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El retorno del rey
  • Текст добавлен: 26 октября 2016, 22:44

Текст книги "El retorno del rey"


Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien



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Pero la Reina Arwen dijo:

—Yo te haré un regalo. Porque soy la hija de Elrond. No partiré con él cuando se encamine a los Puertos; porque mi elección es la de Lúthien, y como ella he elegido a la vez lo dulce y lo amargo. Pero tú podrás partir en mi lugar, Portador del Anillo, si cuando llegue la hora ése es tu deseo. Si los daños aún te duelen, y si la carga todavía te pesa en la memoria, podrás cruzar al Oeste, hasta que todas tus heridas y pesares hayan cicatrizado. Pero ahora lleva esto en recuerdo de Piedra de Elfo y de Estrella de la Tarde, que ya siempre formarán parte de tu vida.

Y quitándose una gema blanca como una estrella que le pendía sobre el pecho engarzada en una cadena de plata, la puso alrededor del cuello de Frodo.

—Cuando los recuerdos del miedo y de la oscuridad te atormenten —dijo—, esto podrá ayudarte.


Tres días después, tal como lo anunciara el Rey, Éomer de Rohan llegó cabalgando a la Ciudad, escoltado por un éoredde los más nobles caballeros de la Marca. Fue recibido con grandes agasajos, y cuando todos se sentaron a la mesa en Merethrond, el Gran Salón de los Festines, vio la belleza de las damas y quedó maravillado. Y antes de irse a descansar mandó buscar a Gimli el Enano, y le dijo:

—Gimli hijo de Glóin, ¿tienes tu hacha preparada?

—No, señor —dijo Gimli– pero puedo ir a buscarla en seguida, si es menester.

—Tú mismo lo juzgarás —dijo Éomer—. Porque aún quedan pendientes entre nosotros ciertas palabras irreflexivas a propósito de la Dama del Bosque de Oro. Y ahora la he visto con mis propios ojos.

—Y bien, señor —dijo Gimli—, ¿qué opinas ahora?

—¡Ay! —dijo Éomer—. No diré que es la dama más hermosa de todas cuantas viven.

—Entonces tendré que ir en busca de mi hacha —dijo Gimli.

—Pero antes he de alegar una disculpa —dijo Éomer—. Si la hubiera visto en otra compañía, habría dicho todo cuanto tú quisieras. Pero ahora pondré en primer lugar a la Reina Arwen Estrella de la Tarde, y estoy dispuesto a desafiar a quienquiera que se atreva a contradecirme. ¿Haré traer mi espada?

Entonces Gimli saludó a Éomer inclinándose en una reverencia.

—No, por lo que a mí toca, estás disculpado, señor —dijo—. Tú has elegido la Tarde; pero yo he entregado mi amor a la Mañana. Y el corazón me dice que pronto desaparecerá para siempre.


Llegó por fin el día de la partida, y una comitiva brillante y numerosa se preparó para cabalgar rumbo al norte. Los reyes de Gondor y Rohan fueron entonces a los Recintos Sagrados y llegaron a las tumbas de Rath Dínen, y llevaron al Rey Théoden en un féretro de oro, y en silencio atravesaron la Ciudad; y depositaron el féretro en un gran carruaje, flanqueado por los Jinetes de Rohan y precedido por el estandarte; y Merry, por ser el escudero de Théoden, viajó en el carruaje acompañando las armas del Rey.

A los otros Compañeros les trajeron caballos adecuados a la estatura de cada uno; y Frodo y Samsagaz cabalgaban a los flancos de Aragorn, y Gandalf iba montado en Sombragrís, y Pippin con los caballeros de Gondor; y Legolas y Gimli como siempre, cabalgaban juntos en la grupa de Arod.

De aquella cabalgata participaban también la Reina Arwen, y Celeborn y Galadriel con su gente, y Elrond y sus hijos; y los príncipes de Dol Amroth y de Ithilien, y numerosos capitanes y caballeros. Jamás un Rey de la Marca había marchado con un séquito como el que acompañó a Théoden hijo de Thengel a la tierra de los antepasados.

Sin prisa y en paz atravesaron Anórien, y llegaron al Bosque Gris al pie del Amon Dîn; y allí oyeron sobre las colinas un redoble como de tambores, aunque no se veía ninguna criatura viviente. Entonces Aragorn hizo sonar las trompetas; y los heraldos pregonaron:

—¡Escuchad! ¡Ha venido el Rey Elessar! ¡A Ghân-buri-Ghân y a los suyos les da para siempre la Floresta de Drúadan; y que en adelante ningún hombre entre ahí si ellos no lo autorizan!

El redoble de tambores creció un momento, y luego calló.

Por fin y al cabo de quince jornadas el carruaje que transportaba al Rey Théoden cruzó los prados verdes de Rohan y llegó a Edoras; y allí todos descansaron. El Castillo Dorado había sido engalanado con hermosas colgaduras y había luces en todas partes, y en aquellos salones se celebró el festín más fastuoso que allí se hubiera conocido. Porque pasados tres días, los Hombres de la Marca prepararon los funerales de Théoden, y lo depositaron en una casa de piedra con las armas y muchos otros objetos hermosos que él había tenido, y sobre la casa levantaron un gran túmulo, y lo cubrieron de arriates de hierba verde y de blancos nomeolvides. Y ahora había ocho túmulos en el ala oriental del Campo Tumulario.

Entonces los Jinetes de la Escolta del Rey cabalgaron alrededor del túmulo montados en caballos blancos, y cantaron a coro una canción que la gesta de Théoden hijo de Thengel había inspirado a Gléowine, el hacedor de canciones, y que fue la última que compuso en vida. Las voces lentas de los Jinetes conmovieron aun a aquellos que no comprendían la lengua del país; pero las palabras de la canción encendieron los ojos de la gente de la Marca, pues volvían a oír desde lejos el trueno de los cascos del Norte, y la voz de Eorl elevándose por encima de los gritos y el fragor de la batalla en el Campo de Celebrant; y proseguía la historia de los Reyes, y el Cuerno de Helm resonaba en las Montañas, hasta que caía la Oscuridad, y el Rey Théoden se erguía y galopaba hacia el fuego a través de la Sombra, y moría con gloria y esplendor mientras el sol, retornando de más allá de la esperanza, resplandecía en la mañana sobre el Mindolluin.


Salido de la duda, libre de las tinieblas,

cantando al sol galopó hacia el amanecer, desnudando la espalda.

Encendió una nueva esperanza, y murió esperanzado;

fue más allá de la muerte, el miedo y el destino;

dejó atrás la ruina, y la vida, y entró en la larga gloria.


Pero Merry lloraba al pie del túmulo verde, y cuando la canción terminó, se incorporó y gritó: —¡Théoden Rey! ¡Théoden Rey! Como un padre fuiste para mí, por poco tiempo. ¡Adiós!


Terminados los funerales, cuando cesó el llanto de las mujeres y Théoden reposó al fin en paz bajo el túmulo, la gente se reunió en el Castillo Dorado para el gran festín y dejó de lado la tristeza; porque Théoden había vivido largos años y había acabado sus días con tanta gloria como los más insignes de la estirpe. Y cuando llegó la hora de beber en memoria de los Reyes, como era costumbre en la Marca, Éowyn Dama de Rohan se acercó a Éomer y le puso en la mano una copa llena.

Entonces un trovador y maestro de tradiciones se levantó y fue enunciando uno a uno y en orden los nombres de todos los Señores de la Marca: Eorl el Joven; y Brego el Constructor del Castillo; y Aldor hermano de Baldor el Infortunado; y Fréa, y Fréawine, y Goldwine, y Déor, y Gram; y Helm, el que permaneció oculto en el Abismo de Helm cuando invadieron la Marca; y así fueron nombrados todos los túmulos del ala occidental, pues en aquella época el linaje se había interrumpido, y luego fueron enumerados los túmulos del ala oriental: Fréalaf, hijo de la hermana de Helm, y Léofa, y Walda, y Folca, y Folcwine, y Fengel y Thengel, y finalmente Théoden. Y cuando Théoden fue nombrado, Éomer vació la copa. Éowyn pidió entonces a los servidores que llenaran las copas, y todos los presentes se pusieron de pie y bebieron y brindaron por el nuevo Rey, exclamando: —¡Salve, Éomer, Rey de la Marca!

Y más tarde, cuando ya la fiesta concluía, Éomer se levantó y dijo:

—Éste es el festín funerario de Théoden Rey; pero antes de separarnos quiero anunciaros una noticia feliz, pues sé que a él no le disgustaría que yo así lo hiciera, ya que siempre fue un padre para Éowyn mi hermana. Escuchad, todos mis invitados, noble y hermosa gente de numerosos reinos, como jamás se viera antes congregada en este palacio: ¡Faramir, Senescal de Gondor y Príncipe de Ithilien pide la mano de Éowyn Dama de Rohan, y ella se la concede de buen grado! Y aquí mismo celebrarán la boda ante todos nosotros.

Y Faramir y Éowyn se adelantaron y se tomaron de la mano; y todos los presentes brindaron por ellos y estaban contentos.

—De este modo —dijo Éomer– la amistad entre la Marca y Gondor queda sellada con un nuevo vínculo, y esto me regocija todavía más.

—No eres avaro por cierto, Éomer —dijo Aragorn—, al dar así a Gondor lo más hermoso de tu reino.

Entonces Éowyn miró a Aragorn a los ojos, y dijo:

—¡Deséame ventura, mi Señor y Curador!

Y él respondió: —Siempre te deseé ventura desde el día en que te conocí. Y verte ahora feliz cura una herida en mi corazón.


Cuando la fiesta concluyó, los huéspedes que tenían que irse se despidieron del Rey Éomer. Aragorn y sus caballeros, y la gente de la casa de Lórien y de Rivendel se prepararon para la partida; pero Faramir e Imrahil quedaron en Edoras; y también Arwen Estrella de la Tarde, y despidió a sus hermanos. Nadie presenció el último encuentro de ella y Elrond, pues subieron a las colinas y allí hablaron a solas largamente, y amarga fue aquella separación que duraría hasta más allá del fin del mundo.

Poco antes de la hora de la partida, Éomer y Éowyn se acercaron a Merry y le dijeron: —Hasta la vista ahora, Meriadoc de la Comarca y Escanciador de la Marca. Cabalga hacia la ventura, y luego cabalga de vuelta, pues aquí siempre serás bienvenido.

Y Éomer dijo: —Los Reyes de antaño te habrían hecho tantos presentes por tus hazañas en los campos de Mundburgo, que un carromato no habría bastado para transportarlos; pero tú dices que sólo quieres llevar las armas que te fueron dadas. Respeto tu voluntad, porque nada puedo ofrecerte que sea digno de ti; pero mi hermana te ruega que aceptes este pequeño regalo, en memoria de Dernhelm y de los cuernos de la Marca al despuntar el día.

Entonces Éowyn le dio a Merry un cuerno antiguo, con un tahalí verde; era pequeño pero estaba hábilmente forjado, todo en hermosa plata; y los artífices habían grabado en él unos jinetes al galope en una línea que descendía en espiral desde la boquilla al pabellón, y runas de altas virtudes.

—Es una reliquia de nuestra casa —dijo Éowyn—. Fue forjado por los Enanos, y formaba parte del botín de Scatha el Gusano. Eorl el Joven lo trajo del Norte. Aquel que lo sople en una hora de necesidad, despertará temor en el corazón de los enemigos y alegría en el de los amigos, y ellos lo oirán y acudirán.

Merry tomó entonces el cuerno, pues no podía rehusarlo, y besó la mano de Éowyn; y ellos lo abrazaron, y así se separaron aquella vez.


Ya los huéspedes estaban prontos para la partida; y luego de beber el vino del estribo, con grandes alabanzas y demostraciones de amistad, emprendieron la marcha, y al cabo de algún tiempo llegaron al Abismo de Helm, y allí descansaron dos días. Legolas cumplió entonces la promesa que le había hecho a Gimli, y fue con él a las Cavernas Centelleantes; y volvió silencioso, y dijo que sólo Gimli era capaz de encontrar palabras apropiadas para describir las cavernas.

—Y nunca hasta ahora un Enano había derrotado a un Elfo en un torneo de elocuencia —añadió—. ¡Pero ahora iremos a Fangorn e igualaremos los tantos!

Partiendo del Valle del Bajo cabalgaron hasta Isengard, y allí vieron los asombrosos trabajos que habían llevado a cabo los Ents. El círculo de piedras había desaparecido, y las tierras antes cercadas se habían transformado en un jardín de árboles y huertas, y por él corría un arroyo, pero en el centro había un lago de agua clara, y allí se levantaba aún, alta e inexpugnable, la Torre de Orthanc, y la roca negra se reflejaba en el estanque.

Los viajeros se sentaron a descansar en el sitio en que antes se alzaban las antiguas puertas de Isengard; allí se erguían ahora dos árboles altos, como centinelas a la entrada del sendero bordeado de vegetación que conducía a Orthanc; y contemplaron con admiración los trabajos, pero no vieron un alma viviente, ni cerca ni lejos. Pronto sin embargo oyeron una voz que llamaba huum-hoom, humhoon, y de improviso Bárbol les salió al encuentro, caminando a grandes trancos; y con él venía Ramaviva.

—¡Bienvenidos al Patio del Árbol de Orthanc! —exclamó—. Supe que veníais, pero estaba atareado en lo alto del valle; todavía queda mucho por hacer. Pero por lo que he oído, vosotros tampoco habéis estado ociosos allá en el sur y en el oeste; y todo cuanto ha llegado a mis oídos es bueno, buenísimo.

Y Bárbol ensalzó las hazañas de todos, de las que parecía estar perfectamente enterado; por fin hizo una pausa y miró largamente a Gandalf.

—¡Y bien, veamos! —dijo—. Has demostrado ser el más poderoso, y todas tus empresas han concluido bien. Mas ¿adónde irás ahora? ¿Y a qué has venido aquí?

—A ver cómo marchan tus trabajos, amigo mío —respondió Gandalf—, y a agradecerte tu ayuda en todo lo que se ha conseguido.

Huum, bien, me parece muy justo —dijo Bárbol—, pues es indiscutible que también los Ents desempeñaron un papel en todo esto. Y no sólo dándole su merecido a ese... huum... ese mata-árboles maldito que vivía aquí. Porque tuvimos una gran invasión de esos... burárum... esos ojizainos, maninegros, patituertos, lapidíficos, manilargos, carroñosos, sanguinosos, morimaitre-sincahonda, huum, bueno, puesto que sois gente que vive de prisa, y el nombre completo es largo como años de tormento, esos gusanos de los orcos llegaron remontando el Río, y descendiendo del norte, y rodearon el bosque de Laurelindórenan, pero no pudieron entrar gracias a los Grandes aquí presentes.

Se inclinó ante el Señor y la Dama de Lórien.

”Y esas criaturas abominables quedaron más que estupefactas al vernos en la Floresta, pues nunca habían oído hablar de nosotros; aunque lo mismo puede decirse de alguna gente más honorable. Y no habrá muchos que nos recuerden, porque tampoco fueron muchos los que escaparon con vida, y a la mayoría se los llevó el Río. Pero fue una suerte para vosotros, porque si no nos hubieras encontrado, el Rey de las praderas no habría llegado muy lejos, y si hubiera podido hacerlo, no habría tenido un hogar a donde regresar.

—Lo sabemos muy bien —dijo Aragorn—, y es algo que ni en Minas Tirith ni en Edoras se olvidará jamás.

Jamás—dijo Bárbol– es una palabra demasiado larga hasta para mí. Mientras perduren vuestros reinos, querrás decir; y mucho tendrán que perdurar por cierto para que les parezcan largos a los Ents.

—La Nueva Edad comienza —dijo Gandalf—, y en ella bien puede ocurrir que los reinos de los Hombres te sobrevivan, Fangorn, amigo mío. Mas, dime ahora una cosa: ¿qué fue de la tarea que te encomendé? ¿Cómo está Saruman? ¿No se ha hastiado aún de Orthanc? No creo que piense que has mejorado el panorama que se ve desde su ventana.

Bárbol clavó en Gandalf una mirada larga, casi astuta, pensó Merry.

—Ah —dijo Bárbol—. Me imaginé que llegarías a eso. ¿Hastiado de Orthanc? Más que hastiado, al final; pero no tan hastiado de la torre como de mi voz. ¡Huum!Me oyó unos largos sermones, o al menos lo que consideraríais largos en vuestra habla.

—¿Entonces por qué se quedó a escucharlos? ¿Has entrado en Orthanc? —preguntó Gandalf.

Huum, no, no en Orthanc —dijo Bárbol—. Pero se asomaba a la ventana y escuchaba, porque sólo así podía enterarse de alguna noticia y detestaba oírme, lo consumía la ansiedad; y te aseguro que las escuchó, todas y bien. Pero agregué muchas cosas, para que reflexionara. Al final estaba muy cansado. Siempre tenía prisa, y esa fue su ruina.

—Observo, mi buen Fangorn —dijo Gandalf—, que pones cuidado en decir vivía, fue, estaba. ¿Por qué no en presente? ¿Acaso ha muerto?

—No, no ha muerto, hasta donde yo sé —dijo Bárbol—. Pero se ha marchado. Sí, se fue hace siete días. Lo dejé partir. Poco quedaba de él cuando salió arrastrándose, y en cuanto a esa especie de serpiente que lo acompañaba, era como una sombra pálida. Ahora no vengas a decirme, Gandalf, que te prometí retenerlo encerrado; pues ya lo sé. Pero las cosas han cambiado desde entonces. Y lo mantuve encerrado hasta que yo mismo tuve la certeza de que ya no podía causar nuevos males. Tú no puedes ignorar que lo que más detesto es ver enjaulados a los seres vivos; ni aun a criaturas como ésta tendría yo encerradas, excepto en casos de extrema necesidad. Una serpiente desdentada puede arrastrarse por donde quiera.

—Quizá tengas razón —dijo Gandalf—, pero creo que a esta víbora aún le queda un diente. Tenía el veneno de la voz, y sospecho que te persuadió, aun a ti, Bárbol, pues conocía tu lado flaco. Y bien, ahora se ha ido, y no hay más que hablar. Pero la Torre de Orthanc vuelve a manos del Rey, a quien pertenece. Aunque quizá no llegue a necesitarla.

—Eso se verá más adelante —dijo Aragorn—. Pero todo este valle lo doy a los Ents para que hagan con él lo que deseen, siempre y cuando vigilen la Torre de Orthanc y se aseguren de que nadie penetre en ella sin mi autorización.

—Está cerrada —dijo Bárbol—. Obligué a Saruman a que la cerrara y me entregara las llaves. Ramaviva las tiene.

Ramaviva se inclinó como un árbol combado por el viento y entregó a Aragorn dos grandes llaves negras muy trabajadas, unidas por una argolla de acero.

—Ahora os doy nuevamente las gracias —dijo Aragorn—, y os digo adiós. Ojalá vuestro bosque crezca y prospere otra vez en paz. Y cuando hayáis colmado este valle, al oeste de las montañas, donde ya habitasteis en otros tiempos, habrá aún mucho espacio libre.

El rostro de Bárbol se entristeció.

—Las florestas pueden crecer —dijo—, los bosques pueden prosperar, pero no los Ents. No tenemos hijos Ents.

—Sin embargo, quizá ahora vuestra búsqueda tenga un nuevo sentido —dijo Aragorn—. Se os abrirán tierras en el Este que durante largo tiempo permanecieron cerradas.

Pero Bárbol meneó la cabeza y dijo: —Queda lejos. Y en estos tiempos hay demasiados Hombres por allá. ¡Pero estoy olvidando la hospitalidad y la cortesía! ¿Queréis quedaros y descansar un rato? ¿Y acaso a algunos os agradaría atravesar el Bosque de Fangorn y acortar así el camino de regreso? —Y miró a Celeborn y a Galadriel.

Pero todos con excepción de Legolas dijeron que había llegado la hora de despedirse y de partir, hacia el sur o hacia el oeste.

—¡Ven, Gimli! —dijo Legolas—. Ahora, con el permiso de Fangorn, podré visitar los sitios recónditos del Bosque de Ents, y ver árboles como no crecen en ninguna otra región de la Tierra Media. Tú cumplirás lo prometido, y me acompañarás; y así volveremos juntos a nuestros países en el Bosque Negro y más allá.

Y Gimli consintió, aunque al parecer no de muy buena gana.

—Aquí se disuelve al fin la Comunidad del Anillo —dijo Aragorn—. Espero sin embargo que pronto volveréis a mi país con la ayuda prometida.

—Volveremos, si nuestros señores nos permiten —dijo Gimli—. ¡Bien, hasta la vista, mis queridos hobbits! Pronto llegaréis sanos y salvos a vuestros hogares, y ya no perderé el sueño temiendo por vuestra suerte. Mandaremos noticias cuando podamos, y acaso algunos de nosotros volvamos a encontrarnos de tanto en tanto; pero temo que ya nunca más estaremos todos juntos otra vez.


Entonces Bárbol se despidió de todos, uno por uno, y se inclinó lentamente tres veces y con profundas reverencias ante Celeborn y Galadriel.

—Hacía mucho, mucho tiempo que no nos encontrábamos entre los árboles o las piedras. A vanimar, vanimálion nostari!—dijo—. Es triste que sólo ahora, al final, hayamos vuelto a vernos. Porque el mundo está cambiando: lo siento en el agua, lo siento en la tierra, lo huelo en el aire. No creo que nos encontremos de nuevo.

Y Celeborn dijo: —No lo sé, Venerable.

Pero Galadriel dijo: —No en la Tierra Media, ni antes que las tierras que están bajo las aguas emerjan otra vez. Entonces quizá volvamos a encontrarnos en los saucedales de Tasarinan en la primavera. ¡Adiós!

Merry y Pippin fueron los últimos en despedirse; y el viejo Ent recobró la alegría al mirarlos.

—Bueno, mis alegres amigos —dijo– ¿queréis beber conmigo otro trago antes de partir?

—Por cierto que sí —le respondieron, y el Ent los llevó a la sombra de uno de los árboles, y allí vieron un gran cántaro de piedra. Y Bárbol llenó tres tazones, y bebieron; y los hobbits vieron los ojos extraños del Ent que miraba por encima del borde del tazón.

—¡Cuidado, cuidado! —dijo Bárbol—. Porque ya habéis crecido desde la última vez que os vi.

Y los hobbits se echaron a reír y vaciaron de un trago los tazones.

—¡Y bien, adiós! —continuó Bárbol—. Y si en vuestra tierra tenéis alguna noticia de las Ent-mujeres, enviadme un mensaje.

Luego saludó a toda la comitiva moviendo las grandes manos y desapareció entre los árboles.


Ahora, camino al Paso de Rohan, los viajeros galopaban más rápidamente, y al fin, muy cerca del lugar en que Pippin había mirado la Piedra de Orthanc, Aragorn se despidió. Esta separación entristeció a los hobbits; porque Aragorn nunca los había defraudado, y los había guiado en muchos peligros.

—Me gustaría tener una Piedra con la que pudiese ver a los amigos —dijo Pippin– y hablar con ellos desde lejos.

—Ya no queda más que una que podría servirte —respondió Aragorn—, pues lo que verías en la piedra de Minas Tirith no te gustaría nada. Pero la Palantír de Orthanc la conservará el Rey, y así verá lo que pasa en el reino, y qué hacen los servidores. Porque no olvides, Peregrin Tuk, que eres un caballero de Gondor, y no te he liberado de mi servicio. Ahora partes con licencia, pero tal vez vuelva a llamarte. Y recordad, queridos amigos de la Comarca, que mi reino también está en el Norte, y algún día iré a vuestra tierra.

Aragorn se despidió entonces de Celeborn y de Galadriel, y la Dama le dijo: —Piedra de Elfo, a través de las tinieblas llegaste a tu esperanza, y ahora tienes todo tu deseo. ¡Emplea bien tus días!

Pero Celeborn le dijo: —¡Hermano, adiós! ¡Ojalá tu destino sea distinto del mío, y tu tesoro te acompañe hasta el fin!

Y con estas palabras partieron, y era la hora del crepúsculo, y cuando un momento después volvieron la cabeza, vieron al Rey del Oeste a caballo, rodeado por sus caballeros; y el sol poniente los iluminaba, y los arneses resplandecían como oro rojo, y el manto blanco de Aragorn parecía una llama. Aragorn tomó entonces la piedra verde y la levantó, y una llama verde le brotó de la mano.


Pronto la ahora menguada compañía dobló al oeste siguiendo el curso del Isen, y atravesando el Paso se internó en los páramos que se extendían del otro lado; y de allí fue hacia el norte y cruzó los lindes de las Tierras Brunas. Los Dunlendinos huían y se escondían ante ellos, pues temían a los Elfos, aunque en verdad no los veían con frecuencia. Pero los viajeros no se turbaron, ya que eran aún una compañía numerosa y bien provista; y avanzaron con serenidad, levantando las tiendas cuando y donde preferían.

En el sexto día de viaje desde que se separaran del Rey, atravesaron un bosque que bajaba de las colinas al pie de las Montañas Nubladas, que ahora se levantaban a la derecha. Cuando al caer el sol salieron una vez más a campo abierto, alcanzaron a un anciano que caminaba encorvado apoyándose en un bastón, vestido con harapos grises o que habían sido blancos; otro mendigo que se arrastraba lloriqueando le pisaba los talones.

—¡Si es Saruman! —exclamó Gandalf—. ¿Adónde vas?

—¿Qué te importa? —respondió el otro—. ¿Todavía quieres gobernar mis actos, y no estás contento con mi ruina?

—Tú conoces las respuestas —dijo Gandalf—: no y no. Pero de todos modos el tiempo de mis afanes está concluyendo. El Rey ha tomado ahora la carga. Si hubieras esperado en Orthanc lo habrías visto, y te habría mostrado sabiduría y clemencia.

—Mayor razón entonces para haber partido antes —dijo Saruman—, pues no quiero de él ni una cosa ni la otra. Y si en verdad esperas una respuesta a la primera pregunta, busco cómo salir de su reino.

—Entonces una vez más has equivocado el camino —dijo Gandalf—, y no veo en tu viaje ninguna esperanza. Pero dime, ¿desdeñarás nuestra ayuda? Pues te la ofrecemos.

—¿A mí? —dijo Saruman—. ¡No, por favor, no me sonrías! Te prefiero con el ceño fruncido. Y en cuanto a la Dama aquí presente, no confío en ella: siempre me ha odiado, y era tu cómplice. Estoy seguro de que te trajo por este camino para disfrutar con mi miseria. Si hubiese sabido que me seguíais, os habría privado de ese placer.

—Saruman —dijo Galadriel—, tenemos otras tareas y otras preocupaciones que nos parecen mucho más urgentes que la de seguirte los pasos. Di más bien que la suerte se ha apiadado de ti, porque ahora te brinda una última oportunidad.

—Si en verdad es la última, me alegro —dijo Saruman—, porque así me ahorrará la molestia de tener que volver a rechazarla. Todas mis esperanzas están en ruinas, mas no deseo compartir las vuestras. Si os queda alguna.

Un fuego le brilló un instante en los ojos.

—Dejadme en paz —dijo—. No en vano consagré largos años al estudio de estas cosas. Vosotros mismos os habéis condenado, y lo sabéis, y en mi vida errante será para mí un gran consuelo pensar que al destruir mi casa también habéis destruido la vuestra. Y ahora ¿qué nave os llevará a la otra orilla a través de un mar tan ancho? —se burló—. Será una nave gris, y con una tripulación de fantasmas.

Se echó a reír, pero la voz era cascada y desagradable.

—¡Levántate, idiota! —le gritó al otro mendigo, que se había sentado en el suelo, y lo golpeó con el bastón—. ¡Media vuelta! Si esta noble gente va en nuestra misma dirección, nosotros cambiaremos de rumbo. ¡Muévete, o te quedarás sin el pan duro de la cena!

El mendigo dio media vuelta y pasó junto a él encorvado y gimoteando. —¡Pobre viejo Grima! ¡Pobre viejo Grima! Siempre castigado y maldecido. ¡Cuánto lo odio! ¡Ojalá pudiera abandonarlo!

—¡Abandónalo entonces! —dijo Gandalf.

Pero Lengua de Serpiente, con los ojos sanguinolentos y aterrorizados, echó una breve mirada a Gandalf, y luego, arrastrando los pies rápidamente fue detrás de Saruman. Y cuando los dos miserables pasaban junto a la compañía, vieron a los hobbits, y Saruman se detuvo y les clavó los ojos, pero ellos lo miraron con piedad.

—¿Así que también vosotros habéis venido a regodearos, mis alfeñiques? No os preocupa lo que le falta a un mendigo, ¿no? Porque tenéis todo cuanto queréis, comida y espléndidos vestidos, y la mejor hierba para vuestras pipas. ¡Oh sí, lo sé! Sé de dónde proviene. ¿No le daríais a un mendigo lo suficiente para llenar una pipa, no lo haríais?

—Lo haría, si tuviese —dijo Frodo.

—Puedes quedarte con toda la que me queda —dijo Merry entonces—, si esperas un momento. —Se apeó del caballo y buscó en la alforja de la montura. Luego le extendió a Saruman un saquito de cuero—. Quédate con todo lo que hay —dijo—. Te lo cedo gustoso; la encontré entre los despojos de Isengard.

—¡Mía, mía, sí y a buen precio la compré! —gritó Saruman, arrebatándole la tabaquera—. Esto no es más que una restitución simbólica; porque tomaste mucho más, estoy seguro. De todos modos, un mendigo ha de estar agradecido, cuando un ladrón le devuelve siquiera una migaja de lo que le pertenece. Bien, te servirá de escarmiento si al volver a tu tierra, encuentras que las cosas no marchan tan bien como a ti te gustaría en la Cuaderna del Sur. ¡Ojalá por largo tiempo escasee la hierba en tu país!

—¡Gracias! —dijo Merry—. En ese caso quiero que me devuelvas mi tabaquera, que no es tuya y ha viajado conmigo mucho y muy lejos. Envuelve la hierba en uno de tus harapos.

—A ladrón, ladrón y medio —dijo Saruman, volviéndole la espalda a Merry; y dándole un puntapié a Lengua de Serpiente, se alejó en dirección al bosque.

—¡Bueno, lo que faltaba! —dijo Pippin—. ¡Ladrón! ¿Y qué indemnización tendríamos que reclamar nosotros por haber sido emboscados, heridos, y llevados a la rastra por los orcos a través de Rohan?

—¡Ah! —dijo Sam—. Y dijo la compré. ¿Cómo? me pregunto. Y no me gustó nada lo que dijo de la Cuaderna del Sur. Es hora de que volvamos.

—Por cierto que sí —dijo Frodo—. Pero no podremos llegar más rápido, si antes vamos a ver a Bilbo. Pase lo que pase, yo iré primero a Rivendel.

—Sí, creo que sería lo mejor —dijo Gandalf—. Pero ¡pobre Saruman! Temo que ya no se pueda hacer nada por él. No es más que una piltrafa. A pesar de todo, no estoy seguro que Bárbol esté en lo cierto: sospecho que aún es capaz de un poco de maldad mezquina y en menor escala.

Al día siguiente se internaron en las Tierras Brunas septentrionales, una región ahora deshabitada aunque verde y apacible. Septiembre llegó con días dorados y noches de plata; y cabalgaron tranquilos hasta llegar al Río de los Cisnes, y encontraron el antiguo vado, al este de las cascadas que se precipitaban en los bajíos. A lo lejos hacia el oeste, se extendían las marismas y los islotes envueltos en niebla, y el río que serpenteaba entre ellos para ir a volcarse en el Aguada Gris; allí entre los juncales había muchos cisnes.

Así entraron en Eregion, y por fin una mañana hermosa centelleó sobre las brumas; desde el campamento que habían levantado en una colina baja, los viajeros vieron a lo lejos en el este tres picos que se erguían a la luz del sol entre nubes flotantes: Caradhras, Celebdil y Fanuidhol. Estaban llegando a las cercanías de las Puertas de Moria.

Allí se demoraron siete días, porque se acercaba otra separación que era penosa para todos. Pronto Celeborn y Galadriel y su gente se encaminarían al este, y pasando por la Puerta del Cuerno Rojo descenderían la Escalera del Arroyo Sombrío hasta llegar al Cauce de Plata y a Lothlórien. Habían hecho aquella larga travesía por los caminos del oeste, porque tenían muchas cosas de que hablar con Elrond y con Gandalf, quienes se quedaron allí con ellos varios días. A menudo, cuando hacía ya un rato que los hobbits dormían profundamente, se sentaban todos juntos a la luz de las estrellas y rememoraban tiempos idos y las alegrías y tristezas que habían conocido en el mundo, o celebraban consejo, cambiando ideas acerca de los tiempos por venir. Si por azar hubiese pasado por allí algún caminante solitario, poco habría visto u oído, y le habría parecido ver sólo figuras grises, esculpidas en piedra, en memoria de cosas de otros tiempos y ahora perdidas en tierras deshabitadas. Porque estaban inmóviles, y no hablaban con los labios, y se comunicaban con la mente; sólo los ojos brillantes se movían y se iluminaban, a medida que los pensamientos iban y venían.


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