mañana. ¿Quieres hacerme un favor? Lo que tú quieras, dije. Tengo prisa, dijo él, y me falta tiempo pero quiero que lleven un mensaje a la Comarca. ¿Tienes a alguien a quien mandar y que sea seguro que llegue? Puedo encontrar a alguien, dije, mañana quizá, o pasado mañana. Que sea mañana, me dijo, y luego me dio una carta.

”La dirección es bastante clara —dijo Mantecona sacando una carta del bolsillo y leyendo la dirección lenta y orgullosamente (tenía reputación de hombre de letras):

Señor Frodo Bolsón, Bolsón Cerrado, Hobbiton, en la Comarca. —¡Una carta para mí de Gandalf! —gritó Frodo.

—¡Ah! —dijo el señor Mantecona—. ¿Entonces el verdadero nombre de usted es Bolsón?

—Sí —dijo Frodo—, y será mejor que me dé esa carta en seguida, y me explique por qué nunca la envió. Eso es lo que vino a decirme, supongo, aunque le llevó mucho tiempo.

El pobre señor Mantecona parecía turbado.

—Tiene razón, señor —dijo—, y le pido que me disculpe. Tengo un miedo mortal de lo que diría Gandalf si he causado algún daño. Pero no la he retenido a propósito. La puse a buen recaudo, pero luego no encontré a nadie que quisiera ir a la Comarca al día siguiente, ni al otro día, y mi gente no estaba disponible, y luego vino una cosa detrás de la otra y me olvidé. Soy un hombre ocupado. Haré todo lo que pueda para enderezar el entuerto, y si puedo ayudar en algo, dígamelo por favor.

”Aparte de la carta, a Gandalf le prometí lo mismo. Cebadilla, me dijo, este amigo mío de la Comarca puede venir pronto por aquí, él y otro. Se hará llamar Sotomonte. ¡No lo olvides! Pero no hay necesidad de que le hagas preguntas. Si yo no estoy con él, quizá esté en dificultades y podría necesitar ayuda. Haz lo que puedas por él, y te lo agradeceré, me dijo. Y aquí está usted, y las dificultades no están lejos, parece.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Frodo.

—Esos hombres negros —dijo el posadero bajando la voz—. Están buscando a Bolsón, y si tienen buenas intenciones, yo soy un hobbit. Era lunes, y todos lo perros aullaban y los gansos graznaban. Sobrenatural, diría yo. Nob vino y me dijo que dos hombres negros estaban a la puerta preguntando por un hobbit llamado Bolsón. Nob tenía los pelos de punta. Les dije a esos tipos negros que se fueran y les cerré la puerta en las narices; pero han estado haciendo la misma pregunta a lo largo de todo el camino hasta Archet, me han dicho. Y ese Montaraz, Trancos, ha estado preguntando también. Trató de venir aquí a verlo, antes que usted probara un bocado, eso hizo.

—¡Eso hizo! —dijo Trancos de pronto, saliendo a la luz—. Y se habrían evitado muchas dificultades, si me hubieses dejado entrar, Cebadilla.

El posadero dio un salto, sorprendido. —¡Tú! —gritó—. Siempre apareces de repente. ¿Qué quieres ahora?

—Está aquí con mi consentimiento —dijo Frodo—. Vino a ofrecerme ayuda.

—Bien, usted sabe lo que hace, quizá —dijo el señor Mantecona mirando desconfiadamente a Trancos—. Pero si estuviera en la situación de usted no frecuentaría Montaraces.

—¿Y a quién frecuentarías tú? —preguntó Trancos—. ¿A un posadero gordo que se acuerda de su propio nombre sólo porque la gente lo llama a gritos todo el día? No pueden quedarse en El Poneypara siempre, y no pueden regresar. Tienen un largo camino por delante. ¿Los acompañarás, manteniendo a los hombres negros a distancia?

—¿Yo? ¿Dejar Bree? No lo haría aunque me ofrecieran dinero —dijo el señor Mantecona, que parecía realmente asustado—. Pero ¿por qué no se quedan aquí tranquilos un tiempo, señor Sotomonte? ¿Qué son esas cosas raras? Qué buscan esos hombres negros, y de dónde vienen, quisiera saber.

—Lamento no poder explicárselo todo —le dijo Frodo—. Estoy cansado y muy preocupado, y es una larga historia. Pero si quiere ayudarme, le advierto que usted correrá peligro mientras yo esté aquí. Esos Jinetes Negros: no estoy seguro, pero pienso... temo que vengan de...

—Vienen de Mordor —dijo Trancos en voz baja—. De Mordor, Cebadilla, si eso significa algo para ti.

—¡Misericordia! —gritó el señor Mantecona palideciendo; el nombre evidentemente le era conocido—. Ésta es la peor noticia que haya llegado a Bree en todos mis años.

—Lo es —dijo Frodo—. ¿Quiere ayudarme aún?

—Sí, señor —dijo Mantecona—, más que nunca. Aunque no sé qué puedan hacer gentes como yo contra, contra...

Se le quebró la voz.

—Contra la Sombra del Este —dijo Trancos con calma—. No mucho, Cebadilla, pero las cosas pequeñas ayudan también. Puedes dejar que el señor Sotomonte pase aquí la noche, y puedes olvidar el nombre de Bolsón hasta que se haya alejado.

—Así lo haré —dijo Mantecona—. Pero sabrán que está aquí sin que yo diga nada, me temo. Es lamentable que el señor Sotomonte haya llamado tanto la atención esta noche, para no decir más. La historia de la partida del señor Bilbo se ha oído aquí otras veces, ya antes. Aun el cabezota de Nob ha estado haciéndose algunas conjeturas, y hay gente en Bree de entendimiento más rápido.

—Bueno, sólo resta esperar que los Jinetes no vuelvan aún —dijo Frodo.

—Ojalá —dijo Mantecona—. Pero fantasmas o no fantasmas, no entrarán tan fácilmente en El Poney. No se preocupe usted hasta la mañana. Nob no abrirá la boca. Ningún hombre negro cruzará mi puerta, mientras yo me tenga en pie. Yo y mi gente vigilaremos esta noche, pero a usted le haría bien dormir un poco, si puede.

—En todo caso, tienen que despertarnos al alba —dijo Frodo—. Partiremos lo antes posible. El desayuno a las seis y media, por favor.

—De acuerdo. Iré a dar las órdenes —dijo el posadero—. Buenas noches, señor Bolsón... ¡Sotomonte, quiero decir! Buenas noches... Pero, bendito sea, ¿dónde está el señor Brandigamo?

—No lo sé —dijo Frodo, inquieto de pronto. Habían olvidado por completo a Merry, y estaba haciéndose tarde—. Temo que esté fuera. Habló de salir a tomar un poco el aire.

—Bueno, de veras necesitan que los cuiden. ¡Se diría que están de vacaciones! —dijo Mantecona—. Iré en seguida a trancar las puertas, pero avisaré que le abran al amigo de usted, cuando llegue. Será mejor que Nob vaya a buscarlo. ¡Buenas noches a todos!

El señor Mantecona salió al fin, echando otra desconfiada mirada a Trancos, y meneando la cabeza se alejó por el pasillo.


—¿Bien? —dijo Trancos—. ¿Cuándo va a abrir esa carta?

Frodo examinó cuidadosamente el sello antes de romperlo. Parecía ser de Gandalf. Dentro, escrito con la vigorosa pero elegante letra del mago, había el siguiente mensaje:


El Poney Pisador, Bree. Día de Año Medio 1418 de la Comarca.


Querido Frodo:

Me han llegado malas noticias. He de partir inmediatamente. Harás bien en dejar la Comarca antes de fines de julio, como máximo. Regresaré tan pronto como pueda, y te seguiré, si descubro que te has ido. Déjame aquí un mensaje, si pasas por Bree. Puedes confiar en el posadero (Mantecona). Quizá encuentres en el Camino a un amigo mío: un Hombre, delgado, oscuro, alto, que algunos llaman Trancos. Conoce nuestro asunto y te ayudará. Marcha hacia Rivendel. Espero que allí nos encontremos de nuevo. Si no voy, Elrond te avisará.

Tuyo, deprisa


Gandalf.


PS. ¡No vuelvas a usarlo, por ninguna razón! ¡No viajes de noche!

PPS. Asegúrate de que es el verdadero Trancos. Hay mucha gente extraña en los caminos. El verdadero nombre de Trancos es Aragorn.


No es oro todo lo que reluce,

ni toda la gente errante anda perdida;

a las raíces profundas no llega la escarcha;

el viejo vigoroso no se marchita.

De las cenizas subirá un fuego,

y una luz asomará en las sombras;

el descoronado será de nuevo rey,

forjarán otra vez la espada rota.


PPPS. Espero que Mantecona envíe ésta rápidamente. Hombre de bien, pero con una memoria que es un baúl de trastos. Lo que necesitas está siempre en el fondo. Si se olvida, lo asaré a fuego lento.

¡Adiós!


Frodo leyó la carta en silencio, y luego la pasó a Pippin y a Sam.

—¡El viejo Mantecona ha hecho de veras un desaguisado! —dijo—. Se merece que lo asen. Si yo hubiera recibido ésta a tiempo, ya estaríamos quizá en Rivendel y a salvo. Pero ¿qué puede haberle ocurrido a Gandalf? Escribe como si fuese a enfrentarse a un gran peligro.

—Eso ha estado haciendo durante muchos años —dijo Trancos.

Frodo se volvió y lo miró con aire pensativo, recordando la segunda posdata de Gandalf.

—¿Por qué no me dijiste en seguida que eras amigo de Gandalf? —preguntó—. Eso nos hubiera ahorrado mucho tiempo.

—¿Te parece? ¿Quién de vosotros lo hubiera creído? —dijo Trancos—. Yo no sabía nada de ese mensaje. Si quería ayudaros, no podía hacer otra cosa que tratar de ganar vuestra confianza, sin ninguna prueba. De cualquier modo, no tenía la intención de contar en seguida todo lo que a mí se refiere. Primero tenía que estudiaros, y estar seguro. El Enemigo me ha tendido trampas en el pasado. Tan pronto como decidí la cuestión, estuve dispuesto a contestar todas las preguntas. Pero he de admitir —añadió con una risa rara– que he esperado que me aceptaran por lo que soy. Un hombre perseguido se cansa a veces de desconfiar y desea tener amigos. Pero en esto yo diría que las apariencias están contra mí.

—Lo están... a primera vista por lo menos —rió Pippin, muy aliviado luego de leer la carta de Gandalf—. Pero luce bien quien hace bien, como dicen en la Comarca. Y todos tendremos el mismo semblante cuando hayamos dormido día tras día en setos y fosos.

—Necesitarás más que unos pocos días, o semanas, o años, de vida errabunda en el desierto para parecerte a Trancos —dijo el hombre—. Y antes morirás, a no ser que estés hecho de una materia más dura de lo que parece.

Pippin cerró la boca, pero Sam no se acobardaba y continuaba mirando a Trancos de mala manera.

—¿Cómo sabemos que es usted el Trancos de que habla Gandalf? —preguntó—. Nunca mencionó a Gandalf, hasta la aparición de la carta. Quizá sea un espía que interpreta un papel, por qué no, tratando de que lo acompañemos. Quizá se deshizo del verdadero Trancos y tomó sus ropas. ¿Qué me responde?

—Que eres un individuo audaz —dijo Trancos—, pero temo que mi única respuesta, Sam Gamyi, es ésta. Si yo hubiese matado al verdadero Trancos, podría matarte a ti. Y ya lo hubiera hecho, sin tanta charla. Si quisiera el Anillo, podría tenerlo... ¡ahora!

Trancos se incorporó, y de pronto pareció más alto. Le brillaba una luz en los ojos, penetrante e imperatoria. Echando atrás la capa, apoyó la mano en la empuñadura de una espada que le colgaba a un costado. Los hobbits no se atrevieron a moverse. Sam se quedó mirándolo, boquiabierto.

—Pero soypor fortuna el verdadero Trancos —dijo, mirándolos, el rostro suavizado por una repentina sonrisa—. Soy Aragorn hijo de Arathorn, y si por la vida o por la muerte puedo salvaros, así lo haré.


Hubo un largo silencio. Al fin Frodo habló titubeando: —Pensé que eras un amigo antes que llegara la carta —dijo—, o por lo menos así quise creerlo. Me asustaste varias veces esta noche, pero nunca como lo hubiera hecho un servidor del Enemigo, o así me lo parece al menos. Pienso que un espía del Enemigo... bueno, hubiese parecido más hermoso y al mismo tiempo más horrible, si tú me entiendes.

—Ya veo —rió Trancos—. Tengo mal aspecto, y me siento hermoso, ¿no es así? No es oro todo lo que reluce, ni toda la gente errante anda perdida.

—Entonces, ¿los versos se referían a ti? —preguntó Frodo—. No comprendí de qué hablaban. Pero ¿cómo sabes que están en la carta de Gandalf, si nunca la leíste?

—No lo sabía —respondió Trancos—. Pero soy Aragorn, y esos versos van con ese nombre. —Sacó la espada y vieron que la hoja estaba de veras quebrada a un pie de la empuñadura—. No sirve de mucho, ¿eh, Sam? —continuó—. Pero poco falta para que sea forjada de nuevo.

Sam no dijo nada.

—Bueno —dijo Trancos—, con el permiso de Sam, diremos que el trato está hecho. Trancos será vuestro guía. Tendremos un rudo trecho mañana. Aunque podamos dejar Bree sin mayores dificultades, ya no pasaremos inadvertidos. Pero trataré de que nos pierdan lo antes posible. Conozco uno o dos caminos para salir de Bree, además de la ruta principal. Una vez que nos libremos de perseguidores, iremos hacia la Cima de los Vientos.

—¿La Cima de los Vientos? —dijo Sam—. ¿Qué es eso?

—Es una colina, justo al norte de la ruta, casi a medio camino entre Bree y Rivendel. Domina todas las tierras vecinas, y tendremos la posibilidad de mirar alrededor. Gandalf irá allí, si nos sigue. Luego de la Cima de los Vientos el camino será más difícil, y tendremos que elegir entre varios peligros.

—¿Cuándo viste a Gandalf por última vez? —preguntó Frodo—. ¿Sabes dónde está o qué hace ahora?

Trancos mostró un aire grave.

—No lo sé —dijo—. Vine al oeste con él en la primavera. He vigilado a menudo las fronteras de la Comarca en los últimos años, cuando él andaba ocupado en alguna otra parte. Pocas veces las descuidaba. Nos encontramos por última vez el primero de mayo, en el Vado de Sarn, en el curso inferior del Brandivino. Me dijo que los asuntos contigo habían ido bien, y que partirías para Rivendel en la última semana de septiembre. Sabiendo que él estaba a tu lado, me fui de viaje a atender mis propios asuntos. Y esto resultó un error, pues es evidente que le llegaron ciertas noticias, y yo no estaba allí para ayudar.

”Estoy preocupado por primera vez desde que lo conozco. Tendríamos que haber recibido algún mensaje, más aún si no pudo venir él mismo. A mi regreso, ya hace días, me enteré de las malas nuevas. Se decía por todas partes que Gandalf había desaparecido, y que se habían visto unos jinetes. Fueron los Elfos de Gildor quienes me lo dijeron; y más tarde me contaron que ya no estabas en tu casa, pero no se sabía que hubieras dejado Los Gamos. He estado observando el Camino del Este con impaciencia.

—¿Piensas que los Jinetes Negros tienen alguna relación con eso... quiero decir con la ausencia de Gandalf? —preguntó Frodo.

—No conozco ninguna otra cosa que hubiese podido detenerlo, excepto el Enemigo mismo —dijo Trancos—. ¡Pero no abandonemos toda esperanza! Gandalf es más grande de lo que se supone en la Comarca; como regla general no veis de él otra cosa que bromas y juegos. Pero este asunto nuestro será la mayor de sus empresas.

Pippin bostezó.

—Lo siento —dijo—, pero no me tengo en pie. A pesar de tantos peligros y preocupaciones he de irme a la cama, o me dormiré aquí sentado. ¿Dónde está ese tonto de Merry? Sería el colmo, si hay que salir a buscarlo a la oscuridad.


En ese momento oyeron un portazo. Luego unos pies vinieron corriendo por el pasillo. Merry entró precipitadamente, seguido por Nob. Cerró de prisa la puerta, y se apoyó contra ella. Estaba sin aliento. Los otros lo observaron alarmados, antes que él dijera, jadeando:

—¡Los he visto, Frodo! ¡Los he visto! ¡Jinetes Negros!

—¡Jinetes Negros! —gritó Frodo—. ¿Dónde?

—Aquí. En la aldea. Estuve dentro durante una hora. Luego, como no volvías, salí a dar un paseo. De regreso me detuve justo fuera de la luz de la lámpara, a mirar las estrellas. De pronto me estremecí y sentí que algo horrible se arrastraba cerca de mí, algo así como una sombra más espesa entre las sombras del camino, justo al borde del círculo de la luz. En seguida se deslizó a la oscuridad sin hacer ningún ruido. No vi ningún caballo.

—¿Hacia dónde fue? —preguntó Trancos bruscamente.

Merry se sobresaltó, advirtiendo por primera vez la presencia del extraño.

—¡Continúa! —dijo Frodo—. Es un amigo de Gandalf. Te explicaré más tarde.

—Me pareció que subía por el Camino, hacia el este —prosiguió Merry—. Traté de seguirlo. Por supuesto, desapareció casi en seguida, pero yo doblé en la esquina y llegué casi hasta la última casa al borde del Camino.

Trancos miró asombrado a Merry. —Tienes un corazón a toda prueba —dijo—, pero fue una tontería.

—No lo sé —dijo Merry—. Ni coraje ni estupidez, me parece. No pude contenerme. Fue como si algo me arrastrara. De cualquier modo, allá fui, y de pronto oí voces junto a la cerca. Una murmuraba; la otra susurraba, o siseaba. No pude oír una palabra de lo que decían. No me acerqué más porque empecé a temblar de pies a cabeza. Luego sentí pánico, y me volví, y ya estaba echando a correr de vuelta cuando algo vino por detrás y... caí al suelo.

—Yo lo encontré, señor —intervino Nob—. El señor Mantecona me mandó afuera con una linterna. Bajé a la Puerta del Oeste, y luego retrocedí subiendo hasta la Puerta del Sur. Justo al lado de la casa de Bill Helechal alcancé a ver algo en el Camino. No puedo jurarlo, pero me pareció que dos hombres se inclinaban sobre un bulto y lo alzaban. Lancé un grito, pero cuando llegué al lugar no vi a nadie; sólo al señor Brandigamo que estaba tendido junto a la ruta. Parecía estar dormido. «Pensé que había caído en un pozo profundo», me dijo cuando lo sacudí. Estaba raro, y tan pronto como lo desperté se levantó y escapó hacia aquí como una liebre.

—Temo que así sea —dijo Merry—, aunque no sé qué dije. Tuve un mal sueño que no puedo recordar. Perdí todo dominio de mí mismo. No sé qué me pasó.

—Yo sí —dijo Trancos—. El Hálito Negro. Los Jinetes deben de haber dejado los caballos fuera, y entraron en secreto por la Puerta del Sur. Ya estarán enterados de todas las novedades, pues han visitado a Bill Helechal; y es probable que ese sureño sea también un espía. Algo puede ocurrir esta noche, antes que dejemos Bree.

—¿Qué puede ocurrir? —dijo Merry—. ¿Atacarán la posada?

—No, creo que no —dijo Trancos—. No están todos aquí todavía. Y de cualquier manera, no es lo que acostumbran, pues son mucho más fuertes en las tinieblas y la soledad. No atacarán abiertamente una casa donde hay luces y mucha gente; no mientras no estén en una situación desesperada, no mientras tantas largas leguas nos separen de Eriador. Pero el poder de estos hombres se apoya en el miedo, y ya dominan a muchos de Bree. Empujarán a estos desgraciados a alguna maldad: Helechal, y algunos de los extranjeros, y quizá también el guardián de la puerta. Tuvieron una discusión con Harry en la Puerta del Oeste, el lunes.

—Parece que estamos rodeados de enemigos —dijo Frodo—. ¿Qué vamos a hacer?

—¡Os quedaréis aquí y no iréis a vuestros cuartos! Sin duda ya descubrieron qué cuartos son. Los dormitorios de los hobbits tienen ventanas que miran al norte y están cerca del suelo. Nos quedaremos todos juntos, y atrancaremos la ventana y la puerta. Pero primero Nob y yo traeremos vuestro equipaje.

Durante la ausencia de Trancos, Frodo hizo a Merry un rápido relato de todo lo que había ocurrido en las últimas horas. Merry estaba todavía metido en la lectura y el estudio de la carta de Gandalf cuando Trancos y Nob llegaron de vuelta.

—Bueno, señores —dijo Nob—; desarreglé las mantas y puse una almohada en medio de la cama. Hice también una bonita imitación de la cabeza de usted con un felpudo de lana de color castaño, señor Bol... Sotomonte, señor —añadió con una sonrisa que mostraba los dientes.

Pippin se rió. —¡Gran parecido! —dijo—. Pero ¿qué harán cuando descubran el engaño?

—Ya se verá —dijo Trancos—. Esperemos poder resistir hasta la mañana.

—Buenas noches a todos —dijo Nob y salió a ocuparse de la vigilancia de las puertas.

Amontonaron los sacos y el equipo en el piso de la salita. Apoyaron un sillón bajo contra la puerta y cerraron la ventana. Frodo espió afuera y vio que la noche era clara todavía. La Hoz 7brillaba sobre las estribaciones de la colina de Bree. Cerró luego atrancando las pesadas persianas interiores y corrió las cortinas. Trancos reanimó el fuego y apagó todas las velas.

Los hobbits se tendieron sobre las mantas con los pies apuntando al fuego, pero Trancos se instaló en el sillón que defendía la puerta. Hablaron un momento, pues Merry tenía pendientes algunas preguntas.

—¡Un salto por encima de la luna! —rió Merry entre dientes mientras se envolvía en la manta—. ¡Muy ridículo de tu parte, Frodo! Pero me hubiera gustado estar allí para verlo. Las gentes dignas de Bree seguirán discutiéndolo de aquí a cien años.

—Así lo espero —dijo Trancos.

Luego todos callaron, y uno tras otro los hobbits cayeron dormidos.


11



UN CUCHILLO EN LA OSCURIDAD



Mientras en la posada de Bree se preparaban a dormir, las tinieblas se extendían en Los Gamos: una niebla se movía por las cañadas y las orillas del río. La casa de Cricava se alzaba envuelta en silencio. Gordo Bolger abrió la puerta con precaución y miró afuera. Una inquietud temerosa había estado creciendo en él a lo largo del día, y ahora no tenía ganas de descansar ni de irse a la cama: había como una amenaza latente en el aire inmóvil de la noche. Mientras clavaba los ojos en la oscuridad, una sombra negra se escurrió bajo los árboles; la puerta pareció abrirse por sus propios medios y cerrarse sin ruido. Gordo Bolger sintió que el terror lo dominaba. Se encogió, y retrocedió, y se quedó un momento en el vestíbulo, temblando. Luego cerró la puerta y echó el cerrojo.

La noche se hizo más profunda. Se oyó entonces un sonido de cascos: traían un caballo furtivamente por la senda. Las pisadas se detuvieron a la puerta del jardín, y tres formas negras entraron como sombras nocturnas arrastrándose por el suelo. Una de ellas fue a la puerta; las otras dos a los extremos de la casa, y allí se quedaron, inmóviles como sombras de piedras, mientras proseguía la noche lentamente. La casa y los árboles silenciosos parecían esperar conteniendo el aliento.

Hubo una leve agitación en las hojas, y a la distancia cantó un gallo. Era la hora fría que precede al alba. La figura que estaba junto a la puerta se movió de pronto, y en la oscuridad sin luna y sin estrellas brilló una hoja de metal, como si hubiesen desenvainado una luz helada. Se oyó un golpe, sordo pero pesado, y la puerta se estremeció.

—¡Abre, en nombre de Mordor! —dijo una voz atiplada y amenazadora.

Otro golpe, y las maderas estallaron y la cerradura saltó en pedazos, y la puerta cedió y cayó hacia atrás. Las formas negras entraron precipitadamente.

En ese momento, entre los árboles cercanos, sonó un cuerno. Desgarró la noche como un fuego en lo alto de una loma.


¡DESPERTAD! ¡FUEGO! ¡PELIGRO! ¡ENEMIGOS! ¡DESPERTAD!


Gordo Bolger no había estado inactivo. Tan pronto como vio que las formas oscuras venían arrastrándose por el jardín, supo que tenía que correr, o morir. Y corrió, saliendo por la puerta de atrás, a través del jardín y por los campos. Cuando llegó a la casa más cercana, a más de una milla, se derrumbó en el umbral, gritando: —¡No, no, no! ¡No, no yo! ¡No lo tengo! —Pasó un tiempo antes que alguien pudiera entender los balbuceos de Bolger. Al fin llegaron a la conclusión de que había enemigos en Los Gamos, una extraña invasión que venía del Bosque Viejo. Y no perdieron más tiempo.


¡PELIGRO! ¡FUEGO! ¡ENEMIGOS!


Los Brandigamo estaban tocando el cuerno de llamada de Los Gamos, que no había sonado desde hacía un siglo, desde el Invierno Cruel cuando habían aparecido los lobos blancos, y las aguas del Brandivino estaban heladas.


¡DESPERTAD! ¡DESPERTAD!


Otros cuernos respondieron a lo lejos. La alarma cundía rápidamente.

Las figuras negras escaparon de la casa. Una de ellas, mientras corría, dejó caer en el umbral un manto de hobbit. Afuera en el sendero se oyó un ruido de cascos, y en seguida un galope que se alejó martillando las tinieblas. Todo alrededor de Cricava resonaba la llamada de los cuernos, voces que gritaban y pies que corrían. Pero los Jinetes Negros galopaban como un viento hacia la Puerta del Norte. ¡Dejad que la Gente Pequeña toque los cuernos! Sauron se encargaría de ellos más tarde. Mientras tanto tenían otra misión que cumplir: ahora sabían que la casa estaba vacía y que el Anillo había desaparecido. Cargaron sobre los guardias de la puerta y desaparecieron de la Comarca.

En las primeras horas de la noche, Frodo despertó de pronto de un sueño profundo, como perturbado por algún ruido o alguna presencia. Vio que Trancos seguía sentado y alerta en el sillón, los ojos brillantes a la luz del fuego, que ardía vivamente. Pero Trancos no se movió ni le hizo ninguna seña.

Frodo no tardó en dormirse de nuevo, y esta vez creyó oír un ruido de viento y de cascos que galopaban en la noche. El viento parecía rodear la casa y sacudirla, y a lo lejos sonó un cuerno, que tocaba furiosamente. Abrió los ojos, y oyó el canto vigoroso de un gallo en el corral. Trancos había descorrido las cortinas, y ahora empujaba ruidosamente los postigos. Las primeras luces grises del alba iluminaban el cuarto, y un viento frío entraba por la ventana abierta.

Luego de haberlos despertado a todos, Trancos los llevó a la alcoba. Cuando la vieron, se alegraron de haberle hecho caso; habían forzado los postigos, que batían al viento; las cortinas ondeaban; las camas estaban todas revueltas, las almohadas abiertas de arriba abajo y tiradas en el suelo, y habían hecho pedazos el felpudo.

Trancos fue a buscar en seguida al posadero. El pobre señor Mantecona parecía somnoliento y asustado. Apenas había cerrado los ojos en toda la noche (así dijo), pero no había oído nada.

—¡Nunca me ocurrió una cosa semejante! —gritó alzando horrorizado las manos—. ¡Huéspedes que no pueden dormir en cama, y buenas almohadas arruinadas y todo lo demás! ¿Qué tiempos son estos?

—Tiempos oscuros —dijo Trancos—. Pero por el momento podrás vivir en paz, una vez que te libres de nosotros. Partiremos en seguida. No te preocupes por el desayuno: bastará una taza de algo y un bocado de pie. Empaquetaremos en unos minutos.

El señor Mantecona corrió a ordenar que tuvieran listos los poneys y a prepararles un «bocadillo». Pero volvió muy pronto aterrorizado. ¡Los poneys no estaban! Habían abierto las puertas de los establos durante la noche y los animales habían desaparecido: no sólo los poneys de Merry sino también todas las otras bestias que se encontraban allí.

Frodo se sintió aplastado por la noticia. ¿Cómo podrían llegar a Rivendel a pie, perseguidos por enemigos montados? Tanto valía que trataran de alcanzar la luna. Trancos los miró en silencio un rato, como sopesando la fuerza y el coraje de los hobbits.

—Los poneys no nos ayudarán a escapar de hombres a caballo —dijo al fin con aire pensativo, como si adivinara lo que Frodo tenía en la cabeza—. No iremos más despacio a pie, no por los caminos que yo quisiera tomar. Yo iré caminando de todos modos. Lo que me preocupa son las provisiones y el equipo. No encontraremos nada que comer de aquí a Rivendel, fuera de lo que llevemos con nosotros, y sería necesario contar con bastantes reservas, pues podríamos retrasarnos, obligados a hacer algún rodeo, apartándonos del camino principal. ¿Cuánto estáis dispuestos a cargar vosotros mismos?

—Tanto como sea necesario —dijo Pippin, sintiéndose desfallecer, pero tratando de mostrar que era más fuerte de lo que parecía (o sentía).

—Yo soportaría la carga de dos —dijo Sam con aire desafiante.

—¿No hay nada que hacer, señor Mantecona? —preguntó Frodo—. ¿No podríamos conseguir un par de poneys en la aldea, o por lo menos uno para el equipaje? No pienso que podamos alquilarlos, pero sí quizá comprarlos —añadió con un tono indeciso, preguntándose si podría permitirse ese gasto.

—Lo dudo —dijo el posadero tristemente—. Los dos o tres poneys de silla que había en Bree estaban aquí en mi establo, y se han ido. En cuanto a otros animales, caballos, poneys de tiro, o lo que sea, hay poco en Bree, y no está en venta. Pero haré todo lo que pueda. Voy a sacar a Bob de la cama, que vaya a averiguar.

—Sí —dijo Trancos de mala gana—, será lo mejor. Temo que sea menester llevar un poney por lo menos. ¡Pero aquí termina toda esperanza de salir temprano, y de escurrirnos en silencio! Será casi como si hiciésemos sonar un cuerno anunciando la partida. Esto es parte del plan de ellos, sin duda.

—Queda una miga de consuelo —dijo Merry—, y espero que más de una miga, podemos desayunar mientras esperamos, y sentados. Llamemos a Nob.


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