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Una chica años veinte
  • Текст добавлен: 5 октября 2016, 20:35

Текст книги "Una chica años veinte"


Автор книги: Sophie Kinsella



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– Las relaciones se acaban -observa Marie con aire relajado, y bebe más vino-. Quién puede saber los motivos. Son cosas que pasan.

– Ya.

Josh aún tiene un brillo lejano en los ojos. No es de extrañar, porque Sadie sigue aullándole como una sirena al oído.

– ¡Di por qué se estropeó! ¡Dilo!

– Bueno. -Marie cambia de tema-. ¿Qué tal te ha ido la semana? Yo he tenido un follón espantoso con una clienta. Aquella de la que te hablé, ¿recuerdas?

– Supongo que era demasiado intensa -suelta Josh.

– ¿Quién?

– Lara.

– Ah, ¿de veras? -Marie finge interés.

– Solía leerme en voz alta los «temas de pareja» de alguna revista cursi y luego se empeñaba en hablar sobre lo mucho que nos parecíamos a tal o cual pareja. Así durante horas. Era un fastidio. ¿Por qué tenía que analizarlo todo? ¿Para qué desmenuzar cada pelea y cada conversación?

Apura su copa de un trago. Yo lo miro desde mi mesa, herida en lo más hondo. No tenía ni idea de que se sintiera así.

– Suena irritante -asiente Marie, compasiva-. En fin, ¿qué tal te fue en esa reunión? Me dijiste que tu jefe iba a hacer un anuncio importante.. .

– ¿Qué más? -Sadie chilla tanto que no oigo a Marie-. ¿Qué más? ¡Dilo!

– Tenía la costumbre de llenar el cuarto de baño con cremas y chorradas. -Josh frunce el entrecejo con aire evocador-. Cada vez que quería afeitarme tenía que abrirme paso entre un montón de botes. Me sacaba de quicio.

– ¡Vaya lata! -dice Marie con una sonrisa forzada-. Por cierto.. .

– Y fueron sobre todo las cosas pequeñas. Como su manera de cantar en la ducha. Vamos, a mí que alguien cante no me molesta, pero ¿la misma canción cada día del año? Y además no estaba dispuesta a ensanchar sus horizontes. No le interesaban los viajes ni las mismas cosas que a mí.. . Una vez me compré un libro de fotografía de William Eggleston. Pensé que tal vez podríamos comentarlo. Pero ella se limitó a hojearlo sin interés.. .

De repente, parece acordarse de Marie, que tiene la cara casi agarrotada por el esfuerzo de escucharlo educadamente.

– Joder. ¡Perdona, Marie! -Se restriega la cara con las manos-. No entiendo por qué sigue viniéndome a la cabeza. Hablemos de otra cosa.

– Sí, eso. -Marie esboza una sonrisa forzada-. Iba a hablarte de mi clienta, esa tan exigente de Seattle, ¿te acuerdas?

– ¡Claro que me acuerdo! -Alarga la mano hacia la copa de vino, pero parece arrepentirse y toma la de agua con gas.

– ¿Sopa? Disculpe, señorita. ¿Ha pedido sopa? ¿Perdone?

Me vuelvo y veo a un camarero que sostiene una bandeja con la sopa y una cesta de pan. A saber cuánto tiempo lleva ahí tratando de llamar mi atención.

– Sí, gracias.

Me coloca el plato delante y yo cojo la cuchara de modo maquinal, pero no puedo comer. Estoy demasiado pasmada por las revelaciones de Josh. ¿Cómo es posible que se sintiera así y nunca me lo dijese? Si le molestaba mi modo de cantar, ¿por qué no lo decía? Y en cuanto al libro de fotografía, ¡yo creía que lo había comprado para él! ¡No para mí! ¿Cómo se suponía que iba a saber que le daba tanta importancia?

– ¡Bueno! -Sadie vuelve a mi mesa y se sienta delante-. Ha sido interesante. Ahora ya sabes por qué se estropeó la cosa. Estoy de acuerdo en lo del canto -añade-. Desafinas mucho.

¿Es que no conoce la compasión?

– Muchas gracias. -Contemplo malhumorada la sopa-. ¿Sabes qué es lo peor? Que nunca me dijo nada de todo eso. ¡Nada! ¡Yo podría haberlo arreglado! Lo habría arreglado, tenlo por seguro. -Empiezo a desmenuzar el pan-. Si me hubiera dado una oportunidad.. .

– ¿Podemos irnos ya?

– ¡No! Aún no hemos terminado. -Inspiro hondo-. Ve y pregúntale qué le gustaba de mí.

– ¿Qué le gustaba de ti? ¿Estás segura de que le gustaba algo?

– ¡Sí! -siseo indignada-. ¡Claro que sí! ¡Venga!

Abre la boca como para replicar, pero luego se encoge de hombros y cruza otra vez el restaurante. Me ajusto el auricular y miro a Josh. Está tomando vino y picando aceitunas con un pincho metálico, mientras Marie habla muy concentrada.

– .. . tres años es mucho tiempo. -Su voz cantarina me llega a pesar de los zumbidos e interferencias-. Y sí, fue duro terminar, pero él no era la persona adecuada. Nunca lo he lamentado ni he mirado atrás. Lo que quiero decirte es que las relaciones se acaban y que uno tiene que seguir adelante. -Bebe vino-. ¿Entiendes lo que digo?

Josh asiente de un modo maquinal, pero no la escucha. Tiene una expresión aturdida y no para de apartar la cabeza de Sadie, que le grita al oído:

– ¿Qué te gustaba de Lara? ¡Dilo! ¡Dilo!

– Me encantaba la energía que irradiaba -dice de pronto-. Y también su lado estrafalario. Siempre llevaba algún collar curioso, o un lápiz metido en el pelo, cosas así.. . Y realmente era agradecida. Otras chicas, cuando tienes un detalle con ellas, se lo toman como si tuvieras la obligación de hacerlo. Ella no. Es una chica muy dulce. Refrescante.

– ¿Otra vez tu antigua novia? -Hay un tonillo acerado en la voz de Marie que incluso a mí me sobresalta.

Josh parece volver en sí.

– ¡Mierda! No sé qué me pasa, Marie. No comprendo por qué estoy pensando en ella. -Se frota la frente con un aire tan flipado que casi lo compadezco.

– Si quieres mi opinión, aún sigues obsesionado -le dice Marie secamente.

– ¿Cómo? -Josh suelta una carcajada-. ¿Obsesionado yo? ¡Si ni siquiera siento interés por ella!

– Entonces, ¿por qué me cuentas lo maravillosa que era? -Miro absorta a Marie, que arroja la servilleta, echa la silla atrás y se pone en pie-. ¡Llámame cuando la hayas olvidado!

– ¡Ya la he olvidado! ¡Esto es absurdo, joder! No había pensado en ella hasta hoy mismo. -Se incorpora también, tratando de retener a Marie-. Escúchame. Lara y yo tuvimos una relación. Estuvo bien, pero no fue fantástica. Y luego se acabó. Punto.

Ella menea la cabeza.

– Y por eso la sacas cada cinco minutos en la conversación.

– ¡No es verdad! -casi grita de frustración y la gente de las mesas vecinas lo mira-. ¡Normalmente no! ¡No había hablado ni pensado en ella desde hace semanas! ¡No sé qué cono me pasa hoy!

– Necesitas aclararte -replica Marie, no sin cierta amabilidad, y coge su bolso-. Nos vemos, Josh.

Mientras ella se aleja entre las mesas, Josh vuelve a desplomarse en su silla, hecho polvo. Es curioso: está más bueno así, contrariado, que cuando se encuentra de buen humor. Me las arreglo para reprimir el impulso de correr a su lado para abrazarlo y decirle que, de todos modos, no le convenía salir con una chica tan rígida y estereotipada, tan de anuncio de dentífrico.

– ¿Satisfecha? -dice Sadie, volviendo a mi lado-. Has arruinado lo que podría haber sido un gran amor. Pensaba que eso iba contra tu credo.

– Eso no era amor verdadero -respondo.

– ¿Cómo lo sabes?

– Porque lo sé. Calla.

Observamos en silencio cómo Josh paga la cuenta y recoge su chaqueta. Tiene la mandíbula apretada y su aire despreocupado se ha desvanecido. Siento una punzada de culpa, pero me obligo a dominarme. Estoy segura de que hago lo correcto. No sólo por mí, sino por él. Yo puedo lograr que las cosas funcionen entre nosotros. Estoy segura.

– ¡Termina de comer! ¡Rápido! -Sadie me arranca de mi ensueño-. Hemos de volver a casa. Debes empezar a prepararte.

– ¿Para qué?

– ¡Para nuestra cita!

Ay, Dios. La cita.

– ¡Faltan seis horas! -protesto-. Y sólo vamos a tomar una copa. No hay prisa.

– A mí me llevaba todo el día prepararme para una fiesta. -Me lanza una mirada acusadora-. Esta cita es mía. Y tú me vas a representar. Así que tienes que estar divina.

– Estaré lo más divina que pueda, ¿vale? -Tomo una cucharada de sopa.

– Pero si ni siquiera has escogido un vestido. -Da saltitos de impaciencia-. ¡Y ya son las dos! Debemos irnos. ¡Ahora!

Por Dios.

– Vale. Lo que tú digas. -Aparto la sopa. De todos modos, ya se ha enfriado-. Vamos.

Durante todo el trayecto a casa, permanezco sumida en mis pensamientos. Josh es vulnerable. Está confuso. Es el momento ideal para reavivar nuestro amor. Pero tengo que utilizar lo que he descubierto. He de cambiarme a mí misma.

Continúo repasando obsesivamente lo que ha dicho y procurando recordar cada detalle. Cada vez que me tropiezo con una frase en particular, me sonrojo y hago una mueca. «Estuvo bien, pero no fue fantástico.»

Ahora está todo clarísimo. Nuestra relación no fue fantástica porque él no fue sincero. No me dijo nada de esas irritantes menudencias. Y todas sumadas se le hicieron una montaña. Por eso me dio calabazas.

No importa. Ahora que sé cuáles son los problemas, podré resolverlos. ¡Todos! He ideado un plan de acción y lo primero que voy a hacer es ordenar el baño. En cuanto llegamos a mi apartamento, me dispongo a poner manos a la obra, llena de optimismo. Pero Sadie se interpone en mi camino.

– ¿Qué piensas ponerte esta noche? -me dice-. Enséñamelo.

– Luego. -Trato de esquivarla.

– ¡Ahora!

Por favor, qué pesada.

– ¡De acuerdo! -Voy al dormitorio y abro de un tirón la cortina que oculta mi guardarropa-. ¿Qué opinas? ¿Esto, por ejemplo? -Saco al azar una falda larga y un top de estilo corsé (una edición limitada de Topshop)-. Y tal vez unos zapatos con suela de cuña.. .

– ¿Un corsé? -Me mira como si le hubiese mostrado las tripas de un cerdo-. ¿Y una falda larga?

– Es el rollo maxi, ¿vale? Está muy de moda ahora. Y esto no es ningún corsé, es un top de estilo corsé.

Sadie lo toca con un escalofrío.

– Mi madre quería que me pusiera un corsé en la boda de mi tía -dice-. Yo lo tiré a la chimenea y ella me encerró en mi habitación y les dijo a los criados que no me dejasen salir.

– ¿De veras? -Siento interés, a mi pesar-. ¿Te perdiste la boda?

– Salí por la ventana, me fui a Londres y me corté el pelo al estilo garçon -dice orgullosa-. Cuando mi madre lo vio, se pasó dos días en cama.

– ¡Vaya! -Dejo la ropa encima de la colcha y la observo mejor-. Eras una auténtica rebelde. ¿Siempre hacías cosas así?

– Fui más bien una tortura para mis padres. Pero es que ellos eran agobiantes. Muy Victorianos. La casa entera era como un museo. -Se estremece-. Mi padre no aprobaba el fonógrafo, ni el charlestón ni los cócteles.. . Nada de nada. Pensaba que las chicas tenían que pasarse la vida haciendo arreglos florales y labores de punto. Como mi hermana Virginia.

– ¿Te refieres.. . a la abuela? -Me entran ganas de saber más. Sólo tengo recuerdos borrosos de mi abuela, una anciana de pelo gris aficionada a la jardinería. No soy capaz de imaginarla joven-. Cuéntame. ¿Cómo era?

– Horriblemente virtuosa -dice con una mueca-. Ella sí llevaba corsé. Incluso cuando todo el mundo había dejado de llevarlo. Se lo ceñía ella misma, se arreglaba el pelo sin ayuda y cada semana decoraba con flores el altar de la iglesia. Era la chica más aburrida de Archbury. Y se casó con el hombre más aburrido de Archbury. Mis padres no cabían en sí de contento.

– ¿Qué es Archbury?

– El sitio donde vivíamos. Un pueblo de Hertfordshire.

Ese nombre me suena. Archbury. Lo he oído antes.. .

– ¡Un momento! Archbury House. Es la casa que se quemó en los años sesenta. ¿Ésa era tu casa?

Ahora lo recuerdo todo. Hace años papá me habló de la vieja casa familiar, Archbury House, e incluso me enseñó una vieja foto en blanco y negro. Me dijo que él y tío Bill, de pequeños, habían pasado algunos veranos en esa casa y que se instalaron allí al morir sus abuelos. Era un sitio fantástico, lleno de viejos pasillos y de sótanos inmensos, y con una escalinata majestuosa. Pero, tras el incendio, se vendió el solar y se construyeron nuevas viviendas.

– Sí. Virginia vivía allí con su familia en esa época. De hecho, fue ella la que provocó el incendio. Se dejó una vela encendida. -Hace una breve pausa antes de añadir en tono cáustico-: No era tan perfecta, al fin y al cabo.

– Una vez pasamos en coche por el pueblo. Vimos las casas nuevas. Tenían buena pinta.

Sadie no parece oírme.

– Lo perdí todo -murmura-. Todo lo que había dejado allí guardado mientras vivía en el extranjero. Todo destruido.

– Qué espanto.

– ¿Qué más da? -Parece volver en sí y esboza una frágil sonrisa-. ¿A quién le importa? -Se vuelve hacia el guardarropa y lo señala con aire imperioso-. Sácalos todos. Quiero verlos uno a uno.

– De acuerdo. -Cojo un montón de perchas y las lanzo sobre la cama-. Háblame de tu marido. ¿Cómo era?

Reflexiona un instante.

– Llevaba un chaleco escarlata el día de nuestra boda. Aparte de eso, no recuerdo gran cosa de él.

– ¿Nada más? ¿Sólo un chaleco?

– Y tenía bigote -añade.

– No te entiendo. -Arrojo sobre la cama otro montón de perchas-. ¿Cómo pudiste casarte con un hombre que no amabas?

– Porque era el único modo de escapar -responde, como si fuera obvio-. Tuve una riña tremenda con mis padres. Mi padre dejó de pasarme mi asignación, el párroco llamaba todos los días y me encerraban por las noches en mi habitación.. .

– ¿Qué habías hecho? -pregunto, intrigada-. ¿Te habían metido en la cárcel otra vez?

– Eso.. . no importa -responde tras una pausa. Desvía la mirada y se vuelve hacia la ventana-. Tenía que salir de allí y el matrimonio no me parecía un recurso peor que otros. Mis padres habían encontrado ya a un joven adecuado. Y en esa época tampoco es que hubiera una multitud haciendo cola, créeme.

– Bien que lo sé -digo, poniendo los ojos en blanco-. No hay hombres solteros en Londres. Ni uno solo. Es un hecho ampliamente conocido.

Sadie me mira sin comprender.

– Nosotros perdimos a los nuestros en la guerra -dice.

– Ah. Claro. -Trago saliva-. La guerra.

La Primera Guerra Mundial. No la había entendido bien.

– Y los que sobrevivieron ya no eran los mismos. Estaban malheridos. Destruidos. O llenos de culpa por haber sobrevivido.. . -Una sombra cruza su rostro-. A mi hermano mayor lo mataron, ¿sabes? Edwin. Tenía diecinueve años. Mis padres nunca lo superaron.

La miro, horrorizada. ¿Yo tenía un tío abuelo llamado Edwin que murió en la Primera Guerra Mundial? ¿Por qué no me han contado estas cosas?

– ¿Cómo era? -pregunto.

– Pues.. . divertido. -Tuerce la boca, como si no quisiera permitirse una sonrisa-. Me hacía reír. Lograba que mis padres resultaran más soportables. Que todo pareciese más soportable.

Se hace un silencio y sólo se oye el sonido apagado del televisor del vecino. El rostro de Sadie permanece inmóvil, paralizado por los recuerdos o los pensamientos. Parece en trance.

– Pero, aunque no hubiera hombres disponibles -le digo-, ¿era necesario que dieras ese paso, que te casaras con un tipo cualquiera? ¿Por qué no esperar a que apareciera el hombre adecuado? ¿Y qué me dices del amor?

– «¿Qué me dices del amor?» -repite con sorna, saliendo de su ensueño-. Por Dios, chica, pareces un disco rayado. -Examina el montón de ropa que hay sobre la colcha-. Extiéndelos para que los vea bien. Voy a escoger tu vestido para esta noche. Y no será una horrenda falda hasta el suelo.

La sesión de recuerdos ha concluido.

– Vale. -Empiezo a extender los vestidos-. Elige.

– Y también me encargaré de tu peinado y maquillaje -añade con firmeza-. Me encargo de todo.

– Perfecto -digo con paciencia.

Mientras me dirijo al baño, las historias de Sadie siguen dándome vueltas. Nunca he tenido demasiada afición a los árboles genealógicos ni a la historia, pero todo esto me resulta fascinante. Quizá le pida a papá que busque alguna foto de la vieja casa familiar. Cosa que a él le encantaría.

Cierro la puerta y examino todos los frascos de cremas y cosméticos, colocados en equilibrio alrededor del lavamanos. Hummm. Quizá Josh tenga razón. Quizá no necesite la crema limpiadora de albaricoque, la de harina de avena y la de sales marinas.. . O sea, bastaría con una, ¿no?

Media hora después, lo tengo todo ordenado en hileras y he llenado una bolsa de botes antiquísimos o medio vacíos que voy a tirar a la basura. ¡Mi plan de acción ya está en marcha! ¡Si Josh viera ahora este baño se quedaría impresionado! Casi me dan ganas de sacarle una foto y mandársela con el móvil.

Encantada conmigo misma, me asomo a la puerta del dormitorio, pero no veo a Sadie por ningún lado.

– ¿Sadie? -No responde. Espero que esté bien. Tiene que haber sido duro para ella recordar a su hermano. Quizá necesitaba pasar un rato a solas.

Dejo la bolsa de cosméticos junto a la puerta para tirarla más tarde y me preparo una taza de té. El siguiente punto de la lista es encontrar el libro de fotografías del que hablaba Josh. Debe de estar en alguna parte. Quizá debajo del sofá.. .

– ¡Lo he encontrado! -La voz de Sadie, surgida como de la nada, me da tal susto que estoy a punto de darme un coscorrón con la mesita de café.

– ¡No me hagas esto! -resoplo mientras me incorporo. Vuelvo a coger mi taza de té-. ¿Quieres matarme de un susto? Oye, Sadie.. . ¿te sientes bien? ¿Quieres que hablemos? Comprendo que las cosas no habrán sido fáciles para ti.. .

– Nada fáciles, tienes razón -dice secamente-. Tu guardarropa es un desastre.

– No me refería a la ropa. Hablo de sentimientos. -Le dedico una mirada comprensiva-. Has pasado muchas cosas y deben de haberte afectado.. .

Ella ni siquiera me oye. O finge no hacerlo.

– ¡He encontrado un vestido para ti! -anuncia-. ¡Ven! ¡Rápido!

Bueno, si no quiere hablar, no quiere hablar. Tampoco puedo obligarla.

– Genial. ¿Qué has elegido? -Me pongo de pie y voy hacia el dormitorio.

– Ahí no. -Se me pone delante-. ¡Hemos de salir! ¡Está en una tienda!

– ¿En una tienda? ¿Qué quieres decir?

– No he tenido más remedio que salir. -Alza la barbilla, desafiante-. No hay nada aprovechable en tu guardarropa. Nunca había visto unos vestidos tan birriosos.

– ¡No son birriosos!

– Así que he ido a dar una vuelta, ¡y he encontrado un vestido que es un verdadero sueño! ¡Tienes que comprarlo!

– ¿En qué tienda? -Trato de imaginarme adonde puede haber ido-. ¿Has estado en el centro?

– Te lo enseñaré. ¡Vamos! ¡Coge el bolso!

Me conmueve un poco, no puedo evitarlo, imaginarla flotando por H amp;M o un lugar parecido para buscarme un vestido.

– Vale -cedo al fin-. Siempre que no cueste un riñón. -Recojo el bolso y compruebo que llevo las llaves-. Vamos. Enséñamelo.

Creí que me llevaría a la estación de metro y me arrastraría hasta alguna boutique de Oxford Circus. Pero no: dobla la esquina y se mete por una serie de callejones que no conozco.

– ¿Seguro que es por aquí?

– ¡Sí! ¡Vamos, date prisa!

Pasamos varias hileras de viviendas, un parque y un colegio. Por aquí no hay nada que se parezca ni remotamente a una tienda de ropa. Estoy a punto de decirle que se ha orientado mal cuando dobla otra esquina y me hace un gesto victorioso.

– ¡Aquí es!

Hay dos o tres tiendas en ese tramo: un quiosco, una lavandería y, al final, un local minúsculo con un rótulo de madera: «Moda y Accesorios de Época.» En el escaparate hay un maniquí con un vestido largo de satén, con guantes hasta el codo, un sombrerito con velo y prendedores por todas partes. A su lado hay una pila de sombrereras antiguas y un tocador con una amplia selección de cepillos para el pelo de esmalte.

– Ésta es la mejor tienda de tu barrio -dice, muy convencida-. He encontrado todo lo que necesitamos. ¡Vamos!

Antes de que pueda protestar, ya ha desaparecido en el interior. No me queda más remedio que seguirla. Suena la campanilla de la puerta y una mujer de mediana edad me sonríe desde un mostrador minúsculo. Tiene el pelo desaliñado y teñido de un rubio intenso, y lleva un caftán que parece de los años setenta, con un estampado alucinante de círculos verdes, además de varios collares de ámbar.

– ¡Hola! -me saluda con una sonrisa amable-. Bienvenida. Me llamo Norah. ¿Ya habías venido por aquí?

– No; es la primera vez.

– ¿Te interesa alguna prenda o algún período en especial?

– Eh.. . voy a echar un vistazo, gracias.

No veo a Sadie, así que empiezo a deambular por el local. Nunca me ha interesado la ropa de época, pero aun así compruebo que aquí hay cosas increíbles. Un vestido psicodélico rosa de los sesenta expuesto junto a una peluca «afro» típica de aquellos años. Un perchero lleno de corsés de ballena y enaguas. En un maniquí de confección, un vestido nupcial con encaje de color crema, con velo y todo, incluso un ramito de flores secas. En una vitrina, varias botas de patinaje de cuero blanco, cuarteadas y muy gastadas. Y colecciones de abanicos, bolsos, estuches de maquillaje.. .

– ¿Dónde te has metido? -La voz de Sadie me taladra el tímpano-. ¡Ven aquí!

Me hace señas hacia un perchero del fondo. La sigo no sin cierto recelo.

– Sadie -susurro-, todo esto es guay, no te digo que no. Pero yo sólo he quedado para tomar una copa. No creerás.. .

– ¡Mira! -dice con aire triunfal-. Es perfecto.

Nunca más permitiré que un fantasma me lleve de compras.

Me señala un vestido típico de los años veinte: un modelito de seda color bronce, con el talle bajo y las mangas cortas cubiertas de cuentas diminutas, y una capa a juego. En la etiqueta pone: «Original de los años veinte, confeccionado en París.»

– ¿No es encantador? -Junta las manos y gira sobre sí misma, con ojos chispeantes-. Mi amiga Bunty tenía uno muy parecido, ¿sabes?, sólo que el suyo era plateado.

– ¡Sadie! -exclamo tras recuperar el habla-. ¡No puedo ponerme eso para una cita! ¡No seas absurda!

– ¡Claro que puedes! ¡Pruébatelo! -insiste, haciendo aspavientos con sus brazos blancos y esbeltos-. Tendrás que cortarte el pelo, desde luego.. .

– ¡Qué dices! -Retrocedo horrorizada-. ¡Y no voy a probarme ese vestido!

– He encontrado también unos zapatos a juego. -Revolotea entusiasmada hasta una estantería y señala unas zapatillas de baile también de color bronce-. Y maquillaje adecuado.

Se vuelve hacia un mostrador de cristal y me muestra una caja de baquelita con una etiqueta que pone: «Estuche de maquillaje original de los años veinte. Una pieza muy singular.»

– Yo tenía uno igual -me dice, mirándolo enternecida-. Ése es el mejor pintalabios que se ha fabricado nunca. Ya te enseñaré a ponértelo como es debido.

Por el amor de Dios.

– Ya sé pintarme los labios, muchas gracias.

– No tienes ni idea -me corta secamente-. Pero yo te enseñaré. Y también te ondularemos el pelo. Hay varias planchas en venta. -Señala una vieja caja de cartón en cuyo interior distingo un chisme metálico antiquísimo-. Tendrás mucho mejor aspecto si haces un esfuerzo. -Mira a su alrededor-. Debo encontrarte unas medias decentes.. .

– ¡Ya basta, Sadie! -susurro-. ¡Debes de estar loca! No pienso comprar ninguno de estos.. .

– Todavía recuerdo ese olor delicioso típico de los preparativos de una fiesta. -Cierra los ojos, extasiada-. Olor a pintalabios y pelo chamuscado.. .

– ¿Chamuscado? ¡No vas a chamuscarme el pelo ni en broma!

– ¡No exageres! Sólo se nos chamuscaba a veces.

– ¿Va todo bien? -Norah aparece de pronto, con un tintineo de collares.

Doy un respingo.

– Sí. Gracias.

– ¿Te interesan los años veinte? -Se acerca a la vitrina-. Tenemos algunas piezas maravillosas. Recién adquiridas en una subasta.

– Sí -digo educadamente-. Estaba mirándolas.

– No sé bien para qué servía esto.. . -Toma un potecito con pedrería montado en un anillo-. Qué cosita tan extraña, ¿no? ¿Un guardapelo tal vez?

– Un anillo de colorete. -Sadie pone los ojos en blanco-. ¿Es que ya nadie entiende nada?

– Me parece que es un anillo de colorete -digo como quien no quiere la cosa.

– ¡Ah, claro! -Norah parece impresionada-. ¡Eres una experta! Quizá tú sepas cómo se usan esas viejas planchas para ondular el pelo. -Saca uno de los chismes metálicos y lo sopesa con una mano-. Creo que había toda una técnica para usarlas. Antes de mi época, me temo.

– Es fácil -me dice Sadie al oído-. Yo te enseñaré.

Se oye la campanilla y entran dos chicas que se ponen a dar grititos mientras husmean por todas partes.

– Este sitio es una pasada -dice una de ellas.

– Disculpa. -Norah me sonríe-. Te dejo para que sigas mirando. Si quieres probarte algo, dímelo.

– Sí, gracias.

– ¡Dile que vas a probarte el vestido de color bronce! -me azuza Sadie-. ¡Venga!

– ¡Para ya! -murmuro cuando la mujer desaparece-. ¡No quiero probármelo!

Me mira con desconcierto.

– Pero ¿por qué no? ¿Y si no te queda bien?

– ¡No me hace falta, porque no pienso llevarlo! -Ya me he hartado-. ¡Vuelve a la realidad! ¡Estamos en el siglo veintiuno! ¡No pienso usar un pintalabios del año de Maricastaña ni una plancha para el pelo a vapor! ¡No voy a ponerme un vestido de los alegres años veinte! ¡Olvídalo!

Se queda demasiado estupefacta para responder.

– Pero lo has prometido -musita al fin, con expresión herida-. Me has prometido que yo elegiría el vestido.

– ¡Creí que hablabas de ropa normal! -replico exasperada-. ¡Ropa de ahora, no esto! -Cojo el vestido y lo agito ante sus narices-. ¡Es absurdo! ¡Es un disfraz!

– Pero, si no llevas el vestido que yo elija, entonces da lo mismo que sea mía la cita. ¡Podría ser tuya igualmente! -Empieza a alzar la voz, a punto de ponerse a chillar-. ¡Para eso me quedo en casa y dejo que salgas con él por tu cuenta!

Doy un suspiro.

– Escucha, Sadie.. .

– ¡Es mío! ¡Y es mi cita! -se enfada-. ¡Mío! ¡Con mis propias reglas! ¡Es mi última oportunidad de divertirme con un hombre y tú quieres estropeármela poniéndote algún conjunto espantoso!

– No pretendo eso.. .

– ¡Me prometiste hacer las cosas a mi manera! ¡Lo prometiste!

– ¡Deja de chillar! -Me aparto, tapándome los oídos-. ¡Por el amor de Dios!

– ¿Va todo bien por aquí? -Norah reaparece y me observa con suspicacia.

– ¡Sí! -Intento calmarme-. Es que estaba.. . eh.. . hablando por el móvil.

– Ah. -Se le dulcifica la expresión y señala el vestido de color bronce, que todavía tengo en las manos-. ¿Quieres probártelo? Es maravilloso. Confeccionado en París. ¿Te has fijado en los botones de madreperla? Son exquisitos.

– Eh.. .

– ¡Lo prometiste! -Sadie, apenas a cinco centímetros, me clava unos ojos feroces-. ¡Me lo prometiste! ¡Es mi cita! ¡Mía! ¡Mía!

Es como una implacable alarma de bomberos. Echo la cabeza atrás para tratar de pensar. No podré resistir sus chillidos toda la tarde. Me estallará la cabeza.

Y admitamos la realidad: Ed Harrison cree que soy una chiflada. ¿Qué más da que me presente con un vestidito de los años veinte?

Sadie tiene razón. Es su noche. Así pues, ¿por qué no hacerlo a su manera?

– ¡Está bien! -cedo, entre sus gritos-. Me has convencido. Voy a probármelo.


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