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La Comunidad del Anillo
  • Текст добавлен: 5 октября 2016, 02:20

Текст книги "La Comunidad del Anillo"


Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien



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—Sí —dijo Frodo—, pero lo que me vino entonces a la mente ahí se quedará.

—Pues bien, ¡ten cuidado! —dijo Boromir—. No confío demasiado en esta Dama Élfica y en lo que se propone.

—¡No hables mal de la Dama Galadriel! —dijo Aragorn con severidad—. No sabes lo que dices. En ella y en esta tierra no hay ningún mal, a no ser que un hombre lo traiga aquí él mismo. Y entonces ¡que él se cuide! Pero esta noche y por vez primera desde que dejamos Rivendel dormiré sin ningún temor. ¡Y ojalá duerma profundamente, y olvide un rato mi pena! Tengo el cuerpo y el corazón cansados.

Se echó en la cama y cayó en seguida en un largo sueño.

Los otros pronto hicieron lo mismo, y durmieron sin ser perturbados por ruidos o sueños. Cuando despertaron vieron que la luz del día se extendía sobre la hierba ante el pabellón, y que el agua de la fuente se alzaba y caía refulgiendo a la luz del sol.


Se quedaron algunos días en Lothlórien, o por lo menos eso fue lo que ellos pudieron decir o recordar más tarde. Todo el tiempo que estuvieron allí brilló el sol, excepto en los momentos en que caía una lluvia suave que dejaba todas las cosas nuevas y limpias. El aire era fresco y dulce, como si estuviesen a principios de la primavera, y sin embargo sentían alrededor la profunda y reflexiva quietud del invierno. Les pareció que casi no tenían otra ocupación que comer y beber y descansar, y pasearse entre los árboles; y esto era suficiente.

No habían vuelto a ver al Señor y a la Dama, y apenas conversaban con el resto de los Elfos, pues eran pocos los que hablaban otra cosa que la Lengua del Oeste. Haldir se había despedido de ellos y había vuelto a las defensas del norte, muy vigiladas ahora luego que la Compañía había traído aquellas noticias de Moria. Legolas pasaba muchas horas con los Galadrim, y luego de la primera noche ya no durmió con sus compañeros, aunque regresaba a comer y hablar con ellos. A menudo se llevaba a Gimli para que lo acompañara en algún paseo, y a los otros les asombro este cambio.

Ahora, cuando los compañeros estaban sentados o caminaban juntos, hablaban de Gandalf y todo lo que cada uno había sabido o visto de él les venía claramente a la memoria. A medida que se curaban las heridas y el cansancio del cuerpo, el dolor de la pérdida de Gandalf se hacía más agudo. Oían con frecuencia voces élficas que cantaban cerca, y eran canciones que lamentaban la caída del mago, pues alcanzaban a oír su nombre entre palabras dulces y tristes que no entendían.

Mithrandir, Mithrandir, cantaban los Elfos, ¡oh Peregrino Gris!Pues así les gustaba llamarlo. Pero si Legolas estaba entonces con la Compañía no les traducía las canciones, diciendo que no se consideraba bastante hábil, y que para él la pena estaba aún demasiado cerca, y era un tema para las lágrimas y no todavía para una canción.

Fue Frodo el primero que expresó su dolor en palabras titubeantes. Pocas veces sentía el impulso de componer canciones o versos; aun en Rivendel había escuchado y no había cantado él mismo, aunque recordaba muchas cosas de otros. Pero ahora sentado junto a la fuente de Lórien, y escuchando las voces de los Elfos que hablaban de Gandalf, se le ocurrió una canción que a él le parecía hermosa, pero cuando trató de repetírsela a Sam sólo quedaron unos fragmentos, apagados como un manojo de flores marchitas.


Cuando la tarde era gris en la Comarca

se oían sus pasos en la colina;

y se iba antes del alba

en silencio a sitios remotos.


De las Tierras Ásperas a la costa del este,

del desierto del norte a las lomas del sur,

por antros de dragones y puertas ocultas

y bosques oscuros iba a su antojo.


Con Enanos y Hobbits, con Elfos y con Hombres,

con gentes mortales e inmortales,

con pájaros en árboles y bestias en madrigueras,

en lenguas secretas hablaba.


Una espada mortal, una mano benigna,

una espalda que la carga doblaba;

una voz de trompeta, una antorcha encendida,

un peregrino fatigado.


Señor de sabiduría entronizado,

de cólera viva, y de rápida risa;

un viejo de gastado sombrero

que se apoya en una vara espinosa.


Estuvo solo sobre el puente

desafiando al Fuego y a la Sombra;

la vara se le quebró en la piedra,

y su sabiduría murió en Khazad-dûm.


—¡Bueno, pronto derrotará al señor Bilbo! —dijo Sam.

—No, temo que no —dijo Frodo—, pero no soy capaz de nada mejor.

—En todo caso, señor Frodo, si un día tiene ganas de componer algo más, espero que diga una palabra de los fuegos artificiales. Algo así:


Los más hermosos fuegos nunca vistos:

estallaban en estrellas azules y verdes,

y después de los truenos un rocío de oro

caía como una lluvia de flores.


”Aunque está muy lejos de hacerles justicia.

—No, te lo dejo a ti, Sam. O quizá a Bilbo. Pero..., bueno, no puedo seguir hablando. No soporto la idea de darle la noticia a Bilbo.

Una tarde Frodo y Sam se paseaban al aire fresco del crepúsculo. Los dos se sentían de nuevo inquietos. La sombra de la partida había caído de pronto sobre Frodo; sabía de algún modo que estaba cerca el tiempo en que él tendría que dejar Lothlórien.

—¿Qué piensas ahora de los Elfos, Sam? —dijo—. Ya una vez te hice esta pregunta, antes, en un tiempo que ahora parece muy lejano; pero los has visto mucho más desde entonces.

—¡Muy cierto! —dijo Sam—. Y yo diría que hay Elfos y Elfos. Todos son bastante élficos, pero no iguales. Estos de aquí por ejemplo no son gente errante o sin hogar, y se parecen más a nosotros; parecen pertenecer a este sitio, más aún que los hobbits a la Comarca. No sé si hicieron el país o si el país los hizo a ellos, es difícil decirlo, si usted me entiende. Hay una tranquilidad maravillosa aquí. Se diría que no pasa nada, y que nadie quiere que pase. Si se trata de alguna magia está muy escondida, en algún sitio que no puedo tocar con las manos, por así decir.

—Puedes sentirla y verla en todas partes —dijo Frodo.

—Bueno —dijo Sam—, no se ve a nadie trabajando en eso. Ningún fuego artificial, como el pobre viejo Gandalf acostumbraba mostrar. Me pregunto por qué no hemos vuelto a ver al Señor y a la Dama en todos estos días. Se me ocurre que ellapodría hacer algunas cosas maravillosas, si quisiera. ¡Me gustaría tanto ver alguna magia élfica, señor Frodo!

—A mí no —dijo Frodo—. Estoy satisfecho. Y no echo de menos los fuegos artificiales de Gandalf, pero sí sus cejas espesas, y su cólera, y su voz.

—Tiene razón —dijo Sam—. Y no crea que estoy buscando defectos. Siempre he querido ver un poco de magia, como esa de la que se habla en las viejas historias, pero nunca supe de una tierra mejor que ésta. Es como estar en casa y de vacaciones al mismo tiempo, si usted me entiende. No quiero irme. De todos modos, estoy empezando a sentir que si tenemos que irnos lo mejor sería irse en seguida.

”El trabajo que nunca se empieza es el que más tarda en terminarse, como decía mi padre. Y no creo que estas gentes puedan ayudarnos mucho más, magia y no magia. Estoy pensando que cuando dejemos estas tierras extrañaremos a Gandalf más que nunca.

—Temo que eso sea demasiado cierto, Sam —dijo Frodo—. Sin embargo espero de veras que antes de irnos podamos ver de nuevo a la Dama de los Elfos.

Estaban todavía hablando cuando vieron que la Dama Galadriel se acercaba como respondiendo a las palabras de Frodo. Alta y blanca y hermosa, caminaba entre los árboles. No les habló, pero les indico que se acercaran.

Volviéndose, la Dama Galadriel los condujo hacia las faldas del sur de Caras Galadon, y luego de cruzar un seto verde y alto entraron en un jardín cerrado. No tenía árboles, y el cielo se abría sobre él. La estrella de la tarde se había levantado y brillaba como un fuego blanco sobre los bosques del oeste. Descendiendo por una larga escalera, la Dama entró en una profunda cavidad verde, por la que corría murmurando la corriente de plata que nacía en la fuente de la colina. En el fondo de la cavidad, sobre un pedestal bajo, esculpido como un árbol frondoso, había un pilón de plata, ancho y poco profundo, y al lado un jarro también de plata.

Galadriel llenó el pilón hasta el borde con agua del arroyo, y sopló encima, y cuando el agua se serenó otra vez les habló a los hobbits.

—He aquí el Espejo de Galadriel —dijo—. Os he traído aquí para que miréis, si queréis hacerlo.

El aire estaba muy tranquilo, y el valle oscuro, y la Dama era alta y pálida.

—¿Qué buscaremos y qué veremos? —preguntó Frodo con un temor reverente.

—Puedo ordenarle al Espejo que revele muchas cosas —respondió ella– y a algunos puedo mostrarles lo que desean ver. Pero el Espejo muestra también cosas que no se le piden, y éstas son a menudo más extrañas y mas provechosas que aquellas que deseamos ver. Lo que verás, si dejas en libertad al espejo, no puedo decirlo. Pues muestra cosas que fueron, y cosas que son, y cosas que quizá serán. Pero lo que ve, ni siquiera el más sabio puede decirlo. ¿Deseas mirar?

Frodo no respondió.

—¿Y tú? —dijo ella volviéndose a Sam—. Pues esto es lo que tu gente llama magia, aunque no entiendo claramente qué quieren decir, y parece que usaran la misma palabra para hablar de los engaños del Enemigo. Pero ésta, si quieres, es la magia de Galadriel. ¿No dijiste que querías ver la magia de los Elfos?

—Sí —dijo Sam estremeciéndose, sintiendo a la vez miedo y curiosidad—. Echaré una mirada, Señora, si me permite.

En un aparte le dijo a Frodo: —No me disgustaría mirar un poco lo que ocurre en casa. He estado tanto tiempo fuera. Pero lo más probable es que sólo vea las estrellas, o algo que no entenderé.

—Lo más probable —dijo la Dama con una sonrisa dulce—. Pero acércate, y verás lo que puedas. ¡No toques el agua!

Sam subió al pedestal y se inclinó sobre el pilón. El agua parecía dura y sombría, y reflejaba las estrellas.

—Hay sólo estrellas, como pensé —dijo.

Casi en seguida se sobresaltó y contuvo el aliento pues las estrellas se extinguían. Como si hubiesen descorrido un velo oscuro, el Espejo se volvió gris, y luego se aclaró. El sol brillaba, y las ramas de los árboles se movían en el viento. Pero antes que Sam pudiera decir qué estaba viendo, la luz se desvaneció; y en seguida creyó ver a Frodo, de cara pálida, durmiendo al pie de un risco grande y oscuro. Luego le pareció que se veía a sí mismo yendo por un pasillo tenebroso y subiendo por una interminable escalera de caracol. Se le ocurrió de pronto que estaba buscando algo con urgencia, pero no podía saber qué. Como un sueño la visión cambió, y volvió atrás, y mostró de nuevo los árboles. Pero esta vez no estaban tan cerca, y Sam pudo ver lo que ocurría: no oscilaban en el viento, caían ruidosamente al suelo.

—¡Eh! —gritó Sam indignado—. Ahí está ese Ted Arenas derribando los árboles que no tendría que derribar. Son los árboles de la avenida que está más allá del Molino y dan sombra al camino de Delagua. Si tuviera a ese Ted a mano, ¡lo derribaría a él!

Pero ahora Sam notó que el Viejo Molino había desaparecido, y que estaban levantando allí un gran edificio de ladrillos rojos. Había mucha gente trabajando. Una chimenea alta y roja se erguía muy cerca. Un humo negro nubló la superficie del Espejo.

—Hay algo malo que opera en la Comarca —dijo—. Elrond lo sabía bien cuando quiso mandar de vuelta al señor Merry. —De pronto Sam dio un grito y saltó hacia atrás—. No puedo quedarme aquí —gritó desesperado—. Tengo que volver. Han socavado Bolsón de Tirada y allá va mi viejo tío colina abajo llevando todas sus cosas en una carretilla. ¡Tengo que volver!

—No puedes volver solo —dijo la Dama—. No deseabas volver sin tu amo antes de mirar en el Espejo, y sin embargo sabías que podía ocurrir algo malo en la Comarca. Recuerda que el Espejo muestra muchas cosas, y que algunas no han ocurrido aún. Algunas no ocurrirán nunca, a no ser que quienes miren las visiones se aparten del camino que lleva a prevenirlas. El Espejo es peligroso como guía de conducta.

Sam se sentó en el suelo y se llevó las manos a la cabeza.

—Desearía no haber venido nunca aquí, y no quiero ver más magias —dijo, y calló un rato. Luego habló trabajosamente, como conteniendo el llanto—. No, volveré por el camino largo junto con el señor Frodo, o no volveré. Pero espero volver algún día. Si lo que he visto llega a ser cierto, ¡alguien las pasará muy mal!


—¿Quieres mirar tú ahora, Frodo? —dijo la Dama Galadriel—. No deseabas ver la magia de los Elfos, y estabas satisfecho.

—¿Me aconsejáis mirar? —preguntó Frodo.

—No —dijo ella—. No te aconsejo ni una cosa ni otra. No soy una consejera. Quizá aprendas algo, y lo que veas, sea bueno o malo, puede ser de provecho, o no. Ver es a la vez conveniente y peligroso. Creo sin embargo, Frodo, que tienes bastante coraje y sabiduría para correr el riesgo, o no te hubiera traído aquí. ¡Haz como quieras!

—Miraré —dijo Frodo, y subiendo al pedestal se inclinó sobre el agua oscura.

En seguida el Espejo se aclaró y Frodo vio un paisaje crepuscular. Unas montañas oscuras asomaban a lo lejos contra un cielo pálido. Un camino largo y gris se alejaba serpeando hasta perderse de vista. Allá lejos venía una figura descendiendo lentamente por el camino, débil y pequeña al principio, pero creciendo y aclarándose a medida que se acercaba. De pronto Frodo advirtió que la figura le recordaba a Gandalf. Iba a pronunciar en voz alta el nombre del mago cuando vio que la figura estaba vestida de blanco y no de gris (un blanco que brillaba débilmente en el atardecer) y que en la mano llevaba un báculo blanco. La cabeza estaba tan inclinada que Frodo no le veía la cara, y al fin la figura tomó una curva del camino y desapareció de la vista del Espejo. Una duda entró en la mente de Frodo: ¿era ésta una imagen de Gandalf en uno de sus muchos viajes solitarios de otro tiempo, o era Saruman?

La visión cambió de pronto. Breve y pequeña pero muy vívida alcanzó a ver una imagen de Bilbo que iba y venía nerviosamente por su cuarto. La mesa estaba cubierta de papeles en desorden; la lluvia golpeaba las ventanas.

Luego hubo una pausa, y en seguida siguieron unas escenas rápidas, y Frodo supo de algún modo que eran partes de una gran historia en la que él mismo estaba envuelto. La niebla se aclaró y vio algo que nunca había visto antes pero que reconoció en seguida: el Mar. La oscuridad cayó. El mar se encrespó y se alborotó en una tormenta. Luego vio contra el sol, que se hundía rojo como sangre en jirones de nubes, la silueta negra de un alto navío de velas desgarradas que venía del oeste. Luego un río ancho que cruzaba una ciudad populosa. Luego una fortaleza blanca con siete torres. Y luego otra vez la nave de velas negras, pero ahora era de mañana, y el agua reflejaba la luz, y una bandera con el emblema de una torre blanca brillaba al sol. Se alzó un humo como de fuego y batalla, y el sol descendió de nuevo envuelto en llamas rojas, y se desvaneció en una bruma gris; y un barco pequeño se perdió en la bruma con luces temblorosas. Desapareció, y Frodo suspiró y se dispuso a retirarse.

Pero de pronto el Espejo se oscureció del todo, como si se hubiera abierto un agujero en el mundo visible, y Frodo se quedó mirando el vacío. En ese abismo negro apareció un Ojo, que creció lentamente, hasta que al fin llenó casi todo el Espejo. Tan terrible era que Frodo se quedó como clavado al suelo, incapaz de gritar o de apartar la mirada. El Ojo estaba rodeado de fuego, pero él mismo era vidrioso, amarillo como el ojo de un gato, vigilante y fijo, y la hendidura negra de la pupila se abría sobre un pozo, una ventana a la nada.

Luego el Ojo comenzó a moverse, buscando aquí y allá, y Frodo supo con seguridad y horror que él, Frodo, era una de esas muchas cosas que el Ojo buscaba. Pero supo también que el Ojo no podía verlo, no todavía, a menos que él mismo así lo desease. El Anillo que le colgaba del cuello se hizo pesado, más pesado que una gran piedra, y lo obligó a inclinar la cabeza sobre el pecho. Pareció que el Espejo se calentaba y unas volutas de vapor flotaron sobre el agua. Frodo se deslizó hacia delante.

—¡No toques el agua! —le dijo dulcemente la Dama Galadriel.

La visión desapareció y Frodo se encontró mirando las frías estrellas que titilaban en el pilón. Dio un paso atrás temblando de pies a cabeza y miró a la Dama.

—Sé lo que viste al final —dijo ella– pues está también en mi mente. ¡No temas! Pero no pienses que el país de Lothlórien resiste y se defiende del Enemigo sólo con cantos en los árboles, o con las débiles flechas de los arcos élficos. Te digo, Frodo, que aun mientras te hablo, veo al Señor Oscuro y sé lo que piensa, o al menos lo que piensa en relación con los Elfos. Y él está siempre tanteando, queriendo verme y conocer mis propios pensamientos. ¡Pero la puerta está siempre cerrada!

La Dama levantó los brazos blancos y extendió las manos hacia el este en un ademán de rechazo y negativa. Eärendil, la Estrella de la Tarde, la más amada de los Elfos, brillaba clara allá en lo alto. Tan brillante era que la figura de la Dama echaba una sombra débil en la hierba. Los rayos se reflejaban en un anillo que ella tenía en el dedo, y allí resplandecía como oro pulido recubierto de una luz de plata, y una piedra blanca relucía en él como si la Estrella de la Tarde hubiera venido a apoyarse en la mano de la Dama Galadriel. Frodo miró el anillo con un respetuoso temor, pues de pronto le pareció que entendía.

—Sí —dijo la Dama adivinando los pensamientos de Frodo—, no está permitido hablar de él, y Elrond tampoco pudo. Pero no es posible ocultárselo al Portador del Anillo y a alguien que ha visto el Ojo. En verdad, en el país de Lórien y en el dedo de Galadriel está uno de los Tres. Éste es Nenya, el Anillo de Diamante, y yo soy quien lo guarda.



”Él lo sospecha, pero no lo sabe aún. ¿Entiendes ahora por qué tu venida era para nosotros como un primer paso en el cumplimiento del Destino? Pues si fracasas, caeremos indefensos en manos del Enemigo. Pero si triunfas, nuestro poder decrecerá, y Lothlórien se debilitará, y las marcas del Tiempo la borrarán de la faz de la tierra. Tenemos que partir hacia el oeste, o transformarnos en un pueblo rústico que vive en cañadas y cuevas, condenados lentamente a olvidar y a ser olvidados.

Frodo bajó la cabeza.

—¿Y vos qué deseáis?

—Que se cumpla lo que ha de cumplirse —dijo ella—. El amor de los Elfos por esta tierra en que viven y por las obras que llevan a cabo es más profundo que las profundidades del mar, y el dolor que ellos sienten es imperecedero, y nunca se apaciguará. Sin embargo, lo abandonarán todo antes que someterse a Sauron, pues ahora lo conocen. Del destino de Lothlórien no eres responsable, pero sí del cumplimiento de tu misión. Sin embargo desearía, si sirviera de algo, que el Anillo Único no hubiese sido forjado jamás, o que nunca hubiese sido encontrado.

—Sois prudente, intrépida, y hermosa, Dama Galadriel —dijo Frodo—, y os daré el Anillo Único, si vos me lo pedís. Para mí es algo demasiado grande.

Galadriel rió de pronto con una risa clara.

—La Dama Galadriel es quizá prudente —dijo—, pero ha encontrado quien la iguale en cortesía. Te has vengado gentilmente de la prueba a que sometí tu corazón en nuestro primer encuentro. Comienzas a ver claro. No niego que mi corazón ha deseado pedirte lo que ahora me ofreces. Durante muchos largos años me he preguntado qué haría si el Gran Anillo llegara alguna vez a mis manos, ¡y mira!, está ahora a mi alcance. El mal que fue planeado hace ya mucho tiempo sigue actuando de distintos modos, ya sea que Sauron resista o caiga. ¿No hubiera sido una noble acción, que aumentaría el crédito del Anillo, si se lo hubiera arrebatado a mi huésped por la fuerza o el miedo?

”Y ahora al fin llega. ¡Me darás libremente el Anillo! En el sitio del Señor Oscuro instalarás una Reina. ¡Y yo no seré oscura sino hermosa y terrible como la Mañana y la Noche! ¡Hermosa como el Mar y el Sol y la Nieve en la Montaña! ¡Terrible como la Tempestad y el Relámpago! Más fuerte que los cimientos de la tierra. ¡Todos me amarán, y desesperarán!

Galadriel alzó la mano y del anillo que llevaba brotó una luz que la iluminó a ella sola, dejando todo el resto en la oscuridad. Se irguió ante Frodo, y pareció que tenía de pronto una altura inconmensurable y una belleza irresistible, adorable y tremenda. En seguida dejó caer la mano, y la luz se extinguió, y ella rió de nuevo, y he aquí que fue otra vez una delgada mujer elfa, vestida sencillamente de blanco, de voz dulce y triste.

—He pasado la prueba —dijo—. Me iré empequeñeciendo, y marcharé al Oeste, y continuaré siendo Galadriel.


Permanecieron un largo rato en silencio. Al fin la Dama habló otra vez.

—Volvamos —dijo—. Tienes que partir en la mañana, pues ya hemos elegido, y las mareas del destino están subiendo.

—Quisiera preguntaros algo antes de partir —dijo Frodo—, algo que ya quise preguntárselo a Gandalf en Rivendel. Se me ha permitido llevar el Anillo Único. ¿Por qué no puedo ver todos los otros y conocer los pensamientos de quienes los usan?

—No lo has intentado —dijo ella—. Desde que tienes el Anillo sólo te lo has puesto tres veces. ¡No lo intentes! Te destruiría. ¿No te dijo Gandalf que los Anillos dan poder de acuerdo con las condiciones de cada poseedor? Antes que puedas utilizar ese poder tendrás que ser mucho más fuerte, y entrenar tu voluntad en el dominio de los otros. Y aun así, como Portador del Anillo, y como alguien que se lo ha puesto en el dedo y ha visto lo que está oculto, tus ojos han llegado a ser más penetrantes. Has leído en mis pensamientos más claramente que muchos que se titulaban sabios. Viste el Ojo de aquel que tiene los Siete y los Nueve. ¿Y no reconociste el anillo que llevo en el dedo? ¿Viste tú mi anillo? —preguntó volviéndose hacia Sam.

—No, Señora —respondió Sam—. Para decir la verdad, me preguntaba de qué estaban hablando. Vi una estrella a través del dedo de usted. Pero si me permiten que hable francamente, creo que mi amo tiene razón. Yo desearía que tomara usted el Anillo. Pondría usted las cosas en su lugar. Impediría que molestasen a mi padre y que lo echaran a la calle. Haría pagar a algunos por los sucios trabajos en que han estado metidos.

—Sí —dijo ella—. Así sería al principio. Pero luego sobrevendrían otras cosas, lamentablemente. No hablemos más. ¡Vamos!


8



ADIÓS A LÓRIEN



Aquella noche la Compañía fue convocada de nuevo a la cámara de Celeborn, y allí el Señor y la Dama los recibieron con palabras amables. Al fin Celeborn habló de la partida.

—Ha llegado la hora —dijo– en que aquellos que desean continuar la Misión tendrán que mostrarse duros de corazón y dejar este país. Aquellos que no quieran ir más adelante pueden permanecer aquí, durante un tiempo. Pero se queden o se vayan, nadie estará seguro de tener paz. Pues hemos llegado al borde del precipicio del destino. Aquellos que así lo deseen podrán esperar aquí a la hora en que los caminos del mundo se abran de nuevo para todos, o a que sean convocados en última instancia en auxilio de Lórien. Podrán entonces volver a sus propias tierras, o marchar al largo descanso de quienes caen en la batalla.

Hubo un silencio.

—Todos han resuelto seguir adelante —dijo Galadriel mirándolos a los ojos.

—En cuanto a mí —dijo Boromir—, el camino de regreso está adelante y no atrás.

—Es cierto —dijo Celeborn—, ¿pero irá contigo toda la Compañía hasta Minas Tirith?

—No hemos decidido aún qué curso seguiremos —dijo Aragorn—. No sé qué pensaba hacer Gandalf más allá de Lothlórien. Creo en verdad que ni siquiera él tenía un propósito claro.

—Quizá no —dijo Celeborn—, sin embargo cuando dejéis esta tierra habréis de tener en cuenta el Río Grande. Como algunos de vosotros lo sabéis bien, ningún viajero con equipaje puede cruzarlo entre Lórien y Gondor, excepto en bote. ¿Y acaso no han sido destruidos los puentes de Osgiliath, y no están todos los embarcaderos en manos del Enemigo?

”¿Por qué lado viajaréis? El camino de Minas Tirith corre por este lado, al oeste; pero el camino directo de la Misión va por el este del río, la orilla más oscura. ¿Qué orilla seguiréis?

—Si mi consejo vale de algo, yo elegiría la orilla occidental, el camino a Minas Tirith —respondió Boromir—. Pero no soy el jefe de la Compañía.

Los otros no dijeron nada, y Aragorn parecía indeciso y preocupado.

—Ya veo que todavía no sabéis qué hacer —dijo Celeborn—. No me corresponde elegir por vosotros, pero os ayudaré en lo que pueda. Hay entre vosotros algunos capaces de manejar una embarcación: Legolas, cuya gente conoce el rápido Río del Bosque; y Boromir de Gondor, y Aragorn el viajero.

—¡Y un hobbit! —gritó Merry—. No todos nosotros pensamos que los botes son caballos salvajes. Mi gente vive a orillas del Brandivino.

—Muy bien —dijo Celeborn—. Entonces proveeré de embarcaciones a la Compañía. Serán pequeñas y livianas, pues si vais lejos por el agua habrá sitios donde tendréis que transportarlas. Llegaréis a los rápidos de Sarn Gebir, y quizás al fin a los grandes saltos del Rauros donde el Río cae atronando desde Nen Hithoel; y hay otros peligros. Las embarcaciones harán que vuestro viaje sea menos trabajoso por un tiempo. Sin embargo, no os aconsejarán: al fin tendréis que dejarlas, a ellas y al Río, y marchar hacia el oeste... o el este.

Aragorn agradeció a Celeborn repetidas veces. La noticia de los botes lo tranquilizó, pues durante unos días no sería necesario decidir el curso. Los otros parecían también más esperanzados. Cualesquiera que fuesen los peligros que los esperaban allá adelante, parecía mejor ir a encontrarlos navegando el ancho Anduin aguas abajo que caminar trabajosamente con las espaldas dobladas. Sólo Sam titubeaba: él por lo menos seguía pensando que los botes eran tan malos como los caballos salvajes, y quizá aún peores, y no todos los peligros a los que había sobrevivido le habían probado lo contrario.

—Todo estará preparado para vosotros y os esperará en el puerto antes del mediodía —dijo Celeborn—. Os enviaré a mi gente en la mañana para que os ayude en los preparativos del viaje. Ahora os desearemos a todos buenas noches y un sueño tranquilo.

—¡Buenas noches, amigos míos! —dijo Galadriel—. ¡Dormid en paz! No os preocupéis demasiado esta noche pensando en el camino. Pues los caminos que seguiréis todos vosotros ya se extienden quizá a vuestros pies, aunque no los veáis aún. ¡Buenas noches!


La Compañía se despidió y regresó al pabellón. Legolas fue con ellos, pues ésta era la última noche que pasarían en Lothlórien, y a pesar de las palabras de Galadriel deseaban estar todos juntos y discutir los pormenores del viaje.

Durante largo tiempo hablaron de lo que harían, y cómo llevarían a cabo la misión que concernía al Anillo; pero no llegaron a ninguna decisión. Era obvio que la mayoría deseaba ir primero a Minas Tirith, y escapar así al menos por un tiempo al terror del Enemigo. Estaban dispuestos a seguir a un guía hasta la otra orilla, y aun entrar en las sombras de Mordor, pero Frodo callaba, y Aragorn vacilaba todavía.

El plan de Aragorn, mientras Gandalf estaba aún con ellos, había sido ir con Boromir y ayudar a la liberación de Gondor. Pues creía que el mensaje del sueño era un mandato, y que había llegado al fin la hora en que el heredero de Elendil aparecería para luchar contra el dominio de Sauron. Pero en Moria había tenido que tomar la carga de Gandalf y sabía que ahora no podía dejar de lado el Anillo, si Frodo se negaba a ir con Boromir. ¿Y sin embargo de qué modo podría él, o cualquier otro de la Compañía, ayudar a Frodo, salvo acompañándolo a ciegas a la oscuridad?

—Iré a Minas Tirith, solo, si fuera necesario, pues es mi deber —dijo Boromir, y luego calló un rato, sentado y con los ojos clavados en Frodo, como si tratara de leer los pensamientos del Mediano. Al fin retomó la palabra, como discutiendo consigo mismo—. Si sólo te propones destruir el Anillo —dijo—, la guerra y las armas no servirán de mucho, y los Hombres de Minas Tirith no podrán ayudarte. Pero si deseas destruir el poder armado del Señor Oscuro, sería una locura entrar sin fuerzas en esos dominios, y una locura sacrificar... —Se interrumpió de pronto, como si hubiese advertido que estaba pensando en voz alta—. Sería una locura sacrificar vidas, quiero decir —concluyó—. Se trata de elegir entre defender una plaza fortificada y marchar directamente hacia la muerte. Al menos, así es como yo lo veo.

Frodo notó algo nuevo y extraño en los ojos de Boromir, y lo miró con atención. Lo que Boromir acababa de decir no era lo que él pensaba, evidentemente. Sería una locura sacrificar ¿qué? ¿El Anillo del Poder? Boromir había dicho algo parecido en el Concilio, aunque había aceptado entonces la corrección de Elrond. Frodo miró a Aragorn, pero el Montaraz parecía hundido en sus propios pensamientos, y no daba muestras de haber oído las palabras de Boromir. Y así terminó la discusión. Merry y Pippin ya estaban dormidos, y Sam cabeceaba. La noche envejecía.


Por la mañana, mientras comenzaban a embalar las pocas cosas que les quedaban, unos Elfos que hablaban la lengua de la Compañía vinieron a traerles regalos de comida y ropa para el viaje. La comida consistía principalmente en galletas, preparadas con una harina que estaba un poco tostada por fuera, y que por dentro era de color cremoso. Gimli tomó una de las galletas y la miró con ojos desconfiados.

Cram—dijo a media voz mientras mordisqueaba una punta quebradiza. La expresión del enano cambió rápidamente y se comió todo el resto de la galleta saboreándola con delectación.

—¡Basta, basta! —gritaron los Elfos riendo—. Has comido suficiente para toda una jornada.

—Pensé que era sólo una especie de cram, como los que preparan los Hombres de Valle para viajar por el desierto —dijo el enano.

—Así es —respondieron los Elfos—. Pero nosotros lo llamamos lembaso pan del camino, y es más fortificante que cualquier comida preparada por los Hombres, y es más agradable que el cram, desde cualquier punto de vista.

—Por cierto —dijo Gimli—. En realidad es mejor que los bizcochos de miel de los Beórnidas, y esto es un gran elogio, pues no conozco panaderos mejores que ellos. Aunque en estos días no parecen estar muy interesados en darles bizcochos a los viajeros. ¡Sois anfitriones muy amables!


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