Текст книги "La Comunidad del Anillo"
Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien
Жанр:
Эпическая фантастика
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Durante un tiempo, Frodo y Sam consiguieron seguir a los otros de cerca, pero Aragorn los llevaba a paso vivo, y al cabo de un rato se arrastraban muy atrás. No habían probado bocado desde la mañana temprano. A Sam la herida le quemaba como un fuego, y sentía que se le iba la cabeza. A pesar del sol brillante el viento le parecía helado luego de la tibia oscuridad de Moria. Se estremeció. Frodo descubría que cada nuevo paso era más doloroso que el anterior y jadeó sin aliento.
Al fin Legolas se giró, y al ver que se habían quedado muy rezagados le habló a Aragorn. Los otros se detuvieron, y Aragorn corrió de vuelta, llamando a Boromir.
—¡Lo lamento, Frodo! —exclamó, muy preocupado—. Tantas cosas ocurrieron hoy y hubo tanta prisa que olvidé que estabas herido; y Sam también. Tenías que haber hablado. No hicimos nada para aliviarte, como era nuestro deber, aunque todos los orcos de Moria vinieran detrás. ¡Vamos! Un poco más allá hay un sitio donde podríamos descansar un momento. Allí haré por ti lo que esté a mi alcance. ¡Ven, Boromir! Los llevaremos en brazos.
Poco después llegaron a otra corriente de agua que descendía del oeste y se unía burbujeando al torrentoso Cauce de Plata. Juntos saltaban por encima de unas piedras de color verde, y caían espumosos en un barranco. Alrededor se elevaban unos abetos, bajos y torcidos; las riberas eran escarpadas y cubiertas con helechos y matas de arándanos. En el extremo de la hondonada había un espacio abierto y llano que el río atravesaba murmurando sobre un lecho de piedras relucientes. Aquí descansaron. Eran casi las tres de la tarde y estaban aún a unas pocas millas de las Puertas. El sol descendía ya hacia el oeste.
Mientras Gimli y los dos hobbits más jóvenes encendían un fuego con ramas y hojas de abeto, y traían agua, Aragorn atendió a Sam y a Frodo. La herida de Sam no era profunda, pero tenía mal aspecto, y Aragorn la examinó con aire grave. Al cabo de un rato alzó los ojos aliviado.
—¡Buena suerte, Sam! —dijo—. Muchos han recibido heridas peores como prenda por haber abatido al primer orco. La herida no está envenenada, como ocurre demasiado a menudo con las provocadas por estas armas. Cicatrizará bien, una vez que la hayamos atendido. Báñala, cuando Gimli haya calentado un poco de agua.
Abrió un saquito y sacó unas hojas marchitas.
—Están secas y han perdido algunas de sus virtudes —dijo—, pero aún tengo aquí algunas de las hojas de athelasque junté cerca de la Cima de los Vientos. Machaca una en agua y lávate la herida, y luego te vendaré. ¡Ahora te toca a ti, Frodo!
—¡Yo estoy bien! —dijo Frodo, con pocas ganas de que le tocaran las ropas—. Todo lo que necesito es comer y descansar un rato.
—¡No! —dijo Aragorn—. Tenemos que mirar y ver qué te han hecho el martillo y el yunque. Todavía me maravilla que estés vivo.
Le quitó a Frodo lentamente la vieja chaqueta y la túnica gastada, y ahogó un grito, sorprendido. En seguida se rió. El corselete de plata relumbraba ante él como la luz sobre un mar ondulado. Lo sacó con cuidado y lo alzó, y las gemas de la malla refulgieron como estrellas, y el tintineo de los anillos era como el golpeteo de una lluvia en un estanque,
—¡Mirad, amigos míos! —llamó—. ¡He aquí una hermosa piel de hobbit que serviría para envolver a un pequeño príncipe elfo! Si se supiera que los hobbits tienen pellejos de esta naturaleza, todos los cazadores de la Tierra Media ya estarían cabalgando hacia la Comarca.
—Y todas las flechas de todos los cazadores del mundo serían inútiles —dijo Gimli, observando boquiabierto la malla—. Es una cota de mithril. ¡Mithril!Nunca vi ni oí hablar de una malla tan hermosa. ¿Es la misma de la que hablaba Gandalf? Entonces no la estimó en todo lo que vale. ¡Pero ha sido bien dada!
—Me pregunté a menudo qué hacíais tú y Bilbo, tan juntos en ese cuartito —dijo Merry—. ¡Bendito sea el viejo hobbit! Lo quiero más que nunca. ¡Ojalá tengamos una oportunidad de contárselo!
En el costado derecho y en el pecho de Frodo había un moretón ennegrecido. Frodo había llevado bajo la malla una camisa de cuero blando, pero en un punto los anillos habían atravesado la camisa clavándose en la carne. El lado izquierdo de Frodo que había golpeado la pared estaba también lastimado y contuso. Mientras los otros preparaban la comida, Aragorn bañó las heridas con agua donde habían macerado unas hojas de athelas. Una fragancia penetrante flotó en la hondonada, y todos los que se inclinaban sobre el agua humeante se sintieron refrescados y fortalecidos. Frodo notó pronto que se le iba el dolor, y que respiraba con mayor facilidad; aunque se sintió anquilosado y dolorido durante muchos días. Aragorn le sujetó al costado unas blandas almohadillas de tela.
—La malla es maravillosamente liviana —dijo—. Póntela de nuevo, si de veras la soportas. Me alegra el corazón saber que llevas una cota semejante. No te la quites, ni siquiera para dormir, a no ser que la fortuna te conduzca a algún lugar donde no corras peligro durante un tiempo, y eso no será muy frecuente mientras dure tu misión.
Después de comer, la Compañía se preparó para partir. Apagaron el fuego y borraron todas las huellas. Trepando fuera de la hondonada volvieron al camino. No habían andado mucho cuando el sol se puso detrás de las alturas del oeste y unas grandes sombras descendieron por las faldas de los montes. El crepúsculo les velaba los pies, y una niebla se alzó en las tierras bajas. Lejos en el este la luz pálida del anochecer se extendía sobre unos territorios indistintos de bosques y llanuras. Sam y Frodo que se sentían ahora aliviados y reanimados iban a buen paso, y con sólo un breve descanso Aragorn guió a la Compañía durante tres horas más.
Había oscurecido. Era ya de noche, y había muchas estrellas claras, pero la luna menguante no se vería hasta más tarde, Gimli y Frodo marchaban a la retaguardia, sin hablar, prestando atención a cualquier sonido que pudiera oírse detrás en el camino. Al fin Gimli rompió el silencio.
—Ningún sonido, excepto el viento —dijo—. No hay nada rondando, o mis oídos son de madera. Esperemos que los orcos hayan quedado contentos echándonos de Moria. Y quizá no pretendían nada más, y no querían otra cosa de nosotros... del Anillo. Aunque los orcos persiguen a menudo a los enemigos a campo abierto y durante muchas leguas, si tienen que vengar a un capitán.
Frodo no respondió. Le echó una mirada a Dardo, y la hoja tenía un brillo opaco. Sin embargo había oído algo, o había creído oír algo. Tan pronto como las sombras cayeran alrededor ocultando el camino, había oído otra vez el rápido rumor de unas pisadas. Aún ahora lo oía. Se volvió bruscamente. Detrás de él había dos diminutos puntos de luz, o creyó ver dos puntos de luz, pero en seguida se movieron a un lado y desaparecieron.
—¿Qué pasa? —preguntó el enano.
—No sé —respondió Frodo—. Creí oír el sonido de unos pasos y creí ver una luz... como ojos. Me ocurrió muchas veces, desde que salimos de Moria.
Gimli se detuvo y se inclinó hacia el suelo.
—No oigo nada sino la conversación nocturna de las plantas y las piedras —dijo—. ¡Vamos! ¡De prisa! Los otros ya no se ven.
El viento frío de la noche sopló valle arriba. Ante ellos se levantaba una ancha sombra gris, y había un continuo rumor de hojas, como álamos en el viento.
—¡Lothlórien! —exclamó Legolas—. ¡Lothlórien! Hemos llegado al pórtico del Bosque de Oro. ¡Lástima que sea invierno!
Los árboles se elevaban hacia el cielo de la noche, y se arqueaban sobre el camino y el arroyo que corría de pronto bajo las ramas extendidas. A la luz pálida de las estrellas los troncos eran grises, y las hojas temblorosas un débil resplandor amarillo rojizo.
—¡Lothlórien! —dijo Aragorn—. ¡Qué felicidad oír de nuevo el viento en los árboles! Nos encontramos aún a unas cinco leguas de las Puertas, pero no podemos ir más lejos. Esperemos que la virtud de los Elfos nos ampare esta noche de los peligros que vienen detrás.
—Si todavía hay Elfos en este mundo que se ensombrece —dijo Gimli.
—Ninguno de los míos ha vuelto a estas tierras desde hace tiempo —dijo Legolas—, aunque se dice que Lórien no ha sido abandonado del todo, pues habría aquí un poder secreto que protege a la región contra el mal. Sin embargo, esos habitantes se dejan ver raramente, y quizá viven ahora en lo más profundo del bosque, lejos de las fronteras septentrionales.
—Viven en verdad en lo más profundo del bosque —dijo Aragorn, y suspiró como recordando algo—. Esta noche tendremos que arreglárnoslas solos. Iremos un poco más allá, hasta que los árboles nos rodeen, y luego dejaremos la senda y buscaremos dónde dormir.
Dio un paso adelante, pero Boromir parecía irresoluto y no lo siguió.
—¿No hay otro camino? —dijo.
—¿Qué otro camino querrías tú? —dijo Aragorn.
—Un camino simple, aunque nos llevara a través de setos de espadas —dijo Boromir—. Esta Compañía ha sido conducida por caminos extraños, y hasta ahora con mala fortuna. Contra mi voluntad pasamos bajo las sombras de Moria, y hacia nuestra perdición. Y ahora tenemos que entrar en el Bosque de Oro, dices. Pero de estas tierras peligrosas hemos oído hablar en Gondor, y se dice que de todos los que entran son pocos los que salen, y menos aún los que escapan indemnes.
—No digas indemnepero sí sin cambios, y estarás más en lo cierto —dijo Aragorn—. Pero la sabiduría está perdiéndose en Gondor, Boromir, si en la ciudad de aquellos que una vez fueron sabios ahora se habla así de Lothlórien. De cualquier modo, no hay para nosotros otro camino, salvo que quieras volver a las Puertas de Moria, escalar las montañas que no tienen caminos o ir a nado y solo por el Río Grande.
—¡Entonces adelante! —dijo Boromir—. Aunque es peligroso.
—Peligroso, es cierto —dijo Aragorn—, hermoso y peligroso, mas sólo la maldad puede tenerle miedo con alguna razón, o aquellos que llevan alguna maldad en ellos mismos. ¡Seguidme!
Se habían internado poco más de una milla en el bosque cuando tropezaron con otro arroyo, que descendía rápidamente desde las laderas arboladas que subían detrás hacia las montañas del oeste. No muy lejos entre las sombras de la derecha, se oía el rumor de una pequeña cascada. Las aguas oscuras y precipitadas cruzaban el sendero ante ellos, y se unían al Cauce de Plata en un torbellino de aguas oscuras entre las raíces de los árboles.
—¡He aquí el Nimrodel! —dijo Legolas—. Los Elfos Silvanos lo cantaron muchas veces, y esas canciones se cantan aún en el Norte, recordando el arco iris de los saltos, y las flores doradas que brotan en la espuma. Todo es oscuro ahora, y el Puente del Nimrodel está roto. Me mojaré los pies, pues dicen que el agua cura la fatiga.
Se adelantó, descendió por el barranco escarpado y entró en el arroyo.
—¡Seguidme todos! —gritó—. El agua no es profunda. ¡Crucemos! Podemos descansar en la otra orilla, y el susurro del agua que cae nos ayudará a dormir y a olvidar las penas.
Uno a uno bajaron por la ribera y siguieron a Legolas. Frodo se detuvo un momento junto a la orilla y dejó que el arroyo le bañara los pies cansados. El agua era fría y límpida, y cuando le llegó a las rodillas Frodo sintió que le lavaba la suciedad del viaje y todo el cansancio que le pesaba en los miembros.
Cuando toda la Compañía hubo cruzado, se sentaron a descansar, comieron unos bocados, y Legolas les contó las historias de Lothlórien que los Elfos del Bosque Negro atesoraban aún, historias de la luz del sol y las estrellas en los prados que el Río Grande había bañado antes de que el mundo fuera gris.
Al fin callaron, y se quedaron escuchando la música de la cascada que caía dulcemente en las sombras. Frodo llegó a imaginar que oía el canto de una voz, junto con el sonido del agua.
—¿Alcanzáis a oír la voz de Nimrodel? —preguntó Legolas—. Os cantaré una canción de la doncella Nimrodel, que vivía junto al arroyo y tenía el mismo nombre. Es una hermosa canción en nuestra lengua de los bosques, y hela aquí en la Lengua del Oeste, como algunos la cantan ahora en Rivendel.
Legolas empezó a cantar con una voz dulce que apenas se oía entre el murmullo de las hojas.
Había en otro tiempo una doncella élfica,
una estrella que brillaba en el día,
de manto blanco recamado en oro
y zapatos de plata gris.
Tenía una estrella en la frente,
una luz en los cabellos,
como el sol en las ramas de oro
de Lórien la bella.
Los cabellos largos, los brazos blancos,
libre y hermosa era Lórien,
y en el viento corría levemente,
como la hoja del tilo.
Junto a los saltos de Nimrodel,
cerca del agua clara y fresca,
la voz caía como plata que cae
en el agua brillante.
Por dónde anda ahora, nadie sabe,
a la luz del sol o entre las sombras,
pues hace tiempo que Nimrodel
se extravió en las montañas.
Un barco elfo en el puerto gris,
bajo el viento de la montaña,
la esperó muchos días
junto al mar tumultuoso.
Un viento nocturno en el norte
se levantó gritando,
y llevó la nave desde las playas élficas
sobre olas que iban y venían.
Cuando asomó la pálida aurora
las montañas grises se hundían
más allá de las olas empenachadas
de espuma enceguecedora.
Amroth vio que la costa desaparecía
debajo y más allá de la ola,
y maldijo la nave pérfida que lo llevara
lejos de Nimrodel.
Había sido antaño un rey élfico
señor del valle y los árboles,
cuando los brotes primaverales se doraban
en Lothlórien la bella.
Lo vieron saltar desde la borda
como flecha de un arco
y caer en el agua profunda
como una gaviota.
El aire le movía los cabellos,
y la espuma le brillaba alrededor,
lo vieron de lejos hermoso y fuerte
deslizándose como un cisne.
Pero del Oeste no llegó una palabra,
y en la Costa Citerior
los Elfos nunca tuvieron
noticias de Amroth.
La voz se le quebró a Legolas, y dejó de cantar.
—No puedo seguir —dijo—. Esto es sólo una parte; he olvidado casi todo. La canción es larga y triste, pues cuenta las desventuras que cayeron sobre Lothlórien, Lórien de las Flores, cuando los Enanos despertaron al mal en las montañas.
—Pero los Enanos no hicieron el mal —dijo Gimli.
—Yo no dije eso, pero el mal vino —respondió Legolas tristemente—. Luego muchos de los Elfos de la estirpe de Nimrodel dejaron sus moradas y partieron; y ella se perdió allá lejos en el Sur, en los pasos de las Montañas Blancas; y no vino al barco donde la esperaba Amroth, su amante. Pero en la primavera cuando el viento mueve las primeras hojas aún puede oírse el eco de la voz de Nimrodel junto a los saltos de agua de ese nombre. Y cuando el viento sopla del sur es la voz de Amroth la que sube desde el océano, pues el Nimrodel fluye en el Cauce de Plata, que los Elfos llaman Celebrant, y el Celebrant en el Gran Anduin, y el Anduin en la Bahía de Belfalas, donde los Elfos de Lórien se lanzaron a la mar. Pero ellos nunca volvieron, ni Nimrodel ni Amroth.
”Se dice que ella vive en una casa construida en las ramas de un árbol, cerca de la cascada, pues tal era la costumbre entre los Elfos de Lórien, vivir en los árboles, y quizá todavía lo hacen. Por eso se los llamó los Galadrim, las Gentes de los Árboles. En lo más profundo del bosque los árboles son muy grandes. La gente de los bosques no habitaba bajo el suelo como los Enanos, ni levantó fortalezas de piedra hasta que llegó la Sombra.
—Y aún ahora podría decirse que vivir en los árboles es más seguro que sentarse en el suelo —dijo Gimli.
Miró más allá del agua el camino que llevaba de vuelta al Valle del Arroyo Sombrío, y luego alzó los ojos hacia la bóveda de ramas oscuras.
—Tus palabras nos traen un buen consejo, Gimli —dijo Aragorn—. No podemos construir una casa, pero esta noche haremos como los Galadrim y buscaremos refugio en las copas de los árboles, si podemos. Hemos estado sentados aquí junto al camino más de lo prudente.
La Compañía dejó ahora el sendero, y se internó en las sombras más profundas del bosque, hacia el oeste, a lo largo del arroyo montañoso que se alejaba del Cauce de Plata. No lejos de los saltos de Nimrodel encontraron un grupo de árboles, que en algunos sitios se inclinaban sobre el río. Los grandes troncos grises eran muy gruesos, pero nadie supo decir qué altura tenían.
—Subiré —dijo Legolas—. Me siento en casa entre los árboles, junto a las raíces o en las ramas, aunque estos árboles son de una familia que no conozco, excepto como un nombre en una canción. Mellyrndicen que se llaman, y son esos que lucen flores amarillas, pero nunca subí a uno. Veré ahora qué forma tienen y cómo crecen.
—De cualquier modo —dijo Pippin– tendrían que ser árboles maravillosos si pueden ser un sitio de descanso para alguien, además de los pájaros. ¡No puedo dormir colgado de una rama!
—Entonces cava un agujero en el suelo —dijo Legolas—, si está más de acuerdo con tus costumbres. Pero tienes que cavar hondo y muy rápido, o no escaparás a los orcos.
Saltando ágilmente se tomó de una rama que nacía del tronco a bastante altura por encima de ellos. Se balanceó allí un momento y una voz habló de pronto desde las sombras altas del árbol.
– Daro!—dijo en tono perentorio, y Legolas se dejó caer al suelo sorprendido y asustado. Se encogió contra el tronco del árbol.
—¡Quietos todos! —les susurró a los otros—. ¡No os mováis ni habléis!
Una risa dulce estalló allá arriba, y luego otra voz clara habló en una lengua élfica. Frodo no entendía mucho de lo que se decía, pues la lengua de la gente Silvana del este de las montañas se parecía poco a la del oeste. Legolas levantó la cabeza y respondió en la misma lengua 9.
—¿Quiénes son y qué dicen? —preguntó Merry.
—Son Elfos —dijo Sam—. ¿No oyes las voces?
—Sí, son Elfos —dijo Legolas—, y dicen que respiráis tan fuerte que podrían atravesaros con una flecha en la oscuridad. —Sam se llevó rápidamente la mano a la boca—. Pero también dicen que no tengáis miedo. Saben que estamos por aquí desde hace rato. Oyeron mi voz del otro lado del Nimrodel, y supieron que yo era de la familia del Norte, y por ese motivo no nos impidieron el paso; y luego oyeron mi canción. Ahora me invitan a que suba con Frodo; pues han tenido alguna noticia de él y de nuestro viaje. A los otros les dicen que esperen un momento, y que monten guardia al pie del árbol, hasta que ellos decidan.
Una escala de cuerda bajó de las sombras; era de color gris plata y brillaba en la oscuridad, y aunque parecía delgada podía sostener a varios hombres, como se comprobó más tarde. Legolas trepó ágilmente, y Frodo lo siguió más despacio, y detrás fue Sam tratando de no respirar con fuerza. Las ramas del mallorn eran casi horizontales al principio, y luego se curvaban hacia arriba; pero cerca de la copa el tronco se dividía en una corona de ramas, y vieron que entre esas ramas los Elfos habían construido una plataforma de madera, o fletcomo se la llamaba en esos tiempos; los Elfos la llamaban talan. Un agujero redondo en el centro permitía el acceso a la plataforma, y por allí pasaba la escala.
Cuando Frodo llegó al flet, encontró a Legolas sentado con otros tres Elfos. Llevaban ropas de un color gris sombra, y no se los distinguía entre las ramas, a no ser que se movieran bruscamente. Se pusieron de pie, y uno de ellos descubrió un farol pequeño que emitía un delgado rayo de plata. Alzó el farol, y escrutó el rostro de Frodo, y el de Sam. Luego tapó otra vez la luz, y dijo en su lengua palabras de bienvenida. Frodo respondió titubeando.
—¡Bienvenido! —repitió entonces el Elfo en la Lengua Común, hablando lentamente—. Pocas veces usamos otra lengua que la nuestra, pues ahora vivimos en el corazón del bosque, y no tenemos tratos voluntarios con otras gentes. Aun los hermanos del Norte están separados de nosotros. Pero algunos de los nuestros aún viajan lejos, para recoger noticias y observar a los enemigos, y ellos hablan las lenguas de otras tierras. Soy uno de ellos. Me llamo Haldir. Mis hermanos, Rúmil y Orophin, hablan poco vuestra lengua.
”Pero algo habíamos oído de vuestra venida, pues los mensajeros de Elrond pasan por Lórien cuando vuelven remontando la Escalera del Arroyo Sombrío. No habíamos oído hablar de... los hobbits, o medianos, desde años atrás, y no sabíamos que aún vivieran en la Tierra Media. ¡No parecéis gente mala! Y como vienes con un Elfo de nuestra especie, estamos dispuestos a ayudarte, como lo pidió Elrond, aunque no sea nuestra costumbre guiar a los extranjeros que cruzan estas tierras. Pero tenéis que quedaros aquí esta noche. ¿Cuántos sois?
—Ocho —dijo Legolas—. Yo, cuatro hobbits, y dos hombres; uno de ellos, Aragorn, es de Oesternesse, y amigo de los Elfos.
—El nombre de Aragorn hijo de Arathorn, es conocido en Lórien —dijo Haldir—, y tiene la protección de la Dama. Todo está bien entonces. Pero sólo me hablaste de siete.
—El último es un enano —dijo Legolas.
—¡Un enano! —dijo Haldir—. Eso no es bueno. No tenemos tratos con los Enanos desde los Días Oscuros. No se los admite en estas tierras. No puedo permitirle el paso.
—Pero es de la Montaña Solitaria, de las fieles gentes de Dáin, y amigo de Elrond —dijo Frodo—. Elrond mismo lo eligió para que nos acompañara, y se ha mostrado valiente y leal.
Los Elfos hablaron en voz baja, e interrogaron a Legolas en la lengua de ellos.
—Muy bien —dijo Haldir por último—. Esto es lo que haremos, aunque no nos complace. Si Aragorn y Legolas lo vigilan, y responden por él, lo dejaremos pasar; pero tendrá que cruzar Lothlórien con los ojos vendados.
”Mas no es momento de discutir. No conviene que los vuestros se queden en tierra. Hemos estado vigilando los ríos, desde que vimos una gran tropa de orcos yendo al norte hacia Moria, bordeando las montañas, hace ya muchos días. Los lobos aúllan en los lindes de los bosques. Si venís en verdad desde Moria, el peligro no puede estar muy lejos, detrás de vosotros. Partiréis de nuevo mañana temprano.
”Los cuatro hobbits subirán aquí y se quedarán con nosotros... ¡No les tenemos miedo! Hay otro talanen el árbol próximo. Allí se refugiarán los demás. Tú, Legolas, responderás por ellos. Llámanos, si algo anda mal. ¡Y no pierdas de vista al enano!
Legolas bajó en seguida por la escalera llevando el mensaje de Haldir, y poco después Merry y Pippin trepaban al alto flet. Estaban sin aliento y parecían bastante asustados.
—¡Bien! —dijo Merry jadeando—. Hemos traído vuestras mantas junto con las nuestras. Trancos ha ocultado el resto del equipaje bajo un montón de hojas.
—No había necesidad de esa carga —dijo Haldir—. Hace frío en las copas de los árboles en invierno, aunque esta noche el viento sopla del sur, pero tenemos alimentos y bebidas que os sacarán el frío nocturno, y pieles y mantos de sobra.
Los hobbits aceptaron con alegría esta segunda (y mucho mejor) cena. Luego se envolvieron no sólo en los mantos forrados de los Elfos sino también con las mantas que habían traído, y trataron de dormir. Pero aunque estaban muy cansados sólo Sam parecía bien dispuesto. Los hobbits no son aficionados a las alturas, y no duermen en pisos elevados, aun teniendo escaleras. El fletno les gustaba mucho como dormitorio. No tenía paredes, ni siquiera una baranda; sólo en un lado había un biombo plegadizo que podía moverse e instalarse en distintos sitios, según soplara el viento.
Pippin siguió hablando durante un rato. —Espero no rodar y caerme si llego a dormirme en este nido de pájaros —dijo.
—Una vez que me duerma —dijo Sam—, continuaré durmiendo, ruede o no ruede. Y cuanto menos se diga ahora más pronto caeré dormido, si tú me entiendes.
Frodo se quedó despierto un tiempo, mirando las estrellas que relucían a través del pálido techo de hojas temblorosas. Sam se había puesto a roncar aun antes que él cerrara los ojos. Alcanzaba a ver las formas grises de dos Elfos que estaban sentados, los brazos alrededor de las rodillas, hablando en susurros. El otro había descendido a montar guardia en una rama baja. Al fin, mecido allí arriba por el viento en las ramas, y abajo por el dulce murmullo de las cascadas del Nimrodel, Frodo se durmió con la canción de Legolas dándole vueltas en la cabeza.
Despertó más tarde en medio de la noche. Los otros hobbits dormían. Los Elfos habían desaparecido. La luna creciente brillaba apenas entre las hojas. El viento había cesado. No muy lejos oyó una risa ronca y el sonido de muchos pies en el suelo entre los árboles, y luego un tintineo metálico. Los ruidos se perdieron lentamente a lo lejos, y parecían ir hacia el sur, adentrándose en el bosque.
Una cabeza asomó de pronto por el agujero del flet. Frodo se sentó asustado y vio que era un Elfo de capucha gris. Miró hacia los hobbits.
—¿Qué pasa? —dijo Frodo.
– Yrch!—dijo el Elfo con un murmullo siseante, y echó sobre el fletla escala de cuerda que acababa de recoger.
—¡Orcos! —dijo Frodo—. ¿Qué están haciendo?
Pero el Elfo había desaparecido.
No se oían más ruidos. Hasta las hojas callaban ahora, y parecía que las cascadas habían enmudecido. Frodo, sentado aún, se estremeció de pies a cabeza bajo las mantas. Se felicitaba de que no los hubieran encontrado en el suelo, pero sentía que los árboles no los protegían mucho, salvo ocultándolos. Los orcos tenían un olfato fino, se decía, como los mejores perros de caza, pero además podían trepar. Sacó a Dardo, que relampagueó y resplandeció como una llama azul, y luego se apagó otra vez poco a poco. Sin embargo, la impresión de peligro inmediato no dejó a Frodo; al contrario, se hizo más fuerte. Se incorporó, se arrastró a la abertura, y miró hacia el suelo. Estaba casi seguro de que podía oír unos movimientos furtivos, lejos, al pie del árbol.
No eran Elfos, pues la gente de los bosques no hacía ningún ruido al moverse. Luego oyó débilmente un sonido, como si husmearan, y le pareció que algo estaba arañando la corteza del árbol. Clavó los ojos en la oscuridad, reteniendo el aliento.
Algo trepaba ahora lentamente, y se lo oía respirar, como si siseara con los dientes apretados. Luego Frodo vio dos ojos pálidos que subían, junto al tronco.
Se detuvieron y miraron hacia arriba, sin parpadear. De pronto se volvieron, y una figura indistinta bajó deslizándose por el tronco y desapareció.
Casi en seguida Haldir llegó trepando rápidamente por las ramas.
—Había algo en este árbol que nunca vi antes —dijo—. No era un orco. Huyó tan pronto como toqué el árbol. Parecía astuto, y entendido en árboles, y hubiese pensado que era uno de vosotros, un hobbit.
”No tiré, pues no quería provocar ningún grito: no podemos arriesgar una batalla. Una fuerte compañía de orcos ha pasado por aquí. Cruzaron el Nimrodel, y malditos sean esos pies infectos en el agua pura, y siguieron el viejo camino junto al río. Parecían ir detrás de algún rastro, y durante un rato examinaron el suelo, cerca del sitio donde os detuvisteis. Nosotros tres no podíamos enfrentarnos a un centenar de modo que nos adelantamos y hablamos con voces fingidas arrastrándolos al interior del bosque.
”Orophin ha regresado de prisa a nuestras moradas para advertir a los nuestros. Ninguno de los orcos saldrá jamás de Lórien. Y habrá muchos Elfos ocultos en la frontera norte antes que caiga otra noche. Pero tenéis que tomar el camino del sur tan pronto como amanezca.
El día asomó pálido en el este. La luz creció y se filtró entre las hojas amarillas de los mallorn, y a los hobbits les recordó el sol temprano de una fresca mañana de estío. Un cielo azul claro se mostraba entre las ramas mecidas por el viento. Mirando por una abertura en el lado sur del flet, Frodo vio todo el valle del Cauce de Plata extendido como un mar de oro rojizo que ondulaba dulcemente en la brisa.
La mañana había comenzado apenas y era fría aún cuando la Compañía se puso en camino guiada esta vez por Haldir y su hermano Rúmil.
—¡Adiós, dulce Nimrodel! —exclamó Legolas. Frodo volvió los ojos y vio un brillo de espuma blanca entre los árboles grises—. Adiós —dijo, y le parecía que nunca oiría otra vez un sonido tan hermoso como el de aquellas aguas, alternando para siempre unas notas innumerables en una música que no dejaba de cambiar.
Regresaron al viejo sendero que iba por la orilla oeste del Cauce de Plata, y durante un tiempo lo siguieron hacia el sur. Había huellas de orcos en la tierra. Pero pronto Haldir se desvió a un lado y se detuvo junto al río a la sombra de los árboles.
—Hay alguien de mi pueblo del otro lado del arroyo —dijo—, aunque no podéis verlo.
Llamó silbando bajo como un pájaro, y un Elfo salió de un macizo de arbustos; estaba vestido de gris, pero tenía la capucha echada hacia atrás, y los cabellos le brillaban como el oro a la luz de la mañana. Haldir arrojó hábilmente una cuerda gris por encima del agua, y el otro la alcanzó y ató el extremo a un árbol cerca de la orilla.
—El Celebrant es aquí una corriente poderosa, como veis —dijo Haldir—, de aguas rápidas y profundas, y muy frías. No ponemos el pie en él tan al norte, si no es realmente necesario. Pero en estos días de vigilancia no tendemos puentes. He aquí cómo cruzamos. ¡Seguidme!
Amarró el otro extremo de la cuerda a un árbol, y luego corrió por encima sobre el río, y de vuelta, como si estuviese en un camino.
—Yo podría cruzar así —dijo Legolas—, pero ¿y los otros? ¿Tendrán que nadar?
—¡No! —dijo Haldir—. Tenemos otras dos cuerdas. Las ataremos por encima de la otra, una a la altura del hombro y la segunda a media altura, y los extranjeros podrán cruzar sosteniéndose en las dos.
Cuando terminaron de instalar este puente liviano, la Compañía pasó a la otra orilla, unos con precaución y lentamente, otros con más facilidad. De los hobbits, Pippin demostró ser el mejor pues tenía el paso seguro y caminó con rapidez sosteniéndose con una mano sola, pero con los ojos clavados en la otra orilla y sin mirar hacia abajo. Sam avanzó arrastrando los pies, aferrado a las cuerdas, y mirando las aguas pálidas y torrentosas como si fueran un precipicio.
Respiró aliviado cuando se encontró a salvo en la otra orilla.
—¡Vive y aprende!, como decía mi padre. Aunque se refería al cuidado del jardín y no a posarse como los pájaros o caminar como las arañas. ¡Ni siquiera mi tío Andy conocía estos trucos!
Cuando toda la Compañía estuvo al fin reunida en la orilla este del Cauce de Plata, los Elfos desataron las cuerdas y las enrollaron. Rúmil, que había permanecido en la otra orilla, recogió una de las cuerdas, se la echó al hombro, y se alejó saludando con la mano, de vuelta a Nimrodel a continuar la guardia.