Текст книги "La Comunidad del Anillo"
Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien
Жанр:
Эпическая фантастика
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En la adormecida e idílica Comarca, un joven hobbit recibe un encargo: custodiar el Anillo Único y emprender el viaje para su destrucción en las Grietas del Destino. Acompañado por magos, hombres, elfos y enanos, atravesará la Tierra Media y se internará en las sombras de Mordor, perseguido siempre por las huestes de Sauron, el Señor Oscuro, dispuesto a recuperar su creación para establecer el dominio definitivo del Mal.
J. R. R. Tolkien
EL SEÑOR DE LOS ANILLOS
I
LA COMUNIDAD DEL ANILLO
Minotauro
Título original: The Lord of the Rings I. The Fellowships of the Ring
Primera edición en inglés: 1954
Traducción: Luis Domènech
© George Allen & Unwin Ltd., 1966
Ilustrado por Alan Lee
ISBN: 978-84-450-7749-8
Tres anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo.
Siete para los Señores Enanos en casas de piedra.
Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir.
Uno para el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro
en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.
Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos,
un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas
en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.
PREFACIO
Esta narración nació mientras se narraba, hasta convertirse en una historia de la Gran Guerra del Anillo e incluir muchos atisbos de la historia aún más antigua que la antecede. Fue iniciada poco después de haberse escrito El Hobbity antes de que se publicase en 1937; pero no continué esta secuela, pues primero deseé completar y ordenar la mitología y las leyendas de los Días Antiguos, que habían empezado a cobrar forma años antes. Quería hacer esto para mi propia satisfacción, y tenía pocas esperanzas de que a otra gente pudiera interesarle este trabajo, sobre todo porque era de inspiración originariamente lingüística, y fue comenzado para proporcionar un necesario fondo «histórico» a las lenguas élficas.
Cuando aquellos a quienes solicité opinión y consejo cambiaron pocas esperanzaspor ninguna esperanza, volví a la secuela, animado por los lectores que me pedían más información sobre los hobbits y sus aventuras. Pero la historia fue llevada inexorablemente al mundo más viejo, y de alguna manera se convirtió en un relato del fin y el acabamiento de ese mundo antes de que fuera contado el principio y el medio. El proceso había comenzado mientras escribía El Hobbit, donde hay ya algunas referencias al material más antiguo: Elrond, Gondolin, los Altos Elfos, y los Orcos, así como lo que había alcanzado a vislumbrar en cosas que eran más altas o más profundas, o más oscuras que la superficie: Durin, Moria, Gandalf, el Nigromante, el Anillo. El descubrimiento del significado de estos atisbos, y de la relación que tenían con las viejas historias, me llevó a la Tercera Edad y a su culminación en la Guerra del Anillo.
Aquellos que requirieron más información sobre los hobbits, la consiguieron eventualmente, pero tuvieron que esperar un largo tiempo, pues la composición de El Señor de los Anilloscontinuó a intervalos desde 1936 a 1937, período en el que yo tenía muchas obligaciones que no descuidé, y muchos otros intereses como profesor que muy a menudo me absorbían. El retraso se alargó, por supuesto, con el estallido de la guerra en 1939, y el año concluyó cuando el relato no había alcanzado aún el fin del Libro I. A pesar de la oscuridad de los próximos cinco años descubrí que ahora la historia no podía ser abandonada por completo, y continué adelante, principalmente de noche, hasta que llegué a la tumba de Balin en Moria. Allí me detuve un largo rato. Pasó casi un año antes que retomara la historia, y a fines de 1941 llegué a Lothlórien y el Río Grande. Al año siguiente escribí los primeros esbozos de lo que sería el Libro III, y los comienzos de los capítulos 1 y 3 del Libro V, y me detuve cuando los fuegos llameaban en Anórien y Théoden llegó al Valle Sagrado. La visión se había apagado y no era tiempo de ponerse a pensar.
Fue en 1944 cuando, abandonando los cabos sueltos y perplejidades de una guerra que me tocaba conducir, me obligué a narrar el viaje de Frodo a Mordor. Estos capítulos que eventualmente se convertirían en el Libro IV, fueron escritos y remitidos como un serial a mi hijo Cristopher, entonces en África del Sur con la R.A.F. No obstante, pasaron otros cinco años antes de que el relato alcanzase su forma actual; en ese tiempo cambié casa, cátedra y colegio, y las jornadas eran menos oscuras, pero no menos laboriosas. Y ahora que había llegado al «fin», había que revisar toda la historia, y en verdad re-escribirla, hacia atrás. Y yo mismo tenía que pasarla a máquina, una y otra vez, pues el costo de una dactilógrafa profesional estaba fuera de mi alcance.
El Señor de los Anillosha sido leído por mucha gente desde que al fin apareció impreso, y me gustaría decir algo aquí a propósito de las muchas opiniones o atisbos que he recibido o leído en relación con los motivos y el significado del relato. El primer motivo fue el deseo de un cuentista: probar la mano en una historia realmente larga que mantendría la atención del lector, lo divertiría, lo deleitaría, y a veces quizá lo excitaría o lo conmovería profundamente. No tenía otra guía que mis propios sentimientos acerca de lo que es atractivo o conmovedor, y para muchos esta guía no era, por supuesto, adecuada. Algunos de los que leyeron el libro, o al menos que lo reseñaron, lo han encontrado aburrido, absurdo, o despreciable; y yo no tengo por qué quejarme, pues pienso casi lo mismo acerca de sus obras, o de los tipos de libros que evidentemente prefieren. Pero aun desde el punto de vista de muchos de los que han disfrutado de mi narración hay cuestiones insatisfactorias. Quizá no sea posible en un relato tan largo contentar de continuo a todo el mundo; pues descubrí en las cartas que me enviaban que los pasajes o capítulos que para algunos eran un defecto, eran para otros motivo de alabanza. El más crítico de los lectores, yo mismo, encuentra ahora muchos defectos, menores y mayores, pero como por fortuna no estoy obligado a reseñar el libro o a escribirlo de nuevo, no los tendré en cuenta, excepto uno que ya ha sido señalado por otra gente: la obra es demasiado corta.
En cuanto a algún significado interior o «mensaje», no hay ninguno, en las intenciones del autor. A medida que la historia crecía, iba desarrollando raíces (en el pasado) y echaba ramas inesperadas; pero el tema principal ya estaba decidido en un comienzo por la inevitable elección del Anillo como eslabón entre la nueva historia y El Hobbit. El capítulo crucial, «La sombra del pasado», es una de las partes más viejas de la narración. Fue escrito mucho antes de que las prefiguraciones de 1939 se hubieran convertido en una amenaza de desastre inevitable; y desde ese punto la narración se desarrollaría esencialmente a lo largo de las mismas líneas, si el desastre llegaba a evitarse. Las fuentes son episodios que yo llevaba en la mente desde hacía tiempo, o que en algunos casos ya habían sido escritos, y poco o nada de esto fue modificado por la guerra que había estallado en 1939 o por sus secuelas.
La guerra real no se parecía a la guerra legendaria, ni en su proceso ni en su conclusión. Si hubiese inspirado o encaminado el desarrollo de la leyenda, entonces, por cierto, el Anillo habría sido utilizado contra Sauron; no habría sido aniquilado sino esclavizado, y Barad-dûr hubiera sido ocupada y no destruida. Saruman, como no puede apoderarse del Anillo, envuelto en las confusiones y traiciones de la época, hubiera encontrado en Mordor los eslabones perdidos de sus propias investigaciones sobre la historia del Anillo, y no habría tardado en fabricar un Gran Anillo propio con el que podría desafiar el Señor de la Tierra Media. En ese conflicto ambos bandos hubieran odiado y despreciado a los hobbits; no hubieran sobrevivido mucho tiempo ni siquiera como esclavos.
Podrían haberse ideado otros cambios de acuerdo con los gustos y opiniones de los aficionados a las alegorías o las referencias tópicas. Pero detesto cordialmente la alegoría en todas sus manifestaciones, y siempre me ha parecido así desde que me hice bastante viejo y cauteloso como para detectarlas. Prefiero la historia, auténtica o inventada, de variada aplicabilidad al pensamiento y la experiencia de los lectores. Pienso que muchos confunden «aplicabilidad» con «alegoría»; pero la primera reside en la libertad del lector, y la otra en un pretendido dominio del autor.
Un autor no puede, por supuesto, dejar de ser afectado por su propia experiencia, pero los modos en que el germen de una historia utiliza el suelo fértil de la experiencia son extremadamente complejos, y cualquier intento de definir el proceso no es más que el mero atisbo de una evidencia inadecuada y ambigua. Es también falso, aunque naturalmente atractivo, cuando la vida de un autor y la de un crítico coinciden en el tiempo, suponer que el movimiento de las ideas o los acontecimientos de la época sean necesariamente las influencias más poderosas. Uno en verdad tiene que encontrarse bajo la sombra de la guerra para sentir toda su opresión, pero a medida que los años pasan parece olvidarse que ser joven en 1914 no era una experiencia menos odiosa que la de vivir en 1939 y los años siguientes. En 1918, sólo uno de mis amigos íntimos no había muerto o para hablar de un asunto menos doloroso: algunos han supuesto que «El saneamiento de la Comarca» refleja la situación de Inglaterra en el tiempo en que yo estaba concluyento mi relato. No es así. El capítulo es parte esencial del argumento, previsto desde un comienzo, aunque modificado en este caso por el carácter de Saruman tal como se desarrolló en la historia, sin, tengo que decirlo, ningún significado alegórico ni ninguna referencia política contemporánea. En realidad está basada en una experiencia, aunque (la situación económica era muy distinta) muy anterior. El país en que pasé mi infancia había sido ruinmente destruido antes que yo tuviera diez años, en días en que los coches de motor eran raros (yo nunca había visto uno) y los hombres construían todavía trenes suburbanos. He visto recientemente en un periódico la imagen de la última decrepitud de un molino de grano que tiempo atrás me había parecido tan importante. Nunca me gustó el aspecto del joven molinero, pero su padre, el viejo molinero, tenía una barba negra y no se llamaba Arenas.
PRÓLOGO
1
De los Hobbits
Este libro trata principalmente de los Hobbits, y el lector descubrirá en sus páginas mucho del carácter y algo de la historia de este pueblo. Podrá encontrarse más información en los extractos del Libro Rojo de la Frontera del Oeste que ya han sido publicados con el título de El Hobbit. El relato tuvo su origen en los primeros capítulos del Libro Rojo, compuesto por Bilbo Bolsón —el primer Hobbit que fue famoso en el mundo entero– y que él tituló Historia de una ida y de una vuelta, pues contaba el viaje de Bilbo hacia el este y la vuelta, aventura que más tarde complicaría a todos los Hobbits en los importantes acontecimientos que aquí se relatan.
No obstante, muchos querrán saber desde un principio algo más de este pueblo notable, y quizá algunos no tengan el libro anterior. Para esos lectores se han reunido aquí algunas notas sobre los puntos más importantes de la tradición hobbit, y se recuerda brevemente la primera aventura.
Los Hobbits son un pueblo sencillo y muy antiguo, más numeroso en tiempos remotos que en la actualidad. Amaban la paz, la tranquilidad y el cultivo de la buena tierra, y no había para ellos paraje mejor que un campo bien aprovechado y bien ordenado. No entienden ni entendían ni gustan de maquinarias más complicadas que una fragua, un molino de agua o un telar de mano, aunque fueron muy hábiles con toda clase de herramientas. En otros tiempos desconfiaban en general de «la Gente Grande», como nos llaman, y ahora nos eluden con terror y es difícil encontrarlos. Tienen el oído agudo y la mirada penetrante, y aunque engordan fácilmente, y nunca se apresuran si no es necesario, se mueven con agilidad y destreza. Dominaron desde un principio el arte de desaparecer rápido y en silencio, cuando la Gente Grande con la que no querían tropezar se les acercaba casualmente, y han desarrollado este arte hasta el punto de que a los Hombres puede parecerles verdadera magia. Pero los Hobbits jamás han estudiado magia de ninguna índole, y esas rápidas desapariciones se deben únicamente a una habilidad profesional, que la herencia, la práctica y una íntima amistad con la tierra han desarrollado tanto que es del todo inimitable para las razas más grandes y desmañadas.
Los Hobbits son gente diminuta, más pequeña que los Enanos; menos corpulenta y fornida, pero no mucho más baja. La estatura es variable, entre los dos y los cuatro pies de nuestra medida. Hoy pocas veces alcanzan los tres pies, pero se dice que en otros tiempos eran más altos. De acuerdo con el Libro Rojo, Bandobras Tuk, apodado el Toro Bramador, hijo de Isengrim II, medía cuatro pies y medio y era capaz de montar a caballo. En los archivos de los Hobbits se cuenta que sólo fue superado por dos famosos personajes de la antigüedad, pero de este hecho curioso se habla en el presente libro.
En cuanto a los Hobbits de la Comarca, de quienes tratan esas relaciones, conocieron en un tiempo la paz y la prosperidad y fueron entonces un pueblo feliz. Vestían ropas de brillantes colores, y preferían el amarillo y el verde; muy rara vez usaban zapatos, pues las plantas de los pies eran en ellos duras como el cuero, fuertes y flexibles, y los pies mismos estaban recubiertos de un espeso pelo rizado muy parecido al pelo de las cabezas, de color castaño casi siempre. Por esta razón el único oficio que practicaban poco era el de zapatero, pero tenían dedos largos y habilidosos que les permitían fabricar muchos otros objetos útiles y agradables. En general los rostros eran bonachones más que hermosos, anchos, de ojos vivos, mejillas rojizas y bocas dispuestas a la risa, a la comida y a la bebida. Reían, comían y bebían a menudo y de buena gana; les gustaban las bromas sencillas en todo momento y comer seis veces al día (cuando podían). Eran hospitalarios, aficionados a las fiestas, hacían regalos espontáneamente y los aceptaban con entusiasmo.
Es en verdad evidente que a pesar de un alejamiento posterior los Hobbits son parientes nuestros: están más cerca de nosotros que los Elfos y aun que los mismos Enanos. Antiguamente hablaban las lenguas de los Hombres, adaptadas a su propia modalidad, y tenían casi las mismas preferencias y aversiones que los Hombres. Mas ahora es imposible descubrir en qué consiste nuestra relación con ellos. El origen de los Hobbits viene de muy atrás, de los Días Antiguos, ya perdidos y olvidados. Sólo los Elfos conservan algún registro de esa época desaparecida y sus tradiciones se refieren casi únicamente a la historia élfica, historia donde los Hombres aparecen muy de cuando en cuando; a los Hobbits ni siquiera se los menciona. Sin embargo es obvio que los Hobbits vivían en paz en la Tierra Media muchos años antes que cualquier otro pueblo advirtiese siquiera que existían. Y como el mundo se pobló luego de extrañas e incontables criaturas, esta gente pequeña pareció insignificante. Pero en los días de Bilbo y de Frodo, heredero de Bilbo, se transformaron de pronto a pesar de ellos mismos en importantes y famosos, y perturbaron los Concilios de los Grandes y de los Sabios.
Aquellos días —la Tercera Edad de la Tierra Media– han quedado muy atrás, y la conformación de las tierras en general ha cambiado mucho; pero las regiones en que vivían entonces los Hobbits eran sin duda las mismas de ahora: el Noroeste del Viejo Mundo, al este del Mar. Los Hobbits del tiempo de Bilbo no sabían de dónde venían. El deseo de conocimiento (fuera de las ciencias genealógicas) no era común entre ellos, pero había aún descendientes de antiguas familias que estudiaban sus propios libros, y hasta recogían de los Elfos, los Enanos y los Hombres noticias de épocas pasadas y de tierras distantes. Los recuerdos propios comienzan luego de que se establecieran en la Comarca, y las leyendas más antiguas apenas si se remontan poco más allá de los Días del Éxodo.
Está perfectamente claro, no obstante, a través de estas leyendas y lo que puede descubrirse en el lenguaje y las costumbres de los Hobbits, que en un pasado muy lejano ellos también se desplazaron hacia el oeste, como muchos otros pueblos. En las historias primitivas hay referencias oscuras a los tiempos en que moraban en los altos valles del Anduin, entre los lindes del Gran Bosque Verde y las Montañas Nubladas. No se sabe con certeza por qué emprendieron más tarde el arduo y peligroso cruce de las montañas y entraron en Eriador. Los relatos hobbits hablan de la multiplicación de los Hombres en la tierra y de una sombra que cayó sobre la floresta y la oscureció, por lo que fue llamada desde entonces el Bosque Negro.
Antes de cruzar las montañas, los Hobbits ya se habían dividido en tres ramas un tanto diferentes: los Pelosos, los Fuertes y los Albos. Los Pelosos eran de piel más oscura, cuerpo menudo, cara lampiña, y no llevaban botas; de manos y pies bien proporcionados y ágiles preferían las tierras altas y las laderas de las colinas. Los Fuertes eran más anchos, de constitución más sólida; tenían pies y manos más grandes; preferían las llanuras y las orillas de los ríos. Los Albos, de piel y cabellos más claros, eran más altos y delgados que los otros: amaban los árboles y los bosques.
Los Pelosos tuvieron relación con los Enanos en tiempos remotos y vivieron durante mucho tiempo en las estribaciones montañosas. Fueron los primeros en desplazarse hacia el oeste y vagabundearon por Eriador hasta la Cima de los Vientos, mientras los otros permanecían en las Tierras Ásperas. Eran la especie más normal, representativa y numerosa de los Hobbits, y también la más sedentaria y la que conservó durante más tiempo el hábito ancestral de vivir en túneles y cuevas.
Los Fuertes vivieron muchos años a orillas del Río Grande, el Anduin, y temían menos a los Hombres. Vinieron al oeste después de los Pelosos y siguieron el curso del Sonorona hacia el sur; muchos de ellos vivieron un tiempo entre Tharbad y los límites de las Tierras Brunas antes de volver al norte.
Los Albos, los menos numerosos, eran una rama nórdica, más amiga de los elfos que el resto de los Hobbits, y más hábil para el lenguaje y los cantos que para los trabajos manuales. Siempre habían preferido la caza a la agricultura. Cruzaron las montañas al norte de Rivendel y descendieron el Fontegrís. Muy pronto se mezclaron en Eriador con las ramas ya establecidas allí, pero como eran más valientes y más aventureros, se los encontraba a menudo como jefes o caudillos en los clanes de los Pelosos y los Fuertes. Aun en tiempos de Bilbo, el fuerte carácter albo podía descubrirse todavía en las grandes familias, tales como los Tuk y los Señores de Los Gamos.
En las tierras occidentales de Eriador, entre las Montañas Nubladas y las Montañas de Lune, los Hobbits encontraron Hombres y Elfos. En efecto, todavía moraba allí un resto de los Dúnedain, los reyes de los Hombres que vinieron por el mar desde Oesternesse; pero iban desapareciendo rápidamente, y la ruina alcanzaba ya a todas las tierras del Reino del Norte. Había pues sitio y en abundancia para los inmigrantes, y en poco tiempo los Hobbits empezaron a establecerse en comunidades ordenadas. De la mayoría de las primitivas colonias no quedaba ya ni siquiera el recuerdo en tiempos de Bilbo, pero una de las más importantes se mantenía aún, aunque reducida de tamaño: estaba en Bree, en medio del Bosque de Chet, a unas cuarenta millas al este de la Comarca.
Fue en aquellos tempranos días, sin duda, cuando los Hobbits aprendieron el alfabeto y comenzaron a escribir a la manera de los Dúnedain, quienes a su vez habían aprendido este arte de los Elfos. También en ese tiempo los Hobbits olvidaron todas las lenguas que habían usado antes, y desde entonces hablaron siempre la Lengua Común, que llamaban Oestron y que era corriente en todas las tierras de los reyes, desde Arnor hasta Gondor, y a lo largo de toda la costa del mar, desde Belfalas hasta Lune. Sin embargo, conservaron unos pocos vocablos de su propio idioma, así como las palabras que designaban los meses y los días, y un gran caudal de nombres personales del pasado.
Alrededor de esta época la leyenda comenzó a ser historia entre los Hobbits, al iniciarse el cómputo de los años. Pues fue en el año mil seiscientos uno de la Tercera Edad cuando los hermanos Albos, Marcho y Blanco, salieron de Bree, y luego de haber obtenido permiso del gran rey de Fornost 1, cruzaron el Baranduin, el río pardo, con un gran séquito de Hobbits. Pasaron por el Puente de los Arbotantes, que había sido construido durante el apogeo del Reino del Norte, y tomaron posesión de la tierra que se extendía más allá, donde se establecieron entre el río y las Quebradas Lejanas. Todo lo que se les pidió fue que mantuviesen en buen estado el Puente Grande, y los demás puentes y caminos, que ayudaran a los mensajeros, y que reconocieran la majestad del rey.
Así comenzó el Cómputo de la Comarca, pues el año del cruce del Brandivino —como los Hobbits rebautizaron al Baranduin– se transformó en el Año Uno de la Comarca, y todas las fechas posteriores se calcularon a partir de entonces 2. Los Hobbits occidentales se enamoraron en seguida de la nueva tierra, se quedaron allí, y muy pronto desaparecieron de la historia de los Hombres y de los Elfos. Aunque aún había allí un rey del que eran súbditos formales, en realidad estaban gobernados por jefes propios y nunca intervenían en los hechos del mundo exterior. En la última batalla de Fornost con el Señor Brujo de Angmar, enviaron algunos arqueros en ayuda del rey, o por lo menos así lo afirmaron, si bien esto no aparece en ningún relato de los Hombres. En esa guerra el Reino del Norte llegó a su fin, y entonces los Hobbits se apropiaron de la tierra, y eligieron de entre todos los jefes a un Thain, que asumió la autoridad del rey desaparecido. Desde, entonces, por unos mil años, vivieron en una paz ininterrumpida y prosperaron y se multiplicaron después de la Plaga Negra (C.C. 37) hasta el desastre del Largo Invierno y la hambruna que le siguió. Miles murieron entonces, pero los Días de Hambruna (1158-1160) habían quedado muy atrás y los Hobbits se habían acostumbrado otra vez a la abundancia. La tierra era rica y generosa, y aunque había estado desierta durante mucho tiempo, en otras épocas había sido bien cultivada, y allí el rey tuvo granjas, maizales, viñedos y bosques.
Desde las Quebradas Lejanas hasta el Puente del Brandivino había unas cuarenta leguas y otras cincuenta desde los páramos del norte hasta los pantanos del sur. Los Hobbits denominaron a estas tierras la Comarca, región bajo la autoridad del Thain y distrito de trabajos bien organizados; y allí, en ese placentero rincón del mundo, llevaron una vida bien ordenada y dieron cada vez menos importancia al mundo exterior, donde se movían unas cosas oscuras, hasta llegar a pensar que la paz y la abundancia eran la norma en la Tierra Media, y el derecho de todo pueblo sensato. Olvidaron o ignoraron lo poco que habían sabido de los Guardianes y de los trabajos de quienes hicieron posible la larga paz de la Comarca. De hecho estaban protegidos, pero no lo recordaban.
En ningún momento los Hobbits fueron amantes de la guerra, y jamás lucharon entre sí. Si bien en tiempos remotos se vieron obligados a luchar, para subsistir en un mundo difícil, en la época de Bilbo aquello era historia antigua. La última batalla antes del comienzo de este relato, y por cierto la única que se libró dentro de los límites de la Comarca, ocurrió en una época inmemorial: fue la batalla de los Campos Verdes, en el año 1147 (CC) en la que Bandobras Tuk desbarató una invasión de Orcos. Hasta el mismo clima se hizo más apacible; y los lobos, que en otros tiempos habían llegado desde el norte devorándolo todo durante los rudos inviernos blancos, eran ahora cuentos de viejas. Aunque había algún pequeño arsenal en la Comarca, las armas se usaban generalmente como trofeos: se las colgaba sobre las chimeneas o en las paredes, o se las coleccionaba en el museo de Cavada Grande, conocido como la Casa de los Mathoms; los Hobbits llamaban mathoma todo aquello que no tenía uso inmediato y que tampoco se decidían a desechar. En las moradas de los Hobbits había a menudo grandes cantidades de mathoms, y muchos de los regalos que pasaban de mano en mano eran de esa índole.
No obstante, el ocio y la paz no habían alterado el raro vigor de esta gente. Llegado el momento, era difícil intimidarlos o matarlos; y esa afición incansable que mostraban por las cosas buenas tenía quizá una razón: podían renunciar del todo a ellas cuando era necesario, y lograban sobrevivir así a los rudos golpes de la pena, de los enemigos o del clima, asombrando a aquellos que no los conocían y que no veían más allá de aquellas barrigas y aquellas caras regordetas. Aunque se resistían a pelear, y no mataban por deporte a ninguna criatura viviente, eran valientes cuando se los acosaba, y hasta podían manejar las armas si se presentaba el caso. Tiraban bien con el arco, pues eran de mirada certera y manos hábiles, y si un Hobbit recogía una piedra, lo mejor era ponerse a resguardo inmediatamente, como bien lo sabían todas las bestias merodeadoras.
Los Hobbits habían vivido en un principio en cuevas subterráneas, o así lo creían, y en esas moradas se sentían a gusto. Mas con el transcurso del tiempo se vieron obligados a adoptar otras viviendas. Lo cierto es que en tiempos de Bilbo sólo los Hobbits más ricos y los más pobres mantenían en la Comarca esa vieja costumbre. Los más pobres continuaron viviendo en las madrigueras primitivas, en realidad simples agujeros, con una sola ventana o bien ninguna, mientras que los ricos edificaban versiones más lujosas de las simples excavaciones antiguas. Pero los terrenos adecuados para estos grandes túneles ramificados ( smials, como ellos los llamaban) no se encontraban en cualquier parte; y en las llanuras o en los distritos bajos, los Hobbits, a medida que se multiplicaban, comenzaron a edificar sobre el nivel del suelo. En efecto, hasta en las regiones montañosas y en las villas más antiguas, tales como Hobbiton o Alforzada, o en la vecindad principal de la Comarca, Cavada Grande, en las Quebradas Blancas, había ahora muchas casas de madera, ladrillo o piedra. Por lo general eran las preferidas por molineros, herreros, cordeleros, carreteros y otros de su clase; porque aun cuando vivieran en cavernas, los Hobbits conservaban la vieja costumbre de construir cobertizos y talleres.
El hábito de edificar casas de campo y graneros dicen que comenzó entre los habitantes de Marjala, a orillas del Brandivino. Los Hobbits de esa región, llamada Cuaderna del Este, eran más bien grandes y de piernas fuertes y usaban botas de enano en los días de barro. Pero no se ignoraba que tenían gran proporción de sangre Fuerte, lo que se notaba en el vello que les crecía en la barbilla. Ni los Pelosos ni los Albos tenían rastro alguno de barba. Los habitantes de Marjala y Los Gamos, al este del Río, donde ellos se instalaron más tarde, habían llegado a la Comarca en época reciente, en su mayoría desde el lejano sur. Conservaban todavía nombres peculiares y palabras extrañas que no se encontraban en ningún otro lugar de la Comarca.
Es posible que el arte de la edificación, como otros muchos oficios, proviniera de los Dúnedain. Pero los Hobbits pudieron haberlo aprendido de los Elfos, los maestros de los Hombres en su juventud. Los Elfos de Alto Linaje aún no habían abandonado la Tierra Media, y moraban entonces en los Puertos Grises del oeste, y en otros lugares al alcance de la Comarca. Tres torres de los Elfos, de edad inmemorial, podían verse en las Colinas de la Torre más allá de las fronteras occidentales. Brillaban en la distancia a la luz de la luna. La más alta estaba aún más lejos y se alzaba solitaria sobre una colina verde. Los Hobbits de la Cuaderna del Oeste decían que podía verse el Mar desde allá arriba, pero no se tiene noticia de que alguno de ellos escalara la torre. En realidad, muy pocos Hobbits habían navegado, o siquiera visto el mar, y menos aún habían regresado para contarlo. La mayoría de los Hobbits miraban con profundo recelo aun los ríos y los pequeños botes, y muy pocos podían nadar. A medida que el tiempo corría, hablaban menos y menos con los Elfos, y llegaron a tenerles miedo y a desconfiar de quienes los trataban. El Mar se transformó en una palabra pavorosa, y un signo de muerte, y los Hobbits volvieron la espalda a las colinas del oeste.
El arte de la edificación bien pudo provenir de los Elfos o de los Hombres, pero los Hobbits lo practicaban a su manera. No construían torres. Las casas eran generalmente largas, bajas y confortables. Las más antiguas no eran más que imitaciones de smials, techadas con pasto seco, paja o turba, y de paredes algo combadas. Este tipo de construcción venía sin embargo de los primeros días de la Comarca, y cambió y mejoró mucho desde entonces, incorporando procedimientos aprendidos de los Enanos o descubiertos por ellos mismos. La principal peculiaridad que subsistió de la arquitectura hobbit fue la afición a las ventanas redondas, o aun a las puertas redondas.
Las casas y las cavernas de los Hobbits de la Comarca eran a menudo grandes y habitadas por familias numerosas. (Bilbo y Frodo eran solteros, y por ello excepcionales, como en muchas otras cosas, entre ellas su amistad con los Elfos.) En ciertas oportunidades —como el caso de los Tuk de los Grandes Smials o de los Brandigamo de Casa Brandi—, muchas generaciones de parientes vivían en paz (relativa) en una mansión ancestral de numerosos túneles. Todos los Hobbits eran, de cualquier modo, gente aficionada a los clanes, y llevaban cuidadosa cuenta de sus parientes. Dibujaban grandes y esmerados árboles genealógicos con innumerables ramas. Cuando se trata con los Hobbits es importante recordar quién está relacionado con quién, y en qué grado. Sería imposible en este libro establecer un árbol de familia, aunque sólo incluyera a los miembros más importantes de las familias más destacadas en la época a que se refieren estos relatos. La colección de árboles genealógicos que se encuentra al final del Libro Rojo de la Frontera del Oeste es casi un pequeño libro, y cualquiera, exceptuando a los Hobbits, la encontraría excesivamente pesada. Los Hobbits se deleitaban con esas cosas, si son exactas; les encanta tener libros colmados de cosas que ya saben, expuestas sin contradicciones y honradamente.