Текст книги "La Comunidad del Anillo"
Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien
Жанр:
Эпическая фантастика
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Tom se agachó, se sacó el sombrero, y entró en el recinto oscuro cantando:
¡Fuera, viejo Tumulario! ¡Desaparece a la luz!
¡Encógete como la niebla fría, llora como el viento
en las tierras estériles, más allá de los montes!
¡No regreses aquí! ¡Deja vacío el túmulo!
Perdido y olvidado, más sombrío que la sombra,
quédate donde las puertas están cerradas para siempre,
hasta los tiempos de un mundo mejor.
A estas palabras respondió un grito y una parte del extremo de la cámara se derrumbó con estrépito. Luego se oyó un largo chillido arrastrado que se perdió en una distancia inimaginable, y en seguida silencio.
—¡Ven, amigo Frodo! —dijo Tom—. ¡Salgamos a la hierba limpia! Ayúdame a transportarlos.
Juntos llevaron fuera a Merry, Pippin y Sam. Frodo dejaba el túmulo por última vez cuando creyó ver una mano cortada que se retorcía aún como una araña herida sobre un montón de tierra. Tom entró de nuevo, y se oyeron muchos pisoteos y golpes sordos. Cuando salió traía en los brazos una carga de tesoros: objetos de oro, plata, cobre y bronce, y numerosas perlas y cadenas y ornamentos enjoyados. Trepó al túmulo verde y dejó todo arriba a la luz del sol.
Allí se quedó de pie, inmóvil, con el sombrero en la mano y los cabellos al viento, mirando a los tres hobbits que habían sido depositados de espaldas sobre la hierba, en el lado oeste del montículo. Alzando al fin la mano derecha dijo en una voz clara y perentoria:
¡Despertad ahora, mis felices muchachos! ¡Despertad y oíd mi llamada!
¡Que el calor de la vida vuelva a los corazones y a los miembros!
La puerta oscura no se cierra; la mano muerta se ha quebrado.
La noche huyó bajo la Noche, ¡y el Portal está abierto!
Para gran alegría de Frodo, los hobbits se movieron, extendieron los brazos, se frotaron los ojos y se levantaron de un salto. Miraron alrededor asombrados; primero a Frodo, y luego a Tom, de pie sobre el túmulo, por encima de ellos, y al fin se miraron a sí mismos, vestidos con tenues andrajos blancos, coronas y cinturones de oro pálido y adornos tintineantes.
—¿Qué es esto, por todos los misterios? —comenzó Merry sintiendo la diadema dorada que le había caído sobre un ojo. En seguida se detuvo, y una sombra le cruzó la cara, y cerró los ojos—. ¡Claro, ya recuerdo! —dijo—. Los hombres de Carn Dûm cayeron sobre nosotros de noche, y nos derrotaron. ¡Ah, esa espada en el corazón! —Se llevó las manos al pecho—. ¡No! ¡No! —dijo, abriendo los ojos—. ¿Qué digo? He estado soñando. ¿De dónde vienes, Frodo?
—Me creí perdido —dijo Frodo—, pero no quiero hablar de eso. ¡Pensemos en lo que haremos ahora! ¡En marcha otra vez!
—¿Vestido así, señor? —dijo Sam—. ¿Dónde están mis ropas?
Tiró la diadema, el cinturón y los anillos al pasto, y miró impaciente alrededor, como si esperara encontrar el manto, la chaqueta, los pantalones y las otras ropas hobbits, allí cerca, al alcance de la mano.
—No encontraréis vuestras ropas —dijo Tom bajando de un salto desde el montículo, y riendo y bailando alrededor a la luz del sol. Uno hubiera pensado que nada horrible ni peligroso había ocurrido, y en verdad el horror se les borró del corazón tan pronto como miraron a Tom y le vieron los ojos que centelleaban, felices.
—¿Qué queréis decir? —preguntó Pippin mirándolo, entre perplejo y divertido—. ¿Por qué no?
Pero Tom meneó la cabeza diciendo: —Habéis vuelto a encontraros a vosotros mismos, saliendo de las aguas profundas. Las ropas son una pequeña pérdida, cuando uno se salva de morir ahogado. ¡Alegraos, mis alegres amigos, y dejad que la luz del sol os caliente el corazón y los miembros! ¡Libraos de esos andrajos fríos! ¡Corred desnudos por el pasto, mientras Tom va de caza!
Bajó a saltos la pendiente de la loma, silbando y llamando. Frodo lo siguió con la mirada y lo vio correr hacia el sur a lo largo de la verde hondonada que los separaba de la loma siguiente, silbando siempre y gritando:
¡Eh, ahora! ¡Ven, ahora! ¿Por dónde vas ahora?
¿Arriba, abajo, cerca, lejos, aquí, allí, o más allá?
¡Oreja-Fina, Nariz-Aguda, Cola-Viva y Rocino,
mi amigo Medias-Blancas, mi Gordo Terronillo!
Así cantaba, corriendo, echando el sombrero al aire y recogiéndolo otra vez, hasta que desapareció detrás de una elevación del terreno; pero durante un tiempo los ¡eh, ahora!, ¡ven, ahora!, les llegaron traídos por el viento, que soplaba del sur.
El aire era de nuevo muy caliente. Los hobbits corrieron un rato por la hierba, como Tom les había dicho. Luego se tendieron al sol con el deleite de quienes han pasado de pronto de un crudo invierno a un clima agradable, o de las gentes que luego de haber guardado cama mucho tiempo, despiertan una mañana descubriendo que se sienten inesperadamente bien, y que el día está otra vez colmado de promesas.
Cuando Tom regresó se sentían ya fuertes (y hambrientos). Tom reapareció, y lo primero que se vio fue el sombrero, sobre la cresta de la colina, y detrás de él, y en fila obediente, seisponeys: los cinco de ellos y uno más. El último, obviamente, era el viejo Gordo Terronillo: más grande, fuerte, gordo (y viejo) que los poneys de los hobbits. Merry, a quien pertenecían los otros, no les había dado en verdad tales nombres, pero desde entonces respondieron siempre a los nombres que Tom les había asignado. Tom los llamó uno por uno, y los poneys treparon la cuesta y esperaron en fila. Luego Tom se inclinó ante los hobbits.
—¡Aquí están vuestros poneys! —dijo—. Tienen más sentido (de algún modo) que vosotros mismos, hobbits vagabundos; más sentido del olfato. Pues husmean de lejos el peligro en que vosotros os metéis directamente; y si corren para salvarse, corren en la dirección correcta. Tenéis que perdonarlos, pues aunque fieles de corazón, no están hechos para afrontar el terror de los Tumularios. ¡Mirad, aquí están de nuevo, la carga completa!
Merry, Sam y Pippin se vistieron con ropas de repuesto, que sacaron de los paquetes; y pronto sintieron demasiado calor, pues tuvieron que ponerse las cosas más gruesas y abrigadas, que habían traído para protegerse del invierno próximo.
—¿De dónde viene ese otro viejo animal, ese Gordo Terronillo? —preguntó Frodo.
—Es mío —dijo Tom—. Mi amigo cuadrúpedo; aunque lo monto poco, y anda libre por las lomas, y a veces se va lejos. Cuando vuestros poneys estaban en mi casa, conocieron allí a mi Terronillo; lo olfatearon en la noche, y corrieron rápidos a buscarlo. Pensé que él los buscaría, y que les sacaría todo el miedo, con palabras sabias. Pero ahora, mi bravo Terronillo, el viejo Tom va a montarte. ¡Eh! Irá con vosotros sólo para poneros en camino, y necesita un poney. Pues no es fácil hablar con hobbits que van cabalgando, cuando uno tiene que trotar a pie junto a ellos.
Los hobbits se sintieron muy contentos oyendo esto, y le dieron las gracias a Tom muchas veces, pero él se rió, y dijo que ellos tenían tanta habilidad para perderse que no se sentiría feliz hasta que los viera a salvo más allá de los límites de su dominio.
—Tengo muchas cosas que hacer —les dijo—. Mis empresas y mis cantos, mis discursos y mis caminatas, y la vigilancia de mis territorios. Tom no puede estar siempre cerca para abrir puertas y hendiduras de sauces. Tom tiene que cuidar la casa, y Baya de Oro espera.
Era todavía bastante temprano, entre las nueve y las diez de la mañana, y los hobbits empezaron a pensar en la comida. La última vez que habían probado alimento había sido el almuerzo del día anterior, junto a la piedra erecta. Desayunaron ahora el resto de las provisiones de Tom, destinadas a la cena, con agregados que Tom había traído consigo. No fue una comida abundante (considerando los hábitos de los hobbits y las circunstancias), pero se sintieron mucho mejor. Mientras comían, Tom subió al montículo y examinó los tesoros. Dispuso la mayor parte en una pila que brillaba y relumbraba sobre la hierba. Les pidió que los dejaran allí, «para cualquiera que los encontrara, pájaros, bestias, Elfos y Hombres, y todas las criaturas bondadosas»; pues así se rompería y deshacería el maleficio del túmulo, y ningún Tumulario volvería a ese sitio. Eligió para sí mismo un broche adornado con piedras azules de muchos reflejos, como flores de lino o alas de mariposas azules. Lo miró largamente, meneando la cabeza, como si le recordase algo, y por último dijo:
—¡He aquí un hermoso juguete para Tom y su dama! Hermosa era quien lo llevó en el hombro, mucho tiempo atrás. Baya de Oro lo llevará ahora, ¡y no olvidaremos a la otra!
Para cada uno de los hobbits eligió una daga, larga y afilada como una brizna de hierba, de maravillosa orfebrería, tallada con figuras de serpientes doradas y rojas. Las dagas centellearon cuando las sacó de las vainas negras, de algún raro metal fuerte y liviano, y con incrustaciones de piedras refulgentes. Ya fuese por alguna virtud de estas vainas o por el hechizo que pesaba en el túmulo, parecía que las hojas no hubiesen sido tocadas por el tiempo; sin manchas de herrumbre, afiladas, brillantes al sol.
—Los viejos puñales son bastante largos para los hobbits, y pueden llevarlos como espadas —dijo Tom—. Las hojas afiladas son convenientes si la gente de la Comarca camina hacia el este, el sur o lejos en la oscuridad y el peligro.
Luego les dijo que estas hojas habían sido forjadas mucho tiempo atrás por los Hombres de Oesternesse; eran enemigos del Señor Oscuro, pero habían sido vencidos por el malvado rey de Carn Dûm en la Tierra de Angmar.
—Muy pocos lo recuerdan —murmuró Tom—, pero algunos andan todavía por el mundo, hijos de reyes olvidados que marchan en soledad, protegiendo del mal a los incautos.
Los hobbits no entendieron estas palabras, pero mientras Tom hablaba tuvieron una visión, una vasta extensión de años que había quedado atrás, como una inmensa llanura sombría cruzada a grandes trancos por formas de Hombres, altos y torvos, armados con espadas brillantes; y el último llevaba una estrella en la frente. Luego la visión se desvaneció y se encontraron de nuevo en el mundo soleado. Era hora de reiniciar la marcha. Se prepararon, empaquetando y cargando los poneys. Colgaron las nuevas armas de los cinturones de cuero bajo las chaquetas, encontrándolas muy incómodas, y preguntándose si servirían de algo. Ninguno de ellos había considerado hasta entonces la posibilidad de un combate, entre las aventuras que les estaban destinadas en esta huida.
Partieron al fin. Llevaron los poneys loma abajo, y pronto montaron y trotaron rápidamente a lo largo del valle. Dándose vuelta, vieron la cima del viejo túmulo sobre la loma, y el reflejo del sol en el oro se alzaba como una llama amarilla. Luego bordearon un saliente de las Quebradas, y ya no vieron más la loma.
Aunque Frodo miraba a un lado y a otro no vio en ninguna parte aquellas grandes piedras que se levantaban como una puerta, y poco tiempo después llegaban a la abertura del norte y la franqueaban rápidamente. El terreno descendía ahora. Era un buen viaje, con Tom Bombadil que trotaba alegremente al lado, o delante, montado en Gordo Terronillo, capaz de moverse con una rapidez que no se hubiera esperado de él, dado su volumen. Tom cantaba la mayor parte del tiempo, pero sobre todo cosas que no tenían sentido, o quizá en una lengua extranjera que los hobbits no conocían, una lengua antigua con palabras que eran casi todas de alegría y maravilla.
Avanzaban a paso firme, pero pronto advirtieron que el Camino estaba más lejos de lo que habían imaginado. Aun sin niebla, la siesta del mediodía les hubiera impedido llegar allí antes de la caída de la noche, el día anterior. La línea oscura que habían visto no era una línea de árboles, sino una línea de matorrales que crecían al borde de una fosa profunda con una pared escarpada del otro lado. Tom comentó que había sido la frontera de un reino, pero en tiempos muy lejanos. Pareció que le recordaba algo triste, y no dijo mucho.
Bajaron a la fosa y subieron trabajosamente pasando por una abertura en la pared, y luego Tom se volvió hacia el norte, pues habían estado desviándose un poco hacia el oeste. El terreno era abierto y bastante llano, y apresuraron la marcha, aunque el sol ya estaba poniéndose cuando vieron delante una línea de árboles, y supieron que habían llegado de vuelta al Camino, luego de muchas inesperadas aventuras. Recorrieron al galope las últimas millas y se detuvieron a la sombra alargada de los árboles. Estaban en la cima de una pendiente, y el Camino, ahora borroso a la luz del atardecer, se alejaba zigzagueando allá abajo; corría casi del sudoeste al nordeste, y a la derecha caía abruptamente hacia una ancha hondonada. Lo atravesaban numerosos surcos, y aquí y allá había rastros de los últimos chaparrones: charcos y hoyos de agua.
Descendieron por la pendiente mirando arriba y abajo. No había nada que ver.
—¡Bueno, aquí estamos de vuelta al fin! —dijo Frodo—. ¡El atajo por el Bosque nos demoró quizá dos días! Pero este retraso puede sernos útil. Quizá nos perdieron el rastro.
Los otros lo miraron. La sombra del miedo a los Jinetes Negros los alcanzó de pronto otra vez. Desde que entraran en el Bosque casi no habían pensado otra cosa que en volver al Camino; sólo ahora que ya estaban en él, recordaban de nuevo el peligro que los perseguía, y que muy probablemente estaría esperándolos en el Camino mismo. Se volvieron inquietos hacia el sol poniente; el Camino era pardo, y estaba desierto.
—¿Creéis —preguntó Pippin con una voz titubeante—, creéis que nos perseguirán en seguida, esta misma noche?
—No, no esta noche, espero —le respondió Tom Bombadil—, ni quizá mañana. Pero no confíes en mi presentimiento, pues no podría afirmarlo. De lo que se extiende al este nada sé. Tom no es señor de los Jinetes de la Tierra Tenebrosa, más allá de los lindes de este país.
Los hobbits, de todos modos, hubieran querido que Tom los acompañara. Tenían la impresión de que nadie como él hubiese podido enfrentarse a los Jinetes Negros. Pronto iban a internarse en tierras que les eran totalmente extrañas, y más allá de todo lo conocido excepto en leyendas vagas y distantes; y en la tarde que caía tuvieron nostalgia del hogar. Una profunda soledad y un sentimiento de pérdida los invadió a todos. Se quedaron allí de pie, en silencio, resistiéndose a la separación final, y sólo lentamente fueron dándose cuenta de que Tom estaba despidiéndose, diciéndoles que no perdieran el ánimo y que cabalgaran sin detenerse hasta bien entrada la noche.
—Los consejos de Tom os serán útiles hasta que el día termine. Luego tendréis que fiaros de vuestra propia buena suerte. A cuatro millas del Camino encontraréis una aldea: Bree, al pie de la colina de Bree, cuyas puertas miran al oeste. Allí encontraréis una vieja posada, El Poney Pisador; Cebadilla Mantecona es el afortunado propietario. Podréis pasar allí la noche, y luego la mañana os pondrá otra vez en camino. ¡Valor, pero cuidado! ¡Ánimo en los corazones, y no dejéis escapar la buena fortuna!
Los hobbits le rogaron que los acompañase al menos hasta la posada y que bebiera con ellos una vez más, pero Tom se rió y rehusó diciendo:
Las tierras de Tom terminan aquí; no traspasará las fronteras.
Tiene que ocuparse de su casa, ¡y Baya de Oro está esperando!
Luego se volvió, arrojó al aire el sombrero, saltó sobre el lomo de Terronillo, y se fue barranco arriba cantando en el crepúsculo.
Los hobbits treparon detrás y lo observaron hasta que se perdió de vista.
—Lamento tener que dejar al señor Bombadil —dijo Sam—. Curioso ejemplar, y no me equivoco. Digo que andaremos mucho todavía y no encontraremos nada mejor, ni más raro. Pero no niego que me gustará ver ese Poney Pisadorde que habló. ¡Espero que se parezca a El Dragón Verdede nuestra tierra! ¿Qué clase de gente vive en Bree?
—Hay hobbits en Bree —dijo Merry—, y también Gente Grande. Me atrevo a decir que estaremos casi como en casa. El Poneyes una buena posada, desde todo punto de vista. Los míos van allí de cuando en cuando.
—Puede ser todo lo que deseamos —dijo Frodo—, pero de cualquier modo está fuera de la Comarca. ¡No os sintáis demasiado en casa! Recordad por favor, todos vosotros, que el nombre de Bolsón no ha de mencionarse. Si es necesario darme un nombre, soy el señor Sotomonte.
Montaron los poneys y fueron en silencio hacia la noche. La oscuridad cayó rápidamente mientras subían y bajaban las lomas, hasta que al fin vieron luces que resplandecían a lo lejos.
Delante, cerrándoles el paso, se levantó la colina de Bree, una masa oscura contra las estrellas neblinosas; bajo el flanco oeste anidaba una aldea grande. Fueron hacia allí de prisa, sólo deseando encontrar un fuego, y una puerta que los separara de la noche.
9
BAJO LA ENSEÑA DE «EL PONEY PISADOR»
Bree era la villa principal de las tierras de Bree, pequeña región habitada, semejante a una isla en medio de las tierras desiertas de alrededor. Las otras poblaciones eran Entibo, junto a Bree, del otro lado de la loma; Combe, en un valle profundo un poco más al este, y Archet, en los límites del Bosque de Chet. Alrededor de la loma de Bree y de las villas había una pequeña región de campos y bosques cultivados, de unas pocas millas de extensión.
Los Hombres de Bree eran de cabellos castaños, morrudos y no muy altos, alegres e independientes; no servían a nadie, aunque se mostraban amables y hospitalarios con los Hobbits, Enanos, Elfos y otros habitantes del mundo próximo, lo que no era (o es) habitual en la Gente Grande. De acuerdo con sus propias leyendas, descendían de los primeros Hombres que se habían aventurado a alejarse hacia el oeste de la Tierra Media y eran los habitantes originales del lugar. Pocos habían sobrevivido a los conflictos de los Días Antiguos, pero cuando los Reyes volvieron cruzando de nuevo el Gran Mar, encontraron a los Hombres de Bree todavía allí, donde continúan estando ahora, cuando el recuerdo de los viejos Reyes ya se ha borrado en la hierba.
En aquellos días ningún otro Hombre se había afincado tan al oeste, ni a menos de cien leguas de la Comarca; pero en las tierras salvajes más allá de Bree había nómadas misteriosos. La gente de Bree los llamaba los Montaraces, y no sabía de dónde venían. Eran más altos y morenos que los Hombres de Bree y se los creía dotados de raros poderes, capaces de ver y oír cosas que nadie veía ni oía, y de entender el lenguaje de las bestias y los pájaros. Iban de un lado a otro hacia el sur y el este, casi hasta las Montañas Nubladas, pero ahora eran pocos y rara vez se los veía. Cuando aparecían traían noticias de muy lejos y contaban extrañas historias olvidadas que eran escuchadas con mucho interés; pero las gentes de Bree no hacían buenas migas con ellos.
Había también numerosas familias de hobbits en el país de Bree, y pretendían ser el grupo de hobbits más antiguo del mundo, establecidos allí mucho antes del cruce del Brandivino y la colonización de la Comarca. La mayoría vivía en Entibo, aunque había algunos en Bree, especialmente en las laderas más altas de la colina, por encima de las casas de los Hombres. La Gente Grande y la Gente Pequeña (como se llamaban unos a otros) estaban en buenas relaciones, ocupándose de sus propios asuntos y cada uno a su manera, pero considerándose todos parte necesaria de la población de Bree. En ninguna otra parte del mundo hubiera podido encontrarse este arreglo peculiar (aunque excelente).
La gente de Bree, Grande y Pequeña, no viajaba mucho, y no había para ellos nada más importante que los asuntos de las cuatro villas. De cuando en cuando los hobbits de Bree iban hasta Los Gamos o la Cuaderna del Este, pero aunque esta pequeña región no estaba a más de una jornada a caballo desde el Puente del Brandivino, los hobbits de la Comarca la visitaban poco ahora. Algún habitante de Los Gamos o algún intrépido Tuk venía en ocasiones a pasar una noche o dos en la posada, pero aun esto era cada vez más raro. Los hobbits de la comarca llamaban a los de Bree y a todos los que vivían más allá de las fronteras Gentes del Exterior, y se interesaban poco en ellos, considerándolos rústicos y bárbaros. En esa época y al oeste del Mundo había probablemente muchas Gentes del Exterior que los hobbits de la Comarca no conocían. Algunos, sin duda, no eran sino vagabundos, siempre dispuestos a cavar un agujero en cualquier barranco, y quedarse allí mientras se sintieran cómodos. Pero en las tierras de Bree, al menos, los hobbits eran decentes y prósperos, y no más rústicos que la mayoría de los parientes lejanos del Interior. No se había olvidado aún que en otro tiempo las idas y venidas entre la Comarca y Bree habían sido cosa frecuente. Era opinión común que había sangre de Bree en los Brandigamo.
La aldea de Bree comprendía un centenar de casas de piedra de Gente Grande, la mayoría sobre el Camino en el flanco de la loma, con ventanas que daban al oeste. En este lado, describiendo algo más de medio círculo, desde la loma y de vuelta, había un foso profundo con un seto espeso sobre la pared interior. El Camino franqueaba el seto por medio de una calzada, pero en el lugar donde atravesaba el seto una puerta de trancas cerraba el paso. Había otra en el extremo sur, donde el Camino dejaba la villa. Las puertas se cerraban a la caída de la noche, pero en el lado de dentro había unos refugios pequeños para los guardianes.
Junto al Camino, donde doblaba a la derecha bordeando la colina, se levantaba una posada grande. Había sido construida en tiempos remotos cuando el tránsito en los caminos era mucho mayor. Pues Bree estaba situada en una vieja encrucijada; otro antiguo camino cruzaba el Camino del Este junto al foso, en el extremo oeste de la villa, y muchos Hombres y gentes de distintas clases habían pasado por allí en tiempos lejanos. Extraño como noticias de Breeera todavía una expresión corriente en la Cuaderna del Este, y se remontaba a la época en que noticias del Norte, del Sur y del Este podían oírse aún en la posada, donde los hobbits de la Comarca iban más a menudo a oírlas. Pero las Tierras del Norte estaban desiertas desde hacía mucho tiempo, y el Camino del Norte se usaba poco ahora; estaba cubierto de hierba y la gente de Bree lo llamaba el Camino Verde.
La posada de Bree estaba todavía allí, sin embargo, y el posadero era una persona importante. La casa era lugar de reunión para los habitantes ociosos, charlatanes y curiosos, grandes y pequeños, de las cuatro aldeas, y un refugio para los Montaraces y otros trotamundos, y para aquellos viajeros (en su mayoría enanos) que tomaban todavía el Camino del Este para ir y volver de las Montañas.
La noche había caído y unas estrellas blancas brillaban en el cielo cuando Frodo y sus compañeros llegaron al fin al cruce del Camino Verde, ya cerca de la aldea. Avanzaron hacia la Puerta del Este y la encontraron cerrada, pero un hombre estaba sentado frente a la casita, al otro lado de la cerca. El hombre se incorporó de un salto, alcanzó una linterna, y los miró por encima de la puerta de trancas, sorprendido.
—¿Qué quieren, y de dónde vienen? —preguntó con tono áspero.
—Buscamos la posada —respondió Frodo—. Vamos hacia el este y no podemos ir más lejos esta noche.
—¡Hobbits! ¡Cuatro hobbits! Y lo que es más, de la Comarca, según parece por el acento —dijo el guardián a media voz y como hablándose a sí mismo.
Los examinó un momento con aire sombrío, y luego abrió lentamente la puerta y los dejó entrar.
—No vemos a menudo gente de la Comarca cabalgando por el Camino de noche —prosiguió diciendo mientras los hobbits hacían un alto junto a la empalizada—. ¿Me excusarán si les pregunto qué los lleva al este de Bree? ¿Cómo se llaman, si me permiten?
—Nuestros nombres y asuntos son cosa nuestra, y éste no parece un buen lugar para discutirlo —dijo Frodo a quien no le gustaba el aspecto del hombre ni el tono de su voz.
—De acuerdo —dijo el hombre—, pero mi obligación es preguntar, después de la caída de la noche.
—Somos hobbits de Los Gamos. Nos gusta viajar y queremos descansar en la posada de aquí —dijo Merry—. Soy el señor Brandigamo. ¿Le basta eso? En otro tiempo la gente de Bree trataba cortésmente a los viajeros, o así he oído.
—¡Muy bien! ¡Muy bien! —dijo el hombre—. No quise ofenderlos. Pronto sabrán quizá que no sólo el viejo Harry de la puerta es quien hace preguntas. Hay gente rara por aquí. Si van al Poneydescubrirán que no son los únicos huéspedes.
Les deseó buenas noches y no dijo más; pero Frodo alcanzó a ver a la luz de la linterna que el hombre no dejaba de mirarlos. Le alegró oír el golpe de la puerta que se cerraba detrás de ellos, mientras avanzaban. Se preguntó por qué el hombre parecía tan suspicaz, y si alguien no habría estado pidiendo noticias de un grupo de hobbits. ¿Gandalf? Tenía tiempo de haber llegado, mientras ellos se demoraban en el Bosque y las Quebradas. Pero había habido algo en la mirada y la voz del guardián que lo había inquietado.
El hombre se quedó observando a los hobbits un momento, y luego entró en la casa. Tan pronto como volvió la espalda, una figura oscura saltó rápidamente la empalizada y se perdió en las sombras de la calle.
Los hobbits subieron por una pendiente suave, dejaron atrás unas pocas casas dispersas, y se detuvieron a las puertas de la posada. Las casas les parecían grandes y extrañas. Sam miró asombrado los tres pisos y las numerosas ventanas del albergue, y sintió un desmayo en el corazón. Había imaginado que se las vería con gigantes más altos que árboles y otras criaturas todavía más terribles en algún momento del viaje, pero descubría ahora que este primer encuentro con los Hombres y las casas de los Hombres le bastaba como prueba, y en verdad era demasiado como término oscuro de una jornada fatigosa. Imaginó caballos negros que esperaban ensillados en las sombras del patio de la posada, y Jinetes Negros que espiaban desde las tenebrosas ventanas de arriba.
—No pasaremos aquí la noche, seguro, ¿no, señor? —exclamó—. Si hay gente hobbit por aquí, ¿por qué no buscamos a alguno que quiera recibirnos? Sería algo más hogareño.
—¿Qué tiene de malo la posada? —dijo Frodo—. Nos la recomendó Tom Bombadil. Quizá el interior sea bastante hogareño.
Aun desde fuera la casa tenía un aspecto agradable, para ojos familiarizados con estos edificios. La fachada miraba al camino, y las dos alas iban hacia atrás apoyándose en parte en tierras socavadas en la falda de la loma, de modo que las ventanas del segundo piso de atrás se encontraban al nivel del suelo. Una amplia arcada conducía a un patio entre las dos alas, y bajo esa arcada a la izquierda había una puerta grande sobre unos pocos y anchos escalones. La puerta estaba abierta, y derramaba luz. Sobre la arcada había un farol, y debajo se balanceaba un tablero con una figura: un poney blanco encabritado. Encima de la puerta se leía en letras blancas: EL PONEY PISADOR DE CEBADILLA MANTECONA. En las ventanas más bajas se veía luz detrás de espesas cortinas.
Mientras titubeaban allí en la oscuridad, alguien comenzó a entonar dentro una alegre canción, y unas voces entusiastas se alzaron en coro. Los hobbits prestaron atención un momento a este sonido alentador, y desmontaron. La canción terminó y hubo una explosión de aplausos y risas.
Llevaron los poneys bajo la arcada, los dejaron en el patio, y subieron los escalones. Frodo abría la marcha y casi se llevó por delante a un hombre bajo, gordo, calvo y de cara roja. Tenía puesto un delantal blanco, e iba de una puerta a otra llevando una bandeja de jarras llenas hasta el borde.
—Podríamos... —comenzó Frodo.
—¡Medio minuto, por favor! —gritó el hombre volviendo la cabeza, y desapareció en una babel de voces y nubes de humo. Un momento después estaba de vuelta, secándose las manos en el delantal.
—¡Buenos días, pequeño señor! —dijo saludando con una reverencia—. ¿En qué podría servirlo?
—Necesitamos cama para cuatro y albergue para cinco poneys, si es posible. ¿Es usted el señor Mantecona?
—¡Sí, señor! Cebadilla es mi nombre. ¡Cebadilla Mantecona para servirlos! ¿Vienen de la Comarca, eh? —dijo, y de pronto se palmeó la frente, como tratando de recordar—. ¡Hobbits! —exclamó—. ¿Qué me recuerda esto? ¿Pueden decirme cómo se llaman ustedes, señor?
—El señor Tuk y el señor Brandigamo —le respondió Frodo—, y éste es Sam Gamy. Mi nombre es Sotomonte.
—¡Ya recuerdo! —dijo Mantecona chasqueando los dedos—. No, se me fue otra vez. Pero volverá, cuando tenga un rato para pensarlo. No me alcanzan las manos, pero veré qué puedo hacer por ustedes. La gente de la Comarca no viene aquí muy a menudo, y lamentaría no poder atenderlos. Pero esta noche ya hay una multitud en la casa como no la ha habido desde tiempo atrás. Nunca llueve pero diluvia, como decimos en Bree. ¡Eh! ¡Nob! —gritó—. ¿Dónde estás, camastrón de pies lanudos? ¡Nob!
—¡Voy, señor! ¡Voy!
Un hobbit de cara risueña emergió de una puerta, y viendo a los viajeros se detuvo y se quedó mirándolos con mucho interés.
—¿Dónde está Bob? —preguntó el posadero—. ¿No lo sabes? ¡Bueno, búscalo! ¡Rápido! ¡No tengo seis piernas, ni tampoco seis ojos! Dile a Bob que hay cinco poneys para llevar al establo. Que les encuentre sitio.
Nob se alejó al trote, mostrando los dientes y guiñando los ojos.
—Bien, ¿qué iba a decirles? —dijo el señor Mantecona, golpeándose la frente con las puntas de los dedos—. Un clavo saca a otro, como se dice. Estoy tan ocupado esta noche que la cabeza me da vueltas. Hay un grupo que vino anoche del sur por el Camino Verde, y esto es ya bastante raro. Luego una tropa de enanos que va al Oeste y llegó esta tarde. Y ahora ustedes. Si no fueran hobbits dudo que pudiera alojarlos. Pero tenemos un cuarto o dos en el ala norte, que fueron hechos especialmente para hobbits, cuando se construyó la casa. En la planta baja, como prefieren ellos, con ventanas redondas y todo lo que les gusta. Creo que estarán ustedes cómodos. Querrán cenar, sin duda. Tan pronto como sea posible. ¡Por aquí ahora!
Los llevó un trecho a lo largo de un pasillo y abrió una puerta.
—He aquí una hermosa salita —dijo—. Espero que les convenga. Perdónenme ahora. Estoy tan ocupado. No me sobra tiempo ni para una charla. Tengo que irme. Estoy siempre corriendo de un lado a otro, pero no adelgazo. Los veré más tarde. Si necesitan algo, toquen la campanilla, y vendrá Nob. Si no viene, ¡toquen y griten!