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La Comunidad del Anillo
  • Текст добавлен: 5 октября 2016, 02:20

Текст книги "La Comunidad del Anillo"


Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien



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Gimli ayudaba a Gandalf muy poco, excepto mostrando resolución y coraje. Al menos no parecía perturbado por la mera oscuridad, como la mayoría de los otros. El mago lo consultaba a menudo cuando la elección del camino se hacía dudosa, pero la última palabra la daba siempre Gandalf. Las Minas de Moria eran de una vastedad y complejidad que desafiaban la imaginación de Gimli, hijo de Glóin, nada menos que un enano de la raza de las montañas. A Gandalf los borrosos recuerdos de un viaje hecho en el lejano pasado no le servían de mucho, pero aun en la oscuridad y a pesar de todos los meandros del camino él sabía adónde quería ir, y no cejaría mientras hubiera un sendero que llevase de algún modo a la meta.


—¡No temáis! —dijo Aragorn. Hubo una pausa más larga que de costumbre, y Gandalf y Gimli murmuraron entre ellos; los otros se apretaron detrás, esperando ansiosamente—. ¡No temáis! Lo he acompañado en muchos viajes, aunque en ninguno tan oscuro, y en Rivendel se cuentan hazañas de él más extraordinarias que todo lo que yo haya visto alguna vez. No se extraviará, si es posible encontrar un camino. Nos ha conducido aquí contra nuestros propios deseos, pero nos llevará de vuelta afuera, cueste lo que cueste. Estoy seguro de que en una noche cerrada encontraría el camino de vuelta más fácilmente que los gatos de la Reina Berúthiel.

Era bueno para la Compañía contar con un guía semejante. No disponían de combustible ni de ningún material para preparar una antorcha. En la huida precipitada hacia la puerta habían dejado atrás muchos bultos. Pero sin luz hubieran caído pronto en la desesperación. No sólo eran muchas las sendas posibles, también abundaban agujeros y fosas, y a lo largo del camino se abrían pozos oscuros que devolvían el eco de los pasos. Había fisuras y grietas en las paredes y el piso, y de cuando en cuando aparecía un abismo justo ante ellos. El más ancho medía cerca de dos metros, y Pippin tardó bastante en animarse a saltar. De muy abajo venía un rumor de aguas revueltas, como si una gigantesca rueda de molino estuviera girando en las profundidades.

—¡Una cuerda! —murmuró Sam—. Sabía que la necesitaría, si no la traía conmigo.


A medida que estos peligros eran más frecuentes, la marcha se hacía más lenta. Les parecía ya que habían estado caminando y caminando, interminablemente, hacia las raíces de la montaña. La fatiga los abrumaba, y sin embargo no tenían ganas de detenerse. Frodo había recuperado un poco el ánimo luego de la comida y un sorbo del cordial, pero ahora una profunda inquietud, que llegaba al miedo, lo invadía otra vez. Aunque le habían curado la herida en Rivendel, la terrible cuchillada había tenido algunas consecuencias. Se le habían agudizado los sentidos, y advertía ahora la presencia de muchas cosas que no podían ser vistas. Un síntoma de esos cambios, y que había notado muy pronto, era que podía ver en la oscuridad quizá más que cualquiera de los otros, excepto Gandalf. Y de todos modos él era el Portador del Anillo; le colgaba de la cadena sobre el pecho, y a veces lo sentía como una carga pesada. Estaba seguro de que el mal los esperaba allá delante, y que a la vez venía siguiéndolos, pero no hacía ningún comentario. Apretaba aún más la empuñadura de la espada, y se adelantaba, decidido.

Detrás de él la Compañía hablaba poco, y nada más que en murmullos apresurados. Sólo se oía el sonido de las pisadas: el golpe sordo de las botas de enano de Gimli; los pesados pies de Boromir; el paso liviano de Legolas; el trote ligero y casi imperceptible de los hobbits; y en la retaguardia las pisadas lentas y firmes de Aragorn, que caminaba a grandes trancos. Cuando se detenían un momento, no oían nada, excepto el débil goteo ocasional de un hilo de agua que se escurría invisible. No obstante, Frodo comenzó a oír, o a imaginar que oía, alguna otra cosa: el blando sonido de unos pies descalzos. El sonido no era nunca bastante alto, ni bastante próximo, como para que él estuviera seguro de haberlo oído, pero una vez que empezaba ya no cesaba nunca, mientras la Compañía continuara marchando. Pero no era un eco, pues cuando se detenían proseguía un rato, solo, antes de apagarse.


Ya caía la noche cuando habían entrado en las Minas. Habían caminado durante horas, haciendo breves escalas, y Gandalf tropezó de pronto con el primer problema serio. Ante él se alzaba un arco amplio y oscuro que se abría en tres pasajes; todos iban en la misma dirección, hacia el este; pero el pasaje de la izquierda bajaba bruscamente, el de la derecha subía, y el del medio parecía correr en línea recta, liso y llano, pero muy angosto.

—¡No tengo ningún recuerdo de este sitio! —dijo Gandalf titubeando bajo el arco. Sostuvo en alto la vara con la esperanza de encontrar alguna marca o inscripción que lo ayudara a elegir, pero no había nada de esta especie—. Estoy demasiado cansado para decidir —dijo, meneando la cabeza—. Y supongo que todos vosotros estáis tan cansados como yo, o más. Mejor que nos detengamos aquí por lo que queda de la noche. ¡Sé que me entendéis! Aquí está siempre oscuro, pero fuera la luna tardía va hacia el oeste y la medianoche ha quedado atrás.

—¡Pobre viejo Bill! —exclamó Sam—. Me pregunto dónde anda. Espero que esos lobos todavía no lo hayan atrapado.

A la izquierda del gran arco encontraron una puerta de piedra; estaba a medio cerrar pero un leve empellón la abrió fácilmente. Más allá parecía haber una sala amplia tallada en la roca.

—¡Tranquilos! ¡Tranquilos! —les gritó Gandalf mientras Merry y Pippin empujaban hacia delante, contentos de haber encontrado un sitio donde podían descansar sintiéndose más amparados que en el corredor—. Tranquilos. Todavía no sabéis lo que hay dentro. Iré primero.

Entró con cuidado y los otros lo siguieron en fila.

—¡Mirad! —dijo el mago apuntando al suelo con la vara.

Todos miraron y vieron un agujero grande y redondo, como la boca de un pozo. Unas cadenas rotas y oxidadas colgaban de los bordes y bajaban al pozo negro. Cerca había unos trozos de piedra.

—Uno de vosotros pudo haber caído aquí, y todavía estaría preguntándose cuándo golpearía el fondo —le dijo Aragorn a Merry—. Deja que el guía vaya delante, mientras tienes uno.

—Esto parece haber sido una sala de guardia, destinada a la vigilancia de los tres pasadizos —dijo Gimli—. El agujero es evidentemente un pozo para uso de los guardias, y que se tapaba con una losa de piedra. Pero la losa está rota, y hay que tener cuidado en la oscuridad.

Pippin se sentía curiosamente atraído por el pozo. Mientras los otros desenrollaban mantas y preparaban camas contra las paredes del recinto, se arrastró hasta el borde y se asomó. Un aire helado pareció pegarle en la cara, como subiendo de profundidades invisibles. Movido por un impulso repentino, tanteó alrededor buscando una piedra suelta, y la dejó caer. Sintió que el corazón le latía muchas veces antes que hubiera algún sonido. Luego, muy abajo, como si la piedra hubiera caído en las aguas profundas de algún lugar cavernoso, se oyó un pluf, muy distante, pero amplificado y repetido en el hueco del pozo.

—¿Qué es eso? —exclamó Gandalf. Se mostró un instante aliviado cuando Pippin confesó lo que había hecho, pero en seguida montó en cólera, y Pippin pudo ver que le relampagueaban los ojos—. ¡Tuk estúpido! —gruñó el mago—. Éste es un viaje serio, y no una excursión hobbit. Tírate tú mismo la próxima vez, y no molestarás más. ¡Ahora quédate quieto!

Nada más se oyó durante algunos minutos, pero luego unos débiles golpes vinieron de las profundidades: tom-tap, tap-tom. Hubo un silencio, y cuando los ecos se apagaron, los golpes se repitieron: tap-tom, tom-tap, tap-tap, tom. Sonaban de un modo inquietante, pues parecían señales de alguna especie, pero al cabo de un rato se apagaron y no se oyeron más.

—Eso era el golpe de un martillo, o nunca he oído uno —dijo Gimli.

—Sí —dijo Gandalf—, y no me gusta. Quizá no tenga ninguna relación con la estúpida piedra de Peregrin, pero es posible que algo haya sido perturbado, y hubiese sido mejor dejarlo en paz. ¡Por favor, no vuelvas a hacer algo parecido! Espero que podamos descansar sin más dificultades. Tú, Pippin, harás la primera guardia, como recompensa —gruñó mientras se envolvía en una manta.

Pippin se sentó miserablemente junto a la puerta en la cerrada oscuridad, pero no dejaba de volver la cabeza, temiendo que alguna cosa desconocida saliera arrastrándose fuera del pozo. Hubiese querido cubrir el agujero, por lo menos con una manta, pero no se atrevía a moverse ni a acercarse, aunque Gandalf parecía dormir.

Gandalf en realidad estaba despierto, aunque acostado y en silencio, y trataba de recordar todos los detalles de su viaje anterior a las Minas, preguntándose ansiosamente qué rumbo convendría tomar; una media vuelta equivocada podía ser desastrosa. Al cabo de una hora se incorporó y fue hacia Pippin.

—Vete a un rincón y trata de dormir, mi muchacho —dijo en un tono amable—. Quieres dormir, supongo. Yo no he cerrado un ojo, de modo que puedo reemplazarte en la guardia.

”Ya sé lo que me ocurre —murmuró mientras se sentaba junto a la puerta—. ¡Necesito un poco de humo! No he fumado desde la mañana anterior a la tormenta de nieve.

Lo último que vio Pippin, mientras el sueño se lo llevaba, fue la sombra del viejo mago encogida en el piso, protegiendo un fuego incandescente entre las manos nudosas, puestas sobre las rodillas. La luz temblorosa mostró un momento la nariz aguileña y una bocanada de humo.


Fue Gandalf quien los despertó a todos. Había estado sentado y vigilando solo alrededor de seis horas, dejando que los otros descansaran.

—Y mientras tanto tomé mi decisión —dijo—. No me gusta la idea del camino del medio, y no me gusta el olor del camino de la izquierda: el aire está viciado allí, o no soy un guía. Tomaré el pasaje de la derecha. Es hora de que volvamos a subir.

Durante ocho horas oscuras, sin contar dos breves paradas, continuaron marchando; y no encontraron ningún peligro, ni oyeron nada, y no vieron nada excepto el débil resplandor de la luz del mago, bailando ante ellos como un fuego fatuo. El túnel que habían elegido llevaba regularmente hacia arriba, torciendo a un lado y al otro, describiendo grandes curvas ascendentes; y a medida que subía se hacía más elevado y más ancho. No había a los lados aberturas de otras galerías o túneles, y el suelo era llano y firme, sin pozos o grietas. Habían tomado evidentemente lo que en otro tiempo fuera una ruta importante, y progresaban con mayor rapidez que en la jornada anterior.

De este modo avanzaron unas quince millas, medidas en línea recta hacia el este, aunque en realidad debían de haber caminado veinte millas o más. A medida que el camino subía, el ánimo de Frodo mejoraba un poco; pero se sentía aún oprimido, y aún oía a veces, o creía oír, detrás de la Compañía, más allá de los ajetreos de la marcha, pisadas que venían siguiéndolos y que no eran un eco.

Habían marchado hasta los límites de las fuerzas de los hobbits, y estaban todos pensando en un lugar donde pudieran dormir, cuando de pronto las paredes de la izquierda y la derecha desaparecieron; luego de atravesar una puerta abovedada habían salido a un espacio negro y vacío. Una corriente de aire tibio soplaba detrás de ellos, y delante una fría oscuridad les tocaba las caras. Se detuvieron y se apretaron inquietos unos contra otros.

Gandalf parecía complacido.

—Elegí el buen camino —dijo—. Por lo menos estamos llegando a las partes habitables, y sospecho que no estamos lejos del lado este. Pero nos encontramos en un sitio muy alto, más alto que la Puerta del Arroyo Sombrío, a menos que me equivoque. Tengo la impresión de que estamos ahora en una sala amplia. Me arriesgaré a tener un poco de verdadera luz.

Alzó la vara, que relampagueó brevemente. Unas grandes sombras se levantaron y huyeron, y durante un segundo vieron un vasto cielo raso sostenido por numerosos y poderosos pilares tallados en la piedra. Ante ellos y a cada lado se extendía un recinto amplio y vacío: las paredes negras, pulidas y lisas como el vidrio, refulgían y centelleaban. Vieron también otras tres entradas; un túnel negro se abría ante ellos y corría en línea recta hacia el este, y había otros dos a los lados. Luego la luz se apagó.

—No me atrevería a nada más, por el momento —dijo Gandalf—. Antes había grandes ventanas en los flancos de la montaña, y túneles que llevaban a la luz en las partes superiores de las Minas. Creo que hemos llegado ahí, pero fuera es otra vez de noche, y no podremos saberlo hasta la mañana. Si no me equivoco, quizá veamos apuntar el amanecer. Pero mientras tanto será mejor no ir más lejos. Descansemos, si es posible. Las cosas han ido bien hasta ahora, y la mayor parte del camino oscuro ha quedado atrás. Pero no hemos llegado todavía al fin, y hay un largo trayecto hasta las Puertas que se abren al mundo.


La Compañía pasó aquella noche en la gran sala cavernosa, apretados todos en un rincón para escapar a la corriente de aire frío que parecía venir del arco del este. Todo alrededor de ellos pendía la oscuridad, hueca e inmensa, y la soledad y vastedad de las salas excavadas y las escaleras y pasajes que se bifurcaban interminablemente eran abrumadoras. Las imaginaciones más descabelladas que unos sombríos rumores hubiesen podido despertar en los hobbits, no eran nada comparadas con el miedo y el asombro que sentían ahora en Moria.

—Tiene que haber habido aquí toda una multitud de enanos en otra época —dijo Sam—, y todos más atareados que tejones durante quinientos años haciendo todo esto, ¡y la mayor parte en roca dura! ¿Para qué, me pregunto? Seguramente no vivirían en estos agujeros oscuros.

—No son agujeros —dijo Gimli—. Esto es el gran reino y la ciudad de la Mina del Enano. Y antiguamente no era oscura sino luminosa y espléndida, como lo recuerdan aún nuestras canciones.

El enano se puso de pie en la oscuridad y empezó a cantar con una voz profunda, y los ecos se perdieron en la bóveda.


El mundo era joven y las montañas verdes,

y aún no se veían manchas en la Luna,

y los ríos y piedras no tenían nombre,

cuando Durin despertó y echó a caminar.


Nombró las colinas y los valles sin nombre;

bebió de fuentes ignoradas;

se inclinó y se miró en el Lago Espejo,

y sobre la sombra de la cabeza de Durin

apareció una corona de estrellas

como joyas engarzadas en un hilo de plata.


El mundo era hermoso en los días de Durin,

en los Días Antiguos antes de la caída

de reyes poderosos en Nargothrond y Gondolin

que desaparecieron más allá de los Mares del Oeste.

El mundo era hermoso y las montañas altas.


Fue rey en un trono tallado

y en salas de piedra de muchos pilares,

y runas poderosas en la puerta,

de bóvedas de oro y de suelo de plata.

La luz del sol, la luna y las estrellas

en centelleantes lámparas de vidrio

que las nubes y la noche jamás oscurecían

para siempre brillaban.


Allí el martillo golpeaba el yunque,

el cincel esculpía y el buril escribía,

se forjaba la hoja de la espada,

y se fijaban las empuñaduras;

cavaba el cavador, el albañil edificaba.

Allí se acumulaban el berilo, la perla

y el pálido ópalo y el metal en escamas,

y la espada y la lanza brillantes,

el escudo, la malla, y el hacha.


Incansable era entonces la gente de Durin;

bajo las montañas despertaba la música;

los arpistas tocaban, cantaban los cantantes,

y en la puerta las trompetas sonaban.


El mundo es gris ahora y vieja la montaña;

el fuego de la forja es sólo unas cenizas;

el arpa ya no suena, el martillo no cae;

la sombra habita en las salas de Durin,

y la oscuridad ha cubierto la tumba

en Moria, en Khazad-dûm.

Pero todavía aparecen las estrellas ahogadas

en la oscuridad y el silencio del Lago Espejo,

y hasta que Durin despierte de nuevo

en el agua profunda la corona descansa.



—¡Me gusta eso! —dijo Sam—. Me gustaría aprenderlo. ¡En Moria, en Khazad-dûm!Pero la imagen de todas esas lámparas hace la oscuridad más pesada, me parece. ¿Hay todavía por aquí montones de oro y joyas?

Gimli no contestó. Había cantado su canción, y no quería decir más.

—¿Montones de joyas? —dijo Gandalf—. No. Los orcos han saqueado Moria a menudo. No queda nada en las salas superiores. Y desde que los Enanos se fueron, nadie se ha atrevido a explorar los pozos o a buscar tesoros en los sitios más profundos; los ha inundado el agua, o una sombra de miedo.

—Entonces, ¿por qué los Enanos querrían volver? —preguntó Sam.

—Por el mithril—respondió Gandalf—. La riqueza de Moria no era el oro y las joyas, juguetes de los Enanos; tampoco el hierro, sirviente de los Enanos. Tales cosas se encuentran aquí, es cierto, especialmente hierro; pero no cavaban para eso; todo lo que deseaban podían obtenerlo traficando. Pues éste era el único sitio del mundo donde había plata de Moria, o plata auténtica como algunos la llamaban: mithriles el nombre élfico. Los Enanos le dan otro nombre, pero lo guardan en secreto. El valor del mithrilera diez veces superior al del oro, y ahora ya no tiene precio, pues queda poco en la superficie, y ni siquiera los orcos se atreven a cavar aquí. Las vetas llevan siempre al norte, hacia Caradhras, y abajo, a la oscuridad. Ellos no hablan de eso, pero si es cierto que el mithrilfue la base de la riqueza de los Enanos, fue también la perdición de estas criaturas, que cavaron con demasiada codicia, demasiado abajo, y perturbaron aquello de que huían, el Daño de Durin. De lo que llevaron a la luz, los orcos recogieron casi todo, y se lo entregaron como tributo a Sauron.

¡Mithril!Todo el mundo lo deseaba. Podía ser trabajado como el cobre, y pulido como el vidrio; y los Enanos podían transformarlo en un metal más liviano y sin embargo más duro que el acero templado. Tenía la belleza de la plata común, pero nunca se manchaba ni perdía el brillo. Los Elfos lo estimaban muchísimo, y lo empleaban entre otras cosas para forjar los ithildin, la estrella-luna que habéis visto en la puerta. Bilbo tenía una malla de anillos de mithrilque Thorin le había dado. Me pregunto qué se habrá hecho de ella. Todavía juntando polvo en el museo de Cavada Grande, me imagino.

—¿Qué? —exclamó Gimli de pronto, saliendo de su silencio—. ¿Una cota de plata de Moria? ¡Un regalo de rey!

—Sí —continuó Gandalf—. Nunca se lo dije, pero vale más que la Comarca entera, y todos los bienes que en ella hay.

Frodo no dijo nada, pero metió la mano bajo la túnica y tocó los anillos de la camisa. Se le confundía la cabeza pensando que había ido de un lado a otro llevando el valor de la Comarca bajo la chaqueta. ¿Lo había sabido Bilbo? Estaba seguro de que Bilbo lo sabía muy bien. Era en verdad un regalo de rey. Pero ahora ya no pensaba en las minas oscuras, pues se había acordado de Rivendel y de Bilbo y luego de Bolsón Cerrado en los días en que Bilbo vivía todavía allí. Deseó de todo corazón estar de vuelta, en aquellos días de antes, segando la hierba, o paseando entre las flores, y no haber oído hablar de Moria, o del mithril, o del Anillo.


Siguió un profundo silencio. Uno a uno los otros fueron durmiéndose. Como un soplo que venía de las profundidades, cruzando puertas invisibles, el miedo envolvió a Frodo. Tenía las manos frías y la frente transpirada. Escuchó, prestando atención durante dos lentas horas, pero no oyó ningún sonido, ni siquiera el eco imaginario de unos pasos.

La guardia de Frodo había concluido casi, cuando allá lejos, donde suponía que se alzaba el arco oriental, creyó ver dos pálidos puntos de luz, casi como ojos luminosos. Se sobresaltó. Había estado cabeceando. «Poco faltó para que me quedara dormido en plena guardia» pensó. «Ya empezaba a soñar.» Se incorporó y se frotó los ojos, y se quedó de pie, espiando la oscuridad, hasta que Legolas lo relevó.

Cuando se acostó se quedó dormido en seguida, pero tuvo la impresión de que el sueño continuaba: oía murmullos, y vio que los pálidos puntos de luz se acercaban lentamente. Despertó y vio que los otros estaban hablando en voz baja muy cerca, y que una luz débil le caía en la cara. Muy arriba, sobre el arco del este, un rayo de luz largo y pálido asomaba en una abertura de la bóveda; y en el otro extremo del recinto la luz resplandecía también débil y distante entrando por el arco del norte.

Frodo se sentó.

—¡Buen día! —le dijo Gandalf—. Pues al fin es de día. No me equivoqué. Estamos muy arriba en el lado este de Moria. Antes de que termine la jornada tenemos que encontrar las Grandes Puertas y ver ante nosotros las aguas del Lago Espejo, en el Valle del Arroyo Sombrío.

—Me alegro —dijo Gimli—. Ya he visto Moria, y es muy grande, pero se ha convertido en un sitio oscuro y terrible, y no hemos encontrado señales de mi gente. Dudo ahora que Balin haya estado alguna vez aquí.


Luego de haber desayunado, Gandalf decidió que se pondrían en marcha en seguida.

—Estamos fatigados, pero descansaremos mejor una vez que nos encontremos fuera —dijo—. Creo que ninguno de nosotros desearía pasar otra noche en Moria.

—¡No en verdad! —dijo Boromir—. ¿Qué camino tomaremos? ¿Ese arco que apunta al este?

—Quizá —dijo Gandalf—. Pero aún no sé exactamente dónde nos encontramos. Si no he perdido el rumbo, creo que estamos encima de las Grandes Puertas, y un poco al norte; y quizá no sea fácil encontrar el camino que baja a las puertas. El arco del este tal vez sea la ruta adecuada, pero antes de decidirnos miraremos un poco alrededor. Vayamos hacia aquella luz de la puerta norte. Si pudiéramos encontrar una ventana, mejor que mejor, pero temo que la luz descienda sólo a través de largas aberturas.

Siguiendo a Gandalf la Compañía pasó bajo el arco del norte. Se encontraban ahora en un amplio corredor. A medida que avanzaban el resplandor iba aumentando, y vieron que venía de un portal de la derecha. Era alto, plano arriba, y la puerta de piedra colgaba todavía de los goznes, a medio cerrar. Del otro lado había un cuarto grande y cuadrado. Estaba apenas iluminado, pero a los ojos de la Compañía, luego de haber pasado tanto tiempo en la oscuridad, era de una luminosidad enceguecedora, y todos parpadearon al entrar.

El suelo estaba cubierto por una espesa capa de polvo, y la Compañía tropezó en el umbral con muchas cosas que estaban allí tiradas y cuyas formas no pudieron reconocer al principio. Una abertura alta y amplia de la pared del este iluminaba la cámara. Atravesaba oblicuamente la pared, y del otro lado, lejos y arriba, podía verse un cuadradito de cielo azul. La luz caía directamente sobre una mesa en medio del cuarto: una piedra oblonga, de dos pies de alto, sobre la que habían puesto una losa de piedra blanca.

—Parece una tumba —murmuró Frodo, y se inclinó hacia adelante, sintiendo un raro presentimiento, para mirar desde más cerca.

Gandalf se acercó rápidamente. Sobre la losa había unas runas grabadas:



—Son Runas de Daeron, como se usaban antiguamente en Moria —dijo Gandalf—. Dice aquí en las lenguas de los Hombres y los Enanos:


BALIN HIJO DE FUNDIN

SEÑOR DE MORIA


—Está muerto entonces —dijo Frodo—. Temía que fuera así.

Gimli se echó la capucha sobre la cara.


5



EL PUENTE DE KHAZAD-DÛM



La Compañía del Anillo permaneció en silencio junto a la tumba de Balin. Frodo pensó en Bilbo, en la larga amistad que había tenido con el enano, y en la visita de Balin a la Comarca tiempo atrás. En aquel cuarto polvoriento de la montaña parecía que eso había ocurrido hacía mil años y en el otro extremo del mundo.

Por último se movieron y levantaron los ojos, y buscaron algún indicio que pudiera explicarles la muerte de Balin, o qué había sido de su gente. Había otra puerta más pequeña en el lado opuesto de la cámara, bajo la abertura. junto a las dos puertas podían ver ahora muchos huesos desparramados, y entre ellos espadas y hachas rotas, y escudos y cascos hendidos. Algunas de las espadas eran curvas: cimitarras de orcos con hojas negras.

Había muchos nichos tallados en la piedra de los muros, que contenían grandes cofres de madera aherrojados. Todo había sido roto y saqueado, pero junto a la tapa destrozada de uno de los cofres encontraron los restos de un libro. Lo habían desgarrado, y lo habían apuñalado, y estaba quemado en parte, y tan manchado de negro y otras marcas oscuras, como sangre vieja, que poco podía leerse. Gandalf lo alzó con cuidado, pero las hojas crujieron y se quebraron mientras lo ponía sobre la losa. Se inclinó sobre él un tiempo sin hablar. Frodo y Gimli de pie junto a Gandalf que volvía delicadamente las hojas, alcanzaban a ver que había sido escrito por distintas manos, en runas, tanto de Moria como de Valle, y de cuando en cuando en caracteres élficos.

Al fin Gandalf alzó los ojos.

—Parece ser un registro de los azares y fortunas que cayeron sobre el pueblo de Balin —dijo—. Supongo que empieza cuando llegaron al Valle del Arroyo Sombrío hace treinta años; hay números en las páginas que parecen referirse a los años que siguieron. La primera página está marcada uno-tres, de modo que al menos dos ya faltan desde el principio. ¡Escuchad!

”Echamos a los orcos de la gran puerta y el cuarto de guar... supongo que diría guardia. Matamos a muchos a la brillante—creo– luz del valle. Una flecha mató a Flói. Él derribó al grande. Luego hay una mancha seguida por Flói bajo la hierba junto al Lago Espejo. Sigue una línea o dos que no puedo leer. Luego esto: Hemos elegido como vivienda la sala vigesimoprimera del lado norte. Hayno sé qué. Se menciona una abertura. Luego Balin se ha aposentado en la Cámara de Mazarbul.

—La Cámara de los Registros —dijo Gimli—. Sospecho que ahí estamos ahora.

—Bueno, aquí no alcanzo a leer mucho más —dijo Gandalf—, excepto la palabra oro, y Hacha de Duriny algo así como yelmo. Luego Balin es ahora señor de Moria. Esto parece terminar un capítulo. Luego de algunas estrellas comienza otra mano, y aquí se lee encontramos plata auténtica, y luego las palabras bien forjaday luego algo. ¡Lo tengo! Mithril, y las dos últimas líneas: Óin buscará las armerías superiores del Tercer Nivel; algo va al oeste, una mancha, a la puerta de Acebeda.


Gandalf hizo una pausa y apartó unas pocas hojas.

—Hay varias páginas de este tipo, escritas bastante de prisa y muy dañadas —dijo—, pero poco puedo sacar en limpio con esta luz. Tienen que faltar también algunas hojas, pues éstas comienzan con el número cinco, el quinto año de la colonia, supongo. Veamos. No, están demasiado rotas y sucias, no puedo leerlas. Mejor que probemos a la luz del sol. ¡Un momento! Aquí hay algo: caracteres rápidos y grandes en lengua élfica.

—Ésa tiene que ser la mano de Ori —dijo Gimli mirando por encima del brazo de Gandalf—. Podía escribir bien y rápido, y a menudo usaba los caracteres élficos.

—Temo que esa mano hábil haya tenido que registrar malas noticias —dijo Gandalf—. La primera palabra es pena, pero el resto de la línea se ha perdido, aunque termina en ayer. Sí, tiene que ser ayerseguido por siendo el diez de noviembre Balin señor de Moria cayó en el Valle del Arroyo Sombrío. Fue solo a mirar el Lago Espejo. Un orco lo mató desde atrás de una piedra. Matamos al orco, pero muchos más... subiendo desde el este por el Cauce de Plata. El resto de la página está demasiado borroneado, pero me parece que alcanzo a leer hemos atrancado las puertas, y luego resistiremos si, y luego quizá horrible y sufrimiento. ¡Pobre Balin! Parece que no pudo conservar el título que él mismo se dio ni siquiera cinco años. Me pregunto qué habrá ocurrido después, pero ahora no hay tiempo de descifrar las últimas pocas páginas. Aquí está la última.

Hizo una pausa y suspiró.

—Es una lectura siniestra —continuó—. Temo que el fin de esta gente haya sido cruel. ¡Escuchad! No podemos salir. No podemos salir. Han tomado el Puente y la segunda sala. Frár y Lóni y Náli murieron allí. Luego hay cuatro líneas muy manchadas y sólo puedo leer hace cinco días. Las últimas líneas dicen la laguna llega a los muros de la Puerta del Oeste. El Guardián del Agua se llevó a Óin. No podemos salir. El fin se acerca, y luego tambores, tambores en los abismos. Me pregunto qué será esto. Las últimas palabras son un garabateo arrastrado en letras élficas: están acercándose. No hay nada más.

Gandalf calló, guardando un pensativo silencio.

Todos en la Compañía tuvieron un miedo repentino, sintiendo que se encontraban en una cámara de horrores.

No podemos salir—murmuró Gimli—. Fue una suerte para nosotros que la laguna hubiese bajado un poco, y que el Guardián estuviera durmiendo en el extremo sur.

Gandalf alzó la cabeza y miró alrededor.

—Parece que ofrecieron una última resistencia en las dos puertas —dijo—, pero ya entonces no quedaban muchos. ¡Así terminó el intento de recuperar Moria! Fue valiente, pero insensato. No ha llegado todavía la hora. Bien, temo que tengamos que despedirnos de Balin hijo de Fundin. Que descanse aquí en las salas paternas. Nos llevaremos este libro, el Libro de Mazarbul, y lo miraremos luego con más atención. Será mejor que tú lo guardes, Gimli, y que lo lleves de vuelta a Dáin, si tienes oportunidad. Le interesará, aunque se sentirá profundamente apenado. Bueno, ¡vayamos! La mañana está quedando atrás.

—¿Qué camino tomaremos? —preguntó Boromir.

—Volvamos a la sala —dijo Gandalf—. Pero la visita a este cuarto no ha sido inútil. Ahora sé dónde estamos. Ésta tiene que ser, como dijo Gimli, la Cámara de Mazarbul, y la sala la vigésima primera del extremo norte. Por lo tanto hemos de salir por el arco del este, e ir a la derecha y al sur, descendiendo. La Sala Vigésima Primera tiene que estar en el Nivel Séptimo, es decir, seis niveles por encima de las Puertas. ¡Vamos! ¡De vuelta a la sala!


Apenas Gandalf hubo dicho estas palabras cuando se oyó un gran ruido, como si algo rodara retumbando en los abismos lejanos, estremeciendo el suelo de piedra. Todos saltaron hacia la puerta, alarmados. Bum, bum, resonó otra vez, como si unas manos enormes estuvieran utilizando las cavernas de Moria como un vasto tambor. Luego siguió una explosión, repetida por el eco: un gran cuerno sonó en la sala, y otros cuernos y unos gritos roncos respondieron a lo lejos. Se oyó el sonido de muchos pies que corrían.


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