Текст книги "Cyteen 1 - La Traicion "
Автор книги: C. J. Cherryh
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Научная фантастика
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Sobre todo, esperaba que hubiera regalos. A veces había regalos. Como todos se habían vestidos tan guapos, seguramente habría muchos.
Pero era especial ir adonde iban los mayores. Caminar por el pasillo de la mano de mamá, vestida y portándose bien, porque había que portarse bien y no armar jaleo. Especialmente cuando podía haber regalos.
Arriba por el ascensor. Vio muchos azi altos en el pasillo: los azi casi siempre iban de negro; y aunque no se pusieran nada negro, siempre los descubría. No eran como mamá y como el tío Denys, parecían azi. A veces, ella fingía que era azi. Caminaba muy en silencio y se quedaba de pie muy recta y miraba fijo hacia delante, como Ollie, y decía «si, sera» a mamá. (No a Nelly. A Nelly le decía «sí».) A veces, fingía ser mamá y le decía: «Nelly, hazme la cama, por favor, Nelly.» (Y a Ollie, una vez: «Ollie, maldita sea, quiero un trago.» Pero no había sido una buena idea. Ollie la había traído el trago y se lo había contado todo a mamá. Y mamá había dicho que había sido muy mala y que Ollie no le haría nada si no se lo pedía bien. Así que ahora le decía «maldita sea» a Nelly.)
Mamá la llevó por el pasillo por entre los azi y a través de una puerta donde había mucha gente en el umbral. Una mujer dijo:
–Feliz año nuevo, Ari. —Y se inclinó hacia ella. Tenía un bonito collar y uno podía verle el cuerpo debajo de la blusa. Era interesante. Pero Ollie la levantó. Eso era mucho mejor. Así podía ver la cara de la gente.
La mujer habló con mamá, y todos se arremolinaron alrededor de ellos, hablaban al mismo tiempo, y todos olían a perfume y comida y cosméticos.
Alguien la palmeó en el hombro mientras Ollie la sostenía. Era el tío Denys. Denys era gordo. Ocupaba mucho sitio. Ari se preguntó si era sólido o si retenía el aliento más que los otros para ser redondo.
–¿Cómo estás, Ari? —le aulló el tío Denys en medio del ruido, y de pronto la gente dejó de hablar y los miró—. Feliz año nuevo.
En ese momento, Ari se sintió extrañada, pero era interesante. Si era su año nuevo, era como un cumpleaños; y si era una fiesta de cumpleaños, la gente debía ir a su casa y traerle regalos. Pero no veía ningún regalo.
–Feliz año nuevo —decía la gente. Ella los miraba, esperanzada. Pero no veía regalos. Suspiró y mientras Ollie la llevaba a través de la multitud, vio el ponche y la tarta.
Ollie sabía lo que le gustaba.
–¿Quieres ponche? —le preguntó.
Ella asintió. Había mucho ruido. No estaba segura de que le gustara estar entre tanta gente. La fiesta no tenía sentido. Pero el ponche y la tarta estaba bien. Se aferró del fuerte hombro de Ollie y se sintió más alegre, porque Ollie podía llevarla a través de todo el barullo hasta la mesa con el cuenco de ponche, Ollie entendía muy bien qué era lo importante. El ponche, sobre todo en un cuenco tan bonito y con una gran tarta, era algo casi tan bueno como los regalos.
–Tengo que dejarte en el suelo —dijo Ollie—. ¿De acuerdo? Quédate aquí hasta que te traiga el ponche.
Aquello no le parecían bien. Todos eran altos, la música era muy fuerte y cuando estaba en el suelo, no veía nada más que las piernas de la gente. Alguien podía pisarla. Pero Ollie la dejó en el suelo, y mamá se acercaba con el tío Denys. Y la gente no la pisó. Mucha gente la miraba. Algunos sonreían. Así que ella se sentía a salvo.
–Ari. —Ollie le dio la taza—. Que no se te caiga. El ponche era verde. Ella lo miró con desconfianza, pero olía bien y tenía buen gusto.
–Has crecido demasiado para que te lleven —dijo el tío Denys.
Ella levantó la vista y le arrugó la nariz. No estaba muy segura de que le gustara lo que le decía. Mamá también le hablaba así. Pero Ollie no. Ollie era grande y muy fuerte. A ella le parecía distinto de cualquier otra persona. Le gustaba que él la llevara, le gustaba ponerle los brazos alrededor del cuello y apoyarse en él, porque Ollie era como una silla a la que uno podía trepar y no se le notaban los huesos, sólo una sensación sólida. También era tibio. Y olía bien. Pero Ollie había ido a buscar ponche para mamá y otro cuenco para el tío Denys. Y ella se quedó cerca y se tomó el ponche mientras Denys y su mamá hablaban y sonaba una música fuerte.
Ollie la miró cuando mamá y Denys tuvieron sus ponches.
–¿Quieres tarta? —preguntó Ollie en voz bien alta—. También habrá tarta en la fiesta de los niños. Eso era prometedor.
–Quiero más ponche —dijo Ari y le dio la taza a Ari—. Y tarta, por favor. —Se quedó ahí, en un pequeño espacio abierto, esperándolo. Puso las manos en la espalda y recordó que mamá decía que no debía inclinarse adelante y atrás, parecía estúpido. Gente que ella no conocía se le acercó y le dijo que era muy bonita y le deseó un feliz año nuevo, pero ella estaba lista para irse, eso no le interesaba, excepto por el ponche y la tarta que iba a traerle Ollie. Se quedaría por eso.
La fiesta de chicos sonaba mucho mejor.
Tal vez allí sí habría regalos.
–Ven y siéntate —dijo Ollie, sin darle la tarta ni el ponche. Los llevaba él por ella. Había sillas contra la pared. Ella se sintió aliviada. Si se le caía ponche sobre el traje nuevo sería horrible y mamá le regañaría. Trepó a una silla y Ollie le puso el plato en la falda y la taza en la silla, a su lado. Tenía toda la línea de sillas para ella sola.
–Voy a buscar lo mismo para mí —dijo Ollie—. Quédate aquí. Vuelvo pronto.
Ella asintió, con la boca llena de tarta. Tarta blanca. De la que le gustaba. Con una buena capa dulce arriba. Ahora estaba mucho más contenta. Balanceó los pies y comió pastel y se frotó los dedos mientras Ollie esperaba frente al cuenco de ponche y mamá hablaba con Denys y Giraud.
Tal vez esperaban los regalos. Tal vez iba a ocurrir algo interesante. Todos estaban brillantes. A algunos de ellos los había visto en casa. Pero había muchos desconocidos. Se terminó el pastel, se lamió los dedos y se deslizó de la silla para ponerse en pie, porque casi todos estaban alrededor de las mesas y el salón estaba casi despejado.
Caminó para ver adonde había llegado Ollie en la fila. Pero alguien había distraído a Ollie. Era la oportunidad para curiosear un poco.
Así que paseó. No se fue muy lejos. No quería que mamá y Ollie se fueran y la perdieran. Miró hacia atrás para ver si veía a mamá. Sí. Pero mamá seguía ocupada, charlando. Bien. Si mamá la regañaba le diría, estaba aquí, mamá. Mamá no podría enfadarse mucho.
Casi todos los vestidos que llevaban eran bonitos. Le gustaba esa blusa verde que dejaba ver lo que había debajo. Y la camisa negra que llevaba un hombre, toda brillante. Pero los collares de mamá eran los mejores.
Había un hombre con cabello rojo brillante.
De negro. Un azi. Ella lo miró. Dijo hola cuando alguien le dijo hola, pero todo aquello había dejado de interesarle. Siempre había pensado que tenía un cabello bonito. Más bonito que el de cualquier otra persona. Pero el de aquel hombre sí que era bonito de verdad. No había derecho. Si existía un cabello como aquél lo quería para ella. De pronto, se sintió insatisfecha con el que siempre había tenido.
Él la miró. No era azi. Sí. La cara del hombre se puso tensa, y apartó la mirada y fingió que no la había visto. Estaba con un hombre de cabello oscuro. Ese hombre la miró también, pero el azi no quería que el otro la mirara.
De todos modos, el hombre la miraba. Era tan guapo como Ollie. No la miraba como los demás mayores, y ella pensó que el hombre no debía hacerlo, pero no quería mirar a ningún otro lado, porque él era diferente de los demás. El azi de cabello rojo estaba a su lado, pero no era el importante. El hombre era importante. El hombre la miraba y ella nunca lo había visto antes. El nunca había ido a visitarla. Nunca le había llevado regalos.
Ari se acercó. El azi no la quería cerca de su amigo. Tenía una mano sobre el hombro de ese hombre. Corno si ella fuera a hacerle daño. Pero el hombre la miraba como si ella fuera mamá. Como si él hubiera hecho algo malo y ella fuera mamá.
Él era ella. Y ella era mamá. Y el azi era Ollie cuando mamá gritaba.
Luego el azi vio algo peligroso detrás de ella. Ari se dio la vuelta y miró.
Venía mamá. Pero mamá se detuvo cuando ella la miró.
Todos estaban quietos. Todos miraban. Habían dejado de hablar. Sólo la música seguía sonando. Todos tenían miedo.
Ella empezó a caminar hacia mamá.
Todos se crisparon.
Se detuvo. Y todos se crisparon de nuevo. Hasta mamá.
Y ella había hecho eso.
Miró a mamá. Se crisparon.
Miró al hombre.
Se crisparon. Todos.
No sabía que podía hacer eso.
Mamá iba a enfadarse después. Y Ollie.
Si mamá iba a gritarle, al menos haría algo antes.
El azi y el hombre la miraron cuando ella avanzóhacia ellos. El hombre la miraba como si ella fuera a Atraparlo. El azi parecía pensar lo mismo.
El hombre tenía unas manos bonitas, como las de Ollie. Se parecía mucho a Ollie. La gente pensaba que era peligroso. Se equivocaban. Ella sabía que se equivocaban. Podía asustarlos a todos.
Fue y le cogió la mano. Todos estaban haciendo lo que ella quería. Hasta el hombre. Tenía bien Atrapada a mamá. Como podía Atrapar a Nelly.
Eso le gustaba mucho.
—Me llamo Ari.
–Yo, Justin —respondió el hombre con calma. En medio del silencio.
–Voy a una fiesta —explicó Ari—. En casa de Valery.
En ese momento llegó Jane Strassen a recoger a la niña. Con firmeza. Grant se interpuso entre ambos, apoyó la mano sobre el hombro de Justin y le dio la vuelta.
Se fueron. No pasó nada más.
–Maldita sea —exclamó Grant cuando volvieron al apartamento—, si nadie se hubiera movido, no habría pasado nada. Nada de nada. Ella se dio cuenta. Se dio cuenta. Actuó como si lo tuviera ensayado.
–Tenía que verla —suspiró Justin. No podía decir por qué. Excepto que decían que ella era Ari. Y no lo había creído hasta entonces.
VII
—Buenas noches, cariño —dijo mamá y la besó. Ari levantó los brazos, la abrazó y la besó también. Mmuaa.
Mamá salió de la habitación y todo se volvió oscuro. Ari se dio la vuelta en la cama con Poca-cosa. Estaba repleta de ponche y tarta. Cerró los ojos y toda la gente era brillante. Ollie le consiguió la tarta. Y toda la gente la miró. La fiesta de Valery fue divertida. Jugaron a las sillas musicales y hubo regalos. El suyo era una estrella brillante. El de Valery una pelota. Todos lamentaron mucho lo de la lámpara de sera Schwartz.
El año nuevo era divertido.
—¿Está bien? —preguntó Ollie en el dormitorio. Y Jane asintió mientras él le desabrochaba la blusa. —Sera, lo lamento...
–No hablemos más de eso. No dramaticemos. Está bien. —Él terminó de ayudarla: Jane dejó deslizar la blusa de seda por los hombros y la arrojó sobre la silla. Ollie todavía estaba impresionado.
Y en realidad, ella también. Sin mencionar que había sido idea de Denys y Giraud, maldita sea.
Olga había llevado a la niña ante extraños; la había arrastrado con ella como a un maniquí, la había hecho pasar por la alta presión del círculo social en el cual los nervios de Ari debían de haberse puesto al rojo vivo.
No podían desvelar el secreto. Sólo había un lugar de alta tensión al que pudieran ir, dentro de Reseune.
La Familia. En toda su gloria múltiple, en su gloria atroz.
Suficiente azúcar en su metabolismo, controlado tantas veces; suficientes no hagas esto y vamos, Ari, y promesas de recompensas para asegurarse de que una niña de cuatro años estuviera más hipersensible que nunca.
Se sentía descompuesta.
VIII
Justin se arrebujó la chaqueta mientras él y Grant tomaban el camino exterior entre la Residencia y la oficina, y metió las manos en los bolsillos. No caminaban con rapidez, a pesar del frío de la mañana, en un primero de enero en que todos se resistían a empezar de nuevo.
Se detuvo frente al estanque de los peces, se inclinó y les echó comida. Los koi lo reconocían. Lo esperaban; se acercaron nadando bajo los lotos de hojas castañas. Vivían en el pequeño estanque entre los edificios, divertían a los niños de la Casa y procreaban sin darse cuenta de que no estaban en el mundo donde habían sido creados.
Aquí era aquí. El viejo amigo de manchas anaranjadas había tomado la comida de su mano desde que era pequeño, todos los días, y ahora, desde que Jordan se había marchado, él y Grant salían al exterior siempre que podían. Todas las mañanas.
Había micrófonos espías que podían captar sus voces desde la Casa, que podían controlarlos en cualquier parte. Pero, por supuesto, Seguridad seguía la ley del mínimo esfuerzo, tomaba la temperatura de la situación de vez en cuando y abría un interruptor en el apartamento sin perder mucho tiempo en un par de diseñadores de cintas que no habían causado problemas a la Casa desde hacía años. Seguridad podía citarlos para someterlos a psicotest, cuando quisiera. Que no lo hubieran hecho significaba que Seguridad no estaba interesada... todavía.
Pero tenían cuidado.
–Tienen hambre —comentó Justin con respecto al koi blanco—. Es invierno; y los hijos no lo saben.
–Una de las diferencias —observó Grant, que se había sentado sobre la roca a su lado—. Los hijos de los azi lo sabrían.
Justin rió a pesar de la angustia que lo dominaba.
–Te das aires de superioridad, ¿eh?
Grant se encogió de hombros, en un gesto alegre.
–Los hombres a veces se comportan como ciegos ante determinadas normas. Nosotros no. —Otro pedacito de comida tocó el agua y un koi lo cogió. Las ondas hicieron oscilar los lotos—. Mira, el problema de los contactos con desconocidos es un prejuicio. Deberían enviarnos.
–Este es el hombre que dijo que Novgorod era demasiado extraño.
–A los dos. A ti y a mí. Entonces no me preocuparía. Una larga pausa. Justin tenía el pedazo de comida en la mano.
–Ojalá hubiera un lugar.
–No te preocupes. —Grant no hablaba de Novgorod. De pronto, la sombra había vuelto. El frío estaba otra vez en el viento—. No. Todo está bien.
Justin asintió, sin decir nada. Estaban muy próximos. Había recibido cartas de Jordan. Parecían de puntilla, con frases cortadas físicamente en el papel. Pero decían, en un saludo: Hola, hijo. Me dicen que tú y Grant estáis bien, Leo y releo tus cartas. Las viejas están un poco gastadas. Por favor envíame más.
Su sentido del humor está intacto, había comentado Justin a Grant. Y él y Grant habían leído y releído la carta para descubrir las pocas pistas que daba sobre el estado de ánimo de Jordan. Leído y releído otras que habían pasado por entre las redes de la censura. Página tras página sobre el estado del tiempo. Hablaba de Paul, constantemente: Paul y yo.Eso también había tranquilizado a Justin.
La situación está cambiando, había dicho Denys cuando Justin le sugirió la posibilidad de enviar cintas grabadas. O de hacer llamadas telefónicas, cuidadosamente censuradas.
Y habían estado muy cerca de conseguir el permiso.
–No puedo dejar de preocuparme —dijo Justin—. Grant, tenemos que mantenernos al margen de líos durante un tiempo. Y no será la última vez. No será lo último. No hace falta que hagamos nada: todo puede echarse a perder sin más.
–Trajeron a la niña. No nos prohibieron asistir. Tal vez no esperaban lo que pasó, pero nosotros no lo buscamos. Una habitación llena de psicólogos, y se quedaron paralizados. Le indicaron algo a la niña. Ella los estaba leyendo a ellos no a nosotros. Es el pensamiento contradictorio de nuevo. Hombres. No querían que pasara lo que pasó y al mismo tiempo lo deseaban; prepararon toda la situación para mostrar a Ari, y ella lo estaba haciendo, estaba probando lo que ellos querían que probara. Y no estaba probando nada. Tal vez nosotros le hicimos una señal. La mirábamos. A mí me pilló observándola. Tal vez eso le despertó la curiosidad. Tiene cuatro años, Justin. Y toda la habitación saltaba al unísono. ¿Qué puede hacer una niña de cuatro años?
–Correr al lado de su mamá, mierda. Y al principio lo hizo. Entonces todos se relajaron y ella se dio cuenta de eso también. Empezó a tener esa mirada... —Justin sintió un escalofrío en el cuello y encogió los hombros. Luego recordó de nuevo la escena y trató de pensar. La noche anterior nadie había pensado.
–¿No te das cuenta de los fallos en la memoria de los CIUD? —preguntó Grant—. Es por el pensamiento contradictorio. Vosotros tenéis sueños profetices, ¿no? Tú puedes soñar con un hombre que bebe un vaso de leche. Una semana después ves a Yanni bebiendo té en el almuerzo y si experimentas una sensación rara al verlo, le dices inmediatamente que esa situación la has vivido en sueños, le aseguras que soñaste que hacía eso exactamente en esa mesa, y ni siquiera un psicotest puede descubrir la verdad. Me ha pasado dos veces en la vida. Y cuando pasa, saco mi cinta de la bóveda y me echo en el diván para una sesión hasta que me siento mejor. Escúchame. Te acepto que el comportamiento de esa niña puede haber significado algo. Pero voy a esperar y ver cómo se integra con otros comportamientos. Si quieres mi análisis sincero de la situación, te diré que todos los CIUD de la habitación entraron en un estado de irrealidad. Incluyéndote a ti. Alucinación en masa. Durante treinta segundos, los únicos cuerdos en aquella habitación eran los azi y esa niña, y la mayoría de nosotros percibíamos lo que les sucedía a los CIUD y estábamos muy, muy confundidos.
–¿Todos menos tú?
–Yo te estaba mirando a ti, a ti y a ella.
Justin suspiró y se sintió más tranquilo. No era nada, naturalmente. Era lo que decía Grant, toda una habitación de psicólogos que habían olvidado por un momento su ciencia. Pensamiento contradictorio. Matices en los valores.
–A la mierda con Hauptmann —murmuró—. Me estoy volviendo partidario de Emory. —Dos suspiros callados. Ahora lo recordaba con menos carga emocional y veía a la niña, no a la mujer. Voy a una fiesta en casa de Valery.
Ni sombra de malicia en eso. No había estado jugando con él en ese momento. Lo había mirado con la cara inocente de cualquier niño y le habría ofrecido un futuro de «seamos amigos». «Ellos» y «nosotros». Tal vez, un tratado de paz. Justin ya no recordaba nada de cuando tenía cuatro años. Jacobs, que trabajaba ese aspecto de la psicología de los ciudadanos, podía decirle cómo era un niño CIUD a esa edad. Pero podía sacar unas cuantas cosas de aquella agua oscura: la cara de Jordan a los treinta años.
El y Grant dando de comer a los peces. Cuatro, cinco, tal vez seis años. No estaba seguro. Era uno de sus primeros recuerdos y no podía situarlo bien.
Y de pronto empezó a sudar de timidez.
¿ Por qué? ¿Por qué hago eso?
¿Qué me pasa?
Paredes.
Niños... Nunca le habían interesado. Decididamente no. Había evitado cuidadosamente toda las oportunidades para aprender algo sobre ellos, había huido de su propia infancia como de un lugar del que se había desterrado; y las preocupaciones de Reseune con el proyecto lo molestaban.
Veintitrés años y no era más que un tonto, desempeñaba un trabajo rutinario, perdía el tiempo, sin pensar en nada concreto. Estaba bajando la cuesta. Sin hacerse cintas, porque la cinta significaba no tener defensa, porque la cinta abría áreas que él no quería dejar al descubierto.
Él derrumbaba las paredes de ese entonces, de Jordan, de cualquier cosa que ya hubiera sucedido. Y eso lo enfadaba, lo hacía sudar por las manos. Aceptar un compromiso.
Pero ya estaban comprometidos.
–¿Es una trampa, no? —le dijo a Grant—. Tu psicogrupo no te permite ver lo que yo vi. Pero es válido para ella, Grant. Ella tiene una dimensión de contradicción; todos los CIUD la tienen.
Grant se rió sin ganas.
–Era una habitación llena de CIUD que de repente se volvieron locos. Pero tal vez nosotros vimos algo que te pasó desapercibido.
–Contradicción. Contradicción. Botellas de Klein. Verdadero y no verdadero. Me alegro de saber constantemente en qué planeta estoy. Y estoy seguro de lo que veo sin meterme ni con el pasado ni con el futuro.
–Maldita sea. A veces quisiera poder pedirte prestada tu cinta.
Grant meneó la cabeza.
–¿Sabes? Tienes razón en lo que se refiere a ver cosas que a mí se me escapan. Sé que tú puedes verlas. Estoy preocupado. Estoy preocupado porque sé que no observo la situación como un CIUD. Puedo analizar con lógica tus actos, pero no entiendo la contradicción.
–Quieres decir que tu camino es tan parecido al de los azi que no lo ves.
Justin no podía dejar de pensar en el debate Hauptmann-Emory; Grant siempre le hablaba de eso y ahora lo estaba probando. Un poco de perspectiva clínica por debajo de las otras cosas: Sal de esto, Justin. No reacciones. Piensa.
–Quiero decir —continuó Grant– que si todos fuéramos azi no tendríamos este problema. Tampoco ella lo tendría: podrían implantarle su maldito psicogrupo y la niña sería exactamente lo que ellos desean. Pero no lo es. Tampoco ellos lo son. No buscan la racionalidad, no es eso lo que practican. Desde mi situación actual, tú estás tan confundido como ellos y espero que me escuches y bajes la cabeza, dejes de lado las alucinaciones y no reacciones. Todavía faltan años para que pueda surgir algún problema. Hay tiempo para prepararse.
–Tienes razón: no estamos tratando con los grupos de un azi. No van con suficiente cuidado. Si algo funciona mal en ese precioso proyecto la semana que viene, dirán que fue culpa mía. Cada vez que la niña se cruce en mi camino, dejaré de ser inocente. Inmediatamente. Los hechos no tienen nada que ver. Ella acaba de echar a perder cualquier oportunidad de que nos concedan algo con respecto a la situación de Jordan: mierda, tal vez ni siquiera dejen pasar las cartas.
–No busques el culpable. No actúes como si te sintieras responsable. Escúchame: si vas por ahí lleno de reacciones, ellos también van a reaccionar.
La voz de Ari. Desde el pasado. Contrólate, encanto. Muchacho, me doy cuenta de que estás desesperado, pero contrólate.
¿Te dan miedo las mujeres, encanto? A tu padre sí.
La Familia es una carga demasiado grande.
Justin apoyó la cabeza en las manos y supo que había perdido la poca ventaja que tenía, que lo había perdido todo, que lo había dejado ir por completo, tan a fondo como había podido, había perdido toda la rigurosidad de su lógica, todo el control, todos los mecanismos de defensa. Deambulaba por los pasillos de Reseune como un fantasma, abierto a todos, sin reacciones. Ven, soy inofensivo.
Excepto para los pocos que habían visto las cintas. Que habían visto esas malditas cintas y sabían lo que había hecho Ari, sabían por qué tenía ataques de sudor frío y por qué le molestaba que lo tocaran o se le acercaran demasiado. Especialmente Petros Ivanov, que lo había sometido a psicotest después de que Giraud y todos los demás hubieran terminado con él. Voy a hacer una pequeña intervención,había dicho Petros, palmeándole el hombro mientras él se abandonaba en la droga; habían necesitado tres hombres corpulentos de Seguridad para llevarlo al hospital y varios internos para administrarle la droga. Ordenes de Giraud. Voy a decirte que estás bien, eso es todo. Voy a decirte que estás a salvo. Has sufrido una experiencia traumática. Voy a cerrar esa época. ¿De acuerdo? Relájate. Me conoces, Justin. Sabes que estoy de tu parte.
Dios, ¿qué me han hecho? Ari, Giraud, Petros...
Se echó a llorar. Grant le puso una mano en el hombro. Grant era el único, el único que podía hacer eso. La niña le había tocado la mano. Y él había tenido un destello. Era como tocar un cadáver.
Se quedó sentado allí durante un largo rato. Hasta que oyó voces, y supo que había más gente en el patio, al otro lado. Había un cerco que podía ocultarlos. Pero Justin hizo un esfuerzo por controlarse.
–¿Justin? —dijo Grant.
–Estoy bien, mierda. —Y algo que nunca le había dicho a Grant—. Petros me hizo algo. O Giraud. O Ari. ¿No te das cuenta? ¿No ves la diferencia?
–No.
–Dime la verdad, maldita sea.
Grant se encogió, asustado. Un gesto distante, extraño. Y después, dolor. Dolor profundo.
–¿Grant? ¿Crees que me han hecho algo?
–No entiendo a los hombres —suspiró Grant.
–¡No me engañes con eso!
–Estaba a punto de decir... —Grant estaba pálido, los labios le temblaban—. Justin... vosotros, no entendéis...
–No me mientas. ¿Qué ibas a decir?
–No lo sé, Dios mío, te asustaron una y otra vez; si fueras azi, te habrías puesto como yo. Ojalá hubieras podido hacerlo. No sabes lo que te sucede por dentro. Te veo... te veo...
–Dilo, Grant.
–... todo esto..., toda esta situación te ha afectado. Es lógico. Aprendes. Te adaptas.
–Eso no es lo que te pregunto. ¿Me hicieron algo?
–No lo sé —dijo Grant. Casi tartamudeaba—. No lo sé. No puedo juzgar los psicogrupos de los CIUD.
–Puedes juzgar el mío.
–No me acorrales, Justin. No lo sé. No lo sé y no sé cómo averiguarlo.
–Estoy dañado, manipulado. ¿Eso es lo que ves? Dilo. Vamos. Ayúdame, Grant.
–Creo que tienes cicatrices. No sé si Petros te ayudó o te perjudicó.
–O me empujó hasta el fondo y me hizo lo mismo que Ari. La niña... —Había sido un golpe. Un golpe severo. Un escape en el tiempo. Tengo miedo de los destellos de cinta. Los evito. Me protejo de esa época. Eso en sí mismo es una decisión, ¿no es cierto?
Petros: Voy a cerrar esa época.
Emparedarla.
Dios, es un bloqueo psíquico. O podría serlo.
No eran amigos míos. Ni de Jordan. Lo sé.
Aspiró con brusquedad. Estoy bloqueando todo lo que aprendí de ella. Le tengo pánico.
–¿Justin?
La niña lo disparó. La niña me llevó a los días anteriores a Petros. Anteriores a Giraud. Al tiempo en que solamente Ari existía.
Al tiempo en que creía que nada podía afectarme. Y aquella noche, entré por la puerta de Ari pensando que tenía el control de todo lo que iba a suceder.
Dos segundos después, comprendí que no.
La Familia es una carga.
¿Qué me estaba diciendo?
—¿Justin?
¿Ella quería que Reseune se convirtiera en esto? ¿Le habría gustado que la niña estuviera en manos de Giraud? Mierda, Ari lo tenía en el bolsillo cuando estaba viva. Pero ahora...
–¡Justin!
Se dio cuenta de que Grant lo estaba sacudiendo. Asustado, muy asustado.
–Estoy bien —murmuró—. Estoy bien.
Sintió que la mano de Grant se cerraba en la suya. La mano cálida de Grant. El viento lo había atravesado y se había ido. No sabía lo que estaba contemplando. El jardín. El estanque.
–Grant..., sea o no sea Ari reencarnada, esa niña es inteligente. Se dio cuenta de cómo manipularlos. Creo que se trata de eso. Se dio cuenta de lo que querían. ¿No es eso lo que decías de los sujetos de Hauptmann? Hizo que se lo creyeran. Denys, Jane, Giraud y todos los demás. Yo no sé; tengo que convencerme de ello para saber qué va a sucedemos si Giraud empieza a considerar que somos una amenaza.
–Justin. Basta. Vámonos. Hace frío aquí afuera.
–¿Crees que me colocaron un bloqueo psíquico? —Justin volvió a arrastrarse fuera del pasado; miró la cara pálida de Grant, mordida por el frío—. Dime la verdad, Grant.
Un largo silencio. Grant respiraba con dificultad. Se controlaba. No era necesaria mucha habilidad técnica para darse cuenta de eso.
–Creo que tal vez lo hicieron —dijo Grant finalmente. Su mano lo apretaba tanto que le dolía. La voz de Grant temblaba un poco—. Desde entonces he hecho cuanto estaba en mi mano. No me falles. No dejes que te echen de nuevo el guante. Lo harán si les das una excusa. Sabes que pueden hacerlo.
–No me doy por vencido. No. Sé lo que me hicieron. —Justin suspiró y abrazó a Grant, se recostó contra él, agotado—. Estoy bien. Tal vez más que en los últimos seis años.
Grant lo miró, pálido, asustado.
–Lo juro —dijo Justin. Estaba más allá del frío. Congelado. Mareado—. Mierda. Tenemos tiempo, ¿verdad?
–Tenemos tiempo —respondió Grant. Y tiró de Justin—. Ven. Te estás quedando helado. Y yo también. Vamos adentro.
Se puso en pie. Tiró el resto de la comida a los peces, se guardó la bolsa en el bolsillo con los dedos entumecidos y echó a andar. No era totalmente consciente del camino que seguía. Otro automatismo. Grant no dijo ni una palabra más hasta que llegaron a la oficina del Ala Dos.
Luego, se inclinó en la puerta de la oficina. Justin lo miró, como si fuera a preguntarle si se encontraba bien.
–Tengo que ir a la biblioteca.
Justin le dirigió un gesto silencioso con el mentón. Estoy bien.
–Ve, entonces.
Grant se mordió el labio.
–Nos vemos en el almuerzo.
–De acuerdo.
Grant se fue. Justin se sentó en la desordenada ofícinita, se conectó con el sistema de la Casa y se preparó para trabajar. Pero había una señal indicadora de mensaje en la esquina de su pantalla. Lo tomó.
En mi oficina, urgente,decía. Giraud Nye.
Justin se quedó allí, sentado, mirando la pantalla. Descubrió que la mano le temblaba cuando la estiró para desconectar la máquina.
No estaba preparado para eso. Pensó en un psicotest, en todas las viejas pesadillas. Necesitaba controlarse.
Ya no tenía tantos reflejos como antes. Lo había perdido todo. Tanto él como Grant eran vulnerables.
Disponía del tiempo que tardara en llegar allí para controlarse. No sabía qué hacer, si ir por la biblioteca y tratar de ver a Grant, aunque eso lo señalaría como culpable. Todas sus acciones podían condenarlo.
No, pensó, y se mordió el labio hasta hacerse sangre. Tuvo un destello de otra reunión. El regusto de la sangre en la boca. La histeria se le agolpó detrás de los dientes.
Ya ha empezado,pensó. Ha sucedido.
Conectó la máquina y envió un mensaje a la oficina de Grant.
Giraud quiere verme. Tal vez no esté a la hora del almuerzo. J.Bastaba para avisarle. Y no tenía idea de lo que haría Grant al respecto.
Preocuparse. ¿Qué otra cosa podía hacer?
Volvió a apagar la máquina, cerró la oficina y caminó por el pasillo, con el gusto de la sangre en la boca. Miraba las cosas y la gente y pensaba que tal vez no volvería. Que tal vez él y Grant irían de allí a la habitación de psicotest del hospital.
IX
Giraud ocupaba la misma oficina de siempre, en el Ala Administrativa, la misma entrada artesonada, poco llamativa, con el cerrojo exterior, más seguridad de la que había usado Ari en toda su vida. Giraud ya no era el jefe oficial de Seguridad. Al menos para los que no pertenecían a Reseune, era el canciller Nye. Pero todo el personal de la Casa sabía quién se ocupaba de la Seguridad.
Justin pasó su tarjeta por el cerrojo, la oyó entrar y buscar su número de CIUD. Entró en el pequeño vestíbulo y abrió la puerta interna. Abban, el azi de Giraud, estaba en el escritorio de siempre.