355 500 произведений, 25 200 авторов.

Электронная библиотека книг » C. J. Cherryh » Cyteen 1 - La Traicion » Текст книги (страница 10)
Cyteen 1 - La Traicion
  • Текст добавлен: 26 октября 2016, 21:27

Текст книги "Cyteen 1 - La Traicion "


Автор книги: C. J. Cherryh



сообщить о нарушении

Текущая страница: 10 (всего у книги 31 страниц)

–Por Dios santo...

–Es así, y tú lo sabes. Cálmate y piénsalo de nuevo. No podemos entrar a tontas y locas en casa de Rocher si no estamos totalmente seguros de que Grant está allí. Estamos instalando un Localizador. Perdimos una oportunidad en el aeropuerto de Bertille y no estamos seguros de que podamos cazarles en Big Blue. Lo intentaremos. Mientras tanto, no estamos completamente seguros de que Grant haya llegado a Kruger. Ahora, puedo conseguir una orden de registro. Pero voy a hacer otra cosa. Creo que sé cómo están chantajeando a Kruger: apostaría a que muchos de sus contratos de azi son sospechosos, y puedo arreglar una audiencia. Tengo un avión que va hacia allí. Mientras tanto, Giraud irá a ver a Corain en Gagaringrad para hablar con él. Tú le explicarás todo esto a Jordan, y le dirás que le agradecería que intentara conseguir algo de Merild para el caso Kruger.

–Lo sacamos —dijo Justin– y después se va a lo de Merild. Merild no dirá nada.

–Encanto —replicó Ari—, me conoces lo suficiente. En cuanto lo saquemos volverá directo aquí, a Reseune. Habrá estado en manos de ellos por lo menos cuarenta y ocho horas, si no más. Tendremos que hacerle un control, ¿no crees? Podrían haberle hecho muchas cosas, y tú no querrías dejarlo para que se las arregle él solo ¿no?

–Si usted no quiere que todo esto salga a la luz...

–Encanto, tú eres quien no quiere que salga a la luz. Tú eres quien no quiere involucrar a tu padre. Cuando Grant esté de vuelta, Jordan lo sabrá. Si podemos traerlo vivo, sabrá que Grant está en el hospital, ¿no? Y va a estar preocupado. Supongo que vas a cumplir con tu parte del trato, encanto.

El no dijo nada porque le pareció que no tenía argumentos, que ya no tenía armas.

–Eso suponiendo —añadió Ari– que podamos salvarlo. Tal vez nos lleve años de tratamientos, si logro enderezarlo. Claro que tenemos que traerlo vivo. Eso es lo primero.

–Me está amenazando.

–Encanto, yo no puedo predecir lo que va a hacer Rocher. O dónde irán a parar los disparos. Sólo te estoy advirtiendo.

–Ya le he dicho que haré lo que usted quiera.

–Por tu padre. Sí. Estoy segura de que sí. Y hablaremos de Grant cuando le hayamos recuperado. —Sacó la cubierta del intercomunicador y pulsó un botón—. ¿Jordan? Soy Ari.

–¿Qué pasa? —devolvió la voz de Jordan.

–Tengo a tu hijo en mi oficina. Parece que los dos nos enfrentamos a un pequeño problema. ¿Te molestaría llamar a tu contacto en Novgorod de nuevo y pedirle que consiga que Kruger me llame?

XI

Por fin descansaban en la pequeña y sucia estación en la que se habían detenido: un garaje subterráneo, una escalera de hormigón y ese lugar, que era sobre todo de hormigón casi destruido. Sólo había tres habitaciones, excluyendo el baño y la cocina. No tenía ventanas, porque constituían un riesgo en una zona como aquélla; sólo una especie de periscopio que permitía observar el área en 360 grados. Pero Grant no tenía acceso al periscopio. Estaba sentado y contestaba preguntas, la mayor parte del tiempo decía la verdad, algunas veces intercalaba mentiras porque era la única forma de defenderse que se le ocurría. No había teléfono. Sólo una radio. Y Grant no tenía idea de cómo manejarla. Apenas si había visto a Jordan usar una en el barco.

Todavía no estaba seguro de quiénes eran aquellas personas, ni para quién trabajaban. Sólo murmuraba respuestas a las preguntas de Winfield, y se quejaba porque no había café, se quejaba por la falta de comodidad, se quejaba de todo porque pensaba que así los acorralaría, tal vez los enfurecería y entonces reaccionarían de algún modo. Jugaba con una relajación leve, un acopio de confianza en su seguridad e imitaba a los peores azi de la Casa que podía imaginar, sobre todo a Abban, el jefe de personal de Giraud Nye, el insufrible Abban, que era un quebradero de cabeza para el personal de cocina y de limpieza y para cualquier azi que él considerara por debajo de su rango.

Había una máquina de cintas en el dormitorio. No le gustó eso. No era algo inusual en un lugar apartado: la diversión debía de ser una de las prioridades para el personal que trabajaba allí, donde quiera que estuviera situada esa estación. Pero no era un aparato pequeño para entretenimientos. Parecía tener monitores y Grant se puso nervioso por eso. Pensó en molestarlos hasta el punto en que cualquier CIUD razonable perdería los estribos y así descubrir de qué clase eran.

–Siéntate —dijo Rentz cuando se levantó para seguir a Winfield a la cocina.

–Pensé que podía ayudar, ser. Yo...

Oyó un coche. Los otros también lo oyeron y al cabo de un segundo, Rentz y Jeffrey estuvieron de pie y Winfield volvió de la cocina y se apresuró a mirar por el periscopio.

–Parece Kahler.

–¿Quién? —preguntó Grant.

–Siéntate. —Rentz apoyó una mano en el hombro de Grant y lo empujó a una silla. Lo mantuvo allí hasta que el ruido del coche se oyó más cercano. La puerta del garaje se levantó sin que nadie hiciera nada en la habitación.

–Es Kahler —dijo Winfield. El alivio de tensión fue palpable en la habitación.

El coche entró en la edificación y el ruido hizo vibrar la pared que separaba la habitación del garaje subterráneo. La puerta del garaje se cerró, se oyó el ruido del aerosol durante un momento, luego las puertas del coche se abrieron y se cerraron y alguien subió los escalones.

–¿Quién es Kahler, ser?

–Un amigo —respondió Winfield—. Jeffrey, lleva a Grant al dormitorio.

–Ser, ¿dónde está Merild? ¿Por qué no viene? Yo...

Jeffrey lo levantó de la silla y se lo llevó al dormitorio. Lo empujó a la cama.

–Acuéstate —ordenó Jeffrey, en un tono que no admitía réplica.

–Ser, quiero saber dónde está Merild, quiero saber...

Rentz también estaba allí. Era su mejor ocasión. Se dio la vuelta y golpeó a Jeffrey con el codo, a Rentz con la otra mano y corrió a la otra habitación, donde Winfield se había dado cuenta del peligro.

Winfield sacó un revólver del bolsillo y Grant se agachó. Pero Winfield no se asustó. Tenía la mano firme y un buen ángulo de tiro; y Grant se quedó donde estaba, contra el marco de la puerta mientras se abría la entrada del garaje y aparecían tres hombres más, dos de ellos rápidos y armados.

Uno de los hombres que había dejado detrás se estaba levantando. Grant se quedó muy quieto hasta que alguien lo agarró desde atrás. Podría haberle roto el brazo. No lo hizo, dejó que el hombre lo llevara de vuelta al dormitorio mientras Winfield seguía apuntándole.

–¿Así va a ser entonces? —dijo uno de los recién llegados.

Winfield no rió.

–Acuéstate —indicó y Grant se acercó a la cama y se sentó—. ¡Ya!

Grant obedeció la orden. Jeffrey sacó cuerda del bolsillo y le ató la muñeca derecha a la cama mientras Rentz se quejaba en el suelo y varios hombres armados le apuntaban con las armas.

La otra muñeca, una posición incómoda. Grant miró a los hombres que habían entrado, dos de ellos corpulentos, fuertes y uno flaco, mayor, el único sin armas. Grant desconfiaba de la mirada de aquel hombre. Los demás se mostraban respetuosos con él.

Lo habían llamado Kahler. No sabía más nombres, y los que le habían dicho no guardaban ninguna relación con Merild.

Dejaron las armas. Ayudaron a Rentz. Jeffrey se quedó de pie mientras los demás se iban y Grant miró el techo, tratando de no pensar en lo expuesto que estaba su estómago en esa posición.

Jeffrey abrió el cajón que había debajo de la máquina de cintas y sacó una hipodérmica. La apoyó contra el brazo de Gran y le inyectó.

Grant se encogió con el pinchazo y cerró los ojos, porque al cabo de unos minutos no recordaría que debía hacerlo y ellos no se lo dirían. Reunió las fuerzas de su grupo psíquico y pensó sobre todo en Justin, sin perder el tiempo con el ataque físico que le había salido mal: el próximo paso era una lucha totalmente distinta. Ya no le cabía duda. Los revólveres se lo probaban. Lo que estaban a punto de hacerle se lo probaba. Y a pesar de su condición de azi, era un aprendiz de Reseune, en el ala de Ariane Emory: ella lo había creado, Ari y Jordan habían fabricado sus psicogrupos y no iba a dejar que un desconocido los destruyera.

Se estaba durmiendo. Sentía el comienzo de la disociación. Sabía que el Hombre había vuelto y que estaban haciendo correr la cinta. Se alejaba más y más. Una dosis fuerte. Una cinta profunda como una venganza. Lo había esperado, claro.

Le preguntaron cómo se llamaba. Le preguntaron otras cosas. Le dijeron que ellos eran los dueños de su Contrato. Él recordaba que no era así.

Finalmente se despertó. Lo desataron para que bebiera y fuera al baño: insistieron en que comiera, aunque sentía náuseas. Le dieron un respiro.

Después, atacaron de nuevo. El tiempo se borró. Tal vez tuvo que sufrir más despertares. El dolor y la angustia los aunaron en uno solo. Le dolían los brazos y la espalda cuando se despertó. Contestó preguntas. La mayor parte del tiempo no sabía dónde estaba ni recordaba con claridad qué había hecho para merecer tal castigo.

Luego oyó un golpe. Vio sangre sobre las paredes de la habitación. Olió que algo se quemaba.

Pensó que había muerto y llegaron unos hombres y lo envolvieron en una manta mientras el olor a quemado se intensificaba.

Luego le pareció que enloquecía y subía y bajaba. Y lo inclinaban, y el aire latía como un corazón.

–Se está despertando —comentó alguien—. Dale otra.

Vio a un hombre en mono azul. Vio el Hombre Infinito, el emblema del personal de Reseune.

Luego ya no estuvo seguro de nada de lo que había pasado. Dejó de estar seguro de dónde había empezado la cinta y dónde seguía la realidad.

–¡Traigan la hipodérmica! —le gritó alguien en el oído—. ¡Maldita sea, sosténgalo!

–¡Justin! —gritó él, porque ahora creía que siempre había estado en casa y que tal vez había una remota posibilidad de que Justin lo oyera, lo ayudara y lo sacara de aquel infierno—. ¡Justin!

La hipodérmica lo pinchó. Luchó y unos cuerpos se le arrojaron encima hasta que el peso de la droga le venció y el mundo giró y desapareció bajo sus pies.

Se despertó atado a una cama, en una habitación blanca. Estaba desnudo bajo las sábanas. Había biosensores en una banda que descansaba contra su pecho y alrededor de la muñeca derecha. La izquierda estaba vendada. Sonó una alarma. Él la estaba haciendo sonar. Su pulso era un grito silencioso que él hubiera querido detener.

Pero se abrió la puerta. El doctor Ivanov.

–Todo va bien —dijo el doctor Ivanov y fue a sentarse al lado de la cama de Grant—. Te han traído esta tarde. Todo va bien. Hicieron volar a esos malditos.

–¿Dónde he estado? —preguntó Grant con mucha, mucha calma—. ¿Dónde estoy ahora?

–En el hospital. Tranquilízate.

El monitor chilló de nuevo, con rapidez. Grant trató de controlarse el pulso. Estaba desorientado. Ya no estaba seguro de lo que le había pasado, o de lo que era real.

–¿Dónde está Justin, ser?

–Esperando para ver cuándo despertabas. ¿Qué tal estás? ¿Te encuentras bien?

–Sí, ser. Por favor, ¿Puede quitarme esto?

El doctor Ivanov sonrió y le palmeó el hombro.

–Escucha, muchacho, tú y yo sabemos que estás cuerdo como el que más, pero por tu propio bien tenemos que dejarlo un poco más. ¿Cómo está la vejiga?

–Estoy bien. —Era una humillación más, añadida a todo el resto. Sintió que se ruborizaba—. Por favor. ¿Puedo hablar con Justin?

–Lo siento, pero tendrá que ser una conversación breve. No quiero que hables demasiado hasta que venga la policía, nada importante, formalidades, nada más. Sólo tienes que contestar dos preguntas, harán sus informes y ya estará. Luego, te haré unas pruebas. Volverás a la Casa enseguida. ¿Te parece bien?

–Sí, ser. —El maldito monitor volvió a chillar y se detuvo cuando él controló el pulso—. ¿Y Justin? Por favor.

Ivanov le palmeó el hombro y se levantó. Se dirigió a la puerta y la abrió.

Entró Justin. El monitor parpadeó y volvió a quedarse callado. Y Grant miró a Justin como a través de una película brillante. Jordan también estaba allí. Los dos. Y él se sentía muy avergonzado.

–¿Estás bien? —preguntó Justin.

–Sí —dijo Grant y perdió el control del monitor y de las lágrimas, que ahora le corrían por las mejillas—. Supongo que estoy metido en un buen lío.

–No —le tranquilizó Justin, y se acercó y le aferró la mano, con fuerza, comunicándole su amor, con la expresión de su cara. El monitor osciló y se quedó en silencio de nuevo—. Todo va bien. Fue una estupidez. Pero vas a volver a la Casa. ¿Me oyes?

–Sí.

Justin se inclinó y lo abrazó, a pesar de las ataduras. Y se alejó. Jordan hizo lo mismo, lo tomó por los hombros, y dijo:

–Contesta sus preguntas. ¿De acuerdo?

–Sí, ser —dijo Grant—. ¿Puede hacer que me suelten?

–No. Es por tu seguridad. ¿De acuerdo? —Jordan lo besó en la frente. No lo había hecho desde que Grant era un niñito—. Duerme, ¿me oyes? yo personalmente revisaré toda las cintas que te apliquen.

–Sí, ser —dijo Grant.

Y se quedó allí y vio cómo Jordan y Justin salían por la puerta.

El monitor chilló de pánico.

Estaba perdido. Tendría que atravesar el infierno antes de salir de aquel lugar.

Había visto el rostro de Justin por encima del hombro de Jordan y había sorprendido el infierno que le esperaba.

¿Dónde he estado? ¿Qué me ha pasado realmente? ¿He dejado este lugar alguna vez?

Llegó una enfermera con una hipodérmica y no había discusión posible. Trató de aquietar el monitor, trató de protestar.

–Sedante —dijo la .enfermera y se lo inyectó en el brazo.

O quizás era Jeffrey quien se lo había puesto. Grant giró adelante y atrás, oyó gritos y vio la sangre sobre la pared blanca.

XII

—¿Estaba bien? —preguntó Ari a Justin en su oficina. Estaban a solas.

–¿Cuándo podrá salir?

–Ah —suspiró Ari—. No lo sé. De verdad, no lo sé. Y tampoco recuerdo muy bien el trato que hicimos. Parece un poco tonto ahora, ¿no crees? ¿Qué cartas tienes ahora para negociar?

–Mi silencio.

–Encanto, tienes mucho que perder si rompes ese silencio. Y lo mismo diría yo de Jordan. ¿No es por eso que estamos haciendo todo esto?

Él estaba temblando. Trató de no demostrarlo.

–No, lo hacemos porque usted no quiere que su precioso proyecto fracase. Porque no le conviene la publicidad en este momento. Porque tiene mucho que perder. De otro modo no tendría tanta paciencia conmigo.

Una sonrisa lenta se esparció por los labios de Ari.

–Me gustas, muchacho. De verdad que me gustas. La lealtad es algo muy raro en Reseune. Y tú demuestras tener tanta... ¿Qué me dirías si te diera a Grant sin tocarlo, sin alterarlo? ¿Cuánto vale para ti?

–Es posible que usted no sepa hasta qué punto puede empujarme —replicó Justin en tono cuidadoso, mesurado.

–¿Cuánto vale?

–Suéltelo. No le aplique ninguna cinta.

–Encanto, está muy confundido. Ha pasado por un infierno. Necesita descanso y tratamiento.

–Yo me ocuparé de eso. Jordan lo hará. Se lo advierto: no me empuje demasiado. No sabe de lo que soy capaz.

–Ah, encanto, sé perfectamente de lo que eres capaz. Gran parte de ello es absolutamente exquisito. Y no tengo que hacer tratos contigo sobre Grant. Tengo otro tipo de cintas totalmente distinto. Tu padre se moriría del disgusto.

–Tal vez lo está subestimando.

–¿Ah sí? ¿Se lo has contado? Ya me parecía. Tienes que entender la situación, ¿sabes? No se trata simplemente de su hijo. No se trata sólo de «una mujer». Tú eres su gemelo. Y yo soy, Ari Emory. Sin mencionar el azi. —Se rió entre dientes—. Es un buen intento, en serio. Te respeto. Te respeto lo suficiente para darte un poco de tranquilidad. Ven aquí, muchacho. Ven.

Ari extendió la mano. Él dudó, confundido y finalmente extendió la suya y se la dio. Ella la tomó con amabilidad y los nervios de Justin saltaron, el pulso le tembló y se ruborizó. Sus pensamientos se confundieron.

No se apartó. No se atrevió a hacerlo. No podía formular un sarcasmo. Su mente corría demasiado rápido en demasiadas direcciones, como un animal pequeño y asustado.

–¿Quieres que te haga un favor? ¿Quieres que te devuelva a Grant? Te diré lo que vamos a hacer, encanto: tú sigue cooperando y haremos otro pequeño trato privado. Si tú y yo seguimos juntos hasta que tu padre se vaya, si sigues con la boca cerrada, te lo regalaré.

–Usted está usando cinta profunda.

–¿En ti? Nada que pueda alterarte la mente. ¿Qué te crees? ¿Qué puedo tomar una mente normal, saludable y rediseñarla? Has estado leyendo demasiados libros. Las cintas que uso contigo son lúdicas. Las reciben los azi Mu cuando se portan muy, muy bien. ¿Crees que no puedes tolerarlas? ¿Crees que te corrompen? Reseune puede hacer cosas mucho peores, encanto y te lo puedo demostrar. Ya te lo he dicho: me gustas. Algún día serás un poder en Reseune, aquí, en Fargone, donde sea. Tienes la habilidad necesaria. De verdad, me gustaría que sobrevivieras.

–Eso es mentira.

–¿Tú crees? No importa. —Ella se apretó los dedos—. En mi apartamento. A la misma hora. ¿Has oído?

Él sacó la mano.

–No es que no te dé una alternativa —dijo ella y le sonrió—. No tienes más que dejar las cosas tal como están. No es mucho por todo lo que me pides. Tú mantén mi vida en paz, encanto, y ponte entre Jordan y yo, y a cambio yo no haré arrestar a sus amigos y no le borraré la mente a Grant. Hasta dejaré de hacerte la vida imposible en la oficina. Ya sabes cuál es el precio de los traslados que quieres.

–Y me dará a Grant.

–La semana que viene. En caso de que surja algo. Eres muy inteligente. Ya me entiendes. A las 2200 esta noche. Trabajo hasta tarde.



Texto literal de:

PATRONES DE CRECIMIENTO

UNA CINTA DE ESTUDIO SOBRE GENÉTICA: # 1

Publicaciones pedagógicas de Reseune: 8970-8768-1, aprobadas para 80 +

ATENCIÓN OPERADOR

LOTE ML-8986: LOTE BY-9806:

FINALFINALFINAL

Los ordenadores indican el final del proceso y solicitan intervención humana. El técnico en jefe alerta al personal apropiado y empieza el proceso de nacimiento.

No hay sorpresas: los tanques-úteros se mueven con dulzura, contrayéndose, y cuentan con toda clase de sensores. Los dos ML-8986, femeninos, clase Mu, han llegado al peso indicado para el nacimiento, 4,02 kilos. No se registran anormalidades visibles. Los dos BY-9806, tipo Gamma, también gozan de buena salud. Los técnicos conocen su trabajo. Los BY-9806, muy activos, son los favoritos, ya tienen nombres, aunque no los conservarán: los técnicos no estarán en contacto con ellos durante mucho tiempo.

Los úteros entran en período de parto y al cabo de un rato, envían sus contenidos a bandejas acolchadas con fluido y a las manos enguantadas de los técnicos que los esperan. No hay crisis. Se observa muy poca tensión. Las hembras Mu tienen las caras anchas, son plácidas, con cabello sin color; los dos Betas son más largos, de miembros delgados, con mechones de cabello negro, no tan graciosos como las Mu. Hacen muecas y los técnicos ríen.

Los cordones se atan, se extrae la placenta del fondo de la bandeja y se prepara agua tibia para el primer baño. Los técnicos pesan a los bebés como formalidad y apuntan los datos en un registro que empieza con la concepción, doscientos treinta y nueve días antes, y que tendrá cada vez menos entradas a medida que los niños pasen de un estado de dependencia total a los primeros momentos no controlados de sus vidas.

Los reciben ayudantes azi, los envuelven en suaves pañales blancos y los tratan con cariño, acunándolos.

En los intervalos entre el cambio de pañales y la alimentación, duermen en cunas que, como los úteros, se mecen suavemente al sonido del corazón humano y voces distantes, la misma voz que les habló en el útero, suave, segura y tranquilizadora. A veces les canta, a veces sólo les habla.

Algún día esa voz les dará instrucciones. La voz es de cinta. Y todavía es sólo subliminal, un foco de confianza. Incluso en este estadio recompensa el buen comportamiento. Un día. les hablará con desaprobación, pero en este momento no hay mal comportamiento, sólo una pequeña intranquilidad por parte de los Betas...

LOTE AGCULT-789X:

EMERGENCIAEMERGENCIA

AGCULT-789X tiene problemas. El grupo genético experimental no es un éxito y después de consultas con el personal, un técnico retira el apoyo vital y lleva a AGCULT-789X a la autopsia.

Los técnicos azi limpian el útero, lo lavan repetidas veces y el técnico en jefe empieza el proceso que lo cubrirá de bioplasma.

Recibirá otro inquilino en cuanto quede listo el recubrimiento. El personal espera los resultados de la autopsia antes de intentarlo de nuevo.

Mientras tanto, el útero recibe el nuevo macho AG-CULT-894, de la misma especie. Éste no es el primer fracaso. Las adaptaciones de ingeniería son un proceso complejo y los fracasos se dan con frecuencia. Pero AGCULT-894 es un individuo diferente con una alteración similar: hay una posibilidad de que funcione. Aunque falle, proporcionará comparaciones valiosas.

Reformar la tierra y alterar la atmósfera no es suficiente para que un mundo pueda ser ocupado por seres humanos. Los millones de años de adaptación que entrelazaron a las especies terrestres en complejos ecosistemas no son posibles en Cyteen.

Reseune opera en lugar del tiempo y la selección natural. Como la naturaleza, pierde individuos, pero sus elecciones son más rápidas y están guiadas por la inteligencia. Algunos afirman que hay consecuencias, un desechar los elementos ornamentales y no funcionales que dieron su variedad a la vida en la Tierra, con un énfasis en ciertos rasgos y una disminución en otros.

Pero Reseune no ha perdido nada. Envía arcas al espacio profundo, simples latas como las de conserva, que se estacionan alrededor de determinadas estrellas, naves sin propulsión de construcción barata, depósitos de material genético en más de un lugar, material protegido de las radiaciones. Contienen muestras genéticas reales; informes digitales de los grupos genéticos: informes que permitirán la lectura de esos grupos genéticos a cualquier inteligencia avanzada que entienda los contenidos de las arcas.

Un millón de años bastaron para que la humanidad evolucionara desde sus antepasados primitivos hasta convertirse en una especie inteligente que viaja a las estrellas. Dentro de un millón de años, la humanidad todavía tendrá informes genéticos de su propio pasado y del pasado de cada una de las especies a las que Reseune haya tenido acceso, de nuestra herencia y de las herencias genéticas de cada mundo con vida que hayamos pisado, preservadas del tiempo y de los peligros, gracias a esas arcas.

Las arcas conservan códigos fragmentarios de especímenes humanos de miles de años de antigüedad que se obtuvieron de los depósitos genéticos de la Tierra anteriores al desarrollo de los bancos genéticos del siglo xx, de los últimos bancos genéticos anteriores a la mezcla de genes en la Tierra misma, y de los restos de animales y seres humanos conservados a través de los siglos por congelamiento natural u otras circunstancias que hayan preservado la estructura celular, aunque fuera sólo en parte.

Imaginen lo que representaría en la actualidad si se hubiera preservado en arcas como ésas la información genética del pasado geológico. La Tierra, hasta el momento única en sus evidencias de extinciones cataclísticas de altas formas de vida, tal vez podría, a través de esas bibliotecas, recobrar la riqueza de sus líneas de evolución y resolver los enigmas irresueltos de su pasado.

Reseune nunca ha desechado una opción genética. Ha procurado la conservación de esas opciones hasta un grado sin precedentes en la historia de la humanidad y, coherente con su trabajo en favor del cambio evolutivo, ha preservado todas las divergencias posibles.






I

El tiempo dejó de existir. Sólo estaba el flujo de las cintas, generalmente plácido, a veces perturbador. Había intervalos de despertar confuso, pero el trank continuaba, hasta el momento en que Grant se acercó flotando a la superficie.

–Vamos, tienes una visita —murmuró alguien y una tela mojada le tocó la cara. El lavado siguió hacia abajo, dulcemente, cuello y pecho con un olor astringente—. Despiértate.

Entreabrió los ojos. Miró el techo fijamente mientras lo seguían lavando yesperó que lo desataran, aunque no guardaba muchas esperanzas. Deseó que le administraran trank de nuevo, porque el miedo estaba volviendo y se sentía a gusto con la droga.

Tuvo frío cuando el aire se movió sobre su piel húmeda. Quería que le pusieran la sábana encima otra vez. Pero no dijo nada. Ya no intentaba comunicarse con la gente que se encargaba de él y ya no le hacían daño. No pedía nada más. Recordó que podía parpadear. No veía nada. Trató de no sentir el frío. Notó una punzada cuando el técnico le clavó la aguja en el brazo. Le dolía la espalda y sabía que estaría mucho mejor si le cambiaban de postura en la cama.

–Ahí está. —La sábana cayó de nuevo sobre él. Una palma le golpeó la cara, pero Grant no sintió dolor—. Vamos. Ojos abiertos.

–Sí —murmuró. Y los cerró de nuevo en cuanto el técnico azi lo dejó solo.

Luego oyó otra voz en la puerta, joven y masculina. Levantó la cabeza y vio a Justin. Inmediatamente desconfió de su percepción y activó los límites de la mente para defenderse.

Pero Justin se acercó, se sentó al lado de la cama y le cogió la mano a pesar de que los límites debían darle poco movimiento. La mano lo apretó con fuerza. Parecía muy real.

–¿Grant?

–Por favor, no me hagan esto.

–Grant, por Dios, Grant, estás en casa. ¿Me entiendes?

La sola idea de creerle era muy peligrosa. Significaba que estaba dándose por vencido. No había ninguna señal secreta que su propia mente no pudiera suplantar. No había ninguna ilusión que la cinta no pudiera crear. Ellos usarían a Justin. Por supuesto.

–¿Grant?

La cinta podía hacerle creer que estaba despierto. O que el colchón cedía por el peso, o que Justin lo sujetaba por los hombros. Sólo el dolor agudo en la espalda penetraba la ilusión. No cuadraba.

La realidad tenía esas pequeñas disonancias.

–No me dejan llevarte de vuelta al departamento, todavía. Ari no quiere. ¿Qué te hacen? ¿Estás bien? ¿Grant?

Preguntas. Grant no podía imaginarse dónde encajaban éstas. En general seguían un patrón, una forma. Éstas tenían que ver con la credibilidad. Ese era el juego.

–¡Grant, vamos! —Justin le tocó la mejilla con la mano, con suavidad—. Vamos, Ojos abiertos. Ojos abiertos.

Grant se resistió. Así sabía que estaba mejorando. Respiró varias veces y le dolieron mucho la espalda y los hombros. Se enfrentaba a un terrible peligro porque creía que aquella ilusión era real. O porque había perdido la capacidad de distinguir entre ambas cosas.

–Vamos, maldita sea.

Grant entreabrió los ojos con cuidado. Vio la cara de Justin. Justin, con una mirada asustada.

–Estás en casa. En el hospital. ¿Entiendes? Ari los envió al infierno y te trajo de vuelta.

(La sangre salpicando las paredes. El olor del humo.)

Parecía el hospital. Parecía Justin. Ninguna prueba podía confirmarlo, ni siquiera si lo dejaban caminar. Sólo el tiempo lo confirmaría, el tiempo que duraba más que cualquier ilusión de cinta.

–Vamos, Grant. Dime que estás bien.

–Estoy bien. —Respiró. Le dolió la espalda y se dio cuenta de que podía ganar algo con la ilusión—. La espalda me está matando. Me duelen los brazos. ¿Puedes hacer que muevan la cama?

–Haré que te quiten esas cosas.

–No creo que lo hagan. Pero me gustaría que movieran la cama. Muy bien. —La superficie que tenía debajo se movió como un ser animado y cambió de forma hacia arriba, levantándole la cabeza. Toda la superficie formó una serie de ondas que le flexibilizaron los músculos y las articulaciones—. Ah, estoy mucho mejor.

Justin se sentó en el borde y las ondas cambiaron.

–Ari te hizo seguir hasta Kruger. Chantajearon a Kruger. El te entregó a los abolicionistas. Tuve que acudir a Ari. Ella hizo que alguien, no sé quién, fuera a buscarte. Dijo que te habían aplicado cintas.

Grant no había preparado una estrategia para este momento, ninguna división entre el antes y el ahora. Examinó el regalo con cuidado.

–¿Cuánto tiempo?

–Dos días.

Cabía dentro de lo posible.

–Has estado aquí dos días —dijo Justin—. Nos dejaron entrar a Jordan y a mí justo después de que te trajeran. Ahora dicen que te puedo visitar.

Eso le daba miedo. La ilusión quería quedarse permanentemente y no tenía muchas defensas contra ella. Estaba perdiendo. Se quedó allí, sentado y lloró y sintió cómo le corrían las lágrimas por las mejillas.

–Grant.

–Estoy bien. —Estaba a punto de desvanecerse—. Pero si te pido que te vayas, te vas.

–Grant, no es cinta. Estás aquí, maldita sea. —Justin le retorció la mano hasta que los huesos crujieron—. Enfoca, Mírame. ¿De acuerdo? —Le obedeció.

–Si te pido que te vayas...

–Me iré. De acuerdo. ¿Quieres que me vaya?

–No me hagas esto. Por favor...

–Haré que venga Ivanov. Malditos, malditos.

Justin se estaba poniendo en pie. Grant apretó la mano para que no lo soltara. Se aferró con fuerza, sin soltarlo y Justin se sentó de nuevo y lo abrazó .

–Ahhh. —Dolía. Parecía real. Justin podría sacarlo de aquella situación. Justin sabía lo que hacía, sabía el problema que tenía, sabía por qué estaba tan asustado. Era su aliado. O estaba perdido para siempre.

–Tardaremos un poco. Una semana para sacarte de aquí. Eso dice Ari.

Grant recordó otras crisis. Miró a Justin mientras éste volvía a sentarse. Recordó la razón por la que se había ido río abajo.

–¿Te está causando problemas?

–Estoy bien.

Mentira. Más y más real. La cinta era mejor que eso. Al cabo de un rato Justin se iría y él recordaría haberlo creído todo y tendría miedo. Pero mientras tanto, estaba asustado por otra razón más tangible. El traslado de Jordan, Justin que lo enviaba lejos, los fragmentos estaban tomando una secuencia temporal. El cuándo volvía a existir. El mundo real tenía trampas que involucraban a Ari; Justin había tratado de liberarlo, él estaba en casa de nuevo, Justin tenía problemas.

No. Cuidado.

Cuidado.

–¿Qué hizo cuando supo que yo me había marchado?

–Te lo diré otro día.

Mierda, no necesitaba las preocupaciones para sentir el estómago revuelto. Parecía ser Reseune. Secretos, Ari y problemas. Y todo lo que amaba. Respiró hondo, lentamente.

–Sigo vivo —dijo, sabiendo que Justin entendería—. No quiero más cintas. No quiero más sedantes. Necesito estar despierto. Quiero que dejen las luces encendidas constantemente. Quiero que me saquen este tubo de la mano.


    Ваша оценка произведения:

Популярные книги за неделю