Текст книги "Cyteen 1 - La Traicion "
Автор книги: C. J. Cherryh
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Научная фантастика
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–No tengo autoridad para exigirlo. Ya lo sabes. Pero se lo diré a Ivanov. Se lo diré muy en serio. Y te sacaré el tubo. Mira.
Dolió.
–Se va a derramar por el suelo.
–A la mierda. Ya está. —Detuvo el goteo—. Te van a poner un teléfono y un vídeo.
Grant sentía el corazón saltándole en el pecho. Recordó por qué era tan importante el teléfono. Pero no estaba allí ahora. O nada de eso había sucedido en realidad. O había posibilidades que se le escapaban.
–Sabes que no estoy muy en mis cabales.
–Bueno, no noto ninguna diferencia.
Grant rió, una risa leve, automática, alegre sólo porque Justin era capaz de bromear con él; y se dio cuenta de que había superado una etapa. Le sorprendió porque había esperado una lástima suave, profesional. No era una risa de comicidad. Era una risa de sorpresa.
La cinta no podía profundizar tanto como para lograr que Justin hiciera algo que su propia mente no esperaba, no cuando él estaba resistiéndose y no cooperaba con su inconsciente.
Rió de nuevo, para probar, y vio que Justin parecía tener vidrio en las tripas y al mismo tiempo algo de esperanza.
–Es un gusano —le dijo. Y sonrió, la boca más amplia cuando vio un instante de horror en la cara de Justin.
–¡Maldito loco!
Ahora rió abiertamente. Dolía pero resultaba reconfortante. Trató de levantar las piernas. Un error.
–Ah, maldita sea. ¿Crees que puedes conseguir que me suelten las piernas?
–En cuanto sepas dónde estás.
Él suspiró y la tensión se aflojó en él. Se dejó ir contra la cama en movimiento y miró a Justin con una placidez diferente a la que ofrecía la cinta. Todavía le dolía. Tensión muscular. Luxaciones. No sabía lo que se había hecho a sí mismo, o lo que le habían hecho.
–Te he atrapado, ¿eh?
–Si estás fingiendo...
–Ojalá. Estoy mal. Creo que voy a tener destellos de todo esto. Creo que terminarán desapareciendo. Estoy muy asustado. Si no vuelves... El doctor Ivanov está al cargo de esto, ¿no?
–Te está cuidando. Confías en él, ¿verdad?
–No cuando cumple órdenes de Ari. Tengo miedo. Tengo mucho miedo. Ojalá pudieras quedarte aquí.
–Me quedaré hasta la cena. Y volveré mañana para el desayuno. Volveré cada hora que tenga libre hasta que me echen. Voy a hablarte de Ivanov. ¿Por qué no tratas de dormir mientras estoy aquí? Me sentaré en la silla y tú podrás descansar.
Los ojos de Grant estaban tratando de cerrarse. Se dio cuenta de pronto y trató de luchar contra eso.
–No te vayas mientras estoy dormido.
–Te dejaré dormir media hora. Casi es la hora de la cena. Vas a comer algo, ¿me oyes? Basta de rechazar la comida.
–Mmmm. —Grant continuó con los ojos cerrados. Se alejó un rato, se alejó de la incomodidad. Sintió que Justin se levantaba, lo oyó acomodarse en una silla, controló después de un minuto para ver si todavía estaba allí y descansó otro rato.
Se sintió más lúcido que antes. Hasta se sintió progresivamente más seguro. Había sabido que Justin o Jordan tratarían de llegar a él para salvarlo; si la vida valía la pena, tenía que ser así. De alguna manera. Ahora que eso había llegado, tenía que creerlo o nunca más volvería a creer en nada, nunca podría volver del viaje que había emprendido.
II
Llegaron los informes y Giraud Nye aferró el lápiz y miró el monitor con una tensión creciente.
Las agencias de noticias informaban sobre el secuestro de un azi de Reseune a manos de elementos radicales, informaban sobre un ataque conjunto de la policía y el personal de Seguridad de Reseune contra una estación remota en las colinas por encima de Big Blue, con escenas crudas y horribles del interior, escenas tomadas por las cámaras de la policía: el azi, salpicado por la sangre de sus secuestradores, rescatado y arrojado a un transporte policial. Un oficial herido. Tres abolicionistas radicales muertos a la vista de las cámaras. Buena cobertura y todos los cadáveres explicados, lo cual impedía que Ianni Merino y los centristas abolicionistas armaran un escándalo y convocaran al Concejo: ante la opinión pública, Merino se estaba distanciando cuanto podía del incidente. Rocher estaba engañando al Departamento de Información al solicitar cobertura para una conferencia de prensa: no consiguió nada. Lo cual significaba que la policía observaría de cerca a Rocher. La última vez que éste se había quedado solo, alguien había colgado un enorme cartel que decía ABOLICIÓN TOTAL en el subterráneo de Novgorod y había saboteado los rieles, provocando un problema de tránsito que los servicios informativos no podían ignorar.
Dios sabía que eso no había granjeado la gratitud de los viajeros hacia Rocher. Pero tenía sus partidarios y un poco de despliegue de poder siempre proporcionaba nuevos simpatizantes.
Ya era hora, pensó Giraud, de hacer algo en cuanto a Rocher y De Forte. Hasta el momento habían constituido un problema embarazoso para Corain y para Merino, habían desacreditado a los centristas. Ahora Rocher había rebasado el límite, se había convertido en una molestia para todos.
Era conveniente si el daño en Grant era extremo. Una película antes y después en los servicios informativos pondría de manifiesto la verdadera identidad de los abolicionistas: aves de presa. Los ciudadanos normales nunca veían un proceso de borrado de cerebro. O un cambio radical. Conveniente si podían llevar al azi a reentrenamiento completo, o acabar con él. Era un Alfa, por Dios, y producto de Warrick, y quién sabía qué le habían hecho las cintas de Rocher: él prefería estar seguro y se lo había dicho a Ari.
Rotundamente no, había dicho Ari. ¿En qué estás pensando? En primer lugar, es un rehén. En segundo lugar, es un testigo contra Rocher. No lo toques.
Rehén de qué, había pensado Giraud con amargura. Ari estaba sometiendo a Justin a unas sesiones nocturnas y, entre provocarle úlceras a Jane Strassen en cuanto al reacondicionamiento del Laboratorio Uno y la relocalización de sus ocho estudiantes de investigación, estaba tan envuelta en su obsesión con el proyecto Rubin que nadie conseguía verla excepto sus azi y Justin Warrick.
Está en un lío mayúsculo. Ha perdido la juventud y todo eso.
Se va y me deja todo el lío de Novgorod. No toques a Merild ni a Kruger. No queremos que el enemigo huya bajo tierra. Haz un trato con Corain. No es tan difícil, ¿no?
A la mierda.
Sonó el teléfono. Era Warrick. Jordan. Pedía que dejaran a Grant bajo su custodia.
–No depende de mí, Jordie.
–No me importa de quién venga la decisión.
–Jordie, da gracias de que nadie haya iniciado un proceso contra ese hijito tuyo. Todo esto ha sucedido por su culpa, no me grites.
–Petros dice que la autorización de libertad depende de ti.
–Es un asunto médico. No interfiero en las decisiones de los profesionales. Si te preocupa el muchacho, te sugiero que dejes a Petros llevar a cabo su trabajo.
–Él te ha pasado el fardo a ti, Gerry. Y Denys también. No estamos hablando de un asunto de informes. Hablamos de un chico asustado, Gerry.
–Otra semana.
–A la mierda con eso. Puedes empezar por darme un pase de seguridad y hacer que Petros conteste a mis llamadas.
–Tu hijo está allí ahora. Tiene un pase, aunque no sé por qué. Él se ocupará.
Hubo un silencio al otro lado.
–Mira, Jordie, me dicen otra semana más. Dos como máximo.
–Justin tiene pase.
–Está con Grant ahora. No te preocupes, todo va bien. Ya han dejado de sedarlo. Justin tiene permiso de visita, lo tengo escrito aquí en la hoja, ¿de acuerdo?
–Quiero que salga.
–Está bien. Mira, yo hablaré con Petros. ¿De acuerdo? Mientras tanto tu hijo está con Grant y ésa es probablemente la mejor medicina que puede tener. Dame unas horas. Te conseguiré los informes médicos. ¿Estarás más tranquilo así?
–Te llamaré de nuevo, Giraud. No te dejaré en paz.
–De acuerdo. Estaré aquí.
–Gracias —llegó el murmullo del otro lado.
–Bueno —murmuró Giraud y luego, cuando se cortó el contacto—: Maldito. —Volvió a anotar los puntos que quería comentarle a Corain, se interrumpió para llamar a la oficina de Ivanov y pedir los informes médicos de Grant para la oficina de Jordan Warrick. Y después de pensarlo un poco añadió: SPCS, si lo permiten las condiciones de seguridad. No sabía a ciencia cierta qué podía haber en esos informes ni lo que había ordenado Ari.
III
El nuevo separador estaba trabajando. El resto del equipo estaba programado para el control. Ari tomaba notas manuscritas, sobre todo porque trabajaba en un sistema y el Anotador la molestaba. Había cosas que sólo la última tecnología podía hacer pero cuando se trataba de sus notas todavía las escribía con un lápiz óptico en el TraDuctor, en una taquigrafía que su Base en el sistema de la Casa ponía constantemente en los archivos porque conocía su letra manuscrita: un programa pasado de moda, pero que funcionaba como barrera para preservar la seguridad. La Base luego traducía, transcribía y archivaba bajo su clave y su huella digital, porque ella le había dado la palabra clave al comienzo de la entrada que deseaba hacer.
Nada que fuera realmente seguro hoy en día. Trabajo de laboratorio. Trabajo de estudiante. Cualquiera de los técnicos azi podría estar allí controlando las cosas, pero Ari disfrutaba del regreso a los viejos tiempos. Había contribuido en el desgaste de los bancos del Laboratorio Uno, horas y horas inclinada sobre el material, mientras llevaba a cabo el mismo trabajo que ahora, el antiguo equipo hacia que el separador que acababan de tirar pareciera el sueño dorado de un técnico.
Y no tenía ningún deseo de recuperar esa parte del pasado. Pero sí quería decir Yoal comienzo de ese proyecto, eso con seguridad. Quería su marca en el proceso y su mano en los pequeños detalles desde la concepción misma.
Fui muy cuidadosa con el comienzo de este proyecto.
Yo misma preparé el tanque.
En la actualidad había muy pocos que hubieran recibido entrenamiento en todos los pasos. Todos se especializaban. Ella pertenecía al período colonial, a los comienzos de la ciencia. Hoy en día había universidades que educaban monos, «científicos», o al menos personas que se consideraban como tales, que apretaban botones y leían cintas sin alcanzar a entender cómo funcionaba la biología. Ella luchaba contra esa tendencia a pulsar botones, una de sus prioridades era producir cintas de metodología aunque Reseune se guardaba sus secretos esenciales.
Algunos de esos secretos verían la luz en su libro. Lo había decidido así. Sería un clásico para las ciencias, toda la evolución de los procedimientos de Reseune, con el proyecto Rubin como meta en toda su perspectiva, como prueba para teorías que se habían desarrollado en las décadas de investigación de Ari Emory. Había pensado titularlo provisionalmente IN PRINCIPIO.Todavía buscaba un título mejor.
La máquina escribió una respuesta para una secuencia conocida. El ordenador marcó con rojo un área de discrepancia.
Diablos. ¿Era contaminación o un problema en la máquina? Hizo una anotación, lapidaria, honesta. Y se preguntó si le convenía más perder el tiempo en reemplazar aquella porquería e intentarlo de nuevo con una muestra de prueba totalmente diferente, o intentar averiguar la causa del problema y documentarla para el archivo.
Si se decidía por la primera alternativa, la solución era sucia. Si tenía que hacer lo segundo y no encontraba evidencia sólida, lo cual era muy probable en un problema mecánico, todo eso la haría quedar como una tonta o la obligaría a pedir ayuda a los técnicos que conocían más el equipo.
Dejar de lado la máquina y llevarla a los técnicos, introducir la muestra sospechosa en una máquina limpia e instalar una tercera máquina para el proyecto, con otra muestra.
Todo proyecto de vida real tiene sus problemas; de lo contrario, el investigador miente.
Se abrió la puerta del laboratorio exterior. Se oyeron voces distantes. Florian y Catlin. Y otra bastante conocida. Mierda.
–¿Jordan? —aulló, con fuerza suficiente para que le llegara la voz—. ¿Qué te pasa?
Oyó los pasos. Oyó los de Florian y los de Catlin. Había confundido a los azi y ahora seguían a Jordan hasta la puerta del laboratorio de frío.
–Necesito hablarte.
–Jordie, ahora tengo un problema. ¿Puede ser dentro de una hora? ¿En mi oficina?
–No veo por qué. Ahora. En privado.
Ella suspiró. Ahí va de nuevo. Grant, pensó. O Merild y Corain.
–De acuerdo. Maldita sea, Jane y su grupo estarán aquí molestando dentro de media hora. Florian, ve a B y diles que esta maldita máquina no quiere hacerme caso. —Se dio la vuelta y extrajo la muestra—. Quiero otra. Quiero todo esto mucho más limpio de lo que está. Dios, ¿cuál es el nivel de error que toleran hoy en día? Y la traerás tú mismo. No confío en los ayudantes. Catlin, ve y dile a Jane que se lleve a sus estudiantes a otro lado. Voy a cerrar este laboratorio hasta que todo funcione, mierda. —Volvió a suspirar y usó el waldo para enviar la muestra defectuosa de vuelta, a través de criogenia, luego extrajo la cámara de la muestra, la colocó en una célula de seguridad y la envió por la misma ruta. Cuando se dio la vuelta, los azi se habían ido y Jordan continuaba allí.
IV
Entre el hospital y la Casa había un largo trayecto si el tiempo exigía ir por los túneles y los vestíbulos, y una distancia mucho más corta si se caminaba al aire libre. Justin eligió el aire libre, a través de las sombras que cortaban los acantilados al sol, y pensó que debía haber cogido una chaqueta. Tenía destellos de cintas. Los tenía casi constantemente y en cualquier lugar. Las sensaciones lo alcanzaban más y le revolvían el estómago.
–Cómete esta porquería —había dicho Grant cuando el personal trajo dos cenas—. Si tú comes, yo también.
Justin había logrado tragar algo. No estaba seguro de que la comida fuera a permanecer en el estómago. Había valido la pena lograr que Grant se sentara y riera: lo habían desatado para que cenara y se había sentado con las piernas cruzadas sobre la cama y había atacado el postre con cierto entusiasmo, a pesar de que las enfermeras volverían a ponerle las ataduras para la noche, cuando estuviera solo.
Justin hubiera deseado permanecer con él durante la noche e Ivanov le habría permitido quedarse, pero tenía una cita con Ari y no podía contárselo a Grant. Trabajo nocturno en el laboratorio, le dijo. Pero Grant había mejorado un ciento por ciento cuando Justin se fue, si se le comparaba con el Grant que había visto al entrar en la sala; se cansaba muy pronto pero ahora tenía vida en los dos ojos, ganas de reír, tal vez un poco exageradamente, tal vez un poco forzado, pero la forma en que lo miraban sus ojos le indicaba que Grant estaba de vuelta. Justo antes de partir, la máscara se había deslizado del rostro de Grant, y Justin lo había visto serio y muy triste.
–Volveré por la mañana —le prometió el muchacho.
–Oye, no tienes por qué, hay un largo trecho hasta aquí.
–Quiero venir, ¿de acuerdo?
Y Grant lo miró, inmensamente aliviado.
Grant, que tenía el rostro, el cuerpo, la gracia que todas las muchachas que conocía habrían preferido a los de Justin.
Justin atravesó el destello de cinta que disminuyó hasta convertirse sólo en un recuerdo vergonzoso a través de un barro de angustia y cansancio. Dentro de poco no valdría para nada. Quería ir a alguna parte y vomitar, podría llamar a Ari y rogarle, decirle que se encontraba fatal, en serio, no era una mentira, podría invitarlo otro día, él...
Dios. Pero estaba el trato que le permitía visitar a Grant. Estaba el trato que le prometía la libertad de Grant. Y ella era capaz de lavarle el cerebro a Grant. Era capaz de cualquier cosa. Había amenazado a Jordan .Todo recaía sobre los hombros de Justin, y tal como estaba Grant, no podía contárselo.
Contuvo el aliento y se alejó despacio por el sendero que conducía a la puerta principal. Llegaba un avión. Justin lo oyó. Era algo normal. Las LÍNEAS AÉREAS RESEUNE volaban según las necesidades de la institución además de cumplir con el horario semanal. Vio cómo aterrizaba el avión mientras caminaba por la grava y junto a los arbustos adaptados que llevaban a las puertas principales. El autobús arrancó desde las puertas y se dirigió hacia la pista y el camino principal. Iba a buscar a algún pasajero, supuso Justin y se preguntó qué miembro de la Casa habría volado río abajo en medio de todo aquel caos.
Atravesó las puertas automáticas insertando la tarjeta, se la volvió a guardar y se alejó hacia el ascensor que lo llevaría a su apartamento.
Llamaría a Jordan en cuanto llegara y le diría que Grant estaba mejor. Deseaba haber llamado antes, desde el hospital, pero Grant no quería que Justin se alejara de su lado y Justin no había querido inquietarlo.
–Justin Warrick.
Dio media vuelta y vio a los guardias de Seguridad. Relacionó su presencia con la llegada del avión y el autobús, y al instante pensó que debía de estar llegando un visitante.
–Acompáñenos, por favor.
Justin indicó los botones del ascensor.
–Me dirigía a mis habitaciones. No me quedo por aquí.
–Acompáñenos, por favor.
–Maldita sea, pregunten a su supervisor. ¡No me toquen!
Pero uno de ellos había alzado la mano hacia él. Lo aferraron por los brazos y lo reclinaron contra la pared.
–¡Dios mío! —dijo él, exasperado, nervioso, mientras lo registraban con cuidado. Había un error. Eran azi. Habían entendido mal las instrucciones y estaban llegando demasiado lejos.
Le echaron los brazos atrás y sintió el frío del metal sobre las muñecas.
–¡Eh!
Cerraron las esposas. Le dieron la vuelta y lo obligaron a avanzar por el pasillo. Tropezó, y lo volvieron a poner en movimiento, por el corredor, hacia las oficinas de Seguridad.
Dios. Ari había presentado acusaciones. Contra él, contra Jordan, contra Kruger, contra todos los que tenían que ver con Grant. Ahora se lo explicaba. Había conseguido el apoyo que necesitaba en alguna parte, había encontrado algo con qué silenciarlos y volver la situación contra ellos. Y él había empezado todo el asunto pensando que podría contra ella.
Avanzó, por el vestíbulo hacia la oficina con las puertas acristaladas donde estaba el supervisor.
–Ahí —indicó el supervisor con un gesto hacia el fondo de la oficina.
–¿Qué mierda pasa? —preguntó Justin tratando de hacerse el valiente. No le quedaba otra salida—. ¡Maldita sea, llamen a Ari Emory!
Pero lo llevaron a través de puertas de acero, más allá de las puertas de seguridad, lo dejaron allí, entre paredes de hormigón y cerraron la puerta.
– ¡Mierda, los cargos, léanme los cargos!
No hubo respuesta.
V
El cadáver estaba bastante congelado, junto a la puerta abovedada, tendido boca abajo, un poco retorcido. Las superficies en la bóveda estaban cubiertas de escarcha y lastimaban al que las tocaba.
–Un pedazo de hielo —dijo el investigador y filmó la escena, una última indignidad. A Ari le habría dolido mucho, pensó Giraud y contempló el cadáver con los ojos muy abiertos, incapaz de creer todavía que Ari no iba a moverse, que aquellos miembros rígidos y la boca medio abierta no iban a animarse de pronto. Llevaba un suéter.
Todos los investigadores lo usaban si trabajaban en el viejo laboratorio de frío; nada más pesado. Pero ni siquiera un traje antifrío la habría salvado.
–Entonces no había hielo aquí —murmuró Petros—, no puede ser.
–¿Trabajaba con la puerta cerrada? —El investigador de Moreyville, una ciudad pequeña, representante de la ley en miles de kilómetros a la redonda, puso la mano sobre la puerta abovedada. La puerta se movió con sólo tocarla—. Mierda. —La detuvo con un toque, la balanceó cuidadosamente y la soltó.
–Hay un intercomunicador —dijo Petros—. La puerta nos dejó encerrados a todos, lo sabemos. Es la estructura del edificio. Si alguien se queda encerrado, llama a Seguridad, se comunica con la oficina de Strassen y alguien viene y lo libera, no es grave.
–Esta vez lo fue. —El investigador se llamaba Stern se levantó y pulsó un botón en el intercomunicador. El aparato se quebró con el frío—. Frío. Quiero este aparato —dijo a su ayudante que lo seguía con un Anotador—. ¿Alguien me oye?
No se produjo sonido alguno en la unidad.
–No funciona.
–Tal vez sea por el frío —aventuró Giraud—. No hubo ninguna llamada.
–La caída de la presión le indicó que algo andaba mal.
–La presión en el tanque de nitrógeno. Los técnicos lo sabían. Llegué un minuto o dos después.
–¿No había una alarma en este lugar?
–Sonó —dijo Giraud, indicando la unidad en la pared—, ahí. Nadie trabaja aquí. Con la acústica que hay, nadie sabía de dónde venía. No lo supimos hasta que los técnicos dijeron que era una línea de nitrógeno. Entonces comprendimos que era en el laboratorio de frío. Vinimos corriendo y abrimos la puerta.
–Mmmm. Y los azi no estaban aquí. Sólo Jordan Warrick, que estaba en las escaleras cuando sonó la alarma. Quiero un informe sobre esa unidad de intercomunicación.
–Nosotros redactaremos el informe —dijo Giraud.
–Mejor que se encargue mi oficina.
–Usted está aquí por razones oficiales. Para el informe. No es su jurisdicción, capitán.
Stern lo observó, un hombre macizo, severo con la luz de la inteligencia en la mirada. Suficiente inteligencia para saber que Reseune se tragaba sus secretos.
Y eso, como Reseune tenía amigos en Asuntos Internos, significaba que la decisión que tomara podría valerle un ascenso o graves problemas.
–Creo —dijo Stern– que lo mejor será que hable con Warrick.
Era una forma de decir que se retiraba para hacer interrogatorios en privado. El primer impulso de Giraud fue seguirlo para encubrir lo que había que ocultar. El segundo fue un pánico auténtico, una brusca comprensión de la calamidad que había golpeado a Reseune, que había acabado con todos sus planes: el hecho de que aquel cerebro tan activo, que había guardado tantos secretos, ahora era sólo un pedazo de hielo. El cadáver, tal como estaba, no podía transportarse con dignidad. Hasta aquella simple necesidad representaba un desastre grotesco.
Y Corain... Esto va a llegar a los servicios informativos antes de la mañana.
¿ Qué mierda vamos a hacer?¿ Qué vamos a hacer ahora?
Ari , maldita sea, ¿qué hacemos ahora?
Florian esperó, sentado en un banco en la sala del ala oeste del hospital. Apoyó los codos en las rodillas, la cabeza sobre las manos y lloró porque no había nada que hacer; la policía tenía a Jordan Warrick en custodia y no lo dejarían acercarse a Ari, pero él había visto aquella única imagen terrible y sabía que era cierto. Ella estaba muerta. El mundo había cambiado por completo. Las órdenes procedían de Giraud Nye: presentarse para cinta.
Él lo comprendía.
Presentarse al supervisor; la regla existía desde su infancia: había cintas para aliviar la angustia, cintas para suprimir las dudas, cintas para explicar el mundo, las leyes y las reglas del mundo.
Pero por la mañana, Ari todavía estaría muerta, y él dudaba de que pudieran decirle algo que le hiciera comprender.
Habría matado a Warrick. Todavía pensaba hacerlo si tenía oportunidad; pero sólo contaba con el pedazo de papel, la orden para la cinta, que lo enviaba allí para recibir el consuelo de un azi; y nunca se había sentido tan solo ni tan desamparado; todas las instrucciones, apenas un vacío; todas las obligaciones, desaparecidas.
Alguien entró en el vestíbulo, en silencio. Él levantó la mirada cuando vio a Catlin, bastante más tranquila que él; ella siempre conservaba la calma, no importaba la magnitud de la crisis, incluso ahora.
Se puso en pie y la rodeó con los brazos, la abrazó como hacían cuando dormían, y habían dormido así durante tantos años que él ya había perdido la cuenta, en buenos tiempos y en momentos terribles.
Apoyó la cabeza en el hombro de Catlin. Sintió los brazos de ella alrededor de su cuerpo. Era algo, un punto de referencia entre tanto vacío.
–La vi —elijo Florian, pero era un recuerdo que no podía tolerar—. Cat, ¿qué vamos hacer?
–Permaneceremos aquí. Es todo lo que podemos hacer. No hay ningún otro lugar adonde ir.
–Quiero la cinta. Es muy doloroso, Cat. Quiero que deje de dolerme.
Ella le cogió la cara entre las manos y le miró a los ojos. Los suyos eran azules y pálidos, como los de nadie más que Florian conociera. Siempre había un sentido común muy serio en Catlin. Durante un momento, se asustó: la mirada de ella parecía tan triste, como si ya no hubiera esperanza.
–Pronto dejará de dolerte —le consoló mientras lo abrazaba—. Ya dejará de dolerte, Florian. Ya verás, ¿Me estabas esperando? Vamos a dormir, ¿de acuerdo? Y no te dolerá más.
Llegaron pasos hasta la puerta, pero la gente iba y venía constantemente y Justin ya había gritado hasta quedarse afónico. Se sentó contra la fría pared de hormigón y se dobló en un nudo hasta que oyó que abrían la puerta.
Luego trató de ponerse en pie, se aferró a la pared y mantuvo el equilibrio mientras dos guardias de Seguridad se acercaban a él.
No opuso resistencia. No pronunció ni una palabra hasta que lo metieron de nuevo en una habitación con un despacho.
Un despacho ante el cual se sentaba Giraud Nye.
–Giraud —dijo Justin, la voz ronca, y se hundió en la silla de respaldo redondo—. Por Dios, ¿qué está sucediendo? ¿Qué están haciendo?
–Se te acusa de complicidad en un crimen —dijo Giraud—. Esto es lo que pasa. Ley de Reseune. Puedes hacer una declaración voluntaria ahora. Sabes que estás sujeto a normas Administrativas. Sabes que estás sujeto a psicotest. Y te aconsejo encarecidamente que seas sincero.
El tiempo se detuvo. Los pensamientos de Justin corrieron en todas las direcciones; no podía creer que todo aquello ocurriera de veras; estaba seguro de que era culpa suya, de que su padre se veía involucrado por culpa suya. El psicotest lo revelaría todo.
Todo. Jordan iba a enterarse. Se lo dirían.
Deseo estar muerto.
–Ari me hacíachantaje —dijo. Resultaba difícil coordinar las palabras con el mundo que giraba con tanta lentitud mientras su interior se movía tan rápidamente. El silencio se mantuvo un largo rato, colgado en el aire. ¿Mencionó a Jordan y la razón por la que tuve que decirle a Grant que se fuera? ¿Pueden descubrirlo? ¿Cuánto puedo mentir?– Dijo que Grant podría irse si yo hacía lo que ella quería.
–Tú ignorabas la relación entre Kruger y Rocher.
–¡Sí! —Eso era fácil. Las palabras se atropellaron unas a otras—. Kruger tenía que salvarlo porque Ari me dijo que iba a hacerle daño si yo., si yo no... ella... —Iba a vomitar. Los destellos de cinta lo inundaron. Se reclinó todo lo que le permitieron los brazos y trató de aflojar el nudo del estómago—. Cuando descubrí que Grant no había llegado a la ciudad, yo mismo fui a ver a Ari. Le pedí que me ayudara.
–¿Qué te dijo?
–Me llamó tonto. Me dijo lo de Rocher. Yo no lo sabía.
–Sí. No fuiste a ver a tu padre.
–No podía. El no sabía. Él habría...
–¿Qué habría hecho?
–No lo sé. No sé qué habría hecho. Yo lo organicé todo. El no tuvo nada que ver.
–Con la huida de Grant, quieres decir.
–Con nada. Con Kruger, Rocher. Todo.
–Y Ari iba a dejar que pasara eso....
No parecía razonable. Trampa, pensó Justin. Ella dejó que pasara. Tal vez esperaba que Grant se fuera. Tal vez... tal vez había alguna otra razón. Estaba muy enfadada. Estaba...
Pero uno nunca controla la situación con Ari. Ella juega con las relaciones como la mayoría de la gente juega con un ordenador.
–Creo que te preguntaremos el resto bajo psicotest. A menos que quieras añadir algo más.
–¿Quién va a hacerlo? —Había técnicos y técnicos, y la cosa era muy distinta según quién fuera a vaciarle el cerebro—. Giraud, si me graban, a Ari no le va a gustar. ¿Sabe dónde estoy? ¿Sabe que...? (Dios, ¿es política entre Ari y Giraud? ¿Me busca para ver si puede conseguir un arma contra ella?)Quiero hablar con Ari. Tengo una cita con ella. Debe de estar preguntándose dónde estoy. Si no voy, empezará... (empezará a ir contra Jordan, tal vez hará algo que hasta ella misma no pueda detener. Van a decírselo. Giraud se lo dirá. Tal vez Administración también quiere algo con Jordan, tal vez todo esto es un movimiento organizado por Giraud y Ari, ella conmigo y Giraud con Jordan. Dios, Dios... ¿En qué me he metido?)...a preguntar dónde estoy.
–No lo creo. Yo mismo me encargaré del psicotest ¿Quieres ir solo a la habitación o vas a empezar a plantear problemas con eso? Si nos pones dificultades, será peor. Ya me entiendes. Sólo quiero asegurarme de que lo recuerdas.
–Iré solo.
–Bien. —Giraud se puso en pie y Justin se inclinó hacia delante y se levantó sobre piernas temblorosas. Estaba medio mareado de frío y las ideas que se atropellaban en su mente quedaron confusas, se convirtieron en un círculo vicioso.
Fue hasta la puerta y Giraud la abrió, caminó delante de él y de los guardias hasta un lugar del cual había oído hablar toda la vida, una habitación muy parecida a las del hospital, en esa ala a la que acudían los azi para los ajustes: paredes verdes, una simple cama. Había una cámara en un rincón.
–La camisa —dijo Giraud.
Justin sabía lo que querían. Se la quitó y la colocó sobre la mesa. Se sentó en la cama y aceptó la inyección que le administró uno de los azi, trató de ayudarlos a ajustar los sensores porque siempre lo hacía solo para las cintas, pero tenía poca coordinación. Se abandonó en las manos que lo ayudaban, sintió que le levantaban las piernas para ponerlo sobre la cama. Sintió que trabajaban con las almohadas. Cerró los ojos. Quería pedirle a Giraud que hiciera salir a los azi porque lo que iba a decir tenía que ver con Ari, y los azi que lo escucharan, terminaría en un tratamiento de borrado selectivo, no había otra forma de solucionarlo.
Giraud le formuló preguntas, con amabilidad, como un profesional. Fue consciente de las primeras. Pero eso se desvaneció después. Podría haber estado en manos de técnicos, pero Giraud era el mejor interrogador que podía tocarle, tranquilo, nunca dejaba secuelas emocionales. Profesional, eso era todo. Giraud estaba controlando la verdad, al menos trataba de descubrirla.
Giraud se lo dijo. Y bajo la droga, lo que le decían era cierto.
Giraud no se impresionaría ante los actos de Ari. Había vivido demasiado y visto demasiado. Giraud se compadecía de él y creía cuanto le decía. Un muchacho con sus notas, cerca de Ari, tenía que entender que no era la primera vez que ella lo hacía. Que ella había querido conseguir una ventaja sobre Jordan, claro. ¿Quién podía ponerlo en duda? Jordan seguramente lo sabía.