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Cyteen 1 - La Traicion
  • Текст добавлен: 26 октября 2016, 21:27

Текст книги "Cyteen 1 - La Traicion "


Автор книги: C. J. Cherryh



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Habría errores y obstáculos en las operaciones fáciles de Reseune, pero no en el proyecto, donde no se verían caras nuevas, y donde los más inteligentes podrían destinar toda su capacidad al trabajo.

El contrato de compra-venta de los militares los había salvado. Denys estaba orgulloso de ese golpe. Desde luego, resultaba difícil multiplicar un proyecto destinado a un sujeto y convertirlo en un proyecto de cuatro, incluyendo a Rubin y a los dos azi. Y coordinar el perfil del proyecto, la financiación y los aspectos secretos. Giraud se encargaba de lo último. Denys tenía el resto sobre sus hombros y lo había tenido durante tanto tiempo que sentía que él era quien había dado a luz.

–No será más fácil de ahora en adelante —le dijo a Petros—. A partir de ahora será una carrera entre esa niña y la gerencia. Si alguien se equivoca, quiero saberlo al instante. Si ella recibe un estímulo fuera de tiempo, quiero saberlo. Nada es intrascendente hasta que consigamos resultados suficientes para comparar con el perfil.

–Es muy difícil desarrollar el perfil mientras el proyecto sigue adelante.

–De todos modos tenemos que hacerlo. Va a haber diferencias. Siempre lo estaremos alterando. Y nunca sabremos adonde se dirige. Si de alguna manera esa niña es Ari, nunca estaremos seguros del todo, ¿no es cierto? No se rieron.

II

Justin sirvió más vino y el líquido giró en el vaso, que Grant ya había vaciado muchas veces. Se sirvió él también y dejó la botella vacía sobre la mesa. Grant contempló el vaso con ojos un tanto preocupados.

El deber. Grant se estaba emborrachando al tiempo que pensaba acerca de ello. Justin lo sabía. También sabía que Grant no le diría nada, que aquella noche había decidido olvidar el deber.

Hablaron de la oficina. Hablaron de una secuencia de diseño en la que habían estado trabajando. Una botella de vino por barba no contribuía mucho al diseño, las conexiones se estaban confundiendo.

Pero Justin se sentía mejor.

Experimentaba una extraña insatisfacción consigo mismo. Un bebé llegaba al mundo y él se pasaba el día en un estado de depresión irracional. En Reseune sólo se oía:

–¿Es linda? —O también—: ¿Cómo está?

Y él se sentía como si alguien le apretara el corazón.

Por un bebé recién nacido, Señor. Y mientras encendían las luces de una fiesta en la residencia de los técnicos, y de otra en las residencias del Ala Uno, él y Grant celebraban su propia malhumorada conmemoración.

Estaban sentados al fondo del apartamento que había sido su hogar desde pequeños, el apartamento que había pertenecido a Jordan, con tostadas y pedazos de salchichas secándose sobre el plato, dos botellas de vino vacías entre migas de tostadas y anillos de humedad sobre la mesa de piedra, y una tercera botella, una tercera botella vacía. Y eso fue suficiente, al fin, para distanciarlo de la realidad.

¿Desear que muera un recién nacido? Dios, ¿qué clase de pensamiento es ése?

Levantó el vaso siguiente cuando lo llenó y brindó con Grant con alegría forzada.

–Por el bebé.

Grant frunció el ceño y no bebió.

–Vamos —dijo Justin—. Podemos ser caritativos.

Grant levantó las cejas e hizo un pequeño ademán con los dedos. Recuerda que tal vez nos están vigilando.

Eso siempre era verdad. Jugaban con los monitores de la Casa, pero tenían que salir para poder hablar sin preocuparse por lo que decían.

–Mierda, que oigan lo que quieran. No me importa. Me da lástima la niña. Ella no lo pidió.

–Ningún azi pide lo que tiene —declaró Grant con seriedad. Luego se le formó una arruga en la frente—. Supongo que nadie lo hace.

–No, nadie. —La depresión volvió a cernirse sobre la habitación.

Justin ignoraba qué destino les esperaba. Ese era el problema. Reseune estaba cambiando, sólo se veían caras nuevas, cambios de puesto, los azi estaban inquietos por la orden de rejuv. Excitados por eso, excitados por el hecho de que seguramente habían caído bien a alguien y asustados por los traslados, y los ascensos y la llegada de desconocidos. No es que hubieran sufrido daños por ese miedo, sólo estaban más sobrecargados que antes: los horarios de entrevistas con supervisores estaban al completo y los supervisores mismos pedían una ayuda que nadie podía darles.

Mientras, en el Ala Uno había un apartamento cerrado como un mausoleo. Nadie lo limpiaba, nadie lo tocaba, nadie lo abría.

El apartamento esperaba.

–No creo que tengan más éxito que con Bok —dijo Justin finalmente—. De verdad, no lo creo. Jane Stassen,por Dios. La endo... —«Endocrinología» no era una palabra que se pudiera decir después de una botella y media de vino—. Maldita química. Funciona bien en las máquinas. Es sólo una forma que tiene la naturaleza para llegar a los umbrales. Simple teoría. Pero terminarán volviéndola más loca que a Bok. Tendrían más posibilidades si le pusieran cintas profundas desde el principio. Eso del factor creatividad es una patraña, nada más. Enseñarle a que le guste el trabajo de Ari, hacerle un poco de empatía mediante cinta profunda, por Dios, y dejarla sola. Todo este proyecto es una obsesión de lunáticos. Lo que buscan no es el talento de Ari, no quieren a una linda nenita brillante. ¡Quieren a Ari! ¡Lo que desean es el poder, la personalidad! Es un juego de reliquias que han pasado por la rejuv y miran con ojos abiertos el cartel de FIN y cuentan con todo el presupuesto de Reseune para consolarse. Eso es lo que pasa. Un desastre. Están en juego las vidas de demasiadas personas, y a los de arriba esto les trae sin cuidado; eso es lo que están haciendo. Ese bebé me da pena. De verdad, me da pena.

Grant se limitó a contemplarlo durante un largo rato. Luego dijo:

–Creo que hay algo de cierto en cuanto a la creatividad y a la cinta, eso que nosotros no tenemos en el mismo grado.

–¡Vamos! —A veces, pisoteaba a Grant sin darse cuenta. A veces abría la boca y olvidaba la sensibilidad con la que se ganaba la vida al tratar a los azi en la ciudad. Y se odiaba por eso—. Lo que dicen es una tontería. No puedo creerlo; si tú eres capaz de arreglar un diseño que llevó de cabeza a veinte diseñadores veteranos durante un mes...

–No me refiero a eso. Yo soy azi. A veces veo un problema desde un punto de vista que ellos no tienen. Frank también es azi, pero no es lo mismo. Yo puedo ponerme un poco orgulloso. Tengo derecho. Pero cada vez que debo discutir con Yanni es como si me diesen una patada en el estómago.

–Todos sienten lo mismo. Yanni es...

–Óyeme. No creo que tú lo sientas de la misma forma. Pero yo sé que cada pequeña parte de lo que me pone nervioso está en ese libro del dormitorio, y que lo que te hace sentir lo mismo a ti no cabría en todo el apartamento. Mira lo que están haciendo con Ari. Tuvieron que construir todo un túnel en la montaña para dar cabida a su personalidad.

–¿Y qué importancia tiene que el día en que se declaró la guerra comiera pescado en el almuerzo y que la menstruación hubiera empezado dos días antes? Es una estupidez, Grant, una tontería, y éste es el tipo de datos que van a guardar en el túnel. (Junto con esas malditas cintas, eso también está ahí. Hasta que el sol se congele. Eso es lo que la gente recordará de mí.)Tú te pones nervioso con Yanni porque él siempre está a punto de derretirse, eso es todo. Es su naturaleza dulce, y te aseguro que no ha mejorado después de perder el puesto en Fargone.

–No. No me estás oyendo. Hay una diferencia. El mundo es demasiado complicado para mí, Justin. No puedo explicarlo de otra manera. Comprendo las microestructuras mucho mejor que tú. Mi capacidad de concentración es mejor en las cosas sutiles. Pero hay algo en los psicogrupos de los azi que les impide enfrentarse a las macroestructuras regidas por el azar. Todo ese túnel, Justin, sólo para contener su psicogrupo.

–¡A la mierda el psicogrupo! Es lo que ella hizo, y a quién hirió, y ella tenía ciento veinte años. Si fueras a Novgorod y compraras unos cuantos cancilleres, llenarías ese túnel también, y muy rápido.

–No podría hacerlo. No podría ver detrás de mí. Así es como lo siento.

–Has vivido entre estas paredes durante toda tu vida. Aprenderías.

–No. No las mismas cosas. Eso es lo que te quiero decir. Podría aprender todo lo que sabía Ari. Y todavía tendría un punto de vista demasiado restringido.

–¡No lo tienes ni siquiera ahora! ¿Quién vio el conflicto del 78? Yo no.

Grant se encogió de hombros.

–Eso es porque los que nacen hombres cometen la mayor parte de sus errores racionalizando una contradicción. Yo siempre que doy ese salto soy consciente de ello.

–Me comprendes sin problemas.

–No siempre. No sé lo que te hizo Ari. Sé lo que pasó. Sé que a mí no me habría afectado de la misma forma. —Podrían hablar de eso ahora. Pero rara vez lo hacían—. Ella podía reestructurarme si quería. Era muy buena. Pero no pudo hacértelo a ti.

–Hizo muchísimo. —Dolía. Especialmente esa noche. Justin deseaba cambiar de tema.

–No, no pudo hacerlo. Porque tu psicogrupo no cabe en un solo libro. Eres demasiado complejo. Puedes evolucionar. Y yo debo ir con mucho cuidado cuando cambio. Ve la parte interior de mi mente. Es muy simple. Son habitaciones. La tuya está formada por botellas de Klein.

–Dios. —Justin se burlaba.

–Estoy borracho.

–Estamos borrachos. —Justin se inclinó y puso la mano sobre el hombro de Grant—. Los dos estamos hechos en el espacio de Klein. Por eso estamos en el punto donde empezamos y estoy dispuesto a apostar a que mi psicogrupo no es más complejo que el tuyo. ¿Quieres seguir discutiendo?

–Yo... —Grant parpadeó—. ¿Quieres un ejemplo? Mi corazón acaba de cambiar de ritmo. Eso me avergüenza mucho. Es el disparo de ese supervisor. No quiero discutirlo porque no considero inteligente confundir la mente; y salto por dentro como si fuera una orden.

–Me enfurece que te pongas tan autoanalítico, mierda. No quieres discutirlo porque no sabes si Seguridad está oyendo; es una cuestión personal y tú sólo guardas las apariencias .Todos tus grupos profundos describen lo mismo que yo siento. Y por eso yo no te entro en la cabeza .

–No. —Grant levantó un dedo. Ansioso. Casi un espasmo—. La razón profunda por la que somos diferentes. Endo... endo... ¡mierda!, el trabajo hormonal... al aprender. Las reacciones químicas de la sangre reaccionan frente al medio. Un estímulo dado, a veces la adrenalina sube, a veces baja, a veces otra cosa, matices de gris. Variabilidad en un medio dominado por el azar. Recuerdas algunas cosas bien, otras mal, algunas sin darles importancia, otras de forma muy especial. Nosotros... —Otro ruido que era casi un hipo—. Nosotros empezamos desde la cuna, con catafóricos. Nos reducen los umbrales más que a cualquier otra cosa en la naturaleza. Eso significa que apenas queda rastro de nuestra lógica original. Las cosas son totalmente ciertas. Confiamos en lo que tenemos. Vosotros formáis vuestro psicogrupo a través de los sentidos. A través de catafóricos naturales. Aprendéis la información por cinta, pero el psicogrupo lo adquirís a través de los sentidos. Y, obviamente, lo que podáis ver u oír sólo depende del azar. Aprendéis a hacer promedios en el flujo de acontecimientos porque sabéis que habrá variaciones. Pero nosotros tenemos a los expertos que eliminan todas las incongruencias lógicas. Nosotros podemos aceptar todos los detalles; debemos hacerlo, sólo así funcionamos bien. Y por eso somos tan buenos para detectar detalles específicos. Por eso procesamos mucho más rápidamente determinados problemas que vosotros no podéis contener completos en vuestras mentes. Entramos en estado de aprendizaje sin kat y nuestros primeros recuerdos no provienen de aprendizajes endocrinos; no tenemos grados de verosimilitud. Tú estás promediando y trabajando con una memoria que cuenta con miles de matices de valores y eres más hábil en esto que recordando lo que realmente pasó; así es como puedes procesar datos que te llegan con rapidez y de todas las direcciones a la vez. Y ahí es donde nosotros fallamos. Tú puedes encontrar dos pensamientos contradictorios y creer en ambos porque hay flujo en tus percepciones. Yo no.

–Ah, ¡ya estamos de nuevo con lo mismo! Pero si tú trabajas de la misma forma que yo. Y te olvidas la tarjeta-llave más que yo.

–Porque estoy procesando otra cosa.

–Lo mismo me ocurre a mí. Totalmente normal.

–Porque tengo un reflejo que me ayuda a relegar lo que no me importa en ese momento. Igual que tú. Puedo realizar acciones que son sólo hábitos físicos. Pero estoy socializado. Raramente uso cintas y tengo dos sistemas de procesamiento. El nivel más alto lo aprendí en el mundo real; aprendí por el sistema endocrino. El nivel bajo, donde se encuentran mis reacciones, es simple, muy simple, y totalmente lógico, lógico hasta la crueldad. Un azi no es un ser humano al que le falta una función. Tiene la función lógica en el nivel más profundo y la función aleatoria en el superficial. Y tú estás hecho al revés. Tú recibes lo aleatorio primero.

–Yo soy al revés.

–Como sea.

–Dios. Un partidario de Emory. Tus pruebas dan unos resultados concretos porque los catafóricos determinan el camino que recorren hasta tal punto que esos caminos se convierten en el curso de menor resistencia, y están tan estructurados que disparan el sistema endo... endo... crino siguiendo el patrón de Pavlov en una medida que no conseguiría la experiencia sola. Para cada prueba que apoya la teoría de Emory, hay una que apoya las de Hauptmann-Poley.

–Hauptmann era un teórico social, deseaba que los resultados de sus investigaciones apoyaran su propia política.

–Bueno, ¿y qué mierda era Emory? Grant parpadeó y respiró hondo.

–Emory nos preguntaba. A nosotros. Hauptmann socializaba asus sujetos hasta que comprendían lo que él quería que le dijeran. Y cómo deseaba que realizaran la prueba. Y un azi siempre quiere hacer las cosas bien a los ojos de su supervisor.

–Mierda, Grant. Emory hacía lo mismo.

–Pero Emory tenía razón. Hauptmann estaba equivocado. Ésa es la diferencia.

–La cinta afecta la respuesta del sistema endocrino. Y punto. Si me administras suficiente cinta, saltaré cada vez que me lo ordenes. Y mi pulso hará exactamente lo mismo que el tuyo.

–Soy muy bueno como diseñador de cintas. Cuando sea tan viejo como Strassen, seré excelente. Y tendré todo ese aprendizaje endocrino. Por eso algunos azi viejos casi parecen hombres. Y algunos de nosotros terminamos siendo verdaderos fenómenos. Por eso los azi viejos tienen más problemas. El Ala Dos va a tener mucho trabajo para hacer la rejuv a tantos viejos.

Justin estaba impresionado. Había palabras que el personal evitaba cuidadosamente. Viejos. Hombres. El Patio. Eran siempre CIUD, azi, la ciudad. Grant estaba realmente borracho.

–Veremos si hay diferencia —dijo Justin– por el hecho de que Ari Emory comiera pescado o jamón en el desayuno de su duodécimo cumpleaños.

–Yo no he dicho que el proyecto vaya a funcionar. He dicho que en mi opinión Emory tenía razón con respecto a la personalidad de los azi. En realidad no nos inventaron de forma calculada. Necesitaban gente. Rápido. Así que empezaron a administrarles cintas en la cuna. Un accidente totalmente beneficioso. Ahora somos eco... económicos.

Otra vez los días anteriores a la Unión.

–Mierda.

–No he dicho que me importara, ser. Ya somos más que vosotros. Pronto podremos hacer granjas donde crecerán personas como enredaderas y se unirán a sus propias glándulas. Seguramente les encontrarán un uso.

–¡A la mierda!

Grant rió. Se rió. La mitad de todo aquello era una discusión que habían mantenido una docena de veces en distinta forma; la mitad era que Grant estaba tratando de hacerle un tratamiento psicológico. Pero finalmente, el día había sido normal. Era sólo una basurita en el recuerdo. Un salto hacia atrás. Lo hecho, hecho estaba. No había forma de sacar esas malditas cintas de chantajista del Archivo ya que eran de Ari, y Ari era sagrada. Pero Justin había aprendido a vivir con la idea de que todo se le vendría encima un día cualquiera en las noticias de la noche.

O de que un día descubriría que los tratos no duran para siempre.

Jordan había matado a una mujer moribunda por razones que el proyecto inmortalizaría, por lo menos en los archivos, si funcionaba. Si funcionaba, cada detalle secreto de la vida de Ari tendría relevancia científica.

Si funcionaba de alguna manera y se hacía público, cabía la posibilidad de que Jordan consiguiera una reapertura del caso y la libertad, tal vez en Fargone, unos veinte años después del proyecto mismo; eso significaría que toda la gente había conspirado para encubrir los actos de Ari, todos los centristas que se habían sentido atemorizados por las conexiones potenciales con los radicales que el caso tal vez tenía, todos ellos se resistirían. Corain. Giraud Nye, Reseune. El Departamento de Defensa, con todos sus secretos. Tal vez había justicia en los tribunales, pero no había ninguna entre los que manejaban el poder, los que habían puesto a Jordan donde estaba. Las paredes del secreto se cerrarían totalmente para silenciar a un hombre a quien ya no podían controlar. Y a su hijo, el que había empezado todo el conflicto por un error infantil, el mal cálculo de un niño...

Si el proyecto se malograba, sería un fracaso como el del clon de Bok, que no había hecho nada excepto agregar una nota trágica y sórdida a la vida de una gran mujer, un fracaso muy caro que Reseune nunca sacaría a la luz, al igual que ahora el mundo había oído una versión totalmente distinta sobre el asesinato y los cambios en Reseune, en el exterior se ignoraba todo sobre el proyecto; reorganización administrativa, decían los servicios informativos, por la muerte de Ariane Emory.

Y luego continuaban con algo sobre el testamento de Ari, que al parecer contenía planes a largo plazo y beneficiaba al laboratorio con el producto de las considerables inversiones de la doctora.

Si fracasaba, habría consecuencias políticas, sobre todo en la Administración de Reseune y en el Departamento de Defensa, que estaba al corriente del secreto. En ese caso, no se podía predecir lo que haría Giraud Nye para protegerse. Giraud debía tener éxito para probarse. Mientras tanto, la forma en que agitaba el proyecto frente a los ojos de Defensa le permitía una cuota de poder que era, en cierto sentido, mayor de la que había tenido Ari. Poder para silenciar. Poder para usar las agencias secretas. Si Giraud era inteligente y el proyecto no fracasaba de una forma pública y estrepitosa, conseguiría más renombre que Jane Strassen antes de que las circunstancias lo obligaran a admitir que el proyecto no daba los resultados esperados. Hasta podría volver a comenzarlo, ponerlo todo en marcha de nuevo. Y en este punto Giraud ya estaría al final del tiempo en que pudiera necesitar poder. Después de Giraud, el diluvio. ¿Qué le importaba a Giraud?

Justin esperaba que fracasara. Lo cual significaba que un bebé que simplemente tenía el grupo genético de Ari terminaría como un caso de graves problemas psicológicos, en un lavado de cerebro o algo peor. Tal vez una infinita sucesión de bebés. Un poder tan grande y un hombre tan inteligente como Giraud no fracasarían de una vez y para siempre. No. Habría estudios de los estudios del estudio. A menos que hubiera una forma de conseguir que el fracaso fuera público.

A veces tenía pensamientos que lo asustaban, como la idea de descubrir algún artículo de Ari en su propia cama. Nunca sabría si determinados pensamientos eran suyos, consecuencia natural de un enfado muy enraizado, o del hecho de que él había crecido, era más duro y sabía cómo funcionaba el mundo; o si era Ari que todavía lo dominaba.

Gusanoera una vieja broma entre él y Grant.

Tenía que seguir pensando que no significaba nada. Porque eso era lo único que mantenía el problema aislado.

IV

—¡Bájate de ahí! —ladró Jane, asustada hasta la médula, el estómago encogido mientras la niña de dos años buscaba algo sobre la tapa de la cocina, estirada, inclinándose sin pensar en su propia levedad, ni en el suelo de baldosas ni en las patas metálicas de la silla. Ari reaccionó y la silla se deslizó un milímetro; la niña aferró la caja de tostadas y se dio la vuelta. La silla se inclinó y Jane Strassen cogió a la niña al vuelo.

Ari gritó de rabia. O de miedo.

–¡Si quieres las tostadas, las pides! —exclamó Jane, a punto de propinarle un bofetón—. ¿Quieres romperte la barbilla de nuevo?

La única lógica que podía hacer mella en Ari-quiere era Ari-se-hace-daño. Y una científica famosa universalmente por su trabajo en genética se veía reducida al habla de un bebé y a un deseo desesperado por golpear una pequeña manita. Pero Olga no había creído en el castigo físico.

Y aunque Olga había sido humana, Ari había captado rabia, frustración y resentimiento en el ambiente que la rodeaba, igual que una investigadora en genética que en ese momento estaba a punto de llevarla al río y ahogarla.

–¡Nelly! —aulló Jane, llamando a la niñera. Y recordó que no debía gritar. En su propio apartamento. Dejó la silla en el suelo. No. La cuidadosa Olga nunca hubiera dejado la silla en el suelo. Se quedó allí de pie, con una nenita de dos años que se retorcía constantemente, mientras esperaba a Nelly. Ojalá la niñera la hubiera oído. Ari quería bajarse. Jane la dejó en el suelo y la sostuvo de la mano. Ari quiso sentarse en el suelo y armar una pataleta—. ¡De pie! —Sostenía con fuerza la manita. La sacudió como solía hacer Olga—. ¡De pie! ¿Qué forma de portarse es ésa?

Nelly apareció en el umbral, con los ojos muy abiertos y preocupados.

–Levanta esa silla.

Ari se sacudió y se inclinó para buscar la caja de tostadas que yacía junto a la silla mientras los adultos estaban ocupados. No pensaba olvidar lo que quería.

¿Le dejo una tostada? No. Mala idea. Mejor será que no consiga lo que desea. La próxima vez puede romperse un brazo.

Además, Olga había sido una perra vengativa.

–Ponte de pie. Nelly, coloca esas tostadas donde no pueda alcanzarlas. Cállate, Ari. Llévatela. Me voy a la oficina. Y si tiene un solo rasguño cuando vuelva...

Los ojos abiertos de la azi miraron, horrorizados y heridos.

–Maldita sea, ya me entiendes. ¿Quévoy a hacer? No puedo vigilarla todo el día, minuto a minuto. Cállate, Ari. —La niña estaba tratando de acostarse y se colgaba del brazo de Jane con todo su peso—. No entiendes lo activa que es, Nelly. Te está engañando.

–Sí, sera. —Nelly estaba desolada. La habían ganado. Había estudiado con cintas que le enseñaban todo lo que podía hacer una CIUD de dos años. Y todos los líos en que podía meterse. O las cosas con las que podía hacerse daño. No la ahogues, Nelly. No la limites tanto. No dejes de vigilarla. Como azi, estaba al borde de una crisis. Necesitaba un supervisor que la abrazara y le dijera que lo estaba haciendo mejor que la niñera anterior. No era el estilo de Olga. Los gritos tipo Jane y la frialdad tipo Olga estaban llevando a la azi, mucho más vulnerable, al borde de la desesperación. Y Jane se pasaba la mitad del día impidiendo que la niña se matara y la otra mitad, impidiendo que la azi sufriera un colapso nervioso.

–Haz que te instalen una llave en la cocina —dijo Jane. Ari aullaba si la encerraban en el cuarto de juegos. Odiaba el cuarto de juegos—. Ari, basta. Mamá no puede sostenerte.

–Sí, sera. ¿Cree qué...?

–Nelly, tu conoces el trabajo. Llévate a Ari y dale un baño. Está toda sudada.

–Sí, sera.

Nelly cogió a Ari de la mano. Ari se sentó y Nelly la levantó y la llevó en brazos.

Jane se reclinó contra el mármol y miró hacia arriba. Más o menos hacia el sitio donde se suponía que estaba Dios, sea el planeta que fuera.

Y entró Fedra a decirle que su hija, Julia, estaba en la sala.

Jane miró al techo otra vez. Y no gritó.

–Maldita sea. Tengo ciento treinta y cuatro años y no me lo merezco.

–¿Sera?

–Yo me ocuparé de todo, Fedra. Gracias. —Se separó del mármol con un movimiento enérgico—. Ve y ayuda a Nelly para el baño de Ari. —En realidad deseaba ir a la oficina—. No. Busca a Ollie. Dile que calme a Nelly. Dile a Nelly que yo siempre grito y que no se preocupe. Vete.

Fedra se fue. Fedra formaba parte de su personal y era competente. Jane salió de la cocina, se dirigió al vestíbulo y tomó la primera curva, el pasillo de cristal y piedra que conducía a la sala por el comedor y la biblioteca.

Donde estaba Julia, sentada sobre el sillón. Y Gloria, tres años, jugaba sobre la alfombra de pelo largo.

–¿Qué mierda estás haciendo aquí? Julia levantó la mirada.

–He llevado a Gloria al dentista. Rutina. Pensé que podía pasar un momento.

–Sabes que no está permitido.

La boca blanda de Julia se endureció un poco.

–Una hermosa bienvenida.

Jane respiró hondo, dio unos pasos y se sentó con las manos entre las rodillas. Gloria se sentó. Otro bebé. Seguramente estaría destruyendo algo. El departamento estaba preparado para una niña de dos años. Gloria era más alta, claro.

–Mira, Julia. Ya sabes cómo está la situación. No debes traer aquí a Gloria.

–¿Crees que va a contagiar algo al bebé? He pasado sólo un momento. Pensé que podíamos salir a almorzar.

–No estaba hablando de eso, Julia. Nos están observando. Ya lo sabes. No quiero que haya problemas, ¿me entiendes? No eres una niña. Tienes veintidós años, y ya es hora de que...

–Te he preguntado si podemos salir a almorzar. Con Gloria. Dios. Jane estaba al borde del ataque de nervios.

–De acuerdo... —Gloria estaba junto a la biblioteca, iba a coger un florero—. ¡Gloria! —Ningún niño de tres años y ningún escamado se desviaba jamás de su objetivo. Jane se puso de pie y atrapó a la niña, la arrastró hacia el sillón y Gloria se puso a gritar. Y los aullidos podían oírse en el maldito baño donde otra niñita estaba intentando ahogar a su niñera. Jane cambió de postura y tapó la boca de Gloria—. ¡Cállate! ¡Julia, llévatela de aquí, ahora mismo, mierda!

–¡Es tu nieta!

–¡No importa lo que sea, llévatela! —Gloria peleaba, histérica y daba patadas en la pierna—. ¡Fuera, maldita sea!

Julia parecía desesperada, ofendida, sin aliento, como siempre; fue hasta ella y tomó a Gloria, que, sin tapadera aulló como si la estuvieran degollando.

–¡Fuera! —gritó Jane. —¡Mierda, hazla callar!

–¡Tu nieta no te importa!

–Almorzaremos mañana. ¡Tráela! Pero ahora hazla callar.

–Ella no es una de tus azi.

–¡Cuidado con lo que dices! ¿Qué clase de lenguaje es ése?

–¡Tienes una nieta! Me tienes a mí, por Dios, y no te importa...

Aullidos histéricos de Gloria.

–No pienso hablar de eso ahora. ¡Fuera!

–¡Entonces, te odio! —Julia empezó a llorar. Gloria todavía gritaba. Julia la levantó y la empujó hasta la puerta. Se fueron.

Jane se quedó de pie con el estómago totalmente revuelto. Julia había conseguido un poco de fortaleza, por fin. Y casi había echado a perder el proyecto. Se suponía que no había ninguna otra niña. Todavía estaban empezando el camino, aprendiendo. Pequeños cambios en la autopercepción cuando ésta se estaba desarrollando podían tener efectos muy grandes al otro lado de la línea. Si el comienzo era bueno, la propia Ari se las arreglaría con las desviaciones más adelante.

Ari no tenía que preguntarle:

–Mamá, ¿quién era ésa?

Ari había sido hija única.

Así que ahora, el maldito proyecto había alterado a Julia. Porque «madre» era una de las palabras clave de Julia, «madre» era la raíz de sus problemas, «madre» era lo que Julia estaba decidida a ser, y con buenos resultados, porque sabía que ésa era la única faceta que la gran Jane, Jane la famosa, no había desarrollado con éxito y Julia estaba segura de hacerlo bien. Julia se sentía privada de su infancia, así que se estaba inclinando hacia el otro lado, estaba malcriando a su hija con mimos: aquella desgraciadita sabía exactamente cómo conseguir todo lo que quería de su mamá, excepto coherencia. Necesitaba una mano dura y un mes lejos de su mamá antes de que fuera demasiado tarde.

Resultaba extraño lo exacta que podía ser la percepción retrospectiva.

V

Otra vez almohadillas. Florian se sintió un poco confundido, confundido como cuando la realidad se mezclaba. El gran edificio y el hecho de sentarse sobre el borde de la mesa siempre, lo hacían sentir así, pero supo qué contestar cuando el supervisor le preguntó dónde debía colocar la almohadilla Uno. Justo encima del corazón. Lo sabía. Tenía una muñeca a la que podía aplicar las almohadillas. Pero no tenía tantas como le estaban colocando ahora.

–Muy bien —dijo el supervisor y lo palmeó—. Eres un muchacho excelente, Florian. Eres muy inteligente y rápido. ¿Puedes decirme cuántos años tienes?

«Años» significaba crecer, y a medida que se hacía mayor y más inteligente, la respuesta eran más y más dedos. Ahora levantó el primero y el siguiente y el otro, y se detuvo. Resultaba difícil hacerlo sin que todos los dedos se estiraran. Cuando lo hacía bien, sentía un bienestar en todo el cuerpo. El supervisor le dio un abrazo.

Cuando terminaban, siempre le daban un caramelo. Sabía las respuestas a todo lo que le preguntaba el supervisor. Se sentía desorientado pero era una confusión buena.

Sólo deseaba que le dieran el caramelo para olvidarse enseguida de las almohadillas.

VI

Ari estaba muy excitada. Tenía un vestido nuevo, rojo con un dibujo brillante en el pecho y en una manga. Nelly le había peinado el cabello con fuerza hasta que crujió y voló, negro y brillante, y entonces, Ari, toda vestida, tuvo que esperar en la sala hasta que Ollie y mamá estuvieron listos. Mamá parecía muy alta y muy guapa, brillante de plata, y la plata de su cabello era muy bonita. Ollie también venía, muy guapo en el negro que usaban los azi. Ollie era un azi especial. Siempre estaba con mamá, y si Ollie decía que debía hacer algo, Ari tenía que hacerlo. Lo hacía, o al menos hoy era así, porque Ollie y mamá la llevarían a una fiesta.

Iba a haber muchas personas mayores allí. Iría allí y luego Ollie la llevaría a casa de Valery, a una fiesta de niños.

Valery era un chico. Era de sera Schwartz. Los azi los vigilarían, jugarían y habría helados en una mesa tan pequeña como ellos. Y otros niños. Pero sobre todo, Valery. Valery tenía una nave espacial con luces rojas. Tenía una cosa de vidrio y cuando se miraba través de ella, la cosa hacía dibujos.


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