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El retorno del rey
  • Текст добавлен: 26 октября 2016, 22:44

Текст книги "El retorno del rey"


Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien



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—Mi Nibs está con ellas. Pero puedes ir y ayudarlo, si tienes ganas —dijo el Granjero Coto con una sonrisa. Y él y sus hijos partieron a todo correr hacia la aldea.

Sam se apresuró a entrar en la casa. En el escalón más alto del fondo del patio, la señora Coto y Rosita estaban de pie junto a la gran puerta redonda, y Nibs aguardaba frente a ellas, blandiendo una horquilla para el heno.

—¡Soy yo! —anunció Sam, todavía trotando—. ¡Sam Gamyi! Así que no trates de ensartarme, Nibs. De todos modos llevo puesta una cota de malla.

Se apeó del poney de un salto, y trepó los escalones. Los Coto lo observaron en silencio. —¡Buenas noches, señora Coto! —dijo Sam—. ¡Hola, Rosita!

—¡Hola, Sam! —dijo Rosita—. ¿Por dónde has andado? Decían que habías muerto; pero yo te he estado esperando desde la primavera. Tú no tenías mucha prisa ¿no es cierto?

—Tal vez no —respondió Sam, sonrojándose—. Pero ahora sí la tengo. Nos estamos ocupando de los bandidos y tengo que volver con el señor Frodo. Pero quise venir a echar un vistazo, a ver cómo estaba la señora Coto; y tú, Rosita.

—Estamos bien, gracias —dijo la señora Coto—. O al menos estaríamos bien si no fuese por esos rufianes.

—¡Bueno, vete! —dijo Rosita—. Si has estado cuidando al señor Frodo todo este tiempo ¿cómo se te ocurre dejarlo solo ahora, justo cuando las cosas se ponen más difíciles?

Aquello fue demasiado para Sam. O necesitaba una semana para contestarle, o no le decía nada. Bajó los escalones y volvió a montar el poney. Pero en el momento en que se disponía a partir, Rosita llegó, corriendo.

—¡Luces muy bien, Sam! —dijo—. ¡Vete, ahora! ¡Pero cuídate y vuelve en cuanto hayas arreglado cuentas con los bandidos!


Sam regresó y encontró en pie a toda la villa. Además de numerosos muchachos más jóvenes, ya se habían reunido más de un centenar de hobbits fornidos provistos de hachas, martillos pesados, cuchillos largos y gruesos bastones; y algunos llevaban arcos de caza. Y continuaban llegando otros de las granjas vecinas.

Algunos de los aldeanos habían encendido una gran hoguera, sólo para animar la velada, y porque era además una de las cosas prohibidas por el Jefe. Las llamas trepaban cada vez más brillantes a medida que avanzaba la noche. Otros, a las órdenes de Merry, estaban levantando barricadas a través del camino, a la entrada y a la salida de la aldea. Cuando los Oficiales de la Comarca se toparon con la primera barricada, quedaron estupefactos; pero tan pronto como vieron que las cosas pintaban mal, la mayoría se quitó las plumas y se plegó a la revuelta. Los otros huyeron furtivamente.

Sam encontró a Frodo y a sus amigos junto al fuego discurriendo con el viejo Tom Coto, y rodeados de una multitud de gente de Delagua que los miraba con admiración.

—Y bien, ¿cuál es el próximo movimiento? —dijo el Granjero Coto.

—No sé decirlo —respondió Frodo—, hasta tanto no tenga más información. ¿Cuántos son los bandidos?

—Es difícil saberlo —dijo Coto—. Andan siempre aquí y allá, yendo y viniendo. A veces hay cincuenta en las barracas, allá en lo alto del camino a Hobbiton; pero salen de correrías, a robar y a «recolectar», como ellos dicen. De todos modos, rara vez hay menos de una veintena alrededor del jefe, como lo llaman. Y él está en Bolsón Cerrado, o estaba, pero ya no sale. En realidad, nadie lo ha visto desde hace unas dos semanas: pero los Hombres no dejan que nadie se acerque.

—Pero Hobbiton no es el único lugar en que están acuartelados ¿no? —dijo Pippin.

—No, para colmo de males —dijo Coto—. Hay un buen puñado allá abajo, en el sur, en Valle Largo, y cerca del Vado de Sarn, dicen; y algunos más escondidos en Bosque Cerrado; y han construido barracas en El Cruce. Y están las Celdas Agujeros, como ellos las llaman: los viejos almacenes subterráneos en Cavada Grande, que han transformado en prisiones para los que se atreven a enfrentarlos. Sin embargo estimo que no hay más de trescientos en toda la Comarca, y tal vez menos. Podemos dominarlos, si nos mantenemos unidos.

—¿Tienen armas? —preguntó Merry.

—Látigos, cuchillos y garrotes, suficiente para el sucio trabajo que hacen; al menos eso es lo que han mostrado hasta ahora —dijo Coto—. Pero sospecho que sacarán a relucir otras, en caso de lucha. De todos modos, algunos tienen arcos. Han matado a uno o dos de los nuestros.

—¡Ya ves, Frodo! —dijo Merry—. Sabía que tendríamos que combatir. Bueno, ellos empezaron la matanza.

—No exactamente —dijo Coto—. O en todo caso no fueron ellos los que empezaron con las flechas. Los Tuk empezaron. Se da cuenta, señor Peregrin, el padre de usted nunca lo pudo tragar al tal Lotho, desde el principio; decía que si alguien tenía derecho a darse aires de jefe a esta hora del día, era el propio Thain de la Comarca, y no ningún advenedizo. Y cuando Lotho le mandó a los Hombres, no hubo modo de convencerlo. Los Tuk son afortunados, ellos tienen esas cavernas profundas allá en las Colinas Verdes, los Grandes Smials y todo eso, y los bandidos no pueden llegar hasta allí; y los Tuk no los dejan entrar en sus tierras. Si se atreven a hacerlo, los persiguen. Los Tuk mataron a tres que andaban robando y merodeando. Desde entonces los bandidos se volvieron más feroces. Y ahora vigilan de cerca las tierras de los Tuk. Ya nadie entra ni sale allí.

—¡Un hurra por los Tuk! —gritó Pippin—. Pero ahora alguien tendrá que entrar. Me voy a los Smials. ¿Alguien desea acompañarme a Alforzada?

Pippin partió con una media docena de muchachos, todos montados en poneys. —¡Hasta pronto! —gritó—. A campo traviesa hay sólo unas catorce millas. Por la mañana estaré de vuelta con todo un ejército de Tuk.

Desaparecieron en la oscuridad, mientras la gente los aclamaba y Merry los despedía con un toque de cuerno.

—Comoquiera que sea —dijo Frodo a todos los que se encontraban alrededor—, no quiero que haya matanza; ni aun de los bandidos, a menos que sea necesario para impedir que dañen a los hobbits.

—¡De acuerdo! —dijo Merry—. Pero creo que de un momento a otro tendremos la visita de la pandilla de Hobbiton. Y no van a venir precisamente a platicar. Procuraremos tratarlos con ecuanimidad, pero tenemos que estar preparados para lo peor. Tengo un plan.

—Muy bien —dijo Frodo—. Tú te encargarás de los preparativos.

En aquel momento, algunos hobbits que habían sido enviados a Hobbiton, regresaron a todo correr.

—¡Ya llegan! —dijeron—. Una veintena o más, pero dos han tomado hacia el oeste a campo traviesa.

—A El Cruce, me imagino —dijo Coto—, en busca de refuerzos. Quince millas de ida y quince de vuelta. No vale la pena preocuparse por el momento.

Merry se apresuró a dar las órdenes. El Granjero Coto se encargó de despejar las calles, enviando a todo el mundo a casa, excepto a los hobbits de más edad que contaban con algún tipo de arma. No tuvieron mucho que esperar. Pronto oyeron voces ásperas y pasos pesados; y en seguida vieron aparecer todo un pelotón de bandidos. Al ver la barricada se echaron a reír. No les cabía en la imaginación que en aquel pequeño país hubiese alguien capaz de enfrentar a veinte como ellos.

Los hobbits abrieron la barrera y se hicieron a un lado.

—¡Gracias! —dijeron los Hombres con sorna—. Y ahora, pronto a casa, y a dormir, antes que empecemos con los látigos. —Y avanzaron por la calle vociferando:– ¡Apagad esas luces! ¡Entrad en las casas y quedaos en ellas! De lo contrario nos llevaremos a cincuenta y los encerraremos en las Celdas durante un año. ¡Adentro! ¡El Jefe está perdiendo la paciencia!

Nadie hizo ningún caso a aquellas órdenes, pero a medida que los bandidos avanzaban, iban cerrando filas detrás de ellos y los seguían. Cuando los Hombres llegaron a la hoguera, allí estaba el viejo Coto, solo, calentándose las manos.

—¿Quién eres y qué estás haciendo aquí? —lo interpeló el cabecilla.

El Granjero Coto lo observó con una mirada lenta.

—Justamente iba a preguntarte lo mismo —respondió—. Éste no es tu país, y aquí no te queremos.

—Pues bien, nosotros te queremos a ti, en todo caso —dijo el cabecilla—. ¡Prendedlo, muchachos! ¡A las Celdas, y dadle algo que lo tranquilice un rato!

Los Hombres avanzaron un paso y se detuvieron. Alrededor de ellos se había alzado un clamor de voces, y advirtieron en ese momento que el Granjero Coto no estaba solo. En la oscuridad, al filo de la hoguera, se cerraba un círculo de hobbits que habían salido en silencio de entre las sombras. Eran unos doscientos, y todos armados.

Merry dio un paso adelante.

—Ya nos hemos conocido —le dijo al cabecilla—, y te advertí que no volvieras a aparecer por aquí. Ahora te vuelvo a advertir: estás a plena luz y rodeado de arqueros. Si te atreves a poner un solo dedo en este hobbit, o en cualquier otro de los presentes, serás hombre muerto. ¡Dejad en el suelo todas las armas!

El cabecilla echó una mirada en torno. Estaba atrapado. Pero con veinte secuaces para respaldarlo, no tenía miedo. Conocía poco y mal a los hobbits para darse cuenta del peligro en que se encontraba. Envalentonado, decidió luchar. No le iba a ser difícil abrirse paso.

—¡A la carga, muchachos! —gritó—. ¡Duro con ellos!

Esgrimiendo un largo puñal en la mano izquierda y un garrote en la derecha, se abalanzó contra el círculo de hobbits, procurando escapar hacia Hobbiton. Intentó atacar con violencia a Merry, que le cerraba el paso. Cayó muerto, traspasado por cuatro flechas.

A los restantes les bastó con eso. Se rindieron. Despojados de las armas y sujetos con cuerdas unos a otros, fueron conducidos a una cabaña vacía que ellos mismos habían construido, y allí, atados de pies y manos, los dejaron encerrados con una fuerte custodia.

Al cabecilla muerto lo llevaron a la rastra un poco más lejos, y lo enterraron.

—Parece casi demasiado fácil, después de todo ¿verdad? —dijo Coto—. Yo decía que éramos capaces de dominarlos. Lo que nos faltaba era una señal. Han vuelto en el momento justo, señor Merry.

—Todavía queda mucho por hacer —dijo Merry—. Si tus estimaciones son acertadas, aún no hemos dado cuenta ni de la décima parte de estos rufianes. Pero está oscureciendo. Creo que para el próximo golpe tendremos que esperar la mañana. Entonces le haremos una visita al Jefe.

—¿Por qué no ahora mismo? —dijo Sam—. No son mucho más de las seis. Y yo quiero ver al Tío. ¿Sabe qué ha sido de él, señor Coto?

—No está ni demasiado bien ni demasiado mal, Sam —dijo el Granjero—. En Bolsón de Tirada derribaron todos los árboles, y ése fue un golpe duro para el Viejo. Ahora está en una de esas casas nuevas que construyeron los Hombres cuando todavía hacían algo más que quemar y robar: a apenas una milla del linde de Delagua. Pero me viene a ver cada tanto, cuando puede, y yo cuido de que esté mejor alimentado que algunos de esos pobres infelices. Todo contra las Normas, por supuesto. Lo habría alojado en mi casa, pero eso no estaba permitido.

—Se lo agradezco de todo corazón señor Coto, y nunca lo olvidaré —dijo Sam—. Pero quiero verlo. El Jefe, y ese tal Zarquino, por lo que decían, podrían hacer algún desaguisado allá arriba, antes de la mañana.

—Está bien, Sam —dijo Coto—. Llévate a un par de mozalbetes, y ve a buscarlo y tráelo a mi casa. No necesitarás acercarte a la vieja aldea de Hobbiton en Delagua. Mi Alegre te indicará el camino.


Sam partió. Merry puso unos centinelas alrededor de la aldea, y junto a las barreras durante la noche. Luego fue con Frodo a casa del Granjero Coto. Se sentaron con la familia en la caldeada cocina, y los Coto, por pura cortesía, les hicieron unas pocas preguntas sobre los viajes que habían hecho, pero en verdad casi no escuchaban las respuestas: les interesaba mucho más lo que estaba aconteciendo en la Comarca.

—Todo empezó con Granujo, como nosotros lo llamamos —dijo el Viejo Coto—, y empezó apenas se fueron ustedes, señor Frodo. Tenía ideas raras, el Granujo. Quería ser el dueño de todo, y mandar a todo el mundo. Pronto se descubrió que ya tenía más de lo que era bueno para él; y continuaba acumulando más y más, aunque de dónde sacaba el dinero era un misterio: molinos y campos de cebada, y tabernas y granjas, y plantaciones de hierba para pipa. Ya antes de venir a vivir a Bolsón Cerrado había comprado el Molino de Arenas, según parece.

”Naturalmente, comenzó con las propiedades que le había dejado el padre en la Cuaderna del Sur; y parece que desde hacía un par de años estaba vendiendo grandes partidas que sacaba en secreto de la Comarca. Pero a fines del año pasado se atrevió a mandar carretones enteros, y no sólo de hierba. Los víveres comenzaron a escasear, y el invierno se acercaba. La gente estaba furiosa, pero él sabía cómo responder. Y empezaron a llegar Hombres y más Hombres, bandidos casi todos y algunos se llevaban las cosas en grandes carretas, y otros se quedaban. Y seguían llegando y llegando, y antes que nos diéramos cuenta de lo que pasaba, los teníamos instalados aquí y allá, y por toda la Comarca, y talaban los árboles y hacían excavaciones y construían cobertizos y casas dónde y cómo se les antojaba. Al principio, Granujo pagaba las mercancías y los daños; pero al poco tiempo los Hombres empezaron a darse aires, y a apropiarse de todo lo que querían.

”En ese entonces hubo algún descontento, pero no suficiente. El viejo Will, el Alcalde, marchó a Bolsón Cerrado, a protestar, pero nunca llegó a destino. Los bandidos le echaron mano y se lo llevaron y lo encerraron en una covacha en Cavada Grande, y allí está todavía. Desde entonces, poco después del Año Nuevo, no hemos tenido más Alcalde, y el Granujo se hizo llamar Jefe de los Oficiales de la Comarca, o Jefe a secas, y hacía lo que le daba la gana; y si a alguien «se le subían los humos», como ellos decían, corría la misma suerte de Will. Y así las cosas iban de mal en peor. No había hierba de pipa para nadie, excepto para los Hombres del Jefe; y como el Jefe no soportaba la cerveza, a menos que la bebieran sus Hombres, cerró todas las tabernas; y todo, menos las Normas, escaseaba a más y mejor; a menos que uno consiguiera esconder algo, cuando los rufianes iban de granja en granja recolectando «para un reparto equitativo»; lo cual significaba que ellos se quedaban con todo y nosotros con nada, salvo las sobras que acaso te dieran en las Casas de los Oficiales, si las podías tragar. Todo lo peor. Pero desde que llegó Zarquino, ha sido una verdadera calamidad.

—¿Quién es ese Zarquino? —preguntó Merry—. Se lo oí nombrar a uno de los rufianes.

—El rufián más rufián de toda la pandilla, no le quepa la menor duda —respondió Coto—. Fue en la época de la última cosecha, hacia fines de septiembre, cuando oímos hablar de él por primera vez. No lo hemos visto nunca, pero está allá arriba, en Bolsón Cerrado; y ahora él es el verdadero Jefe, supongo. Todos los bandidos hacen lo que él dice; y lo que él dice es hachar, quemar, destruir; y ahora han empezado a matar. Y ya ni siquiera con algún propósito, por malo que sea. Voltean los árboles y los dejan tirados allí, y queman las casas y no construyen otras.

”La historia del Molino de Arenas, por ejemplo. Granujo lo hizo demoler no bien se instaló en Bolsón Cerrado. Luego trajo una pandilla de Hombres sucios y malcarados para que construyesen uno más grande; y lo llenaron de bote en bote de ruedas y otros adminículos estrafalarios. El único que estaba contento con todo esto era el imbécil de Ted, y allí trabaja ahora, limpiando las ruedas para complacer a los Hombres, se da cuenta, allí donde el padre de él era el molinero y el dueño y señor. La idea de Granujo era moler más y más rápido, o eso decía. Tiene otros molinos semejantes. Pero para moler se necesita grano; y para el molino nuevo no había más grano que para el viejo. Pero desde que llegó Zarquino ya ni siquiera muelen. No hacen más que martillar y martillar, y echan un humo y un olor... Ya no hay más tranquilidad en Hobbiton, ni siquiera de noche. Y tiran inmundicias adrede; han infestado todo el curso inferior del El Agua, y ya empiezan a bajar al Brandivino. Si lo que se proponen es convertir la Comarca en un desierto, no podían haber buscado un camino mejor. Yo no creo que el tonto del Granujo esté detrás de todo. Para mí, que es Zarquino.

—¡Claro que sí! —interrumpió Tom el joven—. Si hasta a la propia madre del Granujo se la llevaron, a esa vieja Lobelia, y aunque nadie la podía ver ni en pintura, él al menos la quería. Alguna gente de Hobbiton estaba allí y vio lo que pasó. Ella viene bajando por el camino con su viejo paraguas. Unos cuantos bandidos van en sentido contrario con un carro.

”«¿Se puede saber adónde van?» ella dice.

”«A Bolsón Cerrado» ellos dicen.

”«¿A hacer qué?» ella dice.

”«A construir barracones para Zarquino» ellos dicen.

”«¿Con el permiso de quién?» ella dice.

”«De Zarquino» ellos dicen. «¡Así que quítate del medio vieja bruja!»

”«¡Zarquino les voy a dar yo, ladrones sucios, rufianes!» ella dice, y alza el paraguas contra el Jefe, casi el doble de su altura. Y se la llevaron. A la rastra hasta las celdas, y a su edad... Se han llevado a otros a quienes en verdad echamos de menos, claro, pero no es posible negarlo: ella mostró más coraje que muchos.


En medio de esta conversación entró Sam como una tromba acompañado por el Tío. El viejo Gamyi no parecía muy envejecido, pero estaba un poco más sordo. —¡Buenas noches, señor Bolsón! —dijo—. Me alegro de veras de verlo de vuelta sano y salvo. Pero tenemos una cuentita pendiente, como quien dice, usted y yo, si me permite el atrevimiento. No tenía que haber vendido Bolsón Cerrado, siempre lo he dicho. Ahí empezaron todas las calamidades. Y mientras usted andaba merodeandopor ahí en países extraños, a la caza de Hombres Negros allá arriba en las montañas por lo que me dice mi Sam, si bien no aclara para qué, vinieron y socavaron Bolsón de Tirada, y estropearon todas mis patatas.

—Lo siento mucho, señor Gamyi —dijo Frodo—. Pero ahora estoy de vuelta y haré cuanto pueda por reparar los errores.

—Bien, eso sí que es decir las cosas bien —dijo el Tío—. El señor Frodo Bolsón es un verdadero gentilhobbit, siempre lo he dicho, piense lo que piense de otros que llevan el mismo nombre, con el perdón de usted. Y espero que mi Sam se haya comportado bien y satisfactoriamente.

—Más que satisfactoriamente, señor Gamyi —respondió Frodo—. En verdad, si usted puede creerlo, es ahora una de las personas más famosas en todas las tierras, y se están componiendo canciones que narran sus hazañas desde aquí hasta el Mar y más allá del Río Grande. —Sam se ruborizó, pero le echó a Frodo una mirada de gratitud, porque a Rosita le brillaban los ojos, y le sonreía.

—Cuesta un poco creerlo —dijo el Tío– aunque puedo ver que ha frecuentado extrañas compañías. ¿Qué pasó con la ropa de antes? Porque toda esa ferretería, por muy durable que sea, no me gusta nada.


A la mañana siguiente la familia Coto y todos sus huéspedes estuvieron en pie a primera hora. Durante la noche no hubo novedades, pero era evidente que no tardarían en presentarse otros problemas.

—Al parecer, allá arriba, en Bolsón Cerrado, no queda un solo rufián —dijo Coto—; pero la pandilla de El Cruce aparecerá de un momento a otro.

Después del desayuno llegó un mensajero, que vino cabalgando desde las Tierras de Tuk. Estaba de muy buen humor.

—El Thain ha sublevado toda la campiña —dijo—, y la noticia corre como fuego en todas direcciones. Los bandidos que vigilaban nuestras tierras, los que escaparon con vida, han huido hacia el sur. Y el Thain ha salido a perseguirlos, manteniendo a raya al grueso de la banda; pero ha enviado de regreso al señor Peregrin con toda la gente de que pudo prescindir.

La noticia siguiente fue menos favorable. Merry, que había pasado la noche afuera, llegó al galope a eso de las diez.

—Hay una banda numerosa a unas cuatro millas de distancia —dijo—. Vienen desde El Cruce, pero muchos de los fugitivos se han unido a ellos. Son casi un centenar, e incendian todo lo que encuentran. ¡Malditos sean!

—¡Ah! Éstos no se van a detener a conversar, matarán, si pueden —dijo el Granjero Coto—. Si los Tuk no llegan más pronto, lo mejor será que nos pongamos a cubierto y ataquemos sin discutir. Habrá un poco de lucha antes que se arregle todo esto, señor Frodo, es inevitable.

Pero los Tuk llegaron más pronto. Aparecieron al poco rato, un centenar, y venían en formación, desde Alforzada y las Colinas Verdes con Pippin a la cabeza. Merry contaba ya con una hobbitería fornida y lo bastante numerosa como para enfrentar a los bandidos. Los batidores informaron que la pandilla se mantenía unida. Sabían que la población rural en pleno se había sublevado, y no cabía duda de que venían decididos a sofocar sin miramientos el foco mismo de la rebelión, en Delagua. Pero por crueles y despiadados que fueran, no había entre ellos un jefe experto en las artes de la guerra, y avanzaban sin tomar precauciones. Merry elaboró rápidamente sus planes.


Los bandidos llegaron pisoteando ruidosamente por el Camino del Este, y sin detenerse tomaron el Camino de Delagua, que por un trecho trepaba entre barrancas altas coronadas de setos bajos. Al doblar un recodo, a unas doscientas yardas del camino principal, se toparon con una poderosa barricada levantada con viejos carretones puestos boca abajo. Tuvieron que detenerse. En el mismo momento se dieron cuenta de que los setos que flanqueaban el camino por ambos lados estaban atestados de hobbits. Y detrás de ellos, varios hobbits empujaban otros carretones que habían mantenido ocultos en un campo, cerrándoles de este modo la salida.

Una voz habló desde lo alto: —Y bien, han caído en una trampa —dijo Merry—. Lo mismo les sucedió a los bandidos de Hobbiton, y uno ha muerto y los restantes están prisioneros. ¡Depongan las armas! Luego retrocederán veinte pasos y se sentarán en el suelo. Cualquiera que intente escapar será hombre muerto.

Pero los rufianes no iban a dejarse amilanar con tanta facilidad. Unos pocos obedecieron, aunque azuzados por los insultos de sus compañeros, reaccionaron inmediatamente. Una veintena intentó escapar abalanzándose contra las carretas. Seis cayeron muertos, pero los restantes lograron huir, matando a dos hobbits, y luego se dispersaron campo traviesa en dirección al Bosque Cerrado. Otros dos cayeron mientras corrían. Merry lanzó un potente toque de cuerno, y otros le respondieron a la distancia.

—No irán muy lejos —dijo Pippin—. Todos estos campos están llenos de cazadores hobbits.

Atrás, los hombres atrapados en el sendero, trataban de escalar la barricada y las barrancas, y los hobbits tuvieron que matar a unos cuantos, con las flechas o con las hachas. Pero algunos de los más vigorosos y más encarnizados consiguieron salir por el oeste, y más decididos ahora a matar que a escapar, atacaron ferozmente. Varios hobbits cayeron, y los restantes empezaban a flaquear, cuando Merry y Pippin, que se encontraban en el flanco este, irrumpieron de improviso y se lanzaron contra los rufianes. Merry mató con sus propias manos al cabecilla, un bruto corpulento de mirada torcida que parecía un orco gigantesco. Luego replegó sus fuerzas, encerrando a los últimos remanentes de la pandilla en un amplio círculo de arqueros.

Al fin la batalla terminó. Casi setenta bandidos yacían sin vida en el campo, y doce habían sido tomados prisioneros. Entre los hobbits hubo diecinueve muertos y unos treinta heridos. A los rufianes muertos los cargaron en carretones, los transportaron hasta un antiguo arenal de las cercanías, y los enterraron: el Arenal de la Batalla, lo llamaron desde entonces. Los hobbits caídos fueron sepultados todos juntos en una tumba en la ladera de la colina, donde más tarde levantarían una gran lápida rodeada de jardines. Así concluyó la Batalla de Delagua, 1419, la última librada en la Comarca, y la única desde la Batalla de los Campos Verdes, 1147, en la lejana Cuaderna del Norte. Por consiguiente, aunque por fortuna costó pocas vidas, hay un capítulo dedicado a ella en el Libro Rojo, y los nombres de todos los participantes fueron inscritos en una Lista y aprendidos de memoria por los historiadores de la Comarca. De esa época viene el considerable incremento de la fama y la fortuna de los Coto; pero a la cabeza de la Lista figuran en todas las versiones los nombres de los Capitanes Meriadoc y Peregrin.


Frodo había estado presente en la batalla, pero no había desenvainado la espada, preocupado sobre todo en impedir que los hobbits, exacerbados por las pérdidas, matasen a aquellos adversarios que ya habían depuesto las armas. Una vez la batalla concluida, y encomendadas las tareas que seguirían, Merry, Pippin y Sam se reunieron con él, y cabalgaron de regreso en compañía de los Coto. Comieron un almuerzo tardío, y entonces Frodo dijo con un suspiro:

—Bueno, supongo que es hora de que nos ocupemos del «Jefe».

—Sí, y cuanto antes mejor —dijo Merry—. ¡Y no seas demasiado blando! Él es el responsable de haber traído a la Comarca a esos rufianes, y de todos los males que han causado.

El Granjero Coto reunió una escolta de unas dos docenas de hobbits fornidos. —Porque eso de que no quedan más rufianes en Bolsón Cerrado es una mera suposición —dijo—. No sabemos.

Se pusieron en camino, a pie. Frodo, Sam, Merry y Pippin encabezaban la marcha. Fue una de las horas más tristes en la vida de los hobbits. Allí, delante de ellos, se erguía la gran chimenea; y a medida que se acercaban a la vieja aldea en la margen opuesta del Delagua, entre la doble hilera de sórdidas casas nuevas que flanqueaban el camino, veían el nuevo molino en toda su hostil y sucia fealdad: una gran construcción de ladrillos a horcajadas sobre las dos orillas del río, cuyas aguas emponzoñaba con efluvios humeantes y pestilentes. Y a lo largo del Camino de Delagua, todos los árboles habían sido talados.

Un nudo se les cerró en la garganta cuando atravesaron el puente y miraron hacia la Colina. Ni aun la visión de Sam en el Espejo los había preparado para ese momento. La Vieja Alquería de la orilla occidental había sido demolida y reemplazada por hileras de cobertizos alquitranados. Todos los castaños habían desaparecido. Las barrancas y los setos estaban destrozados. Grandes carretones inundaban en desorden un campo castigado y arrasado. Bolsón de Tirada era una bostezante cantera de arena y piedra triturada. Más arriba, Bolsón Cerrado se ocultaba detrás de unas barracas.

—¡Lo han derribado! —gritó Sam—. ¡Han derribado el Árbol de la Fiesta! —Señaló el lugar donde se había alzado el árbol a cuya sombra Bilbo había pronunciado el Discurso de Despedida. Yacía seco en medio del campo. Como si aquello fuera la gota que colmaba el cáliz, Sam se echó a llorar.

Una risa acabó con las lágrimas. Un hobbit de expresión hosca holgazaneaba recostado contra el muro del patio del molino.

—¿No te gusta, Sam? —dijo, burlón—. Pero tú siempre fuiste un corazón tierno. Creía que te habías ido en uno de esos barcos de los que tanto hablabas, a navegar, a navegar. ¿A qué has vuelto? Ahora tenemos mucho que hacer en la Comarca.

—Ya lo veo —dijo Sam—. No hay tiempo para lavarse, pero sí para sostener paredes. Escuche, señor Arenas, yo tengo una cuenta que ajustar en esta aldea, y no venga a alargarla con burlas, o le resultará demasiado salada para su bolsillo.

Ted Arenas escupió por encima del muro. —¡Garn! —dijo—. No puedes tocarme. Soy amigo del Jefe. Pero él te tocará a ti, te lo aseguro, si te atreves a abrir la boca otra vez.

—¡No pierdas más tiempo con ese tonto, Sam! —dijo Frodo—. Espero que no sean muchos los hobbits que se han convertido en esto. Sería una desgracia mucho mayor que todos los males que han causado los Hombres.

—Eres un sucio y un insolente, Arenas —dijo Merry—. Y tus cálculos te han fallado. Justamente subíamos a la colina a desalojar a tu adorado Jefe. De sus Hombres, ya hemos dado cuenta.

Ted abrió la boca para responder, y quedó boquiabierto, porque acababa de ver la escolta que a una señal de Merry avanzaba por el puente. Entró como una flecha en el molino, y volvió a salir; traía un cuerno y lo sopló con fuerza.

—¡Ahórrate el aliento! —dijo Merry riendo—. Yo tengo uno mejor. —Y levantando el cuerno de plata lanzó una llamada clara que resonó más allá de la Colina; y de las cavernas y las cabañas y las deterioradas casas de Hobbiton, los hobbits respondieron y se volcaron por los caminos, y entre vivas y aclamaciones alcanzaron a la comitiva y siguieron detrás de ella rumbo a Bolsón Cerrado.

En lo alto del sendero todos se detuvieron, y Frodo y sus amigos siguieron solos: por fin llegaban a aquel lugar en un tiempo tan querido. En el jardín se apretaban las cabañas y cobertizos, algunos tan cercanos a las antiguas ventanas del lado oeste que no dejaban pasar un solo rayo de luz. Por todas partes había pilas de inmundicias. La puerta estaba cubierta de grietas y de cicatrices; la cadena de la campanilla se bamboleaba, suelta, y la campanilla no sonaba. Golpearon, pero no hubo respuesta. Por último empujaron, y la puerta cedió. Entraron. La casa apestaba, había suciedad y desorden por doquier, como si hiciera algún tiempo que nadie vivía en ella.


—¿Dónde se habrá escondido ese miserable de Lotho? —dijo Merry. Habían buscado en todas partes, sin encontrar a ninguna criatura viviente, excepto ratas y ratones—. ¿Les pedimos a los otros que registren las barracas?

—¡Esto es peor que Mordor! —dijo Sam—. Mucho peor, en un sentido. Duele en carne viva, como quien dice; pues es parte de nosotros, y la recordamos como era antes.

—Sí, esto es Mordor —dijo Frodo—. Una de sus obras. Saruman creía estar trabajando para él mismo, pero en realidad no hacía más que servir a Mordor. Y lo mismo hacían aquellos a quienes Saruman engañó, como Lotho.

Merry echó en torno una mirada de consternación y repugnancia. —¡Salgamos de aquí! —dijo—. De haber sabido todo el mal que ha causado, le habría cerrado el gaznate con mi tabaquera.

—¡No lo dudo, no lo dudo! Pero no lo hiciste, de modo que ahora puedo darte la bienvenida. —De pie, en la puerta, estaba Saruman en persona, bien alimentado y satisfecho de sí mismo. Los ojos le chisporroteaban, divertidos y maliciosos.

La luz se hizo de súbito en la mente de Frodo. —¡Zarquino! —exclamó.


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