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Cyteen 1 - La Traicion
  • Текст добавлен: 26 октября 2016, 21:27

Текст книги "Cyteen 1 - La Traicion "


Автор книги: C. J. Cherryh



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No, discutió Justin, con un destello de techo blanco y luz brillante: apenas rozaba la conciencia. Recordaba a Giraud tocándole el hombro.

Realmente trataste de que tu padre no lo supiera. Claro. ¿ Qué crees que haría si se enterara?

Iría al Departamento a denunciarlo.

Ah.

Pero no lo sabía.

Puedes dormir ahora. Despertarás descansado. Puedes abandonarte. No vas a caerte.

Algo iba mal, sin embargo. Trató de comprenderlo. Pero se le escapó hacia el lado, fuera del campo de visión.

–A mi entender, no hay ninguna duda —dijo Giraud, mirando a Jordan por encima del escritorio.

A sus cuarenta y seis años, Jordan era demasiado atlético, demasiado capaz físicamente para arriesgarse; y ellos tenían cuidado de no dejarle un cardenal, por otras razones. Los límites que usaban se estaban diluyendo; claro que no habría psicoprueba; Jordan Warrick era un Especial, un tesoro nacional. Ni siquiera el Departamento de Asuntos Internos podía hacer nada que pudiera dañarlo, en ningún sentido.

Un Especial acusado de haber matado a otro Especial. Era una situación sin precedentes. Pero Jordan Warrick podía asesinar a una docena de niños en el Hotel Novgorod Plaza a plena luz del día y no podían ni preguntarle ni mandarlo a psicotest ni administrarle siquiera el ajuste que recibiría un delincuente común.

Jordan lo miró con furia desde la silla a que lo habían atado los de Seguridad.

–Sabes perfectamente que yo no lo hice.

–¿Y qué vas a hacer? ¿Pedir un psicotest para probarlo? No podemos hacerte nada. Tú lo sabes. Lo sabías cuando lo hiciste.

–No lo hice. Maldita sea, ni siquiera tienes la autopsia todavía.

–No importa de qué murió, bastaba con el frío. El conducto no se rompió sin motivo, Jordan, tú lo sabes y sabes por qué se rompió. Ahórranos el trabajo. ¿Qué hiciste? Cortar un poco el conducto y llenar el tanque del laboratorio. Esa es mi teoría. Llenaste el tanque hasta arriba, luego detuviste la válvula principal y colocaste la bomba de devolución de flujo al máximo. Eso haría que el conducto se quebrara en el punto más débil, en el sitio en que lo habías manipulado.

–Así que tú sabes cómo hacerlo. Pareces conocer las tuberías mucho mejor que yo. Yo trabajo con un ordenador, Gerry, un teclado. Nunca me he interesado por los conductos del Ala Uno. No entiendo los sistemas de criogenia y nunca me preocupé por aprender. Además, tu teoría tiene otra laguna. No tengo acceso a esa área.

–Justin sí. Su azi también.

–Ah, estás provocándome, ¿no? Grant está en el hospital, ¿no es cierto?

–Ya hemos sometido a tu hijo a psicotest. Vamos a interrogar al azi. Tu azi y el de Justin.

La cara de Jordan quedó fija en una expresión de calma profunda.

–No vas a descubrir nada porque no hay nada que descubrir. Vas a tener acusaciones hasta las orejas, Giraud. Mejor será que te prepares.

–No, claro que no. Porque conozco tu motivo.

¿Quémotivo?

Giraud pulsó un botón en el grabador de la oficina, una cinta cargada con anterioridad.

—Te ha pasado el fardo a ti, Gerry. Y Denys también. No estamos hablando de un asunto de informes. Hablamos de un chico asustado, Gerry.

—Otra semana...

—A la mierda con eso. Puedes empezar por darme un pase de Seguridad, y hacer que Petros conteste a mis llamadas.

Tu hijo está allí ahora. Tiene un pase, aunque no sé por qué. Él se ocupará. —Pausa—. Mira, Jordie, me dicen otra semana más. Dos como máximo.

—Justin tiene pase.

Fin de la cinta.

–¿Qué mierda tiene que ver eso con todo lo demás?

–Es cuando fuiste a ver a Ari. ¿No es cierto? Justo entonces, después de esta conversación.

–Tienes razón, mierda. No podías dejar de espiarme, claro.

–No. «Justin tiene pase», dijiste. Eso te sorprendió. A) Justin no te reveló algo que tendría que haberte contado. B) Ari nunca mostró los ases que tenía. C) conoces las costumbres de Ari. En ese momento, adivinaste una cosa que habías sospechado desde el principio, justo cuando te enteraste del trato que tu hijo hizo por Grant.

–Puras fantasías.

–Tu hijo trató de chantajear a Ari. Sin duda fue una buena intriga. Pensaste que te sacaría a Ari de encima. Lo dejaste continuar. Pero cuando Ari trajo a Grant a casa, tenía todas las cartas. Todas,¿no es cierto? Tu hijo recurrió a Ari para pedirle ayuda, no a ti. Y tu hijo consiguió un favor de Ari que tú no pudiste conseguir con todas tus amenazas. Me pregunto cómo.

–Tienes una gran imaginación. Nunca lo habría supuesto.

–Te enfrentaste a ella. Ari te lo contó o tú ya lo sabías, lo que había estado haciendo tu muchacho para conseguir tantos favores. Y la mataste. Manipulaste la válvula y abriste la bomba, no necesitabas mucho tiempo. Todos los trabajadores del Ala Uno sabían lo de esa puerta. Se suponía que iba aser un accidente, pero tuviste que improvisar, claro.

Jordan se mantuvo en silencio durante un momento. Luego:

–Algo falla.

–¿Por qué?

–Alguien más sabía que yo iba para allá. Tú lo sabías. Yo me fui. Ari y yo hablamos y me fui. Compruébalo en el Anotador.

–Ari no tiene Anotador. Ya sabes cómo es ese maldito TraDuctor. No hay grabación de palabras heladas. Y no nos dejó notas. No tuvo tiempo. Tú la golpeaste, amañaste lo del conducto, cerraste la puerta, hiciste aumentar la presión. Cuando se disparó la alarma, ya estabas arriba de nuevo.

–No lo hice. No voy a decirte que lo siento mucho. Pero no lo hice. Y Justin estaba en el hospital, lo dijiste en esa cinta que me pasaste. Si la borras, te haré quedar como un mentiroso.

–Ahora estás hablando de más. Porque si vas a juicio, Jordan, presentaré otras cintas como evidencia. Y voy a pasarte una.

–No es necesario.

–Ah, entonces sabes de qué se trata. Pero quiero que la veas, Jordie. Te las pasaré todas, si quieres. Y después me dices lo que piensas.

–No es necesario.

–Ari dijo que tú habías tenido un lío con ella, hace unos años.

Jordan respiró hondo. La máscara había caído.

–Escúchame —soltó de un tirón—, escúchame muy bien, tonto, porque tú creesque controlas la situación, solamente lo crees. Si Ari está muerta y yo me voy, Reseune quedará con dos alas totalmente colgadas, en desorden. Reseune tiene contratos que no puede olvidar. Reseune va a tener muchos problemas para cumplir con esos contratos y todos sus socios políticos querrán repartirse el botín. Y rápido. Te estás olvidando de que si muere un Especial, tiene que haber una investigación, una audiencia. Y lo que encuentren va a ser muy interesante, no sólo para nosotros, las almas de Reseune. Cuando esto llegue a los servicios informativos, vas a ver cómo corren los jefes de Departamento y los presidentes de las corporaciones, como cucarachas al encenderse una luz. Tienes razón. No puedes someterme a psicotest. Sólo puedo ofrecer mi palabra de honor. Ya sabes lo que les diré. Les diré que has usado cinta conmigo. Y nadie puede estar seguro sin un psicotest. Y la ley no me dejará hacerlo, ni siquiera como voluntario. Tú ponme frente a un micrófono. Espero que lo hagas. Es el tipo de cobertura que estoy esperando. El mejor seguro que podría tener. Ari y su amiga Lao podían cerrarme la boca. Pero, ya sabes, hay ciertas cosas que son demasiado grandes: no se pueden ocultar. Matar a la jefa de Reseune es una de estas cosas. Lamento no haber pensado en eso.

–Es verdad. Todo esto es verdad.

–Ahora estás pensando en matarme. Hazlo. Piensa que un Especial muerto ya es difícil de explicar.

–Pero hay algo tan acabado en las noticias viejas... Un poco de escándalo. Y después, mucho silencio.

–Pero tú no estarías en el Concejo, Puedes estar seguro de que no. Podemos matar en las calles pero no podemos ocultarlo. Ningún poder político. No hay rincones oscuros para que se escondan los insectos. Desprecio público. Si quieres ver cómo Reseune pierde todo lo que ha conseguido...

–Ah, pero es noticia conocida. Asesinato-suicidio. No podías tolerar la publicidad que conlleva un juicio. Pensaste que podías callarlo. No sabías que había cintas. No sabías que Ari grababa sus fiestecitas. Y la gente quedará impresionada. Pero sólo por un tiempo. A la gente siempre le han divertido los escándalos de los ricos y famosos. Después, todo se pierde en el tiempo. Quién sabe, tal vez tu hijo sobreviva. O quizá termine trágicamente. Sobredosis de drogas. Cintas con errores. Una pena. Pero lo que sí sabes es que no conseguirá un puesto en Reseune. O en ningún otro lugar donde tengamos influencia. Sin mencionar al otro muchacho. El azi. Probablemente es un error hacerlo pasar por un psicotest. Está tan débil ahora... Pero tenemos que averiguar la verdad.

Jordan permaneció inmóvil durante un buen rato.

–Y también, está Paul, claro —añadió Giraud.

Jordan cerró los ojos.

–¿Vencido? —preguntó Giraud.

–Estoy seguro —dijo Jordan, mirándolo– de que quieres plantearme una oferta. Lo has planeado muy bien... ¿La seguridad de ellos a cambio de mi silencio?

Giraud sonrió sin ganas.

–Sabes que podemos contra ellos. Nos has dado demasiados rehenes, Jordan, y no puedes proteger a ninguno, excepto si sigues mis órdenes. No quieres que tu muchacho viva con esa cinta. No quieres que lo juzguen, no quieres que se levanten cargos contra los Kruger, ni ver a tu amigo Merild arrastrado a la corte, ni a todos tus amigos del Concejo involucrados, uno detrás de otro, en fila. Cuando una investigación de este tipo empieza, no hay forma de que se detenga. No quieres que interroguemos a Grant o a Paul, que los sometamos a psicotest una y otra vez. Sabes lo que eso les provocaría. Nosotros no queremos que la investigación se nos escape de las manos y yo no quiero que el escándalo afecte a Reseune. Te diré cómo lo haremos. Tú nos haces una confesión. No te pasará nada y lo sabes. Incluso conseguirás lo que siempre has querido: un traslado. Insistiremos en que tu trabajo es importante. Y seguirás adelante en un lugar tranquilo, cómodo, sin cámaras, sin micrófonos, sin visitas, ¿No es la mejor alternativa?

–Excepto que yo no lo hice. No sé lo que pasó. Salí de ahí y Ari estaba bien. Discutimos. La acusé de chantajear a mi hijo. Ella se rió. Me fui. No la amenacé. No dije nada. No soy tan tonto como para haberle dicho a Ari lo que pensaba hacer. Y mis planes no incluían el asesinato. No sé. Es la pura verdad. No me había decidido a acudir al Departamento. Pensaba que tal vez había una forma de comprar a Ari.

–Ahora tenemos una verdad diferente. ¿Produces una verdad por minuto?

–Es la verdad.

–Pero no puedes someterte a psicotest. No puedes probar lo que viste. O lo que hiciste. No puedes probar nada. Así que estamos otra vez donde comenzamos. Francamente, Jordie, no me importa si lo hiciste o no. En este momento, eres nuestro principal problema. Hubieras deseado hacerlo, eres el número uno de mi agenda. Y si no lo hiciste tú, eres más peligroso que el asesino, porque si otra persona mató a Ari, fue algo personal. Si lo hiciste tú, se trata de otra cosa. Así que examinaremos muy bien esos conductos, las válvulas, todo el sistema. Si no encontramos pruebas, las falsearemos, te lo digo con franqueza. Y te daré todo el libreto para el Departamento. Tú sigue el guión y yo cumpliré con mí parte. Pídeme lo que quieras. Cualquier cosa dentro de lo razonable. Tú te declaras culpable, recibes el golpe, te retiras a un lugar tranquilo y todo estará bien. Si no, lamento decirte que tomaremos las medidas apropiadas.

–Los quiero fuera de aquí. A Justin. A Grant. A Paul. Es mi precio.

–No puedes conseguir tanto. Puedo darte seguridad para ellos. Eso es todo. Se quedarán aquí. Si cambias de opinión, también nosotros lo haremos. Si intentas escapar, si te suicidas, si hablas con alguien o transmites un mensaje de cualquier tipo, ellos pagarán por ti. Éste es el trato. Así de simple.

Un largo silencio.

–Entonces, ponlos conmigo.

Giraud negó con la cabeza.

–Voy a ser generoso. No estoy obligado a serlo, como comprenderás. Te daré a Paul. Me caes bien. Paul, claro está, tendrá que cumplir con las mismas condiciones.

–Pero no vas a tocarlo.

–¿Qué supones? ¿Qué le ordenaría que te espiara? No. No él. Ni a tu hijo. Ni al azi. Tú cumple tu parte, yo cumpliré con la mía. ¿Hacemos el trato?

Jordan asintió después de un momento. Se le advertía un leve temblor en la boca.

–Te quedarás aquí —continuó Giraud– mientras dure la investigación de Asuntos Internos. Detenido. Pero disfrutarás de comodidades razonables. Acceso a Paul, puedo arreglar eso. Acceso a tu hijo, sólo bajo restricciones. Déjame advertirte que ese muchacho tratará de ayudarte. Por su bien, será mejor que lo detengas. En seco. Probablemente eres el único que sabe cómo hacerlo. ¿De acuerdo?

–Sí.

–Quiero mostrarte esa cinta que te prometí.

–No.

–Creo que deberías verla. En serio, deberías verla. Quiero que la recuerdes, que sepas lo que podemos usar si no se te ocurre cómo darle un motivo político a lo que hiciste. Estoy seguro de que puedes ser convincente. Sugiero contactos radicales. Contactos centristas. Porque tiene que haber un motivo ¿no? —Apretó un botón. Se conectó la pared pantalla. Jordan se encontró mirándose a sí mismo, Jordan, con los ojos fijos en el rincón, no en la pantalla. Jordan, con una expresión como la de una imagen tallada en la penumbra, en las luces fugaces de la pantalla. Había voces que hablaban. Cuerpos que se entrelazaban. Jordan no quiso mirar. Pero reaccionó. Oía.

Giraud no lo dudaba.

–¿Expresó Jordan Warrick alguna vez su opinión sobre Ariane Emory ante ti?

–Sí, ser —contestó Grant. Estaba sentado e inmóvil en el escritorio, los brazos cruzados frente a él y mirando cómo oscilaba la luz del Anotador, esa pequeña caja que le separaba del hombre que afirmaba pertenecer al Departamento de Asuntos Internos. Contestaba pregunta tras pregunta.

Justin no había vuelto. Lo habían alimentado y le habían dejado darse una ducha. Le dijeron que le visitaría un hombre para hacerle preguntas esa tarde. Luego, lo volvieron a meter en la cama y lo ataron de nuevo. Supuso que ya era por la tarde. O era lo que ellos querían que pareciese. Podía enfurecerse por lo que le hacían, pero sería en vano; era lo que ellos querían y no podía impedirlo. Estaba asustado, pero esta circunstancia tampoco ayudaba. Se calmó y contestó las preguntas sin tratar de descubrir una estructura lógica todavía, porque eso podía afectar sus respuestas y entonces ellos le darían pistas, y luego él les daría pistas a ellos, y todo se convertiría en una conversación entre adversarios. El no quería eso. Quería entender, pero se descubrió deseándolo demasiado y se desconectó. Había aprendido este truco, cuando era muy, muy pequeño, una táctica azi. Tal vez le ayudaba. Tal vez era otra de las diferencias entre él y Justin, entre él y uno que había nacido hombre. Tal vez lo hacía menos humano. O más. Él lo ignoraba. Resultaba útil, a veces, cuando sabía que alguien quería manipularlo.

Simplemente, estaba no-presente.La información fluía. La tomarían cuando estuviera inconsciente si no se la entregaba de forma voluntaria, aunque sospechaba que la controlarían con un psicotest de todos modos.

Ya lo entendería más tarde, cuando recordara las preguntas, sólo lo que le habían preguntado y cuáles habían sido sus respuestas. Entonces, tal vez podría pensar. Pero no ahora.

No-presenteeso era todo.

Finalmente, el hombre de Asuntos Internos también estaba no-presente.Aparecieron otros y las ilusiones de puertas se abrieron.

El siguiente lugar era el laboratorio psíquico. Y entonces se enfrentó a lo peor, el flujo, estar no-presenteen un psicotest. Caminar en la franja entre no-presentey presenteexigía mucha concentración. Si empezaba a dudar, y se iba demasiado hacía el no-presente yse quedaba demasiado tiempo, entonces le resultaría difícil encontrar el camino de vuelta.

El presentetrataba de penetrar en su pensamiento, dudaba de que Justin hubiera entrado alguna vez en el cuarto, sospechaba incluso que si había entrado, la rabia de Ari hubiera caído finalmente sobre él, y Justin y Jordan estarían ahora acusados por haberle raptado.

Pero descartó aquellas ideas. No luchó con los técnicos como había peleado con los hombres, si hubieran sido reales, claro. Los técnicos eran técnicos de Reseune y tenían las llaves de cada uno de sus pensamientos, hasta los más ínfimos.

La primera regla decía: siempre es correcto abrirse a la orden de tu clave.

La segunda regla decía: una clave es absoluta.

La tercera regla decía: un operador con tus claves siempre tiene razón.

Ningún operador de Reseune crearía una ilusión de operadores de Reseune, eso lo creía con todo su corazón. Sólo un operador de Reseune podía tener sus claves. Todo el universo podía desintegrarse en partículas y disolverse a su alrededor, pero él existía y el operador que tenía sus claves también existía.

Justin tal vez era una ilusión. Tal vez no existía un lugar llamado Reseune ni el planeta Cyteen. Pero el que le murmuraba números correctos y frases en códigos podía penetrar en su mente cuando quisiera y salir sin dejar rastro; o extraer algo para examinarlo, no cambiarlo: un florero en una mesa se quedó un momento quieto y luego buscó su anterior posición, sin violencia, persistente. La otra cara hacia fuera.Tendría que pasar por muchas entradas como ésa, muchas rotaciones del mismo florero, muchas distracciones como mover otra mesa, cambiar de lugar la cama, para que el florero pudiera quedarse un tiempo en su nueva orientación. E incluso entonces tendería a girar, con el tiempo.

Resultaba más fácil si el visitante le decía que iban a arreglar la habitación y le mostraba la clave, le ordenaba quedarse de pie, quieto y mirar. Y entonces le explicarla que el nuevo arreglo haría juego con el resto de la casa, después de lo cual, si realmente funcionaba, él sentiría cada vez menos desconfianza por el cambio.

Esta vez el visitante se mostraba brusco y arrojaba las cosas por el suelo, y luego lo acorralaba y le hacía preguntas. Esto lo llenaba de angustia porque era lo bastante inteligente para saber que a veces, estas tácticas eran una distracción para conseguir que el florero se moviera. O para evitar esa tentación obvia o para algo que él tal vez ignoraba de momento.

El visitante lo golpeó una o dos veces y lo dejó confuso. Cuando supo que la puerta se cerraba, se quedó allí quieto durante un rato, y el florero que estaba destrozado se levantó y se arregló solo, y los muebles se reordenaron y los pedazos comenzaron a unirse de nuevo.

Tuvo que quedarse quieto durante bastante rato para asegurarse de que todo estaba realmente en el lugar apropiado. El desconocido podía haber hecho algo peor. Podía haber profundizado un nivel más para acosarlo a través de habitaciones más y más profundas hasta acorralarlo en una donde no había lugar para seguir retrocediendo. Y entonces, habría encontrado una entrada y lo habría arrastrado hacia sí mismo, en territorio oscuro que el invasor conocía y que él mismo no quería abrir sino con resistencias.

En realidad no era así, claro. Era sólo la imagen que tenía de niño, una imagen que un técnico le había ayudado a construir. El florero era la puerta de la manipulación. La puerta sí-no/estás-a-salvo. Estaba justo a la entrada y cualquier operador que tratara de tranquilizarle la habría girado un poco.

Este visitante había arrojado el florero al suelo.

Grant salió a una habitación mucho más deprimente y vacía. Las sombras iban y venían y le hablaban. Pero todavía estaba bastante no-presente.Se encontraba agotado y las habitaciones seguían viniendo en desorden, los muebles caídos al azar, pidiéndole que los ordenara, lo cual significaba que debía de haber entrado mucho. Esa gente seguía pegándole, golpes en la mejilla, tanto que parecía que la piel se le caía de la cara. Le hablaban, pero las palabras se deshacían. No tenía tiempo para ellos. Se estaba quebrando por dentro y cuando lo despertaban no estaba seguro de que las cosas pudieran volver al sitio al que pertenecían.

Alguien le dio las palabras clave que le había dejado el último visitante. E insistió en que se despertara. Después se encontró mirando a Petros Ivanov, que se había sentado a su lado, en la cama.

–Van a llevarte en una silla. ¿Estás de acuerdo?

–Sí —dijo él. Estaba de acuerdo con todo. Fueran quienes fuesen. Estaba muy ocupado colocando las cosas de nuevo en los estantes y mirando cómo se caían de nuevo.

La habitación parecía distinta ahora. No había flores. Había una caída de agua. Hacía un sonido rítmico pero que no tenía ritmo. Claro. Era un fractal. Los fractales abundaban en la naturaleza. Trató, sumiso, de descubrir el patrón. Lo habían atado a la silla con esposas. No estaba seguro de cómo se relacionaba este dato con todo lo demás. Se centró en el aspecto matemático ya que eso era lo que le habían dado a resolver. No sabía por qué.

Durmió, tal vez. Sabía que le habían hecho algo a su mente, porque la puerta de la manipulación estaba inestable: el florero seguía cayéndose de la mesa que había junto a la puerta. No estaba a salvo. No estaba a salvo.

Pero de pronto recordó que Justin iba a visitarle. Eso había sido verdad antes. Violó la regla cardinal y, con todo cuidado, mientras examinaba lentamente el precio de lo que iba a hacer, tomó como válida otra verdad, no la del operador.

Si estaba equivocado, no podría volver desde allí, no tenía mapas.

Si estaba equivocado, no podría reconstruirse con facilidad.

Volvió a poner el florero sobre la mesa. Esperó.

Justin vendría. Si no, nada habría existido nunca.

Podía ver y sentir y caminar en el mundo de ellos. Pero no de verdad. Ellos la destruirían. Pero no de verdad. Nada era...

... real.

De todos modos.

VI

El velatorio era un espectáculo impresionante. El Salón de Estado devolvía el eco de la música sombría del funeral y estaba decorado con flores y plantas verdes, un espectáculo sacado de la vieja Tierra, había hecho notar un comentarista mientras otros analistas más actuales lo comparaban con el espectáculo de la muerte de Corey Santessi, jefe arquitecto de la Unión, cuyo trabajo de cuarenta y ocho años en el Concejo, primero como jefe de Asuntos Internos y luego en el Departamento de Ciudadanos, había sentado el precedente para la inercia en los electorados. Entonces también había habido necesidad de demostrar que Santessi había muerto, considerando la distancia que separaba las colonias y la velocidad con que podía divulgarse y desarrollarse un rumor. Habían tenido que organizar una ceremonia decorosa para el momento en que la antorcha cambiaba de manos y permitir que los colegas que habían luchado contra la influencia de Santessi se pusieran en pie en público y declararan su dolor en piadosos discursos que suscitaron especulaciones por la forma en que se repitieron hasta la saciedad.

Todavía más ahora, cuando la muerta era sinónimo de Reseune y de la resurrección y víctima de un asesinato.

–Tuvimos nuestras diferencias —reconoció Mikhail Corain en su discurso—, pero la Unión ha sufrido una gran pérdida en esta tragedia. —Hubiese sido una falta de tacto sugerir que la pérdida era doble si se contaba al presunto asesino—. Ariane Emory era una mujer de principios y de gran visión. Pensad en las arcas que preservan nuestra herencia genética, las arcas en órbita en estrellas lejanas. Pensad en el acercamiento con la Tierra y en los acuerdos que han hecho posible la preservación y recuperación de especies.

Era uno de sus mejores discursos. Había sudado sangre para redactarlo. Circulaban rumores preocupantes sobre supresión de pruebas en el caso, sobre la orden inexplicada que según Reseune, Emory misma había insertado en los ordenadores de la Casa para pedir la eliminación de sus guardias personales, una eliminación que el personal había llevado a cabo sin preguntas ni dudas. Estaba el extraordinario caso del azi de los Warrick, secuestrado y manipulado por los extremistas de Rocher y luego devuelto a Reseune. Estaba el hecho de que Rocher mismo, con discursos furibundos, se había alegrado públicamente del asesinato, noticia que había ocupado mucho más lugar que el hecho de que abolicionistas afiliados al centrismo, como Ianni Merino, habían lamentado la pérdida de una vida y protestado contra la eliminación de los azi, todo un montaje que resultaba demasiado complicado para los servicios informativos: Ianni nunca había aprendido a hablar de un solo tema, y su declaración se parecía demasiado a las palabras de Rocher. Los periodistas llenaban las escaleras y los umbrales de las puertas de las oficinas como predadores que se asoman sobre un acantilado; corrían, con los Anotadores abiertos, a preguntar a cualquier centrista del Concejo y del Senado: «¿Cree que hay una conspiración?», o bien: «¿Cuál es su reacción ante el discurso de Rocher?»

Lo cual era muy peligroso para algunos centristas.

Corain esperaba haber atenuado parte de aquello. Esperaba que lo citaran.

Ni decir que los servicios informativos estaban bajo el control del Departamento de Información, cuyo canciller electo era Catherine Lao, portavoz fiable de Ariane Emory. Ni decir que los ascensos y las carreras dependían de que los periodistas llegaran con material que satisficiera a la Alta Dirección. No era culpa de los periodistas si sentían que la Alta Dirección exigía cada vez más sobre la teoría de la conspiración; seguramente era un buen teatro.

Corain empezaba a sudar cada vez que veía un Anotador cerca de un miembro de su partido. Había tratado de hablar con ellos personalmente, pidiéndoles que fueran discretos. Pero las cámaras intoxicaban, el horario de reuniones por el funeral era muy estricto y corto, había mucha presión, y no todos los cancilleres ni todos los miembros de la dirección del partido estaban de acuerdo con la línea establecida.

Había caras que las cámaras nunca habían captado antes: la del director de Reseune, Giraud Nye, por ejemplo. Los periodistas trataban de explicar al público que, en contra de la creencia general, Ariane no había sido Administradora de Reseune, en realidad no había ningún puesto administrativo en Reseune durante los últimos cincuenta años. Había nuevos nombres que aprender: Giraud Nye. Petros Ivanov. Yanni Schwarz.

Nye maldito sea, se desenvolvía bien en las entrevistas.

Y cuando un sillón del Concejo quedaba vacante y el canciller en cuestión no había nombrado sucesor, entonces el secretario del Departamento de ese electorado nombraba uno. En este caso, era Giraud Nye.

Que muy bien podía renunciar a su trabajo en Reseune para tratar de ocupar el puesto de Emory.

Eso significaba, pensó Corain con desesperación, que Nye ganaría a menos que el juicio a Jordan Warrick aportara algún dato explosivo. Pero los informantes de Corain en el Departamento de Asuntos Internos decían que Warrick todavía estaba bajo arresto en la Casa; Merild, en Novgorod, puesto bajo investigación por el Departamento como posible conspirador, no era el abogado para la defensa de Warrick, y además, un abogado abolicionista había tratado de ponerse en contacto con Warrick. Este se había negado, con mucho sentido común, pero había pedido a Asuntos Internos que nombrara a alguien, lo cual había llamado mucho la atención en las noticias: un hombre con los recursos de Warrick, un Especial que iba a enfrentarse a una audiencia del Concejo, pedía un abogado del Departamento, como un indigente. Porque le habían congelado las cuentas en Reseune y la organización no podía ocuparse con decoro de la acusación y de la defensa con su propio departamento legal.

Música solemne. Los miembros de la Familia se reunieron para el momento final junto al ataúd. Luego, la guardia de honor militar lo cerró y lo selló. La escolta militar y la de Seguridad de Reseune esperaban fuera.

Ariane Emory se iba al espacio. No habría monumentos, según sus deseos. Incineración y transporte al espacio, donde el carguero Galante, que estaba en el Sistema Cyteen, usaría uno de sus misiles para enviar las cenizas hacia el Sol. Una última extravagancia que había pedido al gobierno de la Unión.

La perra estaba decidida a que nadie se llevara una muestra, eso era todo. Y elegía todo el Sol como sepulcro.

VII

El asesinato había dado poco tiempo para reunir a todo el Concejo, pero los secretarios de los Departamentos estaban en Novgorod o en la estación: el Senado de Cyteen estaba reunido en sesión; el Concejo de los Mundos se había reunido también. Tres cancilleres habían llegado ya: Corain, del Departamento de Ciudadanos, residente en Cyteen; Ilya Bogdanovitch, del Departamento de Estado; y Leonid Gorodin, de Defensa.

Una mayoría real de dos tercios de centristas, pensó Corain. Para lo que servía en un funeral...

Había que felicitar a Nye por su nuevo puesto como sustituto. Nada de recepciones: la ocasión no lo permitía, no lo habría permitido ni siquiera si él hubiera sido primo de Ariane Emory. Pero había que dejarse caer por las oficinas que había ocupado Emory. Presentarle sus respetos. Y estudiar a ese hombre, juzgarlo para tratar de averiguar qué tipo de hombre era en los pocos momentos de que se disponía, ese hombre que venía de las sombras más completas de Reseune a ocupar el manto de Ariane Emory.

Juzgar en cinco minutos, si era posible, si ese hombre, un Especial, podía reunir en sus manos todos los hilos de poder que Emory había forjado, eso había que reconocérselo a la vieja enemiga.

–Ser —dijo Nye y le dio la mano—. Siento que de alguna manera ya le conozco después de tantas discusiones con Ari a la hora de la cena. Ella le respetaba.

Eso puso a Corain en inmediata desventaja, primero porque si Nye lo conocía, el sentimiento no era mutuo; segundo, porque recordaba lo que era Nye y pensaba en la reacción de Ariane Emory en una situación como ésta.

Durante un instante casi añoró a la perra. Ariane había sido una perra, pero él se había pasado veinte años aprendiendo a comprenderla. Ese hombre representaba el vacío total. Y eso daba a Corain, una sensación de frustración y mareo.

–Disentíamos en muchas cosas —murmuró Corain, como había dicho a otros sucesores en sus años de poder—, pero estábamos de acuerdo en nuestro deseo de hacer lo mejor para el estado. La verdad es que me encuentro perdido, ser. No creo que se lo expresara nunca a ella, pero a mi entender ninguno de nosotros se ha dado cuenta todavía de lo que será la Unión sin ella.


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