Текст книги "La Comunidad del Anillo"
Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien
Жанр:
Эпическая фантастика
сообщить о нарушении
Текущая страница: 32 (всего у книги 35 страниц)
—De cualquier modo, os aconsejamos que cuidéis de la comida —dijeron los Elfos—. Comed poco cada vez, y sólo cuando sea necesario. Pues os damos estas cosas para que os sirvan cuando falte todo lo demás. Las galletas se conservarán frescas muchos días, si las guardáis enteras y en las envolturas de hojas en que las hemos traído. Una sola basta para que un viajero aguante en pie toda una dura jornada, aunque sea un hombre alto de Minas Tirith.
Los Elfos abrieron luego los paquetes de ropas y las repartieron entre los miembros de la Compañía. Habían preparado para cada uno, y en las medidas correspondientes, una capucha y una capa, de esa tela sedosa, liviana y abrigada que tejían los Galadrim. Era difícil saber de qué color eran: parecían grises, con los tonos del crepúsculo bajo los árboles; pero si se las movía, o se las ponía en otra luz, eran verdes como las hojas a la sombra, o pardas como los campos en barbecho al anochecer, o de plata oscura como el agua a la luz de las estrellas. Las capas se cerraban al cuello con un broche que parecía una hoja verde de nervaduras de plata.
—¿Son mantos mágicos? —preguntó Pippin mirándolos con asombro.
—No sé a qué te refieres —dijo el jefe de los Elfos—. Son vestiduras hermosas, y la tela es buena, pues ha sido tejida en este país. Son por cierto ropas élficas, si eso querías decir. Hoja y rama, agua y piedra: tienen el color y la belleza de todas esas cosas que amamos a la luz del crepúsculo en Lórien, pues en todo lo que hacemos ponemos el pensamiento de todo lo que amamos. Sin embargo son ropas, no armaduras, y no pararán ni la flecha ni la espada. Pero os serán muy útiles: son livianas para llevar, abrigadas o frescas de acuerdo con las necesidades del momento. Y os ayudarán además a manteneros ocultos de miradas indiscretas, ya caminéis entre piedras o entre árboles. ¡La Dama os tiene en verdad en gran estima! Pues ha sido ella misma y las doncellas que la sirven quienes han tejido esta tela, y nunca hasta ahora habíamos vestido a extranjeros con las ropas de los nuestros.
Después de un almuerzo temprano la Compañía se despidió del prado junto a la fuente. Todos sentían un peso en el corazón, pues el sitio era hermoso, y había llegado a convertirse en un hogar para ellos, aunque no sabían bien cuántos días y noches habían pasado allí. Se habían detenido un momento a mirar el agua blanca a la luz del sol cuando Haldir se les acercó cruzando el pasto del claro. Frodo lo saludó con alegría.
—Vengo de las Defensas del Norte —dijo el Elfo—, y he sido enviado para que os sirva otra vez de guía. En el Valle del Arroyo Sombrío hay vapores y nubes de humo, y las montañas están perturbadas. Hay ruidos en las profundidades de la tierra. Si alguno de vosotros ha pensado en regresar por el norte, no podría cruzar. ¡Pero adelante! Vuestro camino va ahora hacia el sur.
Caminaron atravesando Caras Galadon y las sendas verdes estaban desiertas, pero arriba en los árboles se oían muchas voces que murmuraban y cantaban. El grupo marchaba en silencio. Al fin Haldir los llevó cuesta abajo por la pendiente meridional de la colina, y llegaron así de nuevo a la puerta iluminada por faroles y al puente blanco; y por allí salieron dejando la ciudad de los Elfos. Casi en seguida abandonaron la ruta empedrada, y tomaron un sendero que se internaba en un bosque espeso de mallorn, y avanzaron serpeando entre bosques ondulantes de sombras de plata, descendiendo siempre al sur y al este hacia las orillas del Río.
Habían recorrido ya unas diez millas y el mediodía estaba próximo cuando llegaron a una alta pared verde. Pasaron por una abertura y se encontraron fuera de la zona de árboles. Ante ellos se extendía un prado largo de hierba brillante, salpicado de elanordoradas que brillaban al sol. El prado concluía en una lengua estrecha entre márgenes relucientes: a la derecha y al oeste corría centelleando el Cauce de Plata; a la izquierda y al este bajaban las aguas amplias, profundas y oscuras del Río Grande. En las orillas opuestas los bosques proseguían hacia el sur hasta perderse de vista, pero las orillas mismas estaban desiertas y desnudas. Ningún mallorn alzaba sus ramas doradas más allá de las Tierras de Lórien.
En las márgenes del Cauce de Plata, a cierta distancia de donde se encontraban las corrientes, había un embarcadero de piedras blancas y maderos blancos, y amarrados allí numerosos botes y barcas. Algunos estaban pintados con colores muy brillantes, plata y oro y verde, pero casi todos eran blancos o grises. Tres pequeñas barcas grises habían sido preparadas para los viajeros, y los Elfos cargaron en ellas los paquetes de ropa y comida. Y añadieron además unos rollos de cuerda, tres por cada barca. Las cuerdas parecían delgadas pero fuertes, sedosas al tacto, grises como los mantos de los Elfos.
—¿Qué es esto? —preguntó Sam tocando un rollo que yacía sobre la hierba.
—¡Cuerdas por supuesto! —le respondió un Elfo desde las barcas—. ¡Nunca vayas lejos sin una cuerda! Una cuerda larga, fuerte y liviana, puede ser una buena ayuda en muchas ocasiones.
—¡Que me lo digan a mí! —exclamó Sam—. No traje ninguna, y he estado preocupado desde entonces. Pero me preguntaba qué material es éste, pues algo sé de confección de cuerdas: está en la familia, por así decirlo.
—Son cuerdas de hithlain—dijo el Elfo—; pero no hay tiempo ahora de instruirte en el arte de fabricar cuerdas. Si hubiéramos sabido de tu interés, podríamos haberte enseñado muchas cosas. Pero ahora, ay, a menos que un día vuelvas aquí, tendrás que contentarte con nuestro regalo. ¡Que te sea útil!
—¡Vamos! —dijo Haldir—. Está todo listo. ¡Embarcad! ¡Pero tened cuidado al principio!
—¡No olvidéis este consejo! —dijeron los otros Elfos—. Éstas son embarcaciones livianas, y distintas de las de otras gentes. No se hundirán, aunque las carguéis demasiado, pero no son fáciles de manejar. Sería conveniente que os acostumbrarais a subir y a bajar, aprovechando que hay aquí un embarcadero, antes de lanzaros aguas abajo.
La Compañía se repartió así: Aragorn, Frodo y Sam iban en una barca; Boromir, Merry y Pippin en otra; y en la tercera Legolas y Gimli, que ahora eran grandes amigos. Esta última embarcación llevaba además la mayor parte de las provisiones y paquetes. Las barcas eran impulsadas y dirigidas con unos remos cortos de pala ancha en forma de hoja. Cuando todo estuvo preparado, Aragorn decidió probarlas en el Cauce de Plata. La corriente era rápida y progresaban lentamente. Sam, sentado en la proa, las manos aferradas a los bordes, miraba nostálgico la orilla. Los reflejos del sol en el agua lo enceguecían. Más allá del campo verde de la Lengua los árboles crecían otra vez en las márgenes. Aquí y allá unas hojas doradas se balanceaban en el agua. El aire era brillante y tranquilo, y todo estaba en silencio, excepto el canto agudo y distante de las alondras.
Doblaron en un recodo del río, y allí, navegando orgullosamente hacia ellos, vieron un cisne de gran tamaño. El agua se abría en ondas a cada lado del pecho blanco, bajo el cuello curvo. El pico del ave chispeaba como oro bruñido, y los ojos relucían como azabache engarzado en piedras amarillas; las inmensas alas blancas se alzaban a medias. Una música lo acompañaba mientras descendía por el río; y de pronto se dieron cuenta de que el cisne era una nave construida y esculpida con todo el arte élfico. Dos Elfos vestidos de blanco la impulsaban con la ayuda de unas palas negras. En medio de la embarcación estaba sentado Celeborn, y detrás venía Galadriel, de pie, alta y blanca; una corona de flores doradas le ceñía los cabellos, y en la mano sostenía un arpa pequeña, y cantaba. Triste y dulce era el sonido de la voz de Galadriel en el aire claro y fresco.
He cantado las hojas, las hojas de oro, y allí crecían hojas de oro;
he cantado el viento, y un viento vino y sopló entre las ramas.
Más allá del sol, más allá de la luna, había espuma en el mar,
y cerca de la playa de Ilmarin crecía un árbol de oro,
y brillaba en Eldamar bajo las estrellas del Anochecer Eterno,
en Eldamar junto a los muros de Tirion de los Elfos.
Allí crecieron durante largos años las hojas doradas,
mientras que aquí, más allá de los Mares Revueltos,
corren ahora las lágrimas élficas.
Oh Lórien. Llega el invierno, el día desnudo y deshojado;
las hojas caen en el agua, el Río fluye alejándose.
Oh Lórien. Demasiado he vivido en estas costas
y he entretejido la elanor de oro en una corona evanescente.
Pero si ahora he de cantar a las naves, ¿qué nave vendrá a mí,
qué nave me llevará de vuelta por un Mar tan ancho?
Aragorn detuvo la barca mientras la nave-cisne se acercaba de costado. La Dama dejó de cantar y les dio la bienvenida.
—Hemos venido a dejaros nuestro último adiós —dijo—, y acompañar vuestra partida con nuestras bendiciones.
—Aunque habéis sido nuestros huéspedes —dijo Celeborn– todavía no habéis comido con nosotros, y os invitamos por lo tanto a un festín de despedida, aquí entre las aguas que os llevarán lejos de Lórien.
El Cisne se adelantó lentamente hacia el embarcadero, y los otros botes dieron media vuelta y fueron detrás. Allí, en los extremos de Egladil y sobre la hierba verde se celebró el festín de despedida; pero Frodo comió y bebió poco, atento sólo a la belleza de la Dama y a su voz. Ya no le parecía ni peligrosa ni terrible, ni poseedora de un poder oculto. La veía ahora como los hombres de tiempos ulteriores vieron alguna vez a los Elfos: presentes y sin embargo remotos, una visión animada de aquello que la corriente incesante del Tiempo había dejado atrás.
Después de haber comido y bebido, sentados en la hierba, Celeborn les habló otra vez del viaje, y alzando la mano señaló al sur los bosques que se extendían más allá de la Lengua.
—Cuando vayáis aguas abajo —dijo—, veréis que los árboles irán disminuyendo hasta que al fin llegaréis a una región árida. Allí el Río corre por valles pedregosos entre altos páramos, hasta que después de muchas leguas se encuentra con Escarpa, la isla alta que llamamos Tol Brandir. El agua rodea las costas escarpadas de la isla para precipitarse luego con mucho estrépito y humo por las cataratas de Rauros al cauce del Nindalf, el Cancha Aguada en vuestra lengua. Es una vasta región de pantanos inertes donde las aguas se dividen en muchos tortuosos brazos. En este sitio el Entaguas afluye por numerosas bocas desde el Bosque de Fangorn en el oeste. Junto a esas aguas, a este lado del Río Grande, está Rohan. Del otro lado se elevan las colinas desnudas de Emyn Muil. El viento sopla allí del este, pues estas elevaciones llevan por encima de las Ciénagas de los Muertos y las Tierras de Nadie a Cirith Gorgor y las puertas negras de Mordor.
”Boromir y aquellos que vayan con él en busca de Minas Tirith tendrán que dejar el Río Grande antes de Rauros y cruzar el Entaguas antes que desemboque en las ciénagas. Sin embargo no han de remontar demasiado esa corriente, ni correr el riesgo de perder el rumbo en el Bosque de Fangorn. Son tierras extrañas, ahora poco conocidas. Pero estoy seguro de que Boromir y Aragorn no necesitan de esta advertencia.
—Sí, hemos oído hablar de Fangorn en Minas Tirith —dijo Boromir—. Pero lo que he oído me ha parecido en gran parte cuentos de viejas, adecuados para niños. Todo lo que se encuentra al norte de Rohan está para nosotros tan lejos que es posible imaginar cualquier cosa. Fangorn es desde hace tiempo una frontera de Gondor, pero han pasado generaciones sin que ninguno de nosotros visitara esas tierras, probando así o desaprobando las leyendas que nos llegaron de antaño.
”Yo mismo he estado a veces en Rohan, pero nunca atravesé la región hacia el norte. Cuando tuve que llevar algún mensaje marché por El Paso bordeando las Montañas Blancas, y crucé el Isen y el Fontegrís para pasar a las Tierras del Norte. Un viaje largo y fatigoso. Cuatrocientas leguas conté entonces, y me llevaron muchos meses, pues perdí mi caballo en Tharbad, vadeando el Aguada Gris. Después de ese viaje, y el camino que he hecho con esta Compañía, no dudo de que encontraría un modo de atravesar Rohan, y Fangorn también si fuese necesario.
—Entonces no tengo más que decir —concluyó Celeborn—. Pero no desprecies las tradiciones que nos llegan de antaño; ocurre a menudo que las viejas guardan en la memoria cosas que los sabios de otro tiempo necesitaban saber.
Galadriel se levantó entonces de la hierba, y tomando una copa de manos de una doncella, la llenó de hidromiel blanco y se la tendió a Celeborn.
—Ahora es tiempo de beber la copa del adiós —dijo—. ¡Bebed, Señor de los Galadrim! Y que tu corazón no esté triste, aunque la noche tendrá que seguir al mediodía, y ya nuestro atardecer se vuelve noche.
En seguida ella llevó la copa a cada uno de los miembros de la Compañía, invitándolos a beber y a despedirse. Pero cuando todos hubieron bebido les ordenó que se sentaran otra vez en la hierba, y las doncellas trajeron unas sillas para ella y Celeborn. Las doncellas esperaron en silencio rodeando a Galadriel, y ella contempló un rato a los huéspedes. Al fin habló otra vez.
—Hemos bebido la copa de la despedida —dijo—, y las sombras caen ahora entre nosotros. Pero antes que os vayáis, he traído en mi barca unos regalos que el Señor y la Dama de los Galadrim os ofrecen ahora en recuerdo de Lothlórien.
En seguida los llamó a uno por uno.
—Éste es el regalo de Celeborn y Galadriel al guía de vuestra Compañía —le dijo a Aragorn, y le dio una vaina que habían hecho especialmente para la espada que llevaba el nombre de Andúril, y que estaba adornada por flores y hojas entretejidas de oro y plata, y por numerosas gemas dispuestas como runas élficas en las que se leía el nombre y el linaje de la espada—. La hoja que sale de esta vaina no tendrá manchas ni se quebrará, aun en la derrota. Pero ¿hay alguna otra cosa que desearías de mí en este momento de la separación? Pues las tinieblas descenderán entre nosotros, y es posible que no volvamos a encontrarnos, a no ser lejos de aquí en un camino del que no se vuelve.
Y Aragorn respondió: —Señora, conoces bien todos mis deseos, y durante mucho tiempo guardaste el único tesoro que busco. Sin embargo, no depende de ti dármelo, aunque esa fuera tu voluntad; y sólo llegaré a él internándome en las tinieblas.
—Entonces quizá esto te alivie el corazón —dijo Galadriel—, pues quedó a mi cuidado para que te lo diera si llegabas a pasar por aquí. —Galadriel alzó entonces una piedra de color verde claro que tenía en el regazo, montada en un broche de plata que imitaba a un águila con las alas extendidas; y mientras ella la sostenía en lo alto la piedra centelleaba como el sol que se filtra entre las hojas de la primavera—. Esta piedra se la he dado a mi hija Celebrían, y ella se la ha pasado a su hija, y ahora llega a ti como una señal de esperanza. En esta hora toma el nombre que fue anunciado para ti: ¡Elessar, la Piedra de Elfo de la casa de Elendil!
Aragorn tomó entonces la piedra y se la puso al pecho, y quienes lo vieron se asombraron mucho, pues no habían notado antes qué alto y majestuoso era, como si se hubiera desprendido del peso de muchos años.
—Te agradezco los regalos que me has dado —dijo Aragorn—, oh Dama de Lórien de quien descienden Celebrían y Arwen, la Estrella de la Tarde. ¿Qué elogio podría ser el más elocuente?
La Dama inclinó la cabeza, y luego se volvió a Boromir, y le dio un cinturón de oro, y a Merry y a Pippin les dio pequeños cinturones de plata, con broches labrados como flores de oro. A Legolas le dio un arco como los que usan los Galadrim, más largo y fuerte que los arcos del Bosque Negro, y la cuerda era de cabellos élficos. Había también un carcaj de flechas.
—Para ti, pequeño jardinero y amante de los árboles —le dijo a Sam—, tengo sólo un pequeño regalo —y le puso en la mano una cajita de simple madera gris, sin ningún adorno excepto una runa de plata en la tapa—. Esto es una G por Galadriel —dijo—, pero podría referirse a jardín 10, en vuestra lengua. Esta caja contiene tierra de mi jardín, y lleva las bendiciones que Galadriel todavía puede otorgar. No te protegerá en el camino ni te defenderá contra el peligro, pero si la conservas y vuelves un día a tu casa, quizá tengas entonces tu recompensa. Aunque encontraras todo seco y arruinado, pocos jardines de la Comarca florecerán como el tuyo si esparces allí esta tierra. Entonces te acordarás de Galadriel, y tendrás una visión de la lejana Lórien, que viste en invierno. Pues nuestra primavera y nuestro verano han quedado atrás, y nunca este mundo los verá otra vez, excepto en la memoria.
Sam enrojeció hasta las orejas y murmuró algo ininteligible, y tomando la caja saludó como pudo con una reverencia.
—¿Y qué regalo le pediría un Enano a los Elfos? —dijo Galadriel volviéndose a Gimli.
—Ninguno, Señora —respondió Gimli—. Es suficiente para mí haber visto a la Dama de los Galadrim, y haber oído tan gentiles palabras.
—¡Escuchad vosotros, Elfos! —dijo la Dama mirando a la gente de alrededor—. Que nadie vuelva a decir que los Enanos son codiciosos y antipáticos. Pero tú, Gimli hijo de Glóin, algo desearás que yo pueda darte. ¡Nómbralo, y es una orden! No serás el único huésped que se va sin regalo.
—No deseo nada, Dama Galadriel —dijo Gimli inclinándose y balbuceando—. Nada, a menos que... a menos que se me permita pedir, qué digo, nombrar uno solo de vuestros cabellos, que supera al oro de la tierra así como las estrellas superan a las gemas de las minas. No pido ese regalo, pero me ordenasteis que nombrara mi deseo.
Los Elfos se agitaron y murmuraron estupefactos, y Celeborn miró con asombro a Gimli, pero la Dama sonreía.
—Se dice que los Enanos son más hábiles con las manos que con la lengua —dijo—, pero esto no se aplica a Gimli. Pues nadie me ha hecho nunca un pedido tan audaz y sin embargo tan cortés. ¿Y cómo podría rehusarme si yo misma le ordené que hablara? Pero dime, ¿qué harás con un regalo semejante?
—Atesorarlo, Señora —respondió Gimli—, en recuerdo de lo que me dijisteis en nuestro primer encuentro. Y si vuelvo alguna vez a las forjas de mi país, lo guardaré en un cristal imperecedero como tesoro de mi casa y como prenda de buena voluntad entre la Montaña y el Bosque hasta el fin de los días.
La Dama se soltó entonces una de las largas trenzas, cortó tres cabellos dorados, y los puso en la mano de Gimli.
—Estas palabras acompañan al regalo —dijo—. No profetizo nada, pues toda profecía es vana ahora; de un lado hay oscuridad y del otro lado nada más que esperanza. Si la esperanza no falla, yo te digo, Gimli hijo de Glóin, que el oro te desbordará en las manos, y sin embargo no tendrá ningún poder sobre ti.
”Y tú, Portador del Anillo —dijo la Dama, volviéndose a Frodo—; llego a ti en último término, aunque en mis pensamientos no eres el último. Para ti he preparado esto. —Alzó una pequeña redoma, que centelleaba cuando ella la movía, y unos rayos de luz le brotaron de la mano—. En esta redoma —dijo ella– he recogido la luz de la estrella de Eärendil, tal como apareció en las aguas de mi fuente. Brillará todavía más en medio de la noche. Que sea para ti una luz en los sitios oscuros, cuando todas las otras luces se hayan extinguido. ¡Recuerda a Galadriel y el Espejo!
Frodo tomó la redoma, y la luz brilló un instante entre ellos, y él la vio de nuevo erguida como una reina, grande y hermosa, pero ya no terrible. Se inclinó, sin saber qué decir.
La Dama se puso entonces de pie, y Celeborn los guió de vuelta al muelle. La luz amarilla del mediodía se extendía sobre la hierba verde de la Lengua, y en el agua había reflejos plateados. Todo estaba listo al fin. La Compañía ocupó los puestos de antes en las barcas. Mientras gritaban adiós, los Elfos de Lórien los empujaron con las largas varas grises a la corriente del río, y las aguas ondulantes los llevaron lentamente. Los viajeros estaban sentados y no hablaban ni se movían. De pie sobre la hierba verde, en la punta misma de la Lengua, la figura de la Dama Galadriel se erguía solitaria y silenciosa. Cuando pasaron ante ella los viajeros se volvieron y miraron cómo iba alejándose lentamente sobre las aguas. Pues así les parecía: Lórien se deslizaba hacia atrás como una nave brillante que tenía como mástiles unos árboles encantados: se alejaba ahora navegando hacia unas costas olvidadas, mientras que ellos se quedaban allí, descorazonados, a orillas de un mundo deshojado y gris.
Miraban aún cuando el Cauce de Plata desapareció en las aguas del Río Grande, y las embarcaciones viraron y fueron hacia el sur. La forma blanca de la Dama fue pronto distante y pequeña. Brillaba como el cristal de una ventana a la luz del sol poniente en una lejana colina, o como un lago remoto visto desde una cima montañosa: un cristal caído en el regazo de la tierra. En seguida le pareció a Frodo que ella alzaba los brazos en el último adiós, y el viento que venía siguiéndolos les trajo desde lejos, pero con una penetrante claridad, la voz de la Dama, que cantaba. Pero ahora ella cantaba en la antigua lengua de los Elfos de Más Allá del Mar, y Frodo no entendía las palabras; bella era la música, pero no le traía ningún consuelo.
Sin embargo, como ocurre con las palabras élficas, los versos se le grabaron en la memoria, y tiempo después los tradujo como mejor pudo: el lenguaje era el de las canciones élficas, y hablaba de cosas poco conocidas en la Tierra Media.
Ai! laurië lantar lassi súrinen!
Yéni únótime ve rámar aldaron,
yéni ve lintë yuldar avánier
mi oromardi lisse-miruvóreva
Andúne pella, Vardo tellumar
nu luini yassen tintilar i eleni
ómaryo airetári-lírinen.
Sí man i yulma nin enquantuva?
An sí Tintallë Varda Oiolossëo
ve fanyar máryat Elentári ortanë
ar ilyë tier undulávë lumbulë;
ar sindanóriello caita mornië
i falmalinnar imbë met, ar hísië
untúpa Calaciryo míri oialë.
Sí vanwa na, Rómello vanwa, Valimar!
Namárië! Nai hiruvalyë Valimar.
Nai elyë hiruva. Namárië!
«¡Ah, como el oro caen las hojas en el viento! E innumerables como las alas de los árboles son los años. Los años han pasado como sorbos rápidos y dulces de hidromiel blanco en las salas de más allá del Oeste, bajo las bóvedas azules de Varda, donde las estrellas tiemblan cuando oyen el sonido de esa voz, bienaventurada y real. ¿Quién me llenará de nuevo la copa? Pues ahora la Hechicera, Varda, la Reina de las Estrellas, desde el Monte Siempre Blanco ha alzado las manos como nubes, y todos los caminos se han ahogado en sombras, y la oscuridad que ha venido de un país gris se extiende sobre las olas espumosas que nos separan, y la niebla cubre para siempre las joyas de Calacirya. Ahora se ha perdido, ¡perdido para aquellos del Este, Valimar! ¡Adiós! Quizá encuentres a Valimar. Quizá tú lo encuentres. ¡Adiós!» Varda es el nombre de la Dama que los Elfos de estas tierras de exilio llaman Elbereth.
De pronto el Río describió una curva, y las orillas se elevaron a los lados, ocultando la luz de Lórien. Frodo no vería nunca más aquel hermoso país.
Los viajeros volvieron la cabeza y miraron adelante: el sol se levantaba ante ellos, encegueciéndolos, y todos tenían lágrimas en los ojos. Gimli sollozaba.
—Mi última mirada ha sido para aquello que era más hermoso —le dijo a su compañero Legolas—. De aquí en adelante a nada llamaré hermoso si no es un regalo de ella.
Se llevó la mano al pecho.
—Dime, Legolas —continuó—, ¿cómo me he incorporado a esta Misión? ¡Yo ni siquiera sabía dónde estaba el peligro mayor! Elrond decía la verdad cuando anunciaba que no podíamos prever lo que encontraríamos en el camino. El peligro que yo temía era el tormento en la oscuridad, y eso no me retuvo. Pero si hubiese conocido el peligro de la luz y de la alegría, no hubiese venido. Mi peor herida la he recibido en esta separación, aunque cayera hoy mismo en manos del Señor Oscuro. ¡Ay de Gimli hijo de Glóin!
—¡No! —dijo Legolas—. ¡Ay de todos nosotros! Y de todos aquellos que recorran el mundo en los días próximos. Pues tal es el orden de las cosas: encontrar y perder, como le parece a aquel que navega siguiendo el curso de las aguas. Pero te considero una criatura feliz, Gimli hijo de Glóin, pues tú mismo has decidido sufrir esa pérdida, ya que hubieras podido elegir de otro modo. Pero no has olvidado a tus compañeros, y como última recompensa el recuerdo de Lothlórien no se te borrará del corazón, y será siempre claro y sin mancha, y nunca empalidecerá ni se echará a perder.
—Quizá —dijo Gimli—, y gracias por tus palabras. Palabras verdaderas sin duda, pero esos consuelos no me reconfortan. Lo que el corazón desea no son recuerdos. Eso es sólo un espejo, aunque sea tan claro como Kheled-zâram. O al menos eso es lo que dice el corazón de Gimli el Enano. Quizá los Elfos vean las cosas de otra manera. En verdad he oído que para ellos la memoria se parece al mundo de la vigilia más que al de los sueños. No es así para los Enanos.
”Pero dejemos el tema. ¡Mira la barca! Está muy hundida en el agua con tanto peso, y el Río Grande es rápido. No tengo ganas de ahogar las penas en agua fría.
Gimli tomó una pala y guió el bote hacia la orilla occidental, siguiendo la embarcación de Aragorn que iba adelante y ya había dejado la corriente del medio.
Así la Compañía continuó navegando en aquellas aguas rápidas y anchas, arrastrada siempre hacia el sur. Unos bosques desnudos se levantaban en una y otra orilla, y nada podían ver de las tierras que se extendían por detrás. La brisa murió y el Río fluyó en silencio. No se oían cantos de pájaros. El sol fue velándose a medida que el día avanzaba, hasta que al fin brilló en un cielo pálido como una alta perla blanca. Luego se desvaneció en el oeste, y el crepúsculo fue temprano, y lo siguió una noche gris y sin estrellas. Llegaron las horas negras y calladas y ellos siguieron navegando, guiando los botes a la sombra de los bosques occidentales. Los grandes árboles pasaban junto a ellos como espectros, hundiendo en el agua a través de la bruma las raíces retorcidas y sedientas. La noche era lúgubre y fría. Frodo, inmóvil, escuchaba el débil golpeteo de las aguas en la orilla y los gorgoteos entre las raíces y las maderas flotantes, hasta que al fin sintió que le pesaba la cabeza y cayó en un sueño intranquilo.
9
EL RÍO GRANDE
Sam despertó a Frodo. Frodo vio que estaba tendido, bien arropado, bajo unos árboles altos de corteza gris en un rincón tranquilo del bosque, en la margen occidental del Río Grande, el Anduin. Había dormido toda la noche, y el gris del alba asomaba apenas entre las ramas desnudas. Gimli estaba allí cerca, cuidando de un pequeño fuego.
Partieron otra vez antes que aclarara del todo. No porque la mayoría de los viajeros tuviera prisa en llegar al sur: estaban contentos de poder esperar algunos días antes de tomar una decisión, la que sería inevitable cuando llegaran a Rauros y a la Isla de Escarpa; y se dejaban llevar por las aguas del Río, pues no tenían ningún deseo de correr hacia los peligros que les esperaban más allá, cualquiera que fuese el curso que tomaran. Aragorn dejaba que se desplazaran según el mejor criterio de cada uno, ahorrando fuerzas para las fatigas que vendrían luego. Insistía, sin embargo, en la necesidad de iniciar la jornada temprano, todos los días, y de prolongarla hasta bien caída la tarde, pues le decía el corazón que el tiempo apretaba, y no creía que el Señor Oscuro se hubiese quedado cruzado de brazos mientras ellos se retrasaban en Lórien.
Ese día al menos no vieron ninguna señal del enemigo, y tampoco al día siguiente. Pasaban las horas, grises y monótonas, y no ocurría nada. En el tercer día de viaje el paisaje fue cambiando poco a poco: ralearon los árboles, y al fin desaparecieron del todo. Sobre la orilla oriental, a la izquierda, unas lomas alargadas subían alejándose; parecían resecas y devastadas, como si un fuego hubiese pasado sobre ellas y no hubiera dejado con vida ni una sola hoja verde: era una región hostil donde no había ni siquiera un árbol quebrado o una piedra desnuda que aliviaran aquella desolación. Habían llegado a las Tierras Pardas, una región vasta y abandonada que se extiende entre el Bosque Negro del Sur y las colinas de Emyn Muil. Ni siquiera Aragorn sabía qué pestilencia, qué guerra o qué mala acción del Enemigo había devastado de ese modo toda la región.
Hacia el oeste y a la derecha el terreno era también sin árboles, pero llano, y verde en muchos sitios con amplios prados de hierba. De este lado del Río crecían florestas de juncos, tan altos que ocultaban todo el oeste, y los botes pasaban rozando aquellas márgenes oscilantes. Los plumajes sombríos y resecos se inclinaban y alzaban con un susurro blando y triste en el leve aire fresco. De cuando en cuando Frodo alcanzaba a ver brevemente entre los juncos unos terrenos ondulados, y mucho más allá unas colinas envueltas en la luz del crepúsculo, y sobre el horizonte una línea oscura apenas visible: las estribaciones meridionales de las Montañas Nubladas.
No habían encontrado hasta entonces ninguna criatura, excepto pájaros. Los pequeños volátiles silbaban y piaban entre los juncos, pero se los veía muy raramente. Una o dos veces los viajeros oyeron el movimiento rápido y el sonido quejoso de unas alas de cisnes, y alzando los ojos vieron una bandada que atravesaba el cielo.
—¡Cisnes! —dijo Sam—. ¡Y muy grandes!
—Sí —dijo Aragorn—, cisnes negros.
—¡Qué inmenso y desierto y lúgubre me parece todo este país! —dijo Frodo—. Siempre creí que yendo hacia el sur uno encontraba regiones cada vez más cálidas y alegres, hasta que ya no había invierno.
—Pero aún no hemos llegado bastante al sur —dijo Aragorn—. Todavía es invierno, y estamos lejos del mar. Aquí el mundo es frío, y la primavera llega bruscamente; puede haber nieve todavía. Allá abajo en la Bahía de Belfalas donde desemboca el Anduin, las tierras son más cálidas y alegres, quizá, o lo serían si no existiera el Enemigo. Pero no creo que estemos a más de sesenta leguas, me parece, al sur de la Cuaderna del Sur en tu Comarca, a cientos de millas más allá. Ahora estás mirando hacia el sudoeste, por encima de las llanuras septentrionales de la Marca de los Jinetes, Rohan, el país de los Señores de los Caballos. No tardaremos en llegar a las bocas del Limclaro que desciende de Fangorn para unirse al Río Grande. Ésa es la frontera norte de Rohan, y todo lo que se extiende entre el Limclaro y las Montañas Blancas perteneció en otro tiempo a los Rohirrim. Es una tierra amable y rica, de pastos incomparables, pero en estos días nefastos la gente no habita junto al Río ni cabalga a menudo hasta la orilla. El Anduin es ancho, y sin embargo los orcos pueden disparar sus flechas por encima de la corriente, y se dice que en los últimos años se han atrevido a atravesar las aguas y atacar las manadas y establos de Rohan.