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La Comunidad del Anillo
  • Текст добавлен: 5 октября 2016, 02:20

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Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien



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”Pero entre toda esta charla alcancé a oír al fin que Frodo había dejado Hobbiton una semana antes, y que un Jinete Negro había visitado la loma esa misma noche. Me alejé al galope, asustado. Llegué a Los Gamos y lo encontré alborotado, activo como un hormiguero que ha sido removido con una vara. Fui a Cricava, y la casa estaba abierta y vacía, pero en el umbral encontré una capa que había sido de Frodo. Entonces y por un tiempo perdí toda esperanza; no me quedé a recoger noticias, que me hubiesen aliviado, y corrí tras las huellas de los Jinetes. Eran difíciles de seguir, pues se separaban en muchas direcciones, y al fin me desorienté. Me pareció que uno o dos habían ido hacia Bree, y allá fui yo también, pues se me habían ocurrido unas palabras que quería decirle al posadero.

”«Mantecona lo llaman —pensé—. Si es culpable de esta demora, le derretiré toda la manteca, asándolo a fuego lento a ese viejo tonto.»

”Él no esperaba menos, pues cuando me vio cayó redondo al suelo y comenzó a derretirse allí mismo.

—¿Qué le hiciste? —gritó Frodo, alarmado—. Fue realmente muy amable con nosotros e hizo todo lo que pudo.

Gandalf rió. —¡No temas! —dijo—. No muerdo, y ladré pocas veces. Tan contento como estaba yo con las noticias que le saqué, cuando se le fueron los temblores, que abracé al buen hombre. Yo no entendía cómo habían pasado las cosas, pero supe que habías estado en Bree la noche anterior, y que esa misma mañana habías partido con Trancos.

”«¡Trancos!», dije con un grito de alegría.

”«Sí, señor, temo que sí, señor —dijo Mantecona malentendiéndome—. No pude impedir que se acercara a ellos, y ellos se fueron con él. Actuaron de un modo muy raro todo el tiempo que estuvieron aquí; tercos, diría yo.»

”«¡Asno! ¡Tonto! ¡Tres veces digno y querido Cebadilla! —dije—. Son las mejores noticias que he tenido desde el solsticio de verano; valen por lo menos una pieza de oro. ¡Que tu cerveza se beneficie con un encantamiento de excelencia insuperable durante siete años! —dije—. Ahora puedo tomarme una noche de descanso, la primera desde no sé cuánto tiempo.»


”De modo que pasé allí la noche, preguntándome qué habría sido de los Jinetes; en Bree no se habían visto sino dos o tres, parecía. Aunque esa noche oímos más. Cinco por lo menos llegaron del oeste, y echaron abajo las puertas y atravesaron Bree como un viento que aúlla; y las gentes de Bree no han dejado de temblar y están esperando el fin del mundo. Me levanté antes del amanecer y fui tras ellos.

”No estoy seguro, pero yo diría que fue esto lo que ocurrió. El capitán de los Jinetes permaneció en secreto al sur de Bree, mientras dos de ellos cruzaban la aldea, y cuatro más invadían la Comarca. Pero luego de haber fracasado en Bree y Cricava, llevaron las noticias al capitán, descuidando un rato la vigilancia del Camino, donde sólo quedaron los espías. Entonces el capitán mandó a algunos hacia el este, cruzando la región en línea recta, y él y el resto fueron al galope a lo largo del Camino, furiosos.

”Corrí hacia la Cima de los Vientos, y llegué allí antes de la caída del sol en mi segunda jornada desde Bree, y ellos ya estaban allí. Se retiraron en seguida, pues sintieron la llegada de mi cólera y no se atrevían a enfrentarla mientras el sol estuviese en el cielo. Pero durante la noche cerraron el cerco, y me sitiaron en la cima de la montana, en el antiguo anillo de Amon Sûl. Fue difícil para mí en verdad. Una luz y una llama semejantes no se habían visto en la Cima de los Vientos desde las hogueras de guerra de otras épocas.

”Al amanecer escapé de prisa hacia el norte. No podía hacer otra cosa. Era imposible encontrarte en el desierto, Frodo, y hubiese sido una locura intentarlo con los Nueve pisándome los talones. De modo que tenía que confiar en Aragorn. Yo esperaba desviar a algunos de ellos, y llegar a Rivendel antes que tú, y enviar ayuda. Cuatro Jinetes vinieron detrás de mí, pero se volvieron al cabo de un rato, y me pareció que iban hacia el Vado. Esto ayudó un poco, pues eran sólo cinco, no nueve, cuando atacaron tu campamento.

”Llegué aquí al fin siguiendo un camino largo y difícil, remontando el Fontegrís y cruzando los Páramos de Etten, y descendiendo desde el norte. Tardé casi quince días desde la Cima de los Vientos, pues no es posible cabalgar entre las rocas en las colinas de los trolls, y despedí a Sombragrís. Lo envié de vuelta a su amo, pero una gran amistad ha nacido entre nosotros, y si lo necesito vendrá a mi llamada. Y así sucedió que llegué a Rivendel sólo tres días antes que el Anillo, y las noticias del peligro que corría ya se conocían aquí, lo que era buena señal.

”Y esto, Frodo, es el fin de mi relato. Que Elrond y los demás me perdonen que haya sido tan extenso. Pero esto nunca había ocurrido antes, que Gandalf faltara a una cita y no cumpliera lo prometido. Había que dar cuenta de un suceso tan raro al Portador del Anillo, me parece.

”Bueno, la historia ya ha sido contada, del principio al fin. Henos aqui reunidos, y he aquí el Anillo. Pero no estamos más cerca que antes de nuestro propósito. ¿Qué haremos?


Hubo un silencio. Luego Elrond habló otra vez.

—Las noticias que conciernen a Saruman son graves —dijo—, pues confiamos en él, y está muy enterado de lo que pasa en los concilios. Es peligroso estudiar demasiado a fondo las artes del Enemigo, para bien o para mal. Mas tales caídas y traiciones, ay, han ocurrido antes. De los relatos que hoy hemos oído, el de Frodo me parece el más raro. He conocido pocos hobbits, excepto a Bilbo aquí presente, y creo que no es quizá una figura tan solitaria y peculiar como yo había pensado. El mundo ha cambiado mucho desde mis últimos viajes por los caminos del oeste.

”Los Tumularios los conocemos bajo muchos nombres, y del Bosque Viejo se han contado muchas historias. Todo lo que queda de él es un macizo en lo que era la frontera norte. Hubo un tiempo en que una ardilla podía ir de árbol en árbol desde lo que es ahora la Comarca hasta las Tierras Brunas al oeste de Isengard. Por esas tierras yo viajé una vez, y conocí muchas cosas extrañas y salvajes. Pero había olvidado a Bombadil, si en verdad éste es el mismo que caminaba hace tiempo por los bosques y colinas y ya era el más viejo de todos los viejos. No se llamaba así a la sazón. Iarwain Ben-adar lo llamábamos: el más antiguo y el que no tiene padre. Aunque otras gentes lo llamaron de otro modo: fue Forn para los Enanos, Orald para los Hombres del Norte, y tuvo muchos otros nombres. Es una criatura extraña, pero quizá debiéramos haberlo invitado a nuestro Concilio.

—No hubiese venido —dijo Gandalf.

—¿No habría tiempo aún de enviarle un mensaje y obtener su ayuda? —preguntó Erestor—. Parece que tuviera poder aún sobre el Anillo.

—No, yo no lo diría así —respondió Gandalf—. Diría mejor que el Anillo no tiene poder sobre él. Es su propio amo. Pero no puede cambiar el Anillo mismo, ni quitarle el poder que tiene sobre otros. Y ahora se ha retirado a una región pequeña, dentro de límites que él mismo ha establecido, aunque nadie puede verlos, esperando quizá a que los tiempos cambien, y no dará un paso fuera de ellos.

—Sin embargo dentro de esos límites nada parece amedrentarlo —dijo Erestor—. ¿No tomaría él el Anillo guardándolo allí, inofensivo para siempre?

—No —dijo Gandalf—, no voluntariamente. Lo haría si la gente libre del mundo llegara a pedírselo, pero no entendería nuestras razones. Y si le diésemos el Anillo, lo olvidaría pronto, o más probablemente lo tiraría. No le interesan estas cosas. Sería el más inseguro de los guardianes, y esto solo es respuesta suficiente.

—De cualquier modo —dijo Glorfindel– enviarle el Anillo sería sólo posponer el día de la sentencia. Vive muy lejos. No podríamos llevárselo sin que nadie sospechara, sin que nos viera algún espía. Y aunque fuese posible, tarde o temprano el Señor de los Anillos descubriría el escondite, y volcaría allí todo su poder. ¿Bombadil solo podría desafiar todo ese poder? Creo que no. Creo que al fin, si todo lo demás es conquistado, Bombadil caerá también, el Último, así como fue el Primero, y luego vendrá la noche.

—Poco sé de Iarwain excepto el nombre —dijo Galdor—, pero Glorfindel, pienso, tiene razón. El poder de desafiar al Enemigo no está en él, a no ser que esté en la tierra misma. Y sabemos sin embargo que Sauron puede torturar y destruir las colinas. El poder que todavía queda está aquí entre nosotros, en Imladris, o en Círdan de los Puertos, o en Lórien. Pero ¿tienen ellos la fuerza, tendremos nosotros la fuerza de resistir al Enemigo, la llegada de Sauron en los últimos días, cuando todo lo demás ya haya sido dominado?

—Yo no tengo la fuerza —dijo Elrond—, ni tampoco ellos.

—Entonces si la fuerza no basta para mantener el Anillo fuera del alcance del Enemigo —dijo Glorfindel– sólo nos queda intentar dos cosas: llevarlo al otro lado del Mar, o destruirlo.

—Pero Gandalf nos ha revelado que los medios de que nosotros disponemos no podrían destruirlo —dijo Elrond—. Y aquellos que habitan más allá del mar no lo recibirán: para mal o para bien pertenece a la Tierra Media. El problema tenemos que resolverlo nosotros, los que aún vivimos aquí.

—Entonces —dijo Glorfindel– arrojémoslo a las profundidades, y que las mentiras de Saruman sean así verdad. Pues es claro que aun en el Concilio ha venido siguiendo un camino tortuoso. Sabía que el Anillo no se había perdido para siempre, pero deseaba que nosotros lo creyeramos, pues ya estaba codiciándolo. La verdad se oculta a veces en la mentira. Estaría seguro en el Mar.

—No seguro para siempre —dijo Gandalf—. Hay muchas cosas en las aguas profundas, y los mares y las tierras pueden cambiar. Y nuestra tarea aquí no es pensar en una estación, o en unas pocas generaciones de Hombres, o en una epoca pasajera del mundo. Tenemos que buscar un fin definitivo a esta amenaza, aunque no esperemos encontrarlo.

—No lo encontraremos en los caminos que van al Mar —dijo Galdor—. Si se cree que llevárselo a Iarwain es demasiado peligroso, en la huida hacia el Mar hay ahora un peligro mucho mayor. El corazón me dice que Sauron esperará que tomemos el camino del oeste, cuando se entere de lo ocurrido. Se enterará pronto. Los Nueve han quedado a pie, es cierto, pero esto no nos da más que un respiro, hasta que encuentren nuevas cabalgaduras y más rápidas. Sólo la menguante fuerza de Gondor se alza ahora entre él y una marcha de conquista a lo largo de las costas, hacia el norte, y si viene y llega a apoderarse de las Torres Blancas y los Puertos, es posible que los Elfos ya no puedan escapar a las sombras que se alargan sobre la Tierra Media.

—Esa marcha será impedida por mucho tiempo —dijo Boromir—. Gondor mengua, dices. Pero se mantiene en pie, y aun declinante, la fuerza de Gondor es todavía poderosa.

—Y sin embargo ya no es capaz de parar a los Nueve —dijo Galdor—. Y el Enemigo puede encontrar otros caminos que Gondor no vigila.

—Entonces —dijo Erestor– hay sólo dos rumbos, como Glorfindel ya ha dicho: esconder el Anillo para siempre, o destruirlo. Pero los dos están más allá de nuestro alcance. ¿Quién nos resolverá este enigma?

—Nadie aquí puede hacerlo —dijo Elrond gravemente—. Al menos nadie puede decir qué pasará si tomamos este camino o el otro. Pero ahora creo saber ya qué camino tendríamos que tomar. El occidental parece el más fácil. Por lo tanto hay que evitarlo. Lo vigilarán. Los Elfos han huido a menudo por ese camino. Ahora, en circunstancias extremas, hemos de elegir un camino difícil, un camino imprevisto. Ésa es nuestra esperanza, si hay esperanza: ir hacia el peligro, ir a Mordor. Tenemos que echar el Anillo al Fuego.


Hubo otro silencio. Frodo, aun en aquella hermosa casa, que miraba a un valle soleado, de donde llegaba un arrullo de aguas claras, sintió que una oscuridad mortal le invadía el corazón. Boromir se agitó en el asiento y Frodo lo miró. Tamborileaba con los dedos sobre el cuerno y fruncía el ceño. Al fin habló.

—No entiendo todo esto —dijo—. Saruman es un traidor, pero ¿no tuvo ni una chispa de sabiduría? ¿Por qué habláis siempre de ocultar y destruir? ¿Por qué no pensar que el Gran Anillo ha llegado a nuestras manos para servirnos en esta hora de necesidad? Llevando el Anillo, los Señores de los Libres podrían derrotar al Enemigo. Y esto es lo que él teme, a mi entender.

”Los Hombres de Gondor son valientes, y nunca se someterán; pero pueden ser derrotados. El valor necesita fuerza ante todo, y luego un arma. Que el Anillo sea vuestra arma, si tiene tanto poder como pensáis. ¡Tomadlo, y marchad a la victoria!

—Ay, no —dijo Elrond—. No podemos utilizar el Anillo Soberano. Esto lo sabemos ahora demasiado bien. Le pertenece a Sauron, pues él lo hizo solo, y es completamente maléfico. La fuerza del Anillo, Boromir, es demasiado grande para que alguien lo maneje a voluntad, salvo aquellos que ya tienen un gran poder propio. Pero para ellos encierra un peligro todavía más mortal. Basta desear el Anillo para que el corazón se corrompa. Piensa en Saruman. Si cualquiera de los Sabios derrocara con la ayuda del Anillo al Señor de Mordor, empleando las mismas artes que él, terminaría instalándose en el trono de Sauron, y un nuevo Señor Oscuro aparecería en la tierra. Y ésta es otra razón por la que el Anillo tiene que ser destruido; en tanto esté en el mundo será un peligro aun para los Sabios. Pues nada es malo en un principio. Ni siquiera Sauron lo era. Temo tocar el Anillo para esconderlo. No tomaré el Anillo para utilizarlo.

—Ni yo tampoco —dijo Gandalf.

Boromir los miró con aire de duda, pero asintió inclinando la cabeza.

—Que así sea entonces —dijo—. La gente de Gondor tendrá que confiar en las armas ya conocidas. Y al menos mientras los Sabios guarden el Anillo, seguiremos luchando. Quizá la Espada-que-estuvo-quebrada sea capaz aún de contener la marea, si la mano que la esgrime no sólo ha heredado un arma sino también el nervio de los Reyes de los Hombres.

—¿Quién puede decirlo? —dijo Aragorn—. La pondremos a prueba algún día.

—Que ese día no tarde —dijo Boromir—. Pues aunque no pido ayuda la necesitamos. Nos animaría saber que otros luchan también con todos los medios de que disponen.

—Anímate, entonces —dijo Elrond—. Pues hay otros poderes y reinos que no conoces, que están ocultos para ti. El caudal del Anduin el Grande baña muchas orillas antes de llegar a Argonath y a las Puertas de Gondor.

—Aun así podría convenir a todos —dijo Glóin el Enano– que todas estas fuerzas se unieran, y que los poderes de cada uno se utilizaran de común acuerdo. Puede haber otros anillos, menos traicioneros, a los que podríamos recurrir. Los Siete están perdidos para nosotros, si Balin no ha encontrado el anillo de Thrór, que era el último. Nada se ha sabido de él desde que Thrór pereció en Moria. En verdad, puedo revelar ahora que uno de los motivos del viaje de Balin era la esperanza de encontrar ese anillo.

—Balin no encontrará ningún anillo en Moria —dijo Gandalf—. Thrór se lo dio a su hijo Thráin, pero Thráin no se lo dio a Thorin. Se lo quitaron a Thráin torturándolo en los calabozos de Dol Guldur. Llegué demasiado tarde.

—¡Ay, ay! —gritó Glóin—. ¿Cuándo será el día de nuestra venganza? Pero todavía quedan los Tres. ¿Qué hay de los Tres Anillos de los Elfos? Anillos muy poderosos, dicen. ¿No los guardan consigo los Señores de los Elfos? Sin embargo ellos también fueron hechos por el Señor Oscuro tiempo atrás. ¿Están ociosos? Veo Señores de los Elfos aquí. ¿No dirán nada?

Los Elfos no respondieron.

—¿No me has oído, Glóin? —dijo Elrond—. Los Tres no fueron hechos por Sauron, ni siquiera llegó a tocarlos alguna vez. Pero de ellos no es permitido hablar. Aunque algo diré, en esta hora de dudas. No están ociosos. Pero no fueron hechos como armas de guerra o conquista; no es ése el poder que tienen. Quienes los hicieron no deseaban ni fuerza ni dominio ni riquezas, sino el poder de comprender, crear y curar, para preservar todas las cosas sin mancha. Los Elfos de la Tierra Media han obtenido estas cosas en cierta medida, aunque con dolor. Pero todo lo que haya sido alcanzado por quienes se sirven de los Tres se volverá contra ellos, y Sauron leerá en las mentes y los corazones de todos, si recobra el Único. Habría sido mejor que los Tres nunca hubieran existido. Esto es lo que Sauron pretende.

—Pero ¿qué sucederá si el Anillo Soberano es destruido, como tú aconsejas? —preguntó Glóin.

—No lo sabemos con seguridad —respondió Elrond tristemente—. Algunos esperan que los Tres Anillos, que Sauron nunca tocó, se liberen entonces, y quienes gobiernen los Anillos podrían curar así las heridas que el Único ha causado en el mundo. Pero es posible también que cuando el Único desaparezca, los Tres se malogren, y que junto con ellos se marchiten y olviden muchas cosas hermosas. Eso es lo que creo.

—Sin embargo todos los Elfos están dispuestos a correr ese riesgo —dijo Glorfindel—, si pudiéramos destruir el poder de Sauron, y librarnos para siempre del miedo a que domine el mundo.

—Así volvemos otra vez a la destrucción del Anillo —dijo Erestor—, y sin embargo no estamos más cerca. ¿De qué fuerza disponemos para encontrar el Fuego en que fue forjado? Es el camino de la desesperación. De la locura, podría decir, si la larga sabiduría de Elrond no me lo impidiese.

—¿Desesperación, o locura? —dijo Gandalf—. No desesperación, pues sólo desesperan aquellos que ven el fin más allá de toda duda. Nosotros no. Es sabiduría reconocer la necesidad, cuando todos los otros cursos ya han sido considerados, aunque pueda parecer locura a aquellos que se aferran a falsas esperanzas. Bueno, ¡que la locura sea nuestro manto, un velo en los ojos del Enemigo! Pues el Enemigo es muy sagaz, y mide todas las cosas con precisión, según la escala de su propia malicia. Pero la única medida que conoce es el deseo, deseo de poder, y así juzga todos los corazones. No se le ocurrirá nunca que alguien pueda rehusar el poder, que teniendo el Anillo queramos destruirlo. Si nos ponemos esa meta, confundiremos todas sus conjeturas.

—Al menos por un tiempo —dijo Elrond—. Hay que tomar ese camino, pero recorrerlo será difícil. Y ni la fuerza ni la sabiduría podrían llevarnos muy lejos. Los débiles pueden intentar esta tarea con tantas esperanzas como los fuertes. Sin embargo, así son a menudo los trabajos que mueven las ruedas del mundo. Las manos pequeñas hacen esos trabajos porque es menester hacerlos, mientras los ojos de los grandes se vuelven a otra parte.


—¡Muy bien, muy bien, Señor Elrond! —dijo Bilbo de pronto—. ¡No digas más! El propósito de tu discurso es bastante claro. Bilbo el hobbit tonto comenzó este asunto y será mejor que Bilbo lo termine, o que termine él mismo. Yo estaba muy cómodo aquí, ocupado en mi obra. Si quieres saberlo, en estos días estoy escribiendo una conclusión. Había pensado poner: y desde entonces vivió feliz hasta el fin de sus días. Era un buen final; poco importa que se hubiera usado antes. Ahora tendré que alterarlo: no parece que vaya a ser verdad, y de todos modos es evidente que habrá que anadir otros varios capítulos, si vivo para escribirlos. Es muy fastidioso. ¿Cuándo he de ponerme en camino?

Boromir miró sorprendido a Bilbo, pero la risa se le apagó en los labios cuando vio que todos miraban con grave respeto al viejo hobbit. Sólo Glóin sonreía, pero la sonrisa le venía de viejos recuerdos.

—Por supuesto, mi querido Bilbo —dijo Gandalf—. Si tú iniciaste realmente este asunto, tendrás que terminarlo. Pero sabes muy bien que decir he iniciadoes de una pretensión excesiva para cualquiera, y que los héroes desempeñan siempre un pequeño papel en las grandes hazañas. No tienes por que inclinarte. Sabemos que tus palabras fueron sinceras, y que bajo esa apariencia de broma nos hacías un ofrecimiento valeroso. Pero que supera tus fuerzas, Bilbo. No puedes empezar otra vez, el problema ha pasado a otras manos. Si aún tienes necesidad de mi consejo, te diría que tu parte ha concluido, excepto como cronista. ¡Termina el libro, y no cambies el final! Todavía hay esperanzas de que sea posible. Pero prepárate a escribir una continuación, cuando ellos vuelvan.

Bilbo rió. —No recuerdo que me hayas dado antes un consejo agradable —dijo—. Como todos tus consejos desagradables han resultado buenos, me pregunto si éste no será malo. Sin embargo, no creo que me quede bastante fuerza o suerte como para tratar con el Anillo. Ha crecido, y yo no. Pero dime, ¿a quién te refieres cuando dices ellos?

—A los mensajeros que llevarán el Anillo.

—¡Exactamente! ¿Y quiénes serán? Eso es lo que el Concilio tiene que decidir, me parece, y ninguna otra cosa. Los Elfos se alimentan de palabras, y los Enanos están muy fatigados; yo soy sólo un viejo hobbit y extraño la comida del mediodía. ¿Se te ocurren algunos nombres? ¿O lo dejamos para después de comer?


Nadie respondió. Sonó la campana del mediodía. Nadie habló tampoco ahora. Frodo echó una ojeada a todas las caras, pero no lo miraban a él; todo el Concilio bajaba los ojos, como sumido en profundos pensamientos. Sintió que un gran temor lo invadía, como si estuviese esperando una sentencia que ya había previsto hacía tiempo, pero que no deseaba oír. Un irresistible deseo de descansar y quedarse a vivir en Rivendel junto a Bilbo le colmó el corazón. Al fin habló haciendo un esfuerzo, y oyó sorprendido sus propias palabras, como si algún otro estuviera sirviéndose de su vocecita.

—Yo llevaré el Anillo —dijo—, aunque no sé cómo.


Elrond alzó los ojos y lo miró, y Frodo sintió que aquella mirada penetrante le traspasaba el corazón.

—Si he entendido bien todo lo que he oído —dijo Elrond—, creo que esta tarea te corresponde a ti, Frodo, y si tú no sabes cómo llevarla a cabo, ningún otro lo sabrá. Ésta es la hora de quienes viven en la Comarca, de quienes dejan los campos tranquilos para estremecer las torres y los concilios de los Grandes. ¿Quién de todos los Sabios pudo haberlo previsto? Y si son sabios, ¿por qué esperarían saberlo, antes que sonara la hora?

”Pero es una carga pesada. Tan pesada que nadie puede pasársela a otro. No la pongo en ti. Pero si tú la tomas libremente, te diré que tu elección es buena; y aunque todos los poderosos amigos de los Elfos de antes, Hador y Húrin, y Túrin, y Beren mismo aparecieran juntos aquí, tu lugar estaría entre ellos.

—Pero ¿usted lo enviará solo, Señor? —gritó Sam, que ya no pudo seguir conteniéndose y saltó desde el rincón donde había estado sentado en el suelo.

—¡No por cierto! —dijo Elrond volviéndose hacia él con una sonrisa—. Tú lo acompañarás al menos. No parece fácil separarte de Frodo, aunque él haya sido convocado a un concilio secreto, y tú no.

Sam se sentó, enrojeciendo y murmurando.

—¡En un bonito enredo nos hemos metido, señor Frodo! —dijo meneando la cabeza.


3



EL ANILLO VA HACIA EL SUR



Más tarde, ese día los hobbits tuvieron una reunión privada en el cuarto de Bilbo. Merry y Pippin se mostraron indignados cuando supieron que Sam se había metido de rondón en el Concilio, y había sido elegido como compañero de Frodo.

—Es muy injusto —dijo Pippin—. En vez de expulsarlo y ponerlo en cadenas, ¡Elrond lo recompensapor su desfachatez!

—¡Recompensa! —dijo Frodo—. No podría imaginar un castigo más severo. No piensas en lo que dices: ¿condenado a hacer un viaje sin esperanza, una recompensa? Ayer soñé que mi tarea estaba cumplida, y que podía descansar aquí un rato, quizá para siempre.

—No me sorprende —dijo Merry– y ojalá pudieras. Pero estábamos envidiando a Sam, no a ti. Si tú tienes que ir, sería un castigo para cualquiera de nosotros quedarnos atrás, aun en Rivendel. Hemos recorrido un largo camino juntos y hemos pasado momentos difíciles. Queremos continuar.

—Es lo que yo quería decir —continuó Pippin—. Nosotros los hobbits tenemos que mantenernos unidos, y eso haremos. Partiré contigo, a menos que me encadenen. Tiene que haber alguien con inteligencia en el grupo.

—¡En ese caso no creo que te elijan, Peregrin Tuk! —dijo Gandalf asomando la cabeza por la ventana, que estaba cerca del suelo—. Pero no tenéis por qué estar preocupados. Nada se ha decidido aún.

—¡Nada se ha decidido! —exclamó Pippin—. Entonces, ¿qué estuvisteis haciendo, encerrados durante horas?

—Hablando —dijo Bilbo—. Había mucho que hablar y todos escucharon algo que los dejó boquiabiertos. Hasta el viejo Gandalf. Creo que las breves noticias que dio Legolas sobre Gollum le cayeron como un balde de agua fría, aunque no hizo comentarios.

—Estás equivocado —dijo Gandalf—. No prestaste atención. Ya me lo había dicho Gwaihir. Quienes dejaron boquiabiertos a los otros, como tú dices, fueron tú y Frodo; yo fui el único que no se sorprendió.

—Bueno, de todos modos —dijo Bilbo—, nada se decidió aparte de la elección del pobre Frodo y Sam. Este final me lo temí siempre, si yo quedaba descartado. Pero pienso que Elrond enviará una partida numerosa, cuando tenga los primeros informes. ¿Han partido ya, Gandalf?

—Sí —dijo el mago—. Ya han salido algunos exploradores, y mañana irán más. Elrond está enviando Elfos, y se pondrán en contacto con los Montaraces, y quizá con la gente de Thranduil en el Bosque Negro. Y Aragorn ha partido con los hijos de Elrond. Se hará una batida en varias leguas a la redonda antes de decidir la primera movida. ¡De modo que anímate, Frodo! Quizá te quedes aquí un tiempo largo.

—Ah —dijo Sam con aire sombrío—. Bastante largo como para que llegue el invierno.

—Eso es inevitable —dijo Bilbo—, y en parte tu culpa, querido Frodo; insististe en esperar mi cumpleaños. Curiosa celebración diría yo. No es en verdad el día que yo hubiese elegido para que los S-B entraran en Bolsón Cerrado. Y ésta es la situación ahora: no puedes esperar hasta la primavera, y no puedes salir antes que lleguen los informes.


Cuando el invierno comienza a morder

y las piedras crujen en la noche helada

de charcos negros y árboles desnudos

no es bueno viajar por tierras ásperas.


”Me temo que ésa sea justamente tu suerte.

—Yo también temo que ésa sea la suerte de Frodo —dijo Gandalf—. No podemos partir hasta que sepamos algo de los Jinetes.

—Pensé que habían sido destruidos en la crecida —dijo Merry.

—Los Espectros del Anillo no pueden ser destruidos con tanta facilidad —dijo Gandalf—. Llevan en ellos el poder del amo, y resisten o caen junto con él. Esperamos que hayan quedado todos a pie y sin disfraces, de modo que durante un tiempo serán menos peligrosos; pero no lo sabemos bien todavía. Entretanto, Frodo, trata de olvidar tus dificultades. No sé si puedo hacer algo que te sirva de ayuda; pero te soplaré un secreto: alguien dijo que este grupo necesitaba una inteligencia. Tenía razón. Creo que iré contigo.

Tan grande fue la alegría de Frodo al oír este anuncio que Gandalf dejó el alféizar de la ventana, donde estaba sentado, y se sacó el sombrero haciendo una reverencia.

—Sólo dije Creo que iré. No cuentes aún con nada. En este asunto, Elrond tendrá mucho que decir, y también tu amigo Trancos. Lo que me recuerda que quiero ver a Elrond. No puedo demorarme más.

—¿Cuánto tiempo crees que estaré aquí? —le preguntó Frodo a Bilbo, una vez que Gandalf se retiró.

—Oh, no sé. En Rivendel se me van los días sin darme cuenta —dijo Bilbo—. Pero bastante tiempo, creo. Podremos tener muchas buenas charlas. ¿Qué te parece si me ayudas con el libro, y empiezas el próximo? ¿Has pensado en algún final?

—Sí, en varios; todos sombríos y desagradables —dijo Frodo.

—¡Oh, eso no sirve! —dijo Bilbo—. Los libros han de tener un final feliz. Qué te parece éste: y vivieron juntos y felices para siempre.

—Estaría bien, si eso llegara a ocurrir —dijo Frodo.

—Ah —dijo Sam—. ¿Y dónde vivirán? Es lo que me pregunto a menudo.


Durante un rato los hobbits continuaron hablando y pensando en el viaje pasado y en los peligros que les esperaban en el futuro; pero era tal la virtud de la tierra de Rivendel que pronto se sintieron libres de miedos y ansiedades. El futuro, bueno o malo, no fue olvidado, pero ya no tuvo ningún poder sobre el presente. La salud y la esperanza se acrecentaron en ellos, y estaban contentos, tomando los días tal como se presentaban, disfrutando de las comidas, las charlas y las canciones.

Así el tiempo pasó deslizándose, y todas las mañanas eran hermosas y brillantes, y todas las noches claras y frescas. Pero el otoño menguaba rápidamente; poco a poco la luz de oro declinaba transformándose en plata pálida, y unas hojas tardías caían de los árboles desnudos. Un viento helado empezó a soplar hacia el este desde las Montañas Nubladas. La Luna del Cazador crecía en el cielo nocturno, y todas las estrellas menores huían. Pero en el horizonte del sur brillaba una estrella roja. Cuando la luna menguaba otra vez, el brillo de la estrella aumentaba, noche a noche. Frodo podía verla desde la ventana, hundida en el cielo, ardiendo como un ojo vigilante que resplandecía sobre los árboles al borde del valle.


Los hobbits habían pasado cerca de dos meses en la Casa de Elrond, y noviembre se había llevado los últimos jirones del otoño, y concluía diciembre, cuando los exploradores comenzaron a volver. Algunos habían ido al norte, más allá del nacimiento del Fontegrís, internándose en los Páramos de Etten; y otros habían ido al oeste, y con la ayuda de Aragorn y los Montaraces llegaron a explorar las tierras todo a lo largo del Aguada Gris, hasta Tharbad, donde el viejo Camino del Norte cruzaba el río junto a una ciudad en ruinas. Muchos habían ido al este y al sur; y algunos de ellos habían cruzado las Montañas entrando luego en el Bosque Negro, mientras que otros habían escalado el paso en las fuentes del Río Gladio, descendiendo a las Tierras Ásperas y atravesando los Campos Gladios hasta llegar al viejo hogar de Radagast en Rhosgobel. Radagast no estaba allí, y volvieron cruzando el desfiladero que llamaban Escalera del Arroyo Sombrío. Los hijos de Elrond, Elladan y Elrohir, fueron los últimos en volver; habían hecho un largo viaje, marchando a la vera del Cauce de Plata hasta un extraño país, pero de sus andanzas no hablaron con nadie excepto con Elrond.

En ninguna región habían tropezado los mensajeros con señales o noticias de los Jinetes o de otros sirvientes del Enemigo. Ni siquiera las Águilas de las Montañas Nubladas habían podido darles noticias frescas. Nada se había visto ni oído de Gollum; pero los lobos salvajes continuaban reuniéndose, y cazaban otra vez muy arriba del Río Grande. Tres de los caballos negros aparecieron ahogados en las aguas crecidas del Vado. Más abajo, en las piedras de los rápidos, se encontraron los cadáveres de cinco caballos más, y también un manto largo y negro, hecho jirones. De los Jinetes Negros no había ninguna señal, y no se sentía que anduviesen cerca. Parecía que hubieran desaparecido de los territorios del norte.


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