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La Comunidad del Anillo
  • Текст добавлен: 5 октября 2016, 02:20

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Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien



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Frodo se quedó sentado un rato, muy pensativo.

—Me he decidido —dijo al fin—. Partiré mañana, tan pronto amanezca; pero no iré por el camino, sería más seguro quedarse aquí. Si yo atravesase la Puerta Norte, mi partida se conocería en seguida, en vez de mantenerse en secreto, al menos unos pocos días más, como tendría que ser. Además, el Puente y el Camino del Este próximos a las fronteras estarán vigilados, entre o no en Los Gamos algún Jinete. No sabemos cuántos son; por lo menos dos, y quizá más. Lo único que nos queda es partir en una dirección del todo inesperada.

—¡Pero eso significa que entraremos en el Bosque Viejo! —dijo Fredegar, horrorizado—. No puedes pensar en algo semejante. Es tan peligroso como los Jinetes Negros.

—No tanto —dijo Merry—. Parece una solución desesperada, pero creo que Frodo tiene razón; sólo así podríamos evitar que nos siguieran en seguida. Con un poco de suerte podríamos ganar una considerable ventaja.

—Pero no tendrás ninguna suerte en el Bosque Viejo —objetó Fredegar—. Nadie ha tenido suerte ahí. Te perderás. La gente nunca entra en el bosque.

—¡Oh, sí! —dijo Merry—. Los Brandigamo entran a veces, cuando les da por ahí. Tenemos una entrada particular. Frodo la conoció hace tiempo. Yo he estado en varias ocasiones, casi siempre durante el día, por supuesto, cuando los árboles están quietos y adormecidos.

—¡Bueno, haced como mejor os parezca! —dijo Fredegar—. Tengo más miedo del Bosque Viejo que de cualquier otra cosa; las historias que he oído son verdaderas pesadillas. Pero mi voto apenas cuenta, pues no iré con vosotros. De todos modos, me alegra que alguien se quede para contarle todo a Gandalf, cuando vuelva, y estoy seguro de que no tardará.

El Gordo Bolger, aunque quería mucho a Frodo, no deseaba abandonar la Comarca ni ver lo que había más allá. Era de una familia de la Cuaderna del Este, de Bolgovado, los Campos del Puente, para ser más exactos; pero él nunca había ido más allá del Puente del Brandivino. De acuerdo con el plan original, la obligación de Bolger era quedarse allí y tratar con los preguntones y mantener así todo lo posible el engaño de que el señor Bolsón continuaba en Cricava. Hasta habían traído algunas ropas viejas de Frodo para ayudarlo a interpretar ese papel. Nadie dudaba de que ese papel podía ser de veras peligroso.

—¡Excelente! —exclamó Frodo cuando comprendió el plan—. De otro modo no podríamos haber dejado un mensaje para Gandalf. No sé si esos Jinetes saben leer o no, pero no me hubiese atrevido a correr el riesgo de un mensaje escrito, pensando que ellos podrían entrar y revisar la casa. Pero si Gordo está dispuesto a custodiar la fortaleza, lo que significa que Gandalf sabrá adónde fuimos, eso me decide. Mañana temprano entraré en el Bosque Viejo.

—Está bien —dijo Pippin—. Total, prefiero nuestra tarea a la de Gordo, que aguardará aquí la llegada de los Jinetes Negros.

—Espera a encontrarte en medio del bosque —dijo Fredegar—. Mañana antes de esta hora desearás estar aquí conmigo.

—Basta de discusiones —dijo Merry—. Todavía tenemos que ordenar las cosas y dar los últimos toques al equipaje. Los despertaré antes que amanezca.


Cuando por fin se acostaron, Frodo tardó en dormirse. Le dolían las piernas. Le alegraba saber que partirían a caballo. Al fin cayó en un vago sueño; creía estar mirando a través de una ventana alta, sobre un mar oscuro de árboles enmarañados. De abajo, entre las raíces, venía el murmullo de unas criaturas que se arrastraban y bufaban. Estaba seguro de que tarde o temprano lo descubrirían por el olfato.

Luego oyó un ruido a lo lejos. Al principio creyó que era un viento huracanado, que soplaba sobre las hojas del bosque. En seguida comprendió que no eran las hojas sino el sonido del Mar lejano, un sonido que nunca había oído en la vigilia, pero que a menudo había turbado sus sueños. De pronto se encontró fuera, al aire libre. No había árboles, allí. Estaba entre unos matorrales oscuros, y el aire tenía un extraño olor salobre. Alzando los ojos, vio delante una torre blanca y alta, que se erguía solitaria sobre un arrecife escarpado, y tuvo entonces deseos de subir a la torre y ver el Mar. Comenzó a trepar penosamente por el arrecife hacia la torre, pero de pronto una luz apareció en el cielo, y el trueno retumbó.


6



EL BOSQUE VIEJO



Frodo despertó bruscamente. La habitación estaba todavía a oscuras. Merry estaba allí, de pie, con una vela en una mano y golpeando la puerta con la otra.

—Bien, ¿qué ocurre? —dijo Frodo, todavía tembloroso y aturdido.

—¿Qué ocurre? —exclamó Merry—. Hora de levantarse. Son las cuatro y media y hay mucha niebla. ¡Arriba! Sam está preparando el desayuno. Hasta Pippin está levantado. Voy ahora a ensillar los poneys y elegir el que llevará el equipaje. ¡Despierta a ese Gordo haragán! Que se levante a despedirnos, por lo menos.

Poco después de las seis, los cinco hobbits estaban listos para partir. Gordo Bolger todavía bostezaba. Salieron de la casa en silencio. Merry iba al frente guiando un poney que llevaba el cargamento; tomó un sendero que atravesaba un bosquecillo detrás de la casa, y luego cortó por el campo. Las hojas de los árboles centelleaban a la luz, y las ramas goteaban; un rocío helado había agrisado las hierbas. Todo estaba tranquilo, y los ruidos lejanos parecían lejanos y próximos: unas aves parloteaban en un corral; alguien cerraba una puerta en una casa distante.

Encontraron los poneys en el establo; bestias pequeñas y robustas de la clase que preferían los hobbits; no muy rápidas, pero buenas para una larga jornada. Los hobbits montaron, y pronto se encontraron cabalgando en la niebla que parecía abrirse de mala gana y cerrar el paso detrás de ellos. Luego de cabalgar alrededor de una hora, lentamente y sin hablar, una cerca se levantó de pronto adelante. Era alta y estaba envuelta en una red de plateadas telarañas.

—¿Cómo vas a atravesarla? —preguntó Fredegar.

—¡Sígueme! —dijo Merry—, y ya verás.

Dobló hacia la izquierda, a lo largo de la cerca, y pronto llegaron a un sitio donde el vallado torcía hacia dentro, corriendo por el borde de una depresión. A cierta distancia de la cerca habían hecho una excavación en pendiente; las paredes de ladrillo se arqueaban hasta formar un túnel que pasaba por debajo de la cerca y desembocaba en la depresión del otro lado.

Aquí Gordo Bolger se detuvo.

—¡Adiós, Frodo! —dijo—. Desearía de veras que no te internaras en el Bosque. Espero sólo que no necesites auxilio antes de terminar el día. ¡Buena suerte, hoy y todos los días!

—¡Tendré suerte, si no nos aguarda nada peor que el Bosque Viejo! —dijo Frodo—. Dile a Gandalf que se apresure por el Camino del Este. Lo retomaremos pronto, e iremos de prisa.

—¡Adiós! —gritaron, y corrieron cuesta abajo entrando en el túnel y desapareciendo de la vista de Fredegar.

El túnel era oscuro y húmedo; una puerta con barrotes de hierro cerraba el otro extremo. Merry desmontó y la abrió, y cuando todos pasaron la empujó hacia atrás. La puerta se cerró con un golpe metálico y el cerrojo cayó otra vez. El sonido fue siniestro.

—¡Ya está! —exclamó Merry—. Hemos dejado la Comarca, y ahora estamos fuera, en los linderos del Bosque Viejo.

—¿Son ciertas las historias que se cuentan? —preguntó Pippin.

—No sé a qué historias te refieres —respondió Merry—. Si es a esas historias de miedo, que las nodrizas le contaban a Gordo sobre duendes y lobos y cosas así, te diré que no. En todo caso yo no las creo. Pero el Bosque esraro. Todo ahí está más vivo y es más atento a todo lo que ocurre, por así decir, que las cosas de la Comarca. A los árboles no les gustan los extraños; te vigilan. Por lo general se contentan con esto, mientras hay luz, y no te molestan demasiado. A veces los más hostiles dejar caer una rama, o levantan una raíz, o te atrapan con una liana. Pero de noche las cosas pueden ser muy alarmantes, según me han dicho. No he estado aquí después de oscurecer sino una o dos veces, y sin alejarme del cercado. Me pareció entonces que todos los árboles murmuraban entre sí, contándose noticias y conspirando en un lenguaje ininteligible; y las ramas se balanceaban y rozaban sin ningún viento. Dicen que los árboles se mueven realmente y pueden rodear y envolver a los extraños. En verdad, hace tiempo atacaron la cerca; vinieron y se plantaron al lado, inclinándose hasta cubrirla. Pero los hobbits acudieron y cortaron cientos de árboles e hicieron una gran hoguera en el Bosque y quemaron el suelo en una larga franja al este de la cerca. Los árboles dejaron de atacar, pero se volvieron muy hostiles. Hay aún un ancho espacio despejado, no muy adentro, donde hicieron la hoguera.

—¿Sólo los árboles son peligrosos? —dijo Pippin.

—Hay criaturas extrañas que viven en lo profundo del Bosque, y al otro lado —dijo Merry—, o así me han dicho al menos; yo nunca las vi. Sea como sea, hay senderos entre los árboles. Cuando uno entra en el bosque encuentra sendas abiertas, pero que parecen moverse y cambiar de tanto en tanto de una manera extraña. No lejos de este túnel hay o hubo hace tiempo un camino que llega al Claro de la Hoguera, y que continúa aproximadamente en nuestra dirección, hacia el oeste, y un poco hacia el norte. Ése es el camino que trataré de encontrar.


Los hobbits dejaron la puerta del túnel y cabalgaron cruzando la ancha depresión. En el extremo opuesto un borroso sendero subía a los terrenos del Bosque, unos cien metros más allá de la cerca; pero se desvaneció tan pronto como los llevó bajo los árboles. Mirando adelante sólo podían ver troncos de diferentes formas y tamaños: derechos o inclinados, retorcidos, encorvados, rechonchos o finos, pulidos o nudosos; y todos eran verdes o grises, cubiertos de musgo y viscosas e hirsutas excrecencias.

Sólo Merry parecía todavía animado.

—Es mejor que vayas delante y encuentres ese sendero —dijo Frodo– ¡No nos perdamos los unos a los otros, y no olvidemos de qué lado queda la cerca!

Tomaron un camino entre los árboles, y los poneys avanzaron evitando cuidadosamente las raíces entrelazadas y retorcidas. No había maleza. El suelo se elevaba continuamente, y a medida que avanzaban parecía que los árboles se hacían más altos, oscuros y espesos. No se oía nada, excepto alguna ocasional gota de humedad que caía entre las hojas inmóviles. Por el momento no había ni un murmullo ni un movimiento entre las ramas; pero todos tenían la incómoda impresión de que estaban observándolos con una creciente desaprobación, que llegaba a ser disgusto y aun hostilidad. Esta impresión fue creciendo hasta que al fin se encontraron echando rápidas miradas hada arriba o hacia atrás, o por encima del hombro, como si esperasen un golpe repentino.

No había aún ningún indicio de que por allí corriera un sendero, y parecía que los árboles les cerraban continuamente el paso. Pippin sintió que no podía soportarlo más y gritó de pronto: —¡Eh! ¡Eh! No haré nada, sólo déjenme pasar, ¿quieren?

Los otros se detuvieron sobrecogidos; pero el grito se interrumpió, como apagado por una cortina espesa; no hubo ecos ni respuesta, aunque el bosque parecía ahora más poblado y atento que antes.

—Si yo fuese tú, no hubiera gritado —dijo Merry—. Nos hace más mal que bien.

Frodo comenzaba a preguntarse si sería posible encontrar un camino de salida, y si habría hecho bien en arrastrar a los otros a este bosque abominable. Merry miraba a ambos lados y parecía indeciso acerca de la dirección que les convenía tomar. Pippin se dio cuenta de lo que sucedía.

—No has tardado mucho en extraviarnos —dijo.

Pero en ese momento Merry silbó aliviado y señaló adelante.

—Bueno, bueno. Estos árboles se mueven de veras. Tenemos ahí enfrente (o así lo espero) el Claro de la Hoguera, ¡pero parece que el sendero ha cambiado de sitio!


La luz se hacía más clara a medida que avanzaban. De pronto salieron de entre los árboles y se encontraron en un vasto espacio circular. Había un cielo allá arriba, azul y claro, y se sorprendieron, pues bajo el techo del Bosque no habían podido ver cómo se levantaba la mañana ni cómo se desvanecía la bruma. El sol no estaba sin embargo bastante alto como para llegar al claro, aunque la luz brillaba sobre los árboles. Al borde del claro las hojas parecían más verdes y espesas, rodeándolo con un muro casi sólido. No crecía allí ningún árbol; sólo pastos duros y muchas plantas altas: gruesos abetos marchitos, perejil silvestre, maleza reseca que se deshacía en ceniza blanca, ortigas y cardos exuberantes. Un lugar melancólico, aunque comparado con la espesura del Bosque parecía un jardín encantador y alegre.

Los hobbits recobraron el ánimo y miraron con esperanza la luz creciente en el cielo. En el otro extremo del claro había una abertura en la pared de árboles y más allá se abría una senda. Alcanzaban a ver cómo entraba en el bosque, ancha en algunos sitios y abierta arriba, aunque de vez en cuando los árboles la ensombrecían cubriéndola con ramas oscuras. Siguieron ese camino. Ascendían aún, pero ahora más rápidamente y con mejor ánimo, pues les parecía que el Bosque había cedido, y que después de todo no se opondría a que pasaran.

Pero al cabo de un rato el aire se hizo pesado y caluroso. Los árboles se cerraron de nuevo a los lados, y no podían ver adelante. La malignidad del bosque era ahora todavía más evidente. Había tanto silencio que el ruido de los cascos que aplastaban las hojas secas y a veces golpeaban raíces ocultas les retumbaban de algún modo en los oídos. Frodo trató de cantar para animarlos, pero su voz fue sólo un murmullo:


Oh, vagabundos de la tierra en sombras,

no desesperéis. Pues aunque oscuros se alcen

todos los bosques terminarán al fin

viendo pasar el sol descubierto:

el sol poniente, el sol naciente,

el fin del día y el principio del día.

Al este o al oeste, los bosques acabarán.


Acabarán... En el momento en que Frodo decía esta palabra, se le apagó la voz. El aire parecía pesado, y hablar era fatigoso. Justo detrás de ellos una rama gruesa cayó ruidosamente en el sendero. Adelante, los árboles parecían apretarse unos contra otros.

—No les gusta que hables de términos y acabamientos —dijo Merry—. Yo no cantaría más por ahora. Espera a llegar al límite del bosque; ¡y entonces nos volveremos y le cantaremos a coro!



Habló alegremente, y si había en él alguna ansiedad, no la mostró. Los demás no respondieron. Se sentían agobiados. Una pesada carga oprimía el corazón de Frodo, y a cada paso que daba más lamentaba haber desafiado la amenaza de los árboles. Estaba casi decidido a detenerse y proponerles que se volvieran (si esto era todavía posible) cuando las cosas tomaron un nuevo rumbo. La senda dejó de ascender, y ahora corría por un llano. Los árboles oscuros se hicieron a un lado, y podían ver que más adelante el camino seguía casi en línea recta. Al frente, a alguna distancia, una colina verde, sin árboles, se alzaba como una cabeza calva por encima del bosque. La senda parecía llevar directamente a la colina.


Apresuraron la marcha, encantados con la idea de trepar por encima del techo del Bosque. El sendero descendió y luego comenzó a subir otra vez, conduciéndolos al pie de la ladera empinada. Allí abandonó los árboles y se internó en el pasto. El bosque rodeaba la colina como una cabellera espesa que terminaba de pronto en un círculo alrededor de una testa rasurada.

Los hobbits cabalgaron cuesta arriba, dando vueltas hasta llegar a la cima de la loma. Allí se detuvieron mirando en torno. El aire era fulgurante, iluminado por la luz del sol, aunque brumoso; no se veía muy lejos. Alrededor la niebla se había disipado casi del todo, aunque aquí y allá cubría las cavidades del bosque, y hacia el sur, en un pliegue profundo que atravesaba el bosque de lado a lado, se alzaba aún como cintas de humo blanco o vapor.

—Aquélla —dijo Merry, señalando– es la línea del Tornasauce. Desciende de las lomas y corre al sudeste, atravesando el centro del bosque para unirse al Brandivino más abajo de Fin de la Cerca. ¡No iremos en esadirección! Dicen que el Valle del Tornasauce es la parte más extraña de todo el bosque, el centro de donde vienen todas las rarezas, por así decir.

Los otros miraron en la dirección que Merry indicaba, pero sólo vieron nieblas que se extendían sobre un valle húmedo y profundo; la mitad meridional del Bosque se perdía en la distancia.

El sol calentaba en la cima de la loma. Serían aproximadamente las once de la mañana, pero la bruma otoñal no dejaba ver mucho en otras direcciones. Hacia el oeste no alcanzaban a distinguir la línea de la Cerca ni el valle del Brandivino. En el norte, hacia donde miraban más esperanzados, no veían nada que pudiera ser el gran Camino del Este, que se proponían seguir. Estaban en una isla perdida en un mar de árboles, y de horizontes velados.

Al sudeste el suelo descendía abruptamente, como si las laderas de las colinas se internaran bajo los árboles, como playas de islas que en realidad son laderas de montañas elevándose desde aguas profundas. Se sentaron en la orilla verde, mirando por sobre los bosques, mientras almorzaban. A medida que el sol subía y pasaba el meridiano, comenzaron a vislumbrar en el este la línea verde-gris de las colinas que se extendían del otro lado del Bosque Viejo. Esto los animó de veras, pues era bueno ver algo más allá de los lindes del bosque, aunque no pensaban ir en esa dirección, si podían evitarlo. Las Quebradas de los Túmulos tenían entre los hobbits una reputación tan siniestra como el Bosque mismo.


Al fin decidieron proseguir el viaje. El sendero que los había llevado a la colina reapareció en el lado norte; pero no lo habían seguido mucho tiempo cuando advirtieron que se desviaba a la derecha. Pronto empezó a descender abruptamente, y sospecharon que llevaba al Valle del Tornasauce, que no era de ningún modo la dirección que pensaban tomar. Lo discutieron un rato, y al fin resolvieron dejar el sendero y torcer al norte, pues aunque no habían podido verla desde la cima de la loma, la ruta tenía que estar en esa dirección y no muy lejos. También hacia el norte, a la izquierda del sendero, la tierra parecía más seca y abierta, alzándose en pendientes donde los árboles eran más delgados; pinos y abetos reemplazaban a los robles, los fresnos y los extraños árboles desconocidos del bosque más espeso.

Al comienzo la elección pareció buena; marchaban a paso vivo, aunque cada vez que divisaban el sol en un claro creían haber virado hacia el este, no sabían cómo. Luego los árboles comenzaron a cerrarse (a la distancia les habían parecido más delgados y menos enmarañados), y de pronto descubrieron unas fallas profundas e inesperadas en el terreno, como surcos de ruedas gigantescas o anchos fosos, y caminos borrosos y en desuso, obstruidos por las zarzas. La mayoría de estos repliegues cruzaban perpendicularmente la dirección que seguían los hobbits, y sólo podían franquearlos ayudándose con pies y manos, lo que era incómodo y difícil a causa de los poneys. Cada vez que descendían encontraban la cavidad cubierta por espesos matorrales y zarzas, que por alguna razón no cedían a la izquierda y sólo permitían el paso si los viajeros se volvían a la derecha; tenían que andar un rato por el fondo de la cavidad antes de encontrar el modo de trepar al otro lado. Cada vez que subían, la arboleda parecía más profunda y oscura; y siempre hacia la izquierda y hacia arriba era más difícil abrirse paso. Tenían que ir siempre hacia la derecha, bajando.


Al cabo de una hora o dos habían perdido todo sentido claro de la orientación, aunque sabían que desde hacía tiempo ya no iban hacia el norte. Marchaban sin rumbo, siguiendo un itinerario que otros habían elegido para ellos; al este y al sur, hacia el corazón del Bosque, y no hacia una salida.

La tarde declinaba cuando descendieron arrastrándose y tropezando a un repliegue más ancho y profundo que todos los anteriores. Era tan empinado y abrupto que no había modo de salir por un lado o por el otro sin abandonar los poneys y el equipaje. Todo lo que podían hacer era seguir el curso descendente de la falla. El suelo era más blando ahora, y a trechos pantanoso. En los terraplenes aparecieron manantiales y pronto se encontraron marchando a orillas de un arroyo que se escurría y murmuraba sobre un lecho de hierbas salvajes. Luego el suelo empezó a descender rápidamente y el arroyo se hizo más sonoro y caudaloso, bajando a saltos a lo largo de la pendiente. Estaban en una profunda y oscura hondonada, cubierta por una alta bóveda de árboles.

Marcharon un rato tropezando a lo largo del arroyo, y de pronto salieron de las tinieblas como a través de una puerta, y vieron delante la luz del sol. Saliendo al claro descubrieron que habían venido caminando por una hendidura en un barranco empinado, casi un acantilado. Allá abajo había un ancho espacio de hierbas y cañas, y a lo lejos se veía otra pared, también escarpada. El oro de un sol tardío se extendía cálido y pesado entre las dos paredes. En medio serpenteaba un río de aguas pardas y perezosas bordeado por viejos sauces, techado con ramas de sauces, bloqueado por sauces caídos y, moteado por miles de hojas de sauce marchitas. Las hojas espesaban el aire; caían revoloteando, amarillas; una brisa tibia y dulce soplaba en la hondonada; las cañas murmuraban y las ramas de los sauces crujían.

—¡Bueno, por lo menos ahora tengo una idea de dónde estamos! —dijo Merry—. Hemos venido en dirección contraria a lo previsto. ¡Éste es el río Tornasauce! Iré a explorarlo.

Salió a la luz y desapareció entre las hierbas altas. Poco después reapareció, informando que el suelo era bastante firme entre el pie del acantilado y el río; en algunos sitios una hierba apretada bajaba al borde del agua.

—Más aún —dijo—. Parece haber algo semejante a un sendero sinuoso a lo largo de esta orilla. Si doblamos hacia la izquierda y lo seguimos, creo que saldremos del bosque por el lado este.

—Lo mismo digo —comentó Pippin—. En fin, si las huellas llegan tan lejos, y no nos dejan en algún pantano. ¿Quién puede haber trazado esta senda, decidme, y por qué? Estoy seguro de que no para nuestro beneficio. Comienzo a desconfiar de veras de este bosque y de todo lo que hay en él, y ya creo en todas las historias que se cuentan. ¿Tienes alguna idea de la distancia que debemos recorrer hacia el este?

—No —dijo Merry—, no la tengo. Ignoro del todo a qué altura del Tornasauce nos encontramos, ni quién pudo haber venido aquí con tanta frecuencia como para trazar una senda a lo largo del río. Pero no veo ni imagino otra salida.

No habiendo alternativa, partieron uno detrás de otro, y Merry los llevó al sendero que había descubierto. Las hierbas y las cañas eran en todas partes lozanas y altas, y en algunos lugares crecían muy por encima de la cabeza de los viajeros; pero una vez encontrado, el sendero era fácil de seguir en sus vueltas y revueltas, siempre por terreno firme, evitando ciénagas y pantanos. Aquí y allá atravesaba otros arroyos que venían de las tierras boscosas y altas y descendían por hondonadas hasta el Tornasauce, y en estos puntos, y puestos allí con cuidado, había unos troncos de árboles o unos manojos de ramas que iban de orilla a orilla y ayudaban a cruzar.


Los hobbits comenzaron a sentir mucho calor. Ejércitos de moscas de toda especie les zumbaban en las orejas, y el sol de la tarde les quemaba las espaldas. Inesperadamente entraron en una tenue sombra; grandes ramas grises se extendían por encima del sendero. Cada paso adelante les costaba un poco más que el anterior. Parecía que una somnolencia furtiva les subía por las piernas desde el suelo, y les caía dulcemente desde el aire sobre la cabeza y los ojos.

Frodo sintió que cabeceaba. justo delante de él, Pippin cayó de rodillas. Frodo se detuvo.

—Es inútil —oyó que Merry decía—. Imposible dar otro paso sin antes descansar un poco. Necesitamos una siesta. Está fresco bajo los sauces. ¡Hay menos moscas!

El tono de estas palabras no le gustó a Frodo.

—¡Adelante! —gritó—. No podemos dormir todavía. Primero tenemos que salir del bosque.

Pero los otros estaban ya demasiado adormilados para preocuparse. Junto a ellos Sam bostezaba y parpadeaba con aire estúpido.

De pronto Frodo mismo se sintió dominado por la modorra. La cabeza se le bamboleaba. Apenas se oía un sonido en el aire. Las moscas habían dejado de zumbar. Sólo un leve susurro apenas audible, como si alguien cantara entre dientes una canción, parecía revolotear allá arriba, en las ramas. Frodo alzó pesadamente los ojos y vio un sauce enorme, viejo y blanquecino, que se inclinaba sobre él. El árbol parecía inmenso; las largas ramas apuntaban como brazos tendidos, con muchas manos de dedos largos, y el tronco nudoso y retorcido se abría en anchas hendiduras que crujían débilmente con el movimiento de las ramas. Las hojas que se estremecían bajo el cielo brillante deslumbraron a Frodo; se tambaleó y cayó allí sobre las hierbas.

Merry y Pippin se arrastraron hacia delante y se tendieron apoyándose de espaldas contra el tronco del sauce. Detrás de ellos las grandes hendiduras se abrieron para recibirlos, y el árbol se balanceó y crujió. Miraron hacia arriba y vieron las hojas grises y amarillas que se movían apenas contra la luz, y cantaban. Cerraron los ojos y les pareció que casi oían palabras, palabras frescas que hablaban del agua y del sueño. Se abandonaron a aquel sortilegio y cayeron en un sueño profundo al pie del enorme sauce gris.

Frodo luchó un rato contra el sueño que lo aplastaba; al fin se incorporó de nuevo trabajosamente. Tenía unas ganas irresistibles de agua fresca.

—Espérame, Sam —balbuceó—. Tengo que mojarme los pies un instante.

Medio dormido fue hacia el lado del árbol que daba al río, donde unas grandes raíces nudosas entraban en el agua, como dragones retorcidos que se estiraban para beber. Montó a horcajadas sobre una de las ramas, hundió los pies en el agua parda y fresca, y se durmió en seguida, recostado contra el árbol.


Sam se sentó y se rascó la cabeza, bostezando como una caverna. Estaba preocupado. La tarde declinaba, y esta somnolencia repentina le parecía inquietante. «Hay otra cosa aquí además del sol y el aire cálido —se susurró a sí mismo—. Este árbol enorme no me gusta nada. No le tengo confianza. ¡Escucha cómo canta invitando al sueño! ¡No me convencerá!»

Se puso penosamente de pie y fue tambaleándose a ver qué ocurría con los poneys. Dos de ellos se habían alejado por el sendero; acababa de atraparlos y de traerlos junto a los otros cuando oyó dos ruidos: uno fuerte, el otro leve pero claro. Uno era el chapoteo de algo pesado que había caído al agua; el otro parecía el sonido de una cerradura en una puerta, que se cierra despacio.

Sam se precipitó hacia la orilla. Frodo estaba en el agua, cerca del borde, bajo una enorme raíz que parecía mantenerlo sumergido, pero no se resistía. Sam lo tomó por la chaqueta, y tironeó sacándolo de debajo de la raíz; luego lo arrastró como pudo hasta la orilla. Frodo se despertó casi inmediatamente, tosiendo y farfullando.

—¿Sabes tú, Sam —dijo al fin—, que ese árbol maldito me arrojóal agua? Lo sentí. ¡La raíz me envolvió el cuerpo y me hizo perder el equilibrio!

—Estaba usad soñando sin duda, señor —dijo Sam—. No debiera haberse sentado en un lugar semejante, si tenía ganas de dormir.

—¿Y los demás? —inquirió Frodo—. Me pregunto qué clase de sueños tendrán...

Fueron al otro lado del árbol, y Sam entendió entonces por qué había creído oír el sonido de una cerradura. Pippin había desaparecido. La abertura junto a la cual se había acostado se había cerrado del todo y no se veía ni siquiera una grieta. Merry estaba atrapado; otra de las hendiduras del árbol se le había cerrado alrededor del cuerpo; tenía las piernas fuera, pero el resto estaba dentro de la abertura negra y los bordes lo apretaban como tenazas.

Frodo y Sam comenzaron por golpear el tronco en el lugar donde había estado Pippin. Luego lucharon frenéticamente tratando de separar las mandíbulas de la grieta que sujetaba al pobre Merry. Todo fue inútil.

—¡Qué cosa espantosa! —gritó Frodo, muy asustado—. ¿Por qué habremos venido a este bosque horrible? ¡Ojalá estuviéramos todos de vuelta en Cricava!

Pateó el árbol con todas sus fuerzas, sin prestar atención al dolor que sentía en el pie. Un estremecimiento apenas perceptible subió por el tronco hacia las ramas; las hojas se sacudieron y murmuraron, pero ahora con el sonido de una risa lejana y débil.

—¿No hemos traído un hacha en nuestro equipaje, señor Frodo? —preguntó Sam.

—Traje un hacha pequeña para cortar leña —dijo Frodo—. No nos serviría de mucho.

—¡Un momento! —gritó Sam, pues la mención de la leña le había dado una idea—. ¡Podríamos recurrir al fuego!

—Podríamos —dijo Frodo, titubeando—. Podríamos asar vivo a Pippin dentro del tronco.

—Podríamos también, para empezar, hacer daño al árbol o asustarlo —dijo Sam fieramente—. Si no los suelta lo echaré abajo, aunque sea a mordiscos.

Corrió hacia los poneys y pronto volvió con dos yesqueros y un hacha.

Juntaron rápidamente hierbas y hojas secas, y trozos de corteza; luego apilaron ramas rotas y astillas. Amontonaron todo contra el tronco en el lado opuesto al de los prisioneros. Tan pronto como Sam consiguió encender la yesca, las hierbas secas comenzaron a arder y una columna de fuego y humo se alzó en el aire. Las ramitas crujieron. Unas lengüitas de fuego lamieron la corteza seca y estriada del árbol, chamuscándola. Un estremecimiento recorrió todo el sauce. Las hojas parecían sisear allá arriba con un sonido de dolor y rabia. Merry gritó, y desde dentro del árbol llegó un aullido apagado de Pippin.

—¡Apáguenlo! ¡Apáguenlo! —gritó Merry—. ¡Me partirá en dos, si así no lo hacen! ¡Él lo dice!

—¿Quién? ¿Qué? —exclamó Frodo, corriendo al otro lado del árbol.

—¡Apáguenlo! ¡Apáguenlo! —suplicó Merry.

Las ramas del sauce comenzaron a balancearse con violencia. Se oyó un rumor como de viento que se alzaba y se extendía a las ramas de los otros árboles de alrededor, como si hubiesen arrojado una piedra a la quietud somnolienta del valle del río, desencadenando unas ondas coléricas que invadían todo el bosque. Sam pateó la pequeña hoguera y apagó las brasas. Pero Frodo, sin tener una idea clara de por qué lo hacía, o qué esperaba, corrió a lo largo del sendero gritando: ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro!Tenía la impresión de que apenas alcanzaba a oír el sonido agudo de su propia voz, como si el viento del sauce se la llevara en seguida ahogándola en un clamor de hojas. Se sintió desesperado, perdido, y al borde mismo de la locura.


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