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El retorno del rey
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Текст книги "El retorno del rey"


Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien



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Poco después del regreso de Thengel, Saruman se declaró Señor de Isengard y empezó a perturbar a Rohan, amenazando sus fronteras y apoyando a sus enemigos.

2948-3019 17. Théoden. Fue llamado Théoden Ednew en las historias de Rohan, pues empezó a declinar hechizado por Saruman. Pero Gandalf lo curó, y en el último año de su vida se incorporó y llevó a sus hombres a la victoria en Cuernavilla, y poco después a los Campos de Pelennor, la más grande batalla de esa Edad. Cayó ante las puertas de Mundburgo. Por un tiempo descansó en la tierra natal, entre los Reyes muertos de Gondor, pero fue trasladado y sepultado en el octavo montículo del linaje de Fréaláf en Edoras. Luego, empezó un nuevo linaje.


Tercer Linaje


En 2989 Théodwyn se casó con Éomund de Folde Este, primer Mariscal de la Marca. Su hijo Éomer nació en 2991, y su hija Éowyn en 2995. En ese tiempo Sauron conspiraba otra vez, y la sombra de Mordor llegaba a Rohan. Los Orcos empezaron a invadir las regiones orientales y mataban o robaban caballos. Otros bajaban también de las Montañas Nubladas; algunos de ellos eran grandes uruks al servicio de Saruman, aunque transcurrió mucho tiempo antes de que se lo sospechase. Éomund tenía sobre todo a su cargo las fronteras del este; y era un gran amante de los caballos y odiaba a los Orcos. Si llegaban nuevas de alguna incursión, a menudo los buscaba a caballo, inflamado de ira, desprevenido y con pocos hombres. Sucedió así que fue muerto en 3002; persiguió a una pequeña banda hasta los bordes de Emyn Muil, y fue allí sorprendido por una tropa que acechaba entre los peñascos.

No mucho después Théodwyn cayó enferma y murió, con gran pena del rey. Llevó a los hijos de ella y les dio el nombre de hijo e hija. Sólo tenía un hijo propio, Théodred, que contaba entonces veinticuatro años; porque la reina Elfhild había muerto en el parto y Théoden no había vuelto a casarse. Éomer y Éowyn crecieron en Edoras y vieron cómo la sombra oscura caía sobre las estancias de Théoden. Éomer se asemejaba a sus antepasados; pero Éowyn era esbelta y alta, con una gracia y orgullo que le venían del Sur, de Morwen de Lossarnach, a la que los Rohirrim habían llamado Resplandor del Acero.


2991-C.E. 63 (3084) Éomer Éadig. Cuando era joven todavía, se convirtió en Mariscal de la Marca (3017) y se le dio el cargo de Éomund en la frontera del este. En la Guerra del Anillo, Théodred cayó en batalla con Saruman en Vados de Isen. Por tanto, antes de morir en los Campos del Pelennor, Théoden designó como heredero suyo a Éomer, y lo llamó rey. Ese día también Éowyn ganó renombre porque luchó en esa batalla cabalgando disfrazada; y fue después conocida en la Marca como la Señora del Brazo Escudado 40.


Éomer se convirtió en un gran rey, y como era joven cuando sucedió a Théoden, reinó durante sesenta y cinco años, más que ninguno de los reyes que lo precedieron salvo Aldor el Viejo. En la Guerra del Anillo, hizo amistad con el Rey Elessar y con Imrahil de Dol Amroth; y cabalgaba con frecuencia a Gondor. En el último año de la Tercera Edad se casó con Lothíriel, hija de Imrahil. Tuvieron un hijo, Elfwine el Hermoso, que reinó después de Éomer.


En los días de Éomer, los hombres que lo deseaban tenían paz en la Marca, y el pueblo creció tanto en los valles de las montañas como en las llanuras, y los caballos se multiplicaron. En Gondor gobernaba entonces el Rey Elessar, y también en Arnor. Era rey en las tierras de todos esos antiguos reinos, excepto en Rohan; porque renovó para Éomer el regalo de Cirion, y Éomer hizo otra vez el Juramento de Eorl. Lo cumplió con frecuencia. Porque aunque Sauron ya había desaparecido, los odios y los males que sembrara no habían muerto, y el Rey del Oeste tenía muchos enemigos que someter antes que el Árbol Blanco pudiera crecer en paz. Y dondequiera que fuese el Rey Elessar con sus guerras, el Rey Éomer iba con él; y más allá del Mar de Rhûn y en los campos lejanos del Sur, se oía el trueno de la caballería de la Marca, y el Caballo Blanco sobre Verde voló con muchos vientos hasta que Éomer envejeció.


III



EL PUEBLO DE DURIN



En lo que concierne al principio de los Enanos, los Eldar tanto como los Enanos mismos cuentan historias extrañas, pero muy anteriores a nuestros días, y de las que poco se dirá aquí. Durin es el nombre que daban los Enanos al mayor de los Siete Padres de la raza, y el antecesor de todos los reyes de los Barbiluengos 41. Dormía solo, hasta que en las profundidades del tiempo y el despertar de aquel pueblo, se marchó a Azanulbizar, y moró en las cuevas sobre Kheled-zâram, al este de las Montañas Nubladas, donde las Minas de Moria fueron luego celebradas en cantos.

Allí vivió tanto tiempo que se lo conoció hasta muy lejos como Durin el Inmortal. No obstante, al fin murió, antes de que terminaran los Días Antiguos, y su tumba estaba en Khazad-dûm; pero su linaje no terminó nunca y cinco veces nació un heredero en la Casa, tan parecido al anterior que todos recibieron el nombre de Durin. Los Enanos sostenían en verdad que era el Inmortal que había vuelto; pues tienen muchos cuentos y creencias extraños acerca de sí mismos y del destino que les espera en el mundo.

Al cabo de la Primera Edad el poder y la riqueza de Khazad-dûm se habían acrecentado sobremanera, porque mucha gente y mucha ciencia y artesanías la habían enriquecido, cuando las antiguas ciudades de Nogrod y Belegost en las Montañas Azules se arruinaron con el quebrantamiento de Thangorodrim. El poder de Moria sobrevivió durante los Años Oscuros y el dominio de Sauron, porque aunque Eregion se destruyó y Moria cerró sus puertas, las estancias de Khazad-dûm eran muy fuertes y profundas, y colmadas de un pueblo demasiado numeroso y valiente como para que Sauron pudiera conquistarlas desde fuera. De este modo la riqueza de Khazad-dûm permaneció intacta largo tiempo, aunque su pueblo empezó a declinar.

Sucedió que en medio de la Tercera Edad, Durin fue rey, el sexto de ese nombre. El poder de Sauron, servidor de Morgoth, crecía en el mundo, aunque la Sombra en el Bosque frente a Moria no se reconocía aún como lo que era. Todas las criaturas malignas estaban agitándose. Por entonces los Enanos cavaban muy hondo bajo Barazinbar en busca de mithril, el metal de valor incalculable que año a año era más difícil de encontrar 42. De ese modo despertaron 43una encarnación del terror que había huido de Thangorodrim y yacía oculta en los cimientos de la tierra desde la llegada de la Hueste del Occidente: un Balrog de Morgoth. Durin fue muerto por él, y al año siguiente, también Náin I, hijo de Durin; y así pasó la gloria de Moria, y su pueblo fue destruido o huyó muy lejos.


La mayor parte de los que escaparon se dirigieron al Norte, y Thráin I, hijo de Náin, llegó a Erebor, la Montaña Solitaria, cerca del borde oriental del Bosque Negro, y empezó allí nuevas obras, y se convirtió en Rey bajo la Montaña. En Erebor encontró una gran joya, la Piedra del Arca, el Corazón de la Montaña 44. Pero Thorin I, hijo de Thráin, fue hacia el Norte, a las Montañas Grises, donde estaba juntándose la mayoría del pueblo de Durin; porque esas montañas eran ricas y estaban poco exploradas. Pero había dragones en los yermos de allende las montañas; y al cabo de muchos años cobraron fuerza, y se multiplicaron e hicieron la guerra a los Enanos y estropearon sus obras. Finalmente, Dáin I, junto con su hijo segundo, fue muerto a las puertas de sus estancias por un gran dragón frío.

No mucho después la mayor parte del Pueblo de Durin abandonó las Montañas Grises. Grór, hijo de Dáin, se encaminó con muchos seguidores a las Colinas de Hierro; pero Thrór, el heredero de Dáin, junto con Borin, hermano de su padre, y el resto del pueblo, regresó a Erebor. Thrór llevó a la Gran Estancia de Thráin la Piedra del Arca, y él y su pueblo prosperaron y se enriquecieron y tuvieron la amistad de todos los Hombres de las cercanías. Porque no sólo hacían cosas asombrosas y bellas, sino también armas y armaduras de gran valor; y había un gran tráfico de minerales entre ellos y sus parientes de las Colinas de Hierro. De este modo los Hombres del Norte que vivían entre el Celduin (Río Rápido) y el Carnen (Aguas Rojas) se hicieron fuertes y rechazaron a todos los enemigos del Este; y los Enanos vivían en la abundancia y había fiestas y canciones en las Estancias de Erebor 45.

De este modo el rumor de la riqueza de Erebor se extendió y llegó a oídos de los dragones, y por fin Smaug el Dorado, el más grande de los dragones de entonces, se alzó y sin advertencia alguna se lanzó contra el Rey Thrór y descendió sobre las Montañas envuelto en llamas. No transcurrió mucho tiempo antes de que todo el reino fuera destruido, y la cercana ciudad de Valle quedó deshecha y abandonada; pero Smaug penetró en la Gran Estancia y yació allí sobre un lecho de oro.

Muchos de los parientes de Thrór escaparon del saqueo y el incendio; y último de todos y por una puerta secreta salió el mismo Thrór, en compañía de su hijo Thráin II. Se alejaron hacia el sur con su familia 46, emprendiendo un largo camino errante. Con ellos iba también una pequeña compañía de parientes y fieles seguidores.


Años después Thrór, ahora viejo, pobre y desesperado, dio a su hijo Thráin el único gran tesoro que aún poseía: el último de los Siete Anillos, y luego se alejó con un solo compañero, llamado Nár. Del Anillo le dijo a Thráin al despedirse:

—Puede que esto sea el fundamento de una nueva fortuna para ti, aunque parece improbable. Pero se necesita oro para hacer oro.

—¿No pensarás en regresar a Erebor? —preguntó Thráin.

—No a mi edad —dijo Thrór—. Delego en ti y en tus hijos la venganza contra Smaug. Pero estoy cansado de la pobreza y del desprecio de los Hombres. Parto a ver qué puedo encontrar.

No dijo adónde iba. Quizá la edad y el infortunio y el mucho meditar sobre el pasado esplendor de Moria lo habían enloquecido un poco; o, quizá el Anillo estaba volcándose hacia el mal ahora que su amo había despertado, y llevaba a la locura y la destrucción. Desde las Tierras Brunas, donde estaba viviendo entonces, fue hacia el norte con Nár, y cruzaron el Paso del Cuerno Rojo y descendieron a Azanulbizar.

Cuando Thrór llegó a Moria, las Puertas estaban abiertas. Nár le rogó que tuviera cuidado, pero él no le hizo ningún caso, y entró orgullosamente como un heredero que retorna. Pero no volvió. Nár se quedó un tiempo en las cercanías, escondido. Un día oyó un fuerte grito y el sonido de un cuerno, y un cuerpo fue arrojado a la escalinata. Temiendo que fuera Thrór, empezó a acercarse arrastrándose, pero de dentro de las puertas salió una voz:

—¡Ven, barbudo! Podemos verte. Pero hoy no es necesario que tengas miedo. Te precisamos como mensajero.

Entonces Nár se aproximó y vio en efecto que era el cuerpo de Thrór, pero tenía la cabeza seccionada y la cara vuelta hacia abajo. Y al arrodillarse allí, oyó la risa de un Orco y la voz dijo:

—Si los mendigos no aguardan a la puerta y se escurren dentro intentando robar, eso es lo que les hacemos. Si alguno de los vuestros mete aquí otra vez sus inmundas barbas, recibirá el mismo tratamiento. ¡Ve y dilo! Pero si su familia desea saber quién es ahora el rey aquí, el nombre está escrito en su cara. ¡Yo lo escribí! ¡Yo lo maté! ¡Yo soy el amo!

Entonces Nár dio vuelta la cabeza de Thrór y vio marcado en runas de los Enanos, de modo que él podía leerlo, el nombre AZOG. Ese nombre quedó marcado desde entonces en el corazón de Nár y en el de todos los Enanos. Nár se inclinó para recoger la cabeza, pero la voz de Azog 47dijo:

—¡Déjala caer! ¡Lárgate! Ahí tienes tu paga, mendigo barbado. —Un pequeño saco golpeó a Nár. Contenía unas pocas monedas de escaso valor.

Llorando, Nár huyó por el Cauce de Plata abajo; pero miró una vez atrás, y vio que por las puertas habían salido unos Orcos que estaban despedazando el cuerpo y arrojando los trozos a los cuervos negros.


Ésa fue la historia que Nár le contó a Thráin; y cuando Nár lloró y se mesó las barbas, él guardó silencio. Siete días se quedó sentado sin hablar. Por último, se puso de pie y dijo:

—¡No es posible soportarlo! —Ése fue el principio de la Guerra de los Enanos y los Orcos, que fue larga y mortal, y se libró casi toda ella en sitios profundos bajo tierra.

Thráin sin demora envió mensajeros con la historia al norte, al este y al oeste; pero transcurrieron tres años antes que las fuerzas de los Enanos estuvieran preparadas. El Pueblo de Durin reunió a todas sus huestes y a ellas se unieron las grandes fuerzas enviadas por las Casas de otros Padres; porque estaban coléricos a causa de este agravio al heredero del Mayor de la raza. Cuando todo estuvo dispuesto, atacaron y saquearon una por una todas las fortalezas de los Orcos que pudieron encontrar, desde Gundabad hasta los Gladios. Ambos bandos fueron implacables, y hubo muerte y hechos de crueldad de noche y de día. Pero los Enanos obtuvieron la victoria por su fuerza y por sus armas sin par y por el fuego de su furia mientras buscaban a Azog en cada escondrijo bajo la montaña.

Por fin todos los Orcos que huían delante de ellos se reunieron en Moria, y la persecución llevó las huestes de los Enanos a Azanulbizar. Era ése un gran valle que se extendía entre los brazos de las montañas en torno al lago de Kheled-zâram y había sido antaño parte del reino de Khazad-dûm. Cuando los Enanos vieron las puertas de sus antiguas mansiones sobre la ladera de la montaña, lanzaron un gran grito que resonó como un trueno en el valle. Pero una gran hueste de enemigos estaba dispuesta en orden de batalla sobre las laderas encima de ellos, y por las puertas salió una multitud de Orcos reservados por Azog en caso de necesidad.

En un principio la suerte estuvo contra los Enanos, pues era un oscuro día de invierno sin sol, y los Orcos no perdieron tiempo en vacilaciones, y excedían en número al enemigo, y se encontraban en el terreno más alto. Así empezó la Batalla de Azanulbizar (o Nanduhirion en lengua élfica): al recordarla los Orcos se estremecen todavía y los Enanos lloran. El primer ataque de la vanguardia, conducido por Thráin, fue rechazado con pérdidas, y Thráin se encontró en un bosque de grandes árboles que en ese entonces todavía crecían no lejos de Kheled-zâram. Allí cayeron Frerin, su hijo, y Fundin, su pariente, y muchos otros, y Thráin y Thorin fueron heridos 48. En otros sitios de la batalla prevalecía uno u otro bando, con grandes matanzas, hasta que por último el pueblo de las Colinas de Hierro decidió la suerte del día. Llegados últimos y descansados al campo, los guerreros de Náin, hijo de Grór, vestidos de cota de malla, se abrieron paso a través de los Orcos hasta los umbrales mismos de Moria al grito de «¡Azog, Azog!», derribando con sus piquetas a todos cuantos se les pusieron en el camino.

Entonces Náin se detuvo ante las Puertas y gritó en muy alta voz: «¡Azog! ¡Si estás dentro sal fuera! ¿O el juego en el valle te parece demasiado rudo?»

A lo cual Azog salió, y era un gran Orco con una enorme cabeza guarnecida de hierro, y no obstante ágil y fuerte. Lo acompañaban muchos que se le parecían, los soldados de su guardia, y mientras éstos se entendían con la escolta de Náin, se volvió hacia él, y dijo: «¿Cómo? ¿Otro mendigo a mi puerta? ¿Tengo que marcarte también a ti?» Se abalanzó sobre Náin y lucharon. Pero Náin estaba medio ciego de ira y sentía la fatiga de la batalla, mientras que Azog estaba descansado y era feroz y muy astuto. No tardó Náin en asestar un golpe con todas las fuerzas que aún le quedaban, pero Azog se hizo a un lado y le dio una patada en la pierna, de modo que la piqueta de Náin se astilló contra la piedra en la que había estado y el Enano cayó hacia adelante. Entonces Azog dio una rápida media vuelta y le hacheó el cuello. La cota de malla resistió el filo, pero tan pesado fue el golpe que a Náin se le quebró el cuello y cayó.

Entonces Azog rió y levantó la cabeza para lanzar un gran grito de triunfo; pero el grito se le murió en la garganta. Porque vio que todo su ejército huía en desorden y que los Enanos iban de un lado a otro matando a diestro y siniestro, y los que podían huir de ellos, corrían hacia el sur chillando. Y casi todos los soldados que guardaban Azanulbizar yacían muertos. Se volvió y escapó hacia las Puertas.

Escaleras arriba detrás de él saltó un Enano con un hacha roja. Era Dáin Pie de Hierro, hijo de Náin. Justo ante las puertas atrapó a Azog, y allí le dio muerte, y le rebanó la cabeza. Esto se consideró una gran hazaña, pues Dáin era entonces sólo un muchacho en las cuentas de los Enanos. Una larga vida y múltiples batallas tenía por delante, hasta que viejo, pero erguido, caería por fin en la Guerra del Anillo. Aunque era valiente y lo ganaba la cólera, se dice que al descender de las Puertas tenía la cara gris de quien ha sentido mucho miedo.


Cuando por fin ganaron la batalla, los Enanos que quedaban se reunieron en Azanulbizar. Tomaron la cabeza de Azog, le metieron en la boca el saco de monedas, y la clavaron en una pica. Mas no hubo fiesta ni canciones esa noche; porque no había pena que alcanzara para tantos muertos. Apenas la mitad de ellos, se dice, podían mantenerse en pie o tener esperanzas de cura.

No obstante, por la mañana Thráin se les presentó. Tenía un ojo cegado sin cura posible y estaba cojo a causa de una herida en la pierna; pero dijo: —¡Bien! Obtuvimos la victoria. ¡Khazad-dûm es nuestra!

Entonces ellos respondieron: —Puede que seas el Heredero de Durin, pero aun con un solo ojo tendrías que ver más claro. Libramos esta batalla por venganza y venganza nos hemos tomado. Aunque no tiene nada de dulce. Nuestras manos son demasiado pequeñas y la victoria se nos escapa si esto es una victoria.

Y los que no pertenecían al Pueblo de Durin dijeron también: —Khazad-dûm no era la casa de nuestros Padres. ¿Qué significa para nosotros a no ser la esperanza de obtener un tesoro? Pero ahora, si hemos de retirarnos sin recompensa ni la indemnización que se nos debe, cuanto antes volvamos a nuestras propias tierras, tanto mejor.

Entonces Thráin se volvió a Dáin y dijo: —¿Me abandonará mi propio pueblo?

—No —dijo Dáin—. Tú eres el padre de nuestro Pueblo, y hemos sangrado por ti, y sangraríamos otra vez. Pero no entraremos en Khazad-dûm. Tú no entrarás en Khazad-dûm. Sólo yo he mirado a través de la sombra de las Puertas. Más allá de la sombra te espera todavía el Daño de Durin. El mundo ha de cambiar y algún otro poder que no es el nuestro ha de acudir antes que el Pueblo de Durin llegue a entrar en Moria otra vez.


Así fue que después de Azanulbizar los Enanos se dispersaron de nuevo. Pero primero, con gran trabajo, despojaron a todos sus muertos para que no vinieran los Orcos y les sacaran las armas y cotas de malla. Se dice que todos los Enanos que abandonaron el campo de batalla iban agobiados bajo un gran peso. Luego levantaron muchas piras y quemaron todos los cuerpos de sus parientes. Hubo muchos árboles derribados en el valle, que en adelante quedó desnudo, y las emanaciones de la quema se vieron desde Lórien 49.

Cuando de los terribles fuegos quedaron cenizas, los aliados volvieron a sus propios países, y Dáin Pie de Hierro condujo al pueblo de Náin de regreso a las Colinas de Hierro. Entonces, de pie junto a los restos de la gran hoguera, Thráin le dijo a Thorin Escudo de Roble: —¡Algunos pensarán que esta cabeza se pagó cara! Cuando menos, hemos dado nuestro reino por ella. ¿Volverás conmigo al yunque? ¿O mendigarás tu pan en puertas orgullosas?

—Al yunque —respondió Thorin—. El martillo por lo menos mantendrá los brazos fuertes hasta que puedan blandir otra vez instrumentos más afilados.

De modo que Thráin y Thorin, con los que quedaban de sus seguidores (entre los que se contaban Balin y Glóin), volvieron a las Tierras Brunas, y poco después se mudaron y erraron por Eriador, hasta que levantaron un hogar en el exilio al este de las Ered Luin, más allá del Lune. De hierro era la mayor parte de las cosas que forjaron en aquellos días, pero en cierto modo prosperaron, y poco a poco fueron creciendo en número 50. Pero, como había dicho Thrór, el Anillo necesitaba oro para hacer oro, y de ese o de cualquier otro metal precioso tenían muy poco o nada.


De este Anillo algo ha de decirse aquí. Los Enanos del Pueblo de Durin pensaban que era el primero de los Siete en haber sido forjado; y dicen que le fue dado al Rey de Khazad-dûm, Durin III, por los herreros élficos, y no por Sauron, aunque sin la menor duda había puesto en él un poder maligno, pues había ayudado en la forja de todos los Siete. Pero los poseedores del Anillo no lo exhibían ni hablaban de él, y rara vez lo cedían en tanto no sintieran que se acercaba la muerte, para que otros no supiesen dónde se guardaba. Algunos creían que había quedado en Khazad-dûm, en las tumbas secretas de los reyes, si no había sido descubierto y robado; pero entre la parentela del Heredero de Durin se creía (erróneamente) que Thrór lo había llevado puesto cuando regresara allí de prisa. Qué había sido entonces de él, lo ignoraban. No fue encontrado en el cuerpo de Azog 51.

No obstante, como los Enanos creen ahora, es posible que Sauron hubiera descubierto con sus artes quién tenía este Anillo, el último, y que los singulares infortunios de los herederos de Durin fueran en gran parte consecuencia de la malicia de Sauron. Porque por este medio no era posible corromper a los Enanos. El único poder que los Anillos tuvieron sobre ellos fue el de poner en sus corazones la codicia del oro y otras cosas preciosas, de modo que si les faltaban, todo otro bien les parecía desdeñable, y se llenaban de cólera y de deseos de venganza contra quienes los privaban de ellas. Pero desde un principio fueron hechos de una especie que resistía con firmeza cualquier clase de dominio. Aunque podían ser muertos o quebrantados, no era posible reducirlos a sombras esclavizadas a otra voluntad; y por la misma razón ningún Anillo afectó sus vidas, ni hizo que fueran más largas o más cortas. Y por eso Sauron los odió todavía más, y más deseó quitarles lo que tenían.


Fue quizá en parte a causa de la malicia del Anillo que Thráin, al cabo de algunos años, se sintió inquieto y descontento. No pensaba en otra cosa que en el oro. Por fin, cuando ya no pudo soportarlo, volvió sus pensamientos a Erebor, y decidió regresar. No dijo nada a Thorin del peso que tenía en el corazón; se despidió y partió junto con Balin y Dwalin y unos pocos más.

Poco se sabe de lo que le sucedió luego. Parecería ahora que tan pronto como se puso en camino, los emisarios de Sauron le dieron caza. Los lobos lo persiguieron, los Orcos le tendieron emboscadas, unos pájaros malvados arrojaron sombra sobre su camino, y cuanto más intentaba ir hacia el norte, tantos más infortunios se lo impedían. Hubo una noche oscura en que él y sus compañeros andaban de un lado a otro más allá del Anduin, y por causa de una lluvia negra se vieron obligados a buscar refugio bajo los árboles del Bosque Negro. A la mañana Thráin había desaparecido, y sus compañeros lo llamaron en vano. Lo buscaron durante muchos días hasta que por fin, perdida toda esperanza, partieron y volvieron junto a Thorin. Sólo mucho después se supo que Thráin había sido atrapado vivo y llevado a las mazmorras de Dol Guldur. Allí recibió tormento y le arrebataron el Anillo, y allí por fin murió.

De este modo Thorin Escudo de Roble se convirtió en el Heredero de Durin, pero heredero sin esperanzas. Cuando Thráin se perdió, tenía noventa y cinco años, un gran enano de orgulloso porte, pero parecía contento en Eriador. Allí trabajó mucho tiempo y traficó y almacenó riquezas; y la población aumentó con la llegada de muchos miembros errantes del Pueblo de Durin, que cuando oyeron decir que estaba en el Oeste, acudieron a él. Ahora tenían hermosas estancias en las montañas y almacenes de bienes, y sus días no parecían tan duros, aunque en sus canciones hablaban siempre de la distante Montaña Solitaria.

Los años se prolongaron. Los rescoldos en el corazón de Thorin volvieron a llamear mientras meditaba en los males de su Casa y en la herencia que le había tocado: la venganza contra el Dragón. Pensaba en armas y en ejércitos y en alianzas, mientras el gran martillo resonaba sobre el yunque; pero los ejércitos se habían dispersado y las alianzas estaban rotas y el pueblo tenía pocas hachas; y un gran odio sin esperanza ardía en él, mientras golpeaba el hierro rojo sobre el yunque.


Pero por último hubo un encuentro azaroso entre Gandalf y Thorin que cambió la suerte de la Casa de Durin, y que condujo a otros y más grandes fines. En una ocasión 52Thorin, que volvía al oeste de un viaje, se detuvo en Bree a pasar la noche. Allí estaba también Gandalf. Se dirigía a la Comarca, que no había visitado desde hacía unos veinte años. Estaba fatigado y pensó en descansar allí por un tiempo.

Entre otros cuidados le preocupaba el peligroso estado en que se encontraba el Norte; porque sabía ya entonces que Sauron proyectaba la guerra, y que intentaba, tan pronto como se sintiera bastante fuerte, atacara Rivendel. Pero para impedir que el Este tratara de recuperar las tierras de Angmar y los pasos septentrionales de las montañas, ahora sólo contaban los Enanos de las Colinas de Hierro. Y más allá se extendía la desolación del Dragón. Sauron podría utilizar al Dragón con espantosas consecuencias. ¿Cómo entonces eliminar a Smaug?

Justo cuando Gandalf estaba sentado y pensando en todo esto, se le acercó Thorin y le dijo: —Señor Gandalf, sólo os conozco de vista, pero me gustaría conversar con vos. Porque últimamente habéis visitado a menudo mis pensamientos, como si estuviera obligado a buscaros. En verdad, así lo habría hecho si hubiera sabido dónde estabais.

Gandalf lo miró con asombro. —Esto es extraño, Thorin Escudo de Roble —dijo—. Porque también yo he pensado en ti; y aunque ahora voy a la Comarca, no olvidaba que ese camino conduce también a tus palacios.

—Llamadlos así si os place —dijo Thorin—. No son sino pobres viviendas en el exilio. Pero seríais bien recibido, si vinieseis. Porque dicen que sois sabio y que sabéis más que nadie de lo que pasa en el mundo; y tengo muchas cosas en la mente y me gustaría recibir vuestro consejo.

—Iré —dijo Gandalf—; porque supongo que al menos compartimos una preocupación. Tengo en la mente al Dragón de Erebor, y no creo que el nieto de Thrór lo haya olvidado.


En otro lugar se cuenta qué resultó de ese encuentro: del extraño plan que trazó Gandalf para ayudar a Thorin, y de cómo Thorin y sus compañeros se pusieron en camino desde la Comarca en busca de la Montaña Solitaria y de ello resultaron satisfechos grandes fines que nadie había previsto. Aquí sólo se recuerdan las cosas que están directamente relacionadas con el Pueblo de Durin.

El Dragón fue muerto por Bardo de Esgaroth, pero hubo batalla en el Valle. Porque los Orcos descendieron sobre Erebor tan pronto como se enteraron del regreso de los Enanos; y fueron conducidos por Bolgo, hijo de Azog, a quien Dáin había dado muerte en su juventud. En esa primera Batalla de Valle, Thorin Escudo de Roble fue mortalmente herido; y murió, y fue sepultado en una tumba bajo las Montañas con la Piedra del Arca sobre el pecho. Allí también cayeron Fíli y Kíli, los hijos de su hermana. Pero Dáin Pie de Hierro, primo de Thorin, que había acudido desde las Colinas de Hierro y era también heredero legítimo, se convirtió entonces en el Rey Dáin II, y el Reino bajo la Montaña quedó restaurado, como había deseado Gandalf. Dáin fue un gran rey y muy sabio, y los Enanos prosperaron y volvieron a ser fuertes.

A fines del verano de ese mismo año (2941) Gandalf terminó por prevalecer sobre Saruman y el Concilio Blanco, y atacaron a Dol Guldur, y Sauron se retiró y se dirigió a Mordor para estar allí a salvo, según creyó, de todos sus enemigos. Así fue que cuando por fin hubo guerra, el principal ataque fue contra el Sur; sin embargo, aun así, Sauron podría haber causado gran daño en el Norte con su mano derecha largamente extendida, si el Rey Dáin y el Rey Brand no le hubieran cerrado el paso. Como Gandalf les dijo después a Frodo y a Gimli, cuando vivieron juntos un tiempo en Minas Tirith. No mucho antes habían llegado a Gondor noticias de acontecimientos lejanos.

«Me dolí de la caída de Thorin —dijo Gandalf—, y ahora oímos que Dáin ha caído, luchando otra vez en Valle, mientras nosotros luchábamos aquí. La llamaría una gran pérdida, si no fuera más bien una maravilla que a una edad ya avanzada aún pudiera blandir el hacha con tanto vigor como dicen que lo hizo, de pie junto al cuerpo del Rey Brand ante las Puertas de Erebor hasta que cayó la oscuridad.

»No obstante, todo pudo haber sido muy diferente, y mucho peor. Cuando penséis en la gran Batalla de los Pelennor, no olvidéis las batallas en Valle y el valor del Pueblo de Durin. Pensad en lo que podría haber sido. Fuego de dragones y salvajes espadas en Eriador, la noche en Rivendel. Pudo no haber habido Reina en Gondor. Quizá hubiéramos vuelto de la victoria para encontrar sólo ruinas y ceniza. Pero eso se evitó porque tropecé con Thorin Escudo de Roble una noche en Bree al empezar la primavera. Un encuentro casual, como decimos en la Tierra Media.»


Dís era la hija de Thráin II. Es la única mujer enana que se menciona en estas historias. Dijo Gimli que hay pocas mujeres entre los Enanos, probablemente no más que un tercio de toda la población. Rara vez andan fuera, salvo en casos de extrema necesidad. Son en voz y apariencia, y en el atuendo, si han de emprender un viaje, tan parecidas a los varones enanos, que los ojos y los oídos de otros pueblos no pueden distinguirlas. Esto ha dado origen entre los Hombres a la tonta creencia de que no hay mujeres enanas, y que los Enanos «nacen de la piedra».

Esta escasez de mujeres es lo que hace que el pueblo de los Enanos crezca con tanta lentitud, y que se sientan en peligro cuando no tiene morada segura. Porque los Enanos toman sólo una esposa o marido en el término de sus vidas, y son extremadamente celosos, como en todo lo que atañe a sus derechos. El número de los enanos varones que se casan es en realidad menor a un tercio del total. Porque no todas las mujeres toman marido: algunas no lo desean; otras desean al que no pueden tener, y por tanto, no aceptan a ningún otro. En cuanto a los varones, hay muchos también que no desean el matrimonio, concentrados en sus artesanías.


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