Текст книги "La Comunidad del Anillo"
Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien
Жанр:
Эпическая фантастика
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De pronto se detuvo. Había una respuesta, o al menos así lo creyó, pero parecía venir de detrás de él, del sendero que atravesaba el bosque. Se volvió y escuchó, y pronto no tuvo ninguna duda; alguien entonaba una canción; una voz profunda y alegre cantaba descuidada y feliz, pero las palabras no tenían ningún sentido.
¡Hola, dol! ¡Feliz dol! ¡Toca un don dilló!
¡Toca un don! ¡Salta! ¡Sauce del fal lo!
¡Tom Bom, alegre Tom, Tom Bombadilló!
Mitad esperanzados, mitad temerosos de un nuevo peligro, Frodo y Sam se quedaron muy quietos. De pronto, luego de una larga tirada de palabras sin sentido (o así parecía), la voz se oyó fuerte y clara.
¡Hola, ven alegre dol, querida derry dol!
Ligeros son el viento y el alado estornino.
Allá abajo al pie de la colina, brillando al sol,
esperando a la puerta la luz de las estrellas,
está mi hermosa dama, hija de la dama del río,
delgada como vara de sauce, clara como el agua.
El viejo Tom Bombadil trayendo lirios de agua
vuelve saltando a casa. ¿Lo oyes cómo canta?
¡Hola, ven alegre dol, derry dol!, alegre oh,
Baya de Oro, Baya de Oro, alegre baya amarilla.
Pobre viejo Hombre-Sauce, ¡retira tus raíces!
Tom tiene prisa ahora. La noche sucede al día.
Tom vuelve de nuevo trayendo lirios de agua.
¡Hola, ven derry dol! ¿Me oyes cómo canto?
Frodo y Sam parecían como hechizados. El viento echó una última bocanada. Las hojas colgaron de nuevo silenciosas en las ramas tiesas. La canción estalló otra vez, y luego, de pronto, saltando y bailando a lo largo del sendero, por encima de las cañas, asomó un viejo y estropeado sombrero de copa alta y larga pluma azul sujeta a la cinta. Un nuevo brinco y un salto, y un hombre apareció a la vista, o por lo menos algo semejante a un hombre; demasiado grande y pesado para ser un hobbit, y no bastante alto como para pertenecer a la Gente Grande, aunque hacía bastante ruido, calzado con grandes botas amarillas, tranqueando entre las hierbas y los juncos como una vaca que baja a beber. Tenía una chaqueta azul y larga barba castaña; los ojos eran azules y brillantes, y la cara roja como una manzana madura, pero plegada en cientos de arrugas de risa. En las manos, sobre una hoja grande, como en una bandeja, traía un montoncito de lirios de agua blancos.
—¡Socorro! —gritó Frodo, y Sam corrió hacia el hombre adelantando las manos.
—¡Ho, oh! ¡Quietos! —gritó el personaje alzando una mano, y los hobbits se detuvieron en seco como paralizados—. Bien, mis amiguitos, ¿adónde vais, resoplando como fuelles? ¿Qué pasa aquí? ¿Sabéis quién soy? Soy Tom Bombadil. Decidme cuál es el problema. Tom tiene prisa. ¡No me aplastéis los lirios!
—Mis amigos están atrapados en el sauce —exclamó Frodo sin aliento.
—¡Una hendidura está triturando al señor Merry! —gritó Sam.
—¿Cómo? —gritó entonces Tom Bombadil dando un salto—. ¿El viejo Hombre-Sauce? Nada peor, ¿eh? Eso tiene fácil arreglo. Conozco la cancioneta que le hace falta. ¡Viejo y gríseo Hombre– Sauce! Le helaré la médula, si no se comporta bien. Le cantaré hasta sacarle afuera las raíces. Le cantaré un viento que le arrancará hojas y ramas. ¡Viejo Hombre-Sauce!
Depositando con cuidado los lirios de agua en el suelo, Tom Bombadil corrió hacia el árbol. Allí vio los pies de Merry que aún sobresalían. El resto ya había sido arrastrado al interior. Tom acercó la boca a la hendidura y se puso a cantar en voz baja. Los dos hobbits no alcanzaban a oír las palabras, pero la reanimación de Merry fue evidente. Las piernas patearon el aire. Tom se apartó de un salto, y arrancando una rama que colgaba a un costado, azotó el flanco del sauce.
—¡Déjalo salir, viejo Hombre-Sauce! ¿Qué pretendes? No tendrías que estar despierto. ¡Come tierra! ¡Cava hondo! ¡Bebe agua! ¡Duerme! ¡Bombadil habla!
Tomó entonces los pies de Merry y lo sacó de la hendidura que se había ensanchado de pronto.
Se oyó el sonido de algo que se desgarra, y la otra grieta se abrió también, y Pippin saltó afuera, como si lo hubiesen pateado. En seguida, con un sonoro chasquido, las dos fisuras volvieron a cerrarse. Un estremecimiento recorrió el árbol de las raíces a la copa, y siguió un completo silencio.
—¡Gracias! —dijeron los hobbits, uno tras otro.
Tom Bombadil se echó a reír.
—¡Bueno, mis amiguitos! —dijo inclinándose para mirarles las caras—. Vendréis a casa conmigo. Hay en mi mesa un cargamento de crema amarilla, panal de miel, mantequilla y pan blanco. Baya de Oro nos espera. Ya habrá tiempo para preguntas mientras cenamos. ¡Seguidme tan rápido como podáis!
Luego de esto Tom Bombadil recogió los lirios, y se fue saltando y bailando por el camino hacia el este, llamándolos con la mano, cantando otra vez en voz alta una canción que no tenía sentido.
Demasiado sorprendidos y demasiado aliviados para hablar, los hobbits lo siguieron tan rápidamente como podían. Pero esto no bastaba. Tom desapareció muy pronto delante de ellos, y el sonido del canto se hizo más lejano y débil. Pero de súbito la voz volvió flotando como una poderosa llamada.
¡Saltad, amiguitos, a lo largo del Tornasauce!
Tom va adelante a encender las velas.
El sol se oculta, pronto marcharéis a ciegas.
Cuando caiga la noche, las puertas se abrirán,
y en las ventanas brillará una luz amarilla.
No tengáis miedo ni de alisos ni de sauces,
ni de raíces ni de ramas. Tom va adelante.
¡Hola, ahora, alegre dol! ¡Bienvenidos a casa!
Luego los hobbits no oyeron más. Casi en seguida pareció que el sol se hundía entre los árboles, detrás de ellos. Recordaron la luz oblicua de la tarde que brillaba sobre el río Brandivino, y las ventanas de Gamoburgo que comenzaban a iluminarse con cientos de luces. Grandes sombras caían ahora alrededor; los troncos y las ramas, negros y amenazantes, se inclinaban sobre el sendero. Unas nieblas blancas comenzaban a alzarse ondulándose en la superficie del río, esparciéndose entre las raíces de los árboles, en las orillas. Del suelo, a los pies de los hobbits, un vapor tenebroso subía confundiéndose con el crepúsculo, que caía rápidamente.
Se hizo difícil seguir el sendero, y todos estaban muy cansados. Las piernas les pesaban como plomo. Unos ruidos raros y furtivos corrían entre los matorrales y juncos a los lados del camino, y si alzaban los ojos veían unas caras extrañas, retorcidas y nudosas, como sombras dibujadas en el cielo del crepúsculo, que los miraban asomándose a los barrancos y a los límites del bosque. Empezaban a tener la impresión de que todo aquel país era irreal, y que avanzaban tropezando por un sueño ominoso que no llevaba a ninguna vigilia.
En el momento en que ya aminoraban el paso y parecía que iban a detenerse, advirtieron que el suelo se elevaba poco a poco. Las aguas murmuraban ahora. Alcanzaron a vislumbrar en la penumbra el resplandor blanco de la espuma del río que se precipitaba en una pequeña cascada. En seguida los árboles terminaron, y la niebla quedó atrás. Salieron del bosque y se encontraron en una amplia extensión de hierbas. El río, estrecho y rápido, saltaba hacia ellos alegremente, reflejando aquí y allá la luz de las estrellas que ya brillaba en el cielo.
La hierba era allí corta y suave, como si la hubiesen segado. Detrás, los bordes del bosque parecían recortados como un cerco. El sendero era llano, estaba bien cuidado y bordeado de piedras, y subía serpenteando a la cima de una loma herbosa, grisácea bajo el pálido cielo estrellado. Allí arriba en otra ladera parpadeaban las luces de una casa. El sendero bajó y subió de nuevo por una larga pendiente de césped hacia la luz. De pronto un rayo amarillo salió brillantemente de una puerta que acababa de abrirse. Era la casa de Tom Bombadil, sobre y bajo la colina. Detrás el terreno se elevaba gris y desnudo, y más allá las sombras oscuras de las Quebradas de los Túmulos se perdían en la noche del este.
Hobbits y poneys se precipitaron hacia delante. Ya se habían quitado de encima la mitad de la fatiga, y todo temor. ¡Hola, venid, alegre dol!, llegó a ellos la canción, como una bienvenida.
¡Hola, venid, alegre dol! ¡Bravos míos, saltad!
¡Hobbits, poneys, y todos, a la fiesta!
¡Que la alegría empiece! ¡Cantemos todos juntos!
Luego, otra voz, clara, joven y antigua como la primavera, como el canto de una agua gozosa que baja a la noche desde una mañana brillante en las colinas, cayó como plata hasta ellos:
¡Que los cantos empiecen! Cantemos todos juntos,
el sol y las estrellas, la luna, las nubes y la lluvia,
la luz en los capullos, el rocío en la pluma,
el viento en la colina, la campana en los brezos,
las cañas en la orilla, los lirios en el agua,
¡el viejo Tom Bombadil y la Hija del Río!
Y con esta canción los hobbits llegaron al umbral, envueltos todos en una luz dorada.
7
EN CASA DE TOM BOMBADIL
Los cuatro hobbits franquearon el ancho umbral de piedra y se detuvieron, parpadeando. La habitación era larga y baja, iluminada por unas lámparas que colgaban de las vigas del cielo raso, y en la mesa de madera oscura y pulida había muchas velas altas y amarillas, de llama brillante.
En el extremo opuesto de la habitación, mirando a la puerta de entrada, estaba sentada una mujer. Los cabellos rubios le caían en largas ondas sobre los hombros; llevaba una túnica verde, verde como las cañas jóvenes, salpicada con cuentas de plata como gotas de rocío, y el cinturón era de oro, labrado como una cadena de azucenas y adornado con ojos de nomeolvides, azules y claros. A sus pies, en vasijas de cerámica, de color pardo y verde, flotaban unos lirios de agua, de modo que la mujer parecía entronizada en medio de un estanque.
—¡Adelante, mis buenos invitados! —dijo, y los hobbits supieron que era aquella voz clara la que habían oído en el camino.
Se adelantaron tímidamente unos pasos, haciendo reverencias, sintiéndose de algún modo sorprendidos y torpes, como gentes que habiendo golpeado una puerta para pedir un poco de agua, se encuentran de pronto ante una reina élfica, joven y hermosa, vestida con flores frescas. Pero antes que pudieran pronunciar una palabra, la joven saltó ágilmente por encima de las fuentes de lirios, y corrió riendo hacia ellos; y mientras corría, la túnica verde susurraba como el viento en las riberas floridas de un río.
—¡Venid, queridos amigos! —dijo ella tomando a Frodo por la mano—. ¡Reíd y alegraos! Soy Baya de Oro, Hija del Río. —En seguida pasó rápidamente ante ellos, y habiendo cerrado la puerta se volvió otra vez, extendiendo los brazos blancos—. ¡Cerremos las puertas a la noche! —dijo—. Quizá todavía tenéis miedo, de la niebla, la sombra de los árboles, el agua profunda, las criaturas del bosque. ¡No temáis nada! Pues esta noche estáis bajo techo en casa de Tom Bombadil.
Los hobbits la miraron asombrados, y ella los observó a su vez, uno a uno, sonriendo.
—¡Hermosa dama Baya de Oro! —dijo Frodo al fin, sintiendo en el corazón una alegría que no alcanzaba a entender. Estaba allí, inmóvil, como había estado otras veces escuchando las hermosas voces de los Elfos, pero ahora el encantamiento era diferente, menos punzante y menos sublime, pero más profundo y más próximo al corazón humano; maravilloso, pero no ajeno—. ¡Hermosa dama Baya de Oro! —repitió—. Ahora me explico la alegría de esas canciones que oímos.
¡Oh delgada como vara de sauce! ¡Oh más clara que el agua clara!
¡Oh junco a orillas del estanque! ¡Hermosa Hija del Río!
¡Oh tiempo de primavera y de verano, y otra vez primavera!
¡Oh viento en la cascada y risa entre las hojas!
Frodo calló de pronto, balbuceando, sorprendido al oírse decir esas palabras. Pero Baya de Oro rió.
—¡Bienvenidos! —les dijo—. No había oído que la gente de la Comarca fuera de lengua tan dulce. Pero entiendo que eres amigo de los Elfos; así lo dicen la luz de tus ojos y el timbre de tu voz. ¡Un feliz encuentro! ¡Sentaos y esperemos al Señor de la casa! No tardará. Está atendiendo a vuestros animales cansados.
Los hobbits se sentaron complacidos en unas sillas bajas de mimbre, mientras Baya de Oro se ocupaba alrededor de la mesa; y los ojos de ellos seguían con deleite la fina gracia de los movimientos de la joven. De algún sitio detrás de la casa llegó el sonido de un canto. De cuando en cuando alcanzaban a oír, entre muchos derry dol, alegre dol, y toca un don dilló, unas palabras que se repetían:
El viejo Tom Bombadil es un sujeto sencillo,
de chaqueta azul brillante y zapatos amarillos.
—¡Hermosa dama! —dijo Frodo al cabo de un rato—. Decidme, si mi pregunta no os parece tonta, ¿quién es Tom Bombadil?
—Es él —dijo Baya de Oro, dejando de moverse y sonriendo.
Frodo la miró inquisitivamente.
—Es como lo has visto —dijo ella respondiendo a la mirada de Frodo—. Es el Señor de la madera, el agua y las colinas.
—¿Entonces estas tierras extrañas le pertenecen?
—De ningún modo —dijo ella, y la sonrisa se le apagó—. Eso sería en verdad una carga —susurró—. Los árboles y las hierbas y todas las cosas que crecen o viven en la región no tienen otro dueño que ellas mismas. Tom Bombadil es el Señor. Nadie ha atrapado nunca al viejo Tom caminando en el bosque, vadeando el río, saltando por las colinas, a la luz o a la sombra. Tom Bombadil no tiene miedo. Es el Señor.
Se abrió una puerta y entró Tom Bombadil. Se había sacado el sombrero y unas hojas otoñales le coronaban los espesos cabellos castaños. Rió, y yendo hacia Baya de Oro le tomó la mano.
—¡He aquí a mi hermosa señora! —dijo inclinándose hacia los hobbits—. ¡He aquí a mi Baya de Oro vestida de verde y plata con flores en la cintura! ¿Está la mesa puesta? Veo crema amarilla y panales, y pan blanco y mantequilla, leche, queso, hierbas verdes y cerezas maduras. ¿Alcanza para todos? ¿Está la cena lista?
—Está —respondió Baya de Oro—, pero quizá los huéspedes no lo estén.
Tom golpeó las manos y gritó: —¡Tom, Tom! ¡Tus huéspedes están cansados y tú casi lo olvidaste! ¡Venid mis alegres amigos, y Tom os refrescará! Os limpiaréis las manos sucias y os lavaréis las caras cansadas. Fuera esos abrigos embarrados. Peinad esas melenas enmarañadas.
Abrió la puerta, y los hobbits lo siguieron por un corto pasadizo que doblaba a la derecha. Llegaron así a una habitación baja, de techo inclinado (un cobertizo, parecía, añadido al ala norte de la casa). Los muros eran de piedra, cubiertos en su mayor parte con esteras verdes y cortinas amarillas. El suelo era de losa, y encima habían puesto unos juncos verdes. A un lado, tendidos en el piso, había cuatro gruesos colchones recubiertos con mantas blancas. Contra el muro opuesto un banco largo sostenía unas cubetas de barro, y al lado se alineaban unas vasijas oscuras llenas de agua; algunas con agua fría y otras con agua caliente. Unas chinelas verdes esperaban junto a cada cama.
Al cabo de un rato, lavados y refrescados, los hobbits se sentaron a la mesa, dos a cada lado, y en los extremos Baya de Oro y el Señor. Fue una comida larga y alegre. No faltó nada, aunque los hobbits comieron como sólo pueden comer unos hobbits famélicos. La bebida que en los tazones parecía ser simple agua fresca, se les subió a los corazones como vino y les desató las lenguas. Los invitados advirtieron de pronto que estaban cantando alegremente, como si eso fuera más fácil y natural que hablar.
Luego, Tom y Baya de Oro se levantaron y limpiaron rápidamente la mesa. Ordenaron a los huéspedes que se quedaran quietos, y los instalaron en sillas, los pies apoyados en un escabel. Un fuego llameaba ante ellos en la vasta chimenea, con un olor dulce, como madera de manzano. Cuando todo estuvo en orden, apagaron las luces de la habitación excepto una lámpara y un par de velas en los extremos de la chimenea. Baya de Oro se les acercó entonces con una vela en la mano y les deseó a cada uno una buena noche y un sueño profundo.
—Tened paz ahora —dijo—, ¡hasta la mañana! No prestéis atención a ningún ruido nocturno. Pues nada entra aquí por puertas y ventanas salvo el claro de luna, la luz de las estrellas y el viento que viene de las cumbres. ¡Buenas noches!
Baya de Oro dejó la habitación con un centelleo y un susurro, y sus pasos se alejaron como un arroyo que desciende dulcemente de una colina sobre piedras frescas en la quietud de la noche.
Tom se sentó en silencio mientras los hobbits titubeaban pensando en las preguntas que no se habían animado a hacer durante la cena. El sueño les pesaba en los párpados. Por último Frodo habló: —¿Oísteis mi llamada, Señor, o llegasteis a nosotros sólo por casualidad?
Tom se movió como un hombre al que sacan de un sueño agradable.
—¿Eh? ¿Qué? —dijo—. ¿Si oí tu llamada? No, no oí nada, estaba ocupado cantando. Fue la casualidad lo que me llevó allí, si quieres llamarlo casualidad. No estaba en mis planes, aunque os estaba esperando. Habíamos oído hablar de vosotros, y sabíamos que andabais por el Bosque, y que no tardaríais en llegar a orillas del río. Todos los senderos vienen hacia aquí, hacia el Tornasauce. El viejo Hombre-Sauce gris es un cantor poderoso, y la gente pequeña escapa difícilmente de sus arteros laberintos. Pero Tom tenía que cumplir allí una misión, y él no se hubiera atrevido a oponerse.
Tom cabeceó como luchando contra el sueño, pero continuó con una dulce voz:
Yo tenía allí una misión: recoger lirios de agua,
hojas verdes y lirios blancos para complacer a mi hermosa dama,
los últimos del año, y preservarlos así del invierno,
para que florezcan a sus pies antes que las nieves se fundan.
Todos los años al fin del verano los busco para ella,
en una laguna profunda y clara, lejos bajando por el río;
allí se abren los primeros en primavera y allí duran más.
Junto a esa laguna encontré hace tiempo a la Hija del Río,
la hermosa y joven Baya de Oro, sentada entre los juncos,
cantando dulcemente, y el corazón le golpeaba.
Tom abrió los ojos y miró a los hobbits con un repentino centelleo azul.
Y esto fue bueno para vosotros, pues ahora no volveré
a descender a lo largo de las aguas del bosque,
mientras el año sea viejo, Ni pasaré otra vez
junto a la casa del viejo Hombre-Sauce
antes de la gozosa primavera, cuando la Hija del Río
baje bailando entre los mimbres a bañarse en el agua.
Tom calló de nuevo, pero Frodo no pudo dejar de hacer otra pregunta, aquella de la que más deseaba una respuesta.
—Habladnos, Señor —dijo—, del Hombre-Sauce. ¿Qué es? Nunca oí nada de él.
—¡No, no! —dijeron juntos Merry y Pippin, enderezándose bruscamente—. ¡No ahora! ¡No hasta la mañana!
—¡Tenéis razón! —dijo el viejo—. Es tiempo de descansar. No es bueno hablar de ciertas cosas cuando las sombras reinan en el mundo. Dormid hasta que amanezca, reposad la cabeza en las almohadas. ¡No prestéis atención a ningún ruido nocturno! ¡No temáis al sauce gris!
Y diciendo esto bajó la lámpara y la apagó con un soplido, y tomando una vela en cada mano llevó a los hobbits fuera de la habitación.
Los colchones y las almohadas tenían la dulzura de la pluma y las coberturas eran de lana blanca. Acababan de tenderse en los lechos blandos y de acomodarse las mantas cuando se quedaron dormidos.
En la noche profunda, Frodo tuvo un sueño sin luz. Luego vio que se elevaba la luna nueva, y a la tenue claridad apareció ante él un muro de piedra oscura, atravesado por un arco sombrío parecido a una gran puerta. Le pareció a Frodo que lo llevaban por el aire, y vio entonces que la pared era un círculo de lomas que encerraban una planicie, en el centro se elevaba un pináculo de piedra, semejante a una torre, pero no hecha con las manos. En la cima había una forma humana. La luna subió y durante un momento pareció estar suspendida sobre la cabeza de la figura, reflejándose en los cabellos blancos, movidos por el viento. De la planicie en tinieblas se levantó un clamor de voces feroces, y el aullido de muchos lobos. De pronto una sombra, como grandes alas, pasó delante de la luna. La figura alzó los brazos, y del bastón que tenía en la mano brotó una luz. Un águila enorme bajó entonces del cielo y se llevó a la figura. Las voces gimieron y los lobos aullaron. Hubo un ruido como si soplara un viento huracanado, y con él llegó el sonido de unos cascos que galopaban, galopaban, galopaban desde el este. «¡Los Jinetes Negros!», pensó Frodo despertando y con el golpeteo de los cascos resonándole aún en la cabeza. Se preguntó si tendría alguna vez el coraje de dejar la seguridad de esos muros de piedra. Se quedó quieto, escuchando todavía, pero todo estaba en silencio ahora, y al fin se volvió y se durmió otra vez, o se perdió en un sueño que no le dejó ningún recuerdo.
Al lado, Pippin dormía hundido en sueños agradables, pero algo cambió de pronto y se volvió en la cama gruñendo. En seguida despertó, o pensó que había despertado, y sin embargo oía aún en la oscuridad el sonido que lo había perturbado mientras dormía: tip-tap, cuic; era como el susurro de unas ramas que se rozan con el viento, dedos de ramitas que rascaban la ventana y la pared: cric, cric, cric. Se preguntó si habría sauces cerca de la casa, y de pronto tuvo la horrible impresión de que no estaba en una casa común sino dentro del sauce, oyendo aquella espantosa voz, seca y chirriante, que otra vez se reía de él. Se incorporó y sintió la almohada blanda en las manos y se acostó otra vez con alivio. Le pareció oír el eco de unas palabras: «¡Nada temas! ¡Duerme en paz hasta la mañana! ¡No prestes atención a los ruidos nocturnos!». Volvió a dormirse.
Era el murmullo de un agua que cae lo que Merry oía en su sueño tranquilo: agua que fluía dulcemente, y luego se extendía y se extendía alrededor de la casa en un estanque oscuro y sin límites. Gorgoteaba bajo las paredes y subía lenta pero firmemente. «¡Me ahogaré!», pensó. «Entrará en la casa y entonces me ahogaré.» Sintió que estaba acostado en un pantano blando y viscoso, e incorporándose de un salto puso el pie en una losa dura y fría. Recordó entonces dónde estaba y se acostó de nuevo. Creía oír o recordaba haber oído: «Nada entra aquí por puertas y ventanas salvo el claro de luna, la luz de las estrellas, y el viento que viene de las cumbres». Una brisa leve y dulce movió las cortinas. Respiró profundamente y se durmió otra vez.
Al día siguiente Sam sólo recordaba que había dormido toda la noche, muy satisfecho, si los troncos duermen satisfechos.
Despertaron los cuatro a la vez, con la luz de la mañana.
Tom andaba por la habitación silbando como un estornino. Oyendo que los hobbits se movían, golpeó las manos y gritó: —¡Hola! ¡Ven alegre dol, derry dol! ¡Mis bravos!
Descorrió las cortinas amarillas y aparecieron las ventanas, a ambos lados del aposento: una miraba al este y la otra al oeste.
Los hobbits se levantaron de un salto, renovados. Frodo corrió a la ventana oriental y se encontró mirando una huerta, gris de rocío. Casi había esperado ver una franja de césped entre la casa y los muros, césped marcado con huellas de cascos. En verdad, no podía ver muy lejos, a causa de una alta estacada de habas, pero por encima y a lo lejos la cima gris de la colina se alzaba a la luz del amanecer. Era una mañana pálida; en el este, detrás de unas nubes largas como hilos de lana sucia, teñida de rojo en los bordes, centelleaban unos profundos piélagos amarillos. El cielo anunciaba lluvia, pero la luz se extendía rápidamente, y las flores rojas de las habas comenzaban a brillar entre las hojas verdes y húmedas.
Pippin miró por la ventana occidental y vio un estanque de bruma. Una niebla cubría el Bosque. Era como mirar desde arriba un techo de nubes en pendiente. Había un pliegue o canal donde la bruma se quebraba en penachos y ondas: el Valle del Tornasauce. El arroyo descendía por la ladera izquierda y se desvanecía entre las sombras blancas. Junto a la casa había un jardín de flores y un cerco recortado, envuelto en una red de plata, y más allá una hierba corta y gris, empalidecida por gotas de rocío. No se veía ningún sauce.
—¡Buenos días, mis alegres amigos! —exclamó Tom abriendo de par en par la ventana del este. Un aire fresco entró en el cuarto, trayendo olor a lluvia—. Hoy el sol no mostrará mucho la cara, se me ocurre. He estado caminando, subiendo a las cumbres de las lomas, desde que empezó el alba gris, olfateando el viento y el tiempo: hierba húmeda a mis pies, cielo húmedo arriba. Desperté a Baya de Oro cantando bajo su ventana, pero nada despierta a los hobbits por la mañana temprano. Las personitas despiertan de noche en la oscuridad y se duermen cuando llega la luz. ¡Tocad un don diló! ¡Despertad, alegres amigos! ¡Olvidad los ruidos nocturnos! ¡Tocad un don diló del, derri del, mis bravos! Si os dais prisa, encontraréis el desayuno servido. ¡Si tardáis tendréis pasto y agua de lluvia!
Inútil decir que aunque la amenaza de Tom no parecía muy seria los hobbits se apresuraron, y dejaron la mesa tarde, cuando ya empezaba a parecer vacía. Ni Tom ni Baya de Oro estaban allí. Podía oírse a Tom que se movía por la casa, afanándose en la cocina, subiendo y bajando las escaleras, y cantando fuera, aquí y allá. La habitación daba al oeste sobre el valle neblinoso, y la ventana estaba abierta. El agua goteaba desde los aleros de paja. Antes que terminaran de desayunar, las nubes se habían unido formando un techo uniforme, y una lluvia gris cayó verticalmente con una dulce regularidad. La espesa cortina no dejaba ver el bosque.
Mientras miraban por la ventana, la voz clara de Baya de Oro descendió dulcemente, como si bajara con la lluvia, desde el cielo. No oían sino unas pocas palabras, pero les pareció evidente que la canción era una canción de lluvia, dulce como un chaparrón sobre las lomas secas, y que contaba la historia de un río desde el manantial en las tierras altas hasta el océano distante, allá abajo. Los hobbits escuchaban, deleitados, y Frodo sentía alegría en el corazón, y bendecía la lluvia bienhechora que les demoraba la partida. La idea de que tenían que irse le estaba pesando desde que abrieran los ojos, pero sospechaba ahora que ese día no irían más lejos.
El viento alto se estableció en el oeste y unas nubes más densas y más húmedas se elevaron rodando para verter la carga de lluvia en las cimas desnudas de las Quebradas. No se veía nada alrededor de la casa, excepto agua que caía. Frodo estaba de pie junto a la puerta abierta observando el blanco sendero gredoso que descendía burbujeando al valle, transformado en un arroyo de leche. Tom Bombadil apareció trotando en una esquina de la casa, moviendo los brazos como para apartar la lluvia, y en realidad cuando saltó al umbral parecía perfectamente seco, excepto las botas. Se las quitó y las puso en un rincón de la chimenea. Luego se sentó en la silla más grande y pidió a los hobbits que se le acercaran.
—Es el día de lavado de Baya de Oro —dijo—, y también de la limpieza de otoño. Llueve demasiado para los hobbits, ¡que descansen mientras les sea posible! Día bueno para cuentos largos, para preguntas y respuestas, de modo que Tom iniciará la charla.
Les contó entonces muchas historias notables, a veces como hablándose a sí mismo y a veces mirándolos de pronto con ojos azules y brillantes bajo las cejas tupidas. A menudo la voz se le cambiaba en canto y se levantaba entonces de la silla para bailar alrededor. Les habló de abejas y de flores, de las costumbres de los árboles, y las extrañas criaturas del bosque, de cosas malignas y de cosas benignas, cosas amigas y cosas enemigas, cosas crueles y cosas amables, y de secretos que se ocultaban bajo las zarzas.
A medida que escuchaban, los hobbits empezaron a entender las vidas del Bosque, distintas de las suyas, sintiéndose en verdad extranjeros allí donde todas las cosas estaban en su sitio. El viejo Hombre-Sauce aparecía y desaparecía en la charla, una y otra vez, y Frodo aprendió bastante como para sentirse satisfecho, en verdad más que bastante, pues no era aquél un conocimiento satisfactorio. Las palabras de Tom desnudaban los corazones y los pensamientos de los árboles, pensamientos que eran a menudo oscuros y extraños, colmados de odio por todas las criaturas que se mueven libremente sobre la tierra, arañando, mordiendo, rompiendo, cortando, quemando: destructoras y usurpadoras. No se lo llamaba el Bosque Viejo sin motivo, pues era antiguo de veras, sobreviviente de vastos bosques olvidados; y en él vivían aún, envejeciendo tan lentamente como las colinas, los padres de los padres de los árboles, recordando la época en que eran señores. Los años innumerables les habían dado orgullo y sabiduría enraizada en la tierra, y malicia. Ninguno, sin embargo, era más peligroso que el Gran Sauce: tenía el corazón podrido, pero una fuerza todavía verde; y era astuto, y ordenaba los vientos, y su canto y su pensamiento corrían entre los árboles de ambos lados del río. El espíritu gríseo y sediento del Sauce sacaba fuerzas de la tierra, extendiéndose como una red de raíces en el suelo y como dedos invisibles en el aire, hasta tener dominio sobre casi todos los árboles del bosque desde la Cerca a las Quebradas.
De pronto la charla de Tom dejó los árboles para remontar el joven arroyo, por encima de cascadas burbujeantes, guijarros y rocas erosionadas, y entre florecitas que se abrían en la hierba apretada y en grietas húmedas, trepando así hasta las Quebradas. Los hobbits oyeron hablar de los Grandes Túmulos y de los montículos verdes, y de los círculos de piedra sobre las colinas y en los bajos. Las ovejas balaron en rebaños. Se levantaron muros blancos y verdes. Había fortalezas en las alturas. Reyes de pequeños reinos se batieron entre ellos, y el joven sol brilló como el fuego sobre el rojo metal de las espadas codiciosas y nuevas. Hubo victorias y derrotas; y se derrumbaron torres, se quemaron fortalezas, y las llamas subieron al cielo. El oro se apiló sobre los catafalcos de reyes y reinas, y los montículos los cubrieron, y las puertas de piedra se cerraron, y la hierba creció encima. Las ovejas pacieron allí un tiempo, pero pronto las colinas estuvieron desnudas otra vez. De sitios lejanos y oscuros vino una sombra, los huesos se agitaron en las tumbas. Los Tumularios se paseaban por las oquedades con un tintineo de anillos en los dedos fríos y cadenas de oro al viento. Los círculos de piedra salieron a la superficie de la tierra como dientes rotos a la luz de la luna.