Текст книги "La Comunidad del Anillo"
Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien
Жанр:
Эпическая фантастика
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—En verdad —dijo Glóin—, si no fuera por los Beórnidas, ir de Valle a Rivendel hubiese sido imposible desde hace mucho tiempo. Son hombres valientes, y mantienen abierto el Paso Alto y el Vado de Carroca. Pero el peaje es elevado —añadió sacudiendo la cabeza—, y como los Beorn de antaño no gustan mucho de los enanos. Sin embargo, son gente en la que se puede confiar, y eso es mucho en estos días. Pero en ninguna parte hay Hombres que nos muestren tanta amistad como los de Valle. Son buena gente los Bárdidos. El nieto de Bardo el Arquero es quien los gobierna, Brand hijo de Bain hijo de Bardo. Es un rey poderoso, y sus dominios llegan ahora muy al sur y al este de Esgaroth.
—¿Y qué me dice de la gente de usted? —preguntó Frodo.
—Hay mucho que decir, bueno y malo —respondió Glóin—, pero casi todo bueno. Hemos tenido suerte hasta ahora, aunque no escapamos al ensombrecimiento de la época. Si realmente quiere oír de nosotros, le daré todas las noticias que quiera. ¡Pero hágame callar cuando esté cansado! La lengua se les suelta a los enanos cuando hablan de sí mismos, dicen.
Y después de esto Glóin se embarcó en un largo relato sobre el Reino de los Enanos. Le encantaba haber encontrado un oyente tan cortés, pues Frodo no daba señales de fatiga y no trataba de cambiar el tema, aunque en verdad pronto se encontró perdido entre los extraños nombres de personas y lugares de los que nunca había oído hablar. Le interesó saber sin embargo que Dáin reinaba todavía bajo la Montaña, que era viejo (habiendo cumplido ya doscientos cincuenta años), venerable, y fabulosamente rico. De los diez compañeros que habían sobrevivido a la Batalla de los Cinco Ejércitos, siete estaban todavía con él: Dwalin, Glóin, Dori, Nori, Bifur, Bofur y Bombur. Bombur era ahora tan gordo que no podía trasladarse por sus propios medios de la cama al asiento en la mesa, y se necesitaban seis jóvenes enanos para levantarlo.
—¿Y qué se hizo de Balin y Ori y Óin? —preguntó Frodo.
Una sombra cruzó la cara de Glóin.
—No lo sabemos —respondió—. He venido a pedir consejo a gentes que moran en Rivendel en gran parte a causa de Balin. ¡Pero por esta noche hablemos de cosas más alegres!
Glóin se puso entonces a hablar de las obras de los enanos, y le comentó a Frodo los trabajos que habían emprendido en Valle y bajo la Montaña.
—Hemos trabajado bien —dijo—, pero en metalurgia no podemos rivalizar con nuestros padres, muchos de cuyos secretos se han perdido. Hacemos buenas armaduras y espadas afiladas, pero las hojas y las cotas de malla no pueden compararse con las de antes de la venida del dragón. Sólo en minería y en construcciones hemos superado los viejos tiempos. ¡Tendría usted que ver los canales de Valle, Frodo, y las montañas y las fuentes! ¡Tendría usted que ver las calzadas de piedras de distintos colores! ¡Y las salas y las calles subterráneas con arcos tallados como árboles, y las terrazas y torres que se alzan en las faldas de la Montaña! Vería usted entonces que no hemos estado ociosos.
—Iré y lo veré, si me es posible alguna vez —dijo Frodo—. ¡Cómo se hubiera sorprendido Bilbo viendo todos esos cambios en la Desolación de Smaug!
Glóin miró a Frodo y sonrió.
—Usted quería mucho a Bilbo, ¿no es cierto? —le preguntó.
—Sí —respondió Frodo—. Preferiría verlo a él antes que todas las torres y palacios del mundo.
El banquete concluyó por fin. Elrond y Arwen se incorporaron y atravesaron la sala, y los invitados los siguieron en orden. Las puertas se abrieron de par en par, y todos salieron a un pasillo ancho y cruzaron otras puertas, y llegaron a otra sala. No había mesas allí, pero un fuego claro ardía en una amplia chimenea entre pilares tallados a un lado y a otro.
Frodo se encontró marchando al lado de Gandalf.
—Ésta es la Sala del Fuego —dijo el mago—. Escucharás aquí muchas canciones y relatos, si consigues mantenerte despierto. Pero fuera de las grandes ocasiones la sala está siempre vacía y silenciosa, y sólo vienen aquí quienes buscan tranquilidad y recogimiento. La chimenea está encendida todo el año, pero casi no hay otra luz.
Mientras Elrond entraba e iba hacia el asiento preparado para él, unos trovadores Elfos comenzaron a tocar una música suave. La sala se fue llenando lentamente, y Frodo observó con deleite las muchas caras hermosas que se habían reunido allí; la luz dorada del fuego jugueteaba sobre las distintas facciones, y relucía en los cabellos. De pronto vio, no muy lejos del extremo opuesto del fuego, una pequeña figura oscura sentada en un taburete, la espalda apoyada en una columna. Junto a él, en el suelo, un tazón y un poco de pan. Frodo se preguntó si el personaje estaría enfermo (si alguien podía enfermarse en Rivendel), y no habría podido asistir al festín. Parecía dormir, la cabeza inclinada sobre el pecho, y ocultaba la cara en un pliegue del manto negro.
Elrond se adelantó y se quedó de pie junto a la silenciosa figura.
—¡Despierta, pequeño señor! —dijo con una sonrisa. En seguida se volvió hacia Frodo y le indicó que se acercara—. He aquí llegada la hora que tanto has deseado, Frodo. He aquí un amigo que te ha faltado mucho tiempo.
La figura oscura alzó la cabeza y se descubrió la cara.
—¡Bilbo! —gritó Frodo reconociéndolo de pronto y dando un salto hacia delante.
—¡Hola, Frodo, mi compañero! —dijo Bilbo—. Así que al fin has llegado. Esperaba que tuvieras éxito. ¡Bueno, bueno! De modo que estos festejos son todos en tu honor, me han dicho. Espero que lo hayas pasado bien.
—¿Por qué no estuviste presente? —gritó Frodo—. ¿Y por qué no me permitieron que te viera antes?
—Porque estabas dormido. Pero yo te vi bastante. He estado sentado a tu lado junto con Sam todos estos días. Pero en cuanto a la fiesta, ya no frecuento mucho esas cosas. Y tenía otra cosa que hacer.
—¿Qué estabas haciendo?
—Bueno, estaba sentado aquí, meditando. Lo hago con frecuencia desde hace un tiempo, y este sitio es en general el más adecuado. ¡Despierta, qué noticia! —dijo Bilbo guiñándole un ojo a Elrond. Frodo alcanzó a ver un centelleo en el ojo de Bilbo y no advirtió ninguna señal de somnolencia—. ¡Despierta! No estaba dormido, señor Elrond. Si queréis saberlo, habéis venido todos demasiado pronto de la fiesta, y me habéis perturbado... mientras componía una canción. Me enredé en una línea o dos, y estaba recomponiendo los versos, pero supongo que ahora ya no tienen remedio. Habéis cantado tanto que las ideas se me fueron de la cabeza. Tendré que recurrir a mi amigo el Dúnadan para que me ayude. ¿Dónde está?
Elrond rió.
—Lo encontraremos —dijo—. Luego los dos os iréis a un rincón a acabar vuestra tarea, y nosotros la oiremos y la juzgaremos antes que terminen los festejos.
Se enviaron mensajeros en busca del amigo de Bilbo, aunque nadie sabía dónde estaba, ni por qué no había asistido al banquete.
Mientras tanto Frodo y Bilbo se sentaron, y Sam se acercó rápidamente y se quedó junto a ellos. Frodo y Bilbo hablaron en voz baja, sin prestar atención a la alegría y a la música que estallaban en la sala de un extremo a otro. Bilbo no tenía mucho que decir de sí mismo. Luego de dejar Hobbiton había ido como sin rumbo, siguiendo a veces el Camino, o cruzando los campos a un lado o a otro, pero de algún modo había caminado todo el tiempo hacia Rivendel.
—Llegué aquí sin muchas aventuras —dijo—, y luego de un descanso fui hasta Valle acompañando a los enanos: mi último viaje. Ya no iré por los caminos. El viejo Balin había partido. Entonces volví aquí, y aquí me he quedado hasta ahora. He estado ocupado. He seguido escribiendo mi libro. Y compuse algunas canciones, por supuesto. Las cantan aquí de vez en cuando: aunque sólo para complacerme, creo yo; pues no son bastante buenas para Rivendel, naturalmente. Y escucho y pienso. Aquí parece que el tiempo no pasara: existe, nada más. Un sitio notable desde cualquier punto de vista.
”Me han llegado toda clase de noticias de más allá de las Montañas y del Sur, pero ninguna de la Comarca. He tenido noticias del Anillo, por supuesto. Gandalf ha estado aquí a menudo. Aunque no me contó gran cosa; en estos últimos años se ha vuelto cada vez más reservado. El Dúnadan me dijo más. ¡Imagínate mi anillo causando tantos problemas! Es una lástima que Gandalf no lo hubiese averiguado antes. Yo mismo podía haberlo traído aquí hace mucho sin tantas dificultades. Pensé alguna vez en volver a buscarlo a Hobbiton, pero estoy poniéndome viejo, y ellos no me dejarían: Gandalf y Elrond, quiero decir. Parecen pensar que el Enemigo revuelve cielo y tierra buscándome, y que me haría picadillo si me sorprendiera al descubierto.
”Y Gandalf dijo: «Bilbo, el Anillo ha pasado a otro. No sería bueno para ti ni para nadie si te entrometieras otra vez». Curiosa observación, digna de Gandalf. Pero me dijo que cuidaba de ti, de modo que no me preocupé. Me hace terriblemente feliz verte sano y salvo.
Hizo una pausa y miró a Frodo como dudando.
—¿Lo tienes aquí? —preguntó en un murmullo—. No me aguanto de curiosidad, entiendes, luego de todo lo que he oído. Me gustaría mucho echarle un vistazo.
—Sí, lo tengo aquí —respondió Frodo, sintiendo de pronto una rara resistencia—. Tiene el mismo aspecto de siempre.
—Bueno, me gustaría verlo un momento, nada más —dijo Bilbo.
Mientras se vestía, Frodo había descubierto que le habían colgado al cuello el Anillo, y que la cadena era nueva, liviana y fuerte. Sacó lentamente el Anillo. Bilbo extendió la mano. Pero Frodo retiró en seguida el Anillo. Descubrió con pena y asombro que ya no miraba a Bilbo; parecía como si una sombra hubiese caído entre ellos, y detrás de esa sombra alcanzaba a ver una criatura menuda y arrugada, de rostro ávido y manos huesudas y temblorosas. Tuvo ganas de golpearla.
La música y los cantos de alrededor se apagaron de algún modo, y hubo un silencio. Bilbo echó una rápida mirada a la cara de Frodo y se pasó una mano por los ojos.
—Ahora entiendo —dijo—. ¡Apártalo! Lo lamento; lamento que te haya tocado esa carga: lo lamento todo. ¿Las aventuras no terminan nunca? Supongo que no. Alguien tiene que llevar adelante la historia. Bueno, no puede evitarse. Me pregunto si valdrá la pena que termine mi libro. Pero no nos preocupemos por eso ahora. ¡Veamos las noticias! ¡Cuéntame de la Comarca!
Frodo ocultó el Anillo, y la sombra pasó dejando apenas una hilacha de recuerdo. La luz y la música de Rivendel lo rodearon otra vez. Bilbo sonreía y reía, feliz. Todas las noticias que Frodo le daba de la Comarca —ahora de cuando en cuando aumentadas y corregidas por Sam– le parecían del mayor interés, desde la tala de un arbolito hasta las travesuras del niño más pequeño de Hobbiton. Estaban tan absortos en los acontecimientos de las Cuatro Cuadernas que no advirtieron la llegada de un hombre vestido de verde oscuro. Durante algunos minutos se quedó mirándolos con una sonrisa.
De pronto Bilbo alzó los ojos. —¡Ah, al fin llegaste, Dúnadan! —exclamó.
—¡Trancos! —dijo Frodo—. Parece que tienes muchos nombres.
—Bueno, Trancosnunca lo había oído hasta ahora —dijo Bilbo—. ¿Por qué lo llamas así?
—Así me llaman en Bree —dijo Trancos riéndose– y así fui presentado.
—¿Y por qué lo llamas tú Dúnadan? —preguntó Frodo.
– ElDúnadan —dijo Bilbo—. Así lo llaman aquí a menudo. Pensé que conocías bastante élfico como para entender dún-adan: Hombre del Oeste, Númenorean. ¡Pero no es momento de lecciones! —Se volvió hacia Trancos—. ¿Dónde has estado, amigo mío? ¿Por qué no asististe al festín? La Dama Arwen estaba presente.
Trancos miró gravemente a Bilbo. —Lo sé —dijo—, pero a menudo tengo que dejar la alegría a un lado. Elladan y Elrohir han vuelto inesperadamente de las Tierras Ásperas y traían noticias que yo quería oír en seguida.
—Bueno, querido compañero —dijo Bilbo—, ahora que oíste las noticias, ¿puedes dedicarme un momento? Necesito tu ayuda en algo urgente. Elrond dice que mi canción tiene que estar terminada antes de la noche, y me encuentro en un atolladero. ¡Vayamos a un rincón a darle un último toque!
Trancos sonrió. —¡Vamos! —dijo—. ¡Házmela escuchar!
Dejaron un rato a Frodo a solas consigo mismo, pues Sam dormía ahora, y el hobbit se sintió como aislado del mundo y bastante abandonado, aunque todas las gentes de Rivendel se apretaban alrededor. Pero quienes estaban más cerca callaban, atentos a la música de las voces y los instrumentos, sin reparar en ninguna otra cosa. Frodo se puso a escuchar.
Al principio, y tan pronto como prestó atención, la belleza de las melodías y de las palabras entrelazadas en lengua élfica, aunque entendía poco, obraron sobre él como un encantamiento. Le pareció que las palabras tomaban forma, y visiones de tierras lejanas y objetos brillantes que nunca había visto hasta entonces se abrieron ante él; y la sala de la chimenea se transformó en una niebla dorada sobre mares de espuma que suspiraban en las márgenes del mundo. Luego el encantamiento fue más parecido a un sueño, y en seguida sintió que un río interminable de olas de oro y plata venía acercándose, demasiado inmenso para que él pudiera abarcarlo; el río fue parte del aire vibrante que lo rodeaba, lo empapaba y lo inundaba. Frodo se hundió bajo el peso resplandeciente del agua y entró en un profundo reino de sueños.
Allí fue largamente de un lado a otro en un sueño de música que se transformaba en agua corriente, y luego en una voz. Parecía la voz de Bilbo, que cantaba un poema. Débiles al principio y luego más claras se alzaron las palabras.
Eärendil era un marino
que en Arvernien se demoró;
y un bote hizo en Nimbrethil
de madera de árboles caídos;
tejió las velas de hermosa plata,
y los faroles fueron de plata,
el mascarón de proa era un cisne
y había luz en las banderas.
De una panoplia de antiguos reyes
obtuvo anillos encadenados,
un escudo con letras rúnicas
para evitar desgracias y heridas,
un arco de cuerno de dragón
y flechas de ébano tallado;
la cota de malla era de plata
y la vaina de piedra calcedonia,
de acero la espada infatigable
y el casco alto de adamante;
llevaba en la cimera una pluma de águila,
y sobre el pecho una esmeralda.
Bajo la Luna y las estrellas
erró alejándose del norte,
extraviándose en sendas encantadas
más allá de los días de las tierras mortales.
De los chirridos del Hielo Apretado,
donde las sombras yacen en colinas heladas,
de los calores infernales y del ardor de los desiertos
huyó de prisa, y errando todavía
por aguas sin estrellas de allá lejos
llegó al fin a la Noche de la Nada,
y así pasó sin alcanzar a ver
la luz deseada, la orilla centelleante.
Los vientos de la cólera se alzaron arrastrándolo
y a ciegas escapó de la espuma
del este hacia el oeste, y de pronto
volvió rápidamente al país natal.
La alada Elwing vino entonces a él
y la llama se encendió en las tinieblas;
más clara que la luz del diamante
ardía el fuego encima del collar;
y en él puso el Silmaril
coronándolo con una luz viviente;
Eärendil, intrépido, la frente en llamas,
viró la proa, y en aquella noche
del Otro Mundo más allá del Mar
furiosa y libre se alzó una tormenta,
un viento poderoso en Tarmenel,
y como la potencia de la muerte
soplando y mordiendo arrastró el bote
por sitios que los mortales no frecuentan
y mares grises hace tiempo olvidados;
y así Eärendil pasó del este hacia el oeste.
Cruzando la Noche Eterna fue llevado
sobre las olas negras que corrían
por sombras y por costas inundadas
ya antes que los Días empezaran,
hasta que al fin en márgenes de perlas
donde las olas siempre espumosas
traen oro amarillo y joyas pálidas,
donde termina el mundo, oyó la música.
Vio la Montaña que se alzaba en silencio
donde el crepúsculo se tiende en las rodillas
de Valinor, y vio a Eldamar
muy lejos más allá de los mares.
Vagabundo escapado de la noche
llegó por último a un puerto blanco,
al hogar de los Elfos claro y verde,
de aire sutil; pálidas como el vidrio,
al pie de la Colina de Ilmarin
resplandeciendo en un valle abrupto
las torres encendidas de Tirion
se reflejan allí, en el Lago de Sombras.
Allí dejó la vida errante
y le enseñaron canciones,
los sabios le contaron maravillas de antaño,
y le llevaron arpas de oro.
De blanco élfico lo vistieron
y precedido por siete luces
fue hasta la oculta tierra abandonada
cruzando el Calacirian.
Al fin entró en los salones sin tiempo
donde brillando caen los años incontables,
y reina para siempre el Rey Antiguo
en la escarpada Montaña de Ilmarin;
palabras desconocidas se dijeron entonces
de la raza de los Hombres y de los Elfos,
le mostraron visiones del trasmundo
prohibidas para aquellos que allí viven.
Un nuevo barco para él construyeron
de sándalo y de vidrio élfico,
de proa brillante; ningún remo desnudo,
ninguna vela en el mástil de plata:
el Silmaril como linterna
y en la bandera un fuego vivo
puesto allí mismo por Elbereth,
y otorgándole alas inmortales
impuso a Eärendil un eterno destino:
navegar por los cielos sin orillas
detrás del Sol y la luz de la Luna.
De las altas colinas del Anochecer Eterno
donde hay dulces manantiales de plata
las alas lo llevaron, como una luz errante,
más allá del Muro de la Montaña.
Del fin del mundo entonces se volvió
deseando encontrar otra vez
la luz del hogar; navegando entre sombras
y ardiendo como una estrella solitaria
fue por encima de las nieblas
como fuego distante delante del Sol,
maravilla que precede al crepúsculo
donde corren la aguas de Norlanda.
Y así pasó sobre la Tierra Media
y al fin oyó los llantos de dolor
de las mujeres y las doncellas élficas
de los Días Antiguos, de los tiempos de antaño.
Pero un destino implacable pesaba sobre él:
hasta la desaparición de la Luna
pasar como una estrella en órbita
sin detenerse nunca en las orillas
donde habitan los mortales, heraldo
de una misión que no conoce descanso
llevar allá lejos la claridad resplandeciente,
la luz flamígera de Oesternesse.
El canto cesó. Frodo abrió los ojos y vio que Bilbo estaba sentado en el taburete en medio de un círculo de oyentes que sonreían y aplaudían.
—Ahora oigámoslo de nuevo —dijo un Elfo.
Bilbo se incorporó e hizo una reverencia.
—Me siento halagado, Lindir —dijo—. Pero sería demasiado fatigoso repetirlo de cabo a rabo.
—No demasiado fatigoso para ti —replicaron los Elfos riendo—. Sabes que nunca te cansas de recitar tus propios poemas. ¡Pero en verdad una sola audición no es suficiente para que respondamos a tu pregunta!
—¡Qué! —exclamó Bilbo—. ¿No podéis decir qué partes son mías y cuáles de Dúnadan?
—No es fácil para nosotros señalar diferencias entre dos mortales —dijo el Elfo.
—Tonterías, Lindir —gruñó Bilbo—. Si no puedes distinguir entre un Hombre y un Hobbit, tu juicio es más pobre de lo que yo había imaginado. Son como guisantes y manzanas, así de diferentes.
—Quizás. A una oveja otra oveja le parece sin duda diferente —rió Lindir—. O a un pastor. Pero no nos hemos dedicado a estudiar a los Mortales. Hemos tenido otras ocupaciones.
—No discutiré contigo —dijo Bilbo—. Tengo sueño luego de tanta música y canto. Dejaré que lo adivines, si tienes ganas.
Se incorporó y fue hacia Frodo.
—Bueno, por fin se acabó —le dijo en voz baja—. Salí mejor parado de lo que creía. Pocas veces me piden una segunda audición. ¿Qué piensas tú?
—No trataré de adivinar —dijo Frodo sonriendo.
—No tienes por qué hacerlo —dijo Bilbo—. En realidad es todo mío. Aunque Aragorn insistió en que incluyera una piedra verde. Parecía creer que era importante. No sé por qué. Pensaba además que el tema era superior a mis fuerzas, y me dijo que si yo tenía la osadía de hacer versos acerca de Eärendil en casa de Elrond era asunto mío. Creo que tenía razón.
—No sé —dijo Frodo—. A mí me pareció adecuado de algún modo, aunque no podría decirte por qué. Estaba casi dormido cuando empezaste, y me pareció la continuación de un sueño. No caí en la cuenta de que estabas aquí cantando sino casi cerca del fin.
—Es difícil mantenerse despierto en este sitio, hasta que te acostumbras —dijo Bilbo—. Aparte de que los hobbits nunca llegarán a necesitar de la música y la poesía y las leyendas tanto como los Elfos. Parece que las necesitaran como la comida o más. Seguirán así por mucho tiempo hoy. ¿Qué te parece si nos escabullimos y tenemos por ahí una charla tranquila?
—¿Podemos hacerlo? —dijo Frodo.
—Por supuesto. Esto es una fiesta, no una obligación. Puedes ir y venir como te plazca, si no haces ruido.
Se pusieron de pie y se retiraron en silencio a las sombras y fueron hacia la puerta. A Sam lo dejaron atrás, durmiendo con una sonrisa en los labios. A pesar de la satisfacción de estar en compañía de Bilbo, Frodo sintió una punzada de arrepentimiento cuando dejaron la Sala del Fuego. Cruzaban aún el umbral cuando una voz clara entonó una canción.
A Elbereth Gilthoniel,
silivren penna míriel
o menel aglar elenath!
Na-chaered palan-díriel
o galadhremmin ennorath,
Fanuilos, le linnathon
nef aear, sí nef aearon!
Frodo se detuvo un momento volviendo la cabeza. Elrond estaba en su silla y el fuego le iluminaba la cara como la luz de verano entre los árboles. Cerca estaba sentada la Dama Arwen. Sorprendido, Frodo vio que Aragorn estaba de pie junto a ella. Llevaba recogido el manto oscuro, y parecía estar vestido con la cota de malla de los Elfos, y una estrella le brillaba en el pecho. Hablaban juntos. De pronto le pareció a Frodo que Arwen se volvía hacia la puerta, y que la luz de los ojos de la joven caía sobre él desde lejos y le traspasaba el corazón.
Se quedó allí como esperando mientras las dulces sílabas de la canción élfica le llegaban como joyas claras de palabras y música.
—Es un canto a Elbereth —dijo Bilbo—. Cantarán esa canción y otras del Reino Bendecido muchas veces esta noche. ¡Vamos!
Fueron hasta el cuartito de Bilbo que se abría sobre los jardines y miraba al sur por encima de los barrancos del Bruinen. Allí se sentaron un rato, mirando por la ventana las estrellas brillantes sobre los bosques que crecían en las laderas abruptas, y charlando en voz baja. No hablaron más de las menudas noticias de la Comarca distante, ni de las sombras oscuras y los peligros que los habían amenazado, sino de las cosas hermosas que habían visto juntos en el mundo, de los Elfos, de las estrellas, de los árboles, y de la dulce declinación del año brillante en los bosques.
Alguien golpeó al fin la puerta.
—Con el perdón de ustedes —dijo Sam asomando la cabeza—, pero me preguntaba si necesitarían algo.
—Con tu perdón, Sam Gamyi —replicó Bilbo—. Sospecho que quieres decir que es hora de que tu amo se vaya a la cama.
—Bueno, señor, hay un Concilio mañana temprano, he oído decir, y hoy es el primer día que pasa levantado.
—Tienes mucha razón, Sam —rió Bilbo—. Puedes ir a decirle a Gandalf que Frodo ya se fue a acostar. ¡Buenas noches, Frodo! ¡Qué bueno ha sido verte otra vez! En verdad, para una buena conversación no hay nadie como los hobbits. Me estoy poniendo viejo, y ya me pregunto si llegaré a ver los capítulos que te corresponderán en nuestra historia. ¡Buenas noches! Estiraré un rato las piernas, me parece, y miraré las estrellas de Elbereth desde el jardín. ¡Que duermas bien!
2
EL CONCILIO DE ELROND
A la mañana siguiente Frodo despertó temprano, sintiéndose descansado y bien. Caminó a lo largo de las terrazas que dominaban las aguas tumultuosas del Bruinen y observó el sol pálido y fresco que se elevaba por encima de las montañas distantes proyectando unos rayos oblicuos a través de la tenue niebla de plata; el rocío refulgía sobre las hojas amarillas, y las telarañas centelleaban en los arbustos. Sam caminaba junto a Frodo, sin decir nada, pero husmeando el aire y mirando una y otra vez con ojos asombrados las grandes elevaciones del este. La nieve blanqueaba las cimas.
En una vuelta del sendero, sentados en un banco tallado en la piedra, tropezaron con Gandalf y Bilbo que conversaban, abstraídos.
—¡Hola! ¡Buenos días! —dijo Bilbo—. ¿Listo para el gran concilio?
—Listo para cualquier cosa —respondió Frodo—. Pero sobre todas las cosas me gustaría caminar un poco y explorar el valle. Me gustaría visitar esos pinares de allá arriba.
Señaló las alturas del lado norte de Rivendel.
—Quizá encuentres la ocasión más tarde —dijo Gandalf—. Hoy hay mucho que oír y decidir.
De pronto mientras caminaban se oyó el claro tañido de una campana. —Es la campana que llama al Concilio de Elrond —exclamó Gandalf—. ¡Vamos! Se requiere tu presencia y la de Bilbo.
Frodo y Bilbo siguieron rápidamente al mago a lo largo del camino serpeante que llevaba a la casa; detrás de ellos trotaba Sam, que no estaba invitado y a quien habían olvidado por el momento.
Gandalf los llevó hasta el pórtico donde Frodo había encontrado a sus amigos la noche anterior. La luz de la clara mañana otoñal brillaba ahora sobre el valle. El ruido de las aguas burbujeantes subía desde el espumoso lecho del río. Los pájaros cantaban, y una paz serena se extendía sobre la tierra. Para Frodo, la peligrosa huida, los rumores de que la oscuridad estaba creciendo en el mundo exterior, le parecían ahora meros recuerdos de un sueño agitado, pero las caras que se volvieron hacia ellos a la entrada de la sala eran graves.
Elrond estaba allí, y muchos otros que esperaban sentados en silencio, alrededor. Frodo vio a Glorfindel y Glóin; y en un rincón estaba sentado Trancos, envuelto otra vez en aquellas gastadas ropas de viaje. Elrond le indicó a Frodo que se sentara junto a él, y lo presentó a la compañía, diciendo:
—He aquí, amigos míos, al hobbit, Frodo hijo de Drogo. Pocos han llegado atravesando peligros más grandes o en una misión más urgente.
Luego señaló y nombró a todos aquellos que Frodo no conocía aún. Había un enano joven junto a Glóin: su hijo Gimli. Al lado de Glorfindel se alineaban otros consejeros de la casa de Elrond, de quienes Erestor era el jefe; y junto a él se encontraba Galdor, un Elfo de los Puertos Grises a quien Círdan, el carpintero de barcos, le había encomendado una misión. Estaba allí también un Elfo extraño, vestido de castaño y verde, Legolas, que traía un mensaje de su padre, Thranduil, el Rey de los Elfos del Bosque Negro del Norte. Y sentado un poco aparte había un hombre alto de cara hermosa y noble, cabello oscuro y ojos grises, de mirada orgullosa y seria.
Estaba vestido con manto y botas, como para un viaje a caballo, y en verdad aunque las ropas eran ricas, y el manto tenía borde de piel, parecía venir de un largo viaje. De una cadena de plata que tenía al cuello colgaba una piedra blanca; el cabello le llegaba a los hombros. Sujeto a un tahalí llevaba un cuerno grande guarnecido de plata que ahora apoyaba en las rodillas. Examinó a Frodo y Bilbo con sorprendido asombro.
—He aquí —dijo Elrond de pronto, volviéndose hacia Gandalf– a Boromir, un hombre del Sur. Llegó en la mañana gris, y busca consejo. Le pedí que estuviera presente, pues las preguntas que trae tendrán aquí respuesta.
No es necesario contar ahora todo lo que se habló y discutió en el Concilio. Se dijeron muchas cosas a propósito de los acontecimientos del mundo exterior, especialmente en el Sur y en las vastas regiones que se extendían al este de las Montañas. De todo esto Frodo ya había oído muchos rumores, pero el relato de Glóin era nuevo para él, y escuchó al enano con atención. Era evidente que en medio del esplendor de los trabajos manuales los Enanos de la Montaña Solitaria estaban bastante perturbados.
—Hace ya muchos años —dijo Glóin– una sombra de inquietud cayó sobre nuestro pueblo. Al principio no supimos decir de dónde venía. Hubo ante todo murmullos secretos: se decía que vivíamos encerrados en un sitio estrecho, y que en un mundo más ancho encontraríamos mayores riquezas y esplendores. Algunos hablaron de Moria: las poderosas obras de nuestros padres que en la lengua de los enanos llamamos Khazad-dûm, y decían que al fin teníamos el poder y el número suficiente para emprender la vuelta.
Glóin suspiró. —¡Moria! ¡Moria! ¡Maravilla del mundo septentrional! Allí cavamos demasiado hondo, y despertamos el miedo sin nombre. Mucho tiempo han estado vacías esas grandes mansiones, desde la huida de los hijos de Durin. Pero ahora hablamos de ella otra vez con nostalgia, y sin embargo con temor, pues ningún enano se ha atrevido a cruzar las puertas de Khazad-dûm durante muchas generaciones de reyes, excepto Thrór, que pereció. No obstante, Balin prestó atención al fin a los rumores, y resolvió partir, y aunque Dáin no le dio permiso de buena gana, llevó consigo a Ori y Óin y muchas de nuestras gentes, y fueron hacia el sur.
”Esto ocurrió hace unos treinta años. Durante un tiempo tuvimos noticias y parecían buenas. Los informes decían que habían entrado en Moria y que habían iniciado allí grandes trabajos. Luego siguió un silencio, y ni una palabra llegó de Moria desde entonces.
”Más tarde, hace un año, un mensajero llegó a Dáin, pero no de Moria... de Mordor: un jinete nocturno que llamó a las puertas de Dáin. El Señor Sauron el Grande, así dijo, deseaba nuestra amistad. Por esto nos daría anillos, como los que había dado en otro tiempo. Y en seguida el mensajero solicitó información perentoria sobre los hobbits, de qué especie eran y dónde vivían. «Pues Sauron sabe —nos dijo—, que conocisteis a uno de ellos en la otra época.»
”Al oír esto nos sentimos muy confundidos y no contestamos. Entonces el tono feroz del mensajero se hizo más bajo, y hubiera endulzado la voz, si hubiese podido. «Sólo como pequeña prueba de amistad Sauron os pide —dijo—, que encontréis a ese ladrón —tal fue la palabra—, y que le saquéis a las buenas o a las malas un anillito, el más insignificante de los anillos, que robó hace tiempo. Es sólo una fruslería, un capricho de Sauron, y una demostración de buena voluntad de vuestra parte. Encontradlo, y tres anillos que los señores enanos poseían desde hace tiempo os serán devueltos, y el reino de Moria será vuestro para siempre. Dadnos sólo noticias del ladrón, si todavía vive y dónde, y obtendréis una gran recompensa y la amistad imperecedera del Señor. Rehusad, y las cosas no irán tan bien. ¿Rehusáis?»
”El soplo que acompañó a estas palabras fue como el silbido de las serpientes, y aquellos que estaban cerca sintieron un escalofrío, pero Dáin dijo: «No digo ni sí ni no. Tengo que pensar detenidamente en este mensaje y en lo que significa bajo tan hermosa apariencia.»