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Cyteen 1 - La Traicion
  • Текст добавлен: 26 октября 2016, 21:27

Текст книги "Cyteen 1 - La Traicion "


Автор книги: C. J. Cherryh



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Tal vez Jordan también.

Llegó al sillón y se sentó con la espalda apoyada y cerró los ojos.

¿Y si no estoy solo?

La voz de Ari, suave y odiosa: Yo planifiqué los actos de tu padre. Todos y cada uno de ellos. Aunque no pueda predecir las microestructuras. Las microestructuras no son tan importantes.

Aforismo de los diseñadores de cinta: la macroestructura determina la microestructura. El marco de valores lo rige todo.

Hasta te planeé a ti, cariño. Yo implanté la idea. Jordan tenía mucha necesidad de compañía. ¿ Crees que miento? Me debes la existencia.

Durante un momento imaginó que Grant entraría desde la otra habitación, que le preguntaría qué pasaba, que le explicaría cómo desenredar la madeja en que estaba envuelto. Grant había experimentado en cintas profundas. Y mucho.

Pero era sólo un fantasma. Una costumbre difícil de cambiar.

Y a Grant, claro. A Grant también lo planeé. Después de todo es obra mía.

Tenía que ir al laboratorio. Tenía que salir de la soledad en que podían exacerbarse y expandirse las estructuras de las cintas antes de que tuviera ocasión de manejarlas. Debía seguir con la rutina, ocupar la mente, dejar que la mente descansara y estudiar con cuidado la situación.

Si el cuerpo pudiera dormir un poco...

–Mensajes, por favor —murmuró, porque ahora recordaba que debía averiguar si Jordan o cualquier otra persona lo había llamado.

Por lo general se trataba de trivialidades. De la Administración. Una nota de protesta por la entrada ilegal. Se dejó ir en medio de todo eso, se despertó de repente con una punzada de dolor en el cuello. La luz erótica se desmayaba ahora en una idea racional y rápida como un destello, la idea de que tendría que llevar manga larga y cuello alto, y disimular los golpes con maquillaje: podía eludir a Jordan alegando que Ari le había dado más trabajo que antes, lo cual resultaba coherente porque Ari no tenía motivos para sentirse contenta con él, tal como le había dicho a Jordan. Justin no podía enfrentarse a Jordan de cerca hasta que recuperara el control sobre sí mismo.

Y un instante después, mientras el informe del Cuidador finalizaba, se dio cuenta de que no había estado atento y de que hacía dos días había programado el Cuidador para que le diera el informe y lo borrara al mismo tiempo.

XI

Grant descubrió el avión mucho antes de que llegaran al aeropuerto; no tenía la elegancia leve de LÍNEAS AÉREAS RESEUNE, eso saltaba a la vista. Era un carguero con ventanas cerradas. El coche se detuvo en el lugar donde esperaba un grupo de personas.

–Ahí —señaló el conductor, casi la única palabra que le había dirigido en todo el viaje e indicó las personas a quien debía acudir.

–Gracias —murmuró Grant, ausente, abrió la puerta y salió con la bolsa del almuerzo en la mano, acercándose con el corazón en un puño a unos completos desconocidos.

No eran todos desconocidos, gracias a Dios. Hensen Kruger estaba allí para hablar por él.

–Os presento a Grant. Grant, esta gente te llevará desde ahora. —Kruger extendió la mano y según las reglas él tenía que estrecharla, pero no estaba acostumbrado a que la gente se comportara así. Le hacía sentir incómodo. Todo le hacía sentir incómodo. Uno de los hombres se presentó como Winfield; presentó a la mujer del grupo como Kenney, la piloto, suponía Grant, en mono y sin ningún tipo de insignia de compañía; y había otros dos hombres, Rentz y Jeffrey, apellido o nombre de pila o nombre de azi, Grant no lo sabía con certidumbre.

–Vamos —indicó Kenney. Todo en ella era puro nerviosismo: el movimiento de los ojos, la dureza de los gestos mientras se secaba las manos sobre la ropa cubierta de grasa—. Vamos, vamos ya, ¿de acuerdo?

Los hombres se miraron mutuamente, y esas miradas tensaron los nervios de Grant. Los escrutó uno por uno, tratando de averiguar si él era el problema. Discutir con extraños le resultaba difícil: Justin siempre resolvía los problemas. Él conocía su misión en el mundo: manejar lo que su dueño le indicara. Y Justin le había dicho que planteara objeciones si le parecía necesario.

–¿Vamos con Merild? —preguntó, porque no había entendido el nombre y estaba decidido a saber cuál era antes de ir a ninguna parte.

–Sí, vamos con Merild —respondió Winfield—. Vamos, arriba... Hensen...

–No te preocupes, hablaremos más tarde. ¿De acuerdo?

Grant dudó, mirando a Kruger. Se daba cuenta de que estaban pasando cosas que no entendía. Pero no iban a decirle nada, estaba seguro, de manera que subió por los escalones hacia el avión.

No tenía marcas de compañía, sólo un número de serie: A7998. Un avión blanco, con manchones de pintura aquí y allá y una capa de barro rojo sobre la parte inferior. Peligroso, pensó Grant. ¿No lo lavan? ¿Dónde está Decon? Subió a un interior vacío, más allá de la cabina y se dio la vuelta para mirar a Jeffrey y Rentz, que lo seguían, un poco más adelante que Winfield.

La puerta subió hacia el avión y Winfield la cerró. Había asientos plegables cerca de la pared. Jeffrey lo asió por el brazo, bajó un asiento y lo ayudó a ajustarse el cinturón de seguridad.

–Quédate aquí —dijo.

Grant le obedeció. El corazón le saltaba en el pecho. El avión corrió sobre la pista y se deslizó hacia el cielo. Grant no estaba acostumbrando a volar. Se retorció y levantó una cortina para mirar el exterior. Era la única luz. Vio las torres de Reseune, los acantilados y los muelles por debajo de ellos cuando levantaron vuelo.

–Cierra la cortina —ordenó Winfield.

–Perdón —murmuró Grant y siguió las instrucciones. Le molestaba no poder correrla, le hubiese gustado ver el panorama desde arriba. Pero no eran personas con las que pudiera discutir, lo intuía por el tono que usaban. Abrió la bolsa que le habían dado los Kruger, examinó lo que tenía para desayunar y luego pensó que sería de mal gusto comer cuando nadie más lo hacía. Volvió a cerrar la bolsa hasta que vio que uno de ellos, Rentz, se ponía de pie y volvía con unas bebidas en lata. Rentz le ofreció una, el primer gesto amable que le habían dirigido.

–Gracias —dijo él—. Ya tengo una.

Pensó que aquélla era la ocasión de comer. La noche anterior estaba tan cansado que apenas había probado la cena, y el pescado salado, el pan y la bebida sin alcohol que le habían dado los Kruger le sentarían bien, a pesar de que él hubiera preferido café.

El avión rugía, los hombres bebían y miraban a veces por debajo de las cortinas, sobre todo a la derecha del avión. Algunas veces, la piloto les hablaba, una especie de charla incomprensible por el intercomunicador. Grant se terminó el pescado, el pan y la bebida y oyó que habían llegado a los siete mil metros; luego a los diez mil.

–Ser —había dicho alguien esa mañana, abriendo la puerta de su habitación en la casa de los Kruger.

Grant se había despertado con miedo, confundido por cuanto le rodeaba y porque aquel desconocido le llamaba ser. Casi no había dormido; y finalmente se adormiló y se despertó confundido y sin saber la hora ni si algo había salido mal.

Se habían llevado su cédula esa noche, cuando la guardia lo había traído desde el muelle y los depósitos hasta la Casa sobre la colina. Henser Kruger había estudiado la cédula y se había marchado a algún sitio con ella, para comprobar su autenticidad, sospechaba Grant; se había sentido aterrorizado: aquella cédula era su identidad. Si algo le pasaba, le habría que hacer examen de tejidos para probar quién era, aunque sólo había unode su clase. Sin embargo, a pesar de las afirmaciones de Jordan, él no estaba muy convencido de que eso fuera cierto.

Pero la cédula había aparecido con el montón de ropas y toallas que el hombre colocó sobre la silla, junto a la puerta. El hombre le dijo que se duchara, que había aterrizado un avión y que venía un coche a buscarle.

Grant se había apresurado entonces, todavía confundido y con los ojos nublados, y había ido hasta el baño, se había frotado la cara con agua fría y había mirado en el espejo, a unos ojos que querían dormir y un cabello rojo que formaba crestas sobre su frente.

Dios. Quería desesperadamente causar buena impresión, parecer cuerdo y sensato y no, no lo que Reseune estaba informando seguramente, un Alfa que se había vuelto loco y probablemente era peligroso.

Podía terminar en Reseune si pensaban eso de él. No se preocuparían por llamar a la policía; y Ari tal vez ya había intentado algo así. Seguramente Justin había tenido que responder ante Ari, aunque Grant no sabía cómo pensaba salvar la situación. Había tratado de no pensar en el asunto, había tratado de enviar sus pensamientos fuera de su conciencia toda la noche mientras yacía allí, escuchando los sonidos de una Casa extraña: puertas que se abrían y se cerraban, calderas y bombas en funcionamiento, coches que llegaban y se alejaban en la oscuridad.

Se había duchado rápidamente, se puso la ropa que le habían dejado, una camisa que le quedaba bien, pantalones un poco grandes o mal cortados o algo, se retocó el peinado y se examinó por segunda vez en el espejo, y luego bajó las escaleras.

–Buenos días —le saludó alguien, un hombre joven—. El desayuno está sobre la mesa. Ya están en camino. Cójalo y venga.

Él estaba aterrorizado por nada en especial, excepto que le estaban apremiando, excepto que su vida había sido siempre cuidadosa y ordenada y que siempre había sabido quién podía hacerle daño y quién le protegería. Ahora, ahora que Justin le había dicho que sería libre y estaría seguro, no sabía cómo defenderse, tan sólo obedecía todas las órdenes. Como un azi. Sí, ser.

Dejó caer la cabeza sobre el pecho mientras el avión seguía volando y cerró los ojos, agotado, ahora que no tenía nada que mirar excepto el suelo desnudo de la nave, las ventanas cerradas y los hombres callados y taciturnos que volaban con él. Pensó que si no decía nada, el viaje tal vez sería más fácil y se despertaría en Novgorod, donde encontraría a Merild. Él lo cuidaría.

Se despertó cuando sintió que el avión reducía velocidad y oyó un sonido distinto en los motores. Se despertó asustado, porque sabía que se tardaban tres horas en llegar a Novgorod y estaba seguro de que no habían viajado tanto rato.

–¿Estamos aterrizando? —preguntó—. ¿Ocurre algo?

–Todo está bien —dijo Winfield, y luego cuando Grant buscó la cortina, pensando que no podía importarles que mirara, exclamó—: ¡Deja eso! —Era evidente que sí les importaba.

El avión bajó, tocó el suelo, frenó y saltó y siguió corriendo, pensaba Grant, hacia la terminal de Novgorod. Se detuvo y todos se levantaron mientras la puerta se abría y la hidráulica empezaba a bajar la escalerilla. Grant se puso en pie, cogió la bolsa de papel (estaba decidido a no darles motivo de queja sobre su educación) y esperó hasta que Winfield lo tomó del brazo .

En el exterior no había edificios grandes. Sólo acantilados y un grupo de hangares que parecía desierto, el aire olía crudo y seco. Había un ómnibus que se movía por el pie de la montaña.

–¿Dónde estamos? —preguntó Grant, al borde del pánico—. ¿Es aquí donde se encuentra Merild?

–No te preocupes. Ven.

El se quedó helado un instante. Podía negarse. Podía luchar. Y luego, no podría hacer nada más, porque no tenía ni idea de dónde estaba ni de cómo pilotar un avión en caso de que llegara a dominarlos. El ómnibus..., podría usarlo para escapar, pero no tenía idea de dónde estaba. Si se quedaba sin combustible afuera, no tenía posibilidades de salir con vida. «Afuera» era todo alrededor de la pista: veía la zona más allá de los edificios.

Esperaba llegar a un teléfono si les convencía de que era lo bastante servil para que le dieran la espalda sin miedo. Había memorizado el número de Merild. Pensó en eso en el instante que transcurrió entre ver donde estaba y sentir que Winfield lo tomaba del brazo.

–Sí, ser —dijo con humildad y bajó la escalerilla hacia dónde ellos querían..., y que todavía podía ser hacia Merild. Esperaba que estuvieran diciendo la verdad. Pero ya no lo creía.

Winfield lo llevó hacia el ómnibus y abrió la puerta para que entrara. Luego, subió con Jeffrey y Rentz. Había siete asientos, cada uno junto a una ventanilla. Grant ocupó el primero y Winfield se sentó a su lado mientras el otro par se acomodaba detrás.

Grant examinó las ventanas y las puertas: cuidadosamente selladas. Un vehículo exterior.

Unió las manos sobre el regazo y se sentó en silencio mientras miraba cómo el conductor encendía el motor y el vehículo se alejaba por el pavimento, pero no en dirección de los edificios sino hacia un camino, probablemente el que conducía a las torres de precipitados. Al cabo de un rato viajaban sobre tierra, y poco después trepaban desde las tierras bajas hacia las alturas, más allá de la seguridad de las torres.

Tierra salvaje.

Tal vez moriría en cuanto le registraran la mente en busca de lo que sabía. Tal vez trabajaban para Ari; pero le extrañaba que Reseune resolviera así los problemas cuando lo más fácil era llevarlo a Reseune de vuelta sin que Jordan o Justin lo supieran, aterrizar en uno de los tantos vuelos regulares de transporte y enviarlo en un vehículo a los edificios del exterior, donde podían someterle a cualquier prueba hasta que estuvieran listos (o no) para admitir que lo tenían.

Tal vez eran enemigos de Ari, en cuyo caso podían hacerle cualquier cosa y probablemente no querrían que sobreviviera para contarlo.

En cualquier caso, Kruger tenía que estar involucrado, sin duda alguna, quizás había dinero por medio, tal vez todo lo que habían contado sobre las preocupaciones humanitarias de Kruger era mentira. Reseune estaba llena de mentiras. Tal vez era un patraña sostenida por la misma Ari. Tal vez Kruger los había engañado a todos, tal vez estaba metido en un negocio ilegal y firmaba Contratos falsos en cuanto le caía un buen azi entre manos. Tal vez lo estaban vendiendo a alguna estación minera en las tierras salvajes, o a algún lugar donde tratarían de reentrenarlo. Sólo lo intentaría. Él podía manejar a cualquiera que se pusiera a manipular sus estructuras de cinta hasta cierto nivel. A otros niveles...

No estaba tan seguro.

Había cuatro, contando al conductor, y hombres así seguramente llevaban armas. Los sellos del ómnibus representaban la vida misma.

Unió las manos y trató desesperadamente de pensar en todo. Un teléfono era la mejor solución. Tal vez robar el vehículo en cuanto confiaran en él, en cuanto averiguara dónde estaba la civilización y si el vehículo tenía combustible suficiente para llegar hasta allí. Podía tardar días. Semanas.

–A estas alturas debes de saber —dijo Winfield– que no estás donde se suponía que debías estar.

–Sí, ser.

–Somos amigos. Me gustaría que lo creyeras.

–¿Amigos de quién?

–Tuyos —respondió Winfield y le apoyó la mano sobre el hombro.

–Sí, ser. —Aceptar cualquier cosa. Mostrarse totalmente complaciente. Sí, ser. Lo que usted quiera, ser.

–¿Estás nervioso, preocupado?

Como un supervisor de campo hablándole a un trabajador Mu, maldita sea. El hombre creía saber lo que estaba haciendo. Eso era bueno y malo, dependía de lo que aquel tonto se creyera en disposición de hacer con cintas y drogas. Winfield lo había manejado mal hasta el momento. Grant no se dejaba llevar por el instituto porque comprendía que no le servía en esta situación, y porque tendría muchas más oportunidades si mantenía la cabeza gacha. Sabía que los que la llevaban no eran estúpidos; sólo demasiado ignorantes para darse cuenta de que el grado Alfa de su cédula significaba que no tenía el tipo de inhibiciones que los hombres estaban acostumbrados a encontrar en los azi. Deberían haberlo drogado y transportarlo dormido.

Y él no iba a decírselo, desde luego.

–Sí, ser —contestó, con el aliento preocupado de un Theta.

Winfield le palmeó el brazo.

–Todo está bien. Eres un hombre libre. Lo serás.

Él parpadeó. No necesitaba actuar. «Hombre libre» agregaba algunas dimensiones nuevas a la ecuación. Y no le gustaba ninguna.

–Vamos a subir a las colinas. Un lugar seguro. Estarás muy bien. Te daremos una nueva cédula. Te enseñaremos cómo comportarte en la ciudad.

Enseñarte. Reentrenamiento. Dios, ¿dónde me he metido?

—¿Es esto lo que quería Justin?

Estaba asustado, de pronto, en una forma distinta a como, lo había estado hasta el momento. Tenía miedo porque tal vez si desafiaba a esas personas estaría destruyendo algo que Justin había arreglado. O Jordan, que lo sabía, que había intervenido...

Tal vez eran lo que los únicos amigos que tenía en el mundo habían planeado para él, tal vez lo conducían a la verdadera libertad. Pero el reentrenamiento, si era lo que tenían en mente, llegaría hasta sus grupos psíquicos y los perturbaría. No tenía mucho en el mundo. No era dueño de nada, ni siquiera de su propia persona o de los pensamientos que le cruzaban por la cabeza. Sus lealtades eran las de los azi, lo sabía y lo aceptaba, y no le importaba no poder elegirlas: eran reales y eran cuanto tenía.

Esa gente hablaba de libertad. Y de enseñarle. Y tal vez los Warrick querían que le pasara eso y él tenía que aceptarlo, incluso si le quitaban lo único que tenía y dejaban una fría libertad en el lugar que antes había ocupado el hogar. Porque los Warrick no podían tenerlo consigo ahora, porque amarlo resultaba peligroso para ellos. La vida parecía llena de paradojas.

Dios, ahora no sabía, no sabía quién lo tenía ni lo que debía hacer.

¿Pedirles que le dejaran usar el teléfono, pasarle un mensaje a Merild para preguntar si todo estaba bien?

Pero si ellos no estaban con Merild, eso les indicaría que él no era el tipo tranquilo y dócil que pensaban. Y si pertenecían a otro bando, si eso no tenía nada que ver con los Warrick, se darían cuenta de que él no tenía ninguna oportunidad.

Así que miró cómo pasaba el paisaje por las ventanillas y toleró la mano de Winfield sobre el hombro mientras el corazón le latía con tanta fuerza que casi le dolía.

X

Era casi surrealista la forma en que el día cayó en su rutina de siempre, una inercia en los asuntos de Reseune que se negaban a cambiar, a pesar de todo lo que había pasado, a pesar de que sentía el cuerpo magullado y las cosas más inocentes le provocaban destellos de cinta que hora tras hora parecían más mundanos y más cerca del nivel plácido de la existencia. Claro que así era como se sentían esas cosas, claro que la gente desde la aurora de los tiempos había hecho el amor con compañeros mezclados, había pagado con sexo por seguridad, así funcionaba el mundo, eso era todo, y él ya no era un muchacho al que esas noticias pudieran destruir. Lo que más le confundía era la resaca, y ahora que estaba del otro lado de una experiencia que hubiera preferido no tener, todavía estaba vivo, Grant estaba a salvo, río abajo, Jordan estaba bien; y mejor sería que comprendiera que Ari no se contentaría con esto.

Sacude al chico, juega con su mente, continúa hasta que se derrumbe.

Querías a Grant libre, muchacho; bueno, tú puedes sustituirlo, ¿verdad?

Dejar el apartamento, ir a la oficina, sonreír a gente conocida y descubrir que todo seguía a su alrededor, lo mismo que ayer, lo mismo que todos los días en el Ala Uno: Jane Strassen que gritaba a sus ayudantes y montaba un escándalo porque había algún problema en su reparación de equipos; Yanni Schwartz que trataba de calmarla, un murmullo oscuro de ideas en el vestíbulo. Justin se concentró en su pantalla y en su trabajo, en un problema de estructura de cintas que Ari le había encargado hacía una semana, lo suficientemente complejo para que su mente estuviera muy ocupada tratando de unir los nexos.

Iba con cuidado. Había cosas que el control de AI podía pasar por alto. Había diseñadores de mayor nivel entre su trabajo y el sujeto de prueba azi, y había programas trampa diseñados para descubrir nexos accidentales en un grupo psíquico particular, pero ésta no era una cinta de enseñanza común: era una cinta profunda, específicamente una que podía usar un cirujano psíquico para arreglar ciertos grupos subsidiarios KU-89 para funciones limitadas de control y manejo.

Un error que los diseñadores jefe no detectaran podía salir muy caro, podía causar dolor a los KU-89 y a los azi que manejaran; podía causar terminaciones si llegaba a extremos nefastos; era la pesadilla de todo diseñador, instalar un error que funcionara silenciosamente en un intelecto vivo durante semanas y años hasta que sintetizara un grupo lógico más y más enloquecido y saliera a la superficie con una reacción absolutamente ilógica.

Había un libro que pasaba de mano en mano, una novela de suspense y ciencia ficción llamada Mensaje de errorque había perturbado a Giraud Nye: una Reseune no muy bien disimulada sacaba al mercado una cinta de entretenimientos con un gusano, un error, y la civilización se destruía. Había una copia en la biblioteca en la sección que sólo podían retirar los CIUD, con una larga lista de espera; él y Grant la habían leído los dos, claro. Y apostaría a que lo mismo habían hecho todos los azi de la Casa, excepto los de los Nye.

El y Grant habían tratado de diseñar un gusano, para ver cómo funcionaría.

–Hey —había dicho Grant, sentado en el suelo a los pies de Justin, mientras empezaba a dibujar los códigos de flujo—, tenemos un grupo Alfa que podemos usar, a la mierda los grupos Rho.

Eso había asustado a Justin. De pronto, había dejado de parecerle gracioso.

–Ni se te ocurra —había dicho, porque los gusanos existían y ellos habían diseñado uno que podría funcionar. Sólo pensarlo era peligroso; y Grant había sugerido que lo pensaran para su propio grupo. Grant tenía su propio manual.

Grant se había reído con esa sonrisa astuta, traviesa bajo las cejas, la sonrisa que le iluminaba cuando tenía a su CIUD bien cogido.

–No creo que debamos hacer esto —había dicho Justin, tomando el anotador—. No me parece un asunto para gastar bromas.

–Oye, esas cosas no existen.

–No quiero saber si existen o no.

Resultaba difícil erigirse en Autoridad por un momento, poner delante de Grant su rango de CIUD y tratarlo en consecuencia. Le dolía. Le hacía sentirse muy desgraciado.

De pronto serio y amargado, Grant había arrugado la hoja del inicio del diseño y la desilusión en sus ojos había tocado la fibra sensible de Justin.

Grant había ido a su habitación aquella noche y lo había despertado diciendo que había diseñado un gusano y que funcionaba y se rió como un lunático y saltó sobre él en la oscuridad y lo asustó terriblemente.

–¡Luces! —le había gritado Justin al Cuidador y Grant se había caído al suelo muerto de risa.

Así era Grant, demasiado tranquilo para dejar que nada se interpusiera entre los dos. Y sabía muy bien lo que se merecía Justin por su actitud de dios.

Se sentó inmóvil frente al tablero, mirando al vacío, con un dolor vago en su interior que era absolutamente egoísta. Grant estaba bien. Todo iría bien.

El intercomunicador se encendió. Justin hizoun esfuerzo para enfrentarse a lo que fuera y pulsó el botón de la consola.

–Sí —dijo esperando la voz de Ari o de la oficina de Ari.

–Justin. —Era la voz de su padre—. Quiero hablarte. Ven a mi oficina. Ahora.

El no se atrevió a negarse.

–Voy —dijo, cerró la consola y fue, inmediatamente.

Una hora después estaba de vuelta en la misma silla, y se quedó mirando la pantalla sin vida durante largo rato, hasta que finalmente logró controlarse lo suficiente para ordenar a la máquina que volviera a poner el proyecto en pantalla.

El ordenador trajo el programa y lo activó. Él estaba a miles de kilómetros de allí, mareado. Jordan le había dicho que había llamado a Merild y éste le había dado una negativa extraña a su pregunta en código.

Merild no había recibido ningún mensaje. Merild no había recibido a nadie que pudiera reconocer como el sujeto de la pregunta de Jordan. Cero total.

Tal vez era demasiado pronto. Tal vez había alguna razón por la que Kruger había mantenido allí a Grant y no había llamado a Merild. Tal vez tenían miedo de Reseune. O de la policía.

Tal vez Grant no había llegado a Kruger.

Justin se había quedado paralizado. Jordan se sentó sobre el brazo de la silla de la oficina y le pasó el brazo sobre el hombro y diciéndole que no desesperara todavía. Pero no había nada que pudieran hacer. Ninguno de ellos ni nadie que conocieran podía empezar una búsqueda, y Jordan no podía involucrar a Merild dándole los detalles a través del teléfono de la Casa. Había llamado a los Kruger y había preguntado directamente si había pasado un bote. Los Kruger dijeron que había pasado y había salido según el horario previsto. Alguien mentía.

–Pensé que podía confiar en Merild —atinó a decir Justin.

–No sé qué está ocurriendo —dijo Jordan—. No quería decírtelo. Pero supongo que si Ari se entera de algo, te lo va a largar. Pensé que sería mejor que lo supieras.

Él se había mantenido sereno, hasta que se puso en pie, diciendo que tenía que volver a la oficina. Entonces Jordan lo abrazó y lo besó, y Justin se derrumbó. Pero era sólo la reacción de un muchacho normal al que acabaran de decir que su hermano tal vez estaba muerto.

O en manos de Ari.

Se había secado los ojos, había dominado su expresión. Volvió por el control de seguridad hacia el ala de Ari, más allá de los líos permanentes del personal de Jane Strassen, gente que trataba de poner un embarque en el avión que iba por suministros, porque Jane era tan ahorrativa que se negaba a moverse si el avión no estaba lleno hasta los topes.

Ahora estaba sentado frente al problema, descompuesto y con un odio profundo hacia Ari; la odiaba, la odiaba más de lo que nunca había pensado que podría odiar a nadie, incluso cuando no sabía dónde estaba Grant o si él mismo lo había matado al enviarlo en aquel bote.

Y no podía decirle a Jordan todo lo que estaba pasando. No podía contarle nada sin accionar las trampas que él mismo había colocado.

Apagó el ordenador, caminó hasta el vestíbulo de la oficina de Ari, sin hacer caso de nada. Entró y se enfrentó a Florian, que estaba en el escritorio de recepción.

–Tengo que hablar con ella —dijo—. Ahora.

Florian levantó una ceja, pareció dudar y luego llamó.

–¿Cómo vamos? —saludó Ari, y él temblaba tanto, de pie frente al escritorio de Ari, que no podía hablar.

–¿Dónde está Grant?

Ari parpadeó. Una reacción rápida, tal vez honesta.

–¿Dónde está Grant? Siéntate. Vayamos por partes.

Él se sentó en la silla de piel en el rincón del despacho de Ari y apretó las manos sobre los brazos cruzados.

–Grant ha desaparecido. ¿Dónde está?

Ari aspiró lentamente. O estaba preparando su actuación o no se preocupaba por ponerse la máscara.

–Fue hasta donde vive Kruger. Llegó un avión esta mañana y tal vez se fue en él. También salieron dos barcazas y quizá se fue allí.

–¿Dónde está, mierda? ¿Dónde lo tiene escondido?

–Muchacho, comprendo tus sentimientos, pero contrólate. No vas a sacar nada de mí si me gritas y te aseguro que me sorprendería si esta histeria fuera fingida. Así que hablemos con calma, ¿quieres?

–Por favor.

–Ah, querido muchacho, esto es totalmente estúpido. Sabes que no soy tu amiga.

–¿Dónde está?

–Cálmate. Yo no lo tengo. Claro que lo hice seguir. ¿Dónde debería estar?

El no respondió. Se sentó tratando de controlarse, mientras veía el pozo abierto frente a sus pies.

–No puedo ayudarte si no me das con qué trabajar.

–Claro que puede ayudarme si quiere. ¡Usted sabe perfectamente dónde está!

–Querido, por mí te puedes ir a la mierda. O puedes contestar mis preguntas y yo te prometo que haré cuanto esté en mi mano para sacarlo de dónde esté, y dejaré que tu amigo de Novgorod quede al margen de todo. No creo que la llamada que hizo Jordan hace un rato tenga nada que ver con que tú hayas venido a verme. Yo diría que vuestras relaciones no van nada bien esta semana.

El se quedó sentado, mirándola un largo rato.

–¿Qué quiere usted?

–La verdad. Mira, yo voy a decirte adonde se suponía que debía ir y tú sólo tendrás que confirmarlo. Basta con que hagas un gesto. De aquí a casa de los Kruger. De allí a un hombre llamado Merild, un amigo de Corain.

Él apretó las manos un poco más. Y asintió.

–De acuerdo. Tal vez está de camino en las barcazas. Se suponía que debía ir por aire, ¿no?

–No lo sé.

–¿Lo dices de verdad?

–Te lo aseguro.

–Tal vez todavía no ha salido. Pero no me gusta el resto. Corain no es el único amigo político que tienen los Kruger. ¿Te dice algo el nombre de Forte?

Él negó la cabeza, sorprendido, en blanco.

–¿Rocher?

–¿Un abolicionista? —El corazón de Justin saltó, esperanza y dolor enredados en él. Rocher era un lunático.

–Así es, cariño. El avión de esta mañana aterrizó en Big Blue y un autobús los llevó hacia el camino de Bertille-Sanguey. Tengo gente que está en el asunto pero incluso a mí me lleva algo de tiempo conseguir gente que pueda sacar a Grant de ahí sin que ellos le corten el cuello. Y eso es lo que van a hacerle, muchacho. Los abolicionistas no están en esto sólo por razones puras y santas, y si han jugado una mano que puso a Kruger entre la espada y la pared, puedes estar seguro de que no lo han hecho sólo por un azi, ¿me oyes, muchacho?

Justin oía. Pensó que entendía. Pero no había actuado en aquel asunto, según decía Ari. Quería que ella lo explicara con pelos y señales.

–¿Qué cree usted que buscan?

–A tu padre. Y al canciller Corain. Grant es un azi de Reseune. Es un azi de Warrick, casi como ponerle las manos encima a Paul; y Forte quiere la cabeza de Corain, muchacho, porque éste se vendió a mí, Corain hizo un trato sobre los proyectos Fargone y Hope, tu padre es el centro de ese convenio y justo vas y pones a Grant directo en la manos de Kruger, mierda.

–Usted está tratando de que vuelva.

–Yo quiero que vuelva. No lo quiero en manos de Rocher,estúpido idiota, y si tú lo quieres vivo, será mejor que empieces a contarme todos los secretos que tengas. No sabías nada sobre la conexión Rocher, claro, lo ignorabas todo acerca de los amigos radicales de Kruger.

–No, no lo sabía. No lo sé. Yo...

–Déjame decirte lo que van a hacerle. Lo llevarán a algún sitio, lo llenarán de drogas y lo someterán a un psicotest. Tal vez se preocupen por darle una cinta ya que están en eso. Tratarán de averiguar todo lo que sepa acerca de los proyectos Rubin y Hope, todo lo que sepa sobre cualquier cosa. Tratarán de subvertirlo, puedes estar seguro. Pero eso no es lo que buscan, no necesariamente. Te explicaré mi teoría. Creo que están chantajeando a Kruger, creo que tienen un hombre en la organización de los Kruger y creo que cuando se enteraron de lo que tú les habías puesto entre manos, Merild ni siquiera llegó a saberlo: el que lo supo fue Rocher y éste es quien tiene a Grant. Probablemente lo tienen sedado. Cuando se despierte, ¿qué va a pensar? ¿Que ésos son amigos tuyos? ¿Que todo lo que le pasa es cosa tuya?


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