Текст книги "La Comunidad del Anillo"
Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien
Жанр:
Эпическая фантастика
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”En el límite occidental del Bosque Negro las huellas se desviaban. Iban hacia el sur y se perdían fuera del dominio de los Elfos. Y entonces cometí un gran error. Sí, Frodo; y no el primero, aunque me temo que el peor de todos. Abandoné el asunto; dejé ir a Gollum, pues tenía otras cosas en qué pensar y confiaba todavía en la sabiduría de Saruman.
”Bueno, esto sucedió hace muchos años. Desde entonces he pagado mi error con días oscuros y peligrosos. El rastro se había borrado hacía mucho cuando lo retomé, después de la partida de Bilbo. Y mi búsqueda habría sido en vano si no hubiese contado con la ayuda de un amigo, Aragorn, el más grande viajero y cazador del mundo en esta época. Buscamos juntos a Gollum por toda la extensión de las Tierras Ásperas sin esperanza, y sin éxito. Por último, cuando yo ya había abandonado la persecución y me había ido a otras regiones, encontramos a Gollum. Mi amigo regresó luego de haber pasado grandes peligros, trayendo consigo a la miserable criatura.
”Gollum no me dijo en qué había estado ocupado. No hacía más que llorar, llamándonos crueles, entre gorgoritos; y cuando lo presionábamos gemía y temblaba, restregándose las largas manos y lamiéndose los dedos, como si le dolieran o como si recordase alguna vieja tortura. Pero temo que no hay ninguna duda: Gollum había ido arrastrándose paso a paso, milla a milla, lentamente, y al fin había llegado a la Tierra de Mordor.
Hubo un pesado silencio en el cuarto. Frodo alcanzaba a oír los latidos de su propio corazón. Hasta parecía que fuera todo estaba en silencio. Los tijeretazos de la podadora de Sam habían callado.
—Sí, a Mordor —repitió Gandalf—. ¡Ay! Mordor atrae a todos los seres perversos, y el Poder Oscuro pone toda su voluntad en reunirlos allí. El Anillo del Enemigo dejaría también su marca, preparando a Gollum para cualquier requerimiento. Todo el mundo hablaba de la nueva Sombra en el Sur y de cómo odiaba al Oeste. Allí estaban sus nuevos amigos, que lo ayudarían a vengarse.
”¡Tonto infeliz! En aquella tierra aprendería mucho, demasiado para sentirse cómodo. Tarde o temprano, cuando estuviera atisbando y acechando en las fronteras, lo apresarían para interrogarlo. Creo que así fue. Cuando lo descubrieron, hacía tiempo que había estado allí y se preparaba para regresar en alguna misión malévola. Pero eso no nos interesa ahora; el daño principal ya estaba hecho.
”¡Ay, sí! Por medio de Gollum, el Enemigo supo que el Único había sido encontrado de nuevo. El Enemigo sabe ahora dónde cayó Isildur. Sabe dónde encontró Gollum el Anillo. Sabe que es un Gran Anillo, pues confiere larga vida. Sabe que no es uno de los Tres, que nunca se perdieron y no soportan la maldad. Sabe que no es uno de los Siete, o de los Nueve, porque se conoce la suerte que tuvieron. Sabe que es el Único. Creo, por último, que ha oído algo acerca de los hobbitsy de la Comarca.
”La Comarca, que estará buscando ahora, si no la encontró ya. En efecto, Frodo, temo que hasta el nombre Bolsón, durante mucho tiempo desconocido, se haya vuelto importante.
—¡Es terrible! —exclamó Frodo—. Mucho peor de lo que imaginé luego de tus insinuaciones y advertencias. Gandalf mi mejor amigo ¿qué debo hacer? Porque ahora estoy realmente asustado. ¿Qué debo hacer? ¡Qué lástima que Bilbo no haya matado a esa vil criatura cuando tuvo la oportunidad!
—¿Lástima? Sí, fue lástima lo que detuvo la mano de Bilbo. Lástima y misericordia: no matar sin necesidad. Y ha sido bien recompensado. Frodo, puedes estar seguro: la maldad lo rozó apenas y al fin pudo escapar por el modo en que tomó posesión del Anillo, con lástima.
—Lo lamento —dijo Frodo—; estoy asustado y no siento ninguna lástima por Gollum.
—No lo has visto —interrumpió Gandalf.
—No, y no quiero verlo —replicó Frodo—. No puedo entenderte. ¿Quieres decir que tú y los Elfos habéis dejado que siguiera viviendo después de todas esas horribles hazañas? Ahora, de cualquier modo, es tan malo como un orco, y además un enemigo. Merece la muerte.
—La merece, sin duda. Muchos de los que viven merecen morir y algunos de los que mueren merecen la vida. ¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos. No hay muchas esperanzas de que Gollum tenga cura antes de morir, pero creo que aún podría salvarse: está ligado al destino del Anillo. El corazón me dice que todavía tiene un papel que desempeñar, para bien o para mal, antes del fin; y cuando éste llegue, la misericordia de Bilbo puede determinar el destino de muchos, no menos que el tuyo. De cualquier modo no lo hemos matado; es muy anciano y muy infeliz. Los Elfos de los Bosques lo tienen prisionero, pero lo tratan con toda la benevolencia que es posible esperar de esos prudentes corazones.
—De todos modos —dijo Frodo—, aunque Bilbo no haya matado a Gollum, yo hubiese preferido que no se quedara con el Anillo. Desearía que nunca lo hubiese encontrado y querría no tenerlo ahora. ¿Por qué permites que lo conserve? ¿Por qué no me obligas a que lo tire o que lo destruya?
—¿Permitirte? ¿Obligarte? —respondió el mago—. ¿No has oído todo lo que te dije? No piensas lo que estás diciendo. Tirarlo sería una equivocación. Estos Anillos saben cómo hacerse encontrar. En malas manos podría hacer mucho daño. Y lo peor de todo es que podría caer en poder del Enemigo. En efecto, podría, pues es el Único, y el Enemigo está ejerciendo todo su poder para encontrarlo o atraerlo.
”Por supuesto, mi querido Frodo, tú estabas en peligro, cosa que me trastornó profundamente. Pero había tanto en juego que tuve que arriesgarme, aunque durante mi ausencia no pasó un día sin que ojos vigilantes cuidaran la Comarca. Mientras no lo uses, no creo que el Anillo tenga algún efecto negativo sobre ti, o en todo caso no durante un tiempo. Recuerda que hace nueve años, cuando te vi por última vez, yo no sabía mucho.
—Pero... ¿por qué no destruirlo? Tendría que haber sido destruido hace tiempo, dijiste —volvió a exclamar Frodo—. Si me hubieses advertido, o me hubieses enviado un mensaje, yo lo habría destruido.
—¿De veras? ¿Cómo? ¿Lo intentaste alguna vez?
—No. Pero supongo que podría deshacerlo a martillazos o fundirlo.
—¡Prueba! —dijo Gandalf—. ¡Prueba ahora!
Frodo sacó de nuevo el Anillo y lo miró. Parecía liso y suave, sin ninguna marca visible. El oro era brillante y puro, y Frodo admiró la hermosura y vivacidad del color y la perfección de la forma. Era admirable, una verdadera joya. Cuando lo sacó del bolsillo había pensado en arrojarlo lejos, a la parte más caliente del fuego. Comprobó que no podía, que tenía que vencer una enorme resistencia. Sopesó el Anillo en la mano, titubeando y tratando de recordar lo que Gandalf le había dicho, y entonces recurriendo a toda su voluntad, hizo un movimiento para arrojarlo a las llamas, y en seguida advirtió que había vuelto a guardarlo en el bolsillo.
Gandalf rió torvamente.
—¿Ves, Frodo? Tampoco tú puedes deshacerte de él ni dañarlo. Y yo no podría obligarte, sino por la fuerza, en cuyo caso te arruinaría la mente. Para acabar con el Anillo, de nada sirve la fuerza. No le harías daño aunque lo golpearas con un martillo pesado. Ni tus manos ni las mías podrían destruirlo.
”Tu pequeño fuego apenas podría fundir el oro común. Este Anillo ha pasado ya por ese fuego y ni siquiera se calentó. No hay forja en la Comarca que pueda cambiarlo en lo más mínimo; aun los hornos y yunques de los Enanos no podrían hacerle nada. Se ha dicho que el fuego de los dragones podía fundir y consumir los Anillos de Poder, pero no hay ahora ningún dragón que tenga ese fuego: ni siquiera Ancalagon el Negro podría dañar el Anillo Único, el Anillo Soberano, pues fue fabricado por el mismo Sauron.
”Hay un solo camino: encontrar las Grietas del Destino, en las profundidades de Orodruin, la Montaña de Fuego, y arrojar allí el Anillo. Esto siempre que quieras destruirlo de veras, e impedir que caiga en manos enemigas.
—¡Quiero destruirlo de veras! —exclamó Frodo—. O que lo destruyan. No estoy hecho para empresas peligrosas. Hubiese preferido no haberlo visto nunca. ¿Por qué vino a mí? ¿Por qué fui elegido?
—Preguntas a las que nadie puede responder —dijo Gandalf—. De lo que puedes estar seguro es de que no fue por ningún mérito que otros no tengan. Ni por poder ni por sabiduría, a lo menos. Pero has sido elegido y necesitarás de todos tus recursos: fuerza, ánimo, inteligencia.
—¡Tengo tan poco de esas cosas! Tú eres sabio y poderoso. ¿No quieres el Anillo?
—¡No, no! —exclamó Gandalf incorporándose—. Mi poder sería entonces demasiado grande y terrible. Y el Anillo adquiriría un poder todavía mayor y más mortal. —Los ojos de Gandalf relampaguearon y la cara se le iluminó como con un fuego interior—. ¡No me tientes! Pues no quiero convertirme en algo semejante al Señor Oscuro. Todo mi interés por el Anillo se apoya en la misericordia, misericordia por los débiles, y deseo de tener fuerzas y poder hacer el bien. ¡No me tientes! No me atrevo a tomarlo, ni siquiera para esconderlo y que nadie lo use. La tentación de recurrir al Anillo sería para mí demasiado fuerte. ¡Tal vez lo necesitara! Me acechan grandes peligros.
Gandalf fue hacia la ventana, descorrió las cortinas, y abrió los postigos. El sol entró nuevamente en la habitación; Sam pasaba silbando por el sendero.
—Y ahora —dijo el mago volviéndose hacia Frodo—, la decisión depende de ti. Pero no olvides que puedes contar siempre conmigo. —Puso una mano sobre el hombro de Frodo—. Te ayudaré a soportar esta carga todo el tiempo que sea necesario. Pero tenemos que hacer algo rápido. El Enemigo no se está quieto.
Hubo un largo silencio. Gandalf volvió a sentarse; fumaba la pipa como perdido en sus pensamientos. Parecía tener los ojos cerrados, pero observaba a Frodo con atención, entornando los párpados. Frodo miraba fijamente las enrojecidas ascuas del hogar, hasta que creyó estar hundiendo los ojos en unos pozos profundos y llameantes. Pensaba en las fabulosas Grietas del Destino y en el terror de la Montaña de Fuego.
—Bien —dijo Gandalf por último—. ¿En qué piensas? ¿Has tomado una decisión?
—No —respondió Frodo volviendo en sí desde las tinieblas, viendo por la ventana el jardín soleado, y sorprendiéndose de que no fuera todavía de noche—. O quizá sí. De acuerdo con lo que entendí de tus palabras supongo que he de conservar el Anillo, al menos por ahora, me haga lo que me haga.
—Cualquier cosa que te haga, será muy lentamente, si lo guardas con ese propósito —dijo Gandalf.
—Así lo espero —respondió Frodo—; pero también espero que encuentres un guardián mejor que yo, y pronto. Por el momento parece que soy un peligro para mis vecinos. No puedo conservar el Anillo y quedarme aquí. Tengo que salir de Bolsón Cerrado, abandonar la Comarca, abandonarlo todo e irme. —Suspiró—. Me gustaría salvar la Comarca, si pudiera, aunque alguna vez pensé que los habitantes eran tan estúpidos que un terremoto o una invasión de dragones les vendría bien. No siento lo mismo ahora. Siento que mientras la Comarca continúe a salvo, en paz y tranquila, mis peregrinajes serán más soportables; sabré que en alguna parte hay suelo firme, aunque yo nunca vuelva a pisarlo.
”Por supuesto, muchas veces pensé en irme, pero lo imaginaba como una especie de vacaciones, como una serie de aventuras semejantes a las de Bilbo, o mejores, con un final feliz. Esto, en cambio, significa exiliarse, escapar de un peligro a otro, y ellos siempre detrás, mordiéndome los talones. Supongo que he de partir sólo si decido irme y salvar la Comarca, pero me siento pequeño, y desarraigado... y desesperado. El Enemigo es tan fuerte y terrible...
No se lo dijo a Gandalf, pero mientras hablaba se le había encendido en el corazón el deseo de seguir a Bilbo, y de encontrarlo tal vez. Era tan fuerte que se sobrepuso al temor; podría casi haber salido corriendo camino abajo, sin sombrero, como lo había hecho Bilbo tiempo atrás, en una mañana muy similar.
—Mi querido Frodo —exclamó Gandalf—, los hobbits son criaturas realmente sorprendentes, como ya he dicho. Puedes aprender todo lo que se refiere a sus costumbres y modos en un mes, y después de cien años aún te sorprenderán. Además no esperaba obtener esa respuesta, ni siquiera de ti; pero Bilbo no se equivocó al elegir al heredero, aunque no pensó demasiado en la importancia que tendría esa elección. Temo que estés en lo cierto. El Anillo no podrá permanecer mucho tiempo oculto en la Comarca; y para tu propio bien, tanto como para el de los demás, convendría que te fueras y dejaras de llamarte Bolsón. Ese nombre no te daría ninguna seguridad fuera de la Comarca ni en las Tierras Salvajes. Te daré un seudónimo para tu viaje: serás el señor Sotomonte.
”No creo que necesites partir solo. No si conoces a alguien de confianza que quisiera acompañarte y a quien pudieras exponer a peligros desconocidos. Pero si buscas compañía, ten cuidado en cómo eliges. Y ten aún más cuidado con lo que dices, hasta a tus amigos más íntimos. El Enemigo tiene muchos espías y muchas maneras de enterarse.
De pronto Gandalf se detuvo, como si escuchara.
Frodo notó que había mucho silencio, dentro y fuera. Gandalf se deslizó hacia un costado de la ventana; en seguida, como una flecha, saltó al antepecho y con un rápido movimiento extendió el largo brazo afuera y abajo. Se oyó un graznido y la mano de Gandalf reapareció sosteniendo por una oreja la ensortijada cabeza de Sam Gamyi.
—Bien, bien, ¡bendita sea mi barba! —exclamó Gandalf—. ¿No se trata de Sam Gamyi? ¿Qué hacías por aquí?
—El cielo bendiga al señor Gandalf —respondió Sam—. ¡Nada! Recortaba el césped bajo la ventana, ¿no ve usted?
Tomó las tijeras y las mostró como una prueba.
—No, no veo —dijo Gandalf ásperamente—. Hace rato que no oigo tus tijeras. ¿Cuánto tiempo estuviste fisgoneando?
—¿Fisgoneando, señor? Perdón, no lo entiendo. No entiendo de qué me habla. No hay nada de eso en Bolsón Cerrado.
Los ojos de Gandalf relampaguearon y las cejas se le erizaron como cerdas.
—No seas tonto. ¿Qué has oído y por qué has escuchado?
—¡Señor Frodo! —gritó Sam, temblando—. No le permita que me haga daño, señor. No le permita que me transforme en un monstruo. Mi viejo padre me rechazaría. ¡No quise hacer nada malo! ¡Lo juro, señor!
—No te hará daño —respondió Frodo sofocando la risa, aunque asombrado y algo confundido—. Él sabe tan bien como yo que no tenías malas intenciones. Pero levántate y contesta en seguida.
—Bien, señor —dijo Sam, tembloroso—. Oí un montón de cosas incomprensibles sobre un enemigo, anillos, el señor Bilbo, señor, dragones, una montaña de fuego y... Elfos, señor. Escuche porque no pude evitarlo, usted me entiende; pero ¡el señor me perdone!, adoro esas historias y creo en ellas, contra todo lo que Ted diga. ¡Elfos, señor! Me encantaría verlos. ¿Podría llevarme con usted a ver a los Elfos, señor, cuando usted vaya?
De repente Gandalf se puso a reír.
—Entra —gritó, y sacando los brazos afuera levantó al asombrado Sam junto con la azada, las tijeras de podar y demás, y lo metió por la ventana, depositándolo en el suelo—. Que te lleve a ver a los Elfos, ¿eh? —dijo Gandalf, observando de cerca a Sam, mientras una sonrisa le bailaba en la cara—. ¿Entonces oíste que el señor Frodo se va?
—Lo oí, señor, y por eso me atraganté, y usted parece que me oyó. Traté de evitarlo, señor, pero no pude. ¡Estaba tan trastornado!
—No hay nada que hacer, Sam —respondió Frodo tristemente. Entendía de pronto que el dolor de abandonar la Comarca sería mucho mayor que el de despedirse de las comodidades de Bolsón Cerrado—. Tendré que irme, pero si tú me aprecias de verdad —y aquí observó a Sam fijamente—, guardarás absoluto secreto. ¿Entiendes? Si así no lo haces, o si repites una sola palabra de lo que aquí has oído, espero que Gandalf te transforme en un sapo y luego llene de culebras el jardín.
Sam se arrodilló temblando.
—Levántate, Sam —le ordenó Gandalf—. He estado pensando en algo mejor. Algo que te cierre la boca y te castigue por haber escuchado: irás con el señor Frodo.
—¿Yo, señor? —gritó Sam, saltando de alegría, como un perro al que invitan a un paseo—. ¿Yo veré a los Elfos y todo? ¡Hurra! —gritó, y de pronto se echó a llorar.
3
TRES ES COMPAÑÍA
—Tienes que irte en silencio, y pronto —dijo Gandalf.
Habían pasado dos o tres semanas y Frodo no daba señales de estar listo.
—Lo sé, pero es difícil hacer las dos cosas —objetó—. Si desapareciese como Bilbo, la noticia se difundiría en seguida por toda la Comarca.
—No conviene que desaparezcas, por supuesto —dijo Gandalf—. He dicho pronto, no ahora. Si se te ocurre algún modo de dejar la Comarca sin despertar sospechas, creo que vale la pena esperar. Pero no lo postergues demasiado.
—¿Qué tal en el otoño o después de nuestro cumpleaños? —preguntó Frodo—. Creo que podré arreglar algo para entonces.
A decir verdad, se resistía a la idea de partir, ahora que se había decidido. Bolsón Cerrado le parecía una residencia agradable, mucho más que en el pasado reciente, y quería saborear al máximo ese último verano en la Comarca. Sabía que cuando llegara el otoño una parte de su corazón aceptaría mejor la idea de un viaje, como le sucedía siempre en esa estación. Íntimamente ya había decidido partir en su quincuagésimo cumpleaños; el centesimovigesimoctavo de Bilbo. Le parecía un día apropiado para partir y seguir a Bilbo. Seguir a Bilbo era el objetivo principal y lo único que hacía soportable la idea de la partida. Pensaba lo menos posible en el Anillo y en el fin al que éste podría llevarlo. Pero no le dijo a Gandalf todo lo que pensaba. Lo que el mago adivinaba era siempre difícil de saber.
Gandalf miró a Frodo y sonrió.
—Muy bien —dijo—. Estoy de acuerdo con la fecha, pero no te retrases más. Ya empiezo a inquietarme. En el ínterin, ten cuidado, ¡no dejes escapar ni palabra sobre adónde piensas ir! Y cuida de que Sam Gamyi no hable. Si habla, lo transformaré de veras en un sapo.
—En cuanto adóndeiré —dijo Frodo—, será muy difícil decirlo, pues ni yo lo sé todavía.
—¡No seas absurdo! —exclamó Gandalf—. ¡No te digo que nos dejes tu dirección en la oficina de correos! Pero abandonas la Comarca, y eso no ha de saberse hasta que estés muy lejos de aquí. Tienes que ir, o al menos partir, hacia el sur, el norte, el este, o el oeste; y nadie ha de conocer el rumbo.
—He estado tan ocupado con la idea de dejar Bolsón Cerrado y con la despedida que aún no he pensado en el rumbo —dijo Frodo—. Porque, ¿adónde iré? ¿Qué me guiará? ¿Cuál será mi tarea? Bilbo fue en busca de un tesoro y volvió; pero yo voy a perderlo, y no volveré, según veo.
—Pero no ves muy lejos —dijo Gandalf—, ni yo tampoco. Tu tarea puede ser encontrar las Grietas del Destino, pero quizá ese trabajo esté reservado a otros. No lo sé. De cualquier modo, aún no estás preparado para un camino tan largo.
—En efecto, no —dijo Frodo—; pero mientras tanto, ¿qué ruta tengo que tomar?
—Hacia el peligro, de modo no demasiado directo ni demasiado imprudente —respondió el mago—. Si quieres mi consejo: ve a Rivendel. El viaje no será tan peligroso, aunque el camino es más difícil de lo que era hace un tiempo, y será todavía peor cuando el año llegue a su fin.
—¡Rivendel! —dijo Frodo—. Muy bien, iré al este, hacia Rivendel. Llevaré a Sam a ver a los Elfos, cosa que le encantará. —Hablaba superficialmente, pero de pronto el corazón le dio un vuelco con el deseo de ver la casa de Elrond el Medio Elfo y respirar el aire de aquel valle profundo donde mucha de la Hermosa Gente vivía todavía en paz.
Una tarde de verano, una asombrosa noticia llegó a La Mata de Hiedray El Dragón Verde. Los gigantes y los otros portentos de los límites de la Comarca quedaron relegados a segundo lugar. Había asuntos más importantes. ¡El señor Frodo vendía Bolsón Cerrado! ¡Ya lo había vendido a los Sacovilla-Bolsón!
«Por una bagatela» decían algunos. «A precio de ocasión», decían otros, «y así será, si la señora Lobelia es la compradora». (Otho había muerto algunos años antes, a la madura aunque decepcionante edad de ciento dos años.)
La razón por la que el señor Frodo vendía su hermosa cueva se discutía todavía más que el precio. Unos pocos sostenían la teoría, apoyada por las indirectas e insinuaciones del mismo señor Bolsón, de que el dinero se le estaba agotando a Frodo. Abandonaría Hobbiton y viviría en Los Gamos de manera sencilla, entre sus parientes, los Brandigamo, con lo obtenido en la venta de Bolsón Cerrado. «Lo más lejos que pueda de los Sacovilla-Bolsón», agregaban algunos. Estaban tan convencidos de las riquezas inmensas de los Bolsón de Bolsón Cerrado que a la mayoría todo esto le parecía increíble. Mucho más difícil que cualquier otra razón o sin razón que la imaginación pudiera inventar. Para muchos era un plan sombrío, inconfesable, de Gandalf quien si bien se mantenía muy tranquilo, y no salía durante el día, era sabido que se «escondía en Bolsón Cerrado». Pero como quiera que el cambio se acomodase o no a los planes del hechicero, algo era indudable: Frodo volvía a Los Gamos.
—Sí, me mudaré este otoño —decía—. Merry Brandigamo me está buscando una pequeña pero hermosa cueva, o quizá una casita.
En realidad, Frodo había elegido y comprado con la ayuda de Merry una casita en Cricava, más allá de Gamoburgo. Para todos, excepto Sam, Frodo simuló que se establecería allí permanentemente. La decisión de partir hacia el este le sugirió tal idea, pues Los Gamos se encontraba en el límite oriental de la Comarca, y como había pasado allí la niñez, el regreso podía parecer verosímil.
Gandalf permaneció en la Comarca dos meses más. Luego, una tarde, a fines de junio, casi en seguida de que el plan de Frodo quedara establecido de modo definitivo, anunció que partía a la mañana siguiente.
—Sólo por un corto período, espero —dijo—. Iré más allá de la frontera sur para recoger algunas noticias, si es posible. He estado sin hacer nada demasiado tiempo.
Hablaba en un tono ligero, pero a Frodo le pareció que estaba preocupado.
—¿Alguna novedad? —le preguntó.
—No. Pero he oído algo que me inquieta y que es imprescindible investigar. Si creo necesario que partas inmediatamente, volveré en seguida, o al menos te enviaré un mensaje. Mientras tanto no te desvíes del plan, pero sé más cuidadoso que nunca, sobre todo con el Anillo. Permíteme que insista: ¡No lo uses!
Gandalf partió al amanecer.
—Volveré un día de éstos —dijo—. Como máximo estaré de vuelta para la fiesta de despedida. Después de todo, quizá necesites que te acompañe.
Al principio, Frodo estuvo muy preocupado y pensaba a menudo en lo que Gandalf podía haber oído; pero al fin se tranquilizó, y cuando llegó el buen tiempo olvidó del todo el problema. Pocas veces se había visto en la Comarca un verano más hermoso y un otoño más opulento; los árboles estaban cargados con manzanas, la miel rebosaba en los panales y el grano estaba alto y henchido.
Muy entrado el otoño, la suerte de Gandalf comenzó a inquietar de nuevo a Frodo. Terminaba septiembre y no había noticias del mago. El cumpleaños y la mudanza se acercaban y no había aparecido ni había enviado ningún mensaje. Comenzó el ajetreo en Bolsón Cerrado. Algunos amigos de Frodo llegaron para ayudarlo a embalar: allí estaban Fredegar Bolger, Folco Boffin y los más íntimos: Pippin Tuk y Merry Brandigamo. Entre todos dieron vuelta la casa.
El veinte de septiembre, dos vehículos cubiertos partieron cargados hacia Los Gamos, a través del Puente del Brandivino, llevando al nuevo hogar los enseres y muebles que Frodo no había vendido. Al día siguiente Frodo estaba realmente inquieto, y clavaba los ojos afuera esperando a Gandalf. La mañana del jueves, día de su cumpleaños, amaneció tan clara y brillante como aquella otra, de hacía mucho tiempo, en ocasión de la fiesta de Bilbo. Gandalf no había aparecido aún. En la tarde Frodo dio su fiesta de despedida: una cena muy pequeña, para él y sus cuatro ayudantes, pero estaba preocupado y con poco ánimo para esas cosas. El pensamiento de que pronto tendría que separarse de sus jóvenes amigos le pesaba en el corazón. Se preguntaba cómo lo diría.
Los cuatro jóvenes hobbits estaban muy animados, sin embargo, y la reunión pronto se hizo muy alegre, a pesar de la ausencia de Gandalf. El comedor parecía vacío; tenía sólo una mesa y sillas; pero la comida era buena y el vino excelente. El vino de Frodo no se había incluido en la venta a los Sacovilla-Bolsón.
—Suceda lo que suceda con el resto de mis cosas, cuando los Sacovilla-Bolsón las tomen entre sus garras yo ya habré encontrado un buen destino para esto —dijo Frodo mientras vaciaba el vaso. Era la última gota de los viejos viñedos.
Después de haber cantado muchas canciones y hablado de muchas cosas que habían hecho juntos, brindaron por el cumpleaños de Bilbo y bebieron junto con Frodo a la salud de todos, como era costumbre de Frodo. Luego salieron a respirar un poco de aire, echaron una mirada a las estrellas y se fueron a dormir. Con esto terminó la fiesta de Frodo, y Gandalf no había llegado.
A la mañana siguiente continuaron atareados cargando otro carro con el resto del equipaje. Merry se ocupó de todo esto, y junto con el Gordo (Fredegar Bolger) marcharon hacia el nuevo domicilio de Frodo.
—Alguien tiene que ir allí, Frodo, y entibiar la casa antes que llegues —dijo Merry—. Te veré luego, pasado mañana, si no te quedas dormido en el camino.
Folco volvió a su casa después del almuerzo, pero Pippin se quedó atrás. Frodo estaba inquieto, ansioso, aguardando en vano a Gandalf. Decidió esperar hasta la caída de la noche. Luego, si Gandalf lo necesitaba urgentemente, podría ir a Cricava, y hasta quizá llegara antes que él. Frodo iría a pie; el plan, por placer, tanto como por cualquier otra razón, era caminar cómodamente desde Hobbiton hasta Balsadera en Gamoburgo y echar una última mirada a la Comarca.
—Tengo que entrenarme un poco —dijo, mirándose en un espejo polvoriento del vestíbulo casi vacío. No hacía caminatas largas desde mucho tiempo atrás y la imagen, opinó, no daba una impresión de vigor.
Después del almuerzo, se aparecieron los Sacovilla-Bolsón, Lobelia y su hijo Lotho, el pelirrojo. Frodo se sintió bastante molesto.
—¡Nuestra al fin! —exclamó Lobelia, al tiempo que entraba.
No era ni cortés ni estrictamente verdadero, pues la venta de Bolsón Cerrado no se realizó hasta la medianoche. Pero se podía perdonar a Lobelia; se había visto obligada a esperar setenta y cinco años a que Bolsón Cerrado fuese suyo, y ahora tenía cien años. De cualquier modo, había vuelto para cuidar que no faltase nada de lo que había comprado, y quería las llaves. Llevó largo rato satisfacerla, pues había traído un inventario completo que verificó punto por punto. Al fin partió con Lotho, la llave de repuesto y la promesa de que podría recoger la otra llave en la casa de Gamyi, en Bolsón de Tirada. Resopló, mostrando claramente que suponía a los Gamyi capaces de meterse de noche en la cueva. Frodo ni siquiera le ofreció una taza de té.
Tomó su propio té en la cocina con Pippin y Sam Gamyi. Se había anunciado oficialmente que Sam se iría a Los Gamos «a ayudar al señor Frodo y cuidar el jardincito». Un arreglo que el Tío apoyó, aunque no lo consoló la perspectiva de tener a Lobelia como vecina.
—¡Nuestra última comida en Bolsón Cerrado! —exclamó Frodo, retirando la silla.
Dejaron a Lobelia el lavado de los platos. Pippin y Sam ataron los tres fardos y los apilaron en el vestíbulo; luego Pippin salió a dar una última vuelta por el jardín. Sam desapareció.
El sol se puso; Bolsón Cerrado parecía triste, melancólico, desmantelado. Frodo vagaba por las habitaciones familiares y vio la luz del crepúsculo que se borraba en las paredes, y las sombras que trepaban por los rincones. Adentro oscureció lentamente. Salió de la habitación, descendió hacia la puerta que estaba en el extremo del sendero, y anduvo un trecho por el camino de la colina. Tenía cierta esperanza de ver a Gandalf subiendo a grandes zancadas en el crepúsculo.
El cielo estaba claro y las estrellas brillaban cada vez más.
—Será una hermosa noche —dijo en voz alta—. Buen comienzo. Tengo ganas de echar a caminar. No puedo seguir esperando. Partiré, y Gandalf tendrá que seguirme.
Volvió sobre sus pasos y se detuvo a oír voces que venían de Bolsón de Tirada. Una voz era sin duda la del Tío, la otra era extraña y en cierto modo desagradable. No pudo entender lo que decía, pero oyó las respuestas del Tío, que eran estridentes. El anciano parecía muy irritado.
—No, el señor Bolsón se ha ido esta mañana y Sam se fue con él. Al menos todo lo que tenía ha desaparecido. Sí, vendió y se fue, le digo. ¿Por qué? El porqué no es asunto suyo ni mío. ¿Hacia dónde? No es un secreto; se mudó a Gamoburgo o a algún otro lugar de allá abajo. Sí, es un largo camino. Nunca he llegado tan lejos; es rara la gente de Los Gamos. No, no llevaré ningún mensaje. ¡Buenas noches!
Los pasos descendieron la colina. Frodo se preguntó vagamente por qué el hecho de que no hubieran subido lo había aliviado tanto. «Estoy harto de preguntas y de la curiosidad de la gente sobre mis asuntos» pensó. «¡Qué preguntones son todos ellos!» Tuvo la idea de alcanzar al Tío y averiguar quién había sido el interlocutor, pero pensándolo mejor (o peor) se volvió y fue rápidamente hacia Bolsón Cerrado.
Pippin esperaba sentado sobre su fardo en el vestíbulo. Frodo atravesó la puerta oscura y llamó: —¡Sam! ¡Sam! ¡Ya es hora!
—¡Voy, señor! —se oyó la respuesta desde dentro, seguida por el mismo Sam que salió secándose la boca.
Había estado despidiéndose del barril de cerveza, en la bodega.
—¿Todo listo, Sam? —preguntó Frodo.
—Sí, señor, tardaré poco ya.
Frodo cerró la puerta con llave y se la dio a Sam.
—¡Corre con ella a tu casa, Sam! —le dijo—. Luego corta a través de Tirada y encuéntranos tan pronto como puedas en la entrada del sendero, más allá de la pradera. No cruzaremos la villa esta noche; hay demasiados oídos y ojos atisbándonos.
Sam partió a toda prisa.
—Bueno, al fin nos vamos —dijo Frodo.
Cargaron los bultos sobre los hombros, tomaron los bastones, y doblaron hacia el oeste de Bolsón Cerrado.