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Cyteen 1 - La Traicion
  • Текст добавлен: 26 октября 2016, 21:27

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Автор книги: C. J. Cherryh



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Había bombas de relojería, eso era cierto. La principal era una que tenía ocho años, y exponerla a la hostilidad y a la burla de Novgorod, convertirla en el centro de la controversia...

Todo se reducía a ese punto crítico. Tenían que hacerlo público. Antes de que un proyecto de ley de Publicación pusiera todos los secretos del futuro de Ari a la vista del público, donde una niña precoz de ocho años podía tener acceso a ellos en un momento poco apropiado, fuera de la secuencia del programa.

V

Las clases eran por la mañana. Ari tenía las suyas con el doctor Edwards en la oficina del maestro o en el laboratorio de estudios, pero ahora no eran solamente por la mañana, también después del almuerzo en la biblioteca y en el laboratorio de cintas, así que había mucho control y el doctor Edwards le hacía preguntas y exámenes.

Catlin y Florian también tenían sus clases todos los días, clases de otro tipo, en la ciudad, en un lugar que llamaban los Barracones Verdes; y una vez a la semana tenían que quedarse allí a pasar la noche. Eso era cuando hacían una Habitación o un ejercicio especial. Pero casi siempre se encontraban con ella en la biblioteca o el laboratorio y la acompañaban a casa.

Ese día lo hicieron, los dos muy correctos y solemnes en sus uniformes negros, pero más solemnes que siempre cuando la llevaron hasta las puertas y al exterior, al sendero.

–Este es el lugar más seguro para hablar —indicó Catlin.

–Pero no se sabe nunca —dijo Florian—. Hay equipos que pueden llegar hasta aquí si ellos quieren. No podemos asegurar que no estén escuchando, lo mejor es cambiar de sitio constantemente para que no esperen que digamos algo que ellos quieren oír y entonces no se molesten en escuchar. Es mucho trabajo instalar un espía si el sujeto se mueve constantemente.

–Si no nos oyeron anoche, no creo que estén escuchando —dijo Ari. Sabía cómo portarse lo bastante bien para no meterse en líos sin que su comportamiento suscitara sospechas de que estaba planeando algo raro. Pero no lo dijo. Caminó con ellos hacia el estanque de los peces. Llevaba comida en el bolsillo—. ¿Qué ibais a decirme?

–Mira —dijo Catlin—. Hay que golpear primero al Enemigo si se puede. Pero hay que estar seguro, primero, de quién es el Enemigo. Luego ver cuántos son, dónde están y qué tienen. Eso es lo que hay que averiguar ahora.

–Cuando el Enemigo es un mayor —explicó Florian—, resulta difícil averiguar todo esto, porque ellos saben mucho más.

–Si no esperas un ataque —dijo Catlin—, se puede Atrapar a cualquiera.

–Pero si lo intentamos y fallamos —dijo Florian—, entonces ellos trataran de Desaparecernos. Así que no estamos seguros, Sera. Creo que a lo mejor podemos Atraparlos. En serio. Podríamos robar algo que los Atrapara. Estas cosas están en Suministros y son muy descuidados con ellas. Deberían arreglarlo. Pero yo puedo conseguir algo. Y podríamos matar al Enemigo, pero es peligrosísimo. Cuando es un mayor, hay una única oportunidad. En general hay solamente una.

Eso hacía que muchas de sus ideas se ordenaran en su cabeza .Click. Caminó con las manos en los bolsillos y dijo:

–Y si no sabemos todo eso, será peor que fallar; no sabremos a quién Atrapar después. Hay cosas que tienen que ver con todo Reseune, está lo que van a hacer sus compañeros, está saber quién es amigo y quién no, y quién va a hacerse cargo de las cosas, y no podemos hacer todo eso.

–No lo sé —suspiró Florian—. Usted tiene que saber esas cosas, sera, nosotros no podemos. Sé que podemos Atrapar a uno, tal vez a dos, si nos separamos, o si podemos tener los blancos en el mismo lugar. Los blancos principales, quiero decir. Pero los que nos persiguen son más de dos.

Llegaron al estanque de los peces. Ari se arrodilló en el borde del agua y extrajo la bolsa de comida para peces del bolsillo. Catlin y Florian se arrodillaron junto a ella.

–Aquí tenéis —dijo ella, pasándoles la bolsa para que cogieran un poco y luego arrojó un pedacito al agua para el pez blanco que subía desde debajo de los nenúfares. Blanco y rojo fue casi tan rápido como él. Ella vio cómo subían a buscar comida y vio el golpe y los círculos en el agua y el vaivén de los nenúfares—. No es fácil —dijo finalmente—. No podemos Atraparlo todo. Hay demasiadas cosas. Relaciones. Es importante; tiene a mucha gente con él, no sólo en Reseune y lo que tiene... Seguridad, por ejemplo... No sé qué más. Así que incluso si él desapareciera... —Era raro y desagradable estar hablando de matar a alguien. No parecía real. Pero lo era. Florian y Catlin podían hacerlo. En serio. Ella no estaba segura de que eso la consolara, pero le daba la sensación de que las cosas ya no se le acercaban para devorarla—... Todavía tendríamos muchos problemas. Además —suspiró—, podrían Atrapar a mamá y a Ollie. De verdad. —No entendían esa parte, pensó, porque nunca habían tenido una madre, pero la miraron como si la tomaran muy en serio—. Sí, podrían hacerlo. Ella está en Fargone. Le envié cartas. Ya debería haberme contestado. Ahora, ya no estoy segura. —Mierda, iba a lloriquear. Vio a Florian y a Catlin que la miraban, preocupados, conmovidos—. No estoy segura —dijo ella rápido, con la voz y dura y furiosa—, tal vez nunca llegaron a enviarlas.

No la entendían, claro. Trató de pensar en algo que ellos tuvieran que saber y ella hubiera olvidado mencionar.

–Si hay un Enemigo —dijo—, no sé lo que quiere. A veces pienso que mamá me dejó aquí porque era muy peligroso ir con ella. A veces pienso que me dejó porque la obligaron. Pero no sé por qué y no sé por qué no me lo contó.

Los azi permanecieron un instante en silencio. Luego, Florian dijo:

–No creo que yo pudiera decirlo. Ni Catlin. Es CIUD. No entiendo a los CIUD.

–Los CIUD tienen relaciones —dijo ella. Era como explicarles cómo Trabajar a alguien. No le gustaba contárselo. Lo explicó colocando los dedos como en un anzuelo, uno con otro—. Con otros CIUD. Como tú con Catlin y Catlin contigo y los dos conmigo. A veces no son vínculos muy fuertes. A veces son muy fuertes. Eso es lo primero. Los CIUD pueden hacer cosas uno por otro, a veces porque eso les da satisfacción, a veces porque se están Trabajando. Y a veces hacen cosas para Atraparse. Muchas veces es para protegerse, a veces es para proteger a sus relaciones: las relaciones quedan muy en peligro cuando se permite al Enemigo conocer dónde están tus relaciones o si algunas de ellas son personas con las que el Enemigo también está relacionado. Como hacer un edificio con palitos.

Ojos muy abiertos, atentos. Ojos llenos de ansiedad. Hasta los de Catlin.

–Así que se puede Trabajar a alguien para obligarlo a hacer una cosa si se le dice que van a hacerle daño a él o a alguien que está relacionado con él. Como vosotros, si alguien fuera a hacerme daño: reaccionaríais. —Mientras lo decía, Ari pensó: Así que debe ser a mamá a quien persiguen, porque mamá es importante. Si eso es verdad, ella está bien. La están Trabajando a través de mí.

No puede ser al revés. No me dijeron que fueran a hacer daño a mamá.

Pero ¿podría ser?

Son mayores, como dice Florian, y siempre saben más y no dicen todo lo que hay que saber.

Ésa es una forma de Trabajar a la gente —continuó ella—. Hay otras. Como descubrir lo que quieren y fingir que se va a hacer y después negarse, si no hacen algo por uno. Pero mamá no me habría dejado por algo que ella quisiera.

¿O sí?

¿Hay algo que pudiera querer más que a mí?

¿A Ollie?

Siempre hay formas de Atrapar a alguien así —explicó—, en lugar de sólo Trabajarlo. Hay que lograr que se metan en problemas. No es muy difícil. Claro que hay que saber.

¿Qué podría meter a Giraud en problemas?

¿Qué podría obtener de él si pudiera Trabajarlo así?

Hay que saber lo mismo: quiénes son, cuántos son, qué tienen. Todo igual. Pero se puede descubrir Trabajándolos un poco y después viendo qué hacen.

Los ojos de los dos no se apartaban de ella. Estaban aprendiendo, eso era lo que pasaba, estaban prestando atención a la manera de los azi, y no iban a hacerle preguntas hasta que no terminara.

–Yo —continuó ella, pensando con cuidado en lo que estaba revelándoles– no doy nada a nadie. Se llevan a Nelly y le hacen preguntas, y ella se lo cuenta todo. A ella no puedo Trabajarla. Ojalá pudiera. Pero si tratan de llevaros a vosotros, os Trabajaré bien. Es más fácil . Eltío Denys dijo que vosotros sois míos. Así que si Seguridad os pide que vayáis al hospital, primero venid a verme a mí. Es una orden. ¿De acuerdo?

–Sí, sera. —Un movimiento, un gesto con la cabeza, los dos al mismo tiempo.

–Pero —nosotros no somos como Nelly —objetó Florian—. Nadie nos puede dar órdenes, excepto usted. Primero tienen que pedirle permiso a usted y usted tiene que transmitirnos la orden. Es la Regla, porque si no, tenemos que Atraparlos.

Ella no lo sabía. Nunca lo había sospechado. En cierto sentido la tranquilizaba, pero también la hacía sentir amenazada. Como si todo hubiera sido siempre más grave de lo que ella suponía. Y ellos dos lo habían sabido siempre.

–Si vienen, yo les diré que no. Pero son más fuertes que vosotros.

–Sí —reconoció Catlin—. Pero es la Regla. Y lo saben. No podemos recibir órdenes de nadie más. Ella respiró una vez, con fuerza.

–¿A pesar de que el tío Denys es un supervisor?

–No es supervisor para nosotros —dijo Catlin—. Usted nos dijo que le obedeciéramos. Y a Nelly. Lo hacemos. Pero si hay algo importante, acudimos a usted.

–A partir de ahora, acudid siempre a mí, aunque sea para algo como «levanta eso». No vayáis a ningún lado ni con nadie que os ordene hasta que yo lo sepa.

–Sí. Si usted nos lo dice, ésa es la Regla.

–Pero id con astucia. No luchéis. Escapaos.

–Eso es inteligente. Está muy bien, sera.

–Y nunca, nunca, contéis nada de mí, y no importa quién os pregunte. Mentid si es necesario. Portaos bien, como niños obedientes, y después contadme lo que os hayan preguntado.

–Sí, sera. —Los dos asintieron con firmeza.

–Os voy a contar un gran secreto. Nunca le digo nada a nadie. Como en mi examen esta mañana. Podría haber contestado mejor. Pero no quiero. No dejéis que nadie más que yo averigüe lo que sabéis en realidad.

–¿Es una Regla?

–Es una Regla muy importante. Hay un chico que se llama Sam: antes yo jugaba con él. Es el que me dio el bicho. No es muy inteligente pero todo el mundo lo quiere... y me doy cuenta de que casi siempre debe de ser más fácil ser Sam. Así consigo que mucha gente se porte mejor; así hasta la gente tonta puede entender lo que necesito que entiendan si quiero Trabajarlos. Pero no deben saber que no soy así en realidad, no hay que dejar que nadie se entere. Así que no os descuidéis. Aprendí eso de Sam y del tío Denys. Él lo hace. Es muy inteligente, siempre usa palabras fáciles y cortas y sabe cómo hacer que la gente lo entienda. Ésta es una de las cosas que hay que hacer. Y no debemos dejar que ellos sepan que lo estamos haciendo a menos que eso forme parte del plan. No vamos a dejar que lo sepan. Así que esto es lo que vamos a hacer. Vamos a portarnos muy bien con Giraud. Pero no ahora mismo. Primero vamos a fastidiarlo. Después lo dejamos que grite y actuaremos como si hubiera gritado demasiado y después hacemos que haga algo por nosotros para disculparse. Después no va a sorprenderse cuando nos portemos bien porque pensará que él nos está Trabajando a nosotros. Así es como se Trabaja a un mayor.

–Es astuto —dijo Catlin y sonrió, sí, sonrió.

–Os voy a contar otro gran secreto. He estado contando los «¿Qué Es Raro?» Es Raro que la gente Desaparezca. Es Raro que mamá no me dijera que se iba y que no se despidiera. Es Raro que Nelly vaya al hospital tantas veces. Es Raro que una niña CIUD tenga dos azi y sea supervisor. Es Raro que tengan que hacerme análisis de sangre con tanta frecuencia. Es Raro que vaya a fiestas de mayores y otros niños no. Es Raro que yo sea tan inteligente. Es Raro que vosotros tengáis un trabajo cuando todavía sois unos niños. Y podría seguir contando. Creo que hay muchos. Demasiados. Quiero que penséis y me digáis lo que se os ocurra. Y decidme cómo podéis conseguir cosas sin que os atrapen.

VI

El avión aterrizó, frenó y se deslizó hacia la terminal, y Grant soltó un suspiro de alivio, un alivio intenso mientras lo observaba por las ventanas.

Todavía tenía que esperar un buen rato: estaba el procedimiento de Descon para todo lo que procedía del otro hemisferio, no sólo los pasajeros, que debían pasar por Descontaminación, sino el equipaje, al que había que tratar y registrar, y el avión mismo, que tenían que lavar y fumigar.

Todo el proceso estaba empezando cuando Grant abandonó las ventanas y se dirigió a la sección de Descon y se colocó al otro lado de las puertas blancas, las manos apretadas entre las rodillas, flexionándose, aferrándose, un tic nervioso, claro. Estás demasiado tenso, le habría dicho un supervisor si lo hubiese visto.

Un supervisor podía decir eso de cualquier CIUD en cualquier momento, pensó Grant. El pensamiento contradictorio alimentaba estas reacciones. El grupo mental de los azi decía: no hay suficientes datos para resolver el problema, y los azi cuerdos y sensatos lo archivaban y lo olvidaban para poder encargarse de otros asuntos. Un CIUD se arrojaba sobre un problema con datos insuficientes una y otra vez, exploraba las contradicciones en sus percepciones y los matices de valores en sus opiniones, y alteraba su sistema endocrino, que a su vez disparaba un aprendizaje capaz de contradicciones, proceso que convertía en hiperactivos los procesos de integración en la contradicción. Últimamente él actuaba de esta forma con demasiada frecuencia, y no le gustaba. Odiaba el grado de tensión con que vivían los CIUD.

Y aquí estaba, sentado, preocupado por cuatro o cinco problemas a la vez, simplemente porque se había convertido en un adicto a la adrenalina.

Las puertas blancas se abrieron. Parte de la tripulación pasó por su lado. Lo ignoraron. Se alejaron por el gran salón. Luego volvieron a abrirse las puertas y salió Justin. Grant se puso en pie, captó el alivio y la alegría en la expresión de Justin y fue y lo abrazó porque Justin lo esperaba con los brazos abiertos.

–¿Estás bien? —preguntó Grant.

–Muy bien. Jordan está bien. —Justin se hizo a un lado para no cortar el paso a otros que salían por la puerta y caminó. Grant lo seguía—. Tengo que ir a buscar mi portafolios y la maleta —dijo y caminaron hacia Equipajes, donde las dos cosas esperaban, fumigadas, irradiadas, suponía Grant, controladas y fotografiadas cuidadosamente.

–Yo las llevo —dijo Grant.

–Ya las tengo —dijo Justin, cogiéndolas. Echaron a andar hacia las puertas, hasta el autobús que los llevaría a la Casa.

–¿Has tenido un buen viaje? —preguntó Grant cuando estuvieron donde probablemente no había micrófonos espías, entre las puertas, hacia la oscuridad.

–Sí —dijo Justin y le dio las maletas al azi que llevaba los equipajes.

Seguridad estaba en el autobús, pasajeros normales como ellos, desde ese punto. Se sentaron, los últimos. El conductor cerró las puertas y Justin se dejó caer en el asiento cuando el autobús arrancó del pórtico iluminado de la terminal y se dirigió a la Casa.

–Hablé con Jordan. Estuvimos despiertos toda la noche, hablando. Los dos hubiéramos querido que estuvieras allí.

–Yo también.

–Es mucho mejor de lo que había supuesto. Mucho peor en algunos sentidos, y mucho mejor en otros. El personal es bueno. Gente realmente buena. Se está arreglando mucho mejor de lo que yo creía. Y Paul está muy bien. Los dos. —Justin estaba un poco afónico. Exhausto. Inclinó la cabeza contra el respaldo del asiento y dijo—: Va a estudiar mis proyectos. Dice que al menos ahí hay algo que los ordenadores no pueden manejar. Que le interesa mucho y que no me dice eso sólo para que vaya. Hay posibilidades de que pueda volver antes de que termine el año. Tal vez tú también. O tú solo. Desea mucho verte.

–Me alegro —dijo Grant.

No había mucho más que pudieran decir, en detalle. Grant se alegraba sinceramente. Se sintió contento cuando se detuvieron en el pórtico de la Casa, atravesaron la puerta principal y Justin insistió en llevar su propio equipaje, obstinado, siempre el mismo, a pesar del cansancio.

–Tú no vas a llevar mis maletas —le ladró, afónico.

Porque Justin odiaba que pareciera un criado en público, incluso cuando se trataba sólo de hacerle un favor.

Pero le dejó llevarlas y ponerlas contra la pared cuando entraron en el apartamento y se quitó la chaqueta y se dejó caer en el sillón con un suspiro.

–Fue hermoso —dijo—. Todo el tiempo. Me resulta difícil creer que he estado allí de verdad. O que he vuelto. Es diferente por completo.

–¿Whisky?

–Un poco. He dormido en el avión. En realidad estoy rendido.

Grant le sonrió y Justin asintió a medias un poco después, como con retraso. Grant fue a servir el whisky, ahora ya no importaba que pareciera un criado. Preparó dos vasos.

–¿Cómo estuvo todo por aquí? —preguntó Justin, y hubo un salto desagradable en el estómago de Grant.

–Bien —respondió—. Bien. —Se sintió peor cuando le terminó de preparar la bebida y puso el vaso en manos de Justin.

Justin lo cogió. A Grant le temblaba la mano mientras tomaba un sorbo, y Justin lo miró con los ojos terribles, agotados. Y sonrió con la misma expresión mientras levantaba el vaso en un brindis seco. No había forma de averiguar a ciencia cierta si alguno de los dos había sido manipulado, eso era evidente.

Pero estaba bien. Si Seguridad había intervenido, ellos no podían hacer absolutamente nada. No había nada, pensó Grant, que valiera la pena si había pasado eso.

Grant levantó el vaso de la misma forma y bebió.

Luego se dirigió al dormitorio y sacó una nota de debajo de la almohada de Justin. Se la trajo a la sala.

Si te muestro esto,decía, estoy bien. Si no lo hago, y la encuentras tú, algo ha pasado. Ten cuidado.

Justin lo miró con una repentina corazonada. Y luego volvió a mirarlo, como preguntándole algo.

Grant le sonrió, rompió la nota y se sentó a tomar su copa.

VII

No era difícil escaparse por la cocina. No fueron juntos. Catlin y Florian fueron primero porque eran Seguridad y el personal de la cocina no iba a sospechar de ellos: Seguridad andaba por todas partes.

Luego fue Ari. Trabajó a todos los empleados para pasar, se convirtió en una pesadilla para el azi que mezclaba batido e hizo que le diera un poco y después fue hasta el azi que cortaba cebollas y dijo que eso la hacía llorar. Así que se acercó a la escalera de la cocina y echó a correr en dirección a la colina donde estaba el montículo del que le habían hablado Florian y Catlin.

Se deslizó sobre la espalda y rodó y sonrió cuando la miraron, todos en el suelo, boca abajo.

–Vamos —dijo Catlin entonces. Se comportaba como la líder del grupo. Era la que mejor sabía pasar desapercibida.

Así que la siguieron, resbalaron hasta la parte de atrás del edificio de las bombas donde Ari se sacó la blusa y los pantalones y se puso los que le dio Florian, negros, como los de los azi. Conseguir zapatos era más difícil, así que se compró unas botas negras con la tarjeta del tío Denys que parecían bien si no se observaban muy de cerca. Y ahora las llevaba. Florian le sacó la tarjeta de la blusa y le puso una banda negra en el fondo y una marca como el triángulo azi en el espacio de CIUD.

–¿Estoy bien? —preguntó Ari cuando se colocó la tarjeta.

–La cara —objetó Catlin. Así que ella puso una cara azi, muy dura y formal.

–Muy bien —dijo Catlin.

Y se deslizó, miró por el ángulo del edificio de bombas, luego se levantó y salió. Siguieron a Catlin hasta el camino y después caminaron como si ése fuera exactamente el sitio por donde andaban cada día.

Ellos tardarían un rato en descubrir que había huido de la Casa, pensó Ari, y después Seguridad empezaría todo el revuelo.

Mientras tanto, ella nunca había visto la ciudad excepto desde la Casa, y deseaba que pudieran caminar más rápido para ver todo lo que pudiera antes de que los atraparan.

O antes de que ella decidiera volver, cerca del anochecer. Iba a ser divertido y no, todo al mismo tiempo: iba a haber muchos problemas, pero ella esperaba poder volver a ponerse de nuevo la ropa y regresar por la cocina cuando todos estuvieran locos de miedo. Pero eso podía parecer demasiado inteligente, claro, y tal vez haría que la vigilaran mucho más.

Era mejor ser Sam y que la atraparan.

De esta forma podría decir que había ordenado a sus azi que lo hicieran, y eso funcionaría porque ellos tenían que obedecerla y eso lo sabían todos. Así que ellos no estarían en problemas. Ella sí. Y eso era lo que buscaba.

Pero quería divertirse un poco antes de que la atraparan.

VIII

El ordenador estaba investigando el programa; trabajaba en tiempo compartido en un diseño de clase Beta y esta mañana iba muy despacio, porque Yanni Schwartz estaba desarrollando el grupo de integración; todos los demás tenían menos prioridad. Así que Justin se reclinó en el asiento, se levantó, se sirvió una taza de café y llenó la taza vacía de Grant mientras éste trabajaba en su terminal tan concentrado que no hubiese perdido la línea de razonamiento aunque se le hubiese caído el techo encima.

Grant se inclinó sin dejar de observar la pantalla, levantó la taza y tomó un trago.

Alguien estaba en la puerta, brusco, abrupto, y no, eran más de uno. Los oídos de Justin acababan de percibirlo cuando miró a su alrededor y vio el negro de Seguridad y ahí estaba un hombre en su oficina y dos detrás.

Los músculos se le tensaron, se le encogió el estómago. Pánico.

–Lo necesitan en Seguridad —dijo el hombre.

–¿Para qué?

–No haga preguntas. Venga.

Justin pensó en el café negro que tenía en las manos y Grant se había dado cuenta, Grant se estaba levantando de la silla mientras otro guardia de Seguridad entraba detrás del primero.

–Aclaremos esto —dijo Justin con calma y apoyó la taza.

–Déjeme desconectar esto —pidió Grant.

–¡Ahora mismo! —espetó el oficial.

–Mi programa...

–Grant —dijo Justin, con cuidada articulación, aunque no sabía por qué. Estaba pasando, lo que había esperado durante tanto tiempo; y pensó en causarles todo el daño posible. Pero tal vez era algo de lo que podía salir hablando un poco. Fuera lo que fuese. Y había suficientes recursos a disposición de la Administración de Reseune para someter a dos diseñadores de cintas esencialmente sedentarios, a pesar del ejercicio que hacían.

Lo único que podía esperar era que la situación se mantuviera en sus límites, como la había pensado hacía ya años. Colocó las manos a la vista de los hombres, salió pacíficamente por la puerta, con Grant, y caminó sin una queja con los guardias de Seguridad, hacia el ascensor de la planta baja del túnel de tormentas.

La puerta del ascensor se abrió, y ellos caminaron como les indicaban los guardias.

–Las manos en la pared —ordenó el oficial.

–Grant —dijo Justin, tomando a Grant del brazo y sintiendo la tensión—. Está bien. Saldremos del paso.

Se dio la vuelta contra la pared, esperó mientras los dos guardias registraban a Grant en busca de armas y le ponían las esposas. Luego repitieron la operación con él.

–No creo que ustedes sepan de qué se trata, —dijo con tanta calma como pudo, con la cara contra la pared y los brazos en la espalda.

–Venga —indicó el oficial y le dio vuelta.

Ninguna información. Al menos, después de eso los guardias estuvieron menos preocupados.

Seguir el guión. Cooperar. Estar tranquilo y no resistirse en absoluto.

A través de una puerta cerrada hacia la zona de Seguridad, cada vez más solitaria con sus pasillos de hormigón. Nunca había visto esa sección de los túneles de tormenta de Reseune en toda su vida y esperaba por todos los cielos que realmente fueran a Seguridad.

Otra puerta cerrada y un ascensor con un cartel que decía SEGURIDAD 10N en la pared. Justin se sintió muy aliviado al verlo.

Arriba, con mucha violencia. Las puertas se abrieron en un vestíbulo que sí conocía, la sección trasera de Seguridad, una habitación que aparecía en sus pesadillas.

–Esto me es conocido —dijo como sin darle importancia a Grant y de pronto, los guardias se llevaban a Grant a una habitación lateral y a él hacia el vestíbulo, hacia una habitación para entrevistas que él recordaba bien.

–¿No nos anotan? —preguntó, tratando de luchar contra el pánico, mientras caminaba entre ellos con las rodillas flojas—. No me gusta quejarme, pero están violando el procedimiento.

Ninguno de los dos le habló. Lo llevaron a la habitación, lo obligaron a sentarse en una silla dura de cara al escritorio del técnico de psicotest, y se quedaron ahí, serios y silenciosos, tras él.

Alguien entró en la habitación. Él volvió la cabeza y se retorció para ver quién era. Giraud.

–Gracias a Dios —dijo Justin, y era casi sincero—. Me alegro de ver a alguien que sabe algo por aquí. ¿Qué mierda pasa, si no te importa decírmelo?

Giraud se dirigió al escritorio y se sentó en el rincón. Posición de intimidación. Voz moderadamente amistosa.

–Dímelo tú.

–Mira, Giraud, no creo estar en posición de saber nada. Estaba trabajando en mi oficina, estos tipos entraron y me arrastraron hasta aquí y ni siquiera he pasado por el escritorio de control. ¿Qué sucede aquí?

–¿Adónde has ido a almorzar?

–No he almorzado. Ninguno de los dos. Hemos trabajado todo el día. Vamos, Giraud, ¿qué tiene que ver el almuerzo?

–Ari no está.

–¿Qué quieres decir con que no está? —El corazón empezó a latirle con mayor fuerza—. ¿Cómo que... llegó tarde a almorzar? ¿O que no está realmente?

–Tal vez tú lo sabes. Tal vez sabes todo lo que hay que saber al respecto. Tal vez la hiciste salir del edificio. Tal vez se fue con un amigo.

–Dios. No.

–¿Algo que preparasteis tú y Jordan?

–No. No y no. Dios mío, Giraud, pregúntaselo a los guardias de Planys, no hubo un sólo momento en que no estuviéramos bajo vigilancia. Ni un momento.

–Que recuerden, no.

Entonces, todo eso había llegado hasta Jordan. Justin miró a Giraud fijamente, le costaba respirar.

–Estamos registrando tu apartamento —dijo Giraud con calma—. Tus derechos carecen de importancia, hijo, no estamos con cinta ahora. Te diré lo que encontramos. Ari salió por la puerta de la cocina. Hallamos su ropa detrás de la estación de bombeo.

–Dios mío —suspiró Justin—. No. No sé nada.

–Hay una playa muy grande allí —continuó Giraud—. Fácil para aterrizar. ¿Es eso lo que pasó? ¿Conseguiste que la niña fuera a encontrarse con alguien, y tú no fuiste pero apareció otro?

–No. No. Nada de eso. Probablemente está haciendo una travesura, Giraud, es una escapada de crios, ¿nunca saliste de la Casa cuando eras niño?

–Buscamos en la orilla del río. Tenemos patrullas. Comprenderás que estamos cubriendo todas las rutas.

–¡Yo no haría daño a una criatura! No lo haría, Giraud.

Giraud lo miró fijamente, la cara roja, con una tensión terrible.

–Comprenderás que no voy a aceptar tu palabra.

–Lo comprendo, mierda, quiero que encontréis a la niña tanto como tú.

–Lo dudo.

–Te doy mi consentimiento, Giraud, te doy mi consentimiento, pero deja que Grant esté aquí, por Dios. Giraud se puso de pie.

–Giraud, ¿qué más te da? Que venga. ¿Es tanto lo que te pido? Por Dios, por Dios, Giraud, que esté conmigo.

Giraud se fue en silencio.

–Traed al otro —dijo en el vestíbulo.

Justin se reclinó contra el brazo de la silla, sudando frío, sin ver el suelo, recordando el apartamento de Ari, viéndolo en destellos intermitentes. Oyó que se abrían las puertas, oyó unos gritos a lo lejos, ecos de pasos que se acercaban. Grant, esperaba. Esperaba que fuera Grant y no el técnico con la droga.

IX

Se cruzaron con mayores en el camino y Ari siguió siendo azi, imitó exactamente lo que hacían Florian y Catlin, hizo una reverencia chiquita con la cabeza y siguió caminando.

No eran los únicos niños. Había jóvenes que también hacían la reverencia, solemnes y ansiosos. Y un grupo de chicos que eran casi bebés con un jefe mayor vestido de rojo, todos de azul, todos con la mano solemnemente puesta en la del otro.

–Esto es Azul —explicó Florian cuando pasaban junto a la línea de jovencitos—. Aquí la mayoría son niños. Yo estuve en ese edificio cuando tenía cinco años.

Caminaron entre los edificios, más y más lejos por el camino que atravesaba la ciudad.

Ya habían visto los Barracones Verdes, por fuera, porque ahí era difícil entrar sin contestar preguntas, decía Catlin; y habían visto el campo de entrenamiento; y la sección Industrial y caminaron y miraron por la puerta de la fábrica de hilo, y la de ropa, y el taller de metales, y el molino de harina.

El siguiente cartel en el camino era verde, y después blanco en verde. Era realmente fácil encontrar un sitio en la ciudad: ahora sabía cómo hacerlo. Sabía la secuencia de colores y que la ciudad estaba construida en secciones, y cómo se podía decir rojo a blanco a marrón a verde, y sólo había que recordar la secuencia. Eso significaba que había que ir a rojo desde el punto de partida y luego buscar un rojo con un cuadrado blanco y así hasta el final.

El siguiente era un edificio enorme, mayor que las fábricas, y habían llegado al final de la ciudad: lo que seguía eran campos con alambradas, campos que llegaban a los Acantilados del Norte y las torres de precipitados.

Así que se quedaron ahí, en el borde, y miraron a través de las alambradas, donde trabajaban los azi sacando las malas hierbas con los cerdos olfateadores.

–¿Hay escamados ahí afuera? —preguntó Ari—. ¿Habéis visto alguno?

–No —dijo Florian—. Pero hay. —Señaló el lugar donde los acantilados tocaban el río—. Vienen de ahí. Pusieron hormigón por eso. Profundo. Eso los detiene, al menos por ahora.

Así que ella miró a través de la alambrada hacia el río y miró hacia el otro lado, hacia el gran granero. Había animales grandes allí, en un corral, lejos,

–¿Qué es eso?

–Vacas. Las alimentan ahí. Venga. Le voy a mostrar algo mejor que eso.

–Florian —objetó Catlin—. Es peligroso.

–¿Qué es peligroso? —preguntó Ari.

Florian conocía una puerta lateral que daba al granero. Dentro estaba oscuro y la luz procedía de las puertas abiertas en medio y abajo, del otro lado. El aire era extraño, casi bueno y no del todo malo, un olor totalmente distinto que cualquier otra cosa que hubiera olido antes. El suelo estaba sucio y había latas de comida, como las llamó Florian, contra la pared. También había establos. En uno vieron una cabra.


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