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El retorno del rey
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Текст книги "El retorno del rey"


Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien



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—Y yo ¡ay!, sólo me compadecía de mí mismo —dijo Gimli—. ¡No! No hablaré de ese viaje.

Y no pronunció una palabra más; pero Pippin y Merry estaban tan ávidos de noticias que Legolas dijo, al cabo: —Os contaré lo que baste para apaciguar vuestra ansiedad; porque yo no sentí el horror, ni temí a los espectros de los Hombres, que me parecieron frágiles e impotentes.

Habló entonces brevemente de la senda siniestra bajo las montañas, de la tétrica cita en Erech, y de la larga cabalgata, noventa y tres leguas de camino hasta Pelargir en las márgenes del Anduin.

—Cuatro días y cuatro noches cabalgamos desde la Piedra Negra —dijo—, y entrábamos en el quinto día cuando he aquí que de pronto, en las tinieblas de Mordor, renació mi esperanza; porque en aquella oscuridad el Ejército de las Sombras parecía cobrar fuerzas, transformarse en una visión todavía más terrible. Algunos marchaban a caballo, otros a pie, y sin embargo todos avanzaban con la misma prodigiosa rapidez. Iban en silencio, pero un resplandor les iluminaba los ojos. En las altiplanicies de Lamedon se adelantaron a nuestras cabalgaduras, y nos rodearon, y nos habrían dejado atrás si Aragorn no los hubiera retenido.

”A una palabra de él, volvieron a la retaguardia. «Hasta los espectros de los Hombres le obedecen», pensé. «¡Tal vez puedan aún servir a sus propósitos!»

”Cabalgamos durante todo un día de luz, y al día siguiente no amaneció, y continuamos cabalgando, y atravesamos el Ciril y el Ringló; y el tercer día llegamos a Linhir, sobre la desembocadura del Gilrain. Y allí los habitantes del Lamedon se disputaban los vados con las huestes feroces de Umbar y de Harad que habían llegado remontando el río. Pero defensores y enemigos abandonaron la lucha a nuestra llegada, y huyeron gritando que el Rey de los Muertos había venido a atacarlos. El único que conservó el ánimo y nos esperó fue Angbor, Señor de Lamedon, y Aragorn le pidió que reuniese a los hombres y nos siguieran, si se atrevían, una vez que el Ejército de las Sombras hubiese pasado.

”«En Pelargir, el Heredero de Isildur tendrá necesidad de nosotros», dijo.

”Así cruzamos el Gilrain, dispersando a nuestro paso a los fugitivos aliados de Mordor; luego descansamos un rato. Pero pronto Aragorn se levantó, diciendo: «¡Oíd! Minas Tirith ya ha sido invadida. Temo que caiga antes que podamos llegar a socorrerla». Así pues, no había pasado aún la noche cuando ya estábamos otra vez en las sillas, galopando a través de los llanos de Lebennin, esforzando las cabalgaduras.

Legolas se interrumpió un momento, suspiró, y volviendo la mirada al sur cantó dulcemente:


¡De plata fluyen los ríos del Celos al Erui

en los verdes prados de Lebennin!

Alta crece la hierba. El viento del Mar

mece los lirios blancos.

Y las campánulas doradas caen del mallos y el alfirin,

en los verdes prados de Lebennin,

en el viento del Mar.


—Verdes son esos prados en las canciones de mi pueblo; pero entonces estaban oscuros: un piélago gris en la oscuridad que se extendía ante nosotros. Y a través de la vasta pradera, pisoteando a ciegas las hierbas y las flores, perseguimos a nuestros enemigos durante un día y una noche, hasta llegar como amargo final al Río Grande.

”Pensé entonces en mi corazón que nos estábamos acercando al Mar; pues las aguas parecían anchas en la sombra, y en las riberas gritaban muchas aves marinas. ¡Ay de mí! ¡Por qué habré escuchado el lamento de las gaviotas! ¿No me dijo la Dama que tuviera cuidado? Y ahora no las puedo olvidar.

—Yo en cambio no les presté atención —dijo Gimli—; pues en ese mismo momento comenzó por fin la batalla. Allí, en Pelargir se encontraba la flota principal de Umbar, cincuenta navíos de gran envergadura y una infinidad de embarcaciones más pequeñas. Muchos de los que perseguíamos habían llegado a los puertos antes que nosotros, trayendo consigo el miedo; y algunas de las naves habían zarpado, intentando huir Río abajo o ganar la otra orilla; y muchas de las embarcaciones más pequeñas estaban en llamas. Pero los Haradrim, ahora acorralados al borde mismo del agua, se volvieron de golpe, con una ferocidad exacerbada por la desesperación; y se rieron al vernos, porque sus huestes eran todavía numerosas.

”Pero Aragorn se detuvo, y gritó con voz tonante: «¡Venid ahora! ¡Os llamo en nombre de la Piedra Negra!» Y súbitamente, el Ejército de las Sombras, que había permanecido en la retaguardia, se precipitó como una marea gris, arrasando todo cuanto encontraba a su paso. Oí gritos y cuernos apagados, y un murmullo como de voces innumerables muy distantes; como si escuchara los ecos de alguna olvidada batalla de los Años Oscuros, en otros tiempos. Pálidas eran las espadas que allí desenvainaban; pero ignoro si las hojas morderían aún, pues los Muertos no necesitaban más armas que el miedo. Nadie se les resistía.

”Trepaban a todas las naves que estaban en los diques, y pasaban por encima de las aguas a las que se encontraban ancladas; y los marineros enloquecidos de terror se arrojaban por la borda, excepto los esclavos, que estaban encadenados a los remos. Y nosotros cabalgábamos implacables entre los enemigos en fuga, arrastrándolos como hojas caídas, hasta que llegamos a la orilla. Entonces, a cada uno de los grandes navíos que aún quedaban en los muelles, Aragorn envió a uno de los Dúnedain, para que reconfortaran a los cautivos que se encontraban a bordo, y los instaran a olvidar el miedo y a recobrar la libertad.

”Antes que terminara aquel día oscuro no quedaba ningún enemigo capaz de resistirnos: los que no habían perecido ahogados, huían precipitadamente rumbo al sur con la esperanza de regresar a sus tierras. Extraño y prodigioso me parecía que los designios de Mordor hubieran sido desbaratados por aquellos espectros de oscuridad y de miedo. ¡Derrotado con sus propias armas!

—Extraño en verdad —dijo Legolas—. En aquella hora yo observaba a Aragorn y me imaginaba en qué Señor poderoso y terrible se habría podido convertir si se hubiese apropiado del Anillo. No por nada le teme Mordor. Pero es más grande de espíritu que Sauron de entendimiento. ¿No lleva por ventura la sangre de los hijos de Lúthien? Es de una estirpe que jamás habrá de corromperse, así perdure en años innumerables.

—Tales predicciones escapan a la visión de los Enanos —dijo Gimli—. Pero en verdad poderoso fue Aragorn aquel día. Sí, toda la flota negra se encontraba en sus manos; y eligió para él la mayor de las naves, y subió a bordo. Entonces hizo sonar un gran coro de trompetas tomadas al enemigo; y el Ejército de las Sombras se replegó hasta la orilla. Y allí permanecieron, inmóviles y silenciosos, casi invisibles excepto un fulgor rojo en las pupilas, que reflejaban los incendios de las naves. Y Aragorn habló entonces a los Hombres Muertos, gritando con voz fuerte:

”«¡Escuchad ahora las palabras del Heredero de Isildur! Habéis cumplido vuestro juramento. ¡Retornad, y no volváis a perturbar el reposo de los valles! ¡Partid, y descansad!»

”Y entonces, el Rey de los Muertos se adelantó, y rompió la lanza en dos y arrojó al suelo los pedazos. Luego se inclinó en una reverencia, y dando media vuelta se alejó; y todo el ejército siguió detrás de él, y se desvaneció como una niebla arrastrada por un viento súbito; y yo me sentí como si despertara de un sueño.

”Esa noche, nosotros descansamos mientras otros trabajaban. Porque muchos de los cautivos y esclavos liberados eran antiguos habitantes de Gondor, capturados por el Enemigo en correrías; y no tardó en congregarse una gran multitud, formada por hombres que llegaban de Lebennin y del Ethir, y Angbor de Lamedon vino con todos los caballeros que había podido reunir. Ahora que el temor a los Muertos había desaparecido, todos acudían en nuestra ayuda y a ver al Heredero de Isildur; pues el rumor de ese nombre se había extendido como un fuego en la oscuridad.

”Y hemos llegado casi al final de nuestra historia. En las últimas horas de la tarde y durante la noche se repararon y equiparon numerosos navíos; y por la mañana la flota pudo zarpar. Ahora parece que hubiera pasado mucho tiempo, y sin embargo fue sólo en la mañana de anteayer, el sexto día desde que partimos de El Sagrario. Pero Aragorn temía aún que el tiempo fuese demasiado corto.

”«Hay cuarenta y dos leguas desde Pelargir hasta los fondeaderos del Harlond» dijo. «Es preciso, sin embargo, que mañana lleguemos al Harlond, o fracasaremos por completo.»

”Ahora los que manejaban los remos eran hombres libres, y trabajaban con vigor; sin embargo, remontábamos con lentitud el Río Grande, pues teníamos que luchar contra la corriente, y aunque no es rápida en el sur, el viento no nos ayudaba. A mí se me habría encogido el corazón, a pesar de nuestra reciente victoria en los puertos, si Legolas no hubiese reído de pronto.

”«¡Arriba esas barbas, hijo de Durin!» exclamó. «Porque se ha dicho: Cuando todo está perdido, llega a menudo la esperanza.» Pero qué esperanza veía él a lo lejos, no me lo quiso decir. Llegó la noche, y la oscuridad creció y estábamos impacientes, pues allá lejos en el norte veíamos bajo la nube un resplandor rojizo; y Aragorn dijo: «Minas Tirith está en llamas».

”Pero a la medianoche vino en verdad la esperanza. Hombres del Ethir, lobos de mar, avezados, atisbando el cielo del sur anunciaron un cambio, un viento fresco que soplaba del Mar. Mucho antes del día, los navíos izaron las velas, y empezamos a navegar con mayor rapidez, hasta que el alba blanqueó la espuma en nuestras proas. Y así, como sabéis, llegamos a la hora tercera de la mañana, con el viento a favor y un sol despejado, y en la batalla desplegamos el gran estandarte. Fue un gran día y una gran hora, aunque no sepamos qué pasará mañana.

—Pase lo que pase, el valor de las grandes hazañas no merma nunca —dijo Legolas—. Una gran hazaña fue la cabalgata por los Senderos de los Muertos, y lo seguirá siendo aunque nadie quede en Gondor para cantarla.

—Cosa bastante probable —dijo Gimli—. Pues Aragorn y Gandalf parecen muy serios. Me pregunto qué decisiones estarán tomando allá abajo en la tienda. Yo por mi parte, lo mismo que Merry, desearía que con nuestra victoria la guerra hubiese terminado para siempre. Pero si aún queda algo por hacer, espero participar, por el honor del pueblo de la Montaña Solitaria.

—Y yo por el del pueblo del Gran Bosque —dijo Legolas—, y por amor al Señor del Árbol Blanco.

Luego los compañeros callaron, pero se quedaron sentados un tiempo en aquel sitio elevado, cada uno ocupado con sus propios pensamientos, mientras los Capitanes deliberaban.


Tan pronto como se hubo separado de Legolas y Gimli, el Príncipe Imrahil mandó llamar a Éomer; y salió con él de la Ciudad, y descendieron hasta las tiendas de Aragorn en el campo, no lejos del sitio en que cayera el Rey Théoden. Y allí, reunidos con Gandalf y Aragorn y los hijos de Elrond, celebraron consejo.

—Señores —dijo Gandalf—, escuchad las palabras del Senescal de Gondor antes de morir: Durante un tiempo triunfarás quizá en los Campos del Pelennor, por un breve día, mas contra el Poder que ahora se levanta no hay victoria posible.No es que os exhorte a que como él os dejéis llevar por la desesperación, pero sí a que sopeséis la verdad que encierran estas palabras.

”Las Piedras Que Ven no engañan: ni el mismísimo Señor de Barad-dûr podría obligarlas a eso. Podría quizá decidir sobre lo que verán las mentes más débiles, o hacer que interpreten mal el significado de lo que ven. No obstante, es indudable que cuando Denethor veía en Mordor grandes fuerzas que se disponían a atacarlo, mientras reclutaban otras nuevas, veía algo que era cierto.

”Nuestra fuerza ha alcanzado apenas para contener la primera gran acometida. La próxima será más violenta. Ésta es, por lo tanto, una guerra sin esperanza, como Denethor adivinó. La victoria no podrá conquistarse por las armas, ya no os mováis de aquí y soportéis un asedio tras otro, ya avancéis para ser aniquilados al otro lado del Río. Sólo os queda elegir entre dos males; y la prudencia aconsejaría reforzar las defensas, y esperar el ataque; así podréis prolongar un poco el tiempo que os resta.

—¿Propones entonces que nos retiremos a Minas Tirith, o a Dol Amroth, o a El Sagrario, y que nos sentemos allí como niños sobre castillos de arena mientras sube la marea? —dijo Imrahil.

—No habría en tal consejo nada nuevo —dijo Gandalf—. ¿No es acaso lo que habéis hecho, o poco más, durante los años de Denethor? ¡Pero no! Dije que eso sería lo prudente. Yo no aconsejo la prudencia. Dije que la victoria no podía ser conquistada con las armas. Confío aún en la victoria, ya no en las armas. Porque en todo esto cuenta el Anillo de Poder: el sostén de Barad-dûr y la esperanza de Sauron.

”Y de este asunto conocéis todos bastante como para entender en qué situación estamos, así como Sauron. Si reconquista el Anillo, vuestro valor es vano, y la victoria de él será rápida y definitiva: tan definitiva que nadie puede saber si terminará alguna vez, mientras dure este mundo. Y si el Anillo es destruido, Sauron caerá; y tan baja será su caída que nadie puede saber si volverá a levantarse algún día. Pues habrá perdido la mejor parte de la fuerza que era innata en él en un principio, y todo cuanto fue creado o construido con ese poder se derrumbará, y él quedará mutilado para siempre, convertido en un mero espíritu maligno que se atormenta a sí mismo en las tinieblas, y nunca más volverá a crecer y a tener forma. Y así uno de los grandes males de este mundo habrá desaparecido.

”Otros males podrán sobrevenir, porque Sauron mismo no es nada más que un siervo o un emisario. Pero no nos atañe a nosotros dominar todas las mareas del mundo, sino hacer lo que está en nuestras manos por el bien de los días que nos ha tocado vivir, extirpando el mal en los campos que conocemos, y dejando a los que vendrán después una tierra limpia para la labranza. Pero que tengan sol o lluvia, no depende de nosotros.

”Ahora Sauron sabe todo esto, y sabe además que el tesoro perdido ha sido encontrado otra vez, aunque ignora todavía dónde está, o al menos eso esperamos. Y una duda lo atormenta. Porque si lo tuviésemos, hay entre nosotros hombres fuertes que podrían utilizarlo. También eso lo sabe. Pues ¿me equivoco, Aragorn, al pensar que te mostraste a él en la Piedra de Orthanc?

—Lo hice poco antes de partir de Cuernavilla —respondió Aragorn—. Consideré que el momento era propicio, y que la Piedra había llegado a mis manos para ese fin. Hacía entonces diez días que el Portador del Anillo había salido de Rauros, rumbo al este, y pensé que era necesario atraer al Ojo de Sauron fuera de su propio país. Pocas veces, muy pocas ha sido desafiado desde que se retiró a la Torre. Aunque si hubiera previsto la rapidez con que respondería atacándonos, tal vez no me habría mostrado a él. Apenas me alcanzó el tiempo para acudir en vuestra ayuda.

—Pero ¿cómo? —preguntó Éomer—. Todo es en vano, dices, si él tiene el Anillo. ¿Por qué no pensaría Sauron que es en vano atacarnos, si nosotros lo tenemos?

—Porque aún no está seguro —dijo Gandalf—, y no ha edificado su poder esperando a que el enemigo se fortaleciese, como hemos hecho nosotros. Además, no podíamos aprender en un día a manejar la totalidad del poder. En verdad, un amo, sólo uno, puede usar el Anillo; y Sauron espera un tiempo de discordia, antes que entre nosotros uno de los grandes se proclame amo y señor y prevalezca sobre los demás. En ese intervalo, si actúa pronto, el Anillo podría ayudarle.

”Ahora observa. Ve y oye muchas cosas. Los Nazgûl están aún fuera de Mordor. Volaron por encima de este campo antes del alba, aunque pocos entre los vencidos por el sueño o la fatiga de la batalla los hayan visto. Y estudia los signos: la espada que lo despojó del tesoro forjada de nuevo; los vientos de la fortuna girando a nuestro favor, con el fracaso inesperado del primer ataque; la caída del Gran Capitán.

”En este mismo momento la duda crece en él mientras estamos aquí deliberando. Y el Ojo apunta hacia aquí, ciego casi a toda otra cosa. Y así tenemos que mantenerlo: fijo en nosotros. Es nuestra única esperanza. He aquí, por lo tanto, mi consejo. No tenemos el Anillo. Sabios o insensatos, lo hemos enviado lejos, para que sea destruido, y no nos destruya. Y sin él no podemos derrotar con la fuerza la fuerza de Sauron. Pero es preciso ante todo que el Ojo del Enemigo continúe apartado del verdadero peligro que lo amenaza. No podemos conquistar la victoria con las armas, pero con las armas podemos prestar al Portador del Anillo la única ayuda posible, por frágil que sea.

«Así lo comenzó Aragorn, y así hemos de continuar nosotros: hostigando a Sauron hasta el último golpe; atrayendo fuera del país las fuerzas secretas de Mordor, para que quede sin defensas. Tenemos que salir al encuentro de Sauron. Tenemos que convertirnos en carnada, aunque las mandíbulas de Sauron se cierren sobre nosotros. Y morderá el cebo, pues esperanzado y voraz creerá reconocer en nuestra temeridad el orgullo del nuevo Señor del Anillo. Y dirá: «¡Bien! Estira el cuello demasiado pronto y se acerca más de lo prudente. Que continúe así, y ya veréis cómo yo le tiendo una trampa de la que no podrá escapar. Entonces lo aplastaré, y lo que ha tomado con insolencia, será mío otra vez y para siempre».

”Hacia esa trampa hemos de encaminarnos con entereza y los ojos bien abiertos, y hay las esperanzas para nosotros. Porque es probable, señores, que todos perezcamos en una negra batalla lejos de las tierras de los vivos, y que aun en el caso de que Barad-dûr sucumba, no vivamos para ver una nueva era. Sin embargo esto es, en mi opinión, lo que hemos de hacer. Mejor que perecer de todos modos, como sin duda ocurriría si nos quedáramos aquí a esperar, y sabiendo al morir que no habrá ninguna nueva era.


Durante un rato todos guardaron silencio. Al fin habló Aragorn: —Así como he comenzado, así continuaré. Nos acercamos al borde del abismo, donde la esperanza y la desesperación se hermanan. Titubear equivale a caer. Que nadie se oponga ahora a los consejos de Gandalf, cuya larga lucha contra Sauron culmina al fin. Si no fuese por él, hace tiempo que todo se habría perdido para siempre. Sin embargo, no pretendo todavía dar órdenes a nadie; que cada cual decida según su propia voluntad.

Entonces dijo Elrohir: —Del Norte hemos venido con este propósito, y de Elrond nuestro padre recibimos el mismo consejo. No volveremos sobre nuestros pasos.

—En cuanto a mí —dijo Éomer– poco entiendo de tan profundas cuestiones; mas no lo necesito. Lo que sé, y con ello me basta, es que así como mi amigo Aragorn me socorrió a mí y a mi pueblo, así acudiré yo en ayuda de él, cuando él me llame. Iré.

—Yo, por mi parte —dijo Imrahil—, considero al Señor Aragorn como mi soberano, quiera él o no reivindicar tal derecho. Los deseos de él son órdenes para mí. También yo iré. No obstante, puesto que reemplazo por algún tiempo al Senescal de Gondor, primero he de pensar en su pueblo. No desoigamos aún del todo la voz de la prudencia. Pues hemos de estar preparados contra cualquier posibilidad, buena o mala. Todavía puede ocurrir que triunfemos, y mientras quede alguna esperanza, Gondor tiene que ser protegida. No quisiera retornar en triunfo a una ciudad en ruinas y ver a nuestro paso las tierras devastadas. Y sabemos por los Rohirrim que en nuestra frontera septentrional espera un ejército todavía intacto.

—Es cierto —dijo Gandalf—. No te aconsejo que dejes la Ciudad indefensa. Y en verdad, no es necesario que llevemos al este una fuerza poderosa, como para emprender un ataque verdadero y en serio contra Mordor, pero sí suficiente para desafiarlos a presentar batalla. Y tendrá que ponerse en marcha muy pronto. Yo pregunto a los Capitanes: ¿con qué fuerza podríamos contar en un plazo de dos días? Es imprescindible que sean hombres valerosos, que vayan voluntariamente, conscientes del peligro.

—Todos los hombres están fatigados, y hay numerosos heridos, leves y graves —dijo Éomer—, y también se han perdido muchos caballos, lo que es difícil de reparar. Si en verdad tenemos que partir tan pronto, dudo que pueda llevar conmigo más de dos mil hombres, dejando otros tantos para la defensa.

—No hemos de contar sólo con los que combatieron en este campo —dijo Aragorn—. Ahora que las costas han quedado libres de enemigos, llegan nuevas fuerzas de los feudos del sur. Cuatro mil envié dos días atrás desde Pelargir a través de Lossarnach; y Angbor el intrépido cabalga al frente. Si partimos dentro de dos días, estarán cerca de aquí bastante antes. Además he ordenado a muchos otros que me siguieran, y remontaran el Río en tantas embarcaciones como pudieran conseguir; y con este viento no tardarán en llegar: en verdad, varias naves han anclado ya en los muelles del Harlond. Estimo que podremos llevar unos siete mil hombres, entre infantes y jinetes, y a la vez dejar la Ciudad mejor defendida que cuando comenzó el ataque.

—La Puerta ha sido destruida —dijo Imrahil—. ¿Dónde está ahora la pericia para reconstruirla y ponerla de nuevo?

—En Erebor en el Reino de Dáin —dijo Aragorn—, y si no se desbaratan todas nuestras esperanzas, llegado el momento enviaré a Gimli hijo de Glóin en busca de los picapedreros de la Montaña. Pero los hombres son una defensa más eficaz que las puertas, y no habrá puerta que resista al Enemigo si los hombres la abandonan.


Tales fueron, pues, las conclusiones del debate: en la mañana del segundo día partirían con siete mil hombres, si conseguían reunirlos; la mayor parte de esta fuerza iría a pie a causa de las regiones accidentadas en que tendría que internarse. Aragorn trataría de reunir unos dos mil de los que se habían plegado a él en el Sur; pero Imrahil tenía que reclutar tres mil quinientos; y Éomer quinientos de los Rohirrim, que aun desmontados eran guerreros diestros y valientes. Y él mismo iría a la cabeza de una columna formada por quinientos de sus mejores Jinetes; en una segunda compañía de otros quinientos Jinetes, junto con los hijos de Elrond marcharían los Dúnedain y los Caballeros de Dol Amroth: en total seis mil hombres a pie y mil a caballo. Pero la fuerza principal de los Rohirrim, la que aún contaba con cabalgaduras y estaba en condiciones de combatir, defendería el Camino del Oeste de los ejércitos enemigos apostados en Anórien. E inmediatamente enviaron jinetes veloces en busca de noticias hacia el norte; y al este de Osgiliath y del camino a Minas Morgul.

Y cuando hubieron contado todas las fuerzas, y luego de discutir las etapas del viaje y los caminos que tomarían, Imrahil estalló de pronto en una sonora carcajada.

—Ésta es, sin duda —exclamó—, la mayor farsa en toda la historia de Gondor: ¡que partamos con siete mil, una hueste que equivale apenas a la vanguardia del ejército de este país en los días de esplendor, al asalto de las montañas y de la puerta impenetrable de la Tierra Tenebrosa! ¡Como si un niño amenazara a un caballero armado, con un arco de madera de sauce verde y cordel! Si el Señor Oscuro supiera tanto como tú dices, Mithrandir, ¿no te parece que en vez de temer sonreiría, y nos aplastaría con el dedo meñique como a un mosquito que intentara clavarle el aguijón?

—No, querrá cazar al mosquito y quitarle el aguijón —dijo Gandalf—. Y algunos de nuestros hombres valen más que un millar de caballeros de armadura. No, no sonreirá.

—Tampoco nosotros sonreiremos —dijo Aragorn—. Si esto es una farsa, es demasiado amarga para provocar risa. No, es el último lance de una partida peligrosa, y será de algún modo el final del juego. —En seguida desenvainó a Andúril y la sostuvo centelleante a la luz del sol—. No volveré a envainarte hasta que se haya librado la última batalla —dijo.


10



LA PUERTA NEGRA SE ABRE



Dos días después el ejército del Oeste se encontraba reunido en el Pelennor. Las huestes de Orcos y Hombres del Este se habían retirado de Anórien, pero hostigados y desbandados por los Rohirrim habían huido casi sin presentar batalla hacia Cair Andros; destruida pues esa amenaza, y con las nuevas fuerzas que llegaban del Sur, la Ciudad estaba relativamente bien defendida. Y los batidores informaban que en los caminos del este y hasta la Encrucijada del Rey Caído no quedaba un solo enemigo con vida. Ya todo estaba preparado para el golpe final.

Una vez más Legolas y Gimli cabalgarían juntos en compañía de Aragorn y Gandalf, que marchaban a la vanguardia con los Dúnedain y los hijos de Elrond. Merry, avergonzado, se enteró de que él no los acompañaría.

—No estás bien todavía para un viaje semejante —le dijo Aragorn—. Pero no te avergüences. Aunque no hagas nada más en esta guerra, ya has conquistado grandes honores. Peregrin será la representación de la Comarca; y no le envidies esta oportunidad de afrontar el peligro, pues aunque haya hecho todo tan bien como se lo ha permitido la suerte, aún no ha igualado tu hazaña. Pero en verdad todos corremos ahora un peligro igual. Tal vez nuestro destino sea encontrar un triste fin ante la Puerta de Mordor, y en tal caso también a vosotros os habrá llegado la última hora, sea aquí o dondequiera que os atrape la marea negra. ¡Adiós!

Merry siguió observando de mala gana los preparativos de la partida. Bergil lo acompañaba, pero también él estaba abatido: su padre marcharía a la cabeza de una compañía de Hombres de la Ciudad, pues hasta tanto no se lo juzgase, no se podría reintegrar a la Guardia. En esa misma compañía partía Pippin, soldado de Gondor. Merry alcanzó a verlo no muy lejos: una figura pequeña pero erguida entre los altos hombres de Minas Tirith.

Sonaron por fin las trompetas, y el ejército se puso en movimiento. Escuadrón tras escuadrón, compañía tras compañía, dieron media vuelta y partieron rumbo al este. Y hasta después que se perdieran de vista en el fondo de la carretera que conducía a la Calzada, Merry se quedó allí. Los últimos yelmos y lanzas de la retaguardia centellearon a la luz del sol de la mañana y desaparecieron a lo lejos, y Merry aún seguía allí, con la cabeza gacha y el corazón oprimido, sintiéndose solo y abandonado. Los seres que más quería habían partido hacia las tinieblas en el distante cielo del Este; y pocas esperanzas le quedaban de volver a ver a alguno de ellos.

Como llamado por la desesperación, le volvió el dolor del brazo. Se sentía viejo y débil, y la luz del sol le parecía pálida. El contacto de la mano de Bergil lo sacó de estas cavilaciones.

—¡Vamos, Maese Perian! —dijo el muchacho—. Veo que todavía te duele. Te ayudaré a regresar a las Casas de Curación. ¡Pero no temas! Volverán. Los Hombres de Minas Tirith jamás serán derrotados. Y ahora tienen al Señor Piedra de Elfo, y también a Beregond de la Guardia.


El ejército llegó a Osgiliath antes del mediodía. Allí todos los operarios y artesanos disponibles estaban ocupados. Algunos reforzaban las barcazas y los puentes que el enemigo había construido, y destruido en parte al huir; otros almacenaban los víveres y recogían el botín, y otros levantaban de prisa obras de defensa en la margen oriental del Río.

La vanguardia pasó por las ruinas de la Antigua Gondor, y luego por encima del ancho Río, y tomó el camino largo y recto construido en otros días entre la hermosa Torre del Sol y la elevada Torre de la Luna, ahora convertida en Minas Morgul, en el valle maldito. Cinco leguas más allá de Osgiliath se detuvieron, concluyendo la primera jornada de marcha.

Pero los jinetes continuaron avanzando y antes de la noche habían llegado a la Encrucijada y al gran círculo de árboles: allí todo era silencio. No se veían rastros del enemigo, ni se escuchaban gritos ni clamores; ni un solo dardo había volado desde las rocas o los matorrales próximos, y sin embargo mientras avanzaban sentían cada vez más que la tierra vigilaba alrededor. Los árboles, las piedras y el follaje, las briznas de hierba, todo parecía escuchar. La oscuridad se había disipado, y el sol se ponía a lo lejos en el Valle del Anduin, y los picos blancos de las montañas se arrebolaban en el aire azul; pero había una sombra y una tiniebla sobre los Ephel Dúath.

Apostando a los trompetas del ejército en cada uno de los cuatro senderos que desembocaban en el círculo de árboles, Aragorn ordenó que tocasen una gran fanfarria, y a los heraldos que gritasen: «Los Señores de Gondor han vuelto, y han rescatado estos territorios que les pertenecen». Y la horrorosa máscara de orco sobre la mutilada estatua de piedra fue arrojada al suelo y rota en mil pedazos, y recogiendo la cabeza del viejo rey, todavía coronada de flores blancas y doradas, la colocaron de nuevo en su sitio; y limpiaron y borraron todas las inscripciones inmundas que los orcos habían puesto en la piedra.

Durante el debate, algunos habían aconsejado que Minas Morgul fuese el primer blanco, y que si lograban tomarla, la destruyesen totalmente, sin dejar piedra sobre piedra. —Y acaso —había dicho Imrahil– el camino que desde allí conduce al paso entre las cumbres sea una vía de ataque al Señor Oscuro más accesible que la puerta del norte.

Pero Gandalf se había opuesto terminantemente, no sólo a causa de los maleficios que pesaban sobre el valle, donde las mentes de los vivos enloquecían de horror, sino también por las noticias que había traído Faramir. Porque si el Portador del Anillo había en verdad intentado ese camino, era menester, por sobre todas las cosas, no atraer hacia allí la mirada del Ojo de Mordor. Y al día siguiente, cuando llegó el grueso del ejército, pusieron una guardia numerosa en la Encrucijada para contar con alguna defensa, en caso de que Mordor mandase fuerzas a través del Paso de Morgul, o enviara nuevas huestes desde el sur. Para esta guardia escogieron arqueros que conocían los caminos de Ithilien; permanecería oculta en los bosques y pendientes del cruce de caminos. Pero Gandalf y Aragorn cabalgaron con la vanguardia hasta la entrada del Valle de Morgul y contemplaron la ciudad maldita.

Estaba a oscuras y sin vida: porque los orcos y las otras criaturas innobles que habitaran allí, habían perecido en la batalla, y los Nazgûl estaban fuera. No obstante, el aire del valle era opresivo, cargado de temor y hostilidad. Destruyeron entonces el puente siniestro, incendiaron los campos malsanos, y se alejaron.


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