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El retorno del rey
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Текст книги "El retorno del rey"


Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien



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Pero Imrahil le dijo a Éomer: —¿Es así como hemos de hablarles a nuestros reyes? ¡Aunque quizás use otro nombre cuando lleve la corona!

Y Aragorn al oírlo se volvió y le dijo: —Es verdad, porque en la lengua noble de antaño yo soy Elessar, Piedra de Elfo, y Envinyatar, el Restaurador. —Levantó la piedra que llevaba en el pecho, y agregó:– Pero Trancos será el nombre de mi casa, si alguna vez se funda: en la alta lengua no sonará tan mal, y yo seré Telcontar, así como todos mis descendientes.

Y con esto entraron en la Casa; y mientras se encaminaban a las habitaciones de los enfermos, Gandalf narró las hazañas de Éowyn y Meriadoc.

—Porque velé junto a ellos muchas horas —dijo—, y al principio hablaban a menudo en sueños antes de hundirse en esa oscuridad mortal. También tengo el don de ver muchas cosas lejanas.

Aragorn visitó en primer lugar a Faramir, luego a la Dama Éowyn, y por último a Merry. Cuando hubo observado los rostros de los enfermos y examinado las heridas, suspiró.

—Tendré que recurrir a todo mi poder y mi habilidad —dijo—. Ojalá estuviese aquí Elrond: es el más anciano de toda nuestra raza, y el de poderes más altos.

Y Éomer, viéndolo fatigado y triste, le dijo: —¿No sería mejor que antes descansaras, que comieras siquiera un bocado?

Pero Aragorn le respondió: —No, porque para estos tres, y más aún para Faramir, el tiempo apremia. Hay que actuar ahora mismo.

Llamó entonces a Ioreth y le dijo:

—¿Tenéis en esta casa reservas de hierbas curativas?

—Sí, señor —respondió la mujer—; aunque no en cantidad suficiente, me temo, para tantos como van a necesitarlas. Pero sé que no podríamos conseguir más; pues todo anda atravesado en estos días terribles, con fuego e incendios, y tan pocos jóvenes para llevar recados, y barricadas en todos los caminos. ¡Si hasta hemos perdido la cuenta de cuándo llegó de Lossarnach la última carga para el mercado! Pero en esta Casa aprovechamos bien lo que tenemos, como sin duda sabe Vuestra Señoría.

—Eso podré juzgarlo cuando lo haya visto —dijo Aragorn—. Hay muchas otras cosas que escasean por aquí: tiempo para charlar. ¿Tenéis athelas?

—Eso no lo sé con certeza, señor —respondió Ioreth—, o al menos no la conozco por ese nombre. Iré a preguntárselo al herborista; él conoce bien todos los nombres antiguos.

—También la llaman hojas de reyes—dijo Aragorn—, y quizá tú la conozcas con ese nombre; así la llaman ahora los campesinos.

—¡Ah, ésa! —dijo Ioreth—. Bueno, si Vuestra Señoría hubiera empezado por ahí, yo le habría respondido. No, no hay, estoy segura. Y nunca supe que tuviera grandes virtudes; cuántas veces les habré dicho a mis hermanas, cuando la encontrábamos en los bosques: «Hojas de reyes», decía, «qué nombre tan extraño, quién sabe por qué la llamarán así; porque si yo fuera rey, tendría en mi jardín plantas más coloridas». Sin embargo, da una fragancia dulce cuando se la machaca, ¿no es verdad? Aunque tal vez dulce no sea la palabra: saludable sería quizá más apropiado.

—Saludable en verdad —dijo Aragorn—. Y ahora, mujer, si amas al Señor Faramir, corre tan rápido como tu lengua y consígueme hojas de reyes, si aún hay alguna en la Ciudad.

—Y si no queda ninguna —dijo Gandalf– yo mismo cabalgaré hasta Lossarnach llevando a Ioreth en la grupa, y ella me conducirá a los bosques, pero no a ver a sus hermanas. Y Sombragrís le enseñará entonces lo que es la rapidez.


Cuando Ioreth se hubo marchado, Aragorn pidió a las otras mujeres que calentaran agua. Tomó entonces en una mano la mano de Faramir, y apoyó la otra sobre la frente del enfermo. Estaba empapada en sudor; pero Faramir no se movió ni dio señales de vida, y apenas parecía respirar.

—Está casi agotado —dijo Aragorn volviéndose a Gandalf—. Pero no a causa de la herida. ¡Mira, está cicatrizando! Si lo hubiera alcanzado un dardo de los Nazgûl, como tú pensabas, habría muerto esa misma noche. Esta herida viene de alguna flecha sureña, diría yo. ¿Quién se la extrajo? ¿La habéis conservado?

—Yo se la extraje —dijo Imrahil—. Y le restañé la herida. Pero no guardé la flecha, pues estábamos muy ocupados. Recuerdo que era un dardo común de los Sureños. Sin embargo, pensé que venía de la Sombra de allá arriba, pues de otro modo no podía explicarme la enfermedad y la fiebre, ya que la herida no era ni profunda ni mortal. ¿Qué explicación le das tú?

—Agotamiento, pena por el estado del padre, una herida, y ante todo el Hálito Negro —dijo Aragorn—. Es un hombre de mucha voluntad, pues ya antes de combatir en los muros exteriores había estado bastante cerca de la Sombra. La oscuridad ha de haber entrado en él lentamente, mientras combatía y luchaba por mantenerse en su puesto de avanzada. ¡Ojalá yo hubiera podido acudir antes!


En aquel momento entró el herborista. —Vuestra Señoría ha pedido hojas de reyes como la llaman los rústicos —dijo—, o athelas, en el lenguaje de los nobles, o para quienes conocen algo del valinoreano...

—Yo lo conozco —dijo Aragorn—, y me da lo mismo que la llames hojas de reyeso asëa aranion, con tal que tengas algunas.

—¡Os pido perdón, señor! —dijo el hombre—. Veo que sois versado en la tradición, y no un simple capitán de guerra. Por desgracia, señor, no tenemos de estas hierbas en las Casas de Curación, donde sólo atendemos heridos o enfermos graves. Pues no les conocemos ninguna virtud particular, excepto tal vez la de purificar un aire viciado, o la de aliviar una pesadez pasajera. A menos, naturalmente, que uno preste oídos a las viejas coplas que las mujeres como la buena de Ioreth repiten todavía sin entender.


Cuando sople el hálito negro

y crezca la sombra de la muerte,

y todas las luces se extingan,

¡ven athelas, ven athelas!

¡En la mano del rey

da vida al moribundo!


”No es más que una copla, temo, guardada en la memoria de las viejas comadres. Dejo a vuestro juicio la interpretación del significado, si en verdad tiene alguno. Sin embargo, los viejos toman aún hoy una infusión de esta hierba para combatir el dolor de cabeza.

—¡Entonces en nombre del rey, ve y busca algún viejo menos erudito y más sensato que tenga un poco en su casa! —gritó Gandalf.


Arrodillándose junto a la cabecera de Faramir, Aragorn le puso una mano sobre la frente. Y todos los que miraban sintieron que allí se estaba librando una lucha. Pues el rostro de Aragorn se iba volviendo gris de cansancio y de tanto en tanto llamaba a Faramir por su nombre, pero con una voz cada vez más débil, como si él mismo estuviese alejándose, y caminara en un valle remoto y sombrío, llamando a un amigo extraviado.

Por fin llegó Bergil a la carrera; traía seis hojuelas envueltas en un trozo de lienzo.

—Hojas de reyes, señor —dijo—, pero no son frescas, me temo. Las habrán recogido hace unas dos semanas. Ojalá puedan servir, Señor. —Y luego, mirando a Faramir, se echó a llorar.

Aragorn le sonrió.

—Servirán —le dijo—. Ya ha pasado lo peor. ¡Serénate y descansa! —En seguida tomó dos hojuelas, las puso en el hueco de las manos, y luego de calentarlas con el aliento, las trituró; y una frescura vivificante llenó la estancia, como si el aire mismo despertase, zumbando y chisporroteando de alegría. Luego echó las hojas en las vasijas de agua humeante que le habían traído, y todos los corazones se sintieron aliviados. Pues aquella fragancia que lo impregnaba todo era como el recuerdo de una mañana de rocío, a la luz de un sol sin nubes, en una tierra en la que el mundo hermoso de la primavera es apenas una imagen fugitiva. Aragorn, se puso de pie, como reanimado, y los ojos le sonrieron mientras sostenía un tazón delante del rostro dormido de Faramir.

—¡Vaya, vaya! ¡Quién lo hubiera creído! —le dijo Ioreth a una mujer que tenía al lado—. Esta hierba es mejor de lo que yo pensaba. Me recuerda las rosas de Imloth Melui, cuando yo era niña, y ningún rey soñaba con tener una flor más bella.

De pronto Faramir se movió, abrió los ojos, y miró largamente a Aragorn, que estaba inclinado sobre él; y una luz de reconocimiento y de amor se le encendió en la mirada, y habló en voz baja.

—Me has llamado, mi Señor. He venido. ¿Qué ordena mi rey?

—No sigas caminando en las sombras, ¡despierta! —dijo Aragorn—. Estás fatigado. Descansa un rato, y come, así estarás preparado cuando yo regrese.

—Estaré, Señor —dijo Faramir—. ¿Quién se quedaría acostado y ocioso cuando ha retornado el rey?

—Adiós entonces, por ahora —dijo Aragorn—. He de ver a otros que también me necesitan. —Y salió de la estancia seguido por Gandalf e Imrahil; pero Beregond y su hijo se quedaron, y no podían contener tanta alegría. Mientras seguía a Gandalf y cerraba la puerta, Pippin oyó la voz de Ioreth.

—¡El rey! ¿Lo habéis oído? ¿Qué dije yo? Las manos de un curador, eso dije. —Y pronto la noticia de que el rey se encontraba en verdad entre ellos, y que luego de la guerra traía la curación, salió de la Casa y corrió por toda la Ciudad.


Pero Aragorn fue a la estancia donde yacía Éowyn, y dijo: —Aquí se trata de una herida grave y de un golpe duro. El brazo roto ha sido atendido con habilidad y sanará con el tiempo, si ella tiene fuerzas para sobrevivir; es el que sostenía el escudo. Pero el mal mayor está en el brazo que esgrimía la espada: parece no tener vida, aunque no está quebrado.

”Por desgracia, enfrentó a un adversario superior a sus fuerzas, físicas y mentales. Y quien se atreva a levantar un arma contra un enemigo semejante necesita ser más duro que el acero, pues de lo contrario caerá destruido por el golpe mismo. Fue un destino nefasto el que la llevó a él. Pues es una doncella hermosa, la dama más hermosa de una estirpe de reinas. Y sin embargo, no encuentro palabras para hablar de ella. Cuando la vi por primera vez y adiviné su profunda tristeza, me pareció estar contemplando una flor blanca, orgullosa y enhiesta, delicada como un lirio; y sin embargo supe que era inflexible, como forjada en duro acero en las fraguas de los Elfos. ¿O acaso una escarcha le había helado ya la savia, y por eso era así, dulce y amarga a la vez, hermosa aún pero ya herida, destinada a caer y morir? El mal empezó mucho antes de este día, ¿no es verdad, Éomer?

—Me asombra que tú me lo preguntes, señor —respondió Éomer—. Porque en este asunto, como en todo lo demás, te considero libre de culpas; mas nunca supe que frío alguno haya herido a Éowyn, mi hermana, hasta el día en que posó los ojos en ti por vez primera. Angustias y miedos sufría, y los compartió conmigo, en los tiempos de Lengua de Serpiente y del hechizo del rey; de quien cuidaba con un temor siempre mayor. ¡Pero eso no la puso así!

—Amigo mío —dijo Gandalf—, tú tenías tus caballos, tus hazañas de guerra, y el campo libre; pero ella, nacida en el cuerpo de una doncella, tenía un espíritu y un coraje que no eran menores que los tuyos. Y sin embargo se veía condenada a cuidar de un anciano, a quien amaba como a un padre, y a ver cómo se hundía en una chochez mezquina y deshonrosa; y este papel le parecía más innoble que el del bastón en que el rey se apoyaba.

”¿Supones que Lengua de Serpiente sólo tenía veneno para los oídos de Théoden? ¡Viejo chocho! ¿Qué es la casa de Eorl sino un cobertizo donde la canalla bebe hasta embriagarse, mientras la prole se revuelca por el suelo entre los perros?

”¿Acaso no has oído antes estas palabras? Saruman las pronunció, el amo de Lengua de Serpiente. Aunque no dudo que Lengua de Serpiente empleara frases más arteras para decir lo mismo. Mi señor, si el amor de tu hermana hacia ti, y el deber no le hubiesen sellado los labios, quizá habría oído escapar de ellos palabras semejantes. Pero ¿quién sabe las cosas que decía a solas, en la oscuridad, durante las amargas vigilias de la noche, cuando sentía que la vida se le empequeñecía, cuando las paredes de la alcoba parecían cerrarse alrededor de ella, como para retener a alguna bestia salvaje?

Éomer no respondió, y miró a su hermana, como estimando de nuevo todos los días compartidos en el pasado.

Pero Aragorn dijo: —También yo vi lo que tú viste, Éomer. Pocos dolores entre los infortunios de este mundo amargan y avergüenzan tanto a un hombre como ver el amor de una dama tan hermosa y valiente y no poder corresponderle. La tristeza y la piedad no se han separado de mí ni un solo instante desde que la dejé, desesperada en El Sagrario, y cabalgué a los Senderos de los Muertos; y a lo largo de ese camino, ningún temor estuvo en mí tan presente como el temor de lo que a ella pudiera pasarle. Y sin embargo, Éomer, puedo decirte que a ti te ama con un amor más verdadero que a mí: porque a ti te ama y te conoce; pero de mí sólo ama una sombra y una idea: una esperanza de gloria y de grandes hazañas, y de tierras muy distantes de las llanuras de Rohan.

”Tal vez yo tenga el poder de curarle el cuerpo, y de traerla del valle de las sombras. Pero si habrá de despertar a la esperanza, al olvido o a la desesperación, no lo sé. Y si despierta a la desesperación, entonces morirá, a menos que aparezca otra cura que yo no conozco. Pues las hazañas de Éowyn la han puesto entre las reinas de gran renombre.

Aragorn se inclinó y observó el rostro de Éowyn; y parecía en verdad blanco como un lirio, frío como la escarcha y duro como tallado en piedra. Y encorvándose, le besó la frente, y la llamó en voz baja, diciendo: —¡Éowyn, hija de Éomund, despierta! Tu enemigo ha partido para siempre.

Éowyn no hizo movimiento alguno, pero empezó a respirar otra vez profundamente, y el pecho le subió y bajó debajo de la sábana de lino. Una vez más Aragorn trituró dos hojas de athelasy las echó en el agua humeante; y mojó con ella la frente de Éowyn y el brazo derecho que yacía frío y exánime sobre el cobertor.

Entonces, sea porque Aragorn poseyera en verdad algún olvidado poder del Oesternesse, o acaso por el simple influjo de las palabras que dedicara a la Dama Éowyn, a medida que el aroma suave de la hierba se expandía en la habitación todos los presentes tuvieron la impresión de que un viento vivo entraba por la ventana, no un aire perfumado, sino un aire fresco y límpido y joven, como si ninguna criatura viviente lo hubiera respirado antes, y llegara recién nacido desde montañas nevadas bajo una bóveda de estrellas, o desde playas de plata bañadas allá lejos por océanos de espuma.

—¡Despierta, Éowyn, Dama de Rohan! —repitió Aragorn, y cuando le tomó la mano derecha sintió que el calor de la vida retornaba a ella—. ¡Despierta! ¡La sombra ha partido para siempre, y las tinieblas se han disipado! —Puso la mano de Éowyn en la de Éomer y se apartó del lecho—. ¡Llámala! —dijo, y salió en silencio de la estancia.

—¡Éowyn, Éowyn! —clamó Éomer en medio de las lágrimas.

Y ella abrió los ojos y dijo: —¡Éomer! ¿Qué dicha es ésta? Me decían que estabas muerto. Pero no, eran las voces lúgubres de mi sueño. ¿Cuánto tiempo he estado soñando?

—No mucho, hermana mía —respondió Éomer—. ¡Pero no pienses más en eso!

—Siento un cansancio extraño —dijo ella—. Necesito reposo. Pero dime ¿qué ha sido del Señor de la Marca? ¡Ay de mí! No me digas que también eso fue un sueño, porque sé que no lo fue. Ha muerto, tal como él lo había presagiado.

—Ha muerto, sí —dijo Éomer—, pero rogándome que le trajera un saludo de adiós a Éowyn, más amada que una hija. Yace ahora en la Ciudadela de Gondor con todos los honores.

—Es doloroso, todo esto —dijo ella—. Y sin embargo, es mucho mejor que todo cuanto yo me atrevía a esperar en aquellos días sombríos, cuando la dignidad de la Casa de Eorl amenazaba caer más bajo que el refugio de un pastor. ¿Y qué ha sido del escudero del rey, el Mediano? ¡Éomer, tendrás que hacer de él un Caballero de la Marca, porque es un valiente!

—Reposa cerca de aquí en esta Casa, y ahora iré a asistirlo —dijo Gandalf—. Éomer se quedará contigo. Pero no hables de guerra e infortunios hasta que te hayas recobrado. ¡Grande es la alegría de verte despertar de nuevo a la salud y a la esperanza, valerosa dama!

—¿A la salud? —dijo Éowyn—. Tal vez. Al menos mientras quede vacía la silla de un Jinete caído, y yo la pueda montar, y haya hazañas que cumplir. ¿Pero a la esperanza? No sé.


Cuando Gandalf y Pippin entraron en la habitación de Merry, ya Aragorn estaba de pie junto al lecho.

—¡Pobre viejo Merry! —exclamó Pippin, corriendo hasta la cabecera; tenía la impresión de que su amigo había empeorado, que tenía el semblante ceniciento, como si soportara el peso de largos años de dolor; de pronto tuvo miedo de que pudiera morir.

—No temas —le dijo Aragorn—. He llegado a tiempo, he podido llamarlo. Ahora está extenuado, y dolorido, y ha sufrido un daño semejante al de la Dama Éowyn, por haber golpeado también él a ese ser nefasto. Pero son males fáciles de reparar, tan fuerte y alegre es el espíritu de tu amigo. El dolor, no lo olvidará; pero no le oscurecerá el corazón, y le dará sabiduría.

Y posando la mano sobre la cabeza de Merry, le acarició los rizos castaños, le rozó los párpados, y lo llamó. Y cuando la fragancia del athelasinundó la habitación, como el perfume de los huertos y de los brezales a la luz del sol colmada de abejas, Merry abrió de pronto los ojos y dijo:

—Tengo hambre. ¿Qué hora es?

—La hora de la cena ya pasada —dijo Pippin—; sin embargo, creo que podría traerte algo, si me lo permiten.

—Te lo permitirán, sin duda —dijo Gandalf—. Y cualquier otra cosa que este Jinete de Rohan pueda desear, si se la encuentra en Minas Tirith, donde su nombre es altamente honrado.

—¡Bravo! —dijo Merry—. Entonces, ante todo quisiera cenar, y luego fumarme una pipa. —Y al decir esto una nube le ensombreció la cara—. No, no quiero ninguna pipa. No creo que vuelva a fumar nunca más.

—¿Por qué no? —preguntó Pippin.

—Bueno —dijo lentamente Merry—. Él está muerto. Y al pensar en fumarme una pipa, todo me ha vuelto a la memoria. Me dijo que ya nunca más podría cumplir su promesa de aprender de mí los secretos de la hierba. Fueron casi sus últimas palabras. Nunca más podré volver a fumar sin pensar en él, y en ese día, Pippin, cuando cabalgábamos rumbo a Isengard, y se mostró tan cortés.

—¡Fuma entonces, y piensa en él! —dijo Aragorn—. Porque tenía un corazón bondadoso y era un gran rey, leal a todas sus promesas; y se levantó desde las sombras a una última y hermosa mañana. Aunque le serviste poco tiempo, es un recuerdo que guardarás con felicidad y orgullo hasta el fin de tus días.

Merry sonrió. —En ese caso, está bien, y si Trancos me da de todo lo necesario, fumaré y pensaré. Traía en mi equipaje un poco del mejor tabaco de Saruman, pero qué habrá sido de él en la batalla, no lo sé, por cierto.

—Maese Meriadoc —dijo Aragorn—, si supones que he cabalgado a través de las montañas y del reino de Gondor a sangre y a fuego para venir a traerle hierba a un soldado distraído que pierde sus avíos, estás muy equivocado. Si nadie ha hallado tu paquete, tendrás que mandar en busca del herborista de esta Casa. Y él te dirá que ignoraba que la hierba que deseas tuviera virtud alguna, pero que el vulgo la conoce como tabaco occidental, y que los nobles la llaman galenas, y tiene otros nombres en lenguas más cultas; y luego de recitarte unos versos casi olvidados que ni él mismo entiende, lamentará decirte que no la hay en la casa, y te dejará cavilando sobre la historia de las lenguas. Que es lo que ahora haré yo. Porque no he dormido en una cama como ésta desde que partí de El Sagrario, ni he probado bocado desde la oscuridad que precedió al alba.

Merry tomó la mano de Aragorn y la besó.

—¡No te imaginas cuánto lo lamento! —dijo—. ¡Ve ahora mismo! Desde aquella noche en Bree, no hemos sido para ti nada más que un estorbo. Pero en semejantes circunstancias es natural que nosotros los hobbits hablemos a la ligera, y digamos menos de lo que pensamos. Tememos decir demasiado, y no encontramos las palabras justas cuando todas las bromas están fuera de lugar.

—Lo sé, de lo contrario no te respondería en el mismo tono —dijo Aragorn– ¡Que la Comarca viva siempre y no se marchite! —Y luego de besar a Merry abandonó la estancia seguido por Gandalf.


Pippin se quedó a solas con su amigo.

—¿Hubo alguna vez otro como él? —dijo—. Descontando a Gandalf, desde luego. Sospecho que han de estar emparentados. Mi querido asno, tu paquete lo tienes al lado de la cama, y lo llevabas a la espalda cuando te encontré. Y él lo estuvo viendo todo el tiempo, como es natural. De todos modos, aquí tengo un poco de la mía. ¡Mano a la obra! Es Hoja del Valle Largo. Llena la pipa mientras yo voy en busca de algo para comer. Y luego a tomar la vida con calma por un rato. ¡Qué le vamos a hacer! Nosotros, los Tuk y los Brandigamo no podemos vivir mucho tiempo en las alturas.

—Es cierto —dijo Merry—. Yo no lo consigo. No por el momento, en todo caso. Pero al menos, Pippin, ahora podemos verlas, y honrarlas. Lo mejor es amar ante todo aquello que nos corresponde amar, supongo; hay que empezar por algo, y echar raíces, y el suelo de la Comarca es profundo. Sin embargo, hay cosas más profundas y más altas. Y si no fuera por ellas, y aunque no las conozca, ningún compadre podría cultivar la huerta en lo que él llama paz. A mí me alegra saber de estas cosas, un poco. Pero no se por qué estoy hablando así. ¿Dónde tienes esa hoja? Y saca la pipa de mi paquete, si no está rota.


Aragorn y Gandalf fueron a ver al Mayoral de las Casas de Curación, y le explicaron que Faramir y Éowyn necesitaban permanecer allí y ser atendidos con cuidado aún durante muchos días.

—La Dama Éowyn —dijo Aragorn—. Pronto querrá levantarse y partir; es menester impedirlo y tratar de retenerla aquí hasta que hayan pasado por lo menos diez días.

—En cuanto a Faramir —dijo Gandalf—, pronto tendrá que enterarse de que su padre ha muerto. Pero no habrá que contarle la historia de la locura de Denethor hasta que haya curado del todo, y tenga tareas que cumplir. ¡Cuida que Beregond y el perianque presenciaron la muerte no le hablen todavía de estas cosas!

—Y el otro perian, Meriadoc, que tengo a mi cuidado ¿qué hago con él? —preguntó el Mayoral.

—Es probable que mañana esté en condiciones de levantarse un rato —dijo Aragorn—. Permíteselo, si lo desea. Podrá hacer un breve paseo, en compañía de sus amigos.

—Qué raza tan extraordinaria —dijo el Mayoral, meneando la cabeza—. De fibra dura, diría yo.


Un gran gentío esperaba a Aragorn junto a las puertas de las Casas de Curación; y lo siguieron; y cuando hubo cenado, fueron y le suplicaron que curase a sus parientes o amigos cuyas vidas corrían peligro a causa de heridas o lesiones, o que yacían bajo la Sombra Negra. Y Aragorn se levantó y salió, y mandó llamar a los hijos de Elrond; y juntos trabajaron afanosamente hasta altas horas de la noche. Y la voz corrió por toda la Ciudad: —En verdad, el rey ha retornado. —Y lo llamaban Piedra de Elfo, a causa de la piedra verde que él llevaba, y así el nombre que el día de su nacimiento le fuera predestinado, lo eligió entonces para él su propio pueblo.

Y cuando por fin el cansancio lo venció, se envolvió en la capa y se deslizó fuera de la Ciudad, y llegó a la tienda justo antes del alba, a tiempo apenas para dormir un poco. Y por la mañana el estandarte de Dol Amroth, un navío blanco como un cisne sobre aguas azules, flameó en la torre, y los hombres alzaron la mirada y se preguntaron si la llegada del Rey no habría sido un sueño.


9



LA ÚLTIMA DELIBERACIÓN



Amaneció el día siguiente a la batalla, una mañana clara, de nubes ligeras y un viento que viraba hacia el oeste. Legolas y Gimli, que estaban en pie desde temprano, pidieron permiso para subir a la ciudad, pues querían ver en seguida a Merry y a Pippin.

—Es bueno saber que están vivos —dijo Gimli—; porque durante nuestra marcha a través de Rohan nos costaron no pocas penurias, y no me gustaría que todo ese esfuerzo hubiera sido en vano.

El Elfo y el Enano entraron juntos en Minas Tirith, y la gente que los veía pasar contemplaba maravillada a esos dos extraños compañeros: porque Legolas era de una belleza más que humana, y mientras caminaba en la mañana entonaba con voz clara una canción élfica; Gimli en cambio marchaba junto al Elfo con un andar reposado, y se acariciaba la barba, y miraba todo alrededor.

—Hay buena mampostería —dijo Gimli, observando los muros—; pero también otras no tan buenas, y las calles podrían estar mejor trazadas. Cuando Aragorn obtenga lo que es suyo, le ofreceré los servicios de los picapedreros de la Montaña, y entonces convertiremos a Minas Tirith en una ciudad de la que podrá sentirse muy orgulloso.

—Lo que necesitan son más jardines —dijo Legolas—. Las casas están como muertas, y es demasiado poco lo que crece aquí con alegría. Si Aragorn obtiene un día lo que es suyo, los habitantes del Bosque le traerán pájaros que cantan y árboles que no mueren.


Encontraron por fin al Príncipe Imrahil, y Legolas lo miró, y se inclinó ante él profundamente; porque vio que en verdad estaba ante alguien que tenía sangre élfica en las venas.

—¡Salve, Señor! —dijo—. Hace ya mucho tiempo que el pueblo de Nimrodel abandonó los bosques de Lórien, pero se puede ver aún que no todos dejaron el puerto de Amroth y navegaron rumbo al Oeste.

—Así lo dicen las tradiciones de mi tierra —respondió el Príncipe—; y sin embargo nunca se ha visto allí a uno de la hermosa gente en años incontables. Y me maravilla encontrar uno aquí y ahora, en medio de la guerra y la tristeza. ¿Qué buscas?

—Soy uno de los Nueve Compañeros que partieron de Imladris con Mithrandir —dijo Legolas—, y con este Enano, mi amigo, he acompañado al Señor Aragorn. Pero ahora deseamos ver a nuestros amigos Meriadoc y Peregrin, que están a tu cuidado, nos han dicho.

—Los encontraréis en las Casas de Curación, y yo mismo os conduciré —dijo Imrahil.

—Bastará que mandes a alguien que nos guíe, Señor —dijo Legolas—. Aragorn te envía este mensaje. Porque no desea entrar de nuevo en la Ciudad en este momento. No obstante, es necesario que los capitanes se reúnan inmediatamente a deliberar, y os ruega, a ti y a Éomer de Rohan, que bajéis hasta la tienda cuanto antes. Mithrandir ya está allí.

—Iremos —dijo Imrahil; y se despidieron con palabras corteses.

—Es un noble señor y un gran capitán de hombres —dijo Legolas—. Si todavía hay aquí hombres de tal condición, aun en estos días de decadencia, grande ha de haber sido la gloria de Gondor en los tiempos de esplendor.

—Y no cabe duda de que la buena mampostería es la más vieja, de la época de las primeras construcciones —dijo Gimli—. Siempre es así con las obras que emprenden los Hombres: una helada en primavera, o una sequía en el verano, y las promesas se frustran.

—Y sin embargo, rara vez dejan de sembrar —dijo Legolas—. Y la semilla yacerá en el polvo y se pudrirá, sólo para germinar nuevamente en los tiempos y lugares más inesperados. Las obras de los Hombres nos sobrevivirán, Gimli.

—Para acabar en meras posibilidades fallidas, supongo —dijo el Enano.

—De esto los Elfos no conocen la respuesta —dijo Legolas.


En aquel momento llegó el sirviente del Príncipe y los condujo a las Casas de Curación; y allí se reunieron con sus amigos en el jardín, y fue un alegre reencuentro. Durante un rato pasearon y conversaron y disfrutaron de una tregua de paz y reposo, al sol de la mañana en los circuitos ventosos de la Ciudad alta. Más tarde, cuando Merry empezó a sentirse cansado, se sentaron en el muro, de espaldas al prado verde de las Casas de Curación. Frente a ellos, el Anduin centelleaba a la luz y se perdía en el sur, tan lejano que ni el mismo Legolas alcanzaba a ver cómo se internaba en las llanuras y la bruma verde de Lebennin y el Ithilien Meridional.

De pronto, mientras los otros hablaban, Legolas se quedó callado; y mirando a lo lejos vio unas aves marinas blancas que volaban al sol por encima del Río.

—¡Mirad! —exclamó—. ¡Gaviotas! Se alejan volando tierra adentro. Me maravillan, y al mismo tiempo me turban el corazón. Nunca en mi vida las había visto, hasta que llegamos a Pelargir, y allí las oí gritar en el aire mientras cabalgábamos a combatir en la batalla de los navíos. Y quedé como petrificado, olvidándome de la guerra de la Tierra Media: pues las voces quejumbrosas de esas aves me hablaban del Mar. ¡El Mar! ¡Ay! Aún no he podido contemplarlo. Pero en lo profundo del corazón de todos los de mi raza late la nostalgia del Mar, una nostalgia que es peligroso remover. ¡Ay, las gaviotas! Nunca más volveré a tener paz, ni bajo las hayas ni bajo los olmos.

—¡No hables así! —dijo Gimli—. Todavía hay innumerables cosas para ver en la Tierra Media, y grandes obras por realizar. Pero si toda la hermosa gente se marcha a los Puertos, este mundo será muy monótono para los que están condenados a quedarse.

—¡Monótono y triste por cierto! —dijo Merry—. No marches a los Puertos, Legolas. Siempre habrá gente, grande o buena, y hasta algún Enano sabio como Gimli, que tendrá necesidad de ti. Al menos eso espero. Aunque me parece a veces que lo peor de esta guerra no ha pasado aún. ¡Cuánto desearía que todo terminase, y terminase bien!

—¡No te pongas tan lúgubre! —exclamó Pippin—. El sol brilla, y aquí estamos, otra vez reunidos, por lo menos por un día o dos. Quiero saber más acerca de todos vosotros. ¡A ver, Gimli! Esta mañana tú y Legolas habéis mencionado no menos de una docena de veces el extraordinario viaje con Trancos. Pero no me habéis contado nada.

—Aquí puede que brille el sol —replicó Gimli—, pero hay recuerdos de ese camino que prefiero no sacar de las sombras. De haber sabido lo que me esperaba, creo que ninguna amistad me hubiera obligado a tomar los Senderos de los Muertos.

—¡Los Senderos de los Muertos! —dijo Pippin—. Se los oí nombrar a Aragorn, y me preguntaba de qué hablaría. ¿No nos quieres decir algo más?

—No por mi gusto —respondió Gimli—. Pues en ese camino me cubrí de vergüenza: Gimli hijo de Glóin, que se consideraba más resistente que los hombres y más intrépido bajo tierra que ningún Elfo. Pero no demostré ni lo uno ni lo otro, y si continué hasta el fin, fue sólo por la voluntad de Aragorn.

—Y también por amor a él —dijo Legolas—. Porque todos cuantos llegan a conocerle llegan a amarlo, cada cual a su manera, hasta la fría doncella de los Rohirrim. Partimos de El Sagrario a primera hora de la mañana del día en que tú llegaste, Merry, y era tal el miedo que los dominaba a todos, que nadie se atrevió a asistir a la partida salvo la Dama Éowyn, que ahora yace herida en esta Casa. Hubo tristeza en esa separación, y me apenó presenciarla.


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