Текст книги "La Comunidad del Anillo"
Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien
Жанр:
Эпическая фантастика
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—Ahora, amigos —dijo Haldir—, habéis entrado en el Naith de Lórien, o el Enclave, como vosotros diríais, pues esta región se introduce como una lanza entre los brazos del Cauce de Plata y el Gran Anduin. No permitimos que ningún extraño espíe los secretos del Naith. A pocos en verdad se les ha permitido poner aquí el pie.
”Como habíamos convenido, ahora le vendaré los ojos a Gimli el Enano. Los demás pueden andar libremente por un tiempo hasta que nos acerquemos a nuestras moradas, abajo en Egladil, en el Ángulo entre las aguas.
Esto no era del agrado de Gimli.
—El arreglo se hizo sin mi consentimiento —dijo—. No caminaré con los ojos vendados, como un mendigo o un prisionero. Y no soy un espía. Mi gente nunca ha tenido tratos con los sirvientes del Enemigo. Tampoco causamos daño a los Elfos. Si creéis que yo llegaría a traicionaros, lo mismo podríais esperar de Legolas, o de cualquiera de mis amigos.
—Tienes razón —dijo Haldir—. Pero es la ley. No soy el dueño de la ley, y no puedo dejarla de lado. Ya he hecho mucho permitiéndote cruzar el Celebrant.
Gimli era obstinado. Se plantó firmemente en el suelo, las piernas separadas, y apoyó la mano derecha en el mango del hacha.
—Iré libremente —dijo—, o regresaré a mi propia tierra, donde confían en mi palabra, aunque tenga que morir en el desierto.
—No puedes regresar —dijo Haldir con cara seria—. Ahora que has llegado tan lejos tenemos que llevarte ante el Señor y la Dama. Ellos te juzgarán, y te retendrán o te dejarán ir, como les plazca. No puedes cruzar de nuevo los ríos, y detrás de ti hay ahora centinelas que te cerrarán el paso. Te matarían antes que pudieses verlos.
Gimli sacó el hacha del cinturón. Haldir y su compañero tomaron los arcos.
—¡Malditos Enanos, qué testarudos son! —exclamó Legolas.
—¡Un momento! —dijo Aragorn—. Si he de continuar guiando esta Compañía, haréis lo que yo ordene. Es duro para el Enano que lo pongan así aparte. Iremos todos vendados, aun Legolas. Será lo mejor, aunque el viaje parecerá lento y aburrido.
Gimli rió de pronto.
—¡Qué tropilla de tontos pareceremos! Haldir nos llevará a todos atados a una cuerda, como mendigos ciegos guiados por un perro. Pero si Legolas comparte mi ceguera, me declaro satisfecho.
—Soy un Elfo y un hermano aquí —dijo Legolas, ahora también enojado.
—Y ahora gritemos: ¡malditos Elfos, qué testarudos son! —dijo Aragorn—. Pero toda la Compañía compartirá esa suerte. Ven, Haldir, véndanos los ojos.
—Exigiré plena reparación por cada caída y lastimadura en los pies —dijo Gimli mientras le tapaban los ojos con una tela.
—No será necesario —dijo Haldir—. Te conduciré bien, y las sendas son llanas y rectas.
—¡Ay, qué tiempos de desatino! —dijo Legolas—. ¡Todos somos aquí enemigos del único Enemigo, y sin embargo hemos de caminar a ciegas mientras el sol es alegre en los bosques bajo hojas de oro!
—Quizá parezca un desatino —dijo Haldir—. En verdad nada revela tan claramente el poder del Señor Oscuro como las dudas que dividen a quienes se le oponen. Sin embargo, hay tan poca fe y verdad en el mundo más allá de Lothlórien, excepto quizá en Rivendel, que no nos atrevemos a tener confianza, exponiéndonos a alguna contingencia. Vivimos ahora como en una isla, rodeados de peligros, y nuestras manos están más a menudo sobre los arcos que sobre las arpas.
”Los ríos nos defendieron mucho tiempo, pero ya no son una protección segura, pues la Sombra se ha arrastrado hacia el norte, todo alrededor de nosotros. Algunos hablan de partir, aunque para eso ya es demasiado tarde. En las montañas del oeste aumenta el mal; las tierras del este son regiones desoladas, donde pululan las criaturas de Sauron; y se dice que no podríamos pasar sanos y salvos por Rohan, y que las bocas del Río Grande están vigiladas por el Enemigo. Aunque pudiéramos llegar al mar, no encontraríamos allí protección alguna. Se cuenta que los puertos de los Altos Elfos existen todavía, pero están muy al norte y al oeste, más allá de la tierra de los Medianos. Dónde se encuentran en verdad, quizá lo sepan el Señor y la Dama; yo lo ignoro.
—Tendrías que adivinarlo por lo menos, ya que nos habéis visto —dijo Merry—. Hay puertos de Elfos al oeste de mi tierra, la Comarca, donde habitan los hobbits.
—¡Felices los hobbits que viven cerca de la orilla del mar! —dijo Haldir—. Ha pasado mucho tiempo en verdad desde que mi gente vio el mar por última vez. Pero todavía lo recordamos en nuestras canciones. Háblame de esos puertos mientras caminamos.
—No puedo —dijo Merry—. Nunca los he visto. Nunca salí antes de mi país. Y si hubiese sabido cómo era el mundo de fuera, no creo que me hubiese atrevido a dejar la Comarca.
—¿Ni tan siquiera para ver la hermosa Lothlórien? —dijo Haldir—. Es cierto que el mundo está colmado de peligros, y que hay en él muchos sitios lóbregos, pero hay también muchas cosas hermosas, y aunque en todas partes el amor está unido hoy a la aflicción, no por eso es menos poderoso.
”Algunos de nosotros cantamos que la Sombra se retirará, y que volverá la paz. No creo sin embargo que el mundo que nos rodea sea alguna vez como antes, ni que el sol brille como en otro tiempo. Para los Elfos, temo, esa paz no sería más que una tregua, que les permitiría llegar al mar sin encontrar demasiados obstáculos y dejar la Tierra Media para siempre. ¡Ay por Lothlórien, que tanto amo! Será una pobre vida estar en un país donde no crecen los mallorn. Pues si hay mallorn más allá del Gran Mar, nadie lo ha dicho.
Mientras así hablaban, la Compañía marchaba lentamente en fila a lo largo de los senderos del bosque, conducida por Haldir, mientras que el otro Elfo caminaba detrás. Sentían que el suelo bajo los pies era blando y liso, y al cabo de un rato caminaron más libremente, sin miedo de lastimarse o caer. Privado de la vista, Frodo descubrió que el oído y los otros sentidos se le agudizaban. Podía oler los árboles y las hierbas. Podía oír muchas notas diferentes en el susurro de las hojas, el río que murmuraba lejos a la derecha, y las voces claras y tenues de los pájaros en el cielo. Cuando pasaban por algún claro sentía el sol en las manos y la cara.
Tan pronto como pisara la otra orilla del Cauce de Plata, Frodo había sentido algo extraño, que crecía a medida que se internaba en el Naith: le parecía que había pasado por un puente de tiempo hasta un rincón de los Días Antiguos, y que ahora caminaba por un mundo que ya no existía. En Rivendel se recordaban cosas antiguas; en Lórien las cosas antiguas vivían aún en el despertar del mundo. Aquí el mal había sido visto y oído, la pena había sido conocida; los Elfos temían al mundo exterior y desconfiaban de él; los lobos aullaban en los lindes de los bosques, pero en la tierra de Lórien no había ninguna sombra.
La Compañía marchó todo el día hasta que sintieron el fresco del atardecer y oyeron las primeras brisas nocturnas que suspiraban entre las hojas. Descansaron entonces y durmieron sin temores en el suelo, pues los guías no permitieron que se quitaran las vendas, y no podían trepar. A la mañana continuaron la marcha, sin apresurarse. Se detuvieron al mediodía, y Frodo notó que habían pasado bajo el sol brillante. De pronto oyó alrededor el sonido de muchas voces.
Una tropa de Elfos que marchaba por el bosque se había acercado en silencio; iban de prisa hacia las fronteras del norte para prevenir cualquier ataque que viniera de Moria, y traían noticias, y Haldir transmitió algunas de ellas. Los orcos merodeadores habían caído en una emboscada, y casi todos habían muerto; el resto huía hacia las montañas del norte, y eran perseguidos. Habían visto también a una criatura extraña, que corría inclinándose hacia adelante y con las manos cerca del suelo, como una bestia, aunque no tenía forma de bestia. Había conseguido escapar; no tiraron sobre ella, no sabiendo si era de buena o mala índole, y al fin desapareció en el sur siguiendo el curso del Cauce de Plata.
—También —dijo Haldir– me traen un mensaje del Señor y la Dama de los Galadrim. Marcharéis todos libremente, aun el enano Gimli. Parece que la Dama sabe quién es y qué es cada miembro de vuestra Compañía. Quizá han llegado nuevos mensajes de Rivendel.
Quitó la venda que ocultaba los ojos de Gimli.
—¡Perdón! —dijo saludando con una reverencia—. ¡Míranos ahora con ojos amistosos! ¡Mira y alégrate, pues eres el primer enano que contempla los árboles del Naith de Lórien desde el Día de Durin!
Cuando le llegó el turno de que le descubrieran los ojos, Frodo miró hacia arriba y se quedó sin aliento. Estaban en un claro. A la izquierda había una loma cubierta con una alfombra de hierba tan verde como la primavera de los Días Antiguos. Encima, como una corona doble, crecían dos círculos de árboles; los del exterior tenían la corteza blanca como la nieve, y aunque habían perdido las hojas se alzaban espléndidos en su armoniosa desnudez; los del interior eran mallorn de gran altura, todavía vestidos de oro pálido. Muy arriba entre las ramas de un árbol que crecía en el centro y era más alto que los otros resplandecía un fletblanco. A los pies de los árboles y en las laderas de la loma había unas florecitas amarillas de forma de estrella. Entre ellas, balanceándose sobre tallos delgados, había otras flores, blancas o de un verde muy pálido; relumbraban como una llovizna entre el rico colorido de la hierba. Arriba el cielo era azul, y el sol de la tarde resplandecía sobre la loma y echaba largas sombras verdes entre los árboles.
—¡Mirad! Hemos llegado a Cerin Amroth —dijo Haldir—. Pues éste es el corazón del antiguo reino, como era tiempo atrás, y ésta es la loma de Amroth, donde en días más felices fue edificada la alta casa de Amroth. Aquí se abren las flores de invierno en una hierba siempre fresca: la elanoramarilla, y la pálida niphredil. Aquí nos quedaremos un rato, y a la caída de la tarde llegaremos a la ciudad de los Galadrim.
Los otros se dejaron caer sobre la hierba fragante, pero Frodo se quedó de pie, todavía maravillado. Tenía la impresión de haber pasado por una alta ventana que daba a un mundo desaparecido. Brillaba allí una luz para la cual no había palabras en la lengua de los hobbits. Todo lo que veía tenía una hermosa forma, pero todas las formas parecían a la vez claramente delineadas, como si hubiesen sido concebidas y dibujadas por primera vez cuando le descubrieron los ojos, y antiguas como si hubiesen durado siempre. No veía otros colores que los conocidos, amarillo y blanco y azul y verde, pero eran frescos e intensos, como si los percibiera ahora por primera vez y les diera nombres nuevos y maravillosos. En un invierno así ningún corazón hubiese podido llorar el verano o la primavera. En todo lo que crecía en aquella tierra no se veían manchas ni enfermedades ni deformidades. En el país de Lórien no había defectos.
Se volvió y vio que Sam estaba ahora de pie junto a él, mirando alrededor con una expresión de perplejidad, frotándose los ojos como si no estuviese seguro de estar despierto.
—Hay sol y es un hermoso día, sin duda —dijo—. Pensé que los Elfos no amaban otra cosa que la luna y las estrellas: pero esto es más élfico que cualquier otra cosa que yo haya conocido alguna vez, aun de oídas. Me siento como si estuviera dentrode una canción, si usted me entiende.
Haldir los miró, y parecía en verdad que había entendido tanto el pensamiento como las palabras de Sam. Sonrió.
—Estáis sintiendo el poder de la Dama de los Galadrim —les dijo—. ¿Queréis trepar conmigo a Cerin Amroth?
Siguieron a Haldir, que subía con paso ligero las pendientes cubiertas de hierba. Aunque Frodo caminaba y respiraba, y el viento que le tocaba la cara era el mismo que movía las hojas y las flores de alrededor, tenía la impresión de encontrarse en un país fuera del tiempo, un país que no languidecía, no cambiaba, no caía en el olvido. Cuando volviera otra vez al mundo exterior, Frodo, el viajero de la Comarca, caminaría aún aquí, sobre la hierba entre la elanory la niphredil, en la hermosa Lothlórien.
Entraron en el círculo de árboles blancos. En ese momento el viento del sur sopló sobre Cerin Amroth y suspiró entre las ramas. Frodo se detuvo, oyendo a lo lejos el rumor del mar en playas que habían desaparecido hacía tiempo, y los gritos de unos pájaros marinos ya extinguidos en el mundo.
Haldir se había adelantado y ahora trepaba a la elevada plataforma. Mientras Frodo se preparaba para seguirlo, apoyó la mano en el árbol junto a la escala; nunca había tenido antes una conciencia tan repentina e intensa de la textura de la corteza del árbol y de la vida que había dentro. La madera, que sentía bajo la mano, lo deleitaba, pero no como a un leñador o a un carpintero; era el deleite de la vida misma del árbol.
Cuando al fin llegó al flet, Haldir le tomó la mano y lo volvió hacia el sur.
—¡Mira primero a este lado! —dijo.
Frodo miró y vio, todavía a cierta distancia, una colina donde se alzaban muchos árboles magníficos, o una ciudad de torres verdes, no estaba seguro. De ese sitio venían, le pareció entonces, el poder y la luz que reinaban sobre todo el país, y tuvo el deseo de volar como un pájaro para ir a descansar a aquella ciudad verde. Luego miró hacia el este y vio las tierras de Lórien que bajaban hasta el pálido resplandor del Anduin, el Río Grande. Miró más allá del río: toda la luz desapareció, y se encontró otra vez en el mundo conocido. Más allá del río la tierra parecía chata y vacía, informe y borrosa, hasta que más lejos se levantaba otra vez como un muro, oscuro y terrible. El sol que alumbraba a Lothlórien no tenía poder para ahuyentar las sombras de aquellas distantes alturas.
—Allí está la fortaleza del Bosque Negro del Sur —dijo Haldir—. Está cubierta por una floresta de abetos oscuros, donde los árboles se oponen unos a otros, y las ramas se marchitan y se pudren. En medio, sobre una altura rocosa, se alza Dol Guldur, donde en otro tiempo se ocultaba el Enemigo. Tememos que esté habitada de nuevo, y con un poder septuplicado. Desde hace un tiempo se ve a veces encima una nube negra. Desde esta elevación puedes ver los dos poderes en acción, luchando siempre con el pensamiento; pero aunque la luz traspasa de lado a lado el corazón de las tinieblas, el secreto de la luz misma todavía no ha sido descubierto. Todavía no.
Se volvió y descendió rápidamente, y los otros lo siguieron.
Al pie de la loma, Frodo encontró a Aragorn, erguido, inmóvil y silencioso como un árbol; pero sostenía en la mano un capullo dorado de elanory una luz le brillaba en los ojos. Parecía que estuviera recordando algo hermoso, y Frodo supo que veía las cosas como habían sido antes en ese mismo sitio. Pues los años torvos se habían borrado de la cara de Aragorn, y parecía todo vestido de blanco, un joven señor alto y hermoso, que le hablaba en lengua élfica a alguien que Frodo no podía ver. Arwen vanimalda, namárië!dijo, y en seguida respiró profundamente, y saliendo de sus pensamientos miró a Frodo y sonrió.
—Aquí está el corazón del ser y el estar de los elfos en la tierra —dijo—, y aquí mi corazón vivirá para siempre, a menos que encontremos una luz más allá de los caminos oscuros que todavía hemos de recorrer, tú y yo. ¡Ven conmigo!
Y tomando la mano de Frodo, dejó la loma de Cerin Amroth a la que nunca volvería en vida.
7
EL ESPEJO DE GALADRIEL
El sol descendía detrás de las montañas y las sombras crecían en el bosque cuando se pusieron otra vez en camino. Los senderos pasaban ahora por unos setos donde la oscuridad ya estaba cerrándose. Mientras marchaban, la noche cayó bajo los árboles, y los Elfos descubrieron los faroles de plata.
De pronto salieron otra vez a un claro y se encontraron bajo un pálido cielo nocturno salpicado por unas pocas estrellas tempranas. Un vasto espacio sin árboles se extendía ante ellos en un gran círculo abriéndose a los lados. Más allá había un foso profundo perdido entre las sombras, pero la hierba de las márgenes era verde, como si brillara aún en memoria del sol que se había ido. Del otro lado del foso una pared verde se levantaba a gran altura y rodeaba una colina verde cubierta de los mallorn más altos que hubieran visto hasta entonces en esa región. Qué altos eran no se podía saber, pero se erguían a la luz del crepúsculo como torres vivientes. Entre las muchas ramas superpuestas y las hojas que no dejaban de moverse brillaban innumerables luces, verdes y doradas y plateadas. Haldir se volvió hacia la Compañía.
—¡Bienvenidos a Caras Galadon! —dijo—. He aquí la ciudad de los Galadrim donde moran el Señor Celeborn y Galadriel, la Dama de Lórien. Pero no podemos entrar por aquí pues las puertas no miran al norte. Tenemos que dar un rodeo hasta el lado sur, y habrá que caminar un rato, pues la ciudad es grande.
Del otro lado del foso corría un camino de piedras blancas. Fueron por allí hacia el este, con la ciudad alzándose siempre a la izquierda como una nube verde; y a medida que avanzaba la noche, aparecían más luces, hasta que toda la colina pareció inflamada de estrellas. Llegaron al fin a un puente blanco, y luego de cruzar se encontraron ante las grandes puertas de la ciudad: miraban al sudoeste, entre los extremos del muro circular que aquí se superponían, y eran altas y fuertes, y había muchas lámparas.
Haldir golpeó y habló, y las puertas se abrieron en silencio, pero Frodo no vio a ningún guardia. Los viajeros pasaron, y las puertas se cerraron detrás. Estaban en un pasaje profundo entre los dos extremos de la muralla, y atravesándolo rápidamente entraron en la Ciudad de los Árboles. No vieron a nadie ni oyeron ningún ruido de pasos en los caminos, pero sonaban muchas voces alrededor, y en el aire de arriba. Lejos sobre la colina se oía el sonido de unas canciones que caían de lo alto como una dulce lluvia sobre las hojas.
Recorrieron muchos senderos y subieron muchas escaleras hasta que llegaron a unos sitios elevados y vieron una fuente que refulgía en un campo de hierbas. Estaba iluminada por unas linternas de plata que colgaban de las ramas de los árboles, y el agua caía en un pilón de plata que desbordaba en un arroyo blanco. En el lado sur del prado se elevaba el mayor de todos los árboles; el tronco enorme y liso brillaba como seda gris y subía rectamente hasta las primeras ramas que se abrían muy arriba bajo sombrías nubes de hojas. A un lado pendía una ancha escala blanca, y tres Elfos estaban sentados al pie. Se incorporaron de un salto cuando vieron acercarse a los viajeros, y Frodo observó que eran altos y estaban vestidos con unas mallas grises, y que llevaban sobre los hombros unas túnicas largas y blancas.
—Aquí moran Celeborn y Galadriel —dijo Haldir—. Es deseo de ellos que subáis y les habléis.
Uno de los guardias tocó una nota clara en un cuerno pequeño, y le respondieron tres veces desde lo alto.
—Iré primero —dijo Haldir—. Que luego venga Frodo, y con él Legolas. Los otros pueden venir en el orden que deseen. Es una larga subida para quienes no están acostumbrados a estas escalas, pero podéis descansar de vez en cuando.
Mientras trepaba lentamente, Frodo vio muchos flets: unos a la derecha, otros a la izquierda, y algunos alrededor del tronco, de modo que la escala pasaba atravesándolos. Al fin, a mucha altura, llegó a un talangrande, parecido al puente de un navío. Sobre el talanhabía una casa, tan grande que en tierra hubiese podido servir de habitación a los hombres. Entró detrás de Haldir, y descubrió que estaba en una cámara ovalada, y en el medio crecía el tronco del gran mallorn, ahora ya adelgazándose pero todavía un pilar de amplia circunferencia.
Una luz clara iluminaba el aposento; las paredes eran verdes y plateadas y el techo de oro. Había muchos Elfos sentados. En dos asientos que se apoyaban en el tronco del árbol, y bajo el palio de una rama, estaban el Señor Celeborn y Galadriel. Se incorporaron para dar la bienvenida a los huéspedes, según la costumbre de los Elfos, aun de aquellos que eran considerados reyes poderosos. Muy altos eran, y la Dama no menos alta que el Señor, y hermosos y graves. Estaban vestidos de blanco, y los cabellos de la Dama eran de oro, y los cabellos del Señor Celeborn eran de plata, largos y brillantes; pero no había en ellos signos de vejez, excepto quizá en lo profundo de los ojos, pues éstos eran penetrantes como lanzas a la luz de las estrellas, y, sin embargo, hondos como pozos de recuerdos.
Haldir llevó a Frodo ante ellos, y el Señor le dio la bienvenida en la lengua de los hobbits. La Dama Galadriel no dijo nada pero contempló largamente el rostro de Frodo.
—¡Siéntate junto a mí, Frodo de la Comarca! —dijo Celeborn—. Hablaremos cuando todos hayan llegado.
Saludó cortésmente a cada uno de los compañeros, llamándolos por sus nombres.
—¡Bienvenido Aragorn hijo de Arathorn! —dijo—. Han pasado treinta y ocho años del mundo exterior desde que viniste a estas tierras; y esos años pesan sobre ti. Pero el fin está próximo, para bien o para mal. ¡Descansa aquí de tu carga por un momento!
”¡Bienvenido hijo de Thranduil! Pocas veces las gentes de mi raza vienen aquí del Norte.
”¡Bienvenido Gimli hijo de Glóin! Hace mucho en verdad que no se ve a alguien del pueblo de Durin en Caras Galadon. Pero hoy hemos dejado de lado esa antigua ley. Quizá es un anuncio de mejores días, aunque las sombras cubran ahora el mundo, y de una nueva amistad entre nuestros pueblos.
Gimli hizo una profunda reverencia.
Cuando todos los huéspedes terminaron de sentarse, el Señor los miró de nuevo.
—Aquí hay ocho —dijo—. Partieron nueve, así decían los mensajes. Pero quizá hubo algún cambio en el Concilio y no nos enteramos. Elrond está lejos y las tinieblas crecen alrededor, este año más que nunca.
—No, no hubo cambios en el Concilio —dijo la Dama Galadriel hablando por vez primera. Tenía una voz clara y musical, aunque de tono grave—. Gandalf el Gris partió con la Compañía, pero no cruzó las fronteras de este país. Contadnos ahora dónde está, pues mucho he deseado hablar con él otra vez. Pero no puedo verlo de lejos, a menos que pase de este lado de las barreras de Lothlórien; lo envuelve una niebla gris, y no sé por dónde anda ni qué piensa.
—¡Ay! —dijo Aragorn—. Gandalf el Gris ha caído en la sombra. Se demoró en Moria y no pudo escapar.
Al oír estas palabras todos los Elfos de la sala dieron grandes gritos de dolor y de asombro.
—Una noticia funesta —dijo Celeborn—, la más funesta que se haya anunciado aquí en muchos años de dolorosos acontecimientos. —Se volvió a Haldir—. ¿Por qué no me dijeron nada hasta ahora? —preguntó en la lengua élfica.
—No le hemos hablado a Haldir ni de lo que hicimos ni de nuestros propósitos —dijo Legolas—. Al principio nos sentíamos cansados y el peligro estaba aún demasiado cerca; y luego casi olvidamos nuestra pena durante un tiempo, mientras veníamos felices por los hermosos senderos de Lórien.
—Nuestra pena es grande sin embargo, y la pérdida no puede ser reparada —dijo Frodo—. Gandalf era nuestro guía, y nos condujo a través de Moria, y cuando parecía que ya no podíamos escapar, nos salvó y cayó.
—¡Contadnos toda la historia! —dijo Celeborn.
Entonces Aragorn contó todo lo que había ocurrido en el paso de Caradhras, y en los días que siguieron, y habló de Balin y del libro, y de la lucha en la Cámara de Mazarbul, y el fuego, y el puente angosto, y la llegada del Terror.
—Un mal del Mundo Antiguo me pareció, algo que nunca había visto antes —dijo Aragorn—. Era a la vez una sombra y una llama, poderosa y terrible.
—Era un Balrog de Morgoth —dijo Legolas—; de todos los azotes de los Elfos el más mortal, excepto aquel que reside en la Torre Oscura.
—En verdad vi en el puente a aquel que se nos aparece en las peores pesadillas, vi el Daño de Durin —dijo Gimli en voz baja, y había miedo en sus ojos.
—¡Ay! —dijo Celeborn—. Temimos durante mucho tiempo que hubiese algo terrible durmiendo bajo el Caradhras. Pero si hubiese sabido que los Enanos habían reanimado este mal en Moria, yo te hubiera impedido pasar por las fronteras del norte, a ti y a todos los que iban contigo. Y hasta se podría decir quizá que Gandalf cayó al fin de la sabiduría a la locura, metiéndose sin necesidad en las redes de Moria.
—Sería imprudente en verdad quien dijera tal cosa —dijo con aire grave Galadriel—. En todo lo que hizo Gandalf en vida no hubo nunca nada inútil. Quienes lo seguían no estaban enterados de lo que pensaba y no pueden explicarnos lo que él se proponía. Pero de cualquier modo, estos seguidores no tuvieron ninguna culpa. No te arrepientas de haber dado la bienvenida al enano. Si nuestra gente hubiese vivido mucho tiempo en el exilio lejos de Lothlórien, ¿quién de los Galadrim, incluyendo a Celeborn el Sabio, hubiera pasado cerca sin tener deseos de ver otra vez el antiguo hogar, aunque se hubiese convertido en morada de dragones?
”Oscuras son las aguas del Kheled-zâram, y frías son las fuentes del Kibil-nâla, y hermosas eran las salas de muchas columnas de Khazad-dûm en los Días Antiguos antes que los reyes poderosos cayeran bajo la piedra.
Galadriel miró a Gimli que estaba sentado y triste, y le sonrió. Y el enano, al oír aquellos nombres en su propia y antigua lengua, alzó los ojos y se encontró con los de Galadriel, y le pareció que miraba de pronto en el corazón de un enemigo y que allí encontraba amor y comprensión. El asombro le subió a la cara, y en seguida respondió con una sonrisa.
Se incorporó totalmente y saludó con una reverencia al modo de los Enanos diciendo: —Pero más hermoso aún es el país viviente de Lórien, y la Dama Galadriel está por encima de todas las joyas de la tierra.
Hubo un silencio. Al fin Celeborn volvió a hablar.
—Yo no sabía que vuestra situación era tan mala —dijo—. Que Gimli olvide mis palabras duras; hablé con el corazón perturbado. Haré todo lo que pueda por ayudaros, a cada uno de acuerdo con sus deseos y necesidades, pero en especial al pequeño que lleva la carga.
—Conocemos tu misión —dijo Galadriel mirando a Frodo—, pero no hablaremos aquí más abiertamente. Quizá podamos probar que no habéis venido en vano a esta tierra en busca de ayuda, como parecía ser el propósito de Gandalf. Pues se dice del Señor de los Galadrim que es el más sabio de los Elfos de la Tierra Media, y un dispensador de dones que superan los poderes de los reyes. Ha residido en el oeste desde los tiempos del alba, y he vivido con él innumerables años, pues crucé las montañas antes de la caída de Nargothrond o Gondolin, y juntos hemos combatido durante siglos la larga derrota.
”Yo fui quien convocó por vez primera el Concilio Blanco, y si hubiera podido llevar adelante mis designios, Gandalf el Gris habría presidido la reunión, y quizá las cosas hubieran pasado entonces de otro modo. Pero aun ahora queda alguna esperanza. No os aconsejaré que hagáis esto o aquello. Pues si puedo ayudaros no será con actos o maquinaciones, o decidiendo que toméis tal o cual rumbo, sino por el conocimiento de lo que ha sido y lo que es, y en parte de lo que será. Pero te diré esto: tu misión marcha ahora por el filo de un cuchillo. Un solo paso en falso y fracasará, para ruina de todos. Hay esperanzas sin embargo mientras todos los miembros de la Compañía continúen siendo fieles.
Y con estas palabras los miró a todos, y en silencio escrutó el rostro de cada uno. Nadie excepto Legolas y Aragorn soportó mucho tiempo esta mirada. Sam enrojeció en seguida y bajó la cabeza.
Por último la Dama Galadriel dejó de observarlos y sonrió.
—Que vuestros corazones no se turben —dijo—. Esta noche dormiréis en paz.
En seguida ellos suspiraron y se sintieron cansados de pronto, como si hubiesen sido interrogados a fondo durante mucho tiempo, aunque no se había dicho abiertamente ninguna palabra.
—Podéis iros —dijo Celeborn—. El dolor y los esfuerzos os han agotado. Aunque vuestra misión no nos concerniese de cerca, podríais quedaros en la ciudad hasta que os sintierais curados y recuperados. Ahora id a descansar, y durante un tiempo no hablaremos de vuestro camino futuro.
Aquella noche la Compañía durmió en el suelo, para gran satisfacción de los hobbits. Los Elfos prepararon para ellos un pabellón entre los árboles próximos a la fuente, y allí pusieron unos lechos mullidos; luego murmuraron palabras de paz con dulces voces élficas y los dejaron. Durante un rato los viajeros hablaron de cómo habían pasado la noche anterior en las copas de los árboles, de la marcha del día, del Señor y de la Dama, pues no estaban todavía en ánimo de mirar más atrás.
—¿Por qué enrojeciste, Sam? —dijo Pippin—. Te turbaste en seguida. Cualquiera hubiese pensado que tenías mala conciencia. Espero que no haya sido nada peor que un plan retorcido para robarme una manta.
—Nunca pensé nada semejante —dijo Sam que no tenía ánimos para bromas—. Si quiere saberlo, me sentí como si no tuviera nada encima, y no me gustó. Me pareció que ella estaba mirando dentro de mí y preguntándome qué haría yo si ella me diera la posibilidad de volver volando a la Comarca y a un bonito y pequeño agujero con un jardincito propio.
—Qué raro —dijo Merry—. Casi exactamente lo que yo sentí, sólo que..., bueno, creo que no diré más —concluyó con una voz débil.
A todos ellos, parecía, les había ocurrido algo semejante: cada uno había sentido que se le ofrecía la oportunidad de elegir entre una oscuridad terrible que se extendía ante él y algo que deseaba entrañablemente, y para conseguirlo sólo tenía que apartarse del camino y dejar a otros el cumplimiento de la misión y la guerra contra Sauron.
—Y a mí me pareció también —dijo Gimli– que mi elección permanecería en secreto, y que sólo yo lo sabría.
—Para mí fue algo muy extraño —dijo Boromir—. Quizá fue sólo una prueba, y ella quería leernos el pensamiento con algún buen propósito, pero yo casi hubiera dicho que estaba tentándonos, y ofreciéndonos algo que dependía de ella. No necesito decir que me negué a escuchar. Los Hombres de Minas Tirith guardan la palabra empeñada.
Pero lo que le había ofrecido la Dama, Boromir no lo dijo.
En cuanto a Frodo, se negó a hablar, aunque Boromir lo acosó con preguntas,
—Te miró mucho tiempo, Portador del Anillo —le dijo.